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RANO
Eduardo J. Fuentes Zambrano
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Contador Público Certificado por el
Instituto de Contadores Públicos de
Nuevo León (ICPNL).
Egresado de la Facultad de Contaduría
Pública, Universidad Autónoma de Nuevo
León.
Continúa…
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Experiencia profesional
Socio fundador y director del Despacho
de Contadores Públicos Fuentes
Andrade y Asociados, S.C., desde
1987 a la fecha, prestando servicios
como consultor patrimonial en diversas
empresas familiares, principalmente en
Monterrey y su área metropolitana.
Colaborador en el Departamento de
Impuestos en una Firma Internacional
de Contadores Públicos durante 10
años.
Profesor de la cátedra de Impuestos en
el Instituto Tecnológico y de Estudios
Superiores de Monterrey (TEC de
Monterrey) durante ocho años.
Socio fundador de la Asociación
Nacional de Especialistas Fiscales de
Monterrey, A.C. (ANEFAC), desde
1990.
Socio del ICPNL, participando en
diversas comisiones: Junta de Honor,
Evaluación y Defensa Profesional y
como Presidente del Consejo Directivo
en los años 1988-1989.
Miembro de Consejo y Comisario de
diversas empresas.
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El proceso de emprender cualquier cosa en la vida – en especial negocios- se
enfrenta siempre al dilema de cuándo hacerlo. ¿En los años mozos cargados
de grandes sueños, ideales y aspiraciones pero con mucha ingenuidad? ¿O
esperar contar con más experiencia pero con mayores temores y
compromisos? El binomio ingenuidad-experiencia parece acompañar la vida del
empresario, desde el momento de la creación del negocio al crecimiento de la
empresa y en la consolidación de ésta en una institución. De manera
inexorable, terceros se ven afectados en este “juego” que involucra no sólo a
los negocios y a la propiedad de los mismos, sino a la propia familia. Tarde que
temprano el hombre de empresa con experiencia en planes estratégicos, que
involucra tanto la propiedad (accionistas o socios) como el negocio (directivos,
administradores y operadores), se debe enfrentar a planes de sucesión (familia-
propiedad), de continuidad y contingencias (familia-propiedad-negocio) en
donde generalmente existe más ingenuidad que experiencia.
El presente libro, de Eduardo Fuentes, muestra –a manera de casos reales-
experiencias en materia de continuidad patrimonial que le permiten al lector
analizar las circunstancias y hechos de los protagonistas, a fin de plantear él
mismo sus problemas y generar alternativas de solución. El reto que se
presenta es saber aprovechar las oportunidades cuando se presentan y
anticiparse a resolver conflictos prioritarios patrimoniales en vida, a fin de
heredar los sueños, ideales y aspiraciones que motivaron la fundación del
negocio y no problemas que generen división y encono en las generaciones
futuras las cuales, en muchos casos, terminan vendiendo o quebrando al
mismo.
Dr. Jesús M. Sotomayor
Profesor invitado, IPADE
Contenido
Introducción 6
FAMILIA
1. ¿Qué hay al final de la 9
película?
2. Los números mandan 11
3. Más sabe una madre 13
4. La parábola que no fue 15
5. Cría cuervos 17
6. Corresponsables 19
7. El cromosoma 20
8. No habrá tercera 23
9. Construir sobre ajeno 25
10. Los caprichos del Señor 27
11. La elección 30
12. Mis mujeres 32
13. ¿Cuánto vale? 33
14. Ingratitud 35
15. Las vacas 37
ACCIONISTAS
16. No te pases de listo 40
17. Regalos navideños 42
18. La mesa donde todos ponen 44
19. El gallo y sus polluelos 46
20. La gran decisión del más 48
pequeño
21. Saber ser dueño 50
22. La partida 51
23. Venta total 53
24. La emergencia 55
25. Amigos, compadres, hermanos 57
y socios
26. La boda 58
27. El Diez 60
28. La cláusula 61
ADMINISTRACIÓN
29. Entre todos sacarán 64
adelante el barco
30. El círculo verde 66
31. La soledad no se comparte 68
32. Se renta 71
33. La pluma 73
34. La importancia de 75
llamarse Porfirio
35. Muerto el rey, ¿habrá rey? 77
36. La llamada 79
37. Asegurando el 81
futuro de la sociedad
6!
Introducción
Si el hombre es el único animal que se tropieza con la misma piedra, eso es una
pequeña muestra de que es de humanos errar y volver a hacerlo, aun cuando uno
parezca o sienta que es diferente de los otros. Lo mismo sucede con las empresas y las
personas. ¡Al final vemos que todas sufren de la misma manera! Pero los humanos, de
manera obstinada, nos resistimos a aprender en cabeza ajena.
Este libro busca mostrar y compartir, de una manera ágil, breve y agradable, parte de
nuestro conocimiento adquirido a lo largo de más de 20 años de práctica profesional.
Para ilustrarlos empleamos casos –que no están vinculados entre sí y que se pueden
leer de manera aleatoria –de situaciones vividas por otros empresarios y la forma en
que las enfrentaron. Al final, podremos concluir que se repiten los errores de acciones u
omisiones sin importar el tamaño de sus negocios, las generaciones que se llevan en el
mercado o los estudios alcanzados.
Por razones de confidencialidad y respeto, no mencionamos los verdaderos nombres
de las personas, aunque es muy probable que cada uno de nosotros conozcamos un
caso similar. Quizá, no lo sabemos, pueda estar el nuestro en una de las historias.
¿Cuál es la razón de este libro? La respuesta es más sencilla de lo que parece.
Creemos sinceramente que es importante conocer más y actuar al respecto para
beneficio de aquello que decimos es lo más importante para nosotros: nuestra familia.
Decidimos dividir el contenido en tres grandes grupos de historias que, sin embargo,
no son independientes porque se traslapan, interactúan y se afectan entre sí. Además,
hay personas que en muchas ocasiones tienen dos o tres funciones:
1) La Familia. Uno o varios miembros de la(s) familia(s) pueden o no trabajar en la
empresa. Sin embargo, la familia muchas veces puede afectar a la empresa o a la
actuación de sus empleados.
2) Los Accionistas o socios. Generalmente sólo un miembro de la familia es
accionista. Rara vez alguno de los accionistas pertenece a la familia y cualquiera de
ellos puede o no laborar en la empresa.
3) La Administración o empleados de la empresa familiar. No todos los que trabajan
en la misma pertenecen a la familia y no todos son accionistas de ésta.
Para las empresas familiares no existen respuestas únicas ni soluciones correctas o
incorrectas. Es responsabilidad de cada empresario informarse, leer, escuchar a otras
personas –empresarios, profesionales y expertos –, hacerse las preguntas adecuadas y
buscar sus propias respuestas.
El patriarca no debe delegar a su cónyuge, hijos, juez alguno o abogados la
responsabilidad de tomar las difíciles decisiones que por lo general se aplazan. ¿Quizá
porque nos duele elegir de entre nuestros hijos quién será el que maneje el negocio?
7!
¿O porque tenemos varias soluciones a un problema y eso afectaría nuestras
relaciones familiares?
A pesar de esas limitantes, es mejor hacerlo nosotros mismos que permitir a otros
decidir sobre nuestro patrimonio porque, en muchas ocasiones, lo posponemos para un
mañana que a veces nunca vemos llegar puesto que no tenemos la vida asegurada.
¡Cuántos eventos fortuitos pueden cambiar el destino!
El propietario, representante familiar o accionista mayoritario debe tomar sus propias
decisiones e implementar oportunamente las acciones para tratar de lograr o conservar
la armonía en su familia y la continuidad de su empresa.
Los invito a leer este libro y atreverse a tomar sus propias decisiones como versa Ana
María Rabatté: “En vida hermano, en vida”.
8!
FAMILIA
9!
1. ¿Qué hay al final de la película?
Edmundo está impresionado. Hacía tanto que no se topaba con esa película en la
televisión: “¿Conoces a Joe Black?” Quizá cuando la vio por primera vez le pareció
interesante, pero ahora cobra otro sentido. Anthony Hopkins sabe que se va a morir en
poco tiempo. Brad Pitt (la Muerte) lo acompaña a todos lados y está aprendiendo de él.
Esa es la historia que casi todos ven; pero hay otra, la que le tocó el corazón esta
noche. Salva el negocio de su vida para dejárselo… ¿A quién? El protagonista tiene dos
hijas: una muy joven con un novio que resulta ser un traidor; y la otra tiene un marido
que trabaja en su empresa y que casi lleva a la quiebra. El tipo parece buena persona,
pero es claro que no tiene la preparación para dirigir el negocio. Al final recupera su
empresa y la película termina.
Tras los créditos al final de la película, Edmundo piensa: ¿Qué seguiría en esa
historia? No lo sabe y eso le preocupa porque tampoco él estará cuando se haga la
repartición de sus negocios. Tantos años de esfuerzo no pueden quedar a la deriva.
¿Cómo repartirá el negocio familiar? Su panorama es más complejo que el de la
película. Él es viudo desde hace tres años, tiene dos hijos que trabajan en la empresa y
otro más decidió seguir su propio camino. Finalmente su hija consentida está a punto de
casarse y no sabe si ofrecerá al yerno un espacio dentro de sus negocios.
Ha pensado en hacer una repartición en vida y ver cómo se desempeñan. El
problema, entonces, es cuánto repartir y con cuánto quedarse. Alguna vez pensó en
repartir la mayoría y quedarse con una pequeña cantidad para mantenerse durante el
resto de sus días y, si necesitara algo extra, sus hijos deberían responderle… eso si son
capaces de hacer crecer el negocio porque, de lo contrario, no podrían. Sabe que será
difícil repartir en partes iguales las acciones. Unos hijos están en el negocio, otros no.
Las dudas le carcomen la noche. También hay un pasaje de la Biblia que lo detiene
una y otra vez: “Jamás en tu vida cedas a otro lo que posees, para que no suceda que
arrepentido, hayas de pedirle rogando que te lo devuelva, porque mejor es que tus hijos
hayan de recurrir a ti, que no el que tú hayas de esperar el auxilio de manos de tus hijos
y reparte tu herencia cuando estén para terminarse tus días”. Eclesiástico 33.
No olvida la cita. Tampoco se siente al final de sus días, pero sabe que el tiempo
pasa inexorablemente.
Uno de sus amigos le comentó sobre una empresa Tenedora de Acciones. Es una
idea que le da vueltas. Así podría repartir parte de esas acciones en vida y mantener el
control durante más tiempo antes de faltar y que sus herederos se repartan el resto. Así,
la Tenedora de Acciones es quien controla las decisiones de los negocios operativos y
puede complementarlo con un fideicomiso para la administración y protección de esas
acciones. La repartición igualitaria no parece una solución, pues la diferencia está en los
porcentajes.
10!
Parece que Anthony Hopkins, o su personaje, no tuvo que plantearse ese dilema o
no quiso. Al final de la película, atraviesa un bello puente de piedra en su propiedad y ya
no regresa. Termina su existencia plácidamente y con la certeza de haber hecho lo
correcto.
