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30 n.o 39
TÉCNICACOMUNICACIÓN
Reflexiones sobre
el pastoralismo ibérico
a lo largo de la historia (II parte)
Casi todo el mundo ha escuchado alguna vez la historia de Caín y
Abel. Ambos eran hijos de Adán y Eva. Uno, agricultor; el otro,
pastor. En una discusión, el primero mató al segundo, tras lo cual
huyó al este del Edén (algo así como jardín o huerto en lengua
sumeria, pues de esta manera denominaban a Mesopotamia).
Es decir, aparte de las connotaciones religiosas que se deriven,
subyace un problema de intereses concretos por el uso de la tierra y
los recursos naturales: el inicio de la guerra entre los hombres.
“Es hijo de una estirpe de rudos caminantes,
pastores que conducen su horda de merinos
a Extremadura fértil, rebaños trashumantes
que mancha el polvo y dora el sol de los caminos”
Extractos del poema “Por tierras de España”
de Antonio Machado.
Patxi Ibarrola Erro
Ingeniero Técnico Forestal
Asociación y Colegio Oficial de Ingenieros Técnicos Forestales 31
DEL SIGLO VI AL XIII: DE LAS
INVASIONES GERMANAS Y
MUSULMANAS A LA ALTA EDAD
MEDIA. LA EXPANSIÓN TERRITORIAL
HACIA LAS ZONAS DE INVERNADA Y
LA TRASHUMANCIA HISTÓRICA
Con la caída de Roma, las bandas
tribales organizan los embriones
de los diferentes reinos que surgirán
a partir de la Alta Edad Media, en un
principio con una agresiva expansión
a costa de los territorios del ager, ro-
manizados y sin protección. Luego, los
pueblos del norte peninsular pasarán
la Alta Edad Media en unas montañas
densamente pobladas, comprimidos
por el norte y por el sur. Primero, por
pueblos germanos (francos y godos),
y, posteriormente, por los árabes, que
sustituirán a los visigodos. Las reite-
radas incursiones de los montañeses
en los llanos de la meseta norte, valle
del Ebro o Aquitania serán la principal
causa de conflicto; y se instaurará
el régimen feudal, creándose también
marcas militares al mando de nobles
guerreros para contenerlos.
La organización de aldeas en forma
de concejos (en inglés, councils) fue
especialmente activa en toda Europa
durante la Edad Media. Su dependencia
territorial a nivel regional se establecía
en función de la eclesiástica (obispa-
dos, arzobispados, etc.) o se basaba
mayormente en la antigua división ro-
mana y la organización jerárquica de
las propias aldeas, en si tenían o no
iglesia (parroquias, lugares, etc.) o en
el anárquico sistema feudal de baro-
nías, marquesados, vizcondados, con-
dados, ducados, principados, reinos...
En la península Ibérica, para
el periodo de la dominación musulma-
na se puede empezar diciendo que
durante la primera mitad del siglo VIII la
zona entre la cordillera Cantábrica y el
Duero fue adjudicada a las tropas inva-
soras de choque, es decir, a las tribus
bereberes, ya que en el reparto tras
la conquista, los feraces latifundios
del Guadalquivir se los apropió el ele-
mento árabe dirigente. Los bereberes
intentaron implantar su pastoralismo
nómada africano en la meseta superior,
pero la zona, por fría e inhóspita, no se
acomodaba a sus aspiraciones, así que
se sublevaron aprovechando la rebelión
de sus parientes del norte de África y
volvieron a su lugar de partida norteafri-
cano.
Muchas son las conjeturas sobre el
origen del ganado merino, actualmente
la raza ovina de mayor difusión mundial
(presente hasta en Australia, Nueva
Zelanda y Argentina), sobre su ascen-
dencia de sangre por parte del ganado
del Magreb. Incluso se dice que su nom-
bre puede proceder de los Beni-Merines
(dinastía de origen bereber que manda-
ba en el actual Marruecos a partir del
siglo XIII tras derrocar a los almohades;
estos últimos eran pastores bereberes
de la zona del Atlas que, a su vez,
habían derrotado en el siglo XII a los
almorávides, confederación bereber del
siglo XI, surgida de los ribat mauritanos
y senegaleses, y, por lo tanto, pastores
del desierto y el Sahel). Pero es que ya
en tiempos de los romanos, los ricos
hacendados turdetanos de Andalucía
se dedicaban a formar nuevas varieda-
des de ovejas laneras muy apreciadas
mediante cruzamientos con variedades
norteafricanas. No estaría de más ana-
lizar estas conexiones, empezando por
el pastoralismo montañés del sistema
Penibético (Sierra Nevada y serranía de
Ronda), en relación con sus sistemas
montañosos simétricos norteafricanos
del Rif y del Yebala.
Hasta el siglo IX, los territorios
cristianos estarán acantonados en las
cordilleras norteñas de los antiguos
pueblos prerromanos: macizo Galaico,
cordillera Cantábrica y Pirineos, man-
teniendo una continuidad étnica y cul-
tural en cada una de esas zonas. O
sea, persisten los núcleos puros de
galaicos, astures, cántabros y vascos.
Todos ellos, al aceptar el latín, crearon
su propio dialecto romance (gallego,
bable, castellano, navarroaragonés y
catalán), que aún señala los términos
de las viejas tribus. En esa época,
dichas zonas montañosas se encontra-
ban muy pobladas, al servir de refugio
ante la invasión musulmana, lo que pro-
vocará un aumento de la colonización
de la montaña por núcleos familiares
con intereses ganaderos a base de
aprisiones u ocupaciones de tierras
yermas de los bosques, que se rotura-
ban. Éstas, en el reino asturleonés, se
denominan propiamente presuras.
Durante todo el siglo IX, ya sin la
presencia de los bereberes, la zona
entre las montañas más norteñas y el
río Duero pasará a ser considerada por
los árabes como una estratégica tierra
de nadie, despoblada, llamada por los
historiadores el Desierto del Duero. La
repoblación asturleonesa y castellana
se realizará mediante colonos libres
que agrupan sus presuras o roturacio-
nes de tierras yermas en distritos mi-
litares en torno a fortalezas llamados
alfoces1. Éstos, a su vez, tejían una
malla compacta que les permitía apo-
yarse unos a otros durante los cíclicos
y duros periodos de algazúas (campa-
ñas de castigo) musulmanas. Con este
sistema se ocupará la mejor parte del
territorio de los antiguos vacceos hasta
el río Duero.
Al hilo de estos hechos, y como
Mapa peninsular aproximado del avance territorial de la reconquista
32 n.o 39
curiosidad, desde el pasado 2006 se
ha producido una fuerte polémica por
los escudos de la jacetania aragonesa
y su vecino valle de Roncal en Navarra,
que presentan cabezas cortadas de
moros. Los roncaleses lo explican me-
diante una leyenda, en la que la cabeza
es la del rey moro derrotado en una
legendaria batalla hacia el siglo IX,
que les abrió el paso a los territorios
de invernada de la Bardena, ya en
las riberas del Ebro. Desde entonces,
dicen ellos, es cuando empiezan sus
derechos legales de congozantes en
esos pastos: es pues, para ellos, una
batalla pastoral. En relación a estos
hechos, los historiadores nos hablan
de las aceifas califales de las crónicas
musulmanas del siglo IX que se abatie-
ron sobre el Reyno de Pamplona, y que
el rey de Navarra afrontaba junto con
sus aliados, que, entre otros, compren-
día a los sarataniyyin y a los yilliqiyyin.
Los primeros se interpreta que son los
salacencos y roncaleses (y no estaría
de más extenderlo a los territorios
contiguos afines de la jacetania, lo que
andando el tiempo sería el núcleo del
Reino de Aragón) y los segundos se
supone que son los vascos ultrapirenai-
cos (a saber, bajonavarros, souletinos
y puede que bearneses). Por otro lado,
autores como Menéndez Pidal y Claudio
Sánchez Albornoz mantuvieron la curio-
sa teoría del abandono y corrimiento
de toda la población vascona en masa,
desde Navarra a las tres provincias
vascas (Guipúzcoa, Vizcaya y Álava) in-
mediatamente después de la caída del
Imperio Romano. El último autor de los
citados lo intenta justificar para el piri-
neo navarro aduciendo comparaciones
de índole antropológica, diferenciando
a “los morenos, enjutos y pequeños
de Val de Erro de los fornidos, altos y
musculosos del Roncal.”, considerando
que los primeros tienen origen en po-
blaciones mediterráneas.
Durante el siglo X, la frontera del
reino asturleonés (que comprendía la
parte norte de Portugal y la naciente
Castilla) progresó al sur del Duero,
avanzando mediante el sistema de alfo-
ces hasta alcanzar el sistema Central y
englobar al alto sistema Ibérico soriano
en la zona oriental castellana: ésta
era el área principal de los anteriores
vettones y arévacos. A finales del siglo
XI, el derrumbamiento del califato y su
disgregación en reinos de taifas permi-
tió traspasar el sistema Central por la
parte de la sierra segoviana. La espec-
tacular caída a finales del siglo de la
importantísima ciudad de Toledo y su
cinturón fronterizo de villas (entre ellas,
Mayrit, la posterior Madrid) abrió a la
zona oriental castellana un abanico de
nuevas posibilidades geoestratégicas,
que la apartaron de su natural sentido
de avance hacia Extremadura, debido a
su disposición geográfica en diagonal
(nordeste-suroeste) del corredor del
sistema Central. La repartición de lotes
de tierra en esta zona de La Mancha se
hizo de nuevo entre colonos cristianos
libres por el sistema de “a quiñón”
(lotes de tierra iguales y zonas de uso
común). Además, se proporcionaron
importantes dominios a la Iglesia y a
los grandes nobles vasallos. Ambos ac-
tores comenzaron a adquirir una fuerza
política decisiva, ya que cobró auge
la captura de tierras para latifundios
mediante almirantazgo (que después
tantas luchas generó entre los propios
conquistadores de América, en particu-
lar entre los extremeños).
A partir de este momento, la
Historia se torna más conocida para la
mayor parte de los lectores. Ya entre
los siglos XI-XII, la frontera se había
ido acercando al corazón de la actual
Andalucía. Los musulmanes, para con-
tener el avance, se pusieron primero
en manos de los almorávides (batallas
de Sagrajas en Badajoz y Uclés en el
sector toledano), y de los almohades,
después (batalla de Alarcos en el en-
torno de Toledo).
A mediados del siglo XII, en el terri-
torio cristiano sucedió un hecho funda-
mental. Se separaron de la monarquía
asturleonesa el condado de Portugal
al occidente y el de Castilla al oriente,
formando dos potentes reinos con inte-
reses propios.
El Reino de León se vio constreñido
geoestratégicamente entre sus dos am-
biciosos vecinos. El único afán leonés
posible consistirá en terminar de articu-
larse en eje norte-sur a través de la im-
portante Ruta de la Plata, para vincular
pastoralmente los territorios veraniegos
de la montaña de León con los inverna-
les de Extremadura (parte oriental de
la antigua Lusitania), ya que Galicia y la
fachada asturiana del Cantábrico eran
transtermitantes y no tenían ninguna
posibilidad de ampliación territorial.
Era pues un Estado pastoral, pues mu-
chos siglos después seguiría siendo la
principal región trashumante. De esta
manera, el Reino de León, entre el
siglo XII y primeras décadas del XIII, se
volvió contra Portugal al oeste, que ya
ocupaba el Alentejo (y con ello, la parte
principal del anterior territorio lusitano)
con el apoyo almohade, para después,
con ese mismo aliado musulmán, en-
frentarse y contener a Castilla al este.
Finalmente, a la caída de los aliados
bereberes tras la batalla de las Navas
de Tolosa, avanzó de frente ocupando
hasta Badajoz, incluso la antigua capi-
tal provincial romana de Mérida. Justo
después, el reino dejó de existir como
tal al incorporarse a Castilla.
Para la captura de Extremadura por
parte de León se tuvo que acudir a
los grandes nobles y a las poderosas
ordenes militares religiosas, lo que a la
postre, según los autores Jesús Mestre
Campi y Flocel Sabaté (de su libro,
“Atlas de la Reconquista”), “…plantea-
ba la problemática, posteriormente am-
pliada, alrededor de la ganadería y el
uso de las dehesas, el abandono de tie-
rras y el control de los municipios por la
aristocracia.”. Y es que estos autores
proponen una definición de la dehesa
que no tiene desperdicio: “Extensión de
Ortofoto catastral de los Quiñones
de Aldaburu, del concejo de Erro
(valle de Erro-Navarra): es curioso
observar que en la montaña de
Navarra a los conjuntos agrupados
de pequeñas piezas de terrenos
cuadrangulares procedentes de los
repartos equitativos entre los veci-
nos del comunal, y en épocas no tan
lejanas, se los denomine quiñones.
Asimismo, se denomina quiñón a
toda pequeña propiedad de forma
poligonal roturada y enclavada entre
otras comparativamente mayores
Asociación y Colegio Oficial de Ingenieros Técnicos Forestales 33
tierra cubierta de vegetación natural,
por lo general de propiedad privada y
dedicada a la ganadería propia y arren-
dada, difundida con las expansiones
de los reinos de León y Castilla y con la
posterior evolución bajomedieval, con-
vertida en centro de tensiones entre
usos comunales y propiedad privada y
entre aprovechamientos ganaderos y
agrícolas”. Nada que objetar al respec-
to. También a mediados de este siglo
XII, la corona de Aragón estiró definiti-
vamente sus límites mediante la ocupa-
ción del valle del Ebro desde Navarra a
su desembocadura en Tortosa. Tomada
la capital maña, Zaragoza, y con ella
toda su provincia, la invernada de los
ganados del Pirineo altoaragonés que-
daba asegurada definitivamente.
