1. Nunca habíamos tenido tanta facilidad para para mirar
imágenes, paisajes o fotografías hechas con perfecciones
sublimes….. y, sin embargo…….
Recordar aquello de que no hay peor ciego que el que no quiere
ver... o que no se ve bien más que con el corazón, y que lo importante
es invisible para los ojos; y que
Y también el tan extendido y a veces cruel “ojos que no ven,
corazón que no sienten” que sirve para vivir en una, a veces
preferida, ignorancia.
Recordamos aquel milagro.
No le hizo ningún examen previo ni le contestó con un
discurso, ni con recetas, ni con que “hay que hacer un escáner” o que
fuese al especialista. Tampoco le dijo aquello de "hay que aceptar y
resignarse". Sólo le dice, "anda, tu fe te ha curado". Ni siquiera le
dice, "Yo te curo", sino que en él mismo estaba la capacidad de estar
bien.
Además tuvo que soportar a los que le decían que se callara,
que para colmo eran de los más cercanos. Eran los que le querían
desanimar. Así que estaba en el borde del camino y de la vida. Hasta
ese día todo el mundo le decía, “anda, cállate, no seas tonto, tú no
puedes esperar nada”. Ciego, pues ciego. Dios sabría por qué. Eran
razones que no se podían discutir.
¡La fe hace ver!
tan acostumbrados a que esto de la fe sea un simple detalle de
la vida, y ahora nos dice que es lo que hace ver.
ES que estamos acostumbrados a una especie de medicina.... un
poco mecánica, y si uno tiene algo, va al Centro de Salud, y si sale
con recetas va a la farmacia y vuelve a casa con alguna caja, y a
seguir las indicaciones.
Empezó a ver en el momento en que quiso encontrarse con
Jesucristo.
2. Ya había visto algo importante en El. Ya vio que todo podía
cambiar. Así que cuando El lo llamó, dio un brinco y dejó su único
bien, su manto. Así se curó: gritando, dejando la orilla, dejando el
manto, dando un brinco.
Es que tener fe es saber gritar, saber abandonar el rincón, dejar
eso que llamamos “nuestras cosas”.
Gritar le curó,
dejar la orilla le hizo una persona más sana,
y abandonar el manto, que le servía para recoger las limosnas y
seguir siendo un pobre hombre, le permitió encontrar la luz.
Hoy queremos gritar para tener vista. También muchos nos
dicen: “cállate” o “no sé para qué pides nada”, “esto no sirve para
mucho”, o “no seas tan canso”.
Tenemos que insistir mucho para que el Señor tenga
misericordia de nosotros, que dé vista a los que gobiernan, vista a las
madres y los padres, vista a los educadores, vista para los jóvenes, y
vista para cada uno de nosotros.
Y VISTA A CADA UNO
porque
Que, como el ciego, pidamos a Dios lo que no parece fácil: la
vista en medio de tanta oscuridad. Pero, sobre todo, que igual que él,
cuando abramos los ojos, lo primero que veamos sea el rostro del
Señor que es el primero que nos acompaña.
3. Tantas veces hemos repetido estas palabras.
Que no sean inconscientes y ciegas,
que hoy no tengan el sabor de lo sabido.
Hablamos al Padre,
estando un poco ciegos,
y pidiéndole luz
para ver de verdad a todos,
para vernos a nosotros mismos,
y para verle a El,
que cada mañana
nos espera y nos pregunta,
¿qué puedo hacer por ti?
PN