O quizá sí se lo había planteado y resuelto, por eso camina tan tranquilo rumbo a un
destino que a todos nos habrá de llegar algún día. La clave está en vivir
congruentemente y prepararse para lo inevitable.
11!
2. Los números mandan
Desde que eran pequeños, David y Benjamín compartieron los juegos infantiles. Un
fin de semana en casa del primero, otro en casa del segundo y uno más en casa de los
primos Ugalde. Así pasaron años felices trepando árboles, asando bombones que
muchas veces sabían más a carbón que a dulce y empujándose a la hora de salir a
buscar los huevos de Pascua entre las macetas del jardín de la abuela Sara. Los primos
compartían sangre familiar por su segundo apellido.
Sus padres compartían mucho más: eran socios en la panificadora más grande de la
región, un buen negocio que mejoraba constantemente. Varias veces al año, sus padres
se reunían en una gran sala de la empresa a la que llamaban la Sala de Consejo.
Desde pequeños, David y Benjamín acostumbraban darse la vuelta al negocio, pues
era como su segunda casa. Ahí veían cómo los empleados se preparaban durante días
para la encerrona de sus padres y traían una cara de preocupación que no desaparecía
hasta que los veían abandonar la habitación. Para los hijos, en cambio, tras esa puerta
de madera simplemente había una sala donde no los dejaban entrar a jugar.
Conforme crecieron, fueron descubriendo que aquella sala era el lugar donde se
forjaba su futuro. De las periódicas reuniones, salían las órdenes que hacían funcionar
el negocio que les pagaba comida, ropa, escuela, vacaciones y algunos lujos.
El negocio –lo sabrían después –tuvo sus altibajos al principio y el tío Rocha terminó
comprando una parte de las acciones de las otras familias. Los tercios originales se
convirtieron en una mayoría y dos socios con 10% menos de las acciones originales
cada uno. Nunca hubo problemas por esa decisión, pues era claro que el tío Rocha era
el más capacitado para tomar el control y los otros dos parientes políticos agradecían
sus consejos y la dirección del negocio.
Entonces sobrevino la desgracia: un incendio en un hotel de Las Vegas acabó con la
vida de socios y esposas. Los jóvenes pasaron, en un instante, de ser estudiantes a
socios de una empresa con responsabilidades que esperaban asumir dentro de algunos
años.
Todos los primos entraron a la sala, aquella a donde antes querían entrar por gusto y
ahora lo hacían por obligación. Las tres familias tomaron sus asientos y decidieron que
era demasiado para ellos, que necesitaban contar con una dirección profesional.
Eligieron a un grupo de empleados de mayor confianza y les encargaron el negocio.
Éstos habían contribuido a llevar el negocio a buen término y lo correcto era darles la
oportunidad de manejar la empresa.
Desgraciadamente, no todas las buenas acciones son las correctas. A pesar de su
buena disposición, el grupo de personas elegidas estaban acostumbradas a seguir
12!
lineamientos y no a establecerlos.
En un año el negocio comenzó a ir mal. Entonces David y Benjamín debieron ir de
nuevo a la Sala de Juntas a tomar las riendas del negocio, o al menos eso pensaban
hacer. Sus primos, los Rocha, en cambio, tenían otros planes.
Con el 56% de las acciones, eligieron a un director general que reportara
directamente a la Junta. Donde estaban representados sólo los accionistas con al
menos el 25% de las acciones, David y Benjamín tenían el 23% cada uno. Estos eran
los Rocha. Ya al final del año, durante la Junta Anual de Accionistas, podrían conocer
los resultados y hacer observaciones aunque sólo tuvieran carácter testimonial, pues el
control estaba en otras manos.
Ante esas circunstancias, Benjamin decidió consultar a la abuela Sara. La anciana
habló con sus otros nietos, pero la ley los amparaba.
Esa primavera sólo los bisnietos de dos de las familias fueron a buscar huevos de
Pascua. Y la anciana lloró esa noche pensando que el corazón propone, pero los
números son los que mandan.
13!
3. Más sabe una madre
Nadie le enseñó a Don Santiago a llevar un negocio. En la escuela del pueblo
apenas si entró unos meses a ese salón donde le enseñaron las multiplicaciones.
Después, nada. A trabajar para sacar adelante a una familia marcada por las correrías
de la bola durante la Revolución.
Con su padre arrastrado por la leva y sus hermanos mayores huidos para no
terminar con una bala en la frente o una cuerda en el pescuezo dizque por cobardes, el
pequeño Santiago se hizo cargo de la tienda que su madre abrió en el frente de la vieja
casa de adobe y piedra.
Al principio sólo podía llevar las sumas y entender a fin de mes si había ganancias o
pérdidas. Para lograrlo, le dijeron que debía vender a un mayor precio del que
compraba y punto. Conforme fue creciendo, aprendió a diferenciar no sólo los precios,
sino la calidad y, sobre todo, lo que necesitaban realmente sus clientes. No tenía caso
comprar cosas buenas y baratas si duraban meses en los anaqueles.
Conforme pasaron los años, el negocio creció, Santiaguito dejó el diminutivo y se
convirtió en Santiago. Sacó adelante la casa de su madre, se puso a trabajar junto a sus
hermanos cuando regresaron al pueblo tras la Revolución y se convirtieron en una
familia no muy acomodada, pero que se daba sus gustos de vez en cuando.
Cuando decidió casarse, lo hizo en grande, tanto por la boda como por los ocho hijos
que tuvo, a quienes desde el principio enseñó a trabajar duro y sin chistar, machos y
viejas por igual. Los mayores pronto entendieron el negocio, pues sólo necesitaban
estudiar lo elemental en la escuela. A base de ensayo y error se volvieron de buen ojo y
mejor tacto para descubrir la mercancía que se movería rápido.
Pasado el tiempo abrió con sus hijos otras tiendas en la periferia de una ciudad
cercana. Como el negocio se desplazaba, ellos también emigraron. Cada hijo e hija
formó su propia familia y sólo el más pequeño tuvo la oportunidad de estudiar
formalmente.
Pero la vida dura no es una vida larga. Apenas don Santiago se había ganado a
pulso esas tres letras antes de su nombre. Una apoplejía lo dejó postrado, inconsciente
de por vida.
Creyó que como siempre había trabajado, le quedaban muchos años productivos y
no pensó en hacer un testamento. Ahora sus hijos debían decidir qué hacer con el
negocio que ya abarcaba varias tiendas grandes, otras tantas pequeñas, una empresa
de distribución y propiedades de muchos tamaños y valores.
Renuente a concentrar todos sus negocios juntos, cada tienda y empresa estaba a
nombre de alguno de sus hijos e hijas. Los mayores, con más años de trabajo,
aparecían una y otra vez. Los más jóvenes tenían menos menciones. El menor apenas
si aparecía en la compañía distribuidora.
14!
Sentados en la sala de la casa, los privilegiados piensan en dividir los negocios. El
hermano mayor lo explicaba:
- Desde muy pequeño mi padre me obligó a trabajar y no tuve estudios profesionales
como mi hermano el menor. Rara vez salí de vacaciones y mis hijos fueron educados
en escuelas públicas. Ahora la situación es distinta, pues afortunadamente van bien los
negocios y siento que nos corresponde mayor participación porque nosotros fuimos los
que los hicimos crecer junto con nuestro padre. No es justo que el hermano menor
tenga la misma participación en los negocios que nosotros.
El más joven y más preparado, el que tuvo la oportunidad de estudiar carrera
profesional y maestría en el extranjero, responde a sus hermanos:
- No tengo la culpa de ser el benjamín de la familia y haber tenido la oportunidad de
prepararme mejor que ustedes para dirigir al grupo de empresas que nos deja nuestro
padre y quizá más capacidad para operarla. ¿Por qué no debo recibir una parte igual a
todos?
La madre, que nunca tuvo conocimiento de los negocios de su marido pero sí del
alma de sus hijos, negoció repartos parciales y no totales mientras el benjamín convino
en dirigir los negocios, prometiendo que haría su mejor esfuerzo en llevarlos por buen
rumbo. Además se comprometió entregar a cada hermano y hermana dividendos
suficientes para vivir decorosamente, convenciéndolos de que su trato sería en calidad
de accionistas y no de empleados.
15!
4. La parábola que no fue
Manfredo se levanta del reclinatorio que tiene en un pequeño rincón de su casa, se
persigna y camina por el pasillo que lo lleva a su estudio. Ahí lo esperan dos mujeres y
un hombre que son su razón de ser.
Siempre ha sido un hombre muy religioso. No va a misa todas las mañanas como
algunas de sus amistades, pero cumple a cabalidad los mandamientos, realmente hace
ayuno en Semana Santa y tiene un pequeño secreto: desde hace años apoya a dos
asociaciones de beneficencia. Es un secreto porque así lo decidió, siguiendo la máxima
de que su mano derecha no sepa lo que hace la izquierda. Incluso cuando fallezca,
existe un fideicomiso donde depositó el dinero suficiente para mantener su apoyo
durante varios años y que se activará automáticamente tras su muerte.
Así es como Manfredo se ha hecho de un nombre en casa y en los negocios,
apoyando siempre a quien él considera que lo necesita. Además de la ayuda a las dos
asociaciones, también estuvo apoyando a sus cuatro hijos, pues desde que terminaron
sus estudios pasaron a formar parte de la nómina de sus negocios y, durante más de
veinte años, se comportaron como si los negocios fueran de ellos y no de la familia.
Sin embargo ya no será así. Manfredo acaba de asistir al entierro de Rafael, su
tercer hijo, con quien aprendió a decir “no sé” cuando de pequeño le preguntaba la
velocidad a la que se movía una nube o la altura de un árbol en el horizonte, quien
trepaba un árbol para brincarse la barda del vecino cuando se volaba el balón de futbol
y luego tocaba a su ventana porque no podía regresar a su patio, quien rompía los
pantalones más pronto que el resto de sus hermanos, quien vivía tan de prisa, que la
cuerda se le acabó poco antes de cumplir los cuarenta.
Para Manfredo ha sido algo muy difícil, pero que no está en sus manos. Tras un
triduo especialmente doloroso al ver las muestras de apoyo de personas a quienes
hacía años no veía, ahora se encuentra a mitad del pasillo que lo lleva a su estudio. Ahí
lo esperan su hijo mayor Gabriel y los otros dos, Miguel y Víctor, además de su esposa
Graciela y Martha, la viuda de su hijo Rafael.
Hace un rato, sentado en el reclinatorio, Manfredo reflexionaba sobre los meses
pasados y la petición de su hijo mayor: “Necesito un préstamo de tu parte o bien un
reparto anticipado de los legados que has puesto en tu testamento a mi favor para
materializarlos y convertirlos en flujo de efectivo y así establecer la compañía que
siempre he soñado sin mis hermanos.”