Ahora veremos la situación geopolí-
tica de Castilla, que resultó la más favo-
rable. La audaz toma de Toledo le abría
toda Castilla la Nueva (zona agrícola
que permitía el pleno cultivo de la triada
mediterránea: vid, olivo y trigo), y supu-
so una puerta de acceso directa hacia
Andalucía, la región más codiciada al
ser la mejor equipada en todos los
aspectos, tanto en producción agrícola
como en desarrollo urbano, manufac-
turero y comercial. Los almorávides
pronto se dirigieron contra la cuña que
representaba en ese aspecto Toledo; y
los almohades, si bien empezaron con-
teniendo a los castellanos y portugue-
ses en Extremadura, al final vieron caer
su particular espada de Damocles, que
pendía desde Toledo, en la batalla de
las Navas de Tolosa (el desfiladero de
Despeñaperros sigue siendo la llave de
acceso al Guadalquivir). Así, en el siglo
XIII se abrió de par en par Andalucía
al reino castellano. Otra cuestión es
que Extremadura fuese para Castilla
un frente secundario, pero resultaba
más que complementario, pues tanto la
montaña palentina y burgalesa como la
soriana necesitaban para su funciona-
miento de esos sectores de invernada,
si bien las rutas que lo hacen posible
son menos directas que las del Reino
de León. Al tratarse de distancias más
largas, no alcanzarán la pujanza tras-
humante de este último reino. Pero
mientras no fuese ocupada Andalucía,
se necesitaban como parte muy im-
portante del funcionamiento de los
estiveos del reino en Castilla la Vieja.
Tiempo vendría del desplazamiento del
centro de poder hacia el sur (y de allí,
por otros azares de la historia, el salto
a América).
A partir de aquí, la suerte de la
España musulmana estaba echada. Ya
en el siglo XIII, los castellanos ocupa-
ron todo el valle del Guadalquivir, no
sirviendo de nada la intervención de los
Beni-Merines asentados en Marruecos.
También los aragoneses ocuparon rá-
pidamente el Maestrazgo y la costa
levantina. El último acto, el de la caída
de Granada, aún se pospuso dos cen-
turias, hasta 1492. En esta última fase
se consolidó en Andalucía el latifundis-
mo, un fenómeno nada nuevo, como
remarca J. Caro Baroja, ya que la so-
ciedad turdetana del área tartésica era
esclavista, y como tal continuó durante
Comparativa: arriba a la izquierda, Mapa de las Subregiones Fitoclimáticas de J.L. Allué Andrade; a la derecha, isoyetas de las precipitaciones medias anuales. Abajo a
la izquierda, isotermas de las temperaturas medias de enero, y a la derecha, del mes de julio
34 n.o 39
la dominación del Imperio Romano y
con el paso de vándalos, visigodos,
bizantinos y árabes. Nada que ver con
las sociedades de hombres libres o
francos, que dieron lugar a los reinos
cristianos de las montañas del norte.
A modo de conclusión de este
apartado, se podría decir que para la
Reconquista del conjunto peninsular
existe una correlación entre la ocupa-
ción progresiva de territorios y el gra-
diente biogeográfico noroeste-sureste
(Finisterre-Cabo de Gata), acorde con el
aumento de la temperatura (isotermas)
y disminución de la precipitación (isoye-
tas). Además, el avance de los reinos
cristianos se realizó en bandas más o
menos paralelas y sucesivas oeste-es-
te, que era como se distribuían los an-
tiguos pueblos prerromanos. No parece
casual que la zonificación pastoral en
sus particulares regiones bioclimáticas
imponga los mismos criterios en ambos
periodos tan distantes, como la época
prerromana y la Edad Media. El resulta-
do era en un principio, un trifinium (tér-
mino latino que designa el punto donde
confluyen tres límites administrativos)
de intereses en Extremadura por parte
del trío de reinos cristianos occidenta-
les (Portugal, León y Castilla), del que
Castilla, “emparedada” geoestratégica-
mente entre sus vecinos (incluidos los
reinos de taifas levantinos y el cristiano
de Aragón) y, por tanto, sin futuro apa-
rente, se zafará de su destino al irrum-
pir en la Carpetania, accediendo así al
sector oriental lusitano de dehesas.
A partir de esta época se organizará
la trashumancia de La Mesta a gran
escala y distancia, hecho que requiere
cierto componente nómada que evoca
a lo que ocurre en la zona sudanesa
o saheliana, quedando Extremadura
como el centro de un cuarto de cir-
cunferencia que desde las montañas
de León al norte se curva hasta la
serranía de Cuenca, pasando por Soria
y La Alcarria, siendo sus radios las ca-
ñadas. Esta migración estacional solo
afectará a una parte mínima de todos
los ganados, aquellos que merecieran
semejante esfuerzo, fundamentalmen-
te el ovino merino. De estas maneras,
una nueva sociedad humana organiza
un pastoralismo a gran escala, ase-
mejando de nuevo el aprovechamiento
de las grandes manadas de herbívoros
migratorios, tal y como había ocurrido
hasta el final del Paleolítico.
DEL SIGLO XIV AL XVII: DE LA BAJA
EDAD MEDIA A LA ÉPOCA MODERNA.
LA ÉPOCA DE LAS ROTURACIONES,
EL SISTEMA DE HOJAS Y LA DULA
Desde el final de la época romana,
en la Baja Edad Media, el conflicto
llano-montaña se apacigua y comienza
la realización por parte de los monar-
cas de los primeros “censos” o inven-
tarios de “fuegos” (casas) e impuestos.
Las luchas banderizas son el reflejo de
la convulsión político-social que provo-
ca la ascensión de los nuevos burgos
ciudadanos y mercantiles, frente al
anterior sistema rural de los señoríos
feudales.
Los modos y usos de la antigua agri-
cultura que perduraron hasta el siglo
XIX, se caracterizaban por:
- La Autarquía: Las escasas o defi-
cientes vías de comunicación provo-
caban una mala distribución de los
excedentes o de abastecimiento en
las carestías. Por ello, lo que más se
cultivaba eran cereales de secano y
pocas plantas de raíz; incluso en ple-
no siglo XVIII, la patata aún era muy
rara. Era común la subalimentación
crónica y los periodos de hambruna
(recuérdese la crisis de la patata de
mediados del siglo XIX en Irlanda).
- La tecnología agraria era rudimen-
taria (el arado sólo constaba de una
reja de madera sin tren delantero)
y escaseaban las materias primas
para obtener abonos, lo que conde-
naba a los cultivos a proporcionar un
bajo rendimiento. Por ejemplo, había
poco ganado en las zonas eminente-
mente agrícolas y, por lo tanto, poco
estiércol; por el contrario, en las
zonas de vocación ganadera había
abundante estiércol y escaso cultivo
agrícola. Pero el problema estructural
del transporte no hacia viable la com-
pensación de los excedentes.
- Tipos y distribución de cultivos: A
menudo se practicaba el policultivo
en las pequeñas parcelas que com-
ponían la hoja de siembra pertinente,
ya que no se podía atender a las
necesidades de mercado sino a las
del estricto autoconsumo: cereales
de secano para hombres y animales
(trigo, cebada, avena, centeno en
zonas altas y frías y mijo en áreas
húmedas, cereal que más tarde se
sustituyó por el maíz), legumbres,
manzanos, viñas, lino, etc. Además,
no existían sistemas de cierres ex-
tensivos eficaces contra el ganado.
Uno de los aspectos que reduce
la conflictividad y que aparece con
fuerza en la organización rural de la
Edad Media es el sistema de hojas en
zonas agrícolas y de cercados en las
Esquema geográfico sintético del norte y oeste peninsular, tanto de la trashumancia (con sus sectores y
comunicaciones), como de la transtermitancia
Asociación y Colegio Oficial de Ingenieros Técnicos Forestales 35
ganaderas. Básicamente, son distintos
sistemas de Ordenación del Territorio,
concretamente de las parcelas de co-
munidades de propietarios pertene-
cientes a una entidad local: siempre
en función de los usos agrícolas y ga-
naderos, para que no interfieran entre
sí (que afectan a rotación de cultivos,
fechas de siembra y recogidas, rotura-
ciones, bosques, zonas vedadas y pas-
toreo, la dula, barbechos, cierres, etc.).
En todos los lugares de Europa quedan
restos de costumbres, manejos y deli-
mitaciones de parcelas que provienen
de estos usos.
El emplazamiento de las poblacio-
nes se elegía en función de las carac-
terísticas defensivas o de la cercanía a
las vías de comunicación y los cursos
de agua. Deforestado el bosque, las
tierras cultivadas se extendían alre-
dedor de la aldea formando un ani-
llo más o menor regular condicionado
por el relieve del terreno. Las tierras
de cultivo se dividían en parcelas.
Fundamentalmente se sembraba en
ellas cereal y legumbres, que eran la
base de la alimentación campesina.
Más allá de los campos de cultivo se
extendía un segundo cinturón, formado
por montes y bosques no parcelados,
que eran explotados colectivamente
por toda la aldea y constituían las
tierras comunales. En el monte raso
pastaba el ganado, y en el bosque, que
era una fuente muy importante de re-
cursos, se obtenía leña y madera, miel
y cera, frutos secos, caza, etc. Una
clasificación sintética de los sistemas
o manejos más puramente agrícolas
del norte peninsular en relación a los
ecosistemas pastorales (sin contar los
pisos de altimontanos y subalpinos que
albergan las cabañas de altura en los
estiveos) se puede desglosar en tres
grandes tipos:
- Sistemas transtermitantes de va-
lles de vertiente atlántica muy húme-
dos: en este caso, la principal ocupación
en el fondo de valle sigue siendo la ga-
nadería, ya que no es terreno apto para
el cultivo de la tríada mediterránea: ce-
real de secano extensivo/vid/olivo. Por
lo tanto, se subordinaba la agricultura a
las necesidades animales. La delimita-
ción -en el caso de los sitios de cultivo
intensivo permanentes del piso colino
(huertas y futuros maizales, prados de
siega)- se podía realizar por medio de
muros de mampostería o grandes lajas
de piedra juntas, típicas de la zona
atlántica de Navarra (y que recuerdan
las alineaciones de mehnires). También
se podían agrupar por medio de un cer-
cado de piedra o kehielle (voz gascona
del vasco kehel=cercado), para liberar
más sitio al pastoreo libre invernal de
los vecinos.
En el piso montano, las roturacio-
nes o reservas de pastos y prados no
permanentes, y, por tanto, temporales,
fuera del ámbito de las bordas, se pres-
taban también a realizar agrupaciones
de quiñones o propiedades y rodearlas
con ramas de espino (Crataegus spp.),
a la manera de los Kraal africanos con
las ramas de acacias.
De estas maneras, el resto -y mayor
parte- del territorio privado o público
de ambos pisos altitudinales (colino y
montano, incluido los estiveos altimon-
tanos) permanecía abierto en beneficio
del pastoreo de diente transtermitante,
en menoscabo de la agricultura y la
siega. Por ejemplo, en el navarro valle
del Baztán todo el territorio es indiviso,
lo que se llamaba una universidad; es
decir, solo existe propiedad comunal
para el conjunto de todo el valle, pero
no existe la de los concejos o parro-
quias intermedios que conforman el
valle; el resto es estrictamente privada
(particular).
Izq.: Calodra o funda para la piedra de afilar de una
herramienta típica de la transtermitancia: la talla.
Para terminar de cabruñar (como se dice en bable)
la guadaña, se utiliza el yunque y el martillo
Abajo: Montanera invernal (fuera de época) en
estiveos cantábricos montanos de Leiza (Navarra):
comunales extensivos con hayedo adehesado y
trasmochado. Usados en sistema transtermitante
para oveja de raza latxa y vaca pirenaica de carne
36 n.o 39
- Sistema trashumante de valles
montañeses ganaderos de vertiente
meridional, más continentales y con
la parte sur de carácter submedite-
rráneo, que se encuentran a medio
camino entre la zona atlántica y la me-
diterránea. En este caso, el cereal de
secano extensivo podía cultivarse por
la naturaleza del medio (la vid quedaba
relegada y el olivo no era factible), y,
por tanto, debía ser tenido en cuenta
en la ordenación del territorio del piso
altitudinal inferior, aunque la principal
actividad siguiese siendo la ganadera
(esta vez con carácter trashumante
de larga distancia). En los terrenos de
fondo de valle se daba el cultivo por
hojas destinado a cereales y al manejo
del ganado no trashumante en el en-
torno de los pueblos, mediante la dula
transtermitante. También se prohibía el
cerramiento de cualquier propiedad pri-
vada, y aún hoy en los valles navarros
de Roncal y Salazar, que también son
universidades, las ordenanzas estipu-
lan que los terrenos rústicos tienen que
estar abiertos al paso del ganado y,
para ser cercados, necesitan una auto-
rización expresa de la Junta del Valle.
Otras variantes, como las de los
Alpes, es conocida por el famoso libro
de Heidi, donde dejando aparte el
contenido infantil, aparece muy claro
el cuadro de vida de este ecosistema
pastoril. Pedro es un pastor típico de la
dula de ganado menor (principalmente
cabras) en un medio montañés, realiza
transtermitancia diaria en temporada
de verano a los alpages subalpinos.
Además, aparecen los tejados de ma-
dera (ohalak en vasco, y recuérdese
que en la zona vasconavarra, la teja
presupone propiedad) de la cabaña al-
timontana del “viejo de las montañas”,
etc.
- Sistemas agrícolas de cuencas
cerealistas submediterráneas que cie-
rran por el sur el acceso a los pastos
invernales de la trashumancia de los
valles pirenaicos ganaderos: por poner
un ejemplo, correspondería a la cuen-
ca cerealista de Pamplona. La trilogía
mediterránea es factible, ya que estas
áreas aún son hoy en día de las zonas
cerealistas más productivas; también
se cultiva algo de viña (claretes de
poca calidad y grados para consumir
en el año); y por la parte sur de estas
zonas pasa el límite norte del olivo
peninsular. En estos terrenos imperaba
el sistema de hojas de cereal para man-
tener cierta cantidad de ganado menor,
ya que no disponían de estiveos de
altura propios. Por tanto, la ganadería
quedaba totalmente subordinada a las
necesidades de la agricultura cerealista
de “tierras de pan llevar”.
