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Creo en Jesucristo




Fue sepultado
y descendió
a los infiernos
La muerte de Cristo fue
una verdadera muerte en
cuanto que puso fin a su
existencia humana terrena.
Pero a causa de la unión
que la Persona del Hijo
conservó con su cuerpo,
éste no fue un despojo
mortal, como los demás.


Porque "no era posible que la muerte lo dominase" (Hch
2, 24) y por eso de Cristo se puede decir a la vez: "Fue
arrancado de la tierra de los vivos" (Is 53, 8); y: "mi carne
reposará en la esperanza de que no abandonarás mi alma
en el Hades ni permitirás que tu santo experimente la
corrupción“.
Recordamos lo que había dicho el Señor, en Mt 26,10,
acerca de la mujer que le ungió:Una buena obra ha hecho
conmigo; y luego añade, en el v.12: Derramando este
ungüento sobre mi cuerpo, lo ha hecho con miras a mi
sepultura.
Al confesar en el Credo la sepultura de Jesucristo,
estamos afirmando la realidad histórica de los
acontecimientos. Sus padecimientos fueron reales, la
cruz y la muerte no fueron aparentes. Por ello, la
sepultura de Cristo está ya en la confesión de fe que san
Pablo ha recibido y que, a su vez, él transmite (1Cor 15,4)
lo mismo que la muerte y la resurrección.
José de Arimatea, varón justo y bueno, ilustre senador
que no habla compartido las decisiones tomadas contra
Jesús, acudió a Pilato para pedirle el cuerpo del Maestro.
Compró una sábana y fue al Calvario.
También Nicodemo acudió allí llevando unas
cien libras de mirra y óleos para embalsamar el
                    cuerpo .




                                   Ambos
                                   eran
                                   discípulos
                                   de Jesús
                                   en secreto.
Se ponía el sol y estaba próxima la hora en que
debían empezar a guardar el descanso del gran
sábado de la Pascua. Rápidamente descolgaron
el cadáver de Jesús,



lo lavaron, lo
ungieron y lo
envolvieron
en la
sábana.
La tradición nos presenta a la Virgen María,
teniendo entre sus brazos el cuerpo de Jesús.
Allí mismo José
de Arimatea tenia
en su huerto un
sepulcro recién
excavado en la
roca. Pusieron a
Jesús en él e
hicieron rodar la
piedra preparada
para tapar la
entrada.
Comenta santo Tomás de Aquino: “Es colocado en un
sepulcro nuevo, como dice Jerónimo, para que, después
de la resurrección, quedando los demás cuerpos en el
sepulcro, no se supusiese que era otro el que había
resucitado. El sepulcro nuevo puede señalar también el
seno virginal de María.

                                    Con esto puede
                                    insinuarse
                                    asimismo que, por
                                    la sepultura de
                                    Cristo, destruidas
                                    la muerte y la
                                    corrupción, todos
                                    somos
                                    renovados.”
Y continúa: “Fue enterrado en
                            un sepulcro excavado en la
                            roca, como             escribe
                            Jerónimo, no fuera que, en
                            caso de haber sido construido
                            de muchas piedras, se dijese
                            que    había    sido    robado
                            socavando los cimientos. De
                            donde      también la     gran
                            piedra que                  se
                            colocó demuestra      que    el
                            sepulcro no hubiera podido
                            ser abierto sin la ayuda de
                            muchos. Incluso, si hubiera
                            sido sepultado en la tierra,
                            podrían decir:
Removieron la tierra, y lo robaron, como comenta Agustín”.
El grupo de
mujeres, entre las
que se hallaban
María, la madre de
Jesús, y María
Magdalena, regresó
a Jerusalén.
Algunas fueron a
comprar aromas y
ungüentos para
enterrar
debidamente a
Jesús, una vez
pasado el sábado
de Pascua.
Los jefes de los judíos, impresionados por los
fenómenos que se produjeron durante la
muerte, fueron a hablar con Pilato


 para que
 destinara
 unos
 soldados
 que
 montasen
 guardia en
 el sepulcro,
Así lo hicieron
y precintaron la
piedra de la
entrada.
En su designio de
 salvación, Dios dispuso
que su Hijo no solamente
  "muriese por nuestros
pecados sino también que
 "gustase la muerte", es
  decir, que conociera el
    estado de muerte,
 el estado de separación
entre su alma y su cuerpo,
     durante el tiempo
   comprendido entre el
momento en que él expiró
 en la Cruz y el momento
      en que resucitó.
La permanencia de
Cristo en el sepulcro
constituye el vínculo
real entre el estado
pasible de Cristo
antes de Pascua y su
actual estado glorioso
de resucitado. Es la
misma persona de "El
que vive" que puede
decir:

