El documento habla sobre San Francisco de Asís y su escrito sobre la Eucaristía. Explica el contexto doctrinal confuso de la época de Francisco, con grupos herejes como los Cátaros rechazando la Eucaristía. Francisco escribió para reafirmar la fe católica en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, comparando la fe de los fieles con la de los apóstoles. Su escrito enfatiza que así como los apóstoles vieron a Cristo corporalmente pero creyeron en su div
1. EL CUERPO DEL SEÑOR
FRANCISCO ESCRIBE SOBRE LA EUCARISTIA
Francisco vivía en un tiempo de mucha confusión
doctrinal. Habían surgido varios grupos de católicos
que querían renovar la iglesia, volviendo a la vida
apostólica: los humillados, los pobres de Lyón, etc.
Además en el sur de Francia había una fuerte
concentración de Cátaros o albigenses, que no
profesaban una doctrina Católica. Eran dualistas,
creyendo en (un dios bueno, puro espíritu, y otro malo,
material.) Todo lo que era espiritual era bueno; todo ,
lo que ocupa materia era malo. El cuerpo humano, por
ejemplo, era material., y por eso malo. También
creyeron que el pan y el vino, siendo materia, eran
malos, Por eso rechazaron la Eucaristía. Además de la
confusión doctrinal causada por los Cátaros y otros, la
práctica de muchos sacerdotes dejaba una impresión de
que la Eucaristía no valía mucho. Muchos sacerdotes
no se preocupaban por cuidar las iglesias y los altares.
Los decretos del IV Concilio del Letrán hacen
referencia a algunos abusos: "... clérigos que convierten
las iglesias en almacenes para los muebles de su casa...
Hay quienes que no sólo no mantienen a las iglesias
limpias sino también dejan los sagrados utensilios,
ornamentos, palias, y corporales tan sucios que hasta a
veces dan asco," (Canon 19) El mismo Concilio
decretó el fin de estos abusos, exigiendo la limpieza de
las iglesias y de los ornamentos, y vasos sagrados. El
canon 20 ordenó una protección adecuada de la
eucaristía y el crisma bajo llave. El canon 21 hizo
obligatorio el deber pascual para todos los fieles. Estos
decretos fueron publicados el fin de noviembre de
1215.
La Admonición primera de nuestro padre san
Francisco (Adm 1) es originariamente un rechazo,
transido (acongojado, apesadumbrado)de fe, de la
incredulidad de los cátaros de su época, contra cuyo
pernicioso influjo procuró Francisco preservar a sus
hermanos. Pero la significación e importancia de esta
exhortación rebasan las circunstancias históricas que
la motivaron. Trata, en efecto, del misterio de Cristo, de su
persona y de su obra salvífica, y, especialmente, de su
anonadamiento y su pobreza, que tienen un significado capital y
básico para la vida de la Orden franciscana y que, por tanto,
debemos comprender con fe viva y responder a
ellos con idéntica fe.
El Papa Inocencio III, quien había convocado el
Concilio y lo había presidido, iba implementando
los decretos conciliares cuando murió en Perusa
en julio de 1216. Le costó a su sucesor, Honorio
III, tres años antes de promover la reforma
eucarística por medio de su Bula, "Sane cum
Olim" sobre la Eucaristía, publicada el 22 de
noviembre de 1219. En ese momento, Francisco se
encontraba en Egipto, y no regresó antes de mayo
de 1220.
2. La fe es la virtud teologal por la que creemos en
Dios y en todo lo que Él nos ha dicho y revelado,
y que la Santa Iglesia nos propone, porque Él es la
verdad misma. Por la fe "el hombre se entrega
entera y libremente a Dios" (DV 5). Por eso el
creyente se esfuerza por conocer y hacer la
voluntad de Dios. "El justo vivirá por la fe" (Rm
1,17). La fe viva "actúa por la caridad" (Ga 5,6).
