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EJERCICIOS ESPIRITUALES 2015
0. MEDITACIÓN INTRODUCTORIA
1. LA HISTORIA DE ELÍAS.
Empecemos leyendo el texto de 1 Reyes 19,1-16. Para comprender este texto debemos tener
presente lo que pasa antes. En el capítulo anterior leemos la victoria de Elías sobre los profetas de Baal:
Elías es el único que consigue fuego del cielo (¿un relámpago?) que encienda la hoguera para el sacrificio.
Esto, este éxito, tenía que facilitar la consolidación de la fe en Yahvé, el Dios de Israel. Pero la reina Jezabel
se pone a favor de Baal (que era el dios de los nativos de Palestina), y obliga a Elías a huir al desierto. Y allí
Elías se encuentra solo y desesperado. Y pide a Dios la muerte.
 Releemos 19,1-4: Ajab contó a Jezabel lo que había hecho Elías, cómo había pasado a cuchillo a los
profetas. Entonces Jezabel mandó a Elías este recado: Que los dioses me castiguen si mañana a estas
horas no hago contigo lo mismo que has hecho tú con cualquiera de ellos. Elías temió y emprendió la
marcha para salvar la vida. Llegó a Berseba de Judá y dejó allí a su criado. Él continuó por el desierto,
una jornada de camino, y al final se sentó bajo una retama y se deseó la muerte: ¡Basta, Señor!
¡Quítame la vida, que yo no valgo más que mis padres!
Presenta la crisis moral de Elías: vive en una situación de aburrimiento total, lleva una vida falta
de sentido y llena de miedo. Podemos pensar en nosotros mismos, que quizás también hemos
tenido momentos difíciles. Y quizás, como Elías, también a causa de la fe. Y como esta
experiencia podemos leer otras en la Biblia: por ejemplo, en Job 17.
 Releemos 19,5-8: Se echó bajo la retama y se durmió. De pronto un ángel le tocó y le dijo:
¡Levántate, come! Miró Elías y vio a su cabecera un pan cocido (en las brasas) y un jarro de agua.
Comió, bebió y se volvió a echar. Pero el ángel del Señor le volvió a tocar y le dijo: ¡Levántate, come!
Que el camino es superior a tus fuerzas. Elías se levantó, comió y bebió, y con la fuerza de aquel
alimento caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios.
El Espíritu de Dios quiere recuperar a Elías. Dios le ayuda inicialmente, le da los
elementos necesarios, le dice: “Levántate y come, porque el camino es demasiado largo para ti”. Y
Elías come, duerme y camina, y hace una gran experiencia de fe, en la montaña del Horeb, parecida
a la que hizo Moisés en la montaña del Sinaí.
 Releemos 19,9-10: Allí se metió en una cueva donde pasó la noche. Y el Señor le dirigió la palabra:
¿Qué haces aquí, Elías? Respondió: Me consume el celo por el Señor Dios de los Ejércitos, porque los
israelitas han abandonado tu alianza, han derruido tus altares y asesinado a tus profetas; sólo quedo
yo, y me buscan para matarme.
Dios le pregunta: ¿Qué haces aquí? ¿Qué anhelas de veras? Dios espera que nos
desahoguemos en él...
 Releemos 19,11-16: El Señor le dijo: Sal y ponte de pie en el monte ante el Señor. ¡El Señor va a
pasar! Vino un huracán tan violento, que descuajaba los montes y hacía trizas las peñas delante del
Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento vino un terremoto, pero el Señor no
estaba en el terremoto. Después del terremoto vino un fuego, pero el Señor no estaba en el fuego.
Después del fuego se oyó una brisa tenue: al sentirla, Elías se tapó el rostro con el manto, salió afuera
y se puso en pie a la entrada de la cueva. Entonces oyó una voz que le decía: ¿Qué haces aquí, Elías?
Respondió: Me consume el celo por el Señor Dios de los Ejércitos, porque los israelitas han
abandonado tu alianza, han derruido tus altares y asesinado a tus profetas; sólo quedo yo, y me
buscan para matarme. El Señor dijo: Desanda tu camino hacia el desierto de Damasco, y cuando
llegues, unge rey de Siria a Jazabel, rey de Israel a Jehú, hijo de Nimsí, y profeta sucesor tuyo a
Eliseo, hijo de Safat, de Prado Bailén.
Y Dios se le manifiesta. Aparecieron el huracán, el temblor de tierra y el fuego... pero Dios
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no estaba en ellos. Y, finalmente, llegó “el susurro de una brisa suave”: se trata de una experiencia
espiritual, porque Dios es amoroso e íntimo, y debe discernir su presencia. Y el Señor inicia el
diálogo con Elías. Él le presentaba sus desgracias, pero el Señor le encomienda otras cosas: “Anda,
vuelve por tu camino”. No un camino repetido, sino renovado. El camino que nosotros
emprenderemos cuando terminen estos días de retiro, para vivir la fe en comunidad, y para
comunicar a otros la responsabilidad de actuar.
2. NOSOTROS, ESTOS DÍAS.
Entendemos la postura de Elías (aunque nadie nos haya condenado nunca a muerte). Y como a él,
nos gustaría ver grandes manifestaciones de Dios (nos van los truenos, los relámpagos y las
tormentas), sin pararnos a escuchar con calma su voz. Acostumbramos a pedir soluciones a nuestros
problemas, pero no le preguntamos qué espera él de nosotros. ¡En vez de acoger su manifestación (que
nos llega con frecuencia en la brisa suave), queremos que actúe inmediatamente y a nuestro modo!
De la misma manera como Elías escuchó a Dios en el “susurro de una brisa suave” y aclaró lo que
debía hacer, nosotros disponemos de estos días de retiro para escuchar al Señor y aclarar cuál debe
ser nuestra actuación en el futuro.
Y debemos pedirlo en la oración: “Señor, estos días me acerco a ti para que me reveles tu
voluntad. No espero soluciones fáciles, más bien quiero aclarar la respuesta. Confiando en tu Palabra, te
pido la gracia de saber obedecerla”.
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1. MI HISTORIA
1. CUESTIÓN PREVIA.
Para empezar, una cuestión fundamental a tener en cuenta. Las pistas que ahora daremos no son la
oración. La oración la hace cada uno, inmediatamente después de las pistas, procurando
entrar con rapidez: vayamos al lugar en el que mejor nos sintamos, aunque sin gastar demasiado tiempo
en buscarlo y sin dedicarnos a cambiar de lugar; y ahorrándonos comentarios por el camino, para que no
se trunque el clima de paz y de intimidad que queremos dar a estos días.
2. DOS VISIONES EN LA BIBLIA.
La Biblia tiene dos visiones de Dios. Estos días nos puede ser útil tenerlo en cuenta. Se trata de dos
visiones complementarias, y juntas forman lo que podríamos llamar “historia de la fidelidad de Dios”.
 Una es la visión tardía de los últimos siglos de la historia israelita, la época que se conoce
como postexilio. Afecta la última parte del Antiguo Testamento y también, parcialmente, el mismo
Nuevo Testamento.
Fue escrita bajo la influencia de la cultura griega (muy racionalista), extendida en esos
momentos por todo el gran imperio griego y después por el imperio romano. Una cultura mucho más
poderosa que la cultura de Israel.
Esta visión presenta a Dios como “principio y fin de toda realidad”: infinito, omnipotente,
creador de todas las cosas —porque Alguien las ha hecho—.
Esta visión es la que marcó hasta la generación de nuestros padres y quizás aún algo la nuestra.
Podemos leer textos escritos bajo esta visión en Sab 13,1-9. Dios, así, es la explicación última
de la realidad. Porque en aquella época se pretendía responder a la pregunta fundamental de la
existencia, pero no de la existencia de Dios, sino de la existencia del hombre. Por esta vía
descubrimos la importancia del mundo, porque el mundo nos hace pensar mucho en Dios: la órbita
del sol y la cantidad de galaxias, la multitud de estrellas y la luminosidad de los luceros... Y nos lleva
a orar: “Señor: que yo te conozca y me conozca yo mismo; y que no me dé tanta importancia...”.
 La otra visión se fundamenta en la experiencia del Éxodo, que podemos encontrar
concentrada en Deut 26,5-10, el “credo” más antiguo que conocemos del pueblo de Israel y que
encontramos en la Biblia.
Allí vemos un pueblo pequeño y nómada que habla de Dios, desde la experiencia vivida de
liberación.
Dios se relaciona de tú a tú con las personas: es el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob,
el Dios que viene a liberar (Ex 3,1-16). Y esto llega a un punto cumbre, Jesucristo, que libera ahora
e, incluso, después de la muerte.
Este Dios se mantiene fiel a la Palabra dada: “Dios ha visitado a su pueblo con entrañas
de misericordia” (Lc 1,68-79). Porque, según ha dicho Jesucristo, Dios es el Dios del amor, la
confianza y la ternura, que nos hace libres y adultos, que se ha involucrado en nuestra
vida concreta.
3. VAMOS EN BUSCA DE DIOS.
Si nosotros buscamos Dios, nos irá bien fijarnos, no en nuestras preguntas, sino en nuestra
historia. Porque en ella encontraremos la relación concreta de Dios con mi vida: una relación de
amor y de fidelidad a mi persona, una relación que podré captar si la contemplo con la misma mirada
de Israel y de Jesucristo.
Porque, si hoy nos preguntamos: ¿quién soy yo? (condicionados por la familia, la cultura y el
ambiente donde hemos vivido, pero también con los márgenes de libertad que hemos ido adquiriendo), no
es para hacer una aproximación psicológica, sino que se trata de adquirir un conocimiento sabio y
profundo de nosotros mismos, que tendremos que pedir al Señor diciendo: “¡Haz que te conozca y me
conozca, Señor!”
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Hoy tendríamos que poder asumir nuestro pasado, para que, enraizados en el presente, podamos
proyectarnos hacia el futuro.
4. EL TRABAJO QUE AHORA HAREMOS CADA UNO.
Ahora (después de haber encontrado el lugar y la postura adecuada del cuerpo), que cada uno haga
antes que nada una plegaria de petición: “Que sepa estar disponible, que se haga en mí según tu
palabra, que no siga encerrado en mí mismo”.
Después, podemos repasar nuestra vida (o, si ya lo hemos hecho últimamente, sólo los últimos
años):
 La infancia, que es una etapa que marca mucho: el hogar y los padres, la escuela, la primera
comunión... los juegos, las ilusiones, las excursiones...
 La adolescencia: los cambios que viví, el descubrimiento del propio yo, los primeros
enamoramientos...
 La juventud: el final de los estudios y el inicio del trabajo, luchas, sentimientos, militancia...
 La vida adulta: familia, trabajo, vida en el pueblo o en el barrio... las cosas intensamente
vividas...
 Mi momento actual y Dios: aquí, hoy, estos momentos de parada... ¿qué quiero encontrar? ¿qué
espero?
En este repaso debemos procurar ser abiertos, espontáneos y sinceros, y procurar escribir nuestras
reflexiones, porque eso ayuda.
Irá bien dejar que emerjan los hechos agradables, que merecen ser recordados, y, en cambio, lo que
no nos gusta limitarse simplemente a anotarlo, sin entretenernos en ello. Y preguntarnos: ¿cuáles son las
constantes de Dios en mi vida? ¿Cómo ha ido evolucionando en mí la imagen de Dios? ¿Qué le
agradezco cordialmente a Dios? Personas que me han ayudado, éxitos principales que he tenido, decisiones
importantes que he tomado...
Se trata de disfrutar de todo lo bueno (de Dios) que ha habido en nuestra vida. Creyendo
que en todo ello Dios se hacía, y se hace, presente: este es su don. Y orando: con el salmo 139 (138):
“Señor, tú me escrutas y me conoces”.
Señor, tú me sondeas y me conoces;
sabes cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras en mis pensamientos;
distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares.
No han llegado las palabras a mi lengua,
y ya, Señor, te las sabes todas.
Me envuelves por todos lados,
me cubres con tu mano.
Tanto saber me sobrepasa,
es sublime y no lo abarco.
¿Adónde puedo ir lejos de tu aliento?
¿Dónde puedo escapar de tu mirada?
Si escalo el cielo, allí estás tú;
si me acuesto en el abismo, allí te encuentro;
si vuelo hasta el margen de la aurora,
si emigro hasta más allá del mar,
tu mano me alcanzará.
Si digo: que al menos la tiniebla me cubra,
que la luz se haga noche en torno a mí;
ni la tiniebla es oscura para ti,
la noche es clara como el día.
Tú has creado mis entrañas,
me has tejido en el vientre de mi madre.
Te doy gracias,
porque me has formado portentosamente,
porque son admirables tus obras;
conoces hasta el fondo de mi alma,
no desconoces mis huesos.
Cuando en lo oculto me iba formando
y entretejiendo en lo profundo de la tierra,
tus ojos veían mis acciones,
se escribían todas en tu libro;
calculados estaban mis días
antes de que llegase el primero.
Señor, sondéame y conoce mi corazón,
ponme a prueba y conoce mis sentimientos,
mira si mi camino se desvía,
guíame por el camino eterno.
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2. MI PRESENTE
1. REPASANDO LA VIDA.
La meditación de ayer es muy importante y deberíamos terminarla si no hemos tenido suficiente
tiempo. Nos ha hecho más conscientes de que la vida es concreta, irrepetible, y que lo que hemos vivido ya
no volverá. Y hemos visto también como nuestra vida está vinculada a otras personas, y Dios se ha metido
dentro de ella, y todo nos ha hecho ser quienes somos, aunque algunas cosas recibidas las hubiésemos
querido diferentes.
2. EL PLAN DE DIOS.
Nosotros queremos contemplar nuestra vida con la misma mirada de Dios.