- El sistema de hojas: En Europa
en general predominaba la agricultura
extensiva y temporal, puesto que la
de regadío, especialmente importante
en los valles del sur, se reducía a las
zonas y vegas inmediatas a los ríos (en
la península Ibérica, por antonomasia,
los del Levante y Guadalquivir).
Por tanto, la explotación del secano
o “tierras de pan llevar” requería el
acuerdo de todos los vecinos de una
entidad local, ya que era un sistema
comunal, realizándose de la manera
siguiente: se dividía todo el terreno cul-
tivable, ya fuera público o privado, en
grandes espacios continuos llamados
Cencerros: los había de distintos tipos y timbres según sus funciones. Normalmente, cada casa mantenía su
propio sonido particular. Los historiadores fechan la aparición de estos útiles a partir de la Edad Media
Pastos entre campos de cereal y pinares de carrasco cercanos al Vedado de Egüaras en la Bardena de
Navarra: área de invernada mediterránea para los pastores pirenaicos navarros y aragoneses. Junto con los
aborrales, pardinas, corralizas, etc. de entretiempos, son usados por sistemas trashumantes de oveja de
raza rasa o churra
Asociación y Colegio Oficial de Ingenieros Técnicos Forestales 37
hojas (en inglés, sistema de openfield),
que iban rotando cada temporada se-
gún cultivos o barbechos y pastos. La
hoja era por tanto una agrupación de
parcelas de distintos propietarios dedi-
cada al mismo uso agronómico, aunque
cada dueño sólo cultivaba y se aprove-
chaba del producto de su parcela. De
esta manera, cada vecino debía tener
la parte proporcional de sus tierras
cultivables en cada sector u
hoja (por ejemplo: si eran tres
hojas, un tercio de la propie-
dad en cada una) o, al menos,
una parcela. Así, la tierra era
aprovechada racionalmente por
todos, especialmente los gana-
deros, ya que con los pastos y
barbechos las tierras se recuperaban.
Los sistemas más básicos o comu-
nes de la organización de cultivos en
hojas, dependiendo de la calidad de las
tierras de la comarca, eran:
Bienal o de año y vez: Si la tierra era
productiva, se dividía en 2 hojas; de las
cuales, una era cultivada y la otra se
dejaba en barbecho (se le hacían las
operaciones pertinentes para cultivar,
pero no se sembraba).
Trienal: Si la tierra era de calidad
media, se dividía en tres partes; en
una se sembraba cereal en invierno
(trigo o cebada), en otra hoja, cereal en
primavera (avena o centeno), quedan-
do la tercera sin cultivar, es decir, en
barbecho. Una vez recogida la cosecha
de trigo en agosto, se introducía el
ganado de la aldea en los campos. Allí
pastaba aprovechando los tallos secos
del cereal cosechado (rastrojos) a la
vez que abonaba el terreno. En la hoja
donde se había sembrado en primavera
(avena o centeno) se sembraba en in-
vierno (trigo), ya que la tierra no había
sufrido tanto desgaste. Para cerrar el
ciclo, los campos que habían descan-
sado se sembraban en primavera. De
este modo, trigo, barbecho y avena
iban rotando, alternándose en las tres
hojas. Esto permitía que el suelo se
recuperara, permitiendo el pastoreo de
ganado menor.
Si la tierra era menos productiva,
se intentaba mantener el sistema de
tres partes; en una se cultivaba, otra
se dejaba en barbecho y la tercera se
destinaba a pastos.
Un cuarto tipo, para las tierras de
peor calidad, era el cuatrienal: se divi-
día en 4 hojas el terreno y se cultivaba
solamente una, otra se deja en barbe-
cho y las dos restantes se destinaban
a pastos. Más allá de cua-
tro años, la agricultura no
era practicable más que
ocasionalmente. Según
estudios de P. Monserrat,
había zonas del Pirineo
Izquierda: Complejo agrícola–ganadero de Gañe-
koetxea (Erro–valle de Erro–Navarra), en el piso
montano (685 metros de altitud) o sector de cultivos
intensivos y habitaciones.
Derecha: fachada principal de la propia casa. Todas
las estructuras funcionaban coordinadamente: Casa
(etxe), borda para ganado mayor y henil, granero ele-
vado tipo hórreo (garai), redil de ovejas, era de trillar
y huerta. La casa para los humanos se construyó en
orientación norte y la borda para el ganado mayor se
orientó al sur, lo que representa un claro ejemplo de
la mayor importancia concedida al ganado vacuno:
las condiciones de habitabilidad de los humanos
son manifiestamente peores. Eso sí, para salvar
las formas se la dotó de una monumental entrada
cuadrada de aspecto megalítico, incluso con dovela
central. Este elemento arquitectónico es una rareza
en el contexto, pues en esta zona las puertas de do-
ble hoja son sostenidas por arcos de piedra.
ROTACIÓN TRIENAL
CLÁSICA
1.er AÑO 2.º AÑO 3.er AÑO
Primera hoja Trigo Barbecho Avena
Segunda hoja Avena Trigo Barbecho
Tercera hoja Barbecho Avena Trigo
Granero elevado o garai tipo hórreo de la montaña navarra para guardar el cereal, con su peculiar escalera.
La puerta inferior daba acceso a la cochiquera para el ganado porcino, ya que no tenía la altura suficiente
para el paso de los humanos.
38 n.o 39
oscense, como Fragen, en donde el
rendimiento de la cosecha se estimaba
en tres granos por cada uno sembrado,
¡y en terrazas muy estrechas!
Como consecuencia de este tipo
de explotación en hojas, las parcelas
estaban situadas de manera dispersa
y eran de tamaño reducido tras las
sucesivas divisiones de generación en
generación. Además, el rendimiento
de la tierra era bajo, puesto que en el
caso más normal de la rotación trienal,
cada parcela proporcionaba sólo dos
cosechas cada tres años.
La Dula: del arabe dalwa o dula (tur-
no). Consiste en la antigua regulación
del pastoreo en tierras comunales, pe-
ro que a efectos prácticos se extendía
a todos los sectores agrarios privados
o comunales fuertemente antropizados
de los alrededores de los cascos urba-
nos y con multitud de límites y reglas a
respetar (recuérdese la inexistencia de
cercados). Aun con la división en hojas,
la agricultura extensiva de cereal nece-
sitaba de abonados, y el único suminis-
trador posible era el ganado menor.
Se contrataban pastores para cada
localidad con el fin de manejar estos
rebaños en medio de los cultivos sin
dañarlos. Todos los días (excepto nor-
malmente el domingo), los pastores
recogían las cabezas pertinentes por
cada una de las casas de la localidad,
las pastoreaban en los alrededores y
las devolvían por la tarde. Se distribuía
el ganado según la pujanza de la locali-
dad y los cánones que cada casa podía
pagar. Así se podían hacer tres rebaños
y tres pastores (ovejas, cabras y vacas)
o dos pastores, uno para ovejas y otro
para cabras, o, lo más normal, un solo
pastor para todo el ganado menor de la
localidad, amén de otras posibilidades
menos frecuentes.
LA REVOLUCIÓN FRANCESA:
EL DERECHO CONSUETUDINARIO
DE VECINDAD Y LA TRONCALIDAD
FRENTE A LAS NORMATIVAS DE LOS
ESTADOS MODERNOS
Durante la Época Moderna, las ten-
siones se agudizan en gran parte
de Europa, hasta que en la Revolución
Francesa de 1789 desaparece el
Antiguo Régimen. Así, en la España del
siglo XIX, las insurrecciones carlistas
-bajo el lema “Dios, Patria, Rey y leyes
viejas”- son un intento de, entre otras
cuestiones, defender esa antigua si-
tuación rural de las comunidades del
pueblo llano frente a las exacciones
fiscales que requieren los Estados mo-
dernos, y que son las clases medias
urbanas las encargadas de imponer y
cobrar.
En las sociedades autárquicas se
practicaba el criterio jurídico-social de
la “vecindad” y “troncalidad” (este últi-
mo es un concepto jurídico que aparece
plenamente instaurado en el derecho
germano). Estos conceptos definían
rígidamente las categorías sociales con
acceso a la propiedad y a los recursos
naturales del común. Con ello se con-
trolaba la cantidad de población que un
medio rural podía soportar mediante
la emigración del sobrante poblacional
y la generación de clases sociales
excluidas.
Estos conceptos no se traducían
en un derecho individual de las perso-
nas tal y como lo entendemos en nues-
tro actual sistema político, sino que era
colectivo para la línea familiar troncal
ligada a cada casa (etxe) con derecho
a vecindad, que es la que mantiene
una genealogía directa con el pariente
tronquero que adquirió por primera vez
el bien. Es decir, la propia casa, y no
los moradores, tenía la prerrogativa
de vecindad. Esta última consistía en
la posibilidad de participar y decidir
tanto sobre la vida social de una aldea
como de disfrutar del acceso a los
recursos comunales en igualdad de
condiciones y obligaciones (auzolan y
ordea, derechos religiosos en la iglesia
y cementerio, etc.) que las otras casas
vecinas. Así, una casa tenía vecindad o
no, y, por ende, los núcleos familiares
que moraban en ella disfrutaban o no
de ese derecho mientras habitaban esa
casa y no otra. La vecindad de una etxe
no se traspasaba si no llevaba apareja-
da el traspaso de los bienes troncales
(tierras, animales y aperos) que hacían
posible su subsistencia. Por ejemplo,
una familia propietaria de una casa
con vecindad podía venderla (junto con
todos los bienes necesarios que hicie-
ran posible su rango) a una persona de
fuera, que así adquiría o participaba de
dicho Derecho como “vecino forazo”,
mientras podía suceder que sus anti-
guos dueños pasaran a habitarla como
renteros, o bien residieran en otra
morada de la misma localidad, pero sin
disfrutar de dicha condición.
La vecindad también se podía ad-
quirir con mucho esfuerzo, según la
Costumbre. Un modelo genérico para
la mitad norte de Navarra en el Antiguo
Régimen sería: primero, la necesidad
de poseer una cantidad mínima de
tierras, que además tenían que estar
equitativamente repartidas en cada ho-
ja de cultivo según las reglas de cada
localidad, para poder subsistir durante
los tres años que duraba la rotación
de las hojas. Después, se necesita-
ba mucho tiempo de residencia “de
hecho” del “fuego” (todos los mora-
dores de una casa), manteniéndose
sólo con los recursos propios y de las
tierras de la casa, cumpliendo todas
las obligaciones vecinales y sin acceso
al aprovechamiento del comunal. Solo
después de superar el calvario de los
largos años, y contando con los apo-
yos apropiados (que después de tanto
tiempo, seguro que se habrían forjado)
se proponía su inclusión de vecindad a
la Junta de Vecinos que mandaba en el
pueblo. Si estos accedían, todos las ca-
sas vecinas debían ser compensadas
por la nueva participante, pues en ade-
lante sufrirían una merma al repartir las
rentas del Común y sus aprovechamien-
tos con una más.
Hasta la llegada de la Democracia,
en muchos pueblos de la montaña na-
varra se requerían entre 9-12 años de
habitación ininterrumpida (aproximada-
mente, una generación), pasando todas
las noches de al menos 9 meses del
año para adquirir la condición de pleno
vecino con acceso a Junta y parte alí-
cuota del aprovechamiento del Común
del Concejo. En muchos pueblos de
España hay costumbres que evocan
estas situaciones, como es el caso
del pago a los mozos de un pueblo por
parte del novio forastero que se casa
Foto de familia de clase media rural en Navarra
hacia 1920: el veterinario de Salinas de Oro en la
puerta de su casa
Asociación y Colegio Oficial de Ingenieros Técnicos Forestales 39
con una chica de la localidad, y otras
prácticas similares.
Del fuerte carácter de esas gentes
hay muestras, como la de los nobles
con asiento en las Cortes del Reino de
Aragón, que le decían al futuro rey, al
tomarle juramento de respetar los fue-
ros, más o menos lo siguiente: “cada
uno de nos que vale tanto como vos, y
todos juntos mucho mas”. También es
sintomática la actitud -relatada en los
romances de ciego- de Rodrigo Díaz de
Vivar frente al rey Alfonso: después de
tomarle juramento en Santa Gadea de
que no había tomado arte o parte en
el asesinato de su hermano Sancho en
el cerco de Zamora, el nuevo rey, enfa-
dado, tras decirle “cras me besarás la
mano”, lo manda al destierro “por mal
caballero probado”, a lo cual responde
el Cid: “…que me place, que me place
de buen grado por ser la primera cosa
que mandáis en vuestro reinado, vos
me desterráis por uno, yo me destierro
por cuatro”.
Nos podemos preguntar: ¿qué pa-
saba con gran parte de la población del
lugar, que no tendría nunca tierras y de-
rechos de vecindad? En el universo al-
deano existía una variada tipología que
repetía los mismos patrones, como por
ejemplo la institución de los “tiones”
(segundones que para quedarse en
la casa troncal permanecían célibes),
niños pequeños que eran “alquilados”
como criados en otros lugares, “golon-
drinas” (trabajadores emigrantes esta-
cionales al otro lado del Pirineo) y se-
gundones emigrantes o que ingresaban
en la Iglesia, artesanos sin tierras, etc.
Además de lo relacionado con las et-
nias y culturas marginadas o extrañas.
Así, en el antiguo Fuero de Guipúzcoa,
a riesgo de ser expuestos en la picota,
solo se permitía un día de estancia en
la provincia a gitanos, judíos, moros y
agotes, y siempre y cuando justificasen
debidamente que estuviesen únicamen-
te de paso por el territorio.