La palabra fe proviene del latín fides, que significa
creer. Fe es aceptar la palabra de otro,
entendiéndola y confiando que es honesto y por lo
tanto que su palabra es veraz.
Se trata de fe divina cuando es Dios a quien se
cree. Se trata de fe humana cuando se cree a un ser
humano. Hay lugar para ambos tipos de fe (divina
y humana) pero en diferente grado. A Dios le
debemos fe absoluta porque Él tiene absoluto
conocimiento y es absolutamente veraz. La fe,
más que creer en algo que no vemos es creer en
alguien que nos ha hablado. La fe divina es una
virtud teologal y procede de un don de Dios que
nos capacita para reconocer que es Dios quien
habla y enseña en las Sagradas Escrituras y en la
Iglesia. Quien tiene fe sabe que por encima de
toda duda y preocupaciones de este mundo las
enseñanzas de la fe son las enseñanzas de Dios y
por lo tanto son ciertas y buenas.
3. EL CUERPO DEL SEÑOR
Dice el Señor Jesús a sus discípulos:
“Yo soy el camino la verdad y la vida; nadie
llega al Padre sino por mi. Si me conocieras
a mi, conoceríais, por cierto, también a mi
padre; y desde ahora lo conoceréis y lo
habéis visto.
Felipe le dice: Señor muéstranos al Padre y
nos basta. Le dice Jesús: “Tanto tiempo llevo
con vosotros, ¿y no me habéis conocido?
Felipe, el que me ve a mi, ve también a mi
Padre” ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el
Padre?(Jn 14, 6-9)
El padre habita “en una luz inaccesible”
(CF. 1Tim 6,16), Y “Dios es Espíritu” (Jn.
4,24) “y a Dios nadie lo ha visto jamás” (Jn
1,18). Y no puede ser visto sino en el
espíritu, “porque el Espíritu es, el que
vivifica; la carne no es de provecho en
absoluto” (Jn 6,63) Ni siquiera el Hijo es
visto por nadie en lo que es igual al Padre,
de forma distinta que el Padre, de forma
distinta que el Espíritu Santo.
Esta Admonición esta dividida en 3 partes:
I- VER A DIOS
II El MISTERIO DE LA SANTA EUCARISTIA
III LA EUCARISTIA CENTRO DE LA VIDA CRISTIANA
VER A DIOS
4. EL CUERPO DEL SEÑOR
El padre habita “en una luz
inaccesible” (CF. 1Tim 6,16), Y “Dios
es Espíritu” (Jn. 4,24) “y a Dios nadie
lo ha visto jamás” (Jn 1,18). Y no
puede ser visto sino en el espíritu”.
Pero Dios es espíritu y, por tanto, es
absolutamente distinto de nosotros. Es tan
radicalmente diferente de nosotros que
cualquier idea que nos formemos de Él y
toda palabra que pronunciemos sobre Él,
tendrán siempre que rendirse ante su
misterio. «El Padre habita en una luz
inaccesible». Nosotros, hombres, no
podemos acercarnos a Él, no podemos
abordar al Dios majestuoso y misterioso.
Pensemos en Moisés, a quien se le apareció
Dios en la zarza ardiente. Pensemos en
aquellos hombres a quienes se les apareció
simplemente un mensajero de Dios, un
ángel del Señor. La primera palabra del ángel
es siempre: «¡No temáis!» Si tenemos esto
presente, experimentaremos efectivamente
que la grandeza de Dios es inalcanzable.
Vemos también en Isaías 41,10 No Temas,
que contigo estoy yo. No receles que Yo soy
tu Dios.
Al hombre que está a mi lado lo comprendo de
muchas maneras. Está aquí, presente. Debo
contar con su presencia. Más aún, puedo
entablar contacto con él de manera
experimental y vital, puedo hablarle y recibir
su respuesta. Vivimos una reciprocidad de
contacto y palabra.
