2. 1 – Amanecer de sangre
- ¿Qué es eso William? - dijo Robert
- No sé Robert, ahora de noche y con ese polvo levantado... ¡Ahhhh!
William no pudo terminar la frase que había comenzado ya que en ese momento, una
lanza orca le atravesó el pecho. Robert se echó al suelo de la torre de vigilancia, viendo
impotente como su amigo iba muriendo bañado en su propia sangre. Después
aguantando las náuseas se dirigió a dar la alarma. Encendió la hoguera de señales de la
torre, indicando con ello que estaban siendo atacados por el enemigo.
Las torres de vigilancia del reino consistían en unos pequeños fuertes en cuyo centro
estaban ubicadas unas torres de unos seis metros de altura, dotadas de unos pocos
soldados para cuidarlas y vigilarlas. Estaban dispuestas entre sí a una distancia de varios
kilómetros, pero de tal forma que las señales emitidas por una de ellas al encender la
hoguera fuesen vistas por la siguiente torre, que a su vez podía encender otra hoguera
para retrasmitir las señales. De esta forma en cuestión de minutos la alarma se podía
trasmitir a lo largo de todo el reino. En cuento Robert vio que la siguiente torre encendía
a su vez la hoguera y la alarma se empezaba a trasmitir, preparó su ballesta para vender
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3. cara su vida.
Los pocos soldados con los que contaba el pequeño fuerte se agruparon en unos
minutos a su lado en lo alto de la torre, para enfrentarse a la ola de enemigos que los
acometía. La horda incluía a orcos, trolls y otras criaturas igual de despreciables.
Lucharon valientemente defendiendo la posición, pero el enemigo era demasiado
numeroso y después de varias horas de cruenta lucha acabaron con ellos.
*********
El rey Elenor estaba durmiendo plácidamente en su lecho del castillo cuando su
ayuda de cámara le despertó.
- Su majestad por favor, vístase rápido y acuda al salón del trono rápido. Sus
generales le esperan en la sala de audiencias con graves noticias, que requieren su
presencia de manera urgente.
- Espero que de verdad el asunto que me demanda sea importante para despertarme
de esta manera tan brusca.
El rey pensando en terminar rápido con lo que fuera el asunto del que tenían que
hablarle se puso su bata de hilo dorado con la intención de volver a la cama al terminar
con la reunión. Elenor bajó a la sala de audiencias y se encontró con los cinco generales
de su ejército. Los generales le esperaban embutidos en sus armaduras de combate. La
mayoría eran totalmente egoístas y sólo veían en las batallas un modo de medrar en
influencia, poder y oro. No tenían ningún concepto ético ni moral sobre la suerte que
corrían sus soldados. Para ellos las bajas producidas en las batallas solo eran números.
Esto era así, excepto para el más joven, Richard. Él era cercano al pueblo y a sus
soldados y no se parecía en nada al resto. Ni en su manera de pensar y obrar a la hora de
dirigir a sus hombres.
Fue el primero en hablar con el rey.
- Majestad hay orcos atacando a los pueblos del noreste.
- Aclaradme la ubicación. ¿Me estáis hablando de la región de mi reino que está a
diez días de aquí?
- Sí, el Condado del Halcón - contestó el general Wayne.
- ¿Son esos lugareños que se niegan a pagar los nuevos impuestos?
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4. - Sí, majestad - dijo el general Trown
- ¿Cuantos ciudadanos viven allí?
- Diez mil escasos, rey Elenor - dijo Bernad.
- ¿Cuantos orcos son los que les están atacando?
- No sabemos la cifra exacta mi señor, pero parece ser un número considerable, por
las bajas que están causando. Pensamos que alrededor de cinco mil - comentó Weirt
- Si es cierto las cifras que me estáis diciendo y el coste que nos puede suponer el
enviar tropas y ayudarles, esta vez no mandaremos ayuda - finalizó Elenor -. Eso
servirá a los demás condados de ejemplo. Si no hay impuestos, no hay salvaguarda del
reino.
Todos los generales a excepción de Richard asintieron.
- ¡No podemos hacer eso! - dijo Richard
- ¡¡Por supuesto que podemos hacerlo!! Probablemente morirían más soldados que
ciudadanos podríamos salvar - respondió en tono enfadado Elenor.