Otro ejemplo digno de analizar so-
bre las costumbres de antaño en el
valle navarro del Baztán es el del cruel
y brutal castigo que se infligía a los
agotes que andaban descalzos por la
hierba, a los que se le atravesaba el pie
con hierros al rojo, pues argumentaban
los verdugos que aquélla no volvía a
crecer donde ellos pisaban. Las socie-
dades pastoriles siempre han temido
los efectos de las epidemias en los
rebaños por comer en pastos contami-
nados, pero por entonces no se tenían
conocimientos sobre los mecanismos
de propagación de los microorganis-
mos causantes de las epizootias. Los
agotes eran un grupo social estig-
matizado a los que se consideraban
descendientes de leprosos y, por tanto,
eran acusados de ser trasmisores de
tal enfermedad (entre otros muchos
bulos), por eso solo se les permitía
ser carpinteros, ya que se suponía que
la madera no trasmitía la lepra (¿qui-
zás por ser un material poco conduc-
tor del calor?); de hecho, los propios
leprosos estaban obligados a avisar
mediante una carraca de madera. Si
en la mentalidad del vulgo de la época,
esas gentes portaban enfermedades
tan temidas, ¡cómo no iban a ser los
culpables de la infección de los pastos
y la consiguiente muerte del ganado!
Esto parece irracional y fuera de con-
texto para nuestra actual mentalidad,
aunque aún quedan tradiciones como
la de andar descalzos por los prados
en la mañana de San Juan en plena
temporada de pastoreo.
La Revolución produce la anula-
ción de las normas consuetudinarias
y estructuras autónomas del Antiguo
Tensión entre hombre y animal en la marca de mayo de Sorogain (valle de Erro-Navarra)
Conflictos de vecindad montañesa con final dramático
40 n.o 39
Régimen en beneficio de los nuevos
Estados centralizados, creando un nue-
vo corpus de leyes continuado bajo el
Imperio (Código Napoleónico) y una no-
vedosa organización territorial y adminis-
trativa que dejaba sin efecto la feudal.
España también adaptó el sistema terri-
torial francés (Departamento=Provincia,
Cantón=Partido Judicial, Comuna=
Ayuntamiento, pedanías, etc.) y admi-
nistrativo (Prefecto=Gobernador Civil,
Alcaldes de Ayuntamientos, etc.). Todo
esto se complementó con la organiza-
ción contributiva, mediante el catastro
de Napoleón (que estuvo vigente hasta
1936 y en el que se basa el español)
que para cada entidad local coordi-
naba planimétricamente, según usos
y aprovechamientos agronómicos, los
datos de la propiedad con la fiscalidad
que necesitaban los ministerios de
hacienda. Posteriormente se creo el
Registro de la Propiedad, como siste-
ma jurídico que certifica notarialmente
la titularidad de los bienes inmuebles
privados. El Estado moderno quedaba
así configurado tal y como actualmente
lo conocemos.
Uno de los efectos que más ha
repercutido en todos los sistemas agrí-
colas y pastorales provenientes del
Antiguo Régimen ha sido la supresión
jurídica de los límites territoriales de
los territorios históricos, creando tér-
minos o municipios donde antes no
existían. Esto implicaba dividir o anular
estructuras comunales más antiguas,
viéndose además los propietarios des-
poseídos de la gestión de sus tér-
minos faceros, que sería ejercida a
partir de entonces directamente por el
Estado a través de sus propios organis-
mos (Prefecturas o Gobiernos Civiles,
Servicios de Montes, etc.). Y es que
en la época prerrevolucionaria, la pro-
piedad territorial y jurídica de la Corona
sobre los terrenos comunales siempre
se había podido solventar, ya fuera con
pagos directos en dinero a los respec-
tivos monarcas o con la invocación de
fueros o costumbres.
DEL SIGLO XIX AL XX:
LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL
Y LA DESAMORTIZACIÓN.
LA RECONVERSIÓN DEL
SECTOR RURAL
Con las técnicas anteriores, se pue-
de decir que desde la época roma-
na hasta el Antiguo Régimen (siglos
XVIII-XIX), la agricultura no había avan-
zado mucho, tanto en lo referente a mé-
todos como en rendimientos. El cambio
se inició a raíz de la doble revolución
europea. Por un lado, la industrial
inglesa (siglos XVIII-XIX), que aportó
las mejoras en las técnicas y ciencias
agronómicas, que intentaban sustituir
el periodo de barbecho o pastos de la
rotación de hojas por cultivos industria-
les de raíz (nabos, patatas, remolacha
azucarera) y forrajeros, y por otro, el
radical cambio político y jurídico que
supuso la Revolución Francesa.
Al igual que en Francia e Inglaterra,
en la primera mitad del siglo XIX, España
acometió un proceso de desamortiza-
ción (que en Inglaterra se denominó
Enclosure Acts), con el fin de fomentar
una nueva economía de corte liberal que
chocaba frontalmente con el sistema
anterior. Este proceso consistía en ca-
pitalizar por medio de la enajenación de
amplios territorios en posesión de las
denominadas “manos muertas” (según
los políticos y economistas), como eran
los comunales de las nuevas agrupa-
ciones municipales (procedentes de las
antiguas entidades locales tradiciona-
les), de la Iglesia, etc. En la práctica,
se concretó en una verdadera concen-
tración parcelaria a favor de unos pocos
propietarios con recursos, excluyendo
al resto. Todo el sistema de hojas tradi-
cional de los pequeños propietarios se
vería profundamente trastocado, provo-
cando la emigración de buena parte de
la población a América.
Con la Desamortización, si bien
en un principio no se mejoró cualitati-
vamente la productividad de la tierra,
las masivas roturaciones y la entrada
en producción de amplias superficies
Serie comparativas de
ortofotos del concejo
de Erro del mismo te-
rritorio: la de arriba a
la izquierda, de 1931;
arriba a la drecha de
1967; y abajo a partir
del año 2000 (valle de
Erro-Navarra)
Asociación y Colegio Oficial de Ingenieros Técnicos Forestales 41
por parte de los adinerados inversores
terratenientes proporcionaba, aunque
con los métodos de trabajo tradicio-
nales, las cantidades de alimentos y
materias primas industriales agrarias
que requería el aumento de la pobla-
ción que acarreaba la Era industrial.
Por otro lado, la tala indiscriminada de
los antiguos bosques impulsó la crea-
ción de un nuevo cuerpo de agentes
de montes del Estado para proteger
las masas forestales, derivado de los
antiguos organismos de similar índole
de agricultura. Las entidades locales
del norte de Navarra, por efecto del
pacto de la Guerra Carlista, que garanti-
zaba cierta autonomía, pudieron incluir
sus comunales en el nuevo Catálogo
de Montes de Utilidad Pública que
gestionaba ese recién creado Servicio
Forestal, librando así un elevado por-
centaje de terrenos forestales del pro-
ceso de enajenación con posterior tala
y roturación.
En Europa occidental, a partir de la
segunda mitad del siglo XIX, una vez
incorporado a la producción todo el
terreno susceptible de ser cultivado co-
mo efecto de ese proceso de desamor-
tización, se produjo el despegue del
desarrollo tecnológico que continúa en
la actualidad. Aunque en España hubo
que esperar a la segunda mitad del si-
glo XX (debido al atraso secular y al pa-
réntesis de la guerra y la postguerra),
en especial a partir de los años 60, en
que se masifica la mecanización, con
lo que se simplifican y abaratan las la-
bores, lo que permite cultivar espacios
hasta entonces extensivos de forma
intensiva. Si en esas fechas se seguía
usando el arado romano (en vasco, gol-
de), se introduce a partir de entonces y
de forma masiva el arado de vertedera,
que además de apartar la tierra la re-
mueve y la oxigena. También el uso de
los abonos sintéticos, las nuevas va-
riedades cultivadas y la especialización
de cultivos, así como nuevos avances
Técnicas genéticas de la moderna zootecnia para la reconstrucción del fenotipo del tarpán. Rezerwat
Pokazowy Zwierzat (Puszca Bialowieska-Polonia. Septiembre de 2001)
Mantenimiento de los sistemas: prácticas forestales invernales de trasmochado de hayas en Leiza (Navarra)
42 n.o 39
El futuro de la marca: reunión de jóvenes pastores -sin oveja muerta- para continuar una antigua tradición. Sorogain, mayo de 2007 (valle de Erro–Navarra)
zootécnicos y otras técnicas, ayudarán
a incrementar la productividad de los
terrenos y de los ganados.
Por otro lado, los nuevos sistemas
de cierres a base de alambradas de
púas (invento procedente de la pampa
suramericana y del oeste norteameri-
cano) permitían gestionar la ganadería
en cualquier tipo de espacio, tanto los
extensivos como los agrícolas o periur-
banos, normativamente complejos o
sumamente parcelados.
EL SIGLO XXI: ¿NUEVOS PROBLEMAS
O VIEJAS SOLUCIONES?
Por ejemplo, recientemente -en el
año 2007-, el alza de los cereales
y productos básicos ha hecho revisar
a los gestores comunitarios toda su
política agraria (la “PAC” y los “exce-
dentes”). A los ganaderos, la nueva si-
tuación del sector también los obliga a
tomar decisiones. Es decir, si se quiere
reducir costos en piensos y cereales,
se necesita ganado que se sostenga
en la dura montaña donde el pasto na-
tural resulta más barato. Pero es bien
sabido que la rusticidad de las razas
-o incluso entre animales de la misma
variedad- está reñida genéticamente
con la productividad, particularmente
la lechera (aparentemente, el óptimo
deseable). Por lo tanto, no resulta nada
fácil encontrar el equilibrio exacto ante
estas disyuntivas, siendo este tipo de
cuestiones parte del llamado desarrollo
sostenible. Por otro lado, lógicamente,
la primera medida que se ha tomado
es poner en producción nuevos terre-
nos, ya sea para cereal o para pastos,
y no es ninguna casualidad que estas
nuevas roturaciones sigan la estela o
se hagan en los mismos sectores que
las de las épocas anteriores. Julio Caro
Baroja escribía, no sin razón, que no se
puede disociar el presente del pasado:
“los antiguos, como nosotros, hacían
tal cosa o tal otra. Sino que nosotros
como los antiguos, hacemos esto o
aquello”, porque el primer argumento
implica casualidad y el segundo cau-
salidad.
Gran parte del mundo rural tradi-
cional superviviente hasta el Antiguo
Régimen -y con él, sus elementos re-
lacionados, como el del sistema de
hojas- parece que se desvanecieron sin
dejar ni rastro, como si nunca hubieran
existido. De hecho, las nuevas genera-
ciones las desconocen casi totalmente.
Pero el paisaje rural y forestal es como
es, y si se analiza en profundidad re-
sulta un auténtico palimpsesto en el se
que se superponen capas neolíticas,
romanas, alto y bajomedievales, de la
época moderna…, hasta las de las con-
centraciones parcelarias y roturaciones
de la época contemporánea. De estas
últimas sí que tenemos abundantes
referencias, incluso actualmente hay
procesos contrarios, de abandono de
cultivos y bosques, y todo ello hasta
subvencionado: ¿qué consecuencias
van a tener?
Sería interesante examinar de qué
manera los distintos sistemas agro-
silvopascícolas han ido modificando
el paisaje rural, a la vez de cómo
Asociación y Colegio Oficial de Ingenieros Técnicos Forestales 43
El acervo bibliográfico forestal se considera de sobra conocido por
el colectivo profesional, por lo que solo propondremos una selección
de historia y etnografía que haga referencia a la temática tratada.
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págs. 17-52. Le Pays de Soule. Editions Izpegi. Saint Etienne de
Baïgorry.
Viers, Georges. 1990. Paysages, págs. 15-33. La Vallée de Baigorri
et ses alentours. Editions Izpegi. Saint Etienne de Baïgorry.
Vizcay Urrutia, Nekane. 1999. Estudio del sistema agrosilvopasto-
ral en el “Pays de Soule”. Universidad Pública de Navarra. Pamplona.
Zabalza Seguín, Ana. 1994. Aldeas y campesinos en la Navarra
prepirenaica (1550-1817). Serie historia N.º 74. Edita: Gobierno de
Navarra. Pamplona.
esa misma costumbre, por ejemplo,
concerniente a cuestiones pastorales,
se va integrando en un mundo globa-
lizado como el actual. Sin olvidar la
importancia que representa la misma
interpretación de esas reminiscencias.
Los forestales, como trabajadores del
-y en el- medio natural, también pode-
mos aportar una visión propia sobre
las cuestiones expuestas, que puede
servir para contrastar tanto la de otros
colectivos profesionales más afines
(técnicos agrícolas, biólogos, etc.) co-
mo las de los distantes (historiadores,
juristas, antropólogos, etc.). Para finali-
zar, quiero señalar que este artículo no
es más que una interpretación personal
con el fin de proponer hipótesis, para
que otros compañeros investiguen so-
bre estos asuntos en su propio ámbito
de trabajo y aporten sus ideas.