Él, que tanto ayudaba a quienes estaban a su alrededor, escuchaba a Gabriel decir
que no quería trabajar con sus hermanos. Recordó entonces la parábola del hijo
pródigo. El muchacho era capaz de arrojar por la borda todo el legado que le entregase
su padre, despilfarrarlo y después querer regresar al seno familiar cuando ya no tuviera
un centavo.
16!
No, éste no era el caso. Gabriel era quien operaba diversos proyectos que resultaron
muy productivos hasta convertirse en su mano derecha, recibiendo amplísimos poderes
para manejar las finanzas. Aquí, a diferencia del relato bíblico, la posibilidad de que el
hijo fracasase en su propio proyecto se reducía considerablemente. Y ahora, con el
deceso de Rafael, el asunto se complicaba.
¿Qué hacer? ¿Dejar volar al hijo experto en finanzas y preparar a otro hijo para
sucederlo? ¿Contratar a un profesional externo? ¿O convencerlo de que continuara
apoyándolo en los negocios de tiempo completo con una remuneración superior a la de
los demás hijos?
Avanzó por el pasillo. Al final de éste se veía la luz de la oficina. ¿Y si los dejaba
partir? Después de todo, él mismo inició con mucho ánimo e ilusión, sólo con eso.
Ahora sus hijos tendrían al menos su respaldo y la oportunidad de emprender su propio
sueño de empresa.
Al reunirse con su familia ya había tomado una decisión: los dejaría volar y que cada
uno tomara su propio camino. Para ello, tendrían la bendición de su padre y una parte
de su herencia en vida. Son muy importantes los tiempos en que los hijos inician su vida
laboral, pero más importante es que trabajen en lo que les gusta hacer.
“Zapatero a tus zapatos”.
17!
5. Cría cuervos
Doña Sofía cierra el sobre y se lo entrega al abogado. Al interior, entre palabras
dulces y consejos sabios, la mujer acaba de repartir su corazón entre una parvada de
cuervos.
Su abogado le toca el hombro y apenas alcanza a pronunciar las primeras palabras
de algo que parece un cumplido, doña Sofía levanta la mano y lo interrumpe. Han sido
días muy agitados para ella y lo que necesita es descansar. Su hijo menor, que no sabe
qué la trajo con el abogado, la espera en la antesala.
Doña Sofía se levanta de la mesa y le da la mano al hombre de traje oscuro y
corbata azul que desde hace tanto tiempo es digno de su confianza por una razón muy
sencilla: fue el hombre de confianza de su marido y, desde que se le adelantó en el
camino, ella mantiene el mismo compromiso que él inició.
El abogado toma el sobre y lo pone a un lado de su escritorio. Han platicado del
asunto por varios días y ahora que doña Sofía ha terminado de firmar los papeles,
siente que su responsabilidad es mayor. La confianza se paga con confianza.
La viuda de su cliente y amigo lo ha convertido en parte importante del futuro de su
familia, pues cuando ella ya no esté, él deberá abrir ese sobre, tomar el testamento y
repartir los bienes que contiene a pesar de las discusiones familiares que seguramente
se producirán.
Cuando eso suceda, más de uno se molestará y quizá alguno de ellos hasta intente
pelear la repartición, pero es la decisión de la madre y deberán aceptarla.
Doña Sofía, previendo eso, decidió no hacer la repartición en vida. No podría
soportar las discusiones sobre la sucesión, discusiones que le harían mucho mal a su
corazón por dos motivos: el de la salud y el del cariño.
Ella debía pensar como su marido quien, a final de cuentas, hizo la mayor parte de la
fortuna familiar: todos merecen la misma parte, aun cuando unos han estado más cerca
de ella que otros.
Durante días hicieron un inventario de los bienes. El problema era que sus tres hijas
vivían en casas que formaban parte de la herencia. Tenían acciones de dos empresas y
otras propiedades que uno de los hijos rentaba pero que quería comprarles en vida, a
buen precio, para no tener problemas en un futuro con sus hermanos.
Ante la presión de la familia, por un momento consideró la idea de repartir las
propiedades y quedarse con su usufructo.
Finalmente, tras recordar algunos pasajes turbios en su familia, decidió que no lo
haría. No repartiría en vida ninguna propiedad ni acciones de empresas porque, de
hacerlo, la familia dejaría de ser familia. “Cuando se sale el primer grano se desgrana la
mazorca –decía su marido – y muchos cuervos se alimentan de los granos sueltos”.
18!
Tampoco podía permitir que ellos las repartieran cuando falleciera porque sería muy
difícil que se pusieran de acuerdo en el valor y podrían pasar años discutiendo el
asunto. Ella debía cumplir esa tarea y nadie mejor que su abogado para ayudarle.
Así pues, acordó reunirse con él una vez al año para evaluar el valor de las
propiedades y revisar la distribución de la herencia. Para ello, cada mes de abril debía
pedirle a su hijo menor que la llevara con el abogado y ahí, en la soledad del despacho,
tomaría las decisiones que ninguno de sus hijos conocería sino hasta el día en que ya
no estuviera más con ellos.
Doña Sofía sabía que tarde o temprano la mazorca se desgranaría, pero no quería
estar ahí para verlo.
19!
6. Corresponsables
No era la habitual cena mensual. Catalina y Miranda observaban absortas a sus
maridos, sin perder una palabra. Era la segunda vez que se reunían en una semana y
parecían haber llegado a una conclusión.
Sergio y Salvador no sólo eran sus maridos, sino hermanos gemelos que crecieron
muy unidos. Cada mes, desde que se casaron, se reúnen a cenar y es común ver cómo
brotan los mismos chistes y las trilladas anécdotas que ellas ya han escuchado a lo
largo de los últimos veinte años, cuando comenzaron a salir con esos hombres rubios
de baja estatura y el cabello casi hasta los hombros.
Entonces eran estudiantes de ingeniería, rebeldes y soñadores, que deseaban
construir rascacielos, presas y puentes por todo el mundo. Ahora, sin embargo, en estas
reuniones, desean construir algo más sólido: el futuro de sus familias.
Ambos hablan sobre responsabilidades, pactos y compromisos. No están creando un
contrato cualquiera, es el papel que les dará la tranquilidad que buscan. Con este
testamento, cada uno está dejando en manos del otro sus negocios en caso de que él y
su esposa fallezcan ya sea en un accidente o por alguna enfermedad, hasta encontrar a
un director general competente para llevar por buen camino sus negocios.
No es un contrato fácil de cumplir. Implica un compromiso especial: el hermano
sobreviviente deberá atender sus propios negocios así como los de su hermano difunto,
dando cuenta de los mismos a sus hijos al entregarles el control cuando lleguen a la
mayoría de edad.
Sergio llegó hoy con una novedad. Más allá de un testamento universal, la mejor
opción parecía ser un fideicomiso testamentario con reglas de sucesión, venta,
administración y control familiar sobre las acciones.
– Lo relevante de esta propuesta –añadió Sergio –es que podemos establecer un
Comité Técnico, similar a un Consejo de Administración, para cumplir con nuestros
deseos y compartir la carga con otras personas de nuestra confianza, como inicialmente
lo teníamos contemplado.
Salvador puso la mano sobre el hombro de su hermano.
– A nadie más se lo confiaría, pero entiendo que no es un trabajo sencillo y cada uno
debe velar también por sus intereses. Lo más conveniente es pensar en cómo vamos a
armar esos comités técnicos para cada uno.
Absortos en su plática, Salvador y Sergio continuaron revisando y discutiendo
animadamente los pormenores de sus propios testamentos y la forma como se
manejarían sus empresas cuando ellos ya no estuvieran al frente de ellas.
Siguieron platicando sobre sus asuntos, sin percatarse de que sus esposas los veían
con esa mirada que algunas mujeres reservan para quienes realmente admiran.
20!
7. El cromosoma
Carlos IV estaba nervioso. Nunca se había enfrentado a su padre de esta forma,
pero había llegado el momento. Y tenía motivos para hacerlo; pero, sobre todo, tenía las
pruebas para demostrarle lo equivocado que estaba.
Se paseaba por la recepción de su despacho. Hace apenas unos momentos era el
principal apoyo en los negocios de su padre, Carlos III. Tras la llamada que acababa de
finalizar, ya no estaba tan seguro. El director de uno de los negocios descubrió que una
de las empleadas era parte de la familia dueña del negocio. Usaba otro nombre y
trabajaba por petición directa de Carlos IV, el mismísimo padre de la joven.
Carlos III estaba furioso al punto de gritarle por teléfono. Entonces su padre le exigió
que no se moviera de su oficina, que él iba para allá porque esto debía arreglarse en
persona y no a través de un “aparatejo”.
También le ordenó que no hiciera ni una sola llamada, mucho menos a su hija.
“Aparatejo”. Cuando su padre dejaba de ser correcto al hablar era porque realmente
pasaba algo digno de recordar.
Carlos IV le pidió a su secretaria que lo dejara solo, tendría una reunión con su padre
y no aceptaría ninguna interrupción. Es más, le pidió que mejor se retirara a su casa y
ya mañana verían los pendientes
La joven apenas balbuceó un “si, señor, como usted diga”. Se levantó y recogió su
bolso. Carlos IV pensó que debía tener la cara encendida de coraje porque ni siquiera
se detuvo a apagar su computadora. Simplemente salió por la puerta lo más rápido que
pudo.
Cuando la vio irse, asustada y sin hacer preguntas, entendió que había hecho bien
cuando introdujo a su hija en la empresa.
La puerta de la oficina estaba por cerrarse tras la salida de la secretaria, cuando se
abrió de nuevo de un golpe.
Carlos III ni siquiera se detuvo frente a él. Siguió avanzando y le ordenó entrar a la
oficina. El hijo cerró primero la puerta de la recepción cuando escuchó a su padre decir:
- No la cierres que traigo cola.
Atrás de él entró Carolina, motivo de la discusión.
Los tres entraron en la oficina.
Carlos III batallaba por articular palabra. “¿Cómo se te ocurrió hacer eso? Ya
conocías las reglas de la familia: sólo los hijos varones trabajan en el negocio. Tres
generaciones respetando las reglas. Tres Carlos habían dirigido con éxito el grupo de
21!
empresas para que ahora el Carlos IV, quien muy probablemente mandaría en el futuro,
hiciera su santa voluntad y mandara todo al caño”.
- Tu hija, a quien quiero tanto, puede ser la culpable de que nunca dirijas los
negocios de la familia.
Carlos IV pasó su brazo por los hombros de Carolina antes de responderle.
- Precisamente por ella hice lo que hice. Es mejor que muchos de tus nietos, está
más capacitada que varios mequetrefes a quienes les das empleo para que no acaben
dando lástima y manchando el apellido, pero sólo por ser mujer no la puedes dejar fuera
de lo que legítimamente le corresponde.
- Yo soy quien decide qué le corresponde –le espetó Carlos III–. Le puedes heredar
el esfuerzo de tu trabajo, pero el esfuerzo del mío es algo que a ti no te toca decidir.
