El documento habla sobre la Pascua y la misericordia de Dios. Resalta que Jesús sintió compasión por la multitud y curó a los enfermos por misericordia. También menciona que la resurrección de Cristo nos da esperanza en nuestra propia resurrección futura y nos ayuda a aceptar la muerte. Finalmente, pide oraciones para que la Iglesia y los fieles sean misericordiosos como Dios.
1. ORACIÓN DE PASCUA
AMBIENTACIÓN
¡Señor mío y Dios mío! Admiración, arrepentimiento por la duda, súplica, y de las heridas
abiertas del cuerpo glorioso y resucitado de Cristo emana un caudal de misericordia que nos invita a ser
creyentes, no incrédulos, a no dudar aunque el mundo y nuestro entorno dude, a ser fuertes en la fe.
Como santo Tomás nosotros decimos en la presencia del Resucitado Eucaristía: ¡Señor mío y
Dios mío! Nada más sabroso, dulce y amable que estar con el Señor, a sus pies como María y Lázaro,
escuchando, gustando, lo bueno que es el Señor, lo misericordioso que es su amor y la altura de miras,
la perfección de vida a la que nos llama. La presencia del Señor nos hace volar, despegarnos del suelo,
de la mirada baja y esclava, de una vida de corral.
Vivamos con intensidad este momento, aprovechemos estos minutos de gloria, porque estamos
con el Rey de la Gloria. Acabamos de celebrar la Semana Santa y dentro de esta el Santo Triduo
Pascual. La pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Se ha entregado por nosotros, nos ha rescatado
del abismo al que habíamos sido condenados por nuestros primeros padres. Con Cristo hemos sido
liberados de la muerte eterna porque El es la vida. ¿Habrá misericordia mayor, habrá júbilo mayor para
nosotros?
El Papa Francisco, en la bula Misericordiae Vultus así nos lo recuerda, cómo a Jesús lo único que
le mueve es la misericordia:
Jesús, ante la multitud de personas que lo seguían, viendo que estaban cansadas y extenuadas,
pérdidas y sin guía, sintió desde lo profundo del corazón una intensa compasión por ellas. A causa de
este amor compasivo curó los enfermos que le presentaban y con pocos panes y peces calmó el hambre
de grandes muchedumbres. Lo que movía a Jesús en todas las circunstancias no era sino la
misericordia, con la cual leía el corazón de los interlocutores y respondía a sus necesidades más reales.
Cuando encontró la viuda de Naim, que llevaba su único hijo al sepulcro, sintió gran compasión por el
inmenso dolor de la madre en lágrimas, y le devolvió a su hijo resucitándolo de la muerte. Después de
haber liberado el endemoniado de Gerasa, le confía esta misión: «Anuncia todo lo que el Señor te ha
hecho y la misericordia que ha obrado contigo» (Mc 5,19). También la vocación de Mateo se coloca en
el horizonte de la misericordia. Pasando delante del banco de los impuestos, los ojos de Jesús se posan
sobre los de Mateo. Era una mirada cargada de misericordia que perdonaba los pecados de aquel
hombre y, venciendo la resistencia de los otros discípulos, lo escoge a él, el pecador y publicano, para
que sea uno de los Doce. San Beda el Venerable, comentando esta escena del Evangelio, escribió que
Jesús miró a Mateo con amor misericordioso y lo eligió: miserando atque eligiendo. Siempre me ha
cautivado esta expresión, tanto que quise hacerla mi propio lema. (MV 8)
SALMO 117
Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel: eterna es su misericordia.
Diga la casa de Aarón: eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor: eterna es su misericordia.
Empujaban y empujaban para derribarme, pero el Señor me ayudó;
el Señor es mi fuerza y mi energía, él es mi salvación.
Escuchad: hay cantos de victoria en las tiendas de los justos.
La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente.
Este es el día en que actuó el Señor; sea nuestra alegría y nuestro gozo.
Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
REFLEXIÓN: Catequesis del Papa Francisco
Concluyendo ya las catequesis sobre el Credo, hoy quisiera detenerme en la “resurrección de la
carne”, y hablarles del sentido cristiano de la muerte y de la importancia de prepararnos bien para morir
en Cristo. Para quien vive como si Dios no existiese, la muerte es una amenaza constante, porque
2. supone el final de todo en el horizonte cerrado del mundo presente. Por eso, muchos la ocultan, la
niegan o la banalizan para vivir sin aprensión la vida de cada día.
Sin embargo, hay un deseo de vida dentro de nosotros, más fuerte incluso que el miedo a la
muerte, que nos dice que no es posible que todo se quede en nada. La respuesta cierta a esta sed de
vida es la esperanza en la resurrección futura.
La victoria de Cristo sobre la muerte no sólo nos da la serena certeza de que no moriremos para
siempre, sino que también ilumina el misterio de la muerte personal y nos ayuda a afrontarla con
esperanza. Para ser capaces de aceptar el momento último de la existencia con confianza, como
abandono total en las manos del Padre, necesitamos prepararnos. Y la vigilancia cristiana consiste en la
perseverancia en la caridad. Así, pues, la mejor forma de disponernos a una buena muerte es mirar cara
a cara las llagas corporales y espirituales de Cristo en los más débiles y necesitados, con los que Él se
identificó, para mantener vivo y ardiente el deseo de ver un día cara a cara las llagas transfiguradas del
Señor resucitado.
ORACIÓN DE PETICIÓN Y SÚPLICA
El Señor resucitado y glorioso vive en la Eucaristía, elevemos nuestras oraciones y súplicas al
Señor que todo lo puede:
1. Para que la Iglesia vuelva a hacerse cargo con Misericordia de las debilidades de los hombres.
Oremos.
2. Para que vivamos felices siendo misericordiosos. Oremos.
3. Para que en este Año Santo, podamos realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven
en las más contradictorias periferias existenciales. Oremos
4. Pidamos ser misericordioso como nuestro Padre Dios es Misericordioso. Oremos.
5. Para que en la Iglesia, todos anunciemos la Misericordia de Dios, corazón palpitante del
Evangelio. Oremos.
6. Para que la Iglesia, Esposa de Cristo haga suya el comportamiento misericordioso de Cristo, que
sale a encontrar a todos, sin excluir a nadie. Oremos.
7. Para que surjan vocaciones consagradas y sacerdotales al servicio de la Misericordia de Dios.
Oremos.
8. Para que nuestra parroquia sea un oasis de Misericordia. Oremos.
Con la alegría de sabernos escuchados por el Señor y
confiando en su misericordia nos atrevemos a decir: Padre nuestro…
ORACIÓN DEL JUBILEO
Señor Jesucristo, tú nos has enseñado a ser misericordiosos
como el Padre del cielo, y nos has dicho que quien te ve, lo ve
también a Él. Muéstranos tu rostro y obtendremos la salvación. Tu
mirada llena de amor liberó a Zaqueo y a Mateo de la esclavitud del
dinero; a la adúltera y a la Magdalena de buscar la felicidad
solamente en una criatura; hizo llorar a Pedro después de la traición,
y aseguró el Paraíso al ladrón arrepentido.
Haz que cada uno de nosotros escuche como propia la palabra que dijiste a la samaritana: ¡Si
conocieras el don de Dios! Tú eres el rostro visible del Padre invisible, del Dios que manifiesta su
omnipotencia sobre todo con el perdón y la misericordia: haz que, en el mundo, la Iglesia sea el rostro
visible de Ti, su Señor, resucitado y glorioso.
Tú has querido que también tus ministros fueran revestidos de debilidad para que sientan sincera
compasión por los que se encuentran en la ignorancia o en el error: haz que quien se acerque a uno de
ellos se sienta esperado, amado y perdonado por Dios.
Manda tu Espíritu y conságranos a todos con su unción para que el Jubileo de la Misericordia sea
un año de gracia del Señor y tu Iglesia pueda, con renovado entusiasmo, llevar la Buena Nueva a los
pobres proclamar la libertad a los prisioneros y oprimidos y restituir la vista a los ciegos.
Te lo pedimos por intercesión de María, Madre de la Misericordia, a ti que vives y reinas con el
Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.