"estuve muerto, pero ahora estoy vivo por
los siglos de los siglos" (Ap 1, 18):
El cuerpo de Jesús estuvo en el sepulcro separado
de su alma hasta que resucitó. La Resurrección de
Jesús "al tercer día" era el signo de no corrupción,
      porque se suponía que la corrupción se
        manifestaba a partir del cuarto día.
Comenta santo Tomás de Aquino: “Convino que Cristo
fuese sepultado para comprobar la verdad de su muerte,
pues uno no es puesto en el sepulcro sino cuando ya
consta la verdad de su muerte.


                                       Por esto se lee
                                       en Mc 15,44-45
                                       que Pilato, antes
                                       de permitir que
                                       Cristo fuese
                                       sepultado,
                                       averiguó, tras
                                       diligente
                                       investigación, si
                                       había muerto.”
Y sigue: “También para ejemplo de los que, por la muerte
de Cristo, están espiritualmente muertos al pecado,

                                los      cuales,      sin
                               duda, quedan sustraídos a
                               la conspiración de los
                               hombres. Por lo cual se
                               dice en Col 3,3: Estáis
                               muertos, y vuestra vida
                               está oculta con Cristo en
                               Dios. De donde también los
                               bautizados, que por la
                               muerte de Cristo mueren al
                               pecado,     son      como
                               consepultados con Cristo
                               por medio de inmersión”.
"Sepultados con Cristo... "
El Bautismo, cuyo signo
original y pleno es la
inmersión, significa
eficazmente la bajada del
cristiano al sepulcro
muriendo al pecado con
Cristo para una nueva vida:
"Fuimos, pues, con él
sepultados por el bautismo
en la muerte, a fin de que, al
igual que Cristo fue
resucitado de entre los
muertos por medio de la
gloria del Padre, así también
nosotros vivamos una vida
nueva“.
Automático
no brota
la espiga,
no nace
el fruto.
Si
sangre
no
brota


     del santo madero,
donde
crucificaron

  al
  Nazareno.
los jornaleros.
y cae
en el
surco,
Hacer CLICK
Jesús no sólo murió,
sino también estuvo
muerto. Sólo quien
muere de verdad
puede resucitar "de
entre los muertos":
Por su muerte ha
vencido la muerte y al
diablo “señor de la
muerte”. Jesús ha
bajado al lugar de no
retorno, para iniciar
allí el retorno
verdadero.
Dice el catecismo: Cristo muerto, en su alma unida a su
persona divina, descendió a la morada de los muertos.
Abrió las puertas del cielo a los justos que le habían
precedido (Cat. Nº 637).



Como en su
existencia terrena
fue Jesús
solidario con los
vivos, “en los
infiernos” lo fue
con los muertos.
Las frecuentes afirmaciones del Nuevo Testamento según
las cuales Jesús "resucitó de entre los muertos"
presuponen que, antes de la resurrección, permaneció en
la morada de los muertos. Es el primer sentido que dio la
predicación apostólica al descenso de Jesús a los
infiernos;


Jesús conoció
la muerte
como todos
los hombres y
se reunió con
ellos en la
morada de los
muertos.
Aquí “los infiernos” no quiere decir el infierno de
los condenados, sino las partes inferiores, lo de
abajo, lo propio de la muerte. En primer lugar
quiere decir que Jesús estaba muerto y bien
muerto.
En segundo lugar, y
muy propiamente, se
refiere al Hades o
lugar de los muertos,
donde los no
condenados, y que ya
no estuvieran en el
purgatorio, esperaban
la plena salvación por
medio de los méritos
adquiridos por
Jesucristo, para poder
tener la plena visión
de Dios.
Dice san
pedro: “Ha
descendido
como Salvador
proclamando
la buena
nueva a los
espíritus que
estaban allí
detenidos.”
(1 P 3,18-19).


 Jesús ha descendido hasta los infiernos, en
 primer lugar, para encarnarse plenamente,
 compartiendo la suerte de aquellos que mueren.
Dice san Pedro que Jesús allí “proclamó la buena nueva”.