Con Dios, en cambio, es muy distinto. Y, no
obstante, como cristianos y religiosos,
debemos vivir sólo para Dios, hablar con Él en
la oración, existir exclusivamente para Él. El
«peso» de Dios pesa tanto sobre nosotros que
pensamos que ya no lo podemos soportar, y
entonces huimos y nos refugiamos en el
mundo que podemos captar con nuestros
sentidos, conocido por nosotros, y en el cual
nos sentimos más a gusto. Pero Dios conoce
todas estas dificultades y necesidades
nuestras. Sabe que queremos tenerlo a Él
concreto; que, incluso, en cierto sentido,
necesitamos tenerlo concreto. Por eso, salió de
su luz inaccesible.
5. EL CUERPO DEL SEÑOR El padre habita “en una luz inaccesible” (CF. 1Tim
6,16), Y “Dios es Espíritu” (Jn. 4,24) “y a Dios
nadie lo ha visto jamás” (Jn 1,18). Y no puede ser
visto sino en el espíritu, “porque el Espíritu es, el
que vivifica; la carne no es de provecho en
absoluto” (Jn 6,63) Ni siquiera el Hijo es visto por
nadie en lo que es igual al Padre, de forma distinta
que el Padre, de forma distinta que el Espíritu
Santo.
Por eso todos los que vieron según la humanidad
al Señor Jesús y no lo vieron ni creyeron, según el
espíritu y la divinidad, que Él era el verdadero Hijo
de Dios, quedaron condenados; del mismo modo
ahora, todos los que ven el sacramento, que se
consagra por las palabras del Señor sobre el altar
por manos del sacerdote en forma de pan y vino, y
no ven ni creen, según el espíritu y la divinidad,
que es verdaderamente el santísimo cuerpo y
sangre de nuestro Señor Jesucristo, están
condenados, como atestigua el altísimo mismo,
que dice “Este es mi cuerpo y la sangre de mi
nuevo testamento, que será derramada por muchos
(Mc 14.22,24); y: quien come mi carne y bebe mi
sangre, tiene vida eterna (Cf. Jn 6,55)
6. Así pues, es el Espíritu del Señor, que habita en sus
fieles, el que recibe el santísimo cuerpo y sangre del
Señor. Todos los otros, que participan de ese mismo
Espíritu y presumen recibirlo, se comen y beben su
sentencia (Cf. 1 Cor 11,29).
Por eso, “Oh hijos de los hombres”, ¿hasta cuando
seréis duros de corazón? (Sal 4,3). “¿Por qué no
reconocéis la verdad y creéis en el hijo de Dios?” (Cf.
Jn 9,35). “Ved que diariamente se humilla” (Cf. Flp
2,8), “como cuando desde el trono real” (Sab 18,15)
descendió al seno de la Virgen, diariamente viene a
nosotros Él mismo en humilde apariencia; diariamente
desciende del seno del Padre al altar en manos del
sacerdote. Y como se mostró a los santos apóstoles en
carne verdadera, así también ahora se nos muestra a
nosotros en el pan consagrado. Y lo mismo que ellos
con la vista corporal veían solamente su carne, pero con
los ojos que contemplan espiritualmente creían que el
era Dios, así también nosotros, al ver con los ojos
corporales el pan y el vino, veamos y creamos
firmemente que su santísimo cuerpo y sangre vivo y
verdadero, y de esta manera, esta siempre el Señor con
sus fieles, como El mismo dice “Ved que yo estoy con
vosotros hasta la consumación del siglo” (Cf. Mt 28,20)
San Francisco de Asis.
7. El cuerpo del señor
La fe no pertenece para él al dominio
intelectual, sino al moral: la fe es
consagración del corazón».
