Brief for amicus curiae professor Anne Krueger in support of the Republic of ...
Las cuatro oligarquías
1. LAS CUATRO OLIGARQUÍAS
Publicado en Revista Noticias del 24 de julio de 2010
Durante décadas, la denominación “oligarquía” se ha utilizado como el
peor insulto político que pueda administrarse en nuestro país. La
compenetración entre la fracción más poderosa del sector agropecuario
y las dictaduras militares que asolaron el país desde 1930 creó buenas
razones para asociar este calificativo a la producción rural, y originó una
versión retrospectiva de la Historia que enlaza acríticamente la
conformación de una casta aristocrática a cargo del ejercicio dictatorial
del poder con las rentas derivadas de la posesión de la tierra. Ahora
bien, esta teoría merece algunas actualizaciones.
LAS PRIMERAS TRES OLIGARQUÍAS
Si bien históricamente la distribución de la tierra en Argentina fue
arbitraria, ligada al grado de poder familiar y a la participación en el
despojo a los aborígenes, y tendió a la concentración (el latifundio y la
producción extensiva, por contraste con el modelo del farmer, esa pyme
familio-intensiva estadounidense), el extraordinario éxito de la Argentina
agropecuaria pre-Centenario no se derivó limpiamente de la
productividad de las pampas feraces sino de una serie de intervenciones
decisivas en el aumento de su productividad, que iban desde el
alambrado hasta la importación de ejemplares de las mejores razas,
pasando por la construcción de molinos, caminos, silos, ferrocarriles,
elevadores y puertos. En este sentido, dada la inexistencia de pasados
feudales y de plantaciones esclavas, la denostada oligarquía agraria fue
la primera forma que asumió la burguesía nacional, siempre añorada y
jamás comprendida en las condiciones reales de su desarrollo en el país.
Basta hacer hoy un repaso de los apellidos propietarios de las mayores
extensiones de tierra y de los grandes empresarios de nuestro agro para
observar la melancólica ausencia de los apellidos patricios de la arcadia
pastoral argentina y la proliferación de gringos laboriosos, cuya segunda
o tercera generación ha llegado al tope del ranking mediante la
transformación del modelo extensivo y de pastoreo vacuno y ovino en
una agricultura intensiva con alta incorporación de trabajo intelectual
2. (organismos genéticamente modificados, siembra directa, tractores con
GPS y sistema de conectividad con los mercados globales).
Cuando en ocasión de la crisis de 2008 el partido en el poder mentó la
“oligarquía vacuna” aludió a un fantasma, demostró su incomprensión de
lo sucedido en las últimas décadas en el interior argentino y su
entusiasmo por manejarse con esquemas ideológicos en el peor sentido
de la palabra. Sin embargo, la mención fue cualquier cosa menos
inocente. En efecto, estaba destinada a encubrir la existencia y
funcionamiento de las nuevas oligarquías que manejan el país con
despiadado apego a sus propios intereses y descarada vocación de
disfrazarlos como intereses generales. Nada nuevo bajo el sol, podría
decirse, ya que el rasgo distintivo de toda oligarquía para obtener y
conservar el poder es su capacidad de instalar una hegemonía, en
términos gramscianos, según la cual el proyecto nacional de un sector
económico es presentado, impulsado y defendido por todos los medios
bajo el argumento de que es el que mejor conviene a los intereses
generales del pueblo y de la nación. En esto, y no en otra cosa, estriba
la tan difundida idea del “proyecto nacional”, que -desde el programa de
la generación del ’80 a las aporías kirchneristas, pasando por los
planteados desde Lugones hasta Jauretche- constituye el eje invisible
que ha dividido el escenario nacional en sus grandes polaridades
políticas.