 Aquí la palabra “proclamó” o predicó no significa
predicación del evangelio, sino anunciar un
mensaje, que fue un mensaje de salvación. Y esta
fue la victoria del amor sobre la muerte.
Jesús no bajó a los infiernos para liberar allí a los
  condenados ni para destruir el infierno de la
condenación sino para liberar a los justos que le
               habían precedido.
El descenso a los
                                  infiernos es el
                                  pleno
                                  cumplimiento del
                                  anuncio
                                  evangélico de la
                                  salvación.


Es la última fase de la misión mesiánica de Jesús, fase
condensada en el tiempo pero inmensamente amplia en
su significado real de extensión de la obra redentora a
todos los hombres de todos los tiempos y de todos los
lugares porque todos los que se salvan se hacen
partícipes de la Redención.
Las almas de los
Santos Padres (entre
ellos estaría san José)
no fueron introducidas
en el cielo antes de la
muerte de Jesucristo
porque por el pecado
de Adán el cielo estaba
cerrado, y convenía
que el primero que
entrase en él fuese
Jesucristo, que con su
muerte lo abrió de
nuevo.
Dejando a un lado las
imágenes con las que
se representaba el
infierno “lugar de los
muertos”, “Scheol” y
la “existencia”
miserable de las
“almas” en él, la
miseria propiamente
dicha de estas almas,
consiste en que están
separadas de Dios y
viven esa lejanía y
abandono de Dios.
La palabra

                                        infiernos
                                        indica el
                                        mal de
                                        pena, y no
                                        el mal de la
                                        culpa.



 Por eso convino que Cristo bajase a los
infiernos, no como si El fuese deudor de la pena,
sino para librar a los que estaban sujetos a ella.
Hay dos clases de dolor.
                               Uno, el que proviene del
                               sufrimiento de la pena
                               que los hombres
                               padecen a causa del
                               pecado actual, según
                               aquellas palabras del Sal
                               17,6: Me han rodeado los
                               dolores del infierno.



 Otro, el que se origina en la dilación de la gloria
esperada, según aquellas palabras de Prov 13,12: La
esperanza que se dilata, aflige al alma. Y los santos
Patriarcas sufrían este dolor en los infiernos.
Cristo quitó unos y
otros dolores
cuando descendió
a los infiernos,
aunque de modo
diverso.



 Quitó los dolores de las penas preservando de ellos, a la
manera en que se dice que el médico quita la enfermedad
al preservar de la misma por medio de las medicinas. Y
los dolores causados por la dilación de la gloria los hizo
desaparecer, otorgando la gloria.
Cristo
                                 descendió a la
                                 mansión de los
                                 muertos para
                                 salvar a los que
                                 estaban
                                 perdidos y sin
                                 esperanza.


Cristo es la garantía de que los que mueren
también resucitarán (1 Co 15, 12–22). Esta es la
gran noticia, la buena nueva que surge tanto en el
mundo de los vivos como en el mundo de los
muertos.
Este “descenso a
                                     los infiernos”
                                     nos indica que la
                                     salvación que
                                     Jesucristo nos
                                     ofrece no es
                                     privilegio de
                                     unos cuantos
                                     escogidos.


Ella se extiende a todos y a cada uno de los hombres,
dondequiera que vivan, más allá de los límites de
espacio y tiempo, para todas las condiciones humanas.
Jesús es así el Salvador de todos los hombres.
En la muerte de Cristo no se separó la
         divinidad de su cuerpo.
 Escribe san Juan
Damasceno: Aunque
Cristo    murió   en
cuanto hombre, y su
alma santísima se
separó de su cuerpo
inmaculado,         la
divinidad          se
mantuvo inseparable
de una y otro, es
decir, del alma y del
cuerpo.
Mucho menos de su alma.
El alma se unió al
Verbo de Dios de
manera más inmediata y
primero que el cuerpo,
puesto que el cuerpo se
unió al Verbo de Dios
mediante el alma. Por
consiguiente,        no
habiéndose separado el
Verbo de Dios del
cuerpo en la muerte,
mucho      menos     se
separó del alma.
Comenta
                                       santo
                                       Tomás de
                                       Aquino:


 Era conveniente que, vencido el diablo por la pasión,
librase a los aprisionados, que estaban detenidos en el
infierno, según aquellas palabras de Zac 9,11: Tú
también, por la sangre de tu alianza, compraste a los
cautivos del infierno. Y en Col 2,15 se dice: Y
despojando a los principados y a las potestades, los
expuso intrépidamente.
La pasión de Cristo
                                   fue causa universal
                                   de la salvación de los
                                   hombres, tanto de los
                                   vivos como de los
                                   muertos. Y la causa
                                   universal se aplica a
                                   los efectos
                                   particulares por algún
                                   acto especial.