Francisco se encontraba dentro de «la
tendencia teológica a prestar más
atención al hecho de la consagración,
como acción de la omnipotencia
divina por la que se presenta Cristo
entre nosotros bajo las especies de
pan y vino, que al mismo don
santificado que ofrecemos nosotros, y
en el que nos ofrecemos a nosotros
mismos, unidos en el cuerpo de
Cristo».2
Francisco compara nuestra fe con la de los Apóstoles: ya que en la
Eucaristía se nos da en vez del hombre-Jesucristo de otro tiempo,
nuestra fe debe tomar de nuevo el mismo camino que los
Apóstoles: «Y como se mostró a los santos apóstoles en carne
verdadera, así también ahora se nos muestra a nosotros en el pan
consagrado. Y lo mismo que ellos con la vista corporal veían
solamente su carne, pero con los ojos que contemplan
espiritualmente creían que Él era Dios, así también nosotros, al
ver con los ojos corporales el pan y el vino, veamos y creamos
firmemente que es su santísimo cuerpo y sangre vivo y
verdadero» (Adm 1,19-21).
Según Francisco, ante la Eucaristía debemos comportarnos como
los Apóstoles que vieron a Cristo: vieron el cuerpo sensible y, con
la luz del Espíritu, creyeron en la presencia del Hijo de Dios.
Así, de igual modo que el Hijo de Dios era revelador del Padre
para los Apóstoles, la Eucaristía lo es hoy para nosotros.
Observémoslo bien; justamente por resaltar la función reveladora
de la Eucaristía, escogió Francisco en todos estos versículos 14-
21, las palabras «aparecer» (2 veces), «mostrarse». El Apóstol
Felipe pidió a Cristo que les mostrara al Padre. Esta petición es
escuchada en favor nuestro en la Eucaristía: «Así también ahora
se nos muestra a nosotros en el pan consagrado». El mismo
pensamiento se halla en la Carta a la Orden cuando Francisco
habla de la humildad de Dios en la Eucaristía en estos términos:
«Mirad, hermanos, la humildad de Dios... En conclusión, nada de
vosotros retengáis para vosotros mismos, para que enteros os
reciba el que todo entero se os entrega» (CtaO 27-29).
8. La Eucaristía, verdadero sacrificio, es participación en el
sacrificio de Cristo en la cruz. Francisco describe esta realidad
solamente en relación con la comunión: «Por ello, os aconsejo
encarecidamente, señores míos, que... hagáis penitencia
verdadera y recibáis con grande humildad, en santa recordación
suya, el santísimo cuerpo y la santísima sangre de nuestro
Señor Jesucristo» (CtaA 6); y en la Regla escribe: «Reciban
con gran humildad y veneración el cuerpo y sangre de nuestro
Señor Jesucristo, recordando lo que el Señor dice: "Quien come
mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna"; y "Haced esto en
memoria mía"» (1 R 20,5). Este pensamiento lo desarrolla
vigorosamente en otra parte: «Y poco antes de la pasión
celebró la Pascua con sus discípulos, y, tomando el pan, dio las
gracias, pronunció la bendición y lo partió, diciendo: "Tomad y
comed, esto es mi cuerpo". Y tomando el cáliz dijo: "Esta es mi
sangre del nuevo testamento, que será derramada por vosotros
y por todos para el perdón de los pecados". A continuación oró
al Padre, diciendo: "Padre, si es posible, que pase de mí este
cáliz". Y sudó como gruesas gotas de sangre que corrían hasta
la tierra. Puso, sin embargo, su voluntad en la voluntad del
Padre, diciendo: "Padre, hágase tu voluntad; no se haga como
yo quiero, sino como quieres tú". Y la voluntad de su Padre fue
que su bendito y glorioso Hijo, a quien nos dio para nosotros y
que nació por nuestro bien, se ofreciese a sí mismo como
sacrificio y hostia, por medio de su propia sangre, en el altar de
la cruz; no para sí mismo, por quien todo fue hecho, sino por
nuestros pecados, dejándonos ejemplo para que sigamos sus
huellas. Y quiere que todos seamos salvos por Él y que lo
recibamos con un corazón puro y con nuestro cuerpo casto.