CAMPO vs. INDUSTRIA (LA BATALLA ENTRE LA PRIMERA Y LA
SEGUNDA OLIGARQUÍAS)
Nada hay de extraño en que el sector más dinámico de la economía se
adueñe del liderazgo, subordine a los demás e impulse al país hacia el
progreso, la prosperidad y el futuro; con la sola condición de que se
trate -efectiva, y no declarativamente- del sector más dinámico y con
futuro, y que al apoderarse del liderazgo impulse al país en su conjunto
hacia el progreso y la prosperidad, incluyendo a todos los sectores de la
producción. Es esto, precisamente, lo que el denostado sector
agropecuario logró hacer en los tiempos del primer centenario,
constituyéndose en la primera manifestación de una burguesía nacional
existente en la historia del país, y lo que ningún otro supo emular
después de su ocaso, cuando el modelo de producción de riqueza basado
en la explotación los recursos naturales y la competitividad pampeana
-asociada en Argentina con la hegemonía mundial de Inglaterra- se
agotó y el país perdió en un solo momento su modelo productivo, su
inserción en el mundo y su “proyecto nacional”, sin que hasta ahora
haya encontrado la manera de reemplazarlos. Es precisamente aquí
donde se origina la queja industrialista contra la oligarquía agraria, dada
su insistencia en mantenerse en el centro de la escena a pesar de la
decadencia de las razones que justificaban su anterior dominio
hegemónico, estrategia de la cual el partido Conservador, primero, y el
partido militar, después, fueron los agentes políticos. Lo que el
industrialismo desarrollista autoproclamado como reemplazo de la
hegemonía agropecuaria jamás dice, lo que la versión revisionista
nacionalista-populista de la Historia siempre oculta, es que la pretensión
3. de mantener el poder que se detiene es regla inevitable de la Historia
universal y no un producto original de la maldad de la oligarquía
vernácula. De manera que poco puede achacársele al ancien régime
agrario cuando el nuevo, industrialista, se demostró completamente
incapaz de desarrollar las fuerzas productivas y de liderar el país hacia
su futuro, originando, en su persistente fracaso, ese lamento orientado
hacia el pasado que constituye el rasgo distintivo de los perdedores y
frustrados hombres solos que esperan.
Más allá de las inevitables consecuencias que el intento de prolongar,
irracionalmente y a contramano de los desarrollos científico-
tecnológicos, la hegemonía de un sector anteriormente dinámico, el
intento de demonizar a la oligarquía vacuna cumplió -y cumple- el
objetivo de ocultar la existencia de las dos oligarquías que fallidamente
reemplazaron a la agraria en el control del país. De la primera de ellas
hay poco de nuevo que agregar: al contrario de lo sucedido en países
“nuevos y vírgenes” como Australia, Canadá y los Estados Unidos, la
burguesía industrialista argentina negó la dinámica complementaria de
desarrollo entre campo e industria, no comprendió que un campo
próspero constituía una enorme oportunidad para la producción de
tractores, vagones de ferrocarril, agroquímicos y camiones, instaló una
noción de suma-cero basada en la necesidad de optar por el desarrollo
agropecuario o por el desarrollo industrial, terminó consolidando un
modelo productivo que a fuerza de sobreprotecciones de todo tipo –
aranceles, subsidios, obsequios financieros disfrazados de crédito, vista
gorda para la evasión, el trabajo en negro y la depredación ambiental-
acabó como todas las sobreprotecciones: con la inmadurez permanente
del protegido, su incapacidad para enfrentar los desafíos del mundo
existente, su dependencia de las prebendas de papá-estado, su
parasitismo y raquitismo estructurales, y su permanente tendencia al
victimismo y la auto-conmiseración. Sus sucesivas etapas evolutivas,
que se fueron sumando a las anteriores en un penoso decantado,
comenzaron con las industrias asociadas al boom agropecuario,
siguieron con las de la sustitución de importaciones, incorporaron y
telurizaron a varias multinacionales, continuaron en plena dictadura con
los grupos económicos nacionales ligados a los contratos de obra pública
y la “privatización periférica” de las empresas del estado sin por eso
abandonar las peculiaridades de un industrialismo deformado, incapaz
de instaurar una verdadera hegemonía progresista debido a su
cortoplacismo y facilismo derivados de esa variante local de la maldición
de los recursos naturales asociada al petróleo verde.
LA TERCERA OLIGARQUÍA
De las ruinas del país que dejó esa elite industrialista, cuyo apogeo
originó un poderoso proceso democratizador en todo el mundo, pero que
en nuestro país fue tan demagógica y populista en su superficie como
oligárquica en su sentido más profundo, surgió una tercera oligarquía,
hoy en el poder. Gran parte de ella se afirmó con la debacle del proyecto
industrialista-proteccionista-estatista del alfonsinismo que concluyó en la
4. hiperinflación de 1989-90. Otra, cuyas partes se habían desarrollado
incipientemente en las periferias económicas y políticas del menemismo,
la completó y reemplazó después de la segunda gran debacle nacional:
la del ocaso de la Convertibilidad, iniciado con la segunda presidencia
Menem y concluido en diciembre de 2011. Se trata de una oligarquía
pragmática y postmoderna –líquida, diría Baumann- que ha comprendido
perfectamente que en el mundo globalizado las redes informales y los
sectores de producción intangible –y no las instituciones, ni las
estructuras materiales- son la verdadera fuente del poder. Por eso no
son fieles a ningún modelo productivo y a pesar de clamar por el slogan
de moda (los servicios, en los ’90; el país industrial, hoy) no dudan en
hacer dinero como una gigantesca sanguijuela: extrayéndolo
directamente de las relaciones de poder; ya sea mediante la
especulación inmobiliaria y financiera, la compra de propiedades
agropecuarias, la construcción de hoteles cinco estrellas, el
apoderamiento del petróleo y los juegos de azar, y el uso del estado
como parte de su acervo patrimonial.
La tercera oligarquía tampoco está apegada a una visión ideologizada en
el eje derecha-izquierda o estatismo-privatismo: por eso se han
proclamado privatistas en la década anterior y estatistas en ésta,
haciendo excelentes negocios tanto con las privatizaciones como con las
estatizaciones y parasitando tanto el estado como a las grandes
corporaciones. Eran pseudo-eficientistas y pseudo-productivistas en los
Noventa y son pseudo-redistribuidores hoy, con iguales resultados
desastrosos tanto en términos de la competitividad nacional como de
reparto de la riqueza social. Han substituido la red formal de
instituciones (el Congreso, la Justicia, las organizaciones civiles y hasta
las aduanas y embajadas) por una red de instituciones informales, de las
cuales la Mafia, el Kiosco y la Patota son los modelos organizativos.
Hablo de mafia como casta de dirigentes enquistados en una institución
parasitada contra sus fines originales y usada en beneficio privado.
Hablo de los kioscos preparados para administrar los negocios turbios de
esa mafia y de las patotas a cargo de la defensa violenta de la mafia y
de su kiosco; todos ellos perfectamente provistos de circunspectos o
mediáticos funcionarios y de escandalosos dispositivos: la caja, el peaje,
el recaudador, el valijero, el bufón, la barra-brava.
La ANSES se ha convertido en una caja de redistribución de la pobreza;
la AFIP en una agencia de chantajes; el INDEC y el sistema de medios
públicos en una empresa de publicidad. Mientras que la retórica de la
tercera oligarquía apela a la consigna de que “El Estado -con
mayúsculas- somos todos”, su accionar se distingue por la privatización
inconfesable del estado y su incorporación secreta a los bienes privados
de la tercera oligarquía, según el mecanismo señalado por Max Weber
en sus escritos sobre el patrimonialismo. Se trata de un mecanismo
propio de la monarquía, que consideraba al territorio y a los bienes
estatales como propiedad de familia: coto de caza, reserva turística y
prenda de negociación política y comercial.
Productivamente, mientras la retórica de la tercera oligarquía apela a la
visión idealizada de la metalmecánica de mediados de siglo, su eje
estratégico ha sido el de engrosar las filas de los grupos económicos con
5. concesionarios propios y pactar con las corporaciones -nacionales,
extranjeras o globales que fuesen- organizadas alrededor de licencias de
corso otorgadas por el estado. En efecto, su éxito comunicacional ha
sido el de presentarse como defensora del estado frente al mercado: un
mensaje no sólo dirigido a los millones de ingenuos que creen que el
modelo hegemónico tercer-oligárquico acaba en algún tipo de revolución
irredentista, sino a los mismísimos sujetos corporativos, ante los que se
enfatiza la idea de que el poder económico en la Argentina depende
sobre todo de “la política”, aristotélica expresión. “Hemos puesto a la
Política en el corazón de los procesos económicos”, en palabras del
diputado Agustín Rossi que recuerdan a los agentes del mercado que el
poder económico en la Argentina depende de las decisiones del poder
político, lo que es aún más cierto en coyunturas de relativa bonanza en
el sector externo y el fiscal. De allí que los actores económicos actúen en
consecuencia a menos que la intervención estatal supere su umbral de
tolerancia, amenace sus propiedades o su acumulación de ganancias y
pueda ser enfrentada con éxito. Todos comprenden que el edificante
discurso del país parecido a Alemania y del capitalismo competitivo e
innovador enmascara la realidad de una industria que prefiere créditos
blandos, controles ambientales inexistentes, la ANSES y la CGT mirando
hacia otro lado y la AFIP apuntando hacia otros sectores, más aranceles
proteccionistas que desentonarán con el discurso integracionista pero
aseguran mercados cautivos. De allí que a pesar de que el mercado
brasilero es casi cuatro veces mayor que el argentino y el valor del Real
dobla el del peso, el industrialismo argentino no suele reclamar el
abatimiento mutuo de barreras para poder invadir con trabajo argentino
a nuestros vecinos, sino que se repliega en el más elemental
mercantilismo proteccionista que, en pleno siglo XXI, nadie pueda
imaginar.
LA BATALLA ENTRE LA SEGUNDA Y LA TERCERA OLIGARQUÍAS
Basta escuchar el discurso anticorporativo que emana el poder de hoy
para adivinar el contenido real de su lucha “anticorporativa”: el
reemplazo de la hegemonía de las viejas oligarquías y corporaciones por
las nuevas. Algunas de ellos son sobrevivientes momificados del pasado
nacional: gobernadores de provincias feudalizadas por el atraso
voluntario o jeque-arabizadas por el petróleo, barones de un conurbano
devastado por la descomposición social de los reductos territoriales de la
oligarquía industrial, caciques sindicales que creen haberse convertido
en la nueva burguesía nacional, capitanes de industria convertidos en
directores de los cruceros de placer en que navegan sus antiguos socios
y nuevos patrones. Otros son personajes casi enteramente nuevos, que
han obtenido poder, fama y dinero a través de su suceso televisivo, su
control de una organización deportiva, su ascenso en las instituciones
formales, su provisión de servicios (contactos, violencia, propaganda,
justificación ética) a la estructura dominante de poder. Se trata de una
nueva oligarquía cuyo centro es la más poderosa de las corporaciones
argentinas: la corporación política, globalmente rechazada en 2001 con
el argumento facilista del que-se-vayan-todos y retornada al poder en
6. una mutación digna de un ente de ciencia-ficción dada su capacidad de
engullir los reclamos contra ella y convertirlos en combustible propelente
de su nueva mutación. Se trata de la tercera oligarquía, cuyo programa
de autocelebraciones incluye, solo para este año, el Bicentenario, el
fútbol para todos y el triunfo en el campeonato mundial.
Para cualquiera que observe con atención, las madres de todas las
batallas, esto es: los conflictos alrededor de las retenciones y la ley de
medios, condensan la disputa entre esta tercera oligarquía con las
mutaciones de las hegemonías anteriores: la agropecuaria y la
industrialista, cuyos referentes ideológicos han sido los diarios La Nación
y Clarín, respectivamente. La gran diferencia, la enorme diferencia con
cualquier país en el cual la palabra progresismo tiene algo que ver con la
palabra progreso, es que aquí, en el choque entre sistemas
hegemónicos, los más recientes son los más obsoletos y antimodernos.
En efecto, la oligarquía vacuna se ha metamorfoseado en un sector
agrario competitivo y con empresas grandes, medianas y pequeñas que
incorporan conocimiento, información, innovación y comunicación a sus
producciones y por ello podrían subsistir en cualquier lugar del mundo
por sí mismas, sin ayuda ni prebendas del estado. Nada se parece más –
otra vez- a una moderna burguesía nacional que el campo, con su
orientación productivista y no especulativa, su apego a la inversión
tecnológica, su tendencia a la reinversión local de las ganancias y su
sustentamiento del trabajo nacional. La oligarquía industrialista ya está
peor, siendo hoy un mixto compuesto por pocas empresas
razonablemente competitivas y un enorme núcleo de compañías
vaciadas de capital físico y simbólico, que no podrían resistir un año en
ningún lugar del planeta, que subsisten gracias a los impuestos que
pagan otros y al trabajo en negro y los subsidios a la ineficiencia, y
cuyos empresarios multimillonarios viven del chantaje a la sociedad y a
los gobiernos con la amenaza de la desocupación.