- Señor, dejadme ir con vuestro ejército a salvar a esa gente. También son súbditos
vuestros.
- Ni hablar, considero súbditos míos, a los que pagan mis impuestos y obedecen mis
órdenes sin rechistar. Les estará bien empleado por no hacer caso a las leyes de su rey.
- Si no les ayudáis cuando lo necesitan, pensarán a su vez que tienen razón en no
pagar los impuestos y acatar vuestras leyes - argumentó Richard en un vano intento de
convencer al rey
- ¡¡ He dicho que no ayudaremos y punto!! – gritó Elenor.
- Yo no abandonaré a esa gente, majestad. Con aquellos de mis soldados que quieran
seguirme, voy a tratar de salvarlos - contestó Richard
- Si marchas hacia el noreste no volverás a este castillo. ¡¡Te desterraré!!
- De acuerdo. No necesito estar junto a unos personajes tan deleznables como
vosotros en este castillo, prefiero el destierro a no poder a volver a mirarme al espejo
por vergüenza - finalizó Richard con asco mientras se quitaba la insignia del rey Elenor,
que sonó con un ruido metálico al caer al suelo.
Volvió a su cuartel con sus hombres y les explicó la reunión que acababa de tener.
Les comentó que aquellos que estuviesen de acuerdo con él le siguiesen al alba.
También comprendería a aquellos que prefiriesen permanecer a salvo en el castillo.
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5. Al alba todos sus soldados estaban listos para seguirle. Cogieron de la cuadra real los
mejores caballos y sus armaduras. Mientras se preparaba, Richard pensó si esos
soldados montados en los poderosos corceles serían suficientes para derrotar al enemigo
que se cernía sobre el noreste.
Cabalgaron luciendo brillantes armaduras de acero y lanzas de fuerte madera de
roble por las llanuras verdes y marrones mientras que los cascos de los caballos
resonaban como truenos al pisar la hierba erosionada. El amanecer de los siguientes días
sería rojo, pues estaría teñido de sangre de orco.
Después de cabalgar durante cinco días empezaron a ver imágenes desoladoras.
Cabañas ardiendo, muertos arrojados por los caminos y algunos heridos a los que
tuvieron que ir dejando a cargo de unos pocos soldados.
Richard, mientras miraba a su alrededor, pensaba sí podrían vencer a los enemigos
con los que se iban a encontrar o si llevaba a sus hombres a una muerte segura. Mientras
se encontraba a lomos de su caballo y estos pensamientos daban vueltas en su cabeza,
oyó un aullido brutal. Algo que hizo que los caballos se pusieran nerviosos y los
soldados que los montaban también.
Richard debido a su experiencia en otras batallas sabía lo que producía esos aullidos:
wargos, lobos gigantescos que los orcos utilizaban como monturas dado que ningún
orco tenía suficiente habilidad como para montar un caballo, ni paciencia para
domarlos.
- Formaciones de combate - bramó Richard con una voz áspera que resonó en el aire
como una nota grave arrancada de un gran tambor.
La tropa formó y se preparó para cargar. Algunos soldados, sacaron arcos, ballestas y
pusieron flechas y saetas para lanzar una andanada letal sobre el enemigo que en breves
momentos se abalanzaría sobre ellos.
El cerebro de Richard estaba funcionando al máximo pensando porqué esos orcos
estaban en esa zona del terreno y cuantos serían. Podría deberse a una casualidad, pero
por otra parte, podría haber estado subestimando a los orcos, que podían haber dejado
exploradores para avisar al resto del ejército en caso de ataque y ser una avanzadilla que
les condujese a una trampa mortal. Al final decidió cargar utilizando la velocidad de los
caballos para intentar causar bajas rápidamente a las tropas orcas que en breves
momentos avistarían.
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6. Dio la orden a sus mensajeros y cargaron en formación cerrada, con las lanzas por
delante, mientras los cascos de los caballos resonaban como truenos en la oscuridad de
la noche. A su vez los orcos se lanzaron como una horda contra ellos gritando y
agitando sus espadas llenas de óxido. Pero cargaron de forma desordenada, debido a que
los orcos eran indisciplinados por naturaleza y no entendían el sentido de las
formaciones y la estrategia militar. Se lanzaban hacia adelante en masa y punto.
Los jinetes de Richard atacaron a los orcos por parejas, de forma que uno se centraba
en el wargo y otro en el orco. Debido a la velocidad, estrecha formación de combate y
las resistentes armaduras que protegían los flancos de sus los caballos, el choque fue
brutal y a favor del ejército de Richard. Las desordenadas filas de orcos acabaron como
abono para la hierba que cubría el campo de batalla. Después ser destrozados por la
fuerzas a caballo, las últimas filas de orcos intentaron un esbozo de formación defensiva
y acabaron de la misma forma que las primeras, ya que las flechas y saetas penetraron
en las armaduras de trozos de piel de los orcos como si fueran de papel.
Los soldados enardecidos por el recuerdo de las cabañas y granjas que habían visto a
lo largo del camino ardiendo, desmontaron, sacaron sus cuchillos serrados y acabaron
con las vidas de los últimos orcos, colocando posteriormente sus cabezas en picas.
Richard observó cómo al cabo de un rato, sus hombres lanzaban gritos de júbilo al ver
que habían ganado la batalla y el ejército de los orcos estaba muerto a sus pies.
Esa noche, jarras de negra cerveza corrieron de mano en mano por todo el
campamento de Richard y canciones de taberna alejaron a los animales que rondaban
por los alrededores, dado que aunque eran buenos soldados, desafinaban como un oso
abrazando una gaita y la cerveza ingerida no afinaba las cuerdas vocales de los ebrios
soldados desgastadas por los gritos de la batalla. Esa noche no se percataron de las
negras figuras los observaban a escasa distancia con crueles ojos sin terminar de
decidirse a atacar o no esa noche.
Cuando se levantaron por la mañana, los soldados montaron en sus caballos y
siguieron su camino a paso vivo hacia el noreste. Al cabo de un par de días avistaron al
resto del ejército enemigo. Estaban rodeando la fortaleza de madera que protegía la
capital del Condado del Halcón y en la que se atrincheraban los pocos soldados que
componían su ejército.
Estaba claro que la fortaleza no resistiría los golpes de las gigantescas mazas de los
6
7. trolls y que los pocos soldados que había dentro tampoco aguantarían las oleadas de
orcos que entrarían por los boquetes producidos durante su ataque.
El ejército de Richard debía intentar cambiar las tornas y decididos a ello se lanzaron
al ataque comandados por su general.
No fue una batalla fácil, los trolls eran capaces de aguantar varias lanzas clavadas en
su pecho antes de morir y los guerreros orcos, trasgos y otras razas primas de éstos eran
muy numerosos. Fue una larga y dura jornada de lucha. Los orcos caían a montones y
eran aplastados bajo los cascos de los caballos, que volvían a la carga una y otra vez,
mientras las espadas brillaban empapadas de sangre cuando segaban las cabezas de las
horrendas criaturas.
La lucha parecía interminable. Cuando un orco caía bajo las brutales cargas de
caballería de Richard o una escalera de asedio era rechazada por los defensores de la
fortaleza, aparecían más enemigos que los sustituían.
Al final, después de muchas horas de combate, exhaustos y al borde del agotamiento,
los jinetes de Richard vencieron. ¿Pero a qué precio? Entre los caídos enemigos también
se encontraban muchos valientes soldados. Alrededor de la mitad de su ejército había
caído en la batalla.
Richard se acercó a la puerta de la fortaleza y antes de que llegase a tocarla, los
soldados del interior la abrieron. Dentro podían encontrarse heridos por todas las
esquinas. Las flechas y lanzas arrojadas por el enemigo habían pasado por encima de la
empalizada y los había atravesado por doquier.
El resto de personas de la fortaleza, estaban vivos gracias a que Richard había sido el
único general de aquella sala del rey que se había atrevido a ayudar a las gentes del
noreste. Si hubiese tardado en llegar un solo día más el resultado habría sido desolador
y totalmente diferente. Las caras de los habitantes de la fortaleza mostraban respeto y
agradecimiento a pesar de las penurias padecidas en los días vividos durante su encierro
en la ciudadela.
- Presentadme a quien esté a cargo de esta fortaleza - dijo Richard a los soldados que
se le acercaron.
- Soy yo - contestó una esbelta mujer a la cabeza de los mismos, ataviada con un
uniforme de cuero de arquero que a pesar de la suciedad de la batalla, marcaba las
curvas de su bello cuerpo.