Pero son pocos los que quieren recibirlo y ser salvos por Él,
aunque su yugo es suave y su carga ligera» (2CtaF 6-15).
9. 2. Cristo, como Hijo de Dios, participa de la invisibilidad de
Dios.
«Pero tampoco al Hijo, en cuanto igual al Padre, lo ve nadie,
si no el Padre y el Espíritu Santo» El Verbo, como Hijo
unigénito, es consustancial al Padre y es por ello, como
también el Espíritu Santo, infinitamente partícipe de su
naturaleza espiritual.
3. Cristo, como Verbo encarnado, es perennemente el
revelador del Padre.
Dios invisible e inaccesible se hace visible y accesible al
hombre en el Verbo encarnado. «Oídme, hermanos míos: Si
la bienaventurada Virgen es de tal suerte honrada, como es
digno, porque lo llevó en su santísimo seno... ¡cuán santo,
justo y digno debe ser quien toca con sus manos, toma en su
corazón y en su boca y da a los demás para que lo tomen, al
que ya no ha de morir, sino que ha de vivir eternamente y ha
sido glorificado, a quien los ángeles desean contemplar!» «El
altísimo Padre anunció desde el cielo, por medio de su santo
ángel Gabriel, esta Palabra del Padre, tan digna, tan santa y
gloriosa, en el seno de la santa y gloriosa Virgen María, de
cuyo seno recibió la verdadera carne de nuestra humanidad y
fragilidad»). «Quien me ve a mí, ve también a mi Padre» (Jn
14,9).
Para Francisco la única forma de
salvación es la Eucaristía. Francisco cree
firmemente que en la Eucaristía se hace
presente el camino que Cristo recorrió
para nuestra salvación, y que en esta
celebración recibimos nosotros la fuerza
y la posibilidad de recorrer este mismo
camino de Cristo, siguiendo sus huellas
con fe. En el misterio de la eucaristía
actúa el Señor glorificado; como tal está
con nosotros hasta el fin del mundo.
1. Dios invisible:
Francisco revive, de forma refleja e
intensísima, esta verdad de fe: Dios es
infinitamente superior a toda criatura;
Él es invisible por naturaleza, porque,
siendo espíritu puro, necesariamente
se esconde al ojo humano.
10. 4. Ver a Cristo según el espíritu
Ver a Cristo según el espíritu significa no permanecer
anclados en la dimensión puramente humana, sino llegar a la
fe en la divinidad de Cristo. «Contemplarlo espiritualmente»
no es más que abrirse dócilmente a la gracia de la fe para
superar los límites de una observación puramente
experimental. las palabras del Santo: «contemplar» a Dios, a
Cristo, los misterios divinos, «con los ojos espirituales» o
«espiritualmente», traducen admirablemente lo que encierran
la meditación franciscana y la actitud contemplativa del
auténtico hijo de san Francisco
5. Creer, según el espíritu, en el cuerpo y sangre de Cristo
El «espíritu» que vivifica, como don y fruto del Espíritu
Santo, no es sino la facultad «visiva» espiritual y nuestra
disponibilidad interior para saber llegar, a través de los
sentidos y por encima de ellos, a la fe en la continua y
benéfica presencia de Cristo en el misterio eucarístico de la
Iglesia. A pesar de que san Francisco se declara
repetidamente iletrado, llegó a intuiciones teológicas de
sorprendente profundidad. Aquí se nos revela otra de las
características de la espiritualidad franciscana: su acentuada
tendencia a la concretez.
11. 6. «Viene a nosotros en humilde apariencia»
Francisco ilumina los puntos comunes entre Eucaristía y
Encarnación incluso bajo el prisma del anonadamiento de
Cristo. La exinanición(agotamiento o extenuación) del Hijo
que oculta la gloria de su condición divina tras el velo de la
humanidad asumida realmente en María, se prolonga a
través de los siglos en la humillación de la presencia
sacramental de Jesús. Su obediencia incondicional al Padre
divino se renueva y perpetúa en el «sacramento del cuerpo
de Cristo, que se consagra por las palabras del Señor sobre el
altar por manos del sacerdote en forma de pan y vino».
La minoridad franciscana se inspira profundamente en la
humildad de Cristo eucarístico. Si queremos vivir realmente
este elemento constitutivo del espíritu de san Francisco, no
existe ejemplo más sublime ni fuente más rica que el
misterio eucarístico.
12. 7. «El espíritu recibe el santísimo cuerpo de Cristo»
«Y lo mismo que ellos (los Apóstoles) con la vista
corporal veían solamente su carne, pero con los ojos
que contemplan espiritualmente creían que Él era Dios,
así también nosotros, al ver con los ojos corporales el
pan y el vino, veamos y creamos firmemente que es su
santísimo cuerpo y sangre vivo y verdadero». En
Francisco impresiona de inmediato la insistencia en la
cualidad de «vivo y verdadero» (cf. 1 Tes 1,9) que el
Santo atribuye a Jesús hecho presente bajo las
apariencias del pan y del vino.
Quien come el cuerpo de Cristo no consume sólo un
alimento espiritualmente nutritivo, ni sólo toma posesión
de una cosa, aunque sea preciosísima, ni recuerda
simplemente la memoria de un finado queridísimo, sino
que se encuentra realmente con la persona viva y
vivificante de Cristo mismo.
Es evidente que Francisco no quiere afirmar que el
Espíritu Santo, como tercera persona de la Santísima
Trinidad, de quien todo cristiano en estado de gracia es
templo vivo, recibe en nosotros la comunión eucarística.
Es, en cambio, el «amor de Dios» que «inunda nuestros
corazones por medio del Espíritu Santo» (Rom 5,5) y
que habita en nosotros (cf. 1 Cor 6,19), quien hace
fructífera la recepción del sacramento.
De hecho, la resonancia teologal de la fe y de la caridad
y el amor hecho don oblativo total son los que favorecen
el encuentro perfecto entre Cristo y los fieles.
En la Carta a toda la Orden, el Seráfico Padre describe tal
actitud de forma insuperable. Dirigiéndose a los
hermanos-sacerdotes, les exhorta: «Que toda la
voluntad, en cuanto la gracia la ayude, se dirija a Dios,
deseando agradar al solo sumo Señor en persona».
Además, con una frase de insondable profundidad y de
perenne actualidad, amonesta: «Por consiguiente, nada
de vosotros retengáis para vosotros, a fin de que os
reciba todo enteros el que se os ofrece todo entero»
(CtaO 15 y 29).
13. 8. Presencia viva y perenne de Cristo en la Iglesia
Francisco lleva su meditación hasta un punto que concluye
el vasto panorama teológico-espiritual que nos ha abierto
hasta ahora. Sin pretender en absoluto el mérito de la
originalidad, une la promesa de Cristo durante su última
aparición a los apóstoles reunidos en Galilea: «Mirad que yo
estoy con vosotros cada día, hasta el fin del mundo» (Mt
28,20), con su indefectible presencia eucarística en la Iglesia.
Si bien el vaticinio de Jesús no se agota en el amor que Él
prodiga infatigablemente en el sacramento eucarístico, es
innegable que la Iglesia vive y crece por su presencia real
por excelencia en la Eucaristía. En este misterio, en efecto,
convergen y se arraigan todos los demás sacramentos. El
Magisterio eclesiástico ha expresado esta relación con una
frase feliz e incisiva: «Por ello, el sacrificio eucarístico es la
fuente y el culmen de todo el culto de la Iglesia y de toda la
vida cristiana» (Instr. Euch. Myst.).
14. Frases de San Francisco sobre Jesús Eucaristía
"Qué admirable grandeza ¡Qué amor
estupendo! ¡Qué humildad sublime! El Señor
de todo el universo, Dios y el Hijo de Dios, por
nuestra salvación se humilló a sí mismo
asumiendo la forma de un pequeño pan."
"Te adoramos, santísimo Señor Jesucristo, aquí
en todas tus iglesias extendidas por el mundo
entero, porque por tu santa cruz redimiste al
mundo."
"Creo que tú, Jesús, estás en el Santísimo
Sacramento. Te amo y quiero estar contigo.
Ven a mi corazón para que te abrace. Nunca
me dejes. Te suplico, Señor, que el ardiente y
dulcísimo poder de tu amor se apodere de mi
mente y así yo sepa morir por amor de tu
amor, que tuvo la compasión de morir por
amor de mi amor."
15. LA SANTA MISA EXPLICADA POR SAN PÍO DE PIETRELCINA
(Testimonio del P. Derobert, hijo espiritual del Padre Pío)
El me había explicado que celebrando la Eucaristía había que poner en paralelo la
cronología de la Misa y la de la Pasión. Se trataba de comprender y de darse
cuenta, en primer lugar, de que el sacerdote en el Altar es Jesucristo. Desde ese
momento Jesús en su Sacerdote, revive indefinidamente la Pasión.
Desde la señal de la cruz inicial hasta el ofertorio es necesario reunirse con Jesús
en Getsemaní, hay que seguir a Jesús en su agonía, sufriendo ante esta "marea
negra" de pecado. Hay que unirse a él en el dolor de ver que la Palabra del Padre,
que él había venido a traernos, no sería recibida o sería recibida muy mal por los
hombres. Y desde esta óptica había que escuchar las lecturas de la misa como
estando dirigidas personalmente a nosotros .
El Ofertorio, es el arresto. La Hora ha llegado ...
El Prefacio, es el canto de alabanza y de agradecimiento que Jesús dirige al Padre
que le ha permitido llegar por fin a esta "Hora“ .
Desde el comienzo de la Plegaria Eucarística hasta la Consagración nos
encontramos ¡rápidamente! con Jesús en la prisión, en su atroz flagelación, su
coronación de espinas y su camino de la cruz por las callejuelas de Jerusalén
teniendo presente en el "momento" a todos los que están allí y a todos aquellos
por los que pedimos especialmente .
La Consagración nos da el Cuerpo entregado ahora, la Sangre derramada ahora.
Es místicamente, la crucifixión del Señor. Y por eso el Padre Pío de Pietrelcina
sufría atrozmente en este momento de la Misa.
16. Nos reunimos enseguida con Jesús en la Cruz y ofrecemos desde este
instante, al Padre, el Sacrificio Redentor. Es el sentido de la oración
litúrgica que sigue inmediatamente a la Consagración .
.
El "Por él, con él y en él" corresponde al grito de Jesús: "Padre, a tus
manos encomiendo mi espíritu". Desde ese momento, el Sacrificio es
consumado y aceptado por el Padre. Los hombres, en adelante, ya no
están separados de Dios y se vuelven a encontrar unidos. Es la razón por
la que, en este momento, se recita la oración de todos los hijos:
"Padre Nuestro.”... .
La fracción del Pan marca la muerte de Jesús....
La intención, el instante en el que el Padre, habiendo quebrado la Hostia
(símbolo de la muerte...) deja caer una partícula del Cuerpo de Cristo en
el Cáliz de la preciosa Sangre, marca el momento de la Resurrección,
pues el Cuerpo y la Sangre se reúnen de nuevo y es a Cristo vivo a quien
vamos a recibir en la comunión .
La bendición del Sacerdote marca a los fieles con la cruz, como signo
distintivo y a la vez como escudo protector contra las astucias del
Maligno... .
Se comprenderá que después de haber oído de la boca del P. Pío tal
explicación, sabiendo bien que él vivía dolorosamente esto, me haya
pedido seguirle por este camino...lo que hago cada día...¡y con cuánta
alegría!.