- ¿Entonces prefieres que se desarrolle en…?
- Las mujeres...
Carlos IV lo detuvo en seco.
- No hables de las mujeres porque aquí veo a muchas trabajando. Sólo a las mujeres
de la familia no las dejas participar. ¿Qué las hace diferentes?
- Tenemos reglas.
- ¿Y qué? ¿Acaso no es hora de cambiarlas? ¿O tampoco las dejarías salir a votar?
- No seas exagerado ni ridículo.
- ¿Exagerado? ¿Ridículo? ¡Pero si esas reglas son de hace tanto tiempo que se han
vuelto obsoletas! El abuelo las impuso antes de que la mujer tuviera derecho al voto o
incluso que tuviera la oportunidad de estudiar. Entonces las mujeres que asistían a la
universidad eran consideradas bichos raros.
Los tiempos cambian. ¿O acaso eliminarás todas las computadoras y regresarás a
las viejas máquinas de escribir? ¿Enviarás un emisario con los contratos y guardarás
tus acciones en una caja fuerte empotrada en la pared del despacho?
Carlos III endureció la quijada. Su hijo vio que era la oportunidad que estaba
esperando para hablar sin interrupciones. Se acercó a su hija y la condujo en medio de
los dos.
- Ahora la tienes enfrente. Dile por qué no puede trabajar en los negocios de la
familia. Explícale que si fuera hombre, tendría las puertas abiertas, que aquí el
problema no es de capacidad sino de cromosomas. Y de paso, pídele que se lo diga a
sus tías, que nunca tuvieron posibilidades de demostrar su valía. Y a sus primas, que
forman parte de la familia, pero sólo de una parte.
Carlos III miró a Carolina.
22!
- Algo hay que cambiar –le dijo, mientras tomaba su “Blackberry” y hacía una llamada
al Director de una de las empresas, sin necesidad de cables ni de que una telefonista
los enlazara.
23!
8. No habrá tercera
El ingeniero Gustavo siempre tuvo buena salud, pero las últimas semanas habían
sido tan complicadas para la empresa, que pocos se sorprendieron cuando se ausentó
dos días seguidos a la oficina.
Él, que siempre se jactó de que primero nevaba en Hawai antes que lo tumbara una
gripa, tenía semanas de sufrir de una gastritis severa y todos sabían la razón: el
licenciado Marcelo.
Como su hijo mayor, Marcelo era el miembro más conocido de la familia dentro del
negocio. Desde hacía unas semanas también era el Director General por decisión de su
padre.
Marcelo conocía el negocio desde sus entrañas. Su padre lo fue metiendo poco a
poco, sin darle privilegios. Aun así, no dejó de sorprender que sustituyera en el puesto
principal al licenciado José Manuel, quien durante diez años había cumplido con creces
su cometido. La empresa creció tanto como cuando la manejaba el ingeniero Gustavo.
Ahora el rumor era que el Licenciado José Manuel se iba muy dolido con la
competencia. Mala noticia. Lo que nadie sabía era la verdadera razón por la cual el
ingeniero Gustavo se había ausentado: la gastritis le atacó cuando despidió a su propio
hijo de la empresa.
Ya le había advertido al muchacho sobre las ideas de algunos de sus amigos que lo
invitaban a entrar en negocios muy diferentes a los de las empresas familiares.
Una mañana de hace siete semanas, Marcelo le dijo:
- Quiero continuar siendo el Director General de los negocios de la familia y tener a la
vez un negocio propio.
Su plan era abrir una nueva empresa como accionista mayoritario y con sus mejores
amigos como socios minoritarios. Además contaba con el capital necesario para el
nuevo negocio.
La respuesta de su padre fue contundente:
- El puesto de Director General de los negocios familiares requiere de tiempo
completo. Si haces lo contrario, quedarás despedido.
Una semana después, para su asombro descubrió que la nueva empresa existía.
Entonces tuvo que actuar como nunca pensó que lo haría: despidió a su propio hijo y la
gastritis comenzó a hacer de las suyas.
Ahora, sentado en la sala de su casa, espera la visita de ese terco muchacho que lo
desobedeció a sabiendas que, tarde o temprano, él se enteraría. Su esposa le dio un
adelanto del motivo:
24!
– Está arrepentido y quiere una segunda oportunidad.
El ingeniero Gustavo no tardó en tomar la decisión de aceptarlo de nuevo en la
empresa. Solamente existe una condición: no habrá una tercera oportunidad.
25!
9.Construir sobre ajeno
Hipólito siempre ha desconfiado de abogados y contadores, por eso lleva varios días
pensando una y otra vez si está haciendo lo correcto.
No es que sean personas malas ni mucho menos, incluso varios de sus amigos
practican esas profesiones, sino que su lenguaje parece blindado. Cuando comienzan a
usar términos técnicos, no les puede seguir las ideas. Es demasiado para él.
Afortunadamente algo aprendió durante los años de trabajo con su padre.
En cambio, cuando habla de precios por metro cuadrado o depreciaciones,
pendientes de construcción y flujos vehiculares, Hipólito se encuentra en su ambiente.
La tierra lo llama y él le responde. Con los años aprendió que los edificios y casas son
de las pocas cosas que sobreviven a las devaluaciones con pocas o nulas pérdidas.
Además, sirven muy bien para garantizar créditos y pagar todo tipo de deudas.
Eso lo aprendió desde pequeño, cuando su padre le sugirió un día: “Forja tu
patrimonio, muchacho, te propongo que construyas una casa sobre un terreno de mi
propiedad, te servirá para que la rentes y entres al mundo inmobiliario donde he crecido
con mucha fortuna. Cuando te cases, podrás irte a vivir ahí o hacer con ella lo que te
plazca”.
Con el correr de los años, Hipólito descubrió que ahí estaba el ambiente en donde
quería crecer: comprar y transformar, construir locales y, con ellos, construir su futuro.
Al fallecer su padre, él recibió la parte que le correspondía y siguió con el negocio.
Ahora, ya grande, enfrentaba el mismo dilema que una vez tuvo su padre: ¿Cómo
distribuir la herencia? ¿Cómo ir metiendo a sus hijos en el negocio sin descuidar su
propia tranquilidad?
Los abogados le daban muchas opciones, pero él se inclinaba por la que utilizaron
con él cuando se iniciaba en el negocio. No sabía cuál era su nombre técnico, pero era
lo menos importante, para eso estaban los abogados y los contadores.
Cuando falleció su padre, cada uno de los hijos heredó los terrenos que él decidió
dejarles. Su viejo –y ahora él lo entendía bien –pensaba que era mejor dejar como
dueño de una casa o local comercial sólo a uno de sus hijos y no volverlo copropietario
junto con sus hermanos porque entonces podían aparecer dificultades al momento de
vender o rentar.
Tiempo antes, su padre le dio la seguridad necesaria cuando les donó la nuda
propiedad. “¡Qué palabrita!”, decía Hipólito cada vez que la escuchaba. Y se quedó con
el usufructo vitalicio. “¡Otras dos palabritas!”, repetía Hipólito.
De esa forma, le explicaba, quedaba protegido si buscaban embargárselo por no
pagar deudas y. por otro lado, Hipólito tenía un documento que le aseguraba que ese
inmueble en donde construía estaba destinado a él.
26!
Ahora Hipólito tomaba el papel que uno día tuvo su padre. Estaba en la misma
posición que tantos años atrás correspondía al viejo y agradeció al cielo que aquel
hombre fuese tan bueno para entender de leyes porque él, malo para esos asuntos,
seguiría su huella, ya probada, dejando para la siguiente generación no solamente un
patrimonio sino la agudeza mental de aquel hombre que ya no estaba con ellos.
Desconfiaba del lenguaje de abogados y contadores, pero confiaba en las
enseñanzas de su padre y, en este caso, eso era más que suficiente.
27!
10. Los caprichos del Señor
Cuando Abelardo entró a la zona de la alberca de casa de su cuñado, intuyó que el
señor ya estaba en la fiesta.
La música de fondo se mantuvo incólume, pero los comentarios de los invitados se
fueron apagando poco a poco. Junto a él, su esposa Mariana lo tomó de la mano
mientras pasaba la otra sobre los hombros de su hija Roberta.
El señor ya sabía de su llegada. Hacía meses que Abelardo debía fingir no darse
cuenta de las camionetas –un día blanca, otro día verde– que se aparecían
invariablemente apenas dejaba su casa, porque el señor siempre quería saber dónde se
encontraba y él evitaba esa vigilancia cuando en realidad le interesaba hacerlo. Era tan
sencillo como cambiar de auto con alguno de sus ejecutivos de mayor confianza e
incluso dos veces se metió en la cajuela de un auto.
Abelardo lo tomaba como una de las tantas manías de su suegro e incluso pensaba
que desde antes de tener el problema ya estaba permanentemente vigilado, quizá
desde que se casó con Mariana y fueron juntos a estudiar a Princeton.
En cambio para el señor, esas desapariciones de sus perseguidores eran un ejemplo
más de que lo estaban convirtiendo en víctima de una estafa de grandes proporciones,
de un engaño largamente preparado para quedarse con su fortuna, con toda su fortuna.
Abelardo y Mariana caminaron entre los invitados, quienes ya imaginaban que
suegro y yerno se encontrarían, si no en ésta, seguramente en otras celebraciones.
Roberta avanzó hacia su abuelo y lo saludó con un abrazo que pareció tan frío como el
agua de la piscina tras de ellos. Mariana hizo lo mismo, acaso un poco menos gélido.
Abelardo se mantuvo a distancia y caminó rumbo a la barra, tratando de que no se
notara el desaire pues, como decía su difunta madre: “La ropa sucia se lava en casa”.
Apenas llegó a la barra, apareció Balbina, hermana de Mariana y anfitriona de la
fiesta. Eran amigos desde hacía años, incluso desde antes que él conociera a su mujer.
Esa confianza le permitía ser uno de los pocos que podía regañarla por su manera de
beber. Al señor tampoco le gustaba eso. Estaba supliendo su autoridad familiar.
Balbina se dejó caer en uno de los loft y tomó la mano de Abelardo.
- Esto que se traen ustedes dos está afectando a toda la familia.
Abelardo ni se inmutó.
- No se si te interese, pero mi madre no duerme bien desde que ustedes dejaron de ir
a comer los domingos a la casa. Esto no es un problema de ustedes, es un problema de
la familia que ya afectó a personas inocentes.
- Lo sé, mujer, lo se; pero es que tu padre ya está senil y tanto poder durante tanto
tiempo lo ha hecho creer que él siempre tiene la razón.
28!
Balbina sonrió.
- ¿Y no es así?
Abelardo se puso serio.
- No te contesto mal porque eres mi cuñada y mi amiga.
Balbina lo tomó del brazo.
- Y la anfitriona.
- También.
- Pues entonces cuéntame tu versión porque papá te pone como Judas. No, peor
que Judas porque dice que, al menos, él vendió a uno que no era de su familia.