Él tenía un proyecto de creación y lo puso en marcha. Se encuentra en el origen de todo (Gén
1,1-2: “Al principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era un caos informe; sobre la faz del abismo, la
tiniebla. Y el aliento de Dios se cernía sobre la faz de las aguas”). Él se comunica y se introduce en
todo: nosotros mismos somos fruto de su amor, y cada uno de nosotros es llamado a vivir en plenitud, con
unas relaciones correctas, a nivel personal y comunitario. Porque “la gloria de Dios es que el hombre viva”,
como ya dijo hace muchos siglos san Ireneo.
Porque él se propuso un objetivo final: la realización plena de todo el universo, un objetivo
que aún hoy no se ha alcanzado, ni mucho menos. Podemos leer Ef 1,3-14 (¡pero entendiéndolo bien, no
como si todos estuviésemos predestinados y sin libertad para decidir!).
Queremos contemplar nuestra vida para descubrir si encaja con el plan de Dios, o más
bien avanza por otros caminos. Por eso queremos valorar ahora el momento presente, que se mueve entre
un pasado que ya no se puede cambiar, y un futuro que está sometido a muchos condicionamientos.
El presente es lo que ahora tenemos entre manos. Pidamos al Señor que nos ayude a asumir el
presente de nuestra vida. Nos puede ayudar el salmo 25 (24).
3. VIVIMOS EN TENSIÓN.
Estamos condicionados por la herencia recibida (genética, afectiva, cultural, social...), pero no del
todo: tenemos un margen de decisión. Queremos ser personas “tan libres como sea posible”. ¿Qué quiero
hacer de mi vida, en lo que dependa de mí?
Tengo muchas posibilidades:
 Puedo vivir para mí mismo, de una manera egoísta e impía, que menosprecia a los demás y
los utiliza y explota para sacar algún provecho: Sb 1,16 (“Pero los impíos con las manos y las
palabras llaman a la muerte; teniéndola por amiga, se desviven por ella, y con ella conciertan un
pacto”); Lc 12,13-21 (“¡Necio!.. Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece ante
Dios”); Lc 16,19-31 (el rico Epulón y Lázaro, el pobre). Así, puedo llegar a perder el sentido
humanitario de la vida.
 Puedo llegar a vivir para unos ídolos, dada nuestra tendencia a transformar el Dios de la
vida en ídolos de muerte. Queremos controlar a Dios y hacerlo a nuestra imagen, y eso es
reducirlo a un ídolo: Sb 13,10-19 (ídolos son las cosas humanas que ocupan el lugar de Dios);
Ex 32,1-23 (no tardamos a sustituir a Dios para que responda a nuestros intereses). Todo el
mundo es capaz de fabricar ídolos, aunque en nuestra época sean diferentes de los de antes:
modas, deportes, fans, política... los fundamentalismos, los integrismos... el cultivo del propio
cuerpo, la voluntad de participar en la alta sociedad...
 Puedo vivir también para otras personas. Encontrando en el amor a los demás el sentido
de la vida: 1 Co 13,1-7 (poema sobre el amor); Rm 12,1-21 (concreciones del amor cristiano).
Y haciéndonos prójimos de los que tenemos más cerca (Lc 10,30-37).
4. PISTAS PARA LA MEDITACIÓN.
Centrémonos en el momento presente de nuestra vida, y pidamos a Dios que nos ayude
a tomar conciencia. Se trata de repasar cuál es mi situación en este momento:
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 Fijándome en mi situación personal (familiar, de trabajo o estudio, de relaciones en el
trabajo o con los amigos...).
 Intentando definirme a mí mismo como persona (temperamento, talentos, limitaciones...).
 Aclarando a quién amo realmente: ¿tengo suficiente madurez para amar? ¿cómo amo? ¿me
aman? ¿quién me ama? ¿me amo a mí mismo (que también es importante)?
 Preguntándome: ¿me acepto a mí mismo? ¿acepto a los demás? ¿me siento aceptado por
los demás? ¿qué valoro más de mí mismo? ¿por qué lo valoro? ¿qué imagen doy como
persona? ¿cómo me ven los demás?
También irá bien examinar cuáles han sido los ídolos de mi vida:
 ¿Qué se ha hecho de ellos?
 ¿Cuáles son ahora mis ídolos?
 ¿Qué provocan en mí?
 ¿Me siento atrapado por el consumismo idolátrico?
 ¿Por qué estoy poco disponible para los demás?
Sin olvidar que Dios ama a las personas concretas, con sus virtudes y miserias. Y quiere
salvar a los hombres concretos (¡me quiere salvar a mí!) renovando la persona concreta,
renovando, incluso, su espíritu: Ez 11,19-20 (“pondré en ellos un espíritu nuevo”); Rm 8,15-17 (“no
recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos
adoptivos”). Y nos quiere ayudar desde nuestra identidad (Flp 2,5-8).
Hecho este repaso, ahora se trata de mirar hacia delante, pensando que el futuro depende en gran
parte de lo que yo haga “ahora”. ¿Por qué causa daría yo ahora la vida? Si sigo como hasta el
momento, ¿qué puedo esperar del futuro? ¿Qué más podría esperar de mi vida?
Se trata de ver si realmente quiero poner los medios necesarios para responder al designio amoroso
de Dios sobre mí. ¿He de tomar algunas decisiones? ¿Qué pido a Dios sobre mi futuro?
Será bueno terminar la meditación leyendo y rezando con 1 Juan 4,7-16.
“Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido
de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor. En esto se
manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios mandó al mundo a su Hijo único, para que
vivamos por medio de Él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino
en que Él nos amó y nos envió a su Hijo, como víctima de propiciación por nuestros pecados.
Queridos: Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros.
A Dios nadie le ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor
ha llegado en nosotros a su plenitud.
En esto conocemos que permanecemos en Él y Él en nosotros: en que nos ha dado de su
Espíritu. Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo, para ser
Salvador del mundo. Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios.
Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en Él. Dios es amor y quien
permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él”.
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3. EL PLAN DE DIOS
1. MIRARNOS A NOSOTROS MISMOS.
Al principio de la tarde nos hemos mirado a nosotros mismos. Releyendo mi pasado, me he
fijado en lo que ahora soy, y han aparecido también algunos deseos de futuro. He procurado descubrir las
huellas de Dios en el camino de mi vida, y cómo ha evolucionado mi relación con Dios y la manera de
entenderlo.
Es de esperar que esto se haya hecho con paz y serenidad, sin ninguna clase de nervios,
disfrutando lo máximo posible, y reviviéndolo como don de Dios que me hace vivir con gozo y
responsabilidad y que me hace sentir coparticipante con él en el día a día.
Todo esto lo intentamos vivir en la oración. La oración nos ayuda a hacer que todo esto no sirva
solamente para conocernos un poco más a nosotros mismos, sino, y sobre todo, para experimentar a
Dios presente en nuestra vida. Porque él ha estado, está y estará presente.
2. NUESTRA HISTORIA, DENTRO DEL PLAN DE AMOR DE DIOS.
Precisamente es este último punto el que ahora queremos profundizar. Sólo encontraremos el
sentido profundo de nuestra vida si la enmarcamos en el plan de amor que Dios ha previsto
para mí y para nuestro mundo. Porque, en el recorrido de nuestra historia, probablemente habremos
encontrado de todo: anhelos e inquietudes, momentos de gozo y de oscuridad, ilusiones e insatisfacciones,
ganas de vivir y contradicciones. Y queremos descubrir cómo todo lo que teje nuestra vida no es extraño ni
desentona completamente dentro de este plan universal de Dios; es esta realidad tan rica, pero
también tan compleja, y Dios la asume, Dios quiere que forme parte de otra realidad aún más
compleja: el Universo y la Humanidad de la que formamos parte.
Puede ayudarnos en la oración leer el texto de Rom 8,18-39. Primero entero, y después fragmento
a fragmento.
 Versículos 18-22: Sostengo además que los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un
día se nos descubrirá. Porque la creación, expectante, está aguardando la plena manifestación de los
hijos de Dios, ella fue sometida a la frustración, no por su voluntad, sino por uno que la sometió; pero
fue con la esperanza de que la creación misma se vería liberada de la esclavitud de la corrupción, para
entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que hasta hoy la creación entera
está gimiendo toda ella con dolores de parto.
Estos versículos nos pueden ayudar a dar un paso más en el análisis de nuestra realidad. Nos
invitan a salir de nuestro individualismo; porque no somos seres aislados, tenemos
muchos vínculos con todas las personas, pero también formamos parte del universo
creado. Es la creación entera (y no sólo nosotros) la que “gime y sufre dolores de parto”. Porque la
creación aún se está haciendo, Dios no ha cerrado el proceso creador, que inició el sólo pero
que después ha querido compartir con todos nosotros, hombres y mujeres, poniendo en
el centro el amor, y sabiendo que nosotros mezclaríamos el bien y el mal, la
construcción y la destrucción.
Estos versículos también nos invitan a tener, desde la fe, una visión de globalidad, que
conecta muy bien con la globalidad planetaria que vivimos cada vez más, con nuestra Europa que
tiende a unirse, con las reuniones y conferencias mundiales sobre la energía o los recursos, con la
preocupación por el despilfarro de la naturaleza... y todo esto por encima de nuestra individualidad
cultural y religiosa. Caminamos hacia la mundialización desde las diferencias entre Norte y Sur, entre
Primer y Tercer o Cuarto Mundo... unas diferencias que crean injusticias y pueden conllevar guerras
o desastres ecológicos, o pueden provocar enfermedades incurables o evasiones empobrecedoras. Y
no tendría que ser así.
 El versículo 23 dice: También nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos
gemimos en nuestro interior anhelando ser plenamente hijos de Dios, la redención de nuestro
cuerpo.
Precisamente porque tenemos las primicias del Espíritu, podemos conocer con gozo
todo este plan de Dios y su globalidad. Y, cuanto más nos abrimos al Espíritu, más podemos
disfrutar de esta riqueza de la que formamos parte: una historia de millones de años que ha generado
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diferentes razas, culturas y religiones: una naturaleza sorprendente en paisajes y recursos; el
universo que cada vez descubrimos como más inmenso; la grandeza de la inteligencia del hombre
que contribuye al progreso del mundo...
Con esta consciencia de hijos, nos sentimos hermanos entre nosotros y
experimentamos el amor del Padre: que nos ama inmensamente, desde antes de existir
nosotros mismos; que nos ama personalmente, aunque su plan sea tan inmenso; que nos ama
concretamente, y se hace uno de nosotros en Jesús de Nazaret. Y nos damos cuenta de que Dios
comunica su Espíritu de formas diferentes, para que vitalice la historia de cada pueblo, y que nos
revela a nosotros su Trinidad, su realidad plural que encuentra la unidad en el amor entre las tres
personas.
 En los versículos 24-25 (Porque nuestra salvación es en esperanza. Y una esperanza que se ve, ya
no es esperanza. ¿Cómo seguirá esperando uno aquello que se ve? Cuando esperamos lo que no
vemos, aguardamos con perseverancia) nos damos cuenta de que es a través de nuestra
historia, tan antigua y compleja (tan contradictoria, a veces), y al ritmo del tiempo, que
hemos sido salvados individualmente y que nos salvamos y realizamos colectivamente,
aportando y entorpeciendo a la vez, recibiendo mucho de bondad y haciendo, a veces, el
mal. Si tenemos claro este horizonte, todos los hechos de nuestra vida y todos los hechos sociales,
veremos que están en la misma línea y contribuyen al plan de Dios. Pero el plan de Dios no ahorra
errores, sufrimientos y esfuerzos, como vemos claramente en la persona de Jesús de Nazaret. Si nos
los ahorrara, no sería una fe enraizada en la vida. Y la fe es precisamente eso: vivir y
experimentar que Dios nos ama y nos acompaña en medio de esta complejidad, y
nosotros tejemos nuestra liberación en esta realidad: asumiendo sus contradicciones (y
pasando por la muerte), pero con la certeza de que no seremos vencidos, ya que Dios
nos resucitará.
 Los versículos 26-27 (el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos
pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables. Y el
que escudriña los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es
según Dios) nos dicen que el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza, y nos ayuda más
allá de lo que somos capaces de pedir, y nos hace ser todo lo que podemos ser, cada vez
con más conciencia, con unos horizontes cada vez más amplios, y constructores, en medio de la
cotidianidad, de esta historia.
 Versículos 28-30: Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman: a
los que ha llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser
imagen de su Hijo, para que Él fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los
llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó.
Nos da su Hijo y nos aporta un nuevo sentido en medio de esta larga historia:
mostrándonos el sentido universal de vivir y revelándonos un Dios-Padre que nos
hermana a todos en igualdad y dignidad, tanto a los que viven en la tribu más escondida como
los de la gran ciudad, tanto al maestro espiritual como al pecador.
Dios nos enseña la posibilidad de vivir en plenitud, en medio del universo,
cooperando en el plan de Dios, y en relación personal con él, a pesar de todas las
contradicciones. Porque de Dios no podemos decir gran cosa, pero nuestra naturaleza está hecha
para compartir con él.
 Finalmente llegamos a los versículos 31-39: ¿Cabe decir más? Si Dios está con nosotros, ¿quién
estará contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros,
¿cómo no nos dará todo con Él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? ¿Dios, el que justifica? ¿Quién
condenará? ¿Será acaso Cristo que murió, más aún, resucitó y está a la derecha de Dios, y que
intercede por nosotros? ¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la
persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? Como dice la Escritura: Por tu
causa nos degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza. Pero en todo esto vencemos
fácilmente por aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles,
ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna, podrá
apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.
Si Dios está en favor nuestro, ¿quién estará contra nosotros? ¿Quién nos podrá
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separar del amor de Cristo? Nada ni nadie no nos podrá separar de este plan de amor: ni las
contradicciones, ni las dudas; ni los fracasos, ni los errores, humanos, sociales, de la técnica...; ni los
momentos duros de la vida, accidentes, enfermedades propias o de la familia, problemas
económicos...
Solamente nosotros mismos, si nos cerramos a la acción del Espíritu, nos podemos
apartar del plan de Dios. En cambio, si le abrimos el corazón, seremos capaces de salir de nuestro
pequeño mundo (incluso del grupo, de la familia, de la cultura...). Salirse no quiere decir no conocer
y no amar lo que nos es próximo, porque si uno no conoce ni ama lo que es suyo, no será capaz de
conocer y amar el mundo, que es de lo que se trata. Hace falta que vivamos la riqueza del Universo
y la Creación entera, sentirnos amados en ella y sentirnos amándola.
Si nos abrimos al Espíritu, tendremos su ayuda que nos hará vivir como personas:
hijas de amor, hermanas de Jesús, transformadoras de este mundo hacia el Reino de Dios.
3. ENSANCHAR HORIZONTES.
Ahora, en el silencio y en la oración personal, releamos este texto y dejemos que Dios nos
hable, por medio de su Palabra o quizás por medio de la contemplación de la naturaleza, de la
que formamos parte. Pongámonos manos a la obra y preguntémonos:
 ¿Qué amplitud de vida tengo? ¿Cómo me formo? ¿Cómo me informo? ¿Cómo participo de las
cosas? ¿Soy consciente de que avanzo o retrocedo con todo el universo, y no aisladamente?
 ¿Qué comunión de vida siento con las personas que son diferentes a mí, con los otros pueblos,
con la naturaleza, con el universo entero? ¿Amo de veras la vida con toda esta riqueza?
 ¿Soy consciente de que Dios me ama en cualquier circunstancia?
Dialoguemos con el Espíritu para que él ensanche nuestros horizontes, enriquezca
nuestra experiencia, y nos deje captar más a fondo el plan de Dios y nuestro lugar en este
plan. Porque, pese a ser como un grano de arena, soy muy importante.
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4. LA ORACIÓN PERSONAL
Toda oración es “personal”, por ser un acto o una función típicamente humana,
realizada por la persona del orante, y por poner al orante en comunión y comunicación con la
persona divina. Imposible, por eso, una oración maquinal o despersonalizada, realizada por técnicas o
mecanismos subrogados de la persona. En la oración, la persona es insustituible, tanto en las formas
humildes (rezos, ritos y gritos del hombre primitivo), como en las altas manifestaciones de la oración
mística.
1. EL HECHO EVANGÉLICO.
En el Evangelio no es un episodio esporádico sino un hecho reiterado y constante el
encuentro o el diálogo a solas de un hombre o una mujer con Jesús, para solicitar el
misterioso poder divino que reside en la persona del Señor. Por ejemplo: “Señor, si quieres,
puedes limpiarme” (súplica del leproso); “Jesús, hijo de David, ten compasión de mí” (el ciego); “Señor,
dame de tu agua” (la mujer de Samaria); “Señor, si hubieras estado aquí, Lázaro no hubiera muerto”
(Marta). O el gesto secreto y los deseos de la hemorroisa. O el caso más ejemplar de todos, el de la Madre
de Jesús en Caná: “¡No tienen vino!” En cualquiera de esos casos, una mujer o un hombre se separa en
cierto modo del grupo que rodea a Jesús, para dirigirle una súplica en él “a solas” de una gran inmediatez
humana. Son simples paradigmas de la oración personal cristiana.
El mismo Jesús reconoce la validez e importancia de la oración personal, como un tú a
tú en el que se quisiera hacer más personal la acción de gracias y la alabanza a Dios Padre:
“Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre,
que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6,6).
2. QUÉ ES: EN QUÉ CONSISTE LA ORACIÓN PERSONAL.
Es, ante todo, la expresión propia e inconfundible del cristiano en cuanto hijo de Dios
singular e inconfundible, dotado de voz y sentimientos propios cuando se abre al diálogo con
el Padre-Dios, lo mismo que tiene voz y modulaciones propias e inconfundibles cuando se pone al habla
con sus hermanos los hombres. Según san Pablo, “en las entrañas de cada renacido se ha derramado el
Espíritu, para que digamos Abbá, Padre” (Rom 5,5).
No es una oración sin dimensión eclesial, desgajada de la comunidad. La oración personal del
cristiano se produce en la Iglesia, o bien en la comunidad materialmente reunida, pero sin
asumir forma comunitaria. Responde a la doble condición privilegiada del “renacido en Cristo”: ser
miembro del cuerpo místico de Jesús y no poder orar fuera de Él; pero a la vez ser persona, hijo del Padre,
responsable insuplantable ante Dios.
Nuestra oración personal se produce a impulso de dos resortes secretos: actúa el profundo
sentido de trascendencia e indigencia que pulsa en lo más hondo del espíritu creado (“¡nos
hiciste, Señor, para ti...!”), y a la vez actúa el sacerdocio universal del cristiano; la oración es su
acto sacerdotal por excelencia, en unión con Cristo, único y sumo sacerdote.
3. CÓMO ES: CARACTERÍSTICAS DE LA ORACIÓN PERSONAL.
1. Es libre: no condicionada por ritos, fórmulas, gestos o ambientes preestablecidos. Abierta a la
creatividad o a las opciones de cada orante. Bajo la acción del Espíritu.
2. Está fuertemente identificada con el orante: lleva los rasgos psicológicos de éste, y es reflejo
directo de su persona, de su historia de salvación, de la coyuntura presente, así como de su
sensibilidad fraterna, humanitaria, eclesial...
3. Es índice de la vida espiritual del orante, de su crecimiento en Cristo, así como también
de su crecimiento y experiencia humana: es diversa la oración personal del niño y la del
adulto; diversas la del aprendiz y la del contemplativo macerado por la experiencia de Dios.
11
4. Es sumamente variada y cambiante: está expuesta a los altibajos y riesgos que corre la
persona del orante; a su pobreza o a su riqueza interior; a su mayor o menor apertura y
disponibilidad a la acción del Espíritu.
4. SUS POSIBILIDADES.
1. Tiene espacio y modulaciones ilimitadas: puede florecer en todo tiempo y lugar; puede
expresarse simultánea o sucesivamente en todas las tonalidades de la oración cristiana, y asumir
cualquiera de sus típicos contenidos: alabanza, súplica, acción de gracias, expiación, ofertorio,
intercesión...; realiza la doble consigna evangélica: “orar siempre”, y no necesariamente en “el
templo o en el monte, sino en espíritu y en verdad”. Es posible en el trabajo y en la calle, de acuerdo
con las dos fórmulas clásicas: el “ora et labora”, y la práctica de la “presencia de Dios”.
2. Es susceptible de un desarrollo ilimitado, desde las formas más rudimentarias (rezo,
jaculatorias...) hasta la inmersión en la contemplación perfecta.
3. No sólo es compatible con las otras formas de oración (de grupo, litúrgica, etc.), sino que
se nutre de ellas, especialmente de la oración litúrgica, y las enriquece.
5. CONDICIONES PARA LA ORACIÓN.
1. El hombre vive su oración desde su realidad concreta de vida y como expresión de ella:
grandeza y debilidad, virtud y pecado.
2. Silencio interior, para la conciencia de la presencia de Dios.
3. Apertura y receptividad del Señor, en actitud de escucha y acogida.
4. Entrega y docilidad para dejarnos modelar por Él.
6. MODOS DE ORACIÓN PERSONAL.
6.1. La recitación de fórmulas.
La recitación de fórmulas es un estadio por el que normalmente se pasa en el camino de la oración.
El mismo Jesús nos pone en guardia cuando dice: “Y al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que
se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo
que necesitáis antes de pedírselo” (Mt 6,7).
La recitación de breves fórmulas de oración puede ser también un método para ir entrando
en otro tipo de oración, como es la meditación y la contemplación. Entre estas fórmulas, por ejemplo,
los monjes utilizan incluso en el trabajo manual la siguiente: “Señor, pequé; ten misericordia de mí, que soy
un pecador”. De este tipo, una oración más conocida entre nosotros es la repetición constante del Ave
María en el rosario.
6.2. La meditación.
Generalmente por meditación se entiende este tipo de oración que implica hacer una pausa en la
actividad diaria para que, desde el silencio, entablemos un diálogo con Dios. Fruto de este
diálogo será un nuevo impulso de vida para testimoniar en lo cotidiano la acción de un Dios que transforma
y renueva desde el amor.
Este tipo de oración suele seguir un proceso o camino que presenta los siguientes estadios:
1. Concentración. Es como una relajación interna y externa para que nada nos pueda absorber de lo
que estamos haciendo. Esto es lo mismo que ahogar las voces que nos ensordecen.
2. Lectura reflexiva. Partir de un texto bíblico o espiritual, o bien partir de la lectura de algún
acontecimiento personal o social de modo que ese contenido llegue a anidar en nosotros, lo
hagamos nuestro. Aquí nos surgirán interrogantes profundos que marcan nuestra existencia,
nuestra vida, al sentirnos interpelados por la lectura realizada.
3. Diálogo entre amigos. Es el espacio en que más de lleno el Padre, Cristo y el Espíritu se dejan
sentir. Es el momento central de la meditación. Es diálogo y no monólogo. Será un monólogo del
hombre si éste se dedica a hablar consigo mismo, dejando de lado a Dios o haciéndose un dios a
medida personal. Y será un monólogo de Dios si el hombre deja de comprenderse y sentirse
verdadero hijo de Dios en Cristo. En Cristo tenemos ejemplos de diálogo con el Padre. Este diálogo
12
nace del corazón, del afecto, de los sentimientos más profundos de la persona. Este momento
puede desarrollarse contemporáneamente con el anterior o precederlo; lo importante es que esta
oración no se reduzca a lo meramente intelectual-reflexivo.
4. Compromiso. Es el momento conclusivo de la meditación. Del diálogo con Dios uno no puede salir
vacío como no salía vacío Moisés después de dialogar con Dios en la tienda del encuentro. El diálogo
con Dios es diálogo de vida; por eso el que vive la meditación como verdadera oración tendrá
respuestas de vida, manifestaciones de vida, porque estarán marcadas por la presencia de Dios.
6.3. La contemplación.
La contemplación, más que un modo de rezar, es un modo de vivir al que sólo pueden acceder los
pequeños, los pobres de los que habla el Evangelio. En la tradición cristiana aparecen dos estilos de
contemplación:
1. El primero subraya un cierto distanciamiento de lo terreno, poniendo la mirada en el
Reino de Dios, al final de los tiempos; sería el momento de la Transfiguración de Jesús en el
monte Tabor.
2. El segundo subraya, por su parte, a ese Jesús que se hace hombre, deteniendo la mirada en
el Reino de Dios que poco a poco debe brillar en el hoy concreto de nuestra vida;
vendría a ser el momento de la Cruz en el Gólgota.
Tanto el uno como el otro tienen en su punto de mira el Reino de Dios: uno, en cuanto ya realizado;
otro, en cuanto se está realizando. Tanto un estilo como el otro exigen encarnar el Reino de Dios y
trabajar por el mismo, ya que se exigen mutuamente. Descubrirse instrumento del Reino de Dios en la
propia existencia significa haber comenzado el camino de la contemplación. Caminar en la contemplación
significa haberse convertido en palabra viva de Dios. Tomando palabras de Anthony de Mello:
- El discípulo: ¿Cuál es la diferencia entre el conocimiento y la iluminación?
- El maestro: Cuando posees el conocimiento empleas una antorcha para mostrar el camino.
Cuando posees la iluminación, te conviertes tú mismo en antorcha.
(“La oración de la rana, 1", pág. 87)
7. SIN ELLA...
Sin oración personal se vacían de contenido las otras formas de oración: tanto la litúrgica
como cualquier otra oración comunitaria quedarían en puro formalismo ritualista, carente de sentido y
calado religioso. También la vida del cristiano, su trabajo, su misión personal, quedarían
sumamente mermados de sentido religioso o de auténtica vida cristiana, sin el aliento de la
oración personal.
8. UN ESQUEMA.
8.1. Toma una determinación firme de tener esta experiencia orante.
1. Comienza por acotar un tiempo para ella. A poder ser, siempre el mismo. Y cuanto antes
mejor, si esperas a no tener que hacer nada, continuamente te saldrán mil cosas para hacer.
2. Acostúmbrate a hacer esa oración en el mismo lugar. Preferiblemente en un ambiente
retirado; pero no te importe que sea, incluso, en medio de tu ir y venir al trabajo.
3. Y esto sí: esta determinación tómala por verdadero amor. Por la simple lógica de pasar de tu
creer en Él, a tu tratar con Él. No la tomes jamás como una obligación más.
8.2. Comienza, luego, tu oración.
1. Adopta una postura exterior que te ayude a concentrar tus sentidos en la intimidad de
tu yo, zona de tu encuentro con el Señor. Para esto quizá te ayuden algunas técnicas de relajación
muscular, respiratoria, etc.
2. Busca luego su presencia. La presencia de Dios en el centro de tu ser. Él está ante ti... Él está en
ti... Repite frases como éstas: “Señor, Tú estás cerca; Tú estás aquí; Tú estás... en mí”. Esta
presencia puedes también localizarla en ese Sagrario junto al que te colocas; en la belleza de esa
naturaleza de que estás rodeado; en ese símbolo que tienes delante... Lo importante es que te
sientas ante Él, que te sientas mirado, que le mires con los ojos de tu fe. Repite aquellos textos de
la Escritura: “Señor, Tú me sondeas y me conoces” (Sal 138). “¿No sabéis que sois Templo de Dios
13
y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?” (1 Cor 3,16). “Quien me ama, guardará mi palabra y
mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14,23).
3. Conviene muy mucho que esta primera sensación de estar en su presencia la traduzcas en
aceptación de la distancia que media entre la inmensidad de Dios y tu insignificancia.
Los sentimientos de contrición y adoración avalarán como ningún otro tu actitud orante.
4. Invoca al Espíritu: Va a ser el Espíritu quien va a orar en ti. Va a ser el Espíritu quien te va
a abrir el sentido de las Escrituras. Va a ser el Espíritu quien te descifrará el sentido de los
acontecimientos. Va a ser el Espíritu quien te ayudará a decir: “Abbá, Padre”; quien te hará conocer
su voluntad; y quien te dará fuerzas para volver a la vida normal para cumplirla. Por eso, no
comiences nunca tu oración sin pedir una y otra vez: “Espíritu Santo, ven..., ven..., ven...”
8.3. Escucha de la Palabra.
1. Lo más normal será que leas un trozo de la Escritura. Lentamente, prestando atención a cada
frase. Haciendo tuyos, por ejemplo, los sentimientos de Jesús, releyendo lo ya leído...
2. En ocasiones, esta “Palabra” te puede venir dada dentro de un texto de un autor espiritual, del
magisterio eclesial, etc.
3. Habrá momentos en que te venga envuelta en un hecho de la vida que acaba de suceder.
Bájalo siempre, como María, al fondo de tu corazón para descifrar allá el mensaje divino que lleva
dentro.
8.4. Llega así al trato de amistad con Él.
1. No olvides jamás esto: Orar es tratar con un Amigo. Luego, lo importante será no lo que le
digas, ni cómo se lo digas, sino el amor con que se lo digas. Tu oración, más que trato de negocios
deberá ser siempre trato de personas; aunque, lógicamente, la amistad hará que nuestros negocios
sean suyos y los suyos terminen siendo nuestros.
2. En estos momentos, haz solamente aquello que más te mueva a amarle: el recuerdo de lo
que te ha dado, las maravillas que ha hecho con nosotros, los grandes males de la Iglesia, el
número de gentes alejadas de este Dios en cuya presencia estás, los dolores o alegrías de tus
hermanos los hombres...
3. Salta de estos pensamientos a una actitud lo más descansada y silenciosa posible. A una
serena actitud contemplativa en la que trates de ver todo a los ojos de Dios. A una simplicísima
sensación de sentirte sencillamente ante Él, con todo lo que esta sensación supone. Y ojalá vayas
adquiriendo poco a poco, esa atención amorosa, base de toda contemplación.
4. Pide de nuevo al Padre, por medio de Jesús, que te envíe el Espíritu Santo. El único capaz
de renovar tus criterios, tus caminos, tu corazón. La única fuente de fortaleza ante cada dificultad
y de constancia ante cada propósito.
8.5. Final de todo momento orante.
1. Puesto que la oración es un trato amoroso, será lógico que no la concluyamos sin expresar
nuestros afectos a ese Dios a quien decimos amar. Para ello, nada mejor que preguntarnos:
¿Qué le diría yo al Señor si le viese yo aquí con todos mis sentidos? Y saltar de inmediato a la
petición, súplica, intercesión, oblación, acción de gracias, alabanza.
2. Y, por fin, procura que brote en ti un compromiso. No termines nunca tu momento de oración
sin que algo haya cambiado en ti y sin el deseo de que algo cambie en el mundo, en la Iglesia, en
tu familia, comunidad o ambiente.
3. La oración ha de ser siempre algo que provenga de la vida y que desemboque en la
vida misma. No oramos para “hacer tres tiendas” en lo alto del monte de un Jesús transfigurado,
sino para llevar adelante nuestra misión en el valle. No oramos para que Dios realice nuestros
planes, sino para conocer y ser capaces de realizar nosotros los planes de Dios.
14
4. LA ORACIÓN PERSONAL
1. Tú ya sabes orar…
Una vez, al comienzo de un retiro, el catequista que lo dirigía empezó sin decir absolutamente nada.
Se habían juntado una treintena de jóvenes adultos. Era ya de noche, cerca de las once, y venían cenados.
El catequista, que no era conocido de los jóvenes, saludó a todos en la puerta y les invitó a ir a la capilla,
después de haber tomado habitación. En la capilla no dijo nada: puso música y dejó poca luz; ellos estaban
en semicírculo y él junto al altar de cara a ellos. Corrieron unos cuantos minutos en silencio.
Uno de los educadores que acompañaban a los jóvenes reconoció después que en aquel rato lo pasó
mal. ¿A ver si se nos va todo al traste, después de tanto esfuerzo para traerles el viernes? En esto el
catequista tomó el Nuevo Testamento, bajó la música y leyó unos versículos. Después subió la música y se
quedó callado. Pasó otro buen rato. Por fin, despacio, les dijo lo siguiente: ¿Qué habéis hecho en este rato?
¿Nada? O ¿habéis orado? Porque Él está aquí. ¿Estabais esperando a que yo os diera indicaciones? Pero
vosotros sabéis orar, sabéis mucho más de lo que pensáis. Los que habéis estado orando, os habréis dado
cuenta de ello. Para orar, no deberíais estar nunca a la espera de que os digan lo que tenéis que hacer. ¿Os
habéis fijado en lo que pasa en las iglesias? La gente no sabe qué hacer cuando les dejan un rato en
silencio. Están esperando a que se les diga lo que tienen que hacer. Habéis venido a aprender a orar, y yo
sé que con muchas ganas. Pues lo mejor es, añadió en primera persona mirando a cada uno, que tomes
una postura activa y te pongas a orar ahora mismo. Porque tú sabes orar, mejor de lo que piensas. Y a orar
se aprende orando, como a nadar. Además, tienes el mejor maestro contigo, que es Jesús. El te enseñará
lo que no sepas.
Después los dejó en silencio otro rato. La noche avanzaba. El silencio se hizo más denso y no porque
se durmieran. Aquello empezaba a funcionar.
2. Cuestiones para la reflexión:
1.La vida de oración tiene estos valores...
2.Las disposiciones para orar que más debo favorecer en mí son...
3.Descubrir la vida como oración me exige...
3. Examen de la oración.
El examen de la oración es de suma importancia. No es un rato de oración, sino de evaluación del
momento anterior. Lo dice San Ignacio en el nº 77 de los Ejercicios Espirituales: «Después de acabado el
ejercicio, por espacio de un cuarto de hora, sea sentado, o paseando, miraré cómo me ha ido en la
meditación o contemplación, y si mal, miraré la causa de donde procede [...] y si bien dando gracias a Dios
nuestro Señor...».
Es aconsejable tomar nota de cómo ha ido mi oración ayudándote de alguna de estas pautas:
3.1. Aspectos externos:
 ¿Fuiste fiel al tiempo que te habías propuesto?
 El lugar que escogiste, ¿te sirvió para tu concentración?
 La posición corporal (sentado, de pie, arrodillado, acostado...), ¿te ayudó para el
encuentro con Dios?
 El silencio exterior e interior, ¿funciona bien en ti?
3.2. Aspectos internos:
 ¿Qué fue lo que más te llamó la atención de la oración?
 ¿Cómo te fue en tu conversación con Dios: aburrido, alegre, indiferente...?
 ¿Qué sentimientos o ideas primaron en tu oración?
 ¿Cómo desarrollaste tu encuentro con Dios?
 ¿Qué vas viendo que quieres ofrecer a Dios?
 ¿En qué debes insistir en tu próximo encuentro con Dios a través de tu oración?
 ¿Alguna dificultad especial?
3.3. Acción de gracias:
Termina tu examen dándole gracias al Señor y comprometiéndote con Él para el próximo encuentro.
15
5. LA ORACIÓN EN CUARESMA
 Sin la oración no es posible convertirse a Dios, permanecer en unión con Él, en esa comunión
que nos hace madurar espiritualmente.
 Entre vosotros, que ahora me escucháis, hay muchísimos que tienen una experiencia propia de oración,
que conocen sus varios aspectos y pueden hacer partícipes de ella a los demás. En efecto,
aprendemos a orar orando. El Señor Jesús nos ha enseñado a orar, ante todo orando Él
mismo: «y pasó la noche orando» (Lc. 6,12); otro día, como escribe San Mateo, «subió a un monte
apartado para orar y, llegada la noche, estaba allí sólo» (Mt. 14,23). Antes de su pasión y de su muerte
fue al monte de los Olivos y animó a los apóstoles a orar, y Él mismo, puesto de rodillas, oraba. Lleno
de angustia, oraba más intensamente (cf. Lc 22,39- 46). Sólo una vez, cuando le preguntaron los
apóstoles: «Señor, enséñanos a orar» (Lc 11,1), les dio el contenido más sencillo y más profundo de su
oración: el Padrenuestro.
 Todos nosotros, cuando oramos, somos discípulos de Cristo, no porque repitamos las palabras que Él
nos enseñó una vez; somos discípulos de Cristo incluso cuando no utilizamos esas palabras. Somos
sus discípulos sólo porque oramos: «Escucha al Maestro que ora; aprende a orar. Efectivamente,
para esto oró Él, para enseñar a orar», afirma San Agustín (Enarrationes in Ps. 56,5). Y un autor
contemporáneo escribe: «Puesto que el fin del camino de la oración se pierde en Dios, y nadie conoce
el camino excepto el que viene de Dios, Jesucristo, es necesario fijar los ojos en Él sólo. Es el
camino, la verdad y la vida. Sólo Él ha recorrido el camino en las dos direcciones. Es necesario poner
nuestra mano en la suya y partir» (Y. Raguin, Chemins de la contemplation, Desclee de Brouwer, 1969,
p.179). Orar significa hablar con Dios –o diría aún más–, orar significa encontrarse en el único Verbo
eterno a través del cual habla el Padre, y que habla al Padre. Este Verbo se ha hecho carne, para
que nos sea más fácil encontrarnos en Él también con nuestra palabra humana de
oración. Esta palabra puede ser muy imperfecta a veces, puede tal vez hasta faltarnos; sin embargo,
esta incapacidad de nuestras palabras humanas se completa continuamente en el Verbo,
que se ha hecho carne para hablar al Padre con la plenitud de esa unión mística que forma con Él cada
hombre que ora; que todos los que oran forman con Él. En esta particular unión con el Verbo está la
grandeza de la oración, su dignidad y, de algún modo, su definición.
 Como los discípulos de Jesús, también decimos al Señor Jesús: «Enséñanos a orar». Hombre orante:
1. En relación con Dios: actitud profunda de fe y humildad (protagonismo de Dios).
2. En relación con los demás: amor fraterno, compromiso.
3. En relación con las cosas: sentido de lo gratuito para el trato de amistad, capacidad de
asombro, de recepción (dejar hacer a él), contemplación desde la vista de Dios,
desprendimiento…
4. En relación consigo mismo: propio conocimiento y aceptación de sí mismo tal como nos
ve Dios, buscador de silencio y soledad,…
 ¿Oro bien?
1. No por las muchas palabras… Aprender a escuchar, valorar el silencio, dar paso a la voluntad de
Dios, desde el corazón…
2. Ora en el interior de ti mismo: desde la verdad del corazón, desde la intimidad y el secreto con
Dios…
3. Sumisión a su voluntad: coherencia entre obras y palabras, sin camuflar la voluntad de Dios, a
pesar de temores y resistencias interiores…
4. Orar siempre: necesitamos a Dios de continuo, no a ratos aislados,…
5. Con frutos, cambiándote en profundidad…
 Peculiaridades de la oración en Cuaresma:
1. No finjamos ante Dios modos y comportamientos, ni nos coloquemos una máscara. La oración es
una conversión a Dios desde las circunstancias concretas (egoísmo, pecado, mentira), para
16
vivirlas desde él y encontrarle en ellas.
2. La oración en Cuaresma es un grito del alma: el anhelo de liberación y salvación nacen de la
impotencia sentida y aceptada, pues la conversión a realizar no se puede llevar a cabo sin la ayuda
de Dios: "Renuévame, Señor, por dentro" (Sal 50,12).
3. El Señor no es ajeno a mi vida, pues es su autor, está en ella, sosteniéndola, vivificándola,
dándole sentido, pues "en Él vivimos, nos movemos y existimos" (Hch 17,28). Hemos de
contar más con Él.
4. Expresiones:
o súplica;
o oración por los pecadores;
o oblación, nostalgia del hogar paterno;
o sed de Dios;
o gratitud por el perdón;
o contemplación de Jesús, que nos ama hasta la cruz, su pasión;
o sollozo, llorar nuestro pecado, nuestra mezquindad ante el amor de Dios;
o textos de la Escritura: salmos, invocaciones del Evangelio;
o contemplar a Jesús en la cruz;
o nuestros sentimientos, palabras, gestos, silencios,...
o vivencia más plena de la Eucaristía, para unirnos a Jesús muerto y resucitado...
5. La oración será un camino, entre alientos y desalientos, hacia la Pascua del Señor, que
siempre pasa por nuestra vida en la intimidad de nuestras existencias.
17
DIOS MÍO ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
A pesar de mis gritos, mi oración no te alcanza.
¿Por qué me han abandonado incluso quienes dicen ser tus hijos?
Más que hombre, soy gusano que pisan sin mirar los poderosos
y una legión anónima de complacientes cómplices.
En Ti confiaban nuestros padres,
confiaban y los ponías a salvo.
Se alza hasta Ti como un clamor el hambre de los pobres,
pero sus largos gritos no atraviesan las nubes.
Tú eres quien me sacó del vientre,
me tenías confiado en los pechos de mi madre;
desde el seno pasé a tus manos,
desde el vientre materno tú eres mi Dios.
No te quedes lejos,
que el peligro está cerca y nadie me socorre.
Me acorrala un tropel de novillos.
Un cerco de leones que a mi costa rugen y descuartizan.
Me devora en festín de dentelladas la fiera indiferencia,
le asaltan a mi carne una jauría humana de mastines humanos.
Lejos, al parecer, quedan sus dientes;
queda su corazón, bien tapiados sus ojos,
sordos como la muerte sus oídos.
Pero Tú, Señor, no te quedes lejos;
fuerza mía, ven corriendo a ayudarme.
Líbrame de la miseria que degrada,
de la pobreza extrema que aniquila.
Prefieren no mirar, pues, si miran,
se les revolverán en el estómago los manjares del último banquete.
Cuando llamo a tu puerta prefieren no mirar,
ni ver sus perros mientras me lamen de piedad las llagas.
Apiádate de mí, que hasta me barren las migajas que caen de la mesa.
Sálvame, Señor, de las fauces del león,
salva en la noche a este pobre de las astas ciegas de una feroz manada.
Pues se te rompe el corazón de Padre por el pobre y el hambriento,
mucho antes de que te grite y te pida auxilio.
Te alabaré, Señor, llorando mientras muero.
Te alabaré delante de tus fieles.
Te gritaré, les gritaré llorando que los hambrientos quedarán saciados.
Socórreme, Señor, en mi agonía.
Socórrenos.
Con tus mejores hijos e hijas cambia, Señor, la cara de esta tierra,
para que hablen de Ti a la generación futura
y canten tu justicia a un pueblo nuevo que al fin ha de nacer.
(J. Mauleón. Salmos de ayer y hoy)

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  • 1. 1 EJERCICIOS ESPIRITUALES 2015 0. MEDITACIÓN INTRODUCTORIA 1. LA HISTORIA DE ELÍAS. Empecemos leyendo el texto de 1 Reyes 19,1-16. Para comprender este texto debemos tener presente lo que pasa antes. En el capítulo anterior leemos la victoria de Elías sobre los profetas de Baal: Elías es el único que consigue fuego del cielo (¿un relámpago?) que encienda la hoguera para el sacrificio. Esto, este éxito, tenía que facilitar la consolidación de la fe en Yahvé, el Dios de Israel. Pero la reina Jezabel se pone a favor de Baal (que era el dios de los nativos de Palestina), y obliga a Elías a huir al desierto. Y allí Elías se encuentra solo y desesperado. Y pide a Dios la muerte.  Releemos 19,1-4: Ajab contó a Jezabel lo que había hecho Elías, cómo había pasado a cuchillo a los profetas. Entonces Jezabel mandó a Elías este recado: Que los dioses me castiguen si mañana a estas horas no hago contigo lo mismo que has hecho tú con cualquiera de ellos. Elías temió y emprendió la marcha para salvar la vida. Llegó a Berseba de Judá y dejó allí a su criado. Él continuó por el desierto, una jornada de camino, y al final se sentó bajo una retama y se deseó la muerte: ¡Basta, Señor! ¡Quítame la vida, que yo no valgo más que mis padres! Presenta la crisis moral de Elías: vive en una situación de aburrimiento total, lleva una vida falta de sentido y llena de miedo. Podemos pensar en nosotros mismos, que quizás también hemos tenido momentos difíciles. Y quizás, como Elías, también a causa de la fe. Y como esta experiencia podemos leer otras en la Biblia: por ejemplo, en Job 17.  Releemos 19,5-8: Se echó bajo la retama y se durmió. De pronto un ángel le tocó y le dijo: ¡Levántate, come! Miró Elías y vio a su cabecera un pan cocido (en las brasas) y un jarro de agua. Comió, bebió y se volvió a echar. Pero el ángel del Señor le volvió a tocar y le dijo: ¡Levántate, come! Que el camino es superior a tus fuerzas. Elías se levantó, comió y bebió, y con la fuerza de aquel alimento caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios. El Espíritu de Dios quiere recuperar a Elías. Dios le ayuda inicialmente, le da los elementos necesarios, le dice: “Levántate y come, porque el camino es demasiado largo para ti”. Y Elías come, duerme y camina, y hace una gran experiencia de fe, en la montaña del Horeb, parecida a la que hizo Moisés en la montaña del Sinaí.  Releemos 19,9-10: Allí se metió en una cueva donde pasó la noche. Y el Señor le dirigió la palabra: ¿Qué haces aquí, Elías? Respondió: Me consume el celo por el Señor Dios de los Ejércitos, porque los israelitas han abandonado tu alianza, han derruido tus altares y asesinado a tus profetas; sólo quedo yo, y me buscan para matarme. Dios le pregunta: ¿Qué haces aquí? ¿Qué anhelas de veras? Dios espera que nos desahoguemos en él...  Releemos 19,11-16: El Señor le dijo: Sal y ponte de pie en el monte ante el Señor. ¡El Señor va a pasar! Vino un huracán tan violento, que descuajaba los montes y hacía trizas las peñas delante del Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento vino un terremoto, pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto vino un fuego, pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego se oyó una brisa tenue: al sentirla, Elías se tapó el rostro con el manto, salió afuera y se puso en pie a la entrada de la cueva. Entonces oyó una voz que le decía: ¿Qué haces aquí, Elías? Respondió: Me consume el celo por el Señor Dios de los Ejércitos, porque los israelitas han abandonado tu alianza, han derruido tus altares y asesinado a tus profetas; sólo quedo yo, y me buscan para matarme. El Señor dijo: Desanda tu camino hacia el desierto de Damasco, y cuando llegues, unge rey de Siria a Jazabel, rey de Israel a Jehú, hijo de Nimsí, y profeta sucesor tuyo a Eliseo, hijo de Safat, de Prado Bailén. Y Dios se le manifiesta. Aparecieron el huracán, el temblor de tierra y el fuego... pero Dios
  • 2. 2 no estaba en ellos. Y, finalmente, llegó “el susurro de una brisa suave”: se trata de una experiencia espiritual, porque Dios es amoroso e íntimo, y debe discernir su presencia. Y el Señor inicia el diálogo con Elías. Él le presentaba sus desgracias, pero el Señor le encomienda otras cosas: “Anda, vuelve por tu camino”. No un camino repetido, sino renovado. El camino que nosotros emprenderemos cuando terminen estos días de retiro, para vivir la fe en comunidad, y para comunicar a otros la responsabilidad de actuar. 2. NOSOTROS, ESTOS DÍAS. Entendemos la postura de Elías (aunque nadie nos haya condenado nunca a muerte). Y como a él, nos gustaría ver grandes manifestaciones de Dios (nos van los truenos, los relámpagos y las tormentas), sin pararnos a escuchar con calma su voz. Acostumbramos a pedir soluciones a nuestros problemas, pero no le preguntamos qué espera él de nosotros. ¡En vez de acoger su manifestación (que nos llega con frecuencia en la brisa suave), queremos que actúe inmediatamente y a nuestro modo! De la misma manera como Elías escuchó a Dios en el “susurro de una brisa suave” y aclaró lo que debía hacer, nosotros disponemos de estos días de retiro para escuchar al Señor y aclarar cuál debe ser nuestra actuación en el futuro. Y debemos pedirlo en la oración: “Señor, estos días me acerco a ti para que me reveles tu voluntad. No espero soluciones fáciles, más bien quiero aclarar la respuesta. Confiando en tu Palabra, te pido la gracia de saber obedecerla”.
  • 3. 3 1. MI HISTORIA 1. CUESTIÓN PREVIA. Para empezar, una cuestión fundamental a tener en cuenta. Las pistas que ahora daremos no son la oración. La oración la hace cada uno, inmediatamente después de las pistas, procurando entrar con rapidez: vayamos al lugar en el que mejor nos sintamos, aunque sin gastar demasiado tiempo en buscarlo y sin dedicarnos a cambiar de lugar; y ahorrándonos comentarios por el camino, para que no se trunque el clima de paz y de intimidad que queremos dar a estos días. 2. DOS VISIONES EN LA BIBLIA. La Biblia tiene dos visiones de Dios. Estos días nos puede ser útil tenerlo en cuenta. Se trata de dos visiones complementarias, y juntas forman lo que podríamos llamar “historia de la fidelidad de Dios”.  Una es la visión tardía de los últimos siglos de la historia israelita, la época que se conoce como postexilio. Afecta la última parte del Antiguo Testamento y también, parcialmente, el mismo Nuevo Testamento. Fue escrita bajo la influencia de la cultura griega (muy racionalista), extendida en esos momentos por todo el gran imperio griego y después por el imperio romano. Una cultura mucho más poderosa que la cultura de Israel. Esta visión presenta a Dios como “principio y fin de toda realidad”: infinito, omnipotente, creador de todas las cosas —porque Alguien las ha hecho—. Esta visión es la que marcó hasta la generación de nuestros padres y quizás aún algo la nuestra. Podemos leer textos escritos bajo esta visión en Sab 13,1-9. Dios, así, es la explicación última de la realidad. Porque en aquella época se pretendía responder a la pregunta fundamental de la existencia, pero no de la existencia de Dios, sino de la existencia del hombre. Por esta vía descubrimos la importancia del mundo, porque el mundo nos hace pensar mucho en Dios: la órbita del sol y la cantidad de galaxias, la multitud de estrellas y la luminosidad de los luceros... Y nos lleva a orar: “Señor: que yo te conozca y me conozca yo mismo; y que no me dé tanta importancia...”.  La otra visión se fundamenta en la experiencia del Éxodo, que podemos encontrar concentrada en Deut 26,5-10, el “credo” más antiguo que conocemos del pueblo de Israel y que encontramos en la Biblia. Allí vemos un pueblo pequeño y nómada que habla de Dios, desde la experiencia vivida de liberación. Dios se relaciona de tú a tú con las personas: es el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios que viene a liberar (Ex 3,1-16). Y esto llega a un punto cumbre, Jesucristo, que libera ahora e, incluso, después de la muerte. Este Dios se mantiene fiel a la Palabra dada: “Dios ha visitado a su pueblo con entrañas de misericordia” (Lc 1,68-79). Porque, según ha dicho Jesucristo, Dios es el Dios del amor, la confianza y la ternura, que nos hace libres y adultos, que se ha involucrado en nuestra vida concreta. 3. VAMOS EN BUSCA DE DIOS. Si nosotros buscamos Dios, nos irá bien fijarnos, no en nuestras preguntas, sino en nuestra historia. Porque en ella encontraremos la relación concreta de Dios con mi vida: una relación de amor y de fidelidad a mi persona, una relación que podré captar si la contemplo con la misma mirada de Israel y de Jesucristo. Porque, si hoy nos preguntamos: ¿quién soy yo? (condicionados por la familia, la cultura y el ambiente donde hemos vivido, pero también con los márgenes de libertad que hemos ido adquiriendo), no es para hacer una aproximación psicológica, sino que se trata de adquirir un conocimiento sabio y profundo de nosotros mismos, que tendremos que pedir al Señor diciendo: “¡Haz que te conozca y me conozca, Señor!”
  • 4. 4 Hoy tendríamos que poder asumir nuestro pasado, para que, enraizados en el presente, podamos proyectarnos hacia el futuro. 4. EL TRABAJO QUE AHORA HAREMOS CADA UNO. Ahora (después de haber encontrado el lugar y la postura adecuada del cuerpo), que cada uno haga antes que nada una plegaria de petición: “Que sepa estar disponible, que se haga en mí según tu palabra, que no siga encerrado en mí mismo”. Después, podemos repasar nuestra vida (o, si ya lo hemos hecho últimamente, sólo los últimos años):  La infancia, que es una etapa que marca mucho: el hogar y los padres, la escuela, la primera comunión... los juegos, las ilusiones, las excursiones...  La adolescencia: los cambios que viví, el descubrimiento del propio yo, los primeros enamoramientos...  La juventud: el final de los estudios y el inicio del trabajo, luchas, sentimientos, militancia...  La vida adulta: familia, trabajo, vida en el pueblo o en el barrio... las cosas intensamente vividas...  Mi momento actual y Dios: aquí, hoy, estos momentos de parada... ¿qué quiero encontrar? ¿qué espero? En este repaso debemos procurar ser abiertos, espontáneos y sinceros, y procurar escribir nuestras reflexiones, porque eso ayuda. Irá bien dejar que emerjan los hechos agradables, que merecen ser recordados, y, en cambio, lo que no nos gusta limitarse simplemente a anotarlo, sin entretenernos en ello. Y preguntarnos: ¿cuáles son las constantes de Dios en mi vida? ¿Cómo ha ido evolucionando en mí la imagen de Dios? ¿Qué le agradezco cordialmente a Dios? Personas que me han ayudado, éxitos principales que he tenido, decisiones importantes que he tomado... Se trata de disfrutar de todo lo bueno (de Dios) que ha habido en nuestra vida. Creyendo que en todo ello Dios se hacía, y se hace, presente: este es su don. Y orando: con el salmo 139 (138): “Señor, tú me escrutas y me conoces”. Señor, tú me sondeas y me conoces; sabes cuando me siento o me levanto, de lejos penetras en mis pensamientos; distingues mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares. No han llegado las palabras a mi lengua, y ya, Señor, te las sabes todas. Me envuelves por todos lados, me cubres con tu mano. Tanto saber me sobrepasa, es sublime y no lo abarco. ¿Adónde puedo ir lejos de tu aliento? ¿Dónde puedo escapar de tu mirada? Si escalo el cielo, allí estás tú; si me acuesto en el abismo, allí te encuentro; si vuelo hasta el margen de la aurora, si emigro hasta más allá del mar, tu mano me alcanzará. Si digo: que al menos la tiniebla me cubra, que la luz se haga noche en torno a mí; ni la tiniebla es oscura para ti, la noche es clara como el día. Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el vientre de mi madre. Te doy gracias, porque me has formado portentosamente, porque son admirables tus obras; conoces hasta el fondo de mi alma, no desconoces mis huesos. Cuando en lo oculto me iba formando y entretejiendo en lo profundo de la tierra, tus ojos veían mis acciones, se escribían todas en tu libro; calculados estaban mis días antes de que llegase el primero. Señor, sondéame y conoce mi corazón, ponme a prueba y conoce mis sentimientos, mira si mi camino se desvía, guíame por el camino eterno.
  • 5. 5 2. MI PRESENTE 1. REPASANDO LA VIDA. La meditación de ayer es muy importante y deberíamos terminarla si no hemos tenido suficiente tiempo. Nos ha hecho más conscientes de que la vida es concreta, irrepetible, y que lo que hemos vivido ya no volverá. Y hemos visto también como nuestra vida está vinculada a otras personas, y Dios se ha metido dentro de ella, y todo nos ha hecho ser quienes somos, aunque algunas cosas recibidas las hubiésemos querido diferentes. 2. EL PLAN DE DIOS. Nosotros queremos contemplar nuestra vida con la misma mirada de Dios. Él tenía un proyecto de creación y lo puso en marcha. Se encuentra en el origen de todo (Gén 1,1-2: “Al principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era un caos informe; sobre la faz del abismo, la tiniebla. Y el aliento de Dios se cernía sobre la faz de las aguas”). Él se comunica y se introduce en todo: nosotros mismos somos fruto de su amor, y cada uno de nosotros es llamado a vivir en plenitud, con unas relaciones correctas, a nivel personal y comunitario. Porque “la gloria de Dios es que el hombre viva”, como ya dijo hace muchos siglos san Ireneo. Porque él se propuso un objetivo final: la realización plena de todo el universo, un objetivo que aún hoy no se ha alcanzado, ni mucho menos. Podemos leer Ef 1,3-14 (¡pero entendiéndolo bien, no como si todos estuviésemos predestinados y sin libertad para decidir!). Queremos contemplar nuestra vida para descubrir si encaja con el plan de Dios, o más bien avanza por otros caminos. Por eso queremos valorar ahora el momento presente, que se mueve entre un pasado que ya no se puede cambiar, y un futuro que está sometido a muchos condicionamientos. El presente es lo que ahora tenemos entre manos. Pidamos al Señor que nos ayude a asumir el presente de nuestra vida. Nos puede ayudar el salmo 25 (24). 3. VIVIMOS EN TENSIÓN. Estamos condicionados por la herencia recibida (genética, afectiva, cultural, social...), pero no del todo: tenemos un margen de decisión. Queremos ser personas “tan libres como sea posible”. ¿Qué quiero hacer de mi vida, en lo que dependa de mí? Tengo muchas posibilidades:  Puedo vivir para mí mismo, de una manera egoísta e impía, que menosprecia a los demás y los utiliza y explota para sacar algún provecho: Sb 1,16 (“Pero los impíos con las manos y las palabras llaman a la muerte; teniéndola por amiga, se desviven por ella, y con ella conciertan un pacto”); Lc 12,13-21 (“¡Necio!.. Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece ante Dios”); Lc 16,19-31 (el rico Epulón y Lázaro, el pobre). Así, puedo llegar a perder el sentido humanitario de la vida.  Puedo llegar a vivir para unos ídolos, dada nuestra tendencia a transformar el Dios de la vida en ídolos de muerte. Queremos controlar a Dios y hacerlo a nuestra imagen, y eso es reducirlo a un ídolo: Sb 13,10-19 (ídolos son las cosas humanas que ocupan el lugar de Dios); Ex 32,1-23 (no tardamos a sustituir a Dios para que responda a nuestros intereses). Todo el mundo es capaz de fabricar ídolos, aunque en nuestra época sean diferentes de los de antes: modas, deportes, fans, política... los fundamentalismos, los integrismos... el cultivo del propio cuerpo, la voluntad de participar en la alta sociedad...  Puedo vivir también para otras personas. Encontrando en el amor a los demás el sentido de la vida: 1 Co 13,1-7 (poema sobre el amor); Rm 12,1-21 (concreciones del amor cristiano). Y haciéndonos prójimos de los que tenemos más cerca (Lc 10,30-37). 4. PISTAS PARA LA MEDITACIÓN. Centrémonos en el momento presente de nuestra vida, y pidamos a Dios que nos ayude a tomar conciencia. Se trata de repasar cuál es mi situación en este momento:
  • 6. 6  Fijándome en mi situación personal (familiar, de trabajo o estudio, de relaciones en el trabajo o con los amigos...).  Intentando definirme a mí mismo como persona (temperamento, talentos, limitaciones...).  Aclarando a quién amo realmente: ¿tengo suficiente madurez para amar? ¿cómo amo? ¿me aman? ¿quién me ama? ¿me amo a mí mismo (que también es importante)?  Preguntándome: ¿me acepto a mí mismo? ¿acepto a los demás? ¿me siento aceptado por los demás? ¿qué valoro más de mí mismo? ¿por qué lo valoro? ¿qué imagen doy como persona? ¿cómo me ven los demás? También irá bien examinar cuáles han sido los ídolos de mi vida:  ¿Qué se ha hecho de ellos?  ¿Cuáles son ahora mis ídolos?  ¿Qué provocan en mí?  ¿Me siento atrapado por el consumismo idolátrico?  ¿Por qué estoy poco disponible para los demás? Sin olvidar que Dios ama a las personas concretas, con sus virtudes y miserias. Y quiere salvar a los hombres concretos (¡me quiere salvar a mí!) renovando la persona concreta, renovando, incluso, su espíritu: Ez 11,19-20 (“pondré en ellos un espíritu nuevo”); Rm 8,15-17 (“no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos”). Y nos quiere ayudar desde nuestra identidad (Flp 2,5-8). Hecho este repaso, ahora se trata de mirar hacia delante, pensando que el futuro depende en gran parte de lo que yo haga “ahora”. ¿Por qué causa daría yo ahora la vida? Si sigo como hasta el momento, ¿qué puedo esperar del futuro? ¿Qué más podría esperar de mi vida? Se trata de ver si realmente quiero poner los medios necesarios para responder al designio amoroso de Dios sobre mí. ¿He de tomar algunas decisiones? ¿Qué pido a Dios sobre mi futuro? Será bueno terminar la meditación leyendo y rezando con 1 Juan 4,7-16. “Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios mandó al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de Él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo, como víctima de propiciación por nuestros pecados. Queridos: Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie le ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. En esto conocemos que permanecemos en Él y Él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu. Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo, para ser Salvador del mundo. Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios. Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en Él. Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él”.
  • 7. 7 3. EL PLAN DE DIOS 1. MIRARNOS A NOSOTROS MISMOS. Al principio de la tarde nos hemos mirado a nosotros mismos. Releyendo mi pasado, me he fijado en lo que ahora soy, y han aparecido también algunos deseos de futuro. He procurado descubrir las huellas de Dios en el camino de mi vida, y cómo ha evolucionado mi relación con Dios y la manera de entenderlo. Es de esperar que esto se haya hecho con paz y serenidad, sin ninguna clase de nervios, disfrutando lo máximo posible, y reviviéndolo como don de Dios que me hace vivir con gozo y responsabilidad y que me hace sentir coparticipante con él en el día a día. Todo esto lo intentamos vivir en la oración. La oración nos ayuda a hacer que todo esto no sirva solamente para conocernos un poco más a nosotros mismos, sino, y sobre todo, para experimentar a Dios presente en nuestra vida. Porque él ha estado, está y estará presente. 2. NUESTRA HISTORIA, DENTRO DEL PLAN DE AMOR DE DIOS. Precisamente es este último punto el que ahora queremos profundizar. Sólo encontraremos el sentido profundo de nuestra vida si la enmarcamos en el plan de amor que Dios ha previsto para mí y para nuestro mundo. Porque, en el recorrido de nuestra historia, probablemente habremos encontrado de todo: anhelos e inquietudes, momentos de gozo y de oscuridad, ilusiones e insatisfacciones, ganas de vivir y contradicciones. Y queremos descubrir cómo todo lo que teje nuestra vida no es extraño ni desentona completamente dentro de este plan universal de Dios; es esta realidad tan rica, pero también tan compleja, y Dios la asume, Dios quiere que forme parte de otra realidad aún más compleja: el Universo y la Humanidad de la que formamos parte. Puede ayudarnos en la oración leer el texto de Rom 8,18-39. Primero entero, y después fragmento a fragmento.  Versículos 18-22: Sostengo además que los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá. Porque la creación, expectante, está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios, ella fue sometida a la frustración, no por su voluntad, sino por uno que la sometió; pero fue con la esperanza de que la creación misma se vería liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que hasta hoy la creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto. Estos versículos nos pueden ayudar a dar un paso más en el análisis de nuestra realidad. Nos invitan a salir de nuestro individualismo; porque no somos seres aislados, tenemos muchos vínculos con todas las personas, pero también formamos parte del universo creado. Es la creación entera (y no sólo nosotros) la que “gime y sufre dolores de parto”. Porque la creación aún se está haciendo, Dios no ha cerrado el proceso creador, que inició el sólo pero que después ha querido compartir con todos nosotros, hombres y mujeres, poniendo en el centro el amor, y sabiendo que nosotros mezclaríamos el bien y el mal, la construcción y la destrucción. Estos versículos también nos invitan a tener, desde la fe, una visión de globalidad, que conecta muy bien con la globalidad planetaria que vivimos cada vez más, con nuestra Europa que tiende a unirse, con las reuniones y conferencias mundiales sobre la energía o los recursos, con la preocupación por el despilfarro de la naturaleza... y todo esto por encima de nuestra individualidad cultural y religiosa. Caminamos hacia la mundialización desde las diferencias entre Norte y Sur, entre Primer y Tercer o Cuarto Mundo... unas diferencias que crean injusticias y pueden conllevar guerras o desastres ecológicos, o pueden provocar enfermedades incurables o evasiones empobrecedoras. Y no tendría que ser así.  El versículo 23 dice: También nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando ser plenamente hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo. Precisamente porque tenemos las primicias del Espíritu, podemos conocer con gozo todo este plan de Dios y su globalidad. Y, cuanto más nos abrimos al Espíritu, más podemos disfrutar de esta riqueza de la que formamos parte: una historia de millones de años que ha generado
  • 8. 8 diferentes razas, culturas y religiones: una naturaleza sorprendente en paisajes y recursos; el universo que cada vez descubrimos como más inmenso; la grandeza de la inteligencia del hombre que contribuye al progreso del mundo... Con esta consciencia de hijos, nos sentimos hermanos entre nosotros y experimentamos el amor del Padre: que nos ama inmensamente, desde antes de existir nosotros mismos; que nos ama personalmente, aunque su plan sea tan inmenso; que nos ama concretamente, y se hace uno de nosotros en Jesús de Nazaret. Y nos damos cuenta de que Dios comunica su Espíritu de formas diferentes, para que vitalice la historia de cada pueblo, y que nos revela a nosotros su Trinidad, su realidad plural que encuentra la unidad en el amor entre las tres personas.  En los versículos 24-25 (Porque nuestra salvación es en esperanza. Y una esperanza que se ve, ya no es esperanza. ¿Cómo seguirá esperando uno aquello que se ve? Cuando esperamos lo que no vemos, aguardamos con perseverancia) nos damos cuenta de que es a través de nuestra historia, tan antigua y compleja (tan contradictoria, a veces), y al ritmo del tiempo, que hemos sido salvados individualmente y que nos salvamos y realizamos colectivamente, aportando y entorpeciendo a la vez, recibiendo mucho de bondad y haciendo, a veces, el mal. Si tenemos claro este horizonte, todos los hechos de nuestra vida y todos los hechos sociales, veremos que están en la misma línea y contribuyen al plan de Dios. Pero el plan de Dios no ahorra errores, sufrimientos y esfuerzos, como vemos claramente en la persona de Jesús de Nazaret. Si nos los ahorrara, no sería una fe enraizada en la vida. Y la fe es precisamente eso: vivir y experimentar que Dios nos ama y nos acompaña en medio de esta complejidad, y nosotros tejemos nuestra liberación en esta realidad: asumiendo sus contradicciones (y pasando por la muerte), pero con la certeza de que no seremos vencidos, ya que Dios nos resucitará.  Los versículos 26-27 (el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables. Y el que escudriña los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios) nos dicen que el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza, y nos ayuda más allá de lo que somos capaces de pedir, y nos hace ser todo lo que podemos ser, cada vez con más conciencia, con unos horizontes cada vez más amplios, y constructores, en medio de la cotidianidad, de esta historia.  Versículos 28-30: Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman: a los que ha llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo, para que Él fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó. Nos da su Hijo y nos aporta un nuevo sentido en medio de esta larga historia: mostrándonos el sentido universal de vivir y revelándonos un Dios-Padre que nos hermana a todos en igualdad y dignidad, tanto a los que viven en la tribu más escondida como los de la gran ciudad, tanto al maestro espiritual como al pecador. Dios nos enseña la posibilidad de vivir en plenitud, en medio del universo, cooperando en el plan de Dios, y en relación personal con él, a pesar de todas las contradicciones. Porque de Dios no podemos decir gran cosa, pero nuestra naturaleza está hecha para compartir con él.  Finalmente llegamos a los versículos 31-39: ¿Cabe decir más? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con Él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? ¿Dios, el que justifica? ¿Quién condenará? ¿Será acaso Cristo que murió, más aún, resucitó y está a la derecha de Dios, y que intercede por nosotros? ¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? Como dice la Escritura: Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza. Pero en todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna, podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro. Si Dios está en favor nuestro, ¿quién estará contra nosotros? ¿Quién nos podrá
  • 9. 9 separar del amor de Cristo? Nada ni nadie no nos podrá separar de este plan de amor: ni las contradicciones, ni las dudas; ni los fracasos, ni los errores, humanos, sociales, de la técnica...; ni los momentos duros de la vida, accidentes, enfermedades propias o de la familia, problemas económicos... Solamente nosotros mismos, si nos cerramos a la acción del Espíritu, nos podemos apartar del plan de Dios. En cambio, si le abrimos el corazón, seremos capaces de salir de nuestro pequeño mundo (incluso del grupo, de la familia, de la cultura...). Salirse no quiere decir no conocer y no amar lo que nos es próximo, porque si uno no conoce ni ama lo que es suyo, no será capaz de conocer y amar el mundo, que es de lo que se trata. Hace falta que vivamos la riqueza del Universo y la Creación entera, sentirnos amados en ella y sentirnos amándola. Si nos abrimos al Espíritu, tendremos su ayuda que nos hará vivir como personas: hijas de amor, hermanas de Jesús, transformadoras de este mundo hacia el Reino de Dios. 3. ENSANCHAR HORIZONTES. Ahora, en el silencio y en la oración personal, releamos este texto y dejemos que Dios nos hable, por medio de su Palabra o quizás por medio de la contemplación de la naturaleza, de la que formamos parte. Pongámonos manos a la obra y preguntémonos:  ¿Qué amplitud de vida tengo? ¿Cómo me formo? ¿Cómo me informo? ¿Cómo participo de las cosas? ¿Soy consciente de que avanzo o retrocedo con todo el universo, y no aisladamente?  ¿Qué comunión de vida siento con las personas que son diferentes a mí, con los otros pueblos, con la naturaleza, con el universo entero? ¿Amo de veras la vida con toda esta riqueza?  ¿Soy consciente de que Dios me ama en cualquier circunstancia? Dialoguemos con el Espíritu para que él ensanche nuestros horizontes, enriquezca nuestra experiencia, y nos deje captar más a fondo el plan de Dios y nuestro lugar en este plan. Porque, pese a ser como un grano de arena, soy muy importante.
  • 10. 10 4. LA ORACIÓN PERSONAL Toda oración es “personal”, por ser un acto o una función típicamente humana, realizada por la persona del orante, y por poner al orante en comunión y comunicación con la persona divina. Imposible, por eso, una oración maquinal o despersonalizada, realizada por técnicas o mecanismos subrogados de la persona. En la oración, la persona es insustituible, tanto en las formas humildes (rezos, ritos y gritos del hombre primitivo), como en las altas manifestaciones de la oración mística. 1. EL HECHO EVANGÉLICO. En el Evangelio no es un episodio esporádico sino un hecho reiterado y constante el encuentro o el diálogo a solas de un hombre o una mujer con Jesús, para solicitar el misterioso poder divino que reside en la persona del Señor. Por ejemplo: “Señor, si quieres, puedes limpiarme” (súplica del leproso); “Jesús, hijo de David, ten compasión de mí” (el ciego); “Señor, dame de tu agua” (la mujer de Samaria); “Señor, si hubieras estado aquí, Lázaro no hubiera muerto” (Marta). O el gesto secreto y los deseos de la hemorroisa. O el caso más ejemplar de todos, el de la Madre de Jesús en Caná: “¡No tienen vino!” En cualquiera de esos casos, una mujer o un hombre se separa en cierto modo del grupo que rodea a Jesús, para dirigirle una súplica en él “a solas” de una gran inmediatez humana. Son simples paradigmas de la oración personal cristiana. El mismo Jesús reconoce la validez e importancia de la oración personal, como un tú a tú en el que se quisiera hacer más personal la acción de gracias y la alabanza a Dios Padre: “Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6,6). 2. QUÉ ES: EN QUÉ CONSISTE LA ORACIÓN PERSONAL. Es, ante todo, la expresión propia e inconfundible del cristiano en cuanto hijo de Dios singular e inconfundible, dotado de voz y sentimientos propios cuando se abre al diálogo con el Padre-Dios, lo mismo que tiene voz y modulaciones propias e inconfundibles cuando se pone al habla con sus hermanos los hombres. Según san Pablo, “en las entrañas de cada renacido se ha derramado el Espíritu, para que digamos Abbá, Padre” (Rom 5,5). No es una oración sin dimensión eclesial, desgajada de la comunidad. La oración personal del cristiano se produce en la Iglesia, o bien en la comunidad materialmente reunida, pero sin asumir forma comunitaria. Responde a la doble condición privilegiada del “renacido en Cristo”: ser miembro del cuerpo místico de Jesús y no poder orar fuera de Él; pero a la vez ser persona, hijo del Padre, responsable insuplantable ante Dios. Nuestra oración personal se produce a impulso de dos resortes secretos: actúa el profundo sentido de trascendencia e indigencia que pulsa en lo más hondo del espíritu creado (“¡nos hiciste, Señor, para ti...!”), y a la vez actúa el sacerdocio universal del cristiano; la oración es su acto sacerdotal por excelencia, en unión con Cristo, único y sumo sacerdote. 3. CÓMO ES: CARACTERÍSTICAS DE LA ORACIÓN PERSONAL. 1. Es libre: no condicionada por ritos, fórmulas, gestos o ambientes preestablecidos. Abierta a la creatividad o a las opciones de cada orante. Bajo la acción del Espíritu. 2. Está fuertemente identificada con el orante: lleva los rasgos psicológicos de éste, y es reflejo directo de su persona, de su historia de salvación, de la coyuntura presente, así como de su sensibilidad fraterna, humanitaria, eclesial... 3. Es índice de la vida espiritual del orante, de su crecimiento en Cristo, así como también de su crecimiento y experiencia humana: es diversa la oración personal del niño y la del adulto; diversas la del aprendiz y la del contemplativo macerado por la experiencia de Dios.
  • 11. 11 4. Es sumamente variada y cambiante: está expuesta a los altibajos y riesgos que corre la persona del orante; a su pobreza o a su riqueza interior; a su mayor o menor apertura y disponibilidad a la acción del Espíritu. 4. SUS POSIBILIDADES. 1. Tiene espacio y modulaciones ilimitadas: puede florecer en todo tiempo y lugar; puede expresarse simultánea o sucesivamente en todas las tonalidades de la oración cristiana, y asumir cualquiera de sus típicos contenidos: alabanza, súplica, acción de gracias, expiación, ofertorio, intercesión...; realiza la doble consigna evangélica: “orar siempre”, y no necesariamente en “el templo o en el monte, sino en espíritu y en verdad”. Es posible en el trabajo y en la calle, de acuerdo con las dos fórmulas clásicas: el “ora et labora”, y la práctica de la “presencia de Dios”. 2. Es susceptible de un desarrollo ilimitado, desde las formas más rudimentarias (rezo, jaculatorias...) hasta la inmersión en la contemplación perfecta. 3. No sólo es compatible con las otras formas de oración (de grupo, litúrgica, etc.), sino que se nutre de ellas, especialmente de la oración litúrgica, y las enriquece. 5. CONDICIONES PARA LA ORACIÓN. 1. El hombre vive su oración desde su realidad concreta de vida y como expresión de ella: grandeza y debilidad, virtud y pecado. 2. Silencio interior, para la conciencia de la presencia de Dios. 3. Apertura y receptividad del Señor, en actitud de escucha y acogida. 4. Entrega y docilidad para dejarnos modelar por Él. 6. MODOS DE ORACIÓN PERSONAL. 6.1. La recitación de fórmulas. La recitación de fórmulas es un estadio por el que normalmente se pasa en el camino de la oración. El mismo Jesús nos pone en guardia cuando dice: “Y al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo” (Mt 6,7). La recitación de breves fórmulas de oración puede ser también un método para ir entrando en otro tipo de oración, como es la meditación y la contemplación. Entre estas fórmulas, por ejemplo, los monjes utilizan incluso en el trabajo manual la siguiente: “Señor, pequé; ten misericordia de mí, que soy un pecador”. De este tipo, una oración más conocida entre nosotros es la repetición constante del Ave María en el rosario. 6.2. La meditación. Generalmente por meditación se entiende este tipo de oración que implica hacer una pausa en la actividad diaria para que, desde el silencio, entablemos un diálogo con Dios. Fruto de este diálogo será un nuevo impulso de vida para testimoniar en lo cotidiano la acción de un Dios que transforma y renueva desde el amor. Este tipo de oración suele seguir un proceso o camino que presenta los siguientes estadios: 1. Concentración. Es como una relajación interna y externa para que nada nos pueda absorber de lo que estamos haciendo. Esto es lo mismo que ahogar las voces que nos ensordecen. 2. Lectura reflexiva. Partir de un texto bíblico o espiritual, o bien partir de la lectura de algún acontecimiento personal o social de modo que ese contenido llegue a anidar en nosotros, lo hagamos nuestro. Aquí nos surgirán interrogantes profundos que marcan nuestra existencia, nuestra vida, al sentirnos interpelados por la lectura realizada. 3. Diálogo entre amigos. Es el espacio en que más de lleno el Padre, Cristo y el Espíritu se dejan sentir. Es el momento central de la meditación. Es diálogo y no monólogo. Será un monólogo del hombre si éste se dedica a hablar consigo mismo, dejando de lado a Dios o haciéndose un dios a medida personal. Y será un monólogo de Dios si el hombre deja de comprenderse y sentirse verdadero hijo de Dios en Cristo. En Cristo tenemos ejemplos de diálogo con el Padre. Este diálogo
  • 12. 12 nace del corazón, del afecto, de los sentimientos más profundos de la persona. Este momento puede desarrollarse contemporáneamente con el anterior o precederlo; lo importante es que esta oración no se reduzca a lo meramente intelectual-reflexivo. 4. Compromiso. Es el momento conclusivo de la meditación. Del diálogo con Dios uno no puede salir vacío como no salía vacío Moisés después de dialogar con Dios en la tienda del encuentro. El diálogo con Dios es diálogo de vida; por eso el que vive la meditación como verdadera oración tendrá respuestas de vida, manifestaciones de vida, porque estarán marcadas por la presencia de Dios. 6.3. La contemplación. La contemplación, más que un modo de rezar, es un modo de vivir al que sólo pueden acceder los pequeños, los pobres de los que habla el Evangelio. En la tradición cristiana aparecen dos estilos de contemplación: 1. El primero subraya un cierto distanciamiento de lo terreno, poniendo la mirada en el Reino de Dios, al final de los tiempos; sería el momento de la Transfiguración de Jesús en el monte Tabor. 2. El segundo subraya, por su parte, a ese Jesús que se hace hombre, deteniendo la mirada en el Reino de Dios que poco a poco debe brillar en el hoy concreto de nuestra vida; vendría a ser el momento de la Cruz en el Gólgota. Tanto el uno como el otro tienen en su punto de mira el Reino de Dios: uno, en cuanto ya realizado; otro, en cuanto se está realizando. Tanto un estilo como el otro exigen encarnar el Reino de Dios y trabajar por el mismo, ya que se exigen mutuamente. Descubrirse instrumento del Reino de Dios en la propia existencia significa haber comenzado el camino de la contemplación. Caminar en la contemplación significa haberse convertido en palabra viva de Dios. Tomando palabras de Anthony de Mello: - El discípulo: ¿Cuál es la diferencia entre el conocimiento y la iluminación? - El maestro: Cuando posees el conocimiento empleas una antorcha para mostrar el camino. Cuando posees la iluminación, te conviertes tú mismo en antorcha. (“La oración de la rana, 1", pág. 87) 7. SIN ELLA... Sin oración personal se vacían de contenido las otras formas de oración: tanto la litúrgica como cualquier otra oración comunitaria quedarían en puro formalismo ritualista, carente de sentido y calado religioso. También la vida del cristiano, su trabajo, su misión personal, quedarían sumamente mermados de sentido religioso o de auténtica vida cristiana, sin el aliento de la oración personal. 8. UN ESQUEMA. 8.1. Toma una determinación firme de tener esta experiencia orante. 1. Comienza por acotar un tiempo para ella. A poder ser, siempre el mismo. Y cuanto antes mejor, si esperas a no tener que hacer nada, continuamente te saldrán mil cosas para hacer. 2. Acostúmbrate a hacer esa oración en el mismo lugar. Preferiblemente en un ambiente retirado; pero no te importe que sea, incluso, en medio de tu ir y venir al trabajo. 3. Y esto sí: esta determinación tómala por verdadero amor. Por la simple lógica de pasar de tu creer en Él, a tu tratar con Él. No la tomes jamás como una obligación más. 8.2. Comienza, luego, tu oración. 1. Adopta una postura exterior que te ayude a concentrar tus sentidos en la intimidad de tu yo, zona de tu encuentro con el Señor. Para esto quizá te ayuden algunas técnicas de relajación muscular, respiratoria, etc. 2. Busca luego su presencia. La presencia de Dios en el centro de tu ser. Él está ante ti... Él está en ti... Repite frases como éstas: “Señor, Tú estás cerca; Tú estás aquí; Tú estás... en mí”. Esta presencia puedes también localizarla en ese Sagrario junto al que te colocas; en la belleza de esa naturaleza de que estás rodeado; en ese símbolo que tienes delante... Lo importante es que te sientas ante Él, que te sientas mirado, que le mires con los ojos de tu fe. Repite aquellos textos de la Escritura: “Señor, Tú me sondeas y me conoces” (Sal 138). “¿No sabéis que sois Templo de Dios
  • 13. 13 y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?” (1 Cor 3,16). “Quien me ama, guardará mi palabra y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14,23). 3. Conviene muy mucho que esta primera sensación de estar en su presencia la traduzcas en aceptación de la distancia que media entre la inmensidad de Dios y tu insignificancia. Los sentimientos de contrición y adoración avalarán como ningún otro tu actitud orante. 4. Invoca al Espíritu: Va a ser el Espíritu quien va a orar en ti. Va a ser el Espíritu quien te va a abrir el sentido de las Escrituras. Va a ser el Espíritu quien te descifrará el sentido de los acontecimientos. Va a ser el Espíritu quien te ayudará a decir: “Abbá, Padre”; quien te hará conocer su voluntad; y quien te dará fuerzas para volver a la vida normal para cumplirla. Por eso, no comiences nunca tu oración sin pedir una y otra vez: “Espíritu Santo, ven..., ven..., ven...” 8.3. Escucha de la Palabra. 1. Lo más normal será que leas un trozo de la Escritura. Lentamente, prestando atención a cada frase. Haciendo tuyos, por ejemplo, los sentimientos de Jesús, releyendo lo ya leído... 2. En ocasiones, esta “Palabra” te puede venir dada dentro de un texto de un autor espiritual, del magisterio eclesial, etc. 3. Habrá momentos en que te venga envuelta en un hecho de la vida que acaba de suceder. Bájalo siempre, como María, al fondo de tu corazón para descifrar allá el mensaje divino que lleva dentro. 8.4. Llega así al trato de amistad con Él. 1. No olvides jamás esto: Orar es tratar con un Amigo. Luego, lo importante será no lo que le digas, ni cómo se lo digas, sino el amor con que se lo digas. Tu oración, más que trato de negocios deberá ser siempre trato de personas; aunque, lógicamente, la amistad hará que nuestros negocios sean suyos y los suyos terminen siendo nuestros. 2. En estos momentos, haz solamente aquello que más te mueva a amarle: el recuerdo de lo que te ha dado, las maravillas que ha hecho con nosotros, los grandes males de la Iglesia, el número de gentes alejadas de este Dios en cuya presencia estás, los dolores o alegrías de tus hermanos los hombres... 3. Salta de estos pensamientos a una actitud lo más descansada y silenciosa posible. A una serena actitud contemplativa en la que trates de ver todo a los ojos de Dios. A una simplicísima sensación de sentirte sencillamente ante Él, con todo lo que esta sensación supone. Y ojalá vayas adquiriendo poco a poco, esa atención amorosa, base de toda contemplación. 4. Pide de nuevo al Padre, por medio de Jesús, que te envíe el Espíritu Santo. El único capaz de renovar tus criterios, tus caminos, tu corazón. La única fuente de fortaleza ante cada dificultad y de constancia ante cada propósito. 8.5. Final de todo momento orante. 1. Puesto que la oración es un trato amoroso, será lógico que no la concluyamos sin expresar nuestros afectos a ese Dios a quien decimos amar. Para ello, nada mejor que preguntarnos: ¿Qué le diría yo al Señor si le viese yo aquí con todos mis sentidos? Y saltar de inmediato a la petición, súplica, intercesión, oblación, acción de gracias, alabanza. 2. Y, por fin, procura que brote en ti un compromiso. No termines nunca tu momento de oración sin que algo haya cambiado en ti y sin el deseo de que algo cambie en el mundo, en la Iglesia, en tu familia, comunidad o ambiente. 3. La oración ha de ser siempre algo que provenga de la vida y que desemboque en la vida misma. No oramos para “hacer tres tiendas” en lo alto del monte de un Jesús transfigurado, sino para llevar adelante nuestra misión en el valle. No oramos para que Dios realice nuestros planes, sino para conocer y ser capaces de realizar nosotros los planes de Dios.