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Pastoralismo iberico historia [2] Revista Foresta39-2008

  • 1. 30 n.o 39 TÉCNICACOMUNICACIÓN Reflexiones sobre el pastoralismo ibérico a lo largo de la historia (II parte) Casi todo el mundo ha escuchado alguna vez la historia de Caín y Abel. Ambos eran hijos de Adán y Eva. Uno, agricultor; el otro, pastor. En una discusión, el primero mató al segundo, tras lo cual huyó al este del Edén (algo así como jardín o huerto en lengua sumeria, pues de esta manera denominaban a Mesopotamia). Es decir, aparte de las connotaciones religiosas que se deriven, subyace un problema de intereses concretos por el uso de la tierra y los recursos naturales: el inicio de la guerra entre los hombres. “Es hijo de una estirpe de rudos caminantes, pastores que conducen su horda de merinos a Extremadura fértil, rebaños trashumantes que mancha el polvo y dora el sol de los caminos” Extractos del poema “Por tierras de España” de Antonio Machado. Patxi Ibarrola Erro Ingeniero Técnico Forestal
  • 2. Asociación y Colegio Oficial de Ingenieros Técnicos Forestales 31 DEL SIGLO VI AL XIII: DE LAS INVASIONES GERMANAS Y MUSULMANAS A LA ALTA EDAD MEDIA. LA EXPANSIÓN TERRITORIAL HACIA LAS ZONAS DE INVERNADA Y LA TRASHUMANCIA HISTÓRICA Con la caída de Roma, las bandas tribales organizan los embriones de los diferentes reinos que surgirán a partir de la Alta Edad Media, en un principio con una agresiva expansión a costa de los territorios del ager, ro- manizados y sin protección. Luego, los pueblos del norte peninsular pasarán la Alta Edad Media en unas montañas densamente pobladas, comprimidos por el norte y por el sur. Primero, por pueblos germanos (francos y godos), y, posteriormente, por los árabes, que sustituirán a los visigodos. Las reite- radas incursiones de los montañeses en los llanos de la meseta norte, valle del Ebro o Aquitania serán la principal causa de conflicto; y se instaurará el régimen feudal, creándose también marcas militares al mando de nobles guerreros para contenerlos. La organización de aldeas en forma de concejos (en inglés, councils) fue especialmente activa en toda Europa durante la Edad Media. Su dependencia territorial a nivel regional se establecía en función de la eclesiástica (obispa- dos, arzobispados, etc.) o se basaba mayormente en la antigua división ro- mana y la organización jerárquica de las propias aldeas, en si tenían o no iglesia (parroquias, lugares, etc.) o en el anárquico sistema feudal de baro- nías, marquesados, vizcondados, con- dados, ducados, principados, reinos... En la península Ibérica, para el periodo de la dominación musulma- na se puede empezar diciendo que durante la primera mitad del siglo VIII la zona entre la cordillera Cantábrica y el Duero fue adjudicada a las tropas inva- soras de choque, es decir, a las tribus bereberes, ya que en el reparto tras la conquista, los feraces latifundios del Guadalquivir se los apropió el ele- mento árabe dirigente. Los bereberes intentaron implantar su pastoralismo nómada africano en la meseta superior, pero la zona, por fría e inhóspita, no se acomodaba a sus aspiraciones, así que se sublevaron aprovechando la rebelión de sus parientes del norte de África y volvieron a su lugar de partida norteafri- cano. Muchas son las conjeturas sobre el origen del ganado merino, actualmente la raza ovina de mayor difusión mundial (presente hasta en Australia, Nueva Zelanda y Argentina), sobre su ascen- dencia de sangre por parte del ganado del Magreb. Incluso se dice que su nom- bre puede proceder de los Beni-Merines (dinastía de origen bereber que manda- ba en el actual Marruecos a partir del siglo XIII tras derrocar a los almohades; estos últimos eran pastores bereberes de la zona del Atlas que, a su vez, habían derrotado en el siglo XII a los almorávides, confederación bereber del siglo XI, surgida de los ribat mauritanos y senegaleses, y, por lo tanto, pastores del desierto y el Sahel). Pero es que ya en tiempos de los romanos, los ricos hacendados turdetanos de Andalucía se dedicaban a formar nuevas varieda- des de ovejas laneras muy apreciadas mediante cruzamientos con variedades norteafricanas. No estaría de más ana- lizar estas conexiones, empezando por el pastoralismo montañés del sistema Penibético (Sierra Nevada y serranía de Ronda), en relación con sus sistemas montañosos simétricos norteafricanos del Rif y del Yebala. Hasta el siglo IX, los territorios cristianos estarán acantonados en las cordilleras norteñas de los antiguos pueblos prerromanos: macizo Galaico, cordillera Cantábrica y Pirineos, man- teniendo una continuidad étnica y cul- tural en cada una de esas zonas. O sea, persisten los núcleos puros de galaicos, astures, cántabros y vascos. Todos ellos, al aceptar el latín, crearon su propio dialecto romance (gallego, bable, castellano, navarroaragonés y catalán), que aún señala los términos de las viejas tribus. En esa época, dichas zonas montañosas se encontra- ban muy pobladas, al servir de refugio ante la invasión musulmana, lo que pro- vocará un aumento de la colonización de la montaña por núcleos familiares con intereses ganaderos a base de aprisiones u ocupaciones de tierras yermas de los bosques, que se rotura- ban. Éstas, en el reino asturleonés, se denominan propiamente presuras. Durante todo el siglo IX, ya sin la presencia de los bereberes, la zona entre las montañas más norteñas y el río Duero pasará a ser considerada por los árabes como una estratégica tierra de nadie, despoblada, llamada por los historiadores el Desierto del Duero. La repoblación asturleonesa y castellana se realizará mediante colonos libres que agrupan sus presuras o roturacio- nes de tierras yermas en distritos mi- litares en torno a fortalezas llamados alfoces1. Éstos, a su vez, tejían una malla compacta que les permitía apo- yarse unos a otros durante los cíclicos y duros periodos de algazúas (campa- ñas de castigo) musulmanas. Con este sistema se ocupará la mejor parte del territorio de los antiguos vacceos hasta el río Duero. Al hilo de estos hechos, y como Mapa peninsular aproximado del avance territorial de la reconquista
  • 3. 32 n.o 39 curiosidad, desde el pasado 2006 se ha producido una fuerte polémica por los escudos de la jacetania aragonesa y su vecino valle de Roncal en Navarra, que presentan cabezas cortadas de moros. Los roncaleses lo explican me- diante una leyenda, en la que la cabeza es la del rey moro derrotado en una legendaria batalla hacia el siglo IX, que les abrió el paso a los territorios de invernada de la Bardena, ya en las riberas del Ebro. Desde entonces, dicen ellos, es cuando empiezan sus derechos legales de congozantes en esos pastos: es pues, para ellos, una batalla pastoral. En relación a estos hechos, los historiadores nos hablan de las aceifas califales de las crónicas musulmanas del siglo IX que se abatie- ron sobre el Reyno de Pamplona, y que el rey de Navarra afrontaba junto con sus aliados, que, entre otros, compren- día a los sarataniyyin y a los yilliqiyyin. Los primeros se interpreta que son los salacencos y roncaleses (y no estaría de más extenderlo a los territorios contiguos afines de la jacetania, lo que andando el tiempo sería el núcleo del Reino de Aragón) y los segundos se supone que son los vascos ultrapirenai- cos (a saber, bajonavarros, souletinos y puede que bearneses). Por otro lado, autores como Menéndez Pidal y Claudio Sánchez Albornoz mantuvieron la curio- sa teoría del abandono y corrimiento de toda la población vascona en masa, desde Navarra a las tres provincias vascas (Guipúzcoa, Vizcaya y Álava) in- mediatamente después de la caída del Imperio Romano. El último autor de los citados lo intenta justificar para el piri- neo navarro aduciendo comparaciones de índole antropológica, diferenciando a “los morenos, enjutos y pequeños de Val de Erro de los fornidos, altos y musculosos del Roncal.”, considerando que los primeros tienen origen en po- blaciones mediterráneas. Durante el siglo X, la frontera del reino asturleonés (que comprendía la parte norte de Portugal y la naciente Castilla) progresó al sur del Duero, avanzando mediante el sistema de alfo- ces hasta alcanzar el sistema Central y englobar al alto sistema Ibérico soriano en la zona oriental castellana: ésta era el área principal de los anteriores vettones y arévacos. A finales del siglo XI, el derrumbamiento del califato y su disgregación en reinos de taifas permi- tió traspasar el sistema Central por la parte de la sierra segoviana. La espec- tacular caída a finales del siglo de la importantísima ciudad de Toledo y su cinturón fronterizo de villas (entre ellas, Mayrit, la posterior Madrid) abrió a la zona oriental castellana un abanico de nuevas posibilidades geoestratégicas, que la apartaron de su natural sentido de avance hacia Extremadura, debido a su disposición geográfica en diagonal (nordeste-suroeste) del corredor del sistema Central. La repartición de lotes de tierra en esta zona de La Mancha se hizo de nuevo entre colonos cristianos libres por el sistema de “a quiñón” (lotes de tierra iguales y zonas de uso común). Además, se proporcionaron importantes dominios a la Iglesia y a los grandes nobles vasallos. Ambos ac- tores comenzaron a adquirir una fuerza política decisiva, ya que cobró auge la captura de tierras para latifundios mediante almirantazgo (que después tantas luchas generó entre los propios conquistadores de América, en particu- lar entre los extremeños). A partir de este momento, la Historia se torna más conocida para la mayor parte de los lectores. Ya entre los siglos XI-XII, la frontera se había ido acercando al corazón de la actual Andalucía. Los musulmanes, para con- tener el avance, se pusieron primero en manos de los almorávides (batallas de Sagrajas en Badajoz y Uclés en el sector toledano), y de los almohades, después (batalla de Alarcos en el en- torno de Toledo). A mediados del siglo XII, en el terri- torio cristiano sucedió un hecho funda- mental. Se separaron de la monarquía asturleonesa el condado de Portugal al occidente y el de Castilla al oriente, formando dos potentes reinos con inte- reses propios. El Reino de León se vio constreñido geoestratégicamente entre sus dos am- biciosos vecinos. El único afán leonés posible consistirá en terminar de articu- larse en eje norte-sur a través de la im- portante Ruta de la Plata, para vincular pastoralmente los territorios veraniegos de la montaña de León con los inverna- les de Extremadura (parte oriental de la antigua Lusitania), ya que Galicia y la fachada asturiana del Cantábrico eran transtermitantes y no tenían ninguna posibilidad de ampliación territorial. Era pues un Estado pastoral, pues mu- chos siglos después seguiría siendo la principal región trashumante. De esta manera, el Reino de León, entre el siglo XII y primeras décadas del XIII, se volvió contra Portugal al oeste, que ya ocupaba el Alentejo (y con ello, la parte principal del anterior territorio lusitano) con el apoyo almohade, para después, con ese mismo aliado musulmán, en- frentarse y contener a Castilla al este. Finalmente, a la caída de los aliados bereberes tras la batalla de las Navas de Tolosa, avanzó de frente ocupando hasta Badajoz, incluso la antigua capi- tal provincial romana de Mérida. Justo después, el reino dejó de existir como tal al incorporarse a Castilla. Para la captura de Extremadura por parte de León se tuvo que acudir a los grandes nobles y a las poderosas ordenes militares religiosas, lo que a la postre, según los autores Jesús Mestre Campi y Flocel Sabaté (de su libro, “Atlas de la Reconquista”), “…plantea- ba la problemática, posteriormente am- pliada, alrededor de la ganadería y el uso de las dehesas, el abandono de tie- rras y el control de los municipios por la aristocracia.”. Y es que estos autores proponen una definición de la dehesa que no tiene desperdicio: “Extensión de Ortofoto catastral de los Quiñones de Aldaburu, del concejo de Erro (valle de Erro-Navarra): es curioso observar que en la montaña de Navarra a los conjuntos agrupados de pequeñas piezas de terrenos cuadrangulares procedentes de los repartos equitativos entre los veci- nos del comunal, y en épocas no tan lejanas, se los denomine quiñones. Asimismo, se denomina quiñón a toda pequeña propiedad de forma poligonal roturada y enclavada entre otras comparativamente mayores
  • 4. Asociación y Colegio Oficial de Ingenieros Técnicos Forestales 33 tierra cubierta de vegetación natural, por lo general de propiedad privada y dedicada a la ganadería propia y arren- dada, difundida con las expansiones de los reinos de León y Castilla y con la posterior evolución bajomedieval, con- vertida en centro de tensiones entre usos comunales y propiedad privada y entre aprovechamientos ganaderos y agrícolas”. Nada que objetar al respec- to. También a mediados de este siglo XII, la corona de Aragón estiró definiti- vamente sus límites mediante la ocupa- ción del valle del Ebro desde Navarra a su desembocadura en Tortosa. Tomada la capital maña, Zaragoza, y con ella toda su provincia, la invernada de los ganados del Pirineo altoaragonés que- daba asegurada definitivamente. Ahora veremos la situación geopolí- tica de Castilla, que resultó la más favo- rable. La audaz toma de Toledo le abría toda Castilla la Nueva (zona agrícola que permitía el pleno cultivo de la triada mediterránea: vid, olivo y trigo), y supu- so una puerta de acceso directa hacia Andalucía, la región más codiciada al ser la mejor equipada en todos los aspectos, tanto en producción agrícola como en desarrollo urbano, manufac- turero y comercial. Los almorávides pronto se dirigieron contra la cuña que representaba en ese aspecto Toledo; y los almohades, si bien empezaron con- teniendo a los castellanos y portugue- ses en Extremadura, al final vieron caer su particular espada de Damocles, que pendía desde Toledo, en la batalla de las Navas de Tolosa (el desfiladero de Despeñaperros sigue siendo la llave de acceso al Guadalquivir). Así, en el siglo XIII se abrió de par en par Andalucía al reino castellano. Otra cuestión es que Extremadura fuese para Castilla un frente secundario, pero resultaba más que complementario, pues tanto la montaña palentina y burgalesa como la soriana necesitaban para su funciona- miento de esos sectores de invernada, si bien las rutas que lo hacen posible son menos directas que las del Reino de León. Al tratarse de distancias más largas, no alcanzarán la pujanza tras- humante de este último reino. Pero mientras no fuese ocupada Andalucía, se necesitaban como parte muy im- portante del funcionamiento de los estiveos del reino en Castilla la Vieja. Tiempo vendría del desplazamiento del centro de poder hacia el sur (y de allí, por otros azares de la historia, el salto a América). A partir de aquí, la suerte de la España musulmana estaba echada. Ya en el siglo XIII, los castellanos ocupa- ron todo el valle del Guadalquivir, no sirviendo de nada la intervención de los Beni-Merines asentados en Marruecos. También los aragoneses ocuparon rá- pidamente el Maestrazgo y la costa levantina. El último acto, el de la caída de Granada, aún se pospuso dos cen- turias, hasta 1492. En esta última fase se consolidó en Andalucía el latifundis- mo, un fenómeno nada nuevo, como remarca J. Caro Baroja, ya que la so- ciedad turdetana del área tartésica era esclavista, y como tal continuó durante Comparativa: arriba a la izquierda, Mapa de las Subregiones Fitoclimáticas de J.L. Allué Andrade; a la derecha, isoyetas de las precipitaciones medias anuales. Abajo a la izquierda, isotermas de las temperaturas medias de enero, y a la derecha, del mes de julio