Abelardo giró la cabeza, esperando que ninguna oreja indiscreta lo estuviera
escuchando.
- Es muy simple. Tu padre perdió el piso. Tiene dinero porque heredó una gran
fortuna a la que yo contribuí desde antes de casarme con tu hermana. Hicimos muchos
negocios, las cosas marchaban bien y no existían problemas, hasta que llegaron las
vacas flacas.
- Las malditas vacas flacas –dijo Balbina mientras le daba un gran trago a su bebida.
Abelardo le quitó el vaso de la mano y lo colocó sobre la mesa.
- Entonces, aunque los negocios eran rentables,
comenzamos a padecer por el flujo de efectivo.
Para salir del problema consideramos la idea de vender sus acciones de una de las
empresas.
- La de las conservas –interrumpió Balbina- ‘de-li-cio-sas’. Todavía las compro sin
que se entere mi papá. De hecho te cuento un secreto: pedí que las pusieran hoy en los
postres, pero sin mencionar de dónde salieron porque entonces a mí tampoco me
hablaría.
Abelardo sonrió. Así era Balbina. Sobria o no, tenía esos detalles de niña malcriada
que le hacían tanta gracia.
- Esa misma empresa. Los compradores nos presentaron una carta de intención que
especificaba los aspectos más importantes y un calendario de los abonos que recibiría.
A tu papá le pareció bien porque terminaba con acciones que consideraba más valiosas
que el efectivo. Pero luego las cosas de la economía no avanzaron conforme al plan y a
él no le gustó que después yo recibiera más efectivo que él por mis acciones, pero así
lo habíamos convenido. Ahora él quiere parte de mis ganancias y, además, que yo me
quede con las acciones que valen menos de lo planeado. Está cambiando las reglas a
mitad de la partida y eso no se vale.
Balbina levantó su vaso de la mesa.
29!
- Así ha sido siempre papá.
- Lo sé, pero no voy a dejar que perjudique a tu hermana y a mi hija. Al final, quienes
van a ganar serán los abogados, esos pocas veces pierden.
- La verdad –dijo Balbina mientras se levantaba- esto es una lástima. Sobre todo
porque es un pleito por algo que apenas figura en el dinero que tiene papá.
Es más por orgullo.
Sentado, mientras observaba a Balbina desaparecer entre los invitados, Abelardo
pensó que ese orgullo se estaba llevando a la familia de encuentro. Podía desistir, pero
eso solamente haría más caprichoso a su suegro.
El señor debía aprender, por más grande que estuviera.
30!
11. La elección
A Vicente siempre le ha gustado el campo, los terrenos abiertos, el sol colándose
entre los árboles y el olor a hierba fresca en las mañanas. Abrir los ojos y descubrir un
amanecer siempre bello y siempre distinto, igual a la mujer con quien se casó hace
unos meses y que ahora lo acompaña en sus escapadas por la naturaleza.
De joven, Vicente tuvo la oportunidad de participar con los Boy Scouts, pero su padre
se negó porque desaprobaba cualquier tipo de actividad donde no pudiese tener el
control y las largas caminatas o el ejercicio rudo nunca fueron de su agrado. Tampoco
los deportes de contacto estaban permitidos.
Vicente tenía algunos amigos que participaron en ese tipo de actividades y, en
secreto, los envidiaba.
Hoy, sin embargo, es otro pensamiento el que invade su mente mientras observa
cómo el aire mueve la copa de los árboles. Su reciente matrimonio lo ha empujado a
pensar durante meses en la misma idea: independizarse del negocio familiar. Sus
hermanos tienen acaparada la principal empresa de su padre y no ve cómo puede tener
futuro dentro de ella.
Cristian, su hermano mayor, hace quince años que labora ahí y lleva unos años de
manejarla casi por completo, por lo que se siente el legítimo heredero de ella. Como el
menor de tres hermanos, Vicente entiende que le llevan ventaja en la carrera, aunque
eso no lo desanima. ¡Hay tantas cosas por hacer fuera de la familia!
Su padre es un hombre de ideas fijas y se lo ha demostrado muchas veces, no
solamente cuando se negó al permiso de los boy scouts, sino en la elección de la
universidad para la carrera y el posgrado. Él desea que los negocios sean asignados en
vida a los hijos. El equivalente a un legado, pero en vida. Así las cosas, Vicente tendría
inmuebles en vez de negocios y una participación en otra empresa más pequeña y que
a él no le interesa.
Desde que hizo su posgrado, Vicente tuvo la oportunidad de laborar como consultor
en una empresa ajena a la familia, conocía el ambiente fuera de la empresa y se veía
con oportunidades, pero sobre todo con el afán de demostrar que no todo dependía de
las decisiones de su padre.
Hace unos días, antes de tomar su mochila y subirse a su camioneta 4 por 4, le
planteó a su padre tres opciones:
Dejarlo participar en el negocio principal con responsabilidades y participaciones
similares a las de sus dos hermanos.
Ayudarlo financieramente a iniciar su propia empresa sin la compañía de sus
hermanos mayores.
Dejarlo libre de compromisos para así forjarse un futuro en el mercado laboral.
31!
No sabe cuál será su decisión, pero está seguro que, si no lo satisface, buscará su
propio camino,
ya no permitirá otra negativa como la de los boy scouts. Es bastante adulto como para
tomar sus propias decisiones.
32!
12. Mis mujeres
Francisca, Fernanda, Fátima, Flora y Fidelia eran las cinco mujeres que llenaban la
vida de Fernando, dueño de una fábrica y de dos empresas de servicios.
Su esposa, su hija y sus tres nietas eran todo para él. También hubo un hijo, pero un
extraño brote de tuberculosis acabó con él a muy corta edad. A partir de entonces, sólo
tenía ojos para aquellas mujeres.
El patrimonio acumulado a lo largo de toda su vida estaba dirigido íntegramente
hacia su hija. Así lo tenía contemplado en su testamento desde años antes.
Desgraciadamente, había nubarrones en ese futuro perfecto que estaba planeando:
Fernanda no terminó sus estudios profesionales y se casó muy joven. David, su yerno,
trabajaba con él desde entonces. Era buen muchacho, serio y responsable, pero poco
preparado para el tipo de negocios de Fernando. Veía que el muchacho hacía su mayor
esfuerzo, pero era inútil. “Le falta coco”, dirían sus amigos, y Fernanda lo percibía.
En los últimos años, las discusiones sobre su desempeño y los efectos que esto
tenía en la empresa terminaban irremediablemente en pleitos conyugales que volvían
difíciles las relaciones tanto en el matrimonio como con el resto de la familia.
Por lo mismo, Fernando temía lo peor: una vez que él ya no estuviera, David y
Fernanda quizá terminarían separándose y todo su trabajo se derrumbaría por largos
pleitos legales.
Fernando se cuestionaba una y otra vez cual sería el mejor camino para dejar
asegurada a su única hija y a sus tres nietas. El problema principal para lograrlo era que
ni su esposa Francisca ni su hija Fernanda conocían o participaban en el negocio. Él
mismo las había acostumbrado a estirar la mano y recibir el efectivo necesario para vivir
bien y darse sus gustos y lujos.
Desde que comenzó a realizar reuniones con su asesor las cosas parecían
aclararse. Analizaban alternativas que le dieran tranquilidad y, sobre todo, garantizaran
su patrimonio.
Después de varios meses, optó por constituir en vida un fideicomiso de
administración, aportando las acciones de sus negocios y también sus inmuebles,
estableciendo las reglas de distribución al momento de su muerte a favor de su
cónyuge, hija y nietas con ciertas reglas que consideró necesarias en tales
circunstancias. Mientras él viviera, podrían hacerse los cambios necesarios a esas
reglas. Así quedarían protegidas sus mujeres. Las cinco mujeres.
33!
13. ¿Cuánto vale?
Carmelo estaba desconsolado en su cuarto. Acostado, con una almohada entre las
piernas y la cabeza bajo otra, trataba de entender lo que había sucedido horas antes.
Su abuelo se lo prometió desde la primera vez que lo tuvo a su lado y estiró la mano
temblorosa para tocarlo. Ese día, don Facundo lo tomó de la cara y le dijo frente a
frente: “Si lo cuidas bien y se entienden, será tuyo cuando yo muera”.
Entonces Carmelo desconocía todo sobre la enfermedad progresiva de su abuelo y
ahora tampoco entiende por qué se lo quieren quitar. ¿No confían en su palabra? No
tiene razones para mentirles, siempre ha sido obediente, respetuoso y tiene buenas
calificaciones.
Es cierto que muchos quieren a ese caballo, pero su abuelo se lo regaló. ¿Cómo le hará
para convencerlos?
Hace rato que su padre abandonó la habitación. Él le cree porque conoció muy bien
la relación entre abuelo y nieto, pero nada puede hacer al respecto. Es la parte de la
herencia que más problemas ha dado, quizá la de menor valor económico, pero cuando
los sentimientos se ven envueltos, la cosas toman un valor desproporcionado si no se
conoce la historia que pueden cargar un par de mancuernillas o una carta de amor.
Don Facundo siempre fue un hombre previsor. El padre de Carmelo dice que heredó
en vida sus bienes y lo hizo con justicia, incluyendo a sus nietos. Sólo que hay objetos
que no se pueden heredar hasta que uno parte a una mejor vida.
Repartió entre sus hijas en legados las acciones inmobiliarias. Carmelo no entendía
esa palabra, pero como la usaba mucho su padre, entonces seguramente debía ser
algo importante.
A sus hijos, en cambio, les entregó las acciones de la Holding. Sus otras casas,
terrenos, edificios y ranchos los distribuyó entre la familia, incluyendo preferentemente a
Facundito, uno de sus hijos con discapacidad, con quien Carmelo pasaba horas enteras
cepillando a El Pachorro, el caballo que aseguraba le regaló su abuelo pero que no le
querían entregar.
La generosidad de don Facundo incluyó a un grupo de asociaciones civiles
dedicadas a proporcionar ayuda médica en las serranías del norte del país, de donde
había salido su padre hacía muchos años con la firme idea de hacer fortuna en la
ciudad.
El padre de Carmelo decía que todos en la familia estaban de acuerdo con la
distribución. Era justa y equitativa, con excepción de tres artículos: un anillo de plata y
lapislázuli que don Facundo recibió como regalo de una de las congregaciones
religiosas más importantes del país como reconocimiento a su obra social, un reloj
Rolex de oro que usó durante sus últimos veinte años de vida y el caballo negro Pura
34!
Sangre que Carmelo sentía suyo. ¿Cuánto valían esas propiedades? Demasiado.
Era imposible tasarlos por su valor monetario, estaban atiborrados de recuerdos,
sentimientos que estaban incrustados en sus curvas, sus manecillas o sus oscuros y
fornidos músculos.
