Jesús no sólo murió, sino que estuvo muerto y descendió a los infiernos. Allí anunció la buena nueva de salvación a las almas de los justos que le habían precedido y los liberó de la espera, introduciéndolos en el cielo. De este modo, Jesús completó su obra redentora extendiéndola a todos los hombres de todos los tiempos.
2. La muerte de Cristo fue
una verdadera muerte en
cuanto que puso fin a su
existencia humana terrena.
Pero a causa de la unión
que la Persona del Hijo
conservó con su cuerpo,
éste no fue un despojo
mortal, como los demás.
Porque "no era posible que la muerte lo dominase" (Hch
2, 24) y por eso de Cristo se puede decir a la vez: "Fue
arrancado de la tierra de los vivos" (Is 53, 8); y: "mi carne
reposará en la esperanza de que no abandonarás mi alma
en el Hades ni permitirás que tu santo experimente la
corrupción“.
3. Recordamos lo que había dicho el Señor, en Mt 26,10,
acerca de la mujer que le ungió:Una buena obra ha hecho
conmigo; y luego añade, en el v.12: Derramando este
ungüento sobre mi cuerpo, lo ha hecho con miras a mi
sepultura.
4. Al confesar en el Credo la sepultura de Jesucristo,
estamos afirmando la realidad histórica de los
acontecimientos. Sus padecimientos fueron reales, la
cruz y la muerte no fueron aparentes. Por ello, la
sepultura de Cristo está ya en la confesión de fe que san
Pablo ha recibido y que, a su vez, él transmite (1Cor 15,4)
lo mismo que la muerte y la resurrección.
5. José de Arimatea, varón justo y bueno, ilustre senador
que no habla compartido las decisiones tomadas contra
Jesús, acudió a Pilato para pedirle el cuerpo del Maestro.
Compró una sábana y fue al Calvario.
6. También Nicodemo acudió allí llevando unas
cien libras de mirra y óleos para embalsamar el
cuerpo .
Ambos
eran
discípulos
de Jesús
en secreto.
7. Se ponía el sol y estaba próxima la hora en que
debían empezar a guardar el descanso del gran
sábado de la Pascua. Rápidamente descolgaron
el cadáver de Jesús,
lo lavaron, lo
ungieron y lo
envolvieron
en la
sábana.
8. La tradición nos presenta a la Virgen María,
teniendo entre sus brazos el cuerpo de Jesús.
9. Allí mismo José
de Arimatea tenia
en su huerto un
sepulcro recién
excavado en la
roca. Pusieron a
Jesús en él e
hicieron rodar la
piedra preparada
para tapar la
entrada.
10. Comenta santo Tomás de Aquino: “Es colocado en un
sepulcro nuevo, como dice Jerónimo, para que, después
de la resurrección, quedando los demás cuerpos en el
sepulcro, no se supusiese que era otro el que había
resucitado. El sepulcro nuevo puede señalar también el
seno virginal de María.
Con esto puede
insinuarse
asimismo que, por
la sepultura de
Cristo, destruidas
la muerte y la
corrupción, todos
somos
renovados.”
11. Y continúa: “Fue enterrado en
un sepulcro excavado en la
roca, como escribe
Jerónimo, no fuera que, en
caso de haber sido construido
de muchas piedras, se dijese
que había sido robado
socavando los cimientos. De
donde también la gran
piedra que se
colocó demuestra que el
sepulcro no hubiera podido
ser abierto sin la ayuda de
muchos. Incluso, si hubiera
sido sepultado en la tierra,
podrían decir:
Removieron la tierra, y lo robaron, como comenta Agustín”.
12. El grupo de
mujeres, entre las
que se hallaban
María, la madre de
Jesús, y María
Magdalena, regresó
a Jerusalén.
Algunas fueron a
comprar aromas y
ungüentos para
enterrar
debidamente a
Jesús, una vez
pasado el sábado
de Pascua.
13. Los jefes de los judíos, impresionados por los
fenómenos que se produjeron durante la
muerte, fueron a hablar con Pilato
para que
destinara
unos
soldados
que
montasen
guardia en
el sepulcro,
15. En su designio de
salvación, Dios dispuso
que su Hijo no solamente
"muriese por nuestros
pecados sino también que
"gustase la muerte", es
decir, que conociera el
estado de muerte,
el estado de separación
entre su alma y su cuerpo,
durante el tiempo
comprendido entre el
momento en que él expiró
en la Cruz y el momento
en que resucitó.
16. La permanencia de
Cristo en el sepulcro
constituye el vínculo
real entre el estado
pasible de Cristo
antes de Pascua y su
actual estado glorioso
de resucitado. Es la
misma persona de "El
que vive" que puede
decir:
"estuve muerto, pero ahora estoy vivo por
los siglos de los siglos" (Ap 1, 18):
17. El cuerpo de Jesús estuvo en el sepulcro separado
de su alma hasta que resucitó. La Resurrección de
Jesús "al tercer día" era el signo de no corrupción,
porque se suponía que la corrupción se
manifestaba a partir del cuarto día.
18. Comenta santo Tomás de Aquino: “Convino que Cristo
fuese sepultado para comprobar la verdad de su muerte,
pues uno no es puesto en el sepulcro sino cuando ya
consta la verdad de su muerte.
Por esto se lee
en Mc 15,44-45
que Pilato, antes
de permitir que
Cristo fuese
sepultado,
averiguó, tras
diligente
investigación, si
había muerto.”
19. Y sigue: “También para ejemplo de los que, por la muerte
de Cristo, están espiritualmente muertos al pecado,
los cuales, sin
duda, quedan sustraídos a
la conspiración de los
hombres. Por lo cual se
dice en Col 3,3: Estáis
muertos, y vuestra vida
está oculta con Cristo en
Dios. De donde también los
bautizados, que por la
muerte de Cristo mueren al
pecado, son como
consepultados con Cristo
por medio de inmersión”.
20. "Sepultados con Cristo... "
El Bautismo, cuyo signo
original y pleno es la
inmersión, significa
eficazmente la bajada del
cristiano al sepulcro
muriendo al pecado con
Cristo para una nueva vida:
"Fuimos, pues, con él
sepultados por el bautismo
en la muerte, a fin de que, al
igual que Cristo fue
resucitado de entre los
muertos por medio de la
gloria del Padre, así también
nosotros vivamos una vida
nueva“.
31. Jesús no sólo murió,
sino también estuvo
muerto. Sólo quien
muere de verdad
puede resucitar "de
entre los muertos":
Por su muerte ha
vencido la muerte y al
diablo “señor de la
muerte”. Jesús ha
bajado al lugar de no
retorno, para iniciar
allí el retorno
verdadero.
32. Dice el catecismo: Cristo muerto, en su alma unida a su
persona divina, descendió a la morada de los muertos.
Abrió las puertas del cielo a los justos que le habían
precedido (Cat. Nº 637).
Como en su
existencia terrena
fue Jesús
solidario con los
vivos, “en los
infiernos” lo fue
con los muertos.
33. Las frecuentes afirmaciones del Nuevo Testamento según
las cuales Jesús "resucitó de entre los muertos"
presuponen que, antes de la resurrección, permaneció en
la morada de los muertos. Es el primer sentido que dio la
predicación apostólica al descenso de Jesús a los
infiernos;
Jesús conoció
la muerte
como todos
los hombres y
se reunió con
ellos en la
morada de los
muertos.
34. Aquí “los infiernos” no quiere decir el infierno de
los condenados, sino las partes inferiores, lo de
abajo, lo propio de la muerte. En primer lugar
quiere decir que Jesús estaba muerto y bien
muerto.
35. En segundo lugar, y
muy propiamente, se
refiere al Hades o
lugar de los muertos,
donde los no
condenados, y que ya
no estuvieran en el
purgatorio, esperaban
la plena salvación por
medio de los méritos
adquiridos por
Jesucristo, para poder
tener la plena visión
de Dios.
36. Dice san
pedro: “Ha
descendido
como Salvador
proclamando
la buena
nueva a los
espíritus que
estaban allí
detenidos.”
(1 P 3,18-19).
Jesús ha descendido hasta los infiernos, en
primer lugar, para encarnarse plenamente,
compartiendo la suerte de aquellos que mueren.
37. Dice san Pedro que Jesús allí “proclamó la buena nueva”.
Aquí la palabra “proclamó” o predicó no significa
predicación del evangelio, sino anunciar un
mensaje, que fue un mensaje de salvación. Y esta
fue la victoria del amor sobre la muerte.
38. Jesús no bajó a los infiernos para liberar allí a los
condenados ni para destruir el infierno de la
condenación sino para liberar a los justos que le
habían precedido.
39. El descenso a los
infiernos es el
pleno
cumplimiento del
anuncio
evangélico de la
salvación.
Es la última fase de la misión mesiánica de Jesús, fase
condensada en el tiempo pero inmensamente amplia en
su significado real de extensión de la obra redentora a
todos los hombres de todos los tiempos y de todos los
lugares porque todos los que se salvan se hacen
partícipes de la Redención.
40. Las almas de los
Santos Padres (entre
ellos estaría san José)
no fueron introducidas
en el cielo antes de la
muerte de Jesucristo
porque por el pecado
de Adán el cielo estaba
cerrado, y convenía
que el primero que
entrase en él fuese
Jesucristo, que con su
muerte lo abrió de
nuevo.
41. Dejando a un lado las
imágenes con las que
se representaba el
infierno “lugar de los
muertos”, “Scheol” y
la “existencia”
miserable de las
“almas” en él, la
miseria propiamente
dicha de estas almas,
consiste en que están
separadas de Dios y
viven esa lejanía y
abandono de Dios.
42. La palabra
infiernos
indica el
mal de
pena, y no
el mal de la
culpa.
Por eso convino que Cristo bajase a los
infiernos, no como si El fuese deudor de la pena,
sino para librar a los que estaban sujetos a ella.
43. Hay dos clases de dolor.
Uno, el que proviene del
sufrimiento de la pena
que los hombres
padecen a causa del
pecado actual, según
aquellas palabras del Sal
17,6: Me han rodeado los
dolores del infierno.
Otro, el que se origina en la dilación de la gloria
esperada, según aquellas palabras de Prov 13,12: La
esperanza que se dilata, aflige al alma. Y los santos
Patriarcas sufrían este dolor en los infiernos.
44. Cristo quitó unos y
otros dolores
cuando descendió
a los infiernos,
aunque de modo
diverso.
Quitó los dolores de las penas preservando de ellos, a la
manera en que se dice que el médico quita la enfermedad
al preservar de la misma por medio de las medicinas. Y
los dolores causados por la dilación de la gloria los hizo
desaparecer, otorgando la gloria.
45. Cristo
descendió a la
mansión de los
muertos para
salvar a los que
estaban
perdidos y sin
esperanza.
Cristo es la garantía de que los que mueren
también resucitarán (1 Co 15, 12–22). Esta es la
gran noticia, la buena nueva que surge tanto en el
mundo de los vivos como en el mundo de los
muertos.
46. Este “descenso a
los infiernos”
nos indica que la
salvación que
Jesucristo nos
ofrece no es
privilegio de
unos cuantos
escogidos.
Ella se extiende a todos y a cada uno de los hombres,
dondequiera que vivan, más allá de los límites de
espacio y tiempo, para todas las condiciones humanas.
Jesús es así el Salvador de todos los hombres.
47. En la muerte de Cristo no se separó la
divinidad de su cuerpo.
Escribe san Juan
Damasceno: Aunque
Cristo murió en
cuanto hombre, y su
alma santísima se
separó de su cuerpo
inmaculado, la
divinidad se
mantuvo inseparable
de una y otro, es
decir, del alma y del
cuerpo.
48. Mucho menos de su alma.
El alma se unió al
Verbo de Dios de
manera más inmediata y
primero que el cuerpo,
puesto que el cuerpo se
unió al Verbo de Dios
mediante el alma. Por
consiguiente, no
habiéndose separado el
Verbo de Dios del
cuerpo en la muerte,
mucho menos se
separó del alma.
49. Comenta
santo
Tomás de
Aquino:
Era conveniente que, vencido el diablo por la pasión,
librase a los aprisionados, que estaban detenidos en el
infierno, según aquellas palabras de Zac 9,11: Tú
también, por la sangre de tu alianza, compraste a los
cautivos del infierno. Y en Col 2,15 se dice: Y
despojando a los principados y a las potestades, los
expuso intrépidamente.
50. La pasión de Cristo
fue causa universal
de la salvación de los
hombres, tanto de los
vivos como de los
muertos. Y la causa
universal se aplica a
los efectos
particulares por algún
acto especial.
Por lo cual, así como la virtud de la pasión de Cristo se
aplica a los vivos por medio de los sacramentos, que nos
configuran con ella, así también fue aplicada a los
muertos mediante el descenso de Cristo a los infiernos.
51. El seno de Abrahán puede
entenderse de dos modos. Uno, por
razón del descanso que allí existía
con relación a la pena sensible. Y,
en este aspecto, ni le compete el
nombre de infierno, ni existen allí
dolores de ninguna clase. Otro, en lo
que atañe a la privación de la gloria
que se espera. Y, bajo este ángulo,
le compete el concepto de infierno y
de dolor. Y por eso ahora se llama
seno de Abrahán al descanso de los
bienaventurados; pero no se le
llama infierno, ni tampoco se dice
ahora que existan dolores en el seno
de Abrahán.
52. Así como Cristo, para asumir en sí mismo nuestras
penas, quiso que su cuerpo fuera puesto en el sepulcro,
así también quiso que su alma descendiese a los infiernos.
Pero su cuerpo permaneció en el sepulcro un día entero y
dos noches para que se comprobase la verdad de su
muerte. Por lo que es de creer que también su alma
estuviese otro tanto en los infiernos, a fin de que salieran a
la vez su alma de los infiernos y su cuerpo del sepulcro.
53. Cristo, al bajar a “los infiernos”, libró a los santos que
estaban allí, no sacándolos al instante de aquel lugar, sino
iluminándolos con la luz de su gloria. Y, no obstante, fue
conveniente que su alma permaneciese en los infiernos
todo el tiempo que su cuerpo estuviese en el sepulcro.
54. Este descenso del
Señor a los infiernos
significa, sobre
todo, que Jesús
alcanza también el
pasado, que la
eficacia de la
redención no
comienza en un año
concreto, sino que
abarca también el
pasado, a todas las
personas de todos
los tiempos.