  • 5. 34 n.o 39 la dominación del Imperio Romano y con el paso de vándalos, visigodos, bizantinos y árabes. Nada que ver con las sociedades de hombres libres o francos, que dieron lugar a los reinos cristianos de las montañas del norte. A modo de conclusión de este apartado, se podría decir que para la Reconquista del conjunto peninsular existe una correlación entre la ocupa- ción progresiva de territorios y el gra- diente biogeográfico noroeste-sureste (Finisterre-Cabo de Gata), acorde con el aumento de la temperatura (isotermas) y disminución de la precipitación (isoye- tas). Además, el avance de los reinos cristianos se realizó en bandas más o menos paralelas y sucesivas oeste-es- te, que era como se distribuían los an- tiguos pueblos prerromanos. No parece casual que la zonificación pastoral en sus particulares regiones bioclimáticas imponga los mismos criterios en ambos periodos tan distantes, como la época prerromana y la Edad Media. El resulta- do era en un principio, un trifinium (tér- mino latino que designa el punto donde confluyen tres límites administrativos) de intereses en Extremadura por parte del trío de reinos cristianos occidenta- les (Portugal, León y Castilla), del que Castilla, “emparedada” geoestratégica- mente entre sus vecinos (incluidos los reinos de taifas levantinos y el cristiano de Aragón) y, por tanto, sin futuro apa- rente, se zafará de su destino al irrum- pir en la Carpetania, accediendo así al sector oriental lusitano de dehesas. A partir de esta época se organizará la trashumancia de La Mesta a gran escala y distancia, hecho que requiere cierto componente nómada que evoca a lo que ocurre en la zona sudanesa o saheliana, quedando Extremadura como el centro de un cuarto de cir- cunferencia que desde las montañas de León al norte se curva hasta la serranía de Cuenca, pasando por Soria y La Alcarria, siendo sus radios las ca- ñadas. Esta migración estacional solo afectará a una parte mínima de todos los ganados, aquellos que merecieran semejante esfuerzo, fundamentalmen- te el ovino merino. De estas maneras, una nueva sociedad humana organiza un pastoralismo a gran escala, ase- mejando de nuevo el aprovechamiento de las grandes manadas de herbívoros migratorios, tal y como había ocurrido hasta el final del Paleolítico. DEL SIGLO XIV AL XVII: DE LA BAJA EDAD MEDIA A LA ÉPOCA MODERNA. LA ÉPOCA DE LAS ROTURACIONES, EL SISTEMA DE HOJAS Y LA DULA Desde el final de la época romana, en la Baja Edad Media, el conflicto llano-montaña se apacigua y comienza la realización por parte de los monar- cas de los primeros “censos” o inven- tarios de “fuegos” (casas) e impuestos. Las luchas banderizas son el reflejo de la convulsión político-social que provo- ca la ascensión de los nuevos burgos ciudadanos y mercantiles, frente al anterior sistema rural de los señoríos feudales. Los modos y usos de la antigua agri- cultura que perduraron hasta el siglo XIX, se caracterizaban por: - La Autarquía: Las escasas o defi- cientes vías de comunicación provo- caban una mala distribución de los excedentes o de abastecimiento en las carestías. Por ello, lo que más se cultivaba eran cereales de secano y pocas plantas de raíz; incluso en ple- no siglo XVIII, la patata aún era muy rara. Era común la subalimentación crónica y los periodos de hambruna (recuérdese la crisis de la patata de mediados del siglo XIX en Irlanda). - La tecnología agraria era rudimen- taria (el arado sólo constaba de una reja de madera sin tren delantero) y escaseaban las materias primas para obtener abonos, lo que conde- naba a los cultivos a proporcionar un bajo rendimiento. Por ejemplo, había poco ganado en las zonas eminente- mente agrícolas y, por lo tanto, poco estiércol; por el contrario, en las zonas de vocación ganadera había abundante estiércol y escaso cultivo agrícola. Pero el problema estructural del transporte no hacia viable la com- pensación de los excedentes. - Tipos y distribución de cultivos: A menudo se practicaba el policultivo en las pequeñas parcelas que com- ponían la hoja de siembra pertinente, ya que no se podía atender a las necesidades de mercado sino a las del estricto autoconsumo: cereales de secano para hombres y animales (trigo, cebada, avena, centeno en zonas altas y frías y mijo en áreas húmedas, cereal que más tarde se sustituyó por el maíz), legumbres, manzanos, viñas, lino, etc. Además, no existían sistemas de cierres ex- tensivos eficaces contra el ganado. Uno de los aspectos que reduce la conflictividad y que aparece con fuerza en la organización rural de la Edad Media es el sistema de hojas en zonas agrícolas y de cercados en las Esquema geográfico sintético del norte y oeste peninsular, tanto de la trashumancia (con sus sectores y comunicaciones), como de la transtermitancia
  • 6. Asociación y Colegio Oficial de Ingenieros Técnicos Forestales 35 ganaderas. Básicamente, son distintos sistemas de Ordenación del Territorio, concretamente de las parcelas de co- munidades de propietarios pertene- cientes a una entidad local: siempre en función de los usos agrícolas y ga- naderos, para que no interfieran entre sí (que afectan a rotación de cultivos, fechas de siembra y recogidas, rotura- ciones, bosques, zonas vedadas y pas- toreo, la dula, barbechos, cierres, etc.). En todos los lugares de Europa quedan restos de costumbres, manejos y deli- mitaciones de parcelas que provienen de estos usos. El emplazamiento de las poblacio- nes se elegía en función de las carac- terísticas defensivas o de la cercanía a las vías de comunicación y los cursos de agua. Deforestado el bosque, las tierras cultivadas se extendían alre- dedor de la aldea formando un ani- llo más o menor regular condicionado por el relieve del terreno. Las tierras de cultivo se dividían en parcelas. Fundamentalmente se sembraba en ellas cereal y legumbres, que eran la base de la alimentación campesina. Más allá de los campos de cultivo se extendía un segundo cinturón, formado por montes y bosques no parcelados, que eran explotados colectivamente por toda la aldea y constituían las tierras comunales. En el monte raso pastaba el ganado, y en el bosque, que era una fuente muy importante de re- cursos, se obtenía leña y madera, miel y cera, frutos secos, caza, etc. Una clasificación sintética de los sistemas o manejos más puramente agrícolas del norte peninsular en relación a los ecosistemas pastorales (sin contar los pisos de altimontanos y subalpinos que albergan las cabañas de altura en los estiveos) se puede desglosar en tres grandes tipos: - Sistemas transtermitantes de va- lles de vertiente atlántica muy húme- dos: en este caso, la principal ocupación en el fondo de valle sigue siendo la ga- nadería, ya que no es terreno apto para el cultivo de la tríada mediterránea: ce- real de secano extensivo/vid/olivo. Por lo tanto, se subordinaba la agricultura a las necesidades animales. La delimita- ción -en el caso de los sitios de cultivo intensivo permanentes del piso colino (huertas y futuros maizales, prados de siega)- se podía realizar por medio de muros de mampostería o grandes lajas de piedra juntas, típicas de la zona atlántica de Navarra (y que recuerdan las alineaciones de mehnires). También se podían agrupar por medio de un cer- cado de piedra o kehielle (voz gascona del vasco kehel=cercado), para liberar más sitio al pastoreo libre invernal de los vecinos. En el piso montano, las roturacio- nes o reservas de pastos y prados no permanentes, y, por tanto, temporales, fuera del ámbito de las bordas, se pres- taban también a realizar agrupaciones de quiñones o propiedades y rodearlas con ramas de espino (Crataegus spp.), a la manera de los Kraal africanos con las ramas de acacias. De estas maneras, el resto -y mayor parte- del territorio privado o público de ambos pisos altitudinales (colino y montano, incluido los estiveos altimon- tanos) permanecía abierto en beneficio del pastoreo de diente transtermitante, en menoscabo de la agricultura y la siega. Por ejemplo, en el navarro valle del Baztán todo el territorio es indiviso, lo que se llamaba una universidad; es decir, solo existe propiedad comunal para el conjunto de todo el valle, pero no existe la de los concejos o parro- quias intermedios que conforman el valle; el resto es estrictamente privada (particular). Izq.: Calodra o funda para la piedra de afilar de una herramienta típica de la transtermitancia: la talla. Para terminar de cabruñar (como se dice en bable) la guadaña, se utiliza el yunque y el martillo Abajo: Montanera invernal (fuera de época) en estiveos cantábricos montanos de Leiza (Navarra): comunales extensivos con hayedo adehesado y trasmochado. Usados en sistema transtermitante para oveja de raza latxa y vaca pirenaica de carne
  • 7. 36 n.o 39 - Sistema trashumante de valles montañeses ganaderos de vertiente meridional, más continentales y con la parte sur de carácter submedite- rráneo, que se encuentran a medio camino entre la zona atlántica y la me- diterránea. En este caso, el cereal de secano extensivo podía cultivarse por la naturaleza del medio (la vid quedaba relegada y el olivo no era factible), y, por tanto, debía ser tenido en cuenta en la ordenación del territorio del piso altitudinal inferior, aunque la principal actividad siguiese siendo la ganadera (esta vez con carácter trashumante de larga distancia). En los terrenos de fondo de valle se daba el cultivo por hojas destinado a cereales y al manejo del ganado no trashumante en el en- torno de los pueblos, mediante la dula transtermitante. También se prohibía el cerramiento de cualquier propiedad pri- vada, y aún hoy en los valles navarros de Roncal y Salazar, que también son universidades, las ordenanzas estipu- lan que los terrenos rústicos tienen que estar abiertos al paso del ganado y, para ser cercados, necesitan una auto- rización expresa de la Junta del Valle. Otras variantes, como las de los Alpes, es conocida por el famoso libro de Heidi, donde dejando aparte el contenido infantil, aparece muy claro el cuadro de vida de este ecosistema pastoril. Pedro es un pastor típico de la dula de ganado menor (principalmente cabras) en un medio montañés, realiza transtermitancia diaria en temporada de verano a los alpages subalpinos. Además, aparecen los tejados de ma- dera (ohalak en vasco, y recuérdese que en la zona vasconavarra, la teja presupone propiedad) de la cabaña al- timontana del “viejo de las montañas”, etc. - Sistemas agrícolas de cuencas cerealistas submediterráneas que cie- rran por el sur el acceso a los pastos invernales de la trashumancia de los valles pirenaicos ganaderos: por poner un ejemplo, correspondería a la cuen- ca cerealista de Pamplona. La trilogía mediterránea es factible, ya que estas áreas aún son hoy en día de las zonas cerealistas más productivas; también se cultiva algo de viña (claretes de poca calidad y grados para consumir en el año); y por la parte sur de estas zonas pasa el límite norte del olivo peninsular. En estos terrenos imperaba el sistema de hojas de cereal para man- tener cierta cantidad de ganado menor, ya que no disponían de estiveos de altura propios. Por tanto, la ganadería quedaba totalmente subordinada a las necesidades de la agricultura cerealista de “tierras de pan llevar”. - El sistema de hojas: En Europa en general predominaba la agricultura extensiva y temporal, puesto que la de regadío, especialmente importante en los valles del sur, se reducía a las zonas y vegas inmediatas a los ríos (en la península Ibérica, por antonomasia, los del Levante y Guadalquivir). Por tanto, la explotación del secano o “tierras de pan llevar” requería el acuerdo de todos los vecinos de una entidad local, ya que era un sistema comunal, realizándose de la manera siguiente: se dividía todo el terreno cul- tivable, ya fuera público o privado, en grandes espacios continuos llamados Cencerros: los había de distintos tipos y timbres según sus funciones. Normalmente, cada casa mantenía su propio sonido particular. Los historiadores fechan la aparición de estos útiles a partir de la Edad Media Pastos entre campos de cereal y pinares de carrasco cercanos al Vedado de Egüaras en la Bardena de Navarra: área de invernada mediterránea para los pastores pirenaicos navarros y aragoneses. Junto con los aborrales, pardinas, corralizas, etc. de entretiempos, son usados por sistemas trashumantes de oveja de raza rasa o churra
  • 8. Asociación y Colegio Oficial de Ingenieros Técnicos Forestales 37 hojas (en inglés, sistema de openfield), que iban rotando cada temporada se- gún cultivos o barbechos y pastos. La hoja era por tanto una agrupación de parcelas de distintos propietarios dedi- cada al mismo uso agronómico, aunque cada dueño sólo cultivaba y se aprove- chaba del producto de su parcela. De esta manera, cada vecino debía tener la parte proporcional de sus tierras cultivables en cada sector u hoja (por ejemplo: si eran tres hojas, un tercio de la propie- dad en cada una) o, al menos, una parcela. Así, la tierra era aprovechada racionalmente por todos, especialmente los gana- deros, ya que con los pastos y barbechos las tierras se recuperaban. Los sistemas más básicos o comu- nes de la organización de cultivos en hojas, dependiendo de la calidad de las tierras de la comarca, eran: Bienal o de año y vez: Si la tierra era productiva, se dividía en 2 hojas; de las cuales, una era cultivada y la otra se dejaba en barbecho (se le hacían las operaciones pertinentes para cultivar, pero no se sembraba). Trienal: Si la tierra era de calidad media, se dividía en tres partes; en una se sembraba cereal en invierno (trigo o cebada), en otra hoja, cereal en primavera (avena o centeno), quedan- do la tercera sin cultivar, es decir, en barbecho. Una vez recogida la cosecha de trigo en agosto, se introducía el ganado de la aldea en los campos. Allí pastaba aprovechando los tallos secos del cereal cosechado (rastrojos) a la vez que abonaba el terreno. En la hoja donde se había sembrado en primavera (avena o centeno) se sembraba en in- vierno (trigo), ya que la tierra no había sufrido tanto desgaste. Para cerrar el ciclo, los campos que habían descan- sado se sembraban en primavera. De este modo, trigo, barbecho y avena iban rotando, alternándose en las tres hojas. Esto permitía que el suelo se recuperara, permitiendo el pastoreo de ganado menor. Si la tierra era menos productiva, se intentaba mantener el sistema de tres partes; en una se cultivaba, otra se dejaba en barbecho y la tercera se destinaba a pastos. Un cuarto tipo, para las tierras de peor calidad, era el cuatrienal: se divi- día en 4 hojas el terreno y se cultivaba solamente una, otra se deja en barbe- cho y las dos restantes se destinaban a pastos. Más allá de cua- tro años, la agricultura no era practicable más que ocasionalmente. Según estudios de P. Monserrat, había zonas del Pirineo Izquierda: Complejo agrícola–ganadero de Gañe- koetxea (Erro–valle de Erro–Navarra), en el piso montano (685 metros de altitud) o sector de cultivos intensivos y habitaciones. Derecha: fachada principal de la propia casa. Todas las estructuras funcionaban coordinadamente: Casa (etxe), borda para ganado mayor y henil, granero ele- vado tipo hórreo (garai), redil de ovejas, era de trillar y huerta. La casa para los humanos se construyó en orientación norte y la borda para el ganado mayor se orientó al sur, lo que representa un claro ejemplo de la mayor importancia concedida al ganado vacuno: las condiciones de habitabilidad de los humanos son manifiestamente peores. Eso sí, para salvar las formas se la dotó de una monumental entrada cuadrada de aspecto megalítico, incluso con dovela central. Este elemento arquitectónico es una rareza en el contexto, pues en esta zona las puertas de do- ble hoja son sostenidas por arcos de piedra. ROTACIÓN TRIENAL CLÁSICA 1.er AÑO 2.º AÑO 3.er AÑO Primera hoja Trigo Barbecho Avena Segunda hoja Avena Trigo Barbecho Tercera hoja Barbecho Avena Trigo Granero elevado o garai tipo hórreo de la montaña navarra para guardar el cereal, con su peculiar escalera. La puerta inferior daba acceso a la cochiquera para el ganado porcino, ya que no tenía la altura suficiente para el paso de los humanos.
  • 9. 38 n.o 39 oscense, como Fragen, en donde el rendimiento de la cosecha se estimaba en tres granos por cada uno sembrado, ¡y en terrazas muy estrechas! Como consecuencia de este tipo de explotación en hojas, las parcelas estaban situadas de manera dispersa y eran de tamaño reducido tras las sucesivas divisiones de generación en generación. Además, el rendimiento de la tierra era bajo, puesto que en el caso más normal de la rotación trienal, cada parcela proporcionaba sólo dos cosechas cada tres años. La Dula: del arabe dalwa o dula (tur- no). Consiste en la antigua regulación del pastoreo en tierras comunales, pe- ro que a efectos prácticos se extendía a todos los sectores agrarios privados o comunales fuertemente antropizados de los alrededores de los cascos urba- nos y con multitud de límites y reglas a respetar (recuérdese la inexistencia de cercados). Aun con la división en hojas, la agricultura extensiva de cereal nece- sitaba de abonados, y el único suminis- trador posible era el ganado menor. Se contrataban pastores para cada localidad con el fin de manejar estos rebaños en medio de los cultivos sin dañarlos. Todos los días (excepto nor- malmente el domingo), los pastores recogían las cabezas pertinentes por cada una de las casas de la localidad, las pastoreaban en los alrededores y las devolvían por la tarde. Se distribuía el ganado según la pujanza de la locali- dad y los cánones que cada casa podía pagar. Así se podían hacer tres rebaños y tres pastores (ovejas, cabras y vacas) o dos pastores, uno para ovejas y otro para cabras, o, lo más normal, un solo pastor para todo el ganado menor de la localidad, amén de otras posibilidades menos frecuentes. LA REVOLUCIÓN FRANCESA: EL DERECHO CONSUETUDINARIO DE VECINDAD Y LA TRONCALIDAD FRENTE A LAS NORMATIVAS DE LOS ESTADOS MODERNOS Durante la Época Moderna, las ten- siones se agudizan en gran parte de Europa, hasta que en la Revolución Francesa de 1789 desaparece el Antiguo Régimen. Así, en la España del siglo XIX, las insurrecciones carlistas -bajo el lema “Dios, Patria, Rey y leyes viejas”- son un intento de, entre otras cuestiones, defender esa antigua si- tuación rural de las comunidades del pueblo llano frente a las exacciones fiscales que requieren los Estados mo- dernos, y que son las clases medias urbanas las encargadas de imponer y cobrar. En las sociedades autárquicas se practicaba el criterio jurídico-social de la “vecindad” y “troncalidad” (este últi- mo es un concepto jurídico que aparece plenamente instaurado en el derecho germano). Estos conceptos definían rígidamente las categorías sociales con acceso a la propiedad y a los recursos naturales del común. Con ello se con- trolaba la cantidad de población que un medio rural podía soportar mediante la emigración del sobrante poblacional y la generación de clases sociales excluidas. Estos conceptos no se traducían en un derecho individual de las perso- nas tal y como lo entendemos en nues- tro actual sistema político, sino que era colectivo para la línea familiar troncal ligada a cada casa (etxe) con derecho a vecindad, que es la que mantiene una genealogía directa con el pariente tronquero que adquirió por primera vez el bien. Es decir, la propia casa, y no los moradores, tenía la prerrogativa de vecindad. Esta última consistía en la posibilidad de participar y decidir tanto sobre la vida social de una aldea como de disfrutar del acceso a los recursos comunales en igualdad de condiciones y obligaciones (auzolan y ordea, derechos religiosos en la iglesia y cementerio, etc.) que las otras casas vecinas. Así, una casa tenía vecindad o no, y, por ende, los núcleos familiares que moraban en ella disfrutaban o no de ese derecho mientras habitaban esa casa y no otra. La vecindad de una etxe no se traspasaba si no llevaba apareja- da el traspaso de los bienes troncales (tierras, animales y aperos) que hacían posible su subsistencia. Por ejemplo, una familia propietaria de una casa con vecindad podía venderla (junto con todos los bienes necesarios que hicie- ran posible su rango) a una persona de fuera, que así adquiría o participaba de dicho Derecho como “vecino forazo”, mientras podía suceder que sus anti- guos dueños pasaran a habitarla como renteros, o bien residieran en otra morada de la misma localidad, pero sin disfrutar de dicha condición. La vecindad también se podía ad- quirir con mucho esfuerzo, según la Costumbre. Un modelo genérico para la mitad norte de Navarra en el Antiguo Régimen sería: primero, la necesidad de poseer una cantidad mínima de tierras, que además tenían que estar equitativamente repartidas en cada ho- ja de cultivo según las reglas de cada localidad, para poder subsistir durante los tres años que duraba la rotación de las hojas. Después, se necesita- ba mucho tiempo de residencia “de hecho” del “fuego” (todos los mora- dores de una casa), manteniéndose sólo con los recursos propios y de las tierras de la casa, cumpliendo todas las obligaciones vecinales y sin acceso al aprovechamiento del comunal. Solo después de superar el calvario de los largos años, y contando con los apo- yos apropiados (que después de tanto tiempo, seguro que se habrían forjado) se proponía su inclusión de vecindad a la Junta de Vecinos que mandaba en el pueblo. Si estos accedían, todos las ca- sas vecinas debían ser compensadas por la nueva participante, pues en ade- lante sufrirían una merma al repartir las rentas del Común y sus aprovechamien- tos con una más. Hasta la llegada de la Democracia, en muchos pueblos de la montaña na- varra se requerían entre 9-12 años de habitación ininterrumpida (aproximada- mente, una generación), pasando todas las noches de al menos 9 meses del año para adquirir la condición de pleno vecino con acceso a Junta y parte alí- cuota del aprovechamiento del Común del Concejo. En muchos pueblos de España hay costumbres que evocan estas situaciones, como es el caso del pago a los mozos de un pueblo por parte del novio forastero que se casa Foto de familia de clase media rural en Navarra hacia 1920: el veterinario de Salinas de Oro en la puerta de su casa
  • 10. Asociación y Colegio Oficial de Ingenieros Técnicos Forestales 39 con una chica de la localidad, y otras prácticas similares. Del fuerte carácter de esas gentes hay muestras, como la de los nobles con asiento en las Cortes del Reino de Aragón, que le decían al futuro rey, al tomarle juramento de respetar los fue- ros, más o menos lo siguiente: “cada uno de nos que vale tanto como vos, y todos juntos mucho mas”. También es sintomática la actitud -relatada en los romances de ciego- de Rodrigo Díaz de Vivar frente al rey Alfonso: después de tomarle juramento en Santa Gadea de que no había tomado arte o parte en el asesinato de su hermano Sancho en el cerco de Zamora, el nuevo rey, enfa- dado, tras decirle “cras me besarás la mano”, lo manda al destierro “por mal caballero probado”, a lo cual responde el Cid: “…que me place, que me place de buen grado por ser la primera cosa que mandáis en vuestro reinado, vos me desterráis por uno, yo me destierro por cuatro”. Nos podemos preguntar: ¿qué pa- saba con gran parte de la población del lugar, que no tendría nunca tierras y de- rechos de vecindad? En el universo al- deano existía una variada tipología que repetía los mismos patrones, como por ejemplo la institución de los “tiones” (segundones que para quedarse en la casa troncal permanecían célibes), niños pequeños que eran “alquilados” como criados en otros lugares, “golon- drinas” (trabajadores emigrantes esta- cionales al otro lado del Pirineo) y se- gundones emigrantes o que ingresaban en la Iglesia, artesanos sin tierras, etc. Además de lo relacionado con las et- nias y culturas marginadas o extrañas. Así, en el antiguo Fuero de Guipúzcoa, a riesgo de ser expuestos en la picota, solo se permitía un día de estancia en la provincia a gitanos, judíos, moros y agotes, y siempre y cuando justificasen debidamente que estuviesen únicamen- te de paso por el territorio. Otro ejemplo digno de analizar so- bre las costumbres de antaño en el valle navarro del Baztán es el del cruel y brutal castigo que se infligía a los agotes que andaban descalzos por la hierba, a los que se le atravesaba el pie con hierros al rojo, pues argumentaban los verdugos que aquélla no volvía a crecer donde ellos pisaban. Las socie- dades pastoriles siempre han temido los efectos de las epidemias en los rebaños por comer en pastos contami- nados, pero por entonces no se tenían conocimientos sobre los mecanismos de propagación de los microorganis- mos causantes de las epizootias. Los agotes eran un grupo social estig- matizado a los que se consideraban descendientes de leprosos y, por tanto, eran acusados de ser trasmisores de tal enfermedad (entre otros muchos bulos), por eso solo se les permitía ser carpinteros, ya que se suponía que la madera no trasmitía la lepra (¿qui- zás por ser un material poco conduc- tor del calor?); de hecho, los propios leprosos estaban obligados a avisar mediante una carraca de madera. Si en la mentalidad del vulgo de la época, esas gentes portaban enfermedades tan temidas, ¡cómo no iban a ser los culpables de la infección de los pastos y la consiguiente muerte del ganado! Esto parece irracional y fuera de con- texto para nuestra actual mentalidad, aunque aún quedan tradiciones como la de andar descalzos por los prados en la mañana de San Juan en plena temporada de pastoreo. La Revolución produce la anula- ción de las normas consuetudinarias y estructuras autónomas del Antiguo Tensión entre hombre y animal en la marca de mayo de Sorogain (valle de Erro-Navarra) Conflictos de vecindad montañesa con final dramático
  • 11. 40 n.o 39 Régimen en beneficio de los nuevos Estados centralizados, creando un nue- vo corpus de leyes continuado bajo el Imperio (Código Napoleónico) y una no- vedosa organización territorial y adminis- trativa que dejaba sin efecto la feudal. España también adaptó el sistema terri- torial francés (Departamento=Provincia, Cantón=Partido Judicial, Comuna= Ayuntamiento, pedanías, etc.) y admi- nistrativo (Prefecto=Gobernador Civil, Alcaldes de Ayuntamientos, etc.). Todo esto se complementó con la organiza- ción contributiva, mediante el catastro de Napoleón (que estuvo vigente hasta 1936 y en el que se basa el español) que para cada entidad local coordi- naba planimétricamente, según usos y aprovechamientos agronómicos, los datos de la propiedad con la fiscalidad que necesitaban los ministerios de hacienda. Posteriormente se creo el Registro de la Propiedad, como siste- ma jurídico que certifica notarialmente la titularidad de los bienes inmuebles privados. El Estado moderno quedaba así configurado tal y como actualmente lo conocemos. Uno de los efectos que más ha repercutido en todos los sistemas agrí- colas y pastorales provenientes del Antiguo Régimen ha sido la supresión jurídica de los límites territoriales de los territorios históricos, creando tér- minos o municipios donde antes no existían. Esto implicaba dividir o anular estructuras comunales más antiguas, viéndose además los propietarios des- poseídos de la gestión de sus tér- minos faceros, que sería ejercida a partir de entonces directamente por el Estado a través de sus propios organis- mos (Prefecturas o Gobiernos Civiles, Servicios de Montes, etc.). Y es que en la época prerrevolucionaria, la pro- piedad territorial y jurídica de la Corona sobre los terrenos comunales siempre se había podido solventar, ya fuera con pagos directos en dinero a los respec- tivos monarcas o con la invocación de fueros o costumbres. DEL SIGLO XIX AL XX: LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL Y LA DESAMORTIZACIÓN. LA RECONVERSIÓN DEL SECTOR RURAL Con las técnicas anteriores, se pue- de decir que desde la época roma- na hasta el Antiguo Régimen (siglos XVIII-XIX), la agricultura no había avan- zado mucho, tanto en lo referente a mé- todos como en rendimientos. El cambio se inició a raíz de la doble revolución europea. Por un lado, la industrial inglesa (siglos XVIII-XIX), que aportó las mejoras en las técnicas y ciencias agronómicas, que intentaban sustituir el periodo de barbecho o pastos de la rotación de hojas por cultivos industria- les de raíz (nabos, patatas, remolacha azucarera) y forrajeros, y por otro, el radical cambio político y jurídico que supuso la Revolución Francesa. Al igual que en Francia e Inglaterra, en la primera mitad del siglo XIX, España acometió un proceso de desamortiza- ción (que en Inglaterra se denominó Enclosure Acts), con el fin de fomentar una nueva economía de corte liberal que chocaba frontalmente con el sistema anterior. Este proceso consistía en ca- pitalizar por medio de la enajenación de amplios territorios en posesión de las denominadas “manos muertas” (según los políticos y economistas), como eran los comunales de las nuevas agrupa- ciones municipales (procedentes de las antiguas entidades locales tradiciona- les), de la Iglesia, etc. En la práctica, se concretó en una verdadera concen- tración parcelaria a favor de unos pocos propietarios con recursos, excluyendo al resto. Todo el sistema de hojas tradi- cional de los pequeños propietarios se vería profundamente trastocado, provo- cando la emigración de buena parte de la población a América. Con la Desamortización, si bien en un principio no se mejoró cualitati- vamente la productividad de la tierra, las masivas roturaciones y la entrada en producción de amplias superficies Serie comparativas de ortofotos del concejo de Erro del mismo te- rritorio: la de arriba a la izquierda, de 1931; arriba a la drecha de 1967; y abajo a partir del año 2000 (valle de Erro-Navarra)