Carmelo no lo tenía, pero tampoco dejaba de ser suyo. Se encontraba en el limbo
entre los bienes impugnados. Algo habría que hacer porque los problemas estaban
pasando a mayores: dos de los hermanos ya no se hablaban y querían dejarle la
responsabilidad a la abuela, quien entre más intentaba mediar, más nerviosa se ponía.
Ella propuso de todo, incluyendo una rifa familiar.
La almohada estaba llena de lágrimas que desaparecerían con el tiempo. Otra cosa
preocupaba a su padre: que esas lágrimas se volvieran resentimiento entre la familia.
Todo por culpa de una repartición justa, pero incompleta.
35!
14. Ingratitud
Hoy enterramos a papá. Fue una ceremonia privada, con poca gente pero muy
cercana a la familia, sobre todo durante los últimos y difíciles años de su enfermedad.
Aún no le hemos avisado a mamá. Además no lo entendería. Esa enfermedad de
nombre alemán que sufre desde hace años le ha hecho perder no solamente la
memoria sino hasta la mirada que –decía papá –lo conquistó en un instante. Es difícil
aceptarlo, pero pronto se harán compañía y quizá lo vuelva a seducir en el más allá.
Al funeral tampoco fueron Los Otros, pero ellos quedaron fuera del evento por orden
explícita de papá. No los quería en su último acto público. Ellos, que recibieron todo de
sus manos se vieron mezquinos en los últimos años, cuando papá realmente necesitó
de su apoyo. Por eso les exigió no ir, porque no eran dignos de aparecerse y mostrar su
dolor en público cuando en privado fueron tan indiferentes ante sus peticiones.
Además, siendo francos, nunca aceptaron que papá se casara de nuevo, pero
cuando murió su madre él aún era joven. ¿Qué esperaban que hiciera? ¿Que se dejara
morir en vida?
Imposible. Papá nunca los descuidó, siempre nos trató a todos como sus hijos,
vivimos en la misma casa durante los primeros años y, cuando se casaron e iniciaron
sus negocios, los ayudó tanto o más que a nosotros.
Ahora lo entiendo. Para Los Otros, nosotros siempre fuimos los advenedizos. Se lo
dijeron a papá cuando se negaron a regresarle las propiedades que él puso a nombre
de cada uno de ellos, cuando apenas se iniciaba en los negocios.
Para Los Otros no merecíamos su ayuda. Al contrario, nuestra existencia era una
carga que consumía parte de su herencia. Como si uno pudiera decidir dónde nacer y
quiénes serán sus padres. Tener la misma sangre ayuda, pero tener sólo parte de ella
suele ser contraproducente.
Papá descansa en la tumba familiar. Él la compró cuando murió 0iriam, la mamá de
Los Otros. Ahí está ella y ahora papá la acompaña. Dentro de algún tiempo, espero que
mucho, se les unirá mamá. Acaso alguno de sus hijos tendrá cabida si muere joven o
antes de casarse y formar su propia familia, pero ninguno de Los Otros estará ahí. Papá
lo dejó muy claro y cumpliremos su voluntad, cueste lo que cueste.
A papá le fue bien en los negocios, hasta salía en la tele anunciando productos. Su
nombre aparecía en todos los periódicos y eso le servía para conseguir buenas mesas
en algunos restaurantes donde lo conocían bien. La gente lo detenía en la calle para
saludarlo y no faltaba quien le pidiera un autógrafo. No salía en películas ni tenía un
programa, pero de todas formas lo conocían en toda la ciudad.
Para su desgracia, quedó viudo muy joven y decidió casarse con mamá. Los hijos
que tuvo con su primera esposa –a quienes nosotros llamamos Los Otros –hicieron
mucho dinero con sus negocios comerciales que papá les ayudó a fundar. Papá
36!
también tenía sus propios negocios, pero como siempre faltaba dinero en casa, sacaba
una y otra vez, por lo que nunca crecieron como era debido. Entonces debió recurrir a
financiamientos bancarios, garantizando los préstamos con sus activos.
Fue cuando enfermó mamá y poco después papá. Nosotros éramos muy chicos y no
podíamos atender sus negocios y poco a poco perdimos las garantías de los préstamos.
Fue cuando papá llamó a Los Otros.
Les pidió que usaran como garantía sus negocios para mantener los de él.
Ellos se negaron.
Estaban dispuestos a cubrir los gastos hospitalarios de papá, pero no los de mamá.
Por un momento, papá pensó demandar a sus hijos por ingratitud.
Nunca lo hizo.
Ahora que falleció, los bancos terminarán de rematar lo que nos queda. Los Otros
ganaron en lo material, pero sé que no asistir al sepelio les afectará en lo moral porque
todo lo que tienen fue gracias a que papá siempre les ayudó para salir adelante.
37!
15. Las vacas
El joven Basilio se consideraba un hombre con suerte. Su abuelo, de quién heredó el
nombre, comenzó un negocio inmobiliario, comprando terrenos cerca de empresas
importantes de la ciudad. No parecían buenos negocios, pero cuando las empresas
querían crecer, él era su única opción.
También le gustaba comprar ranchos ganaderos, pues su familia venía del campo y
eso lo hacía sentirse cercano a sus raíces. El abuelo era feliz rodeado de vacas. Con el
tiempo, él también se hizo de tres pequeñas fábricas.
Por esos años decidió juntar todas sus propiedades, excepto las fábricas, en una
inmobiliaria que le permitía controlar mejor su patrimonio.
Ya grande, el abuelo decidió donar en vida a cada uno de sus tres hijos varones el
30% de las acciones de la inmobiliaria y el 10% restante a su cónyuge.
Chapado a la antigua, cuando el abuelo falleció dejó un legado más reducido para
sus hijas porque consideraba que los negocios debían de dirigirlos sus hijos varones y
les recomendó velaran siempre por sus hermanas.
A pesar de las turbulencias en el país, sus negocios siempre salían adelante. Eran
épocas de vacas gordas y parecían nunca acabar. Algunos de los nietos cobraban un
sueldo sin trabajar y cargaban muchos gastos personales a las empresas. “Total –
decían –las vacas siguen gordas y no pasa nada”.
Hasta que, finalmente, llegaron las vacas flacas y devoraron a las vacas gordas. Fue
cuando el padre de Basilio convocó a una reunión urgente de Consejo. La buena suerte
se había terminado.
Tras años de bonanza, los familiares del abuelo Basilio debieron tomar algunas
decisiones importantes. Para comenzar, el trabajo en la empresa se enfocaría en
recuperar la rentabilidad y establecer un fondo para su sana operación ante cualquier
eventualidad.
Eso significó reducir los gastos de la familia a poco más de la mitad eliminando, por
ejemplo, los reembolsos a consumos personales que se cargaban al negocio,
principalmente los gastos de viaje y los seguros. También debieron reducir la nómina e
indemnizar al personal no indispensable, incluyendo algunos parientes. Por último,
nombraron un Director General externo con los poderes necesarios para llevar a cabo
su función con responsabilidad.
Al final, quedó claro que no habría retribución parcial o total para cualquier miembro
de la familia que no desempeñara un puesto en las empresas.
Para seguir manteniendo a ciertos miembros de la familia, los hermanos decidieron
ayudarlos, pero no a través de las empresas, sino a través de un fideicomiso de
38!
administración que fue fondeado con la venta de un inmueble que permanecía como
propiedad conjunta de los hermanos.
Así, el nieto Basilio descubrió que hay buena suerte y que también hay épocas de
vacas flacas, lo cual requiere de adecuaciones y reglas nuevas para que la empresa
siga siendo viable y la familia viviendo de sus rentas.
39!
ACCIONISTAS
40!
16. No te pases de listo
Mauricio siempre tuvo mucho empuje. En la Secundaria se dedico a vender
calculadoras musicales, plumas con reloj integrado y relojes con calculadora. Así, se
hizo fama de emprendedor y de que para él nada era difícil.
Con el tiempo, sus negocios se hicieron más formales, pero el riesgo siempre estaba
latente: compra de terrenos en zonas poco prometedoras que no siempre resultaban
rentables, inversiones en negocios de lavado de autos y locales de fiestas infantiles.
Incluso participó en una empresa de ecoturismo regional que tuvo un éxito relativo y en
una funeraria en un pueblo pequeño que por muchos años le generó un flujo constante
para seguir buscando ideas novedosas.
En la familia lo consideraban rara avis. Dedicados principalmente a la industria
formal, sus padres y hermanos creían que, tarde o temprano, sus sueños fracasarían
debido al amplio espectro de negocios que trataba de manejar. Era cierto que no
siempre le iba como él deseaba, pero el balance era muy positivo y, lo más importante,
era feliz haciendo lo que le gustaba.
Por eso, cuando apareció el negocio de exportación de verduras a los Estados
Unidos, no lo pensó ni un instante: ese podía ser el gran negocio que había estado
esperando. Solamente tenía una dificultad: el financiamiento. Pudo conseguir una parte,
pero le faltaba el grueso de la inversión.
Había una solución: el tío Humberto.
Cuando fue a platicar con él, se preparó a conciencia, le explicó los pormenores del
proyecto y cómo pensaba echarlo a andar.
El tío Humberto era hombre de palabra fácil y pensamiento difícil. Pocos podían
hacer negocios con él debido a su tendencia a complicar las cosas. Tenía muy buen ojo
para los negocios, pero no para elegir a sus socios.
Por eso, cuando le pidió una cita y le explicó el motivo, el tío Humberto lo detuvo en
seco:
– Negocios con la familia son peligrosos. Ponemos todo bien claro y por escrito para
que no haya desavenencias. Yo tengo mi familia y la cuido, no la voy a perjudicar, pero
tampoco quiero que me vean como el tío que tiene dinero de sobra y se le puede sacar
lo que quieran.
Acomodado en un sillón junto a su abogado, el tío Humberto quiso probar la
habilidad de su sobrino.
- ¿Qué pasa si en un año te quiero comprar tu parte?
Mauricio, sentado frente a él, apenas si parpadeó.
- Te la vendo a buen precio.
41!
- ¿Y cuál sería ese buen precio? –repitió el tío.
- Su valor considerando los fierros, la marca y las utilidades de la empresa.
Mauricio miró a su abogado y le señaló con el dedo índice.
- Póngalo por escrito por favor.
El tío siguió con el procedimiento usual en este tipo de convenios. Unos instantes
después, Mauricio interrumpió la negociación.
- Oiga tío, ¿y si yo le quiero comprar?
- Hijo, ya dijiste cuál es la forma: el valor de los fierros, la marca y las utilidades.
Mauricio se quedó callado un instante.
- ¿Y no es negociable?
El tío Humberto se tomó la barbilla y contestó despacio, esperando que su sobrino
entendiera bien lo que deseaba explicarle:
- En nuestra familia existe la palabra, por lo tanto, si uno se pasa de listo, paga las
consecuencias.
¿Entiendes?