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8. - Es un placer conoceros, bella dama. ¿Cómo os llamáis? - preguntó Richard.
- Me llamo Irongate Melany y las pintas que tengo en este momento, no son
precisamente de bella dama - respondió la muchacha aunque su cara dejaba entrever que
no había sido del todo ajena al cumplido que Richard le había dado.
- ¿Cómo ha llegado a comandar a estos hombres? - preguntó Richard con cierta
sorpresa en su tono de voz ya que no era frecuente ver a mujeres al mando de soldados.
- Mi padre el conde, me enseñó a luchar con diferentes tipos de armas y a diseñar
algunas estrategias de combate.
- Me alegro, porque vamos a tener mucho trabajo. Tendremos que vigilar al enemigo,
reconstruir los poblados cercanos y curar a los heridos.
- ¿Cuándo vendrá el resto de la ayuda?
- ¿Que ayuda?
- ¿El rey no le mandó como avanzadilla para ayudarnos?
- En realidad me ha desterrado del reino y me ha depuesto como general de sus
ejércitos por venir a ayudaros.
- ¿Por qué?
- El rey Elenor dijo que no era rentable para el reino venir a ayudar a unos vasallos
que no seguían sus mandatos y llenaban sus arcas debidamente.
- ¿Cómo ha podido abandonarnos el rey a nuestra suerte para que suframos una
muerte segura? No le serviremos más y dejaremos de trabajar para llenar sus arcas ni
debida, ni indebidamente.
- ¿Insinúas qué vos y vuestros vasallos vais a desobedecer al rey y separar esta región
del resto del reino? ¿Entrareis en guerra con Lenor?
- Nosotros no iremos a la guerra contra él, ni tenemos ejército suficiente para poder
ganarla si decide venir a por nosotros. Simplemente intentaremos vivir aquí
aisladamente y sin hacerle caso. Si no cuenta con nosotros para salvarnos, que no cuente
para sus impuestos.
- Pero como muy bien dices, si os ataca no seréis rival para sus generales y ejércitos.
Os destrozará, os impondrá un nuevo señor como conde y pasareis a tener peores
condiciones.
- Visto lo visto, podíamos haber muerto. Prefiero jugármela a intentar ser
independiente y si nos sale mal, volveremos a nuestra vida anterior de siervos.
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9. - Por mi parte, mis soldados y yo, estamos desterrados, por lo que no tenemos a
quien servir. Si no tenéis nada en contra y nos podéis suministrar alojamiento y sustento
estaríamos encantados de quedarnos en esta tierra. Estaremos tan bien o mejor que en
cualquier otro sitio que encontremos-
-¿Nada en contra? ¡Nos habéis salvado la vida! Hagamos lo que hagamos, nunca os
lo podremos pagar suficientemente. Además si sumamos vuestros soldados a los
nuestros, puede que el rey se lo piense dos veces antes de atacarnos. Por su forma de ser
es más fácil que se olvide de nosotros.
- Tú eres la jefa de la ciudadela. Me tenéis que decir si os debo llamar condesa.
También nos habéis ayudado a acabar con el enemigo, por lo que agradecemos vuestra
propuesta doblemente. Por otra parte y en cuanto al rey Elenor, tenéis razón en cuanto a
¿por qué deberíais seguir sirviéndole? ¡Que se pudra ese miserable!
A partir de ese día Richard y Melany pasaron mucho tiempo juntos reconstruyendo la
región, a la que decidieron cambiarle el nombre por Richtrawn. Reconstruyeron y
crearon aldeas, sembraron los campos, alimentaron a la gente, curaron a los heridos y
crearon leyes nuevas más justas que las anteriores. No cobraron a sus ciudadanos
impuestos abusivos sino lo justo y necesario para mantener la región. Además
consiguieron algo que no se había logrado en años. Algo difícil pero necesario, restaurar
alianzas y pactos con reinos elfos, humanos y enanos. Incluso por seguridad realizaron
ciertos tratos con emisarios del rey Elenor que al cabo de un tiempo aceptó la nueva
situación de la región.
Tanto tiempo en compañía uno del otro, les llevó a conocerse mejor y al final sucedió
lo inevitable, se enamoraron, al cabo de un tiempo se casaron y Melany se quedó
embarazada.
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