  • 12. Asociación y Colegio Oficial de Ingenieros Técnicos Forestales 41 por parte de los adinerados inversores terratenientes proporcionaba, aunque con los métodos de trabajo tradicio- nales, las cantidades de alimentos y materias primas industriales agrarias que requería el aumento de la pobla- ción que acarreaba la Era industrial. Por otro lado, la tala indiscriminada de los antiguos bosques impulsó la crea- ción de un nuevo cuerpo de agentes de montes del Estado para proteger las masas forestales, derivado de los antiguos organismos de similar índole de agricultura. Las entidades locales del norte de Navarra, por efecto del pacto de la Guerra Carlista, que garanti- zaba cierta autonomía, pudieron incluir sus comunales en el nuevo Catálogo de Montes de Utilidad Pública que gestionaba ese recién creado Servicio Forestal, librando así un elevado por- centaje de terrenos forestales del pro- ceso de enajenación con posterior tala y roturación. En Europa occidental, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, una vez incorporado a la producción todo el terreno susceptible de ser cultivado co- mo efecto de ese proceso de desamor- tización, se produjo el despegue del desarrollo tecnológico que continúa en la actualidad. Aunque en España hubo que esperar a la segunda mitad del si- glo XX (debido al atraso secular y al pa- réntesis de la guerra y la postguerra), en especial a partir de los años 60, en que se masifica la mecanización, con lo que se simplifican y abaratan las la- bores, lo que permite cultivar espacios hasta entonces extensivos de forma intensiva. Si en esas fechas se seguía usando el arado romano (en vasco, gol- de), se introduce a partir de entonces y de forma masiva el arado de vertedera, que además de apartar la tierra la re- mueve y la oxigena. También el uso de los abonos sintéticos, las nuevas va- riedades cultivadas y la especialización de cultivos, así como nuevos avances Técnicas genéticas de la moderna zootecnia para la reconstrucción del fenotipo del tarpán. Rezerwat Pokazowy Zwierzat (Puszca Bialowieska-Polonia. Septiembre de 2001) Mantenimiento de los sistemas: prácticas forestales invernales de trasmochado de hayas en Leiza (Navarra)
  • 13. 42 n.o 39 El futuro de la marca: reunión de jóvenes pastores -sin oveja muerta- para continuar una antigua tradición. Sorogain, mayo de 2007 (valle de Erro–Navarra) zootécnicos y otras técnicas, ayudarán a incrementar la productividad de los terrenos y de los ganados. Por otro lado, los nuevos sistemas de cierres a base de alambradas de púas (invento procedente de la pampa suramericana y del oeste norteameri- cano) permitían gestionar la ganadería en cualquier tipo de espacio, tanto los extensivos como los agrícolas o periur- banos, normativamente complejos o sumamente parcelados. EL SIGLO XXI: ¿NUEVOS PROBLEMAS O VIEJAS SOLUCIONES? Por ejemplo, recientemente -en el año 2007-, el alza de los cereales y productos básicos ha hecho revisar a los gestores comunitarios toda su política agraria (la “PAC” y los “exce- dentes”). A los ganaderos, la nueva si- tuación del sector también los obliga a tomar decisiones. Es decir, si se quiere reducir costos en piensos y cereales, se necesita ganado que se sostenga en la dura montaña donde el pasto na- tural resulta más barato. Pero es bien sabido que la rusticidad de las razas -o incluso entre animales de la misma variedad- está reñida genéticamente con la productividad, particularmente la lechera (aparentemente, el óptimo deseable). Por lo tanto, no resulta nada fácil encontrar el equilibrio exacto ante estas disyuntivas, siendo este tipo de cuestiones parte del llamado desarrollo sostenible. Por otro lado, lógicamente, la primera medida que se ha tomado es poner en producción nuevos terre- nos, ya sea para cereal o para pastos, y no es ninguna casualidad que estas nuevas roturaciones sigan la estela o se hagan en los mismos sectores que las de las épocas anteriores. Julio Caro Baroja escribía, no sin razón, que no se puede disociar el presente del pasado: “los antiguos, como nosotros, hacían tal cosa o tal otra. Sino que nosotros como los antiguos, hacemos esto o aquello”, porque el primer argumento implica casualidad y el segundo cau- salidad. Gran parte del mundo rural tradi- cional superviviente hasta el Antiguo Régimen -y con él, sus elementos re- lacionados, como el del sistema de hojas- parece que se desvanecieron sin dejar ni rastro, como si nunca hubieran existido. De hecho, las nuevas genera- ciones las desconocen casi totalmente. Pero el paisaje rural y forestal es como es, y si se analiza en profundidad re- sulta un auténtico palimpsesto en el se que se superponen capas neolíticas, romanas, alto y bajomedievales, de la época moderna…, hasta las de las con- centraciones parcelarias y roturaciones de la época contemporánea. De estas últimas sí que tenemos abundantes referencias, incluso actualmente hay procesos contrarios, de abandono de cultivos y bosques, y todo ello hasta subvencionado: ¿qué consecuencias van a tener? Sería interesante examinar de qué manera los distintos sistemas agro- silvopascícolas han ido modificando el paisaje rural, a la vez de cómo
  • 14. Asociación y Colegio Oficial de Ingenieros Técnicos Forestales 43 El acervo bibliográfico forestal se considera de sobra conocido por el colectivo profesional, por lo que solo propondremos una selección de historia y etnografía que haga referencia a la temática tratada. Amorena Urabe,Alfonso et al. 1996. Cuadernos de la trashuman- cia N.º 20: Pirineo Navarro. Ministerio de Medio Ambiente. Madrid. Amorena Urabe, Alfonso et al. 1998. Cuadernos de la trashuman- cia N.º 24: Andía-Urbasa–Encía. Edita: Ministerio de Medio Ambiente. Madrid. Barco Royo, Emilio et al. 1996. Cuadernos de la trashumancia N.º 18: Bardenas Reales. Edita: Ministerio de Medio Ambiente. Madrid. Blot, Jacques. 1993. Archeologie et montagne basque. Editorial Elkar. Donostia/Baiona. Buisan, Georges. 1997.Vie pastorale dans les Pyrénées Centrales, págs. 169-185. Bulletin du Musée Basque N.º 150 (3.er période N.º 128). Edita: Musée Basque. Bayonne. Buisan, Georges. 2000. Des cabanes et des hommes, vie pasto- rale dans les Pyrénées. Editions Cairn. Pau. Caro Baroja, Julio. 1971. Los Vascos. Ediciones Istmo. Madrid. Caro Baroja, Julio. 1977. Los Pueblos del Norte. Editorial Txertoa. San Sebastián. Caro Baroja, Julio. 1989. Los Pueblos de España I. Ediciones Istmo. Madrid. Caro Baroja, Julio. 1989. Los Pueblos de España II. Ediciones Istmo. Madrid. Cueto Álvarez de Sotomayor, M. 2000. La Mancomunidad de Campoo-Cabuérniga: Un aprovechamiento comunal con cinco si- glos, págs. 61-69. Revista Montes N.º 62. Edita: CI Montes y COIT Forestales. Madrid. Barandiarán, José Miguel de, Manterola, Ander et al. (grupos Etniker). 2000. Ganadería y pastoreo en Vasconia-Atlas Etnográfico de Vasconia. Edita: Instituto Labayru. Derio (Vizcaya). Leizaola, Fermín de. 1991. El pastoreo tradicional en Guipúzcoa. Notas para su estudio, págs. 16-26. Narria/Revista de artes y cos- tumbres populares N.os 55 y 56. Edita: Universidad Autónoma de Madrid/Museo de artes y tradiciones populares. Madrid. Dendaletche, C. 1980. Montañas y Civilización Vasca. Ediciones Mensajero. Bilbao. Duvert, Michel. 1998. L`habitat en montagne. Etude etno- graphique, págs. 3-48. Bulletin du Musée Basque N.º 152. Musée Basque-Bayonne. Duvert, Michel (Lauburu, Etniker). 2004. Trois siècles de vie en montagne basque: AINHOA. Edita: Elkarlanean. San Sebastián. Elías Pastor, José María, Elías Pastor, Luis Vicente y Grande Ibarra, Julio. 1992. Cuadernos de la trashumancia N.º 4, Alto Macizo Ibérico. Edita: Ministerio de Medio Ambiente. Madrid. Gómez Sal,Antonio y Rodríguez Pascual,Manuel.1992.Cuadernos de la trashumancia N.º 3: Montaña de León. Edita: Ministerio de Medio Ambiente. Madrid. Gómez Sal, Antonio et al. 1995. Cuadernos de la trashumancia N.º 17: Pernía-Páramos-Alto Campoo. Edita: Ministerio de Medio Ambiente. Madrid. González de Canales Cerisola, Fernando. 2004. Del Occidente mítico griego a Tarsis–Tarteso (Fuentes escritas y documentación arqueológica). Editorial Biblioteca Nueva S.L. Madrid. Ibarrola Erro, Patxi. 1990. Estudio silvopascícola de los campos de la casa Gañekoetxea. EUIT Forestales. Madrid. Ibarrola Erro, Patxi. 2007. Notas sobre el pastoralismo en el Valle de Erro, págs. 33-57. Revista Foresta N.º 33. Edita: COIT Forestales. Madrid. Mestre Campi, Jesús y Sabaté, Flocel. 1998. Atlas de la Reconquista: La frontera peninsular entre los siglos VIII y XV. Ediciones Península. Barcelona. Ott, Sandra. 1993. Le cercle des montagnes, une communauté pastorale basque. Edita: C.H.T.S. París. Pallaruelo, Severino. 1988. Pastores del Pirineo. Edita: Ministerio de Cultura. Madrid. Pallaruelo, Severino. 1993. Cuadernos de la trashumancia N.º 6: Pirineo aragonés. Edita: Ministerio de Medio Ambiente. Madrid. Palu, Pascal. 1992. Le cercle de maisons: approche écosys- témique des Pyrénées basques orientales (Haute Soule). Géographie et cultures N.º 1, 1992. Palu, Pascal. 1994. Forêt et société souletine aux XIXe et XX siè- cles, págs. 319-336. Le Pays de Soule. Editions Izpegi. Saint Etienne de Baïgorry. Pijoán Soteras, J. 1968. Historia del Mundo (5 vol.). Editorial Salvat. Barcelona. Ramos, Manuel G. 1971. Arios y Vascos. Edición del autor. Roigé Ventura, Xavier (coordinador) et al. 1995. Cuadernos de la trashumancia N.º 13: Pirineo catalán. Edita: Ministerio de Medio Ambiente. Madrid. Sánchez Albornoz, Claudio. 1974. Vascos y Navarros en su pri- mera historia. Ediciones del Centro. Madrid. Satué Oliván, Enrique.1995. El Pirineo contado. Edita: Enrique Satué Oliván. Huesca. Torres Luna, M.ª Pilar de. 1971. La Navarra húmeda del noroeste. Edita: CSIC–Madrid. Viers, Georges. 1994. Le Pays de Soule. Les paysages, la société, págs. 17-52. Le Pays de Soule. Editions Izpegi. Saint Etienne de Baïgorry. Viers, Georges. 1990. Paysages, págs. 15-33. La Vallée de Baigorri et ses alentours. Editions Izpegi. Saint Etienne de Baïgorry. Vizcay Urrutia, Nekane. 1999. Estudio del sistema agrosilvopasto- ral en el “Pays de Soule”. Universidad Pública de Navarra. Pamplona. Zabalza Seguín, Ana. 1994. Aldeas y campesinos en la Navarra prepirenaica (1550-1817). Serie historia N.º 74. Edita: Gobierno de Navarra. Pamplona. esa misma costumbre, por ejemplo, concerniente a cuestiones pastorales, se va integrando en un mundo globa- lizado como el actual. Sin olvidar la importancia que representa la misma interpretación de esas reminiscencias. Los forestales, como trabajadores del -y en el- medio natural, también pode- mos aportar una visión propia sobre las cuestiones expuestas, que puede servir para contrastar tanto la de otros colectivos profesionales más afines (técnicos agrícolas, biólogos, etc.) co- mo las de los distantes (historiadores, juristas, antropólogos, etc.). Para finali- zar, quiero señalar que este artículo no es más que una interpretación personal con el fin de proponer hipótesis, para que otros compañeros investiguen so- bre estos asuntos en su propio ámbito de trabajo y aporten sus ideas. Documentación Bibliográfica