Mauricio asintió. Entonces el viejo le pidió una hoja a su abogado y escribió en ella:
“En caso de que un accionista de esta sociedad esté interesado en comprar a
algún otro accionista sus acciones, en todo o en parte, se entenderá que el
oferente está dispuesto a vender sus acciones al mismo precio y en los mismos
términos de la oferta realizada para el caso en que el ofertado desee comprar las
acciones del oferente, siempre respetando las reglas para la enajenación de
acciones y los derechos de preferencia existentes”.
Cuando terminó, se la pasó a su sobrino, con una nota final:
“Somos familia y nos apoyamos; pero mantén tu palabra. No te pases de listo”.
42!
17. Regalos navideños
- Mariana siempre ha sido muy lista -dijo Manuel Antonio.
- Lista y responsable - completó su esposa Dora.
Abrazados en el portal de su casa, ambos observaron a su hija marcharse,
acompañada de su marido y de sus dos hijas, cargando los regalos navideños. Suben a
su camioneta y las dos nietas corren al asiento trasero para agitar las manos y
despedirse de los abuelos. Ellos hacen lo mismo.
Cuando arranca la camioneta, su yerno da una vuelta en “U” para regresar al frente
de la casa. Desde ahí, su hija les manda un beso, que ellos responden.
Manuel Antonio cierra la puerta y abraza a su mujer. Hace unos minutos le
comunicaron a su hija que, a partir del primer día del año, ella estaría al frente de los
negocios de su padre. Ese fue su regalo de Navidad.
- No es algo que desconozcas –le dijo Manuel Antonio, sentado en el amplio
comedor–. Lo que deseo es hacerte legalmente responsable de lo que tanto trabajo nos
ha costado. Y digo nos ha costado porque durante los últimos años lo hemos hecho
entre tú y yo. Tu madre y yo hemos pensado esto muy bien y creemos que ya nos
merecemos un descanso.
- No el descanso que tú crees hija. Queremos viajar, pasar más tiempo juntos,
disfrutar de tantas cosas ahora que todavía podemos movernos sin necesidad de
enfermeras.
- Y no nos queda mucho tiempo antes de que eso suceda –, completó Dora apenas
aguantándose la risa.
Ante la cara de preocupación de su hija, Manuel Antonio agregó de inmediato:
- Estamos bastante sanos, hija, por eso despreocúpate.
Cuando las dos nietas aparecieron, los abuelos las tomaron de la mano y las
cargaron sobre sus piernas. Las niñas no querían eso, sino abrir los regalos que
estaban bajo el pino rebosante de luces y esferas multicolores.
Después de unos minutos de juegos infantiles, las niñas tuvieron el permiso para
abrir los paquetes y corrieron a la sala.
- Hablé con el abogado. Vamos a quedarnos con las rentas de las propiedades y
pondré todas las acciones a tu nombre. A cambio, te pido que hagamos un contrato de
usufructo para poder cobrar dividendos de las empresas que ya están a tu nombre y
mantenernos confortablemente tu madre y yo durante nuestros últimos años.
- No hables así, papá, te queda mucho tiempo –, le dijo su hija.
- Así lo espero, pero de todas formas es mucho menos que el que te queda a ti o a
las niñas –, respondió Manuel Antonio–. Con estos contratos ya no habrá necesidad de
43!
testamento. Todo lo nuestro es tuyo desde ahora, sólo necesito recibir los dividendos
para llevar una vida placentera y sin la necesidad de estar contando el dinero restante.
La hija tomó la mano de sus padres y una pequeña lágrima, tan diminuta que no
alcanzaba a resbalar por su rostro, se formó en su ojo izquierdo.
- Firmemos el contrato, papá, bajo las condiciones que tú me indiques. Tú mejor que
nadie sabes que aunque las cosas estén a mi nombre, todo estará siempre a tu
disposición.
Corriendo, las niñas llegaron al comedor con sus juguetes en la mano, cada una
intentaba colocarlo lo más cerca posible de la cara de su abuelo y gritaban para
enseñarle lo que podían hacer con ellos.
Él, entre tanto alboroto, pensó: “Al final, todo nuestro trabajo no es ni para mí ni para
mi mujer; ni siquiera para mi hija. Este esfuerzo es para las dos pequeñas y para los
que vengan en las futuras generaciones”.
44!
18. La mesa donde todos ponen
A Miguelón le duele la cabeza. Nunca ha sido bueno para los números y, ahora que
se le amontonan en las hojas que le dieron sus hermanos, no sabe por dónde
comenzar.
La habilidad de Miguelón está en el trato con la gente. Sabe encontrarles el lado a
los más ariscos, se gana la voluntad de la gente y es entonces cuando aparecen sus
hermanos y cierran el negocio. Porque de eso se trata, de hacer las cosas en equipo.
Su padre ha hecho muchos negocios y sabe las capacidades de cada hermano, por eso
a veces invita a uno o a otro a acompañarlo en sus “aventuras”, como él mismo les
llama.
Así es feliz Miguelón, o al menos así era feliz porque, con los años, a su padre se le
ha quitado el gusto por comenzar nuevas aventuras. A veces lo veía cansado, como
con ganas de dejar los negocios y, otros días, lo veía con todo el ímpetu de los primeros
años.
Ahora parece que ya llegó la hora de jubilarse. Por eso invitó a todos los hijos a una
carne asada en el patio de la casa. Le llamó la atención que su padre les pidiera dos
cosas: la primera, que llegaran a tiempo; la segunda, que cada uno llevara algo para
compartir. Era común que cada uno llegara a la hora que podía y que su padre pusiera
todo. Incluso se molestaba cuando a alguno de ellos se le ocurría llevar cervezas, carne
o lo que fuera.
Después de la primera ronda de cervezas, su padre los sentó alrededor de una mesa
donde -hasta ese momento se dio cuenta Miguelón- estaba lo que cada uno habían
llevado.
- ¿Saben por qué les pedí que trajeran algo a la reunión? Hijos, creo que llegó la
hora de retirarme de los negocios. Me reuní con su madre y he tomado la decisión de
dejarles todo en partes iguales.
Un silencio se posesionó del patio.
- Como saben, he hecho muchos negocios. Algunos han crecido más que otros y, en
cada uno, he invitado a alguno de ustedes.
Miguelón se sentó al filo de la silla. Su padre se tomaba las manos y las estrujaba
detrás de la espalda. Él no era bueno para los números, pero entendía perfectamente
cuando su padre se preparaba para decirles algo importante. Conocía sus emociones
mucho mejor que sus hermanos.
- Ustedes son mis hijos y mis socios. Y ahora que me retiro, quiero dejarles todo en
partes iguales. Eso no significa que todos van a ser socios de todos, sino que la suma
de sus participaciones será similar.
45!
Ahora sus hermanos eran quienes estaban al borde de sus sillas. Nadie hablaba y no
pasaría nada hasta que uno de los hijos rompiera el silencio. Ese siempre era Miguelón.
- ¿Y cómo lo vas a hacer?
Su padre tomó a Miguelón de la cabeza. Le dio un beso y le agradeció el gesto.
- Por eso les pedí que trajeran algo a esta mesa. Al igual que hoy, cuando todos
trajeron algo para compartir, así quiero tener la oportunidad de mantener unido todo el
patrimonio de la familia.
Miguelón miró a sus hermanos. Estaban tan desconcertados como él.
- Deseo –prosiguió el padre- hacer una repartición lo más justa posible. Les voy a
pedir que todos pongan sus acciones en mis manos. Todas. Ya me asesoré y se puede
hacer un contrato de donación de acciones. Ustedes me donan todas las acciones a sus
nombres y luego yo les donaré las acciones en partes iguales.
Una semana más tarde, Miguelón tenía los papeles que debía firmar. Era socio de
varios de los negocios, precisamente los que a él le interesaban. Había porcentajes y
variables que escapaban a su comprensión. Sin embargo, al final, se quedaba con la
frase que le dijo su padre ese día al despedirse:
- Miguelón, tus hermanos cuidarán que no te falte nada. Eres socio de cada uno de
ellos en negocios diferentes y entre todos velarán por ti.
No necesitaba otra cosa. Si era feliz, los números eran lo menos importante.
46!
19. El gallo y sus polluelos
–A mi me dijeron que Julián siempre encuentra la forma de enseñar a los polluelos,
esos hijos que tiene y que sienten que Dios les pide consejos. El problema es que los
chamacos entiendan.
El viejo Facundo tomó la cafetera y se sirvió una taza rebosante. El restaurante
estaba semivacío a esa hora de la mañana. Mientras llenaba la taza, siguió platicando
con su invitado.
–Cuando lo conocí, éramos unos mocosos y don Julián ni era “don” ni vivía como
ahora. Su padre rentaba unos cuartos allá en el centro, cerca de un mercado que está
por esa calle principal que nunca me acuerdo de su nombre.
Facundo dejó su café sobre la mesa del restaurante y le puso dos cucharadas de
sacarosa.
–Desde chiquillo era aguzado, siempre viendo la forma de hacer negocios. Primero
cargaba bolsas a las señoras que salían del mercado. Quién sabe cómo le hacía, pero
de lejos ya sabía si había buena propina o sólo lo querían usar de mula por menos de
un tostón.
–La verdad es que éramos buenos cuates. No es que yo fuera más flojo, sino que
era un chamaco y prefería pasarme la tarde jugando al béisbol en la calle, con unas
bolas hechas con calcetines viejos cubiertos de hilo grueso. Julián, en cambio, se
sentaba en la esquina a pepenar chambas. Luego supe que era porque también debía
ayudar a la casa. Lo que más le enojaba era tener que pagar cada mes la renta por
unos cuartos bastante amolados.
Facundo se pasa la mano por el cabello. A pesar de su edad, presume de contar con
una gran cantidad de cabello.
–Por eso, cuando Julián dejó de ser el mocoso de las vueltas del mercado y
comenzó a estudiar y trabajar en forma, juntó una buena lana y se compró una casa
cerca de la de sus padres. Poco a poco la arregló y se los llevó a vivir allá. Decía que
hay que comprar terrenos porque esos ya no se fabrican. Entonces fue cuando decidí
que lo mejor era arrimarme al árbol y cobijarme con él.
¡Si viera lo bien que me ha ido! No sólo somos amigos de la infancia, soy algo así como
su consejero personal, además de socio, claro está. Pero estábamos hablando de mi
compadre.
–Luego se convirtió en don Julián. Se casó con una muchacha del barrio. No crea
que era bonita, pero sí le entraba a la chamba igual que él. Seguro por eso se
entendieron.
Cuando pasa el mesero, Facundo le pide más café y la carta.
47!
–El asunto es que se casaron y tuvieron tres hijos, pero esos no sufrieron de
carencias y sentían que el mundo les debía pedir perdón. Yo traté de hacerlo entrar en
razón, pero eran el perfecto ejemplo de eso acerca del camello y la aguja. Sí, ya sé que
es de la Biblia, pero no soy muy apegado a la religión. Algún defecto debía tener, ¿no
crees?
El mesero llegó con la jarra de café y Facundo le pidió que se la dejara a un lado. Le
desesperaba esperar a que algún mesero caritativo le hiciera caso.