 Por lo cual, así como la virtud de la pasión de Cristo se
aplica a los vivos por medio de los sacramentos, que nos
configuran con ella, así también fue aplicada a los
muertos mediante el descenso de Cristo a los infiernos.
El seno      de     Abrahán puede
entenderse de dos modos. Uno, por
razón del descanso que allí existía
con relación a la pena sensible. Y,
en este aspecto, ni le compete el
nombre de infierno, ni existen allí
dolores de ninguna clase. Otro, en lo
que atañe a la privación de la gloria
que se espera. Y, bajo este ángulo,
le compete el concepto de infierno y
de dolor. Y por eso ahora se llama
seno de Abrahán al descanso de los
bienaventurados; pero no se le
llama infierno, ni tampoco se dice
ahora que existan dolores en el seno
de Abrahán.
 Así  como  Cristo,  para  asumir  en  sí  mismo  nuestras 
penas,  quiso  que  su  cuerpo  fuera  puesto  en  el  sepulcro, 
así también quiso que su alma descendiese a los infiernos. 
Pero su cuerpo permaneció en el sepulcro un día entero y 
dos  noches  para  que  se  comprobase  la  verdad  de  su 
muerte.  Por  lo  que  es  de  creer  que  también  su  alma 
estuviese otro tanto en los infiernos, a fin de que salieran a 
la vez su alma de los infiernos y su cuerpo del sepulcro. 
Cristo,  al  bajar  a  “los  infiernos”,  libró  a  los  santos  que 
estaban allí, no sacándolos al instante de aquel lugar, sino 
iluminándolos  con  la  luz de  su  gloria.  Y,  no obstante, fue 
conveniente  que  su  alma  permaneciese  en  los  infiernos 
todo el tiempo que su cuerpo estuviese en el sepulcro. 
Este  descenso  del 
Señor a los infiernos 
significa,       sobre 
todo,  que  Jesús 
alcanza  también  el 
pasado,      que     la 
eficacia     de      la 
redención           no 
comienza  en  un  año 
concreto,  sino  que 
abarca  también  el 
pasado,  a  todas  las 
personas  de  todos 
los tiempos. 
Aquellas almas que estaban en “el Seno de 
Abraham” tendrían un consuelo de parte de Dios 
y una gran esperanza en la venida del Redentor.


  Esta 
  esperanza 
  les haría 
  exclamar:
Automático
Vendrá 
el 
Señor  
y a su 
pueblo 
salvará.
y a su pueblo salvará.
Él llenará nuestra vida.  
Él colmará nuestro amar.
Él nos alumbra 
 en la noche, 
nos da fuerza  
 y nos da paz.
Él nos 
alumbra        
en la noche.
Con su 
luz nos 
llenará.
Vendrá el 
Señor y a 
su pueblo 
salvará.
Vendrá  
el Señor, 
con su 
luz nos 
llenará.
Jesús, en el lugar de los muertos, les 
hablaría a los santos de su madre tan 
     unida a Él en la redención.
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                                interceda 
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Credo 10

