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“Perspectivas Integradoras del Siglo XXI”
1. SANCHEZ MOLINA LUIS DAVID C.I.27891359
“Perspectivas Integradoras del Siglo XXI”
El año que acaba de finalizar nos trajo el último libro de Moisés Naím, El fin del poder
(The End of Power, Basic Books, 2013, 306 pages), el cual no dudamos en calificar desde
nuestra columna, como el mejor libro que leyéramos el año pasado. Sin dejar de pasar
revista a autores relevantes (Hobbes, Machiavelli, Nietzsche, entre otros) y sus diversas
aproximaciones a la idea del poder, Naím adopta una definición a los fines prácticos de su
trabajo, orientada a ayudar a entender lo que entraña obtener el poder, ejercerlo,
conservarlo y perderlo. A este efecto, define el poder como “la capacidad de dirigir ir
prevenir las acciones presentes o futuras de otros grupos o individuos”.
Para Naím los grandes retadores del poder en esta época provienen de los cambios que
se han producido en aspectos básicos de nuestra vida en sociedad, especialmente, en
cómo, dónde, por cuánto tiempo y qué tanto bien vivimos. En otras palabras, la manera
cómo se han afectado nuestros standards de vida y niveles de salud, bienestar,
tendencias migratorias, la vida familiar o en comunidades, y finalmente, las actitudes que
constituyen referencias esenciales para nuestras aspiraciones, creencias o deseos y la
manera en la cual nosotros pensamos en nosotros mismos y nuestros semejantes. Para
ilustrar estos cambios y la manera como ellos han influido en el poder y desembocado en
el decaimiento de su ejercicio, el autor echa mano de las siguientes tres categorías de
revolución que se habrían producido en el tiempo que vivimos. Trata de cómo entre los
grandes actores (gobiernos, ejércitos, empresas, sindicatos, etc.) el poder se dispersa
cada vez más. “El poder está fluyendo de los que tienen más fuerza bruta a quienes
tienen más conocimientos, de los países del norte a los del sur y de Occidente a Oriente,
de los viejos gigantes empresariales a empresas más jóvenes y ágiles, de los dictadores
aferrados al poder a la gente que protesta en las plazas y calles y, en algunos países
hasta comenzamos a ver cómo va pasando de hombres a mujeres y de los más viejos a
los más jóvenes”. En el siglo XXI, los gobiernos, personas, empresas, etc., con poder aún
existen pero éste es menor que el de sus predecesores, uno de los elementos influyentes
es que con anterioridad tenían menos rivales y menos limitaciones. Quienes poseen
poder, lo pueden afianzar por medio de las barreras que los protegen de rivales y
aspirantes, sin embargo, en los últimos treinta años las barreras se están debilitando, lo
cual se debe fundamentalmente a los cambios experimentados por el alcance, el estado y
las posibilidades de la condición humana en estos tiempos, por ejemplo, el crecimiento
2. económico de países pobres, los patrones migratorios, la medicina, la sanidad, la
educación e incluso las costumbres y actitudes culturales. Además el autor habla de que
hay mejores condiciones en el mundo, dice: “Hoy en día hay más gente en el planeta que
no pasa hambre, y millones de personas disponen de más tiempo y dinero para dedicarse
a otras cosas”. Durante décadas en distintos sectores, unas cuantas empresas
dominaban sus respectivos mercados, ahora eso ha terminado. No se trata de una lucha
únicamente entre grandes, ahora entran en juego nuevos actores que se rigen por nuevas
reglas, nuevos modelos de negocio y nuevas estrategias competitivas. En el mundo de los
negocios las personas al mando, es decir, aquellos que tienen los puestos más altos y por
tanto los encargados de tomar las decisiones de la dirección de las empresas también
han sufrido declives que se pueden observar: en el tiempo de conservar sus cargos, su
poder es más limitado, hay varias posibilidades de que ocurra algún evento que dañe su
reputación, las empresas se encuentran en mayor competencia, la seguridad laboral de
los máximos dirigentes empresariales es cada vez más precaria, etc. Pese a la crisis
financiera de 2008 y los contratiempos de los mercados globales, los fondos de capital
privado y los hedge funds se mantuvieron con fuerza. Las firmas de capital privado se
dedicaron a comprar empresas cada vez más grandes después de la recuperación de la
crisis de 2000, mientras que los hedge funds también se incrementaron cada vez más, por
ejemplo en 2012, los hedge funds participaron en la mitad de la negociación de
obligaciones en Estados Unidos, el 40% de la negociación de acciones y el 80% de la
negociación de la deuda. Este fenómeno fue similar, pero en menor medida en Europa y
Asia. En estos días es fácil equivocarse. La turbulencia geopolítica, las crisis económicas
y las convulsiones sociales se suceden a una velocidad que no da tiempo de pensar con
calma. En este ambiente tan revuelto, algunas de las ideas que han ganado mucha
popularidad están equivocadas. Estas son tres de ellas. Vladimir Putin es el líder más
poderoso del mundo. Por ahora. ¿Pero cuán duradero es el enorme poder que hoy
concentra? No mucho. La economía rusa, que no venía bien aun antes del conflicto con
Ucrania, se ha debilitado aún más debido a las severas sanciones impuestas por EE. UU.
Y Europa. El valor del rublo ha caído a su menor nivel histórico, la fuga de capitales es
enorme (74 mil millones de dólares tan solo en el primer semestre), la inversión se ha
detenido y la actividad económica se contrajo. El Kremlin ha debido echar mano a los
fondos de pensión para mantener a flote grandes empresas cuyas finanzas han
colapsado al perder acceso a los mercados internacionales. La producción de petróleo ha
bajado y las nuevas inversiones de las que depende la producción futura se han parado.
3. Por otro lado, el machismo bélico de Putin le ha dado nueva vida y mayor protagonismo a
una organización que él detesta y que estaba en vías de extinción: la Otán. Y esta
semana se confirmó el fracaso de Putin en detener el acercamiento de Ucrania a Europa
al ser ratificado por el parlamento de ese país y el de la Unión Europea un acuerdo de
asociación. Putin seguirá siendo un líder importante. Pero sus políticas económicas, sus
relaciones internacionales y su política doméstica son insostenibles. Obama fracasó. La
popularidad de Obama es la mitad de la de Putin. Su renuencia a intervenir de manera
mucho más agresiva en Siria, Ucrania o contra el Estado Islámico le ha valido severas
críticas. Su fracaso en lograr el apoyo del Congreso para aprobar leyes indispensables ha
hecho común afirmar que es un novato que no sabe manejar el poder o que EE. UU. Ya
no es, o no sabe actuar, como una superpotencia. Esta afirmación con frecuencia se basa
en una sobreestimación del poder de los EE. UU. Y en la creencia de que para que los
problemas sean solucionados, o atenuados, basta con que el presidente decida intervenir.
Esto nunca fue cierto, aunque antes el presidente americano gozaba de más libertad.
Pero el mundo cambió, y el poder ya no es lo que era. Aun el presidente de EE. UU. Tiene
menos poder que el que tenían sus predecesores. Desde esta perspectiva, Obama se ha
manejado mucho mejor de lo que le conceden quienes creen que su cargo confiere
poderes casi sobrehumanos. China es la próxima superpotencia del planeta. Es inevitable
que dentro de unos años China tenga la más grande economía del mundo. Sus fuerzas
armadas también están creciendo rápidamente, así como su protagonismo internacional.
Su capacidad para llevar a cabo grandes obras de infraestructura es también
incuestionable. Esto hace que muchos supongan que será la nueva potencia hegemónica
del siglo 21. Yo no lo creo. Sabemos que existen dos Chinas: una industrializada,
moderna, de gran dinamismo económico. Pero también sabemos que hay una China
pobre, y con enormes necesidades insatisfechas de vivienda, salud, educación, agua,
electricidad, etc. El ingreso del 48 % de la población que vive en esta China más pobre y
rural es un tercio de lo que ganan sus compatriotas en las ciudades. Sorprende, además,
que, a pesar de sus éxitos, su gobierno muestra una gran inseguridad. Gasta más en
seguridad interna que en la defensa externa, por ejemplo. Un tercio del territorio Chino,
Tíbet y Xinjiang, vive en una crónica ebullición política a la que Pekín responde con fuerte
represión y permanente intervención militar. Y los esfuerzos gubernamentales por
controlar la información, censurar internet y limitar el libre intercambio de ideas ya son
legendarios. Este ambiente inhibe la innovación, ingrediente indispensable para que un
4. país tenga éxito. Es obvio que China tendrá cada vez más peso en la economía y la
política del mundo. Pero no será la potencia dominante.