  • 14. 14 4. LA ORACIÓN PERSONAL 1. Tú ya sabes orar… Una vez, al comienzo de un retiro, el catequista que lo dirigía empezó sin decir absolutamente nada. Se habían juntado una treintena de jóvenes adultos. Era ya de noche, cerca de las once, y venían cenados. El catequista, que no era conocido de los jóvenes, saludó a todos en la puerta y les invitó a ir a la capilla, después de haber tomado habitación. En la capilla no dijo nada: puso música y dejó poca luz; ellos estaban en semicírculo y él junto al altar de cara a ellos. Corrieron unos cuantos minutos en silencio. Uno de los educadores que acompañaban a los jóvenes reconoció después que en aquel rato lo pasó mal. ¿A ver si se nos va todo al traste, después de tanto esfuerzo para traerles el viernes? En esto el catequista tomó el Nuevo Testamento, bajó la música y leyó unos versículos. Después subió la música y se quedó callado. Pasó otro buen rato. Por fin, despacio, les dijo lo siguiente: ¿Qué habéis hecho en este rato? ¿Nada? O ¿habéis orado? Porque Él está aquí. ¿Estabais esperando a que yo os diera indicaciones? Pero vosotros sabéis orar, sabéis mucho más de lo que pensáis. Los que habéis estado orando, os habréis dado cuenta de ello. Para orar, no deberíais estar nunca a la espera de que os digan lo que tenéis que hacer. ¿Os habéis fijado en lo que pasa en las iglesias? La gente no sabe qué hacer cuando les dejan un rato en silencio. Están esperando a que se les diga lo que tienen que hacer. Habéis venido a aprender a orar, y yo sé que con muchas ganas. Pues lo mejor es, añadió en primera persona mirando a cada uno, que tomes una postura activa y te pongas a orar ahora mismo. Porque tú sabes orar, mejor de lo que piensas. Y a orar se aprende orando, como a nadar. Además, tienes el mejor maestro contigo, que es Jesús. El te enseñará lo que no sepas. Después los dejó en silencio otro rato. La noche avanzaba. El silencio se hizo más denso y no porque se durmieran. Aquello empezaba a funcionar. 2. Cuestiones para la reflexión: 1.La vida de oración tiene estos valores... 2.Las disposiciones para orar que más debo favorecer en mí son... 3.Descubrir la vida como oración me exige... 3. Examen de la oración. El examen de la oración es de suma importancia. No es un rato de oración, sino de evaluación del momento anterior. Lo dice San Ignacio en el nº 77 de los Ejercicios Espirituales: «Después de acabado el ejercicio, por espacio de un cuarto de hora, sea sentado, o paseando, miraré cómo me ha ido en la meditación o contemplación, y si mal, miraré la causa de donde procede [...] y si bien dando gracias a Dios nuestro Señor...». Es aconsejable tomar nota de cómo ha ido mi oración ayudándote de alguna de estas pautas: 3.1. Aspectos externos:  ¿Fuiste fiel al tiempo que te habías propuesto?  El lugar que escogiste, ¿te sirvió para tu concentración?  La posición corporal (sentado, de pie, arrodillado, acostado...), ¿te ayudó para el encuentro con Dios?  El silencio exterior e interior, ¿funciona bien en ti? 3.2. Aspectos internos:  ¿Qué fue lo que más te llamó la atención de la oración?  ¿Cómo te fue en tu conversación con Dios: aburrido, alegre, indiferente...?  ¿Qué sentimientos o ideas primaron en tu oración?  ¿Cómo desarrollaste tu encuentro con Dios?  ¿Qué vas viendo que quieres ofrecer a Dios?  ¿En qué debes insistir en tu próximo encuentro con Dios a través de tu oración?  ¿Alguna dificultad especial? 3.3. Acción de gracias: Termina tu examen dándole gracias al Señor y comprometiéndote con Él para el próximo encuentro.
  • 15. 15 5. LA ORACIÓN EN CUARESMA  Sin la oración no es posible convertirse a Dios, permanecer en unión con Él, en esa comunión que nos hace madurar espiritualmente.  Entre vosotros, que ahora me escucháis, hay muchísimos que tienen una experiencia propia de oración, que conocen sus varios aspectos y pueden hacer partícipes de ella a los demás. En efecto, aprendemos a orar orando. El Señor Jesús nos ha enseñado a orar, ante todo orando Él mismo: «y pasó la noche orando» (Lc. 6,12); otro día, como escribe San Mateo, «subió a un monte apartado para orar y, llegada la noche, estaba allí sólo» (Mt. 14,23). Antes de su pasión y de su muerte fue al monte de los Olivos y animó a los apóstoles a orar, y Él mismo, puesto de rodillas, oraba. Lleno de angustia, oraba más intensamente (cf. Lc 22,39- 46). Sólo una vez, cuando le preguntaron los apóstoles: «Señor, enséñanos a orar» (Lc 11,1), les dio el contenido más sencillo y más profundo de su oración: el Padrenuestro.  Todos nosotros, cuando oramos, somos discípulos de Cristo, no porque repitamos las palabras que Él nos enseñó una vez; somos discípulos de Cristo incluso cuando no utilizamos esas palabras. Somos sus discípulos sólo porque oramos: «Escucha al Maestro que ora; aprende a orar. Efectivamente, para esto oró Él, para enseñar a orar», afirma San Agustín (Enarrationes in Ps. 56,5). Y un autor contemporáneo escribe: «Puesto que el fin del camino de la oración se pierde en Dios, y nadie conoce el camino excepto el que viene de Dios, Jesucristo, es necesario fijar los ojos en Él sólo. Es el camino, la verdad y la vida. Sólo Él ha recorrido el camino en las dos direcciones. Es necesario poner nuestra mano en la suya y partir» (Y. Raguin, Chemins de la contemplation, Desclee de Brouwer, 1969, p.179). Orar significa hablar con Dios –o diría aún más–, orar significa encontrarse en el único Verbo eterno a través del cual habla el Padre, y que habla al Padre. Este Verbo se ha hecho carne, para que nos sea más fácil encontrarnos en Él también con nuestra palabra humana de oración. Esta palabra puede ser muy imperfecta a veces, puede tal vez hasta faltarnos; sin embargo, esta incapacidad de nuestras palabras humanas se completa continuamente en el Verbo, que se ha hecho carne para hablar al Padre con la plenitud de esa unión mística que forma con Él cada hombre que ora; que todos los que oran forman con Él. En esta particular unión con el Verbo está la grandeza de la oración, su dignidad y, de algún modo, su definición.  Como los discípulos de Jesús, también decimos al Señor Jesús: «Enséñanos a orar». Hombre orante: 1. En relación con Dios: actitud profunda de fe y humildad (protagonismo de Dios). 2. En relación con los demás: amor fraterno, compromiso. 3. En relación con las cosas: sentido de lo gratuito para el trato de amistad, capacidad de asombro, de recepción (dejar hacer a él), contemplación desde la vista de Dios, desprendimiento… 4. En relación consigo mismo: propio conocimiento y aceptación de sí mismo tal como nos ve Dios, buscador de silencio y soledad,…  ¿Oro bien? 1. No por las muchas palabras… Aprender a escuchar, valorar el silencio, dar paso a la voluntad de Dios, desde el corazón… 2. Ora en el interior de ti mismo: desde la verdad del corazón, desde la intimidad y el secreto con Dios… 3. Sumisión a su voluntad: coherencia entre obras y palabras, sin camuflar la voluntad de Dios, a pesar de temores y resistencias interiores… 4. Orar siempre: necesitamos a Dios de continuo, no a ratos aislados,… 5. Con frutos, cambiándote en profundidad…  Peculiaridades de la oración en Cuaresma: 1. No finjamos ante Dios modos y comportamientos, ni nos coloquemos una máscara. La oración es una conversión a Dios desde las circunstancias concretas (egoísmo, pecado, mentira), para
  • 16. 16 vivirlas desde él y encontrarle en ellas. 2. La oración en Cuaresma es un grito del alma: el anhelo de liberación y salvación nacen de la impotencia sentida y aceptada, pues la conversión a realizar no se puede llevar a cabo sin la ayuda de Dios: "Renuévame, Señor, por dentro" (Sal 50,12). 3. El Señor no es ajeno a mi vida, pues es su autor, está en ella, sosteniéndola, vivificándola, dándole sentido, pues "en Él vivimos, nos movemos y existimos" (Hch 17,28). Hemos de contar más con Él. 4. Expresiones: o súplica; o oración por los pecadores; o oblación, nostalgia del hogar paterno; o sed de Dios; o gratitud por el perdón; o contemplación de Jesús, que nos ama hasta la cruz, su pasión; o sollozo, llorar nuestro pecado, nuestra mezquindad ante el amor de Dios; o textos de la Escritura: salmos, invocaciones del Evangelio; o contemplar a Jesús en la cruz; o nuestros sentimientos, palabras, gestos, silencios,... o vivencia más plena de la Eucaristía, para unirnos a Jesús muerto y resucitado... 5. La oración será un camino, entre alientos y desalientos, hacia la Pascua del Señor, que siempre pasa por nuestra vida en la intimidad de nuestras existencias.
  • 17. 17 DIOS MÍO ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO? Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? A pesar de mis gritos, mi oración no te alcanza. ¿Por qué me han abandonado incluso quienes dicen ser tus hijos? Más que hombre, soy gusano que pisan sin mirar los poderosos y una legión anónima de complacientes cómplices. En Ti confiaban nuestros padres, confiaban y los ponías a salvo. Se alza hasta Ti como un clamor el hambre de los pobres, pero sus largos gritos no atraviesan las nubes. Tú eres quien me sacó del vientre, me tenías confiado en los pechos de mi madre; desde el seno pasé a tus manos, desde el vientre materno tú eres mi Dios. No te quedes lejos, que el peligro está cerca y nadie me socorre. Me acorrala un tropel de novillos. Un cerco de leones que a mi costa rugen y descuartizan. Me devora en festín de dentelladas la fiera indiferencia, le asaltan a mi carne una jauría humana de mastines humanos. Lejos, al parecer, quedan sus dientes; queda su corazón, bien tapiados sus ojos, sordos como la muerte sus oídos. Pero Tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. Líbrame de la miseria que degrada, de la pobreza extrema que aniquila. Prefieren no mirar, pues, si miran, se les revolverán en el estómago los manjares del último banquete. Cuando llamo a tu puerta prefieren no mirar, ni ver sus perros mientras me lamen de piedad las llagas. Apiádate de mí, que hasta me barren las migajas que caen de la mesa. Sálvame, Señor, de las fauces del león, salva en la noche a este pobre de las astas ciegas de una feroz manada. Pues se te rompe el corazón de Padre por el pobre y el hambriento, mucho antes de que te grite y te pida auxilio. Te alabaré, Señor, llorando mientras muero. Te alabaré delante de tus fieles. Te gritaré, les gritaré llorando que los hambrientos quedarán saciados. Socórreme, Señor, en mi agonía. Socórrenos. Con tus mejores hijos e hijas cambia, Señor, la cara de esta tierra, para que hablen de Ti a la generación futura y canten tu justicia a un pueblo nuevo que al fin ha de nacer. (J. Mauleón. Salmos de ayer y hoy)