  • 1. Creo en Jesucristo Fue sepultado y descendió a los infiernos
  • 2. La muerte de Cristo fue una verdadera muerte en cuanto que puso fin a su existencia humana terrena. Pero a causa de la unión que la Persona del Hijo conservó con su cuerpo, éste no fue un despojo mortal, como los demás. Porque "no era posible que la muerte lo dominase" (Hch 2, 24) y por eso de Cristo se puede decir a la vez: "Fue arrancado de la tierra de los vivos" (Is 53, 8); y: "mi carne reposará en la esperanza de que no abandonarás mi alma en el Hades ni permitirás que tu santo experimente la corrupción“.
  • 3. Recordamos lo que había dicho el Señor, en Mt 26,10, acerca de la mujer que le ungió:Una buena obra ha hecho conmigo; y luego añade, en el v.12: Derramando este ungüento sobre mi cuerpo, lo ha hecho con miras a mi sepultura.
  • 4. Al confesar en el Credo la sepultura de Jesucristo, estamos afirmando la realidad histórica de los acontecimientos. Sus padecimientos fueron reales, la cruz y la muerte no fueron aparentes. Por ello, la sepultura de Cristo está ya en la confesión de fe que san Pablo ha recibido y que, a su vez, él transmite (1Cor 15,4) lo mismo que la muerte y la resurrección.
  • 5. José de Arimatea, varón justo y bueno, ilustre senador que no habla compartido las decisiones tomadas contra Jesús, acudió a Pilato para pedirle el cuerpo del Maestro. Compró una sábana y fue al Calvario.
  • 6. También Nicodemo acudió allí llevando unas cien libras de mirra y óleos para embalsamar el cuerpo . Ambos eran discípulos de Jesús en secreto.
  • 7. Se ponía el sol y estaba próxima la hora en que debían empezar a guardar el descanso del gran sábado de la Pascua. Rápidamente descolgaron el cadáver de Jesús, lo lavaron, lo ungieron y lo envolvieron en la sábana.
  • 8. La tradición nos presenta a la Virgen María, teniendo entre sus brazos el cuerpo de Jesús.
  • 9. Allí mismo José de Arimatea tenia en su huerto un sepulcro recién excavado en la roca. Pusieron a Jesús en él e hicieron rodar la piedra preparada para tapar la entrada.
  • 10. Comenta santo Tomás de Aquino: “Es colocado en un sepulcro nuevo, como dice Jerónimo, para que, después de la resurrección, quedando los demás cuerpos en el sepulcro, no se supusiese que era otro el que había resucitado. El sepulcro nuevo puede señalar también el seno virginal de María. Con esto puede insinuarse asimismo que, por la sepultura de Cristo, destruidas la muerte y la corrupción, todos somos renovados.”
  • 11. Y continúa: “Fue enterrado en un sepulcro excavado en la roca, como escribe Jerónimo, no fuera que, en caso de haber sido construido de muchas piedras, se dijese que había sido robado socavando los cimientos. De donde también la gran piedra que se colocó demuestra que el sepulcro no hubiera podido ser abierto sin la ayuda de muchos. Incluso, si hubiera sido sepultado en la tierra, podrían decir: Removieron la tierra, y lo robaron, como comenta Agustín”.
  • 12. El grupo de mujeres, entre las que se hallaban María, la madre de Jesús, y María Magdalena, regresó a Jerusalén. Algunas fueron a comprar aromas y ungüentos para enterrar debidamente a Jesús, una vez pasado el sábado de Pascua.
  • 13. Los jefes de los judíos, impresionados por los fenómenos que se produjeron durante la muerte, fueron a hablar con Pilato para que destinara unos soldados que montasen guardia en el sepulcro,
  • 14. Así lo hicieron y precintaron la piedra de la entrada.
  • 15. En su designio de salvación, Dios dispuso que su Hijo no solamente "muriese por nuestros pecados sino también que "gustase la muerte", es decir, que conociera el estado de muerte, el estado de separación entre su alma y su cuerpo, durante el tiempo comprendido entre el momento en que él expiró en la Cruz y el momento en que resucitó.
  • 16. La permanencia de Cristo en el sepulcro constituye el vínculo real entre el estado pasible de Cristo antes de Pascua y su actual estado glorioso de resucitado. Es la misma persona de "El que vive" que puede decir: "estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos" (Ap 1, 18):
  • 17. El cuerpo de Jesús estuvo en el sepulcro separado de su alma hasta que resucitó. La Resurrección de Jesús "al tercer día" era el signo de no corrupción, porque se suponía que la corrupción se manifestaba a partir del cuarto día.