–El negocio de Julián siguió creciendo. No, usted no le puede decir así, debe
agregarle el “don”. Sólo los amigos y la familia podemos hacerlo y usted no es lo
primero y todavía le falta para lo segundo.
–Nos fuimos haciendo viejos y mi compadre decidió repartir parte de su fortuna en
vida. El problema surgió cuando se encontró con un problema de impuestos porque no
podía donar a sus hijos las propiedades de la inmobiliaria y si las vendía, se le vendría
encima un enorme pago del Impuesto Sobre la Renta. Julián tampoco deseaba hacer
socios a sus hijos en la inmobiliaria porque había otras propiedades que quería
conservar, como aquella primera casa que compró y que a sus hijos no les importaba.
Ahora Facundo se estira un poco y se para lo más erguido posible. Este es el
momento donde entra él en escena y lo disfruta.
–Entonces le propuse hacer un “convenio privado” para que los hijos cobraran
dándole comprobantes a la inmobiliaria por una cantidad equivalente a las rentas de los
inmuebles que le correspondían a cada uno. Si alguno de ellos decidía vender,
entonces debería enterar al fisco y pagar el impuesto correspondiente.
Facundo se termina el café de un sorbo, se limpia la boca con una servilleta de tela y
se toma un respiro antes de continuar.
–La fiesta anduvo en paz hasta que tu futuro suegro decidió vender dos de las
propiedades. Yo te aprecio y vas a formar parte de la familia, pero tu suegro es medio
zoquete porque le entró la loca idea de ganar rápido en la Bolsa. ¡Como si supiera lo
que es estar ahí! El pobre se llevó la sorpresa de su vida cuando supo que el comprador
final era su padre.
–Mi compadre aprendió y cambiamos el modelo. Desde entonces, cada terreno,
edificio o grupo de locales se hace con una inmobiliaria que posee sólo una propiedad,
así es más fácil tomar decisiones sobre cada una. Es más papeleo, pero esa siempre
ha sido mi chamba.
El viejo toma del hombro a su invitado y le dice en voz baja:
–Bueno, ahora que sabes algo más de la familia, entenderás muchas de las acciones
de don Julián, que tras la boda va a ser oficialmente tu abuelo político. Su nieta te
quiere y veo que tú a ella. Ahora que entrarás al gallinero va siendo hora de que
conozcas tanto al gallo como a sus polluelos.
48!
20. La gran decisión del más pequeño
Martha lleva dos horas arreglándose la cutícula de las uñas. El negocio de
cosméticos que lleva con Fabiola desde hace quince años va en picada y no tiene visos
de arreglarse, pero eso a ella no le había importado hasta ahora.
Recibía efectivo cada mes y eso era lo importante porque tenía otras entradas junto
con su esposo. Fabiola y su familia, en cambio, dependían únicamente de los ingresos
de ese negocio y esperaban capitalizar la empresa a costa de recibir menos flujo
mensual.
Martha no estaba dispuesta a aceptarlo, pensaba en el día siguiente, no en el año
que viene. Sentada en la entrada de una oficina que desconoce, Martha espera con
paciencia la llegada de su socia para una Junta Extraordinaria de Consejo. La uña de su
pulgar derecho ha perdido el esmalte de tanto tallarla. No puede disimular la tensión.
Las cosas han cambiado.
Con el 49% del negocio en sus manos y otro tanto en las de Fabiola, durante años
cada decisión intrincada caía en manos del socio más pequeño, el abogado de la
empresa, que casualmente era primo suyo.
En los inicios de la sociedad, Fabiola confió en la buena voluntad de aquel hombre
de voz suave y cara amable. Es fecha en que se arrepiente de su error, así que durante
años ha debido negociar mucho porque si el problema se complicaba demasiado, ella
recurría al abogado y la mayor parte de las veces salía ganando.
Las cosas ya no son tan fáciles. Desde que el despacho de su primo cayó en
desgracia, debió asociarse con otros abogados que exigieron el control de todos sus
activos, incluyendo aquel insignificante porcentaje en un negocio mediano que
compartía con su prima Martha.
Con el control en otras manos, Martha debe hacer frente a la realidad y no le gusta.
Después del pulgar, continúa con la cutícula del dedo índice. No sabe cuáles son los
temas específicos de la reunión pero los intuye: compra de activos fijos, nuevos
proyectos, remuneraciones extraordinarias para ciertos empleados, política de
dividendos y monto de endeudamiento han sido temas recurrentes en otras ocasiones y
seguramente aparecerán de nuevo.
Está segura de que, ante tantos desencuentros con Fabiola, el nuevo bufete tendrá
la última palabra en la empresa. Su esposo le dijo que no era tan malo, que ahora
entendería lo que es un verdadero negocio y no una alcancía a la que solamente le
sacaba dinero sin invertir más allá de lo indispensable.
– Habrá cambios – le dijo hacía unas horas–. Seguramente una administración más
eficiente que te recortará tus ingresos inmediatos. No lo podrás evitar, así como tú
amiga no lo pudo hacer durante tantos años. Aprende a manejar tu negocio y aprende a
negociar. Si no puedes hacer eso, entonces busca un buen precio y vende de una
49!
buena vez.
Martha no está conforme, pero sabe que el porcentaje de acciones es el que
decidirá, como lo ha hecho hasta ahora.
50!
21. Saber ser dueño
Desde quinto de Primaria, Damián tenía una frase en la punta de la lengua:
– Soy el dueño de los negocios de la familia.
En esa época, sus compañeros se burlaban de él; pero él mantuvo esa frase en su
vocabulario y cuando comenzó a ayudar a su padre, más de uno lo tomó en serio
aunque legalmente no tenía posesión de las acciones de los negocios.
A Damián no le importaba, sabía que algún día lo sería, ya fuera por testamento, por
donación de acciones o por otro método. Para él sólo faltaba definir la fecha en que eso
ocurriría.
Su padre estaba orgulloso de la forma en que su hijo sentía la empresa y cuando se
inició en los negocios, lo rolaron en varios departamentos para conocer su potencial.
Pronto destacó en las Relaciones Públicas. Con mucha facilidad podía conseguir
contratos para las empresas, principalmente del Gobierno, donde tenía excelentes
relaciones.
Su padre estaba orgulloso de la forma en que su hijo sentía la empresa, pero eso no
le impedía darse cuenta de sus fallas, siendo la más grave la impuntualidad. Con
frecuencia llegaba tarde a las juntas de trabajo y, en otras ocasiones, no asistía a los
negocios debido a viajes de placer, como irse de cacería o a jugar torneos de golf.
Debía resolver eso de inmediato con una solución drástica. Un buen día, lo despidió.
– Si continúas así arruinarás mis negocios –le dijo–. En cambio, a partir de hoy serás
realmente el propietario y así te presentarás. Ya no serás un trabajador y no participarás
en la operación. Si quieres dilapidar tu futuro, allá tú, pero nadie más va a hacer por tus
empresas más de lo que hagas tú mismo.
Damián se quedó helado. Se cumplía aquel sueño infantil, ya era el dueño, nadie
más tendría la responsabilidad.
– Recibirás los dividendos aunque las acciones seguirán siendo mías. A partir de
hoy, cuando decidas irte de pesca, será porque tienes todos los hilos del negocio bien
amarrados.
Damián esbozó una sonrisa. De ahora en adelante, las cosas cambiaban.
– Algún día tendrás el control de todos los negocios, pero se requiere que tengas
madurez y aprendas a administrarlos por lo que, a partir de hoy, invertiré en tu persona,
contrataré un consultor profesional que te señale el mejor rumbo para que puedas
conseguir tus objetivos.
Damián ya no tenía más que decir. Tomó su celular y marcó a casa de sus amigos.
La fiesta en la playa del fin de semana se cancelaba, al menos para él. ¿La razón?
Tenía otras cosas urgentes que resolver en la oficina.
51!
22. La partida
Cuando Arturo llegó al salón, la mayoría de las sillas alrededor de la mesa central ya
estaban ocupadas. Seis hombres y dos mujeres se repartían sendas montañas de
fichas negras, azules, verdes y amarillas.
Arturo se acomodó en una de las tres sillas desocupadas. Los demás apenas y
voltearon a verlo, como si su presencia no importara. Él conocía el ritual e imitó su
actitud: no debía mostrar ninguna señal de emoción.
Los saludó con una ligera inclinación de la cabeza y metió la mano a la bolsa del
pantalón. Sacó su cartera, extrajo varios billetes y los puso sobre la mesa. La muchacha
encargada los tomó con indiferencia, los contó, sumó mentalmente el valor total y lo
convirtió en tres columnas de fichas de colores que revisó tres veces antes de
entregárselas.
Arturo tomó el celular y verificó que no fuera a sonar durante las siguientes horas,
luego lo puso sobre la mesa. Si alguien le marcaba, simplemente sentiría el aparato
vibrando sobre la mesa y todos se darían cuenta, por lo que la distracción sería general.
Comenzaron a repartir cartas y él dejó pasar las primeras partidas. Conocía a varios
de los jugadores, pero algunos le eran desconocidos y debía intentar descifrar su modo
de juego antes de comenzar con las apuestas fuertes. Consideraba esas primeras
fichas como pérdidas y como una forma privada de “pago por ver”.
Las dos mujeres eran recurrentes en la partida. Lo mismo sucedía con el señor de
edad y sombrero vaquero, de quien no recordaba el nombre.
También se encontraba Emilio a la mesa.
Tomó sus cartas y apostó de inmediato. Después esperó la reacción de Emilio. Podía
perder todo su dinero sin problemas, excepto con Emilio. Hacía unas semanas que la
rivalidad en la mesa se había convertido en un asunto de honor.
Emilio lo sabía. La sombra del abogado de Arturo parecía protegerlo también esa
noche. Él fue quien desenmarañó la trampa que le tendieron y no solamente lo puso en
ridículo, sino que muy probablemente Arturo se encargaría de esparcir el rumor sobre
sus tácticas.
Emilio vio el par de reinas: diamante y corazón. Era una jugada segura hacia el par
más alto, una tercia o color. Las posibilidades estaban de su lado.
En el despacho, en cambio, Emilio estuvo en problemas. Ya antes le funcionó el
esquema. Y es que parece muy sencillo: un terreno que vale 100 millones pero costó
40, un socio inversionista que pone otros 100 millones en efectivo para urbanización y,
al vender en 300 cada uno, se lleva el 50% de las ganancias. Se ve transparente y fácil,
pero es en los detalles donde siempre se esconde el Diablo porque el pago de
impuestos se determina por el costo fiscal y ahí son 140, no 200. Si el abogado de
52!
Arturo no hubiese visto la trampa, al final apenas tendría lo que invirtió y un poco más.
La tercera carta era un nueve de tréboles. Mala carta, pero no lo suficiente para dejar
la partida. Arturo dobló la apuesta. Absorto en sus pensamientos, Emilio no observó si
su contrincante vio la carta, qué cara puