2. El caso del loro mensajero (continuación) ¿Qué le dije? ¿Vio que era una amenaza terrible? –aclaró Lucas, en cuanto se repuso. ¿El loro habla? –pregunté. El chico pensó un momento: Habla como hablan los loros, ya sabe: “Papa, quiero papa”. No espere una conversación larga con él, tiene poco vocabulario. Quiero verlo… ¡Ahora! –bramé, como suelo hacerlo cuando me pongo energético. Un acceso de tos, a continuación del bramido, me detuvo en el despacho. Siempre que hubo tos, paró –me consoló el chico. No iba a esperar a que dejara de llover. Me puse el piloto y salimos a la intemperie. En este oficio, la comodidad es un lujo. Soy un hombre duro; se enfrentarme a la lluvia y a otro tipo de desastres naturales, cómo Julián, mi amigo poeta, un hombre alto y corpulento, que se lleva todo por delante. Entonces recordé de dónde conocía al chico: ¡Era vecino de mi amigo Julián! Había crecido mucho últimamente, pero esas cosas ocurren a los doce años, es la edad del estirón. Cada tanto, suelo ir a comer a lo de mi amigo. Esturión. Julián conoce la receta del esturión a la canaria. Una delicia. El loro dormitaba en un patio techado, al lado del cuarto de Lucas. Los padres del chico no estaban. ¿Cómo te llamás? –le pregunté al pajarraco. Era verde, tenía un aspecto extraño; un pico curvo, plumas, alas a los costados del cuerpo. Realmente era un ser extraño. Y no me contestó. Insistí. Lucas me codeó el brazo y dijo: No crea que no lo entiende. Lo entiende, sólo que no le quiere contestar. Pero le informo que se llama Picote. Sonreí. Recién empezaba la investigación y ya tenía el nombre de un testigo clave. Señor Picote, no es necesario que me diga nada. Sé cuál es su nombre. Picote me observó con indiferencia y soltó una frase contundente:
3. Quiero papa. Papa. Papa para Picote. Di un vistazo a la casa. En el jardín, había un muro. ¿Detrás del muro vive Julián, el poeta?- pregunté - Julián, el poeta, vive detrás del muro, sí- me aseguró el chico. Tuve una sospecha, una corazonada. Salí a la calle y toqué el timbre de Julián. Enseguida, oí un estruendo lejano. Sin duda, Julián se había chocado con la heladera o algo así. Siempre hacía desastres. En dos segundos estaba frente a mi amigo, el poeta. Al verme, se alegró, pero apenas le respondí con un gesto seco. ¿Eso es tuyo?- le pregunte blandiendo ante sus ojos el mensaje con la amenaza. Julián fue a buscar unos anteojos. En el camino, tropezó con una silla y pisó la cola del gato, que maulló como un jaguar y salió por la ventana. Es mi letra, claro- afirmó Julián, ya con los anteojos. Estás en problemas –le susurré, con pena-. ¿Por qué amenazaste a tu vecino? ¿Amenazarlo? ¡Yo no amenacé a nadie! –dijo, sorprendido. -Está escrito:”Tendrás tu merecido hasta el último suspiro”-le informé. -¡Están confundidos! Vengan, pasen y les cuento –respondió. El chico y yo lo seguimos: Julián era tan alto que se golpeó la frente contra el marco de la puerta de la cocina. Con una hoja en la mano comenzó a recitar: No dejaré de escribirte más poemas/entre alegrías y penas./Has cometido el crimen de ignorarme/más si tú me lees, sabrás amarme. /Aunque te hayas ido/te daré tu merecido./ Es a lo único que aspiro. Julián me mostró la hoja y me dijo: -¿Ves? Aquí recorté esos versos con tijera, porque sobraban. Coloqué el pedazo de papel con la amenaza y vi que encajaba perfectamente en la hoja.
4. Tendrás tu merecido/ hasta el último suspiro. A continuación, el poema decía: Tú mereces mi amor/ tronchado por tu negación/ Porque siempre te amaré./ Hasta el último suspiro, por ti suspiraré. Julián, con una sonrisa melancólica, afirmó: -Hice un bollo con los versos y los tiré a la basura. El loro los habrá encontrado. El problema, Gerardo, es que…¡mi novia no me quiere más! Le dije que ya pasaría, que el tiempo lo cura todo y me fui. El caso estaba resuelto. -Es un caso de amor no correspondido. Típico. No hubo crimen. Entretanto, Picote, con su torva expresión, sentenció: -Papa. Quiero papa. ¡La papa de Picote! Franco Vaccarini (inédito)