  • 18. Comenta santo Tomás de Aquino: “Convino que Cristo fuese sepultado para comprobar la verdad de su muerte, pues uno no es puesto en el sepulcro sino cuando ya consta la verdad de su muerte. Por esto se lee en Mc 15,44-45 que Pilato, antes de permitir que Cristo fuese sepultado, averiguó, tras diligente investigación, si había muerto.”
  • 19. Y sigue: “También para ejemplo de los que, por la muerte de Cristo, están espiritualmente muertos al pecado, los cuales, sin duda, quedan sustraídos a la conspiración de los hombres. Por lo cual se dice en Col 3,3: Estáis muertos, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios. De donde también los bautizados, que por la muerte de Cristo mueren al pecado, son como consepultados con Cristo por medio de inmersión”.
  • 20. "Sepultados con Cristo... " El Bautismo, cuyo signo original y pleno es la inmersión, significa eficazmente la bajada del cristiano al sepulcro muriendo al pecado con Cristo para una nueva vida: "Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva“.
  • 22.
  • 23. no brota la espiga, no nace el fruto.
  • 24. Si sangre no brota del santo madero,
  • 27.
  • 29.
  • 31. Jesús no sólo murió, sino también estuvo muerto. Sólo quien muere de verdad puede resucitar "de entre los muertos": Por su muerte ha vencido la muerte y al diablo “señor de la muerte”. Jesús ha bajado al lugar de no retorno, para iniciar allí el retorno verdadero.
  • 32. Dice el catecismo: Cristo muerto, en su alma unida a su persona divina, descendió a la morada de los muertos. Abrió las puertas del cielo a los justos que le habían precedido (Cat. Nº 637). Como en su existencia terrena fue Jesús solidario con los vivos, “en los infiernos” lo fue con los muertos.
  • 33. Las frecuentes afirmaciones del Nuevo Testamento según las cuales Jesús "resucitó de entre los muertos" presuponen que, antes de la resurrección, permaneció en la morada de los muertos. Es el primer sentido que dio la predicación apostólica al descenso de Jesús a los infiernos; Jesús conoció la muerte como todos los hombres y se reunió con ellos en la morada de los muertos.
  • 34. Aquí “los infiernos” no quiere decir el infierno de los condenados, sino las partes inferiores, lo de abajo, lo propio de la muerte. En primer lugar quiere decir que Jesús estaba muerto y bien muerto.
  • 35. En segundo lugar, y muy propiamente, se refiere al Hades o lugar de los muertos, donde los no condenados, y que ya no estuvieran en el purgatorio, esperaban la plena salvación por medio de los méritos adquiridos por Jesucristo, para poder tener la plena visión de Dios.
  • 36. Dice san pedro: “Ha descendido como Salvador proclamando la buena nueva a los espíritus que estaban allí detenidos.” (1 P 3,18-19). Jesús ha descendido hasta los infiernos, en primer lugar, para encarnarse plenamente, compartiendo la suerte de aquellos que mueren.
  • 37. Dice san Pedro que Jesús allí “proclamó la buena nueva”. Aquí la palabra “proclamó” o predicó no significa predicación del evangelio, sino anunciar un mensaje, que fue un mensaje de salvación. Y esta fue la victoria del amor sobre la muerte.
  • 38. Jesús no bajó a los infiernos para liberar allí a los condenados ni para destruir el infierno de la condenación sino para liberar a los justos que le habían precedido.
  • 39. El descenso a los infiernos es el pleno cumplimiento del anuncio evangélico de la salvación. Es la última fase de la misión mesiánica de Jesús, fase condensada en el tiempo pero inmensamente amplia en su significado real de extensión de la obra redentora a todos los hombres de todos los tiempos y de todos los lugares porque todos los que se salvan se hacen partícipes de la Redención.
  • 40. Las almas de los Santos Padres (entre ellos estaría san José) no fueron introducidas en el cielo antes de la muerte de Jesucristo porque por el pecado de Adán el cielo estaba cerrado, y convenía que el primero que entrase en él fuese Jesucristo, que con su muerte lo abrió de nuevo.
  • 41. Dejando a un lado las imágenes con las que se representaba el infierno “lugar de los muertos”, “Scheol” y la “existencia” miserable de las “almas” en él, la miseria propiamente dicha de estas almas, consiste en que están separadas de Dios y viven esa lejanía y abandono de Dios.
  • 42. La palabra infiernos indica el mal de pena, y no el mal de la culpa. Por eso convino que Cristo bajase a los infiernos, no como si El fuese deudor de la pena, sino para librar a los que estaban sujetos a ella.
  • 43. Hay dos clases de dolor. Uno, el que proviene del sufrimiento de la pena que los hombres padecen a causa del pecado actual, según aquellas palabras del Sal 17,6: Me han rodeado los dolores del infierno. Otro, el que se origina en la dilación de la gloria esperada, según aquellas palabras de Prov 13,12: La esperanza que se dilata, aflige al alma. Y los santos Patriarcas sufrían este dolor en los infiernos.
  • 44. Cristo quitó unos y otros dolores cuando descendió a los infiernos, aunque de modo diverso. Quitó los dolores de las penas preservando de ellos, a la manera en que se dice que el médico quita la enfermedad al preservar de la misma por medio de las medicinas. Y los dolores causados por la dilación de la gloria los hizo desaparecer, otorgando la gloria.
  • 45. Cristo descendió a la mansión de los muertos para salvar a los que estaban perdidos y sin esperanza. Cristo es la garantía de que los que mueren también resucitarán (1 Co 15, 12–22). Esta es la gran noticia, la buena nueva que surge tanto en el mundo de los vivos como en el mundo de los muertos.
  • 46. Este “descenso a los infiernos” nos indica que la salvación que Jesucristo nos ofrece no es privilegio de unos cuantos escogidos. Ella se extiende a todos y a cada uno de los hombres, dondequiera que vivan, más allá de los límites de espacio y tiempo, para todas las condiciones humanas. Jesús es así el Salvador de todos los hombres.
  • 47. En la muerte de Cristo no se separó la divinidad de su cuerpo. Escribe san Juan Damasceno: Aunque Cristo murió en cuanto hombre, y su alma santísima se separó de su cuerpo inmaculado, la divinidad se mantuvo inseparable de una y otro, es decir, del alma y del cuerpo.
  • 48. Mucho menos de su alma. El alma se unió al Verbo de Dios de manera más inmediata y primero que el cuerpo, puesto que el cuerpo se unió al Verbo de Dios mediante el alma. Por consiguiente, no habiéndose separado el Verbo de Dios del cuerpo en la muerte, mucho menos se separó del alma.
  • 49. Comenta santo Tomás de Aquino: Era conveniente que, vencido el diablo por la pasión, librase a los aprisionados, que estaban detenidos en el infierno, según aquellas palabras de Zac 9,11: Tú también, por la sangre de tu alianza, compraste a los cautivos del infierno. Y en Col 2,15 se dice: Y despojando a los principados y a las potestades, los expuso intrépidamente.
  • 50. La pasión de Cristo fue causa universal de la salvación de los hombres, tanto de los vivos como de los muertos. Y la causa universal se aplica a los efectos particulares por algún acto especial. Por lo cual, así como la virtud de la pasión de Cristo se aplica a los vivos por medio de los sacramentos, que nos configuran con ella, así también fue aplicada a los muertos mediante el descenso de Cristo a los infiernos.
  • 51. El seno de Abrahán puede entenderse de dos modos. Uno, por razón del descanso que allí existía con relación a la pena sensible. Y, en este aspecto, ni le compete el nombre de infierno, ni existen allí dolores de ninguna clase. Otro, en lo que atañe a la privación de la gloria que se espera. Y, bajo este ángulo, le compete el concepto de infierno y de dolor. Y por eso ahora se llama seno de Abrahán al descanso de los bienaventurados; pero no se le llama infierno, ni tampoco se dice ahora que existan dolores en el seno de Abrahán.
  • 52.  Así  como  Cristo,  para  asumir  en  sí  mismo  nuestras  penas,  quiso  que  su  cuerpo  fuera  puesto  en  el  sepulcro,  así también quiso que su alma descendiese a los infiernos.  Pero su cuerpo permaneció en el sepulcro un día entero y  dos  noches  para  que  se  comprobase  la  verdad  de  su  muerte.  Por  lo  que  es  de  creer  que  también  su  alma  estuviese otro tanto en los infiernos, a fin de que salieran a  la vez su alma de los infiernos y su cuerpo del sepulcro. 
  • 53. Cristo,  al  bajar  a  “los  infiernos”,  libró  a  los  santos  que  estaban allí, no sacándolos al instante de aquel lugar, sino  iluminándolos  con  la  luz de  su  gloria.  Y,  no obstante, fue  conveniente  que  su  alma  permaneciese  en  los  infiernos  todo el tiempo que su cuerpo estuviese en el sepulcro. 
  • 54. Este  descenso  del  Señor a los infiernos  significa,  sobre  todo,  que  Jesús  alcanza  también  el  pasado,  que  la  eficacia  de  la  redención  no  comienza  en  un  año  concreto,  sino  que  abarca  también  el  pasado,  a  todas  las  personas  de  todos  los tiempos. 
  • 58.
  • 66. Jesús, en el lugar de los muertos, les  hablaría a los santos de su madre tan  unida a Él en la redención. Que ella  interceda  por  nosotros AMÉN