La tercera oligarquía, claramente nucleada alrededor del poder del
kirchnerismo -nueva nave insignia del Pejota, gran Partido Conservador
del siglo XXI- es ya impresentable; ya sea por sus niveles de atraso
como de clientelismo y corrupción. Ante todo, resulta apabullante su
manifiesta incapacidad de liderar el país hacia el mundo y el futuro
mediante la formulación y aplicación de un proyecto progresista con
progreso que incorpore la Argentina a la globalizada sociedad de la
información y el conocimiento del siglo XXI, en lugar de seguir aplicando
esas ideas sólo al campo de los negocios privados mientras se entonan
declamaciones a la patria industrial y se trabaja para el fracaso del país,
único contexto en el que esa mediocridad excelente que ha caracterizado
la Argentina de los últimos veinte años puede permanecer al tope del
poder y la escala social.
La insistencia por presentar a sus actuales representantes en
contradicción furiosa con sus antecesores de la década pasada es
también significativa por la razón contraria, ya que se origina en el ansia
por encubrir las evidentes similitudes. Similitudes no sólo derivadas de
la demostrable participación de sus mayores dirigentes en ambas épocas
y por la continuidad de sus núcleos de apropiación del poder y la riqueza
7. (completamente independientes de su supuesta contradicción en el
plano discursivo-argumentativo-justificativo) sino evidentes en sus
estilos de vida, sus preferencias culturales y sus relaciones sociales. Una
elite que cambió a París por Miami como capital cultural de la República,
como señaló Edgardo Cozarinsky; y que cambia con gusto una velada en
el Colón por el baile del caño. Una elite “alla rovescia”, preocupada por
hacer de la mediocridad una causa nacional y de renunciar a todas sus
responsabilidades como clase dirigente recubriendo esa renuncia con
mitos populistas de identidad entre dirigentes y dirigidos que esconde
que la distancia entre Puerto Madero y la villa 31 es cada vez más
grande, a pesar de su vergonzante proximidad.
LA CUARTA OLIGARQUÍA
Ha sido la tercera oligarquía la que se ha llevado puestas las esperanzas
del país y de sus ciudadanos, y construido un sistema de mérito social
basado en el demérito individual; una suerte de filtro al revés que hace
que los más corruptos, autoritarios y obsecuentes sean los únicos
capaces de ascender la escalera del poder real. Ya no se aplica lo de “lo
mismo un burro que un gran profesor”. Lamentablemente, ahora son los
burros casi los únicos que prosperan. Cuando la tercera oligarquía
sostiene que los intereses corporativos se oponen al desarrollo nacional
y que “el problema del país son los ricos” dice la mitad de la verdad, ya
que omite que se trata de sus propios intereses corporativos y que
aquellos ricos que constituyen el principal problema nacional militan en
sus propias filas.
Es esto lo que está en juego en los próximos años, decisivos para la
Argentina desde que una cuarta oligarquía, más destructiva y feroz que
todas las anteriores, ha hecho su irrupción en la escena nacional. En
efecto, el proceso de cooptación de las elites de la tercera oligarquía por
las mafias del narcotráfico ha comenzado desde hace años y se acerca a
un punto de no retorno. El advenimiento de la cuarta oligarquía
amenaza así consolidar las peores características de la sociedad nacional
y someter a la Argentina a un proceso por el que ya ha pasado Colombia
y está pasando Méjico. He aquí otro divisor de aguas que supera en la
realidad nacional la polaridad del eje derecha-izquierda, definiendo el
carácter progresista o reaccionario de cada fuerza política y cada
dirigente empresarial, político o social, según su adhesión u oposición al
proyecto hegemónico derivado de la tercera oligarquía y que el anuncio
de la cuarta amenaza completar.
Es este el eje que explica el mapa de las últimas elecciones y definirá
también el de las futuras, entre los varios núcleos progresistas
razonablemente integrados a la producción global y que miran el futuro
y el mundo con esperanzas, y los restos en descomposición de la
Argentina del fracaso agrupados en torno al oficialismo, quienes
comprenden perfectamente que sólo éste puede darles la coordinación y
la cobertura política que necesitan para prolongar su hegemonía y
concretar, ahora sí, la entrega del país en manos de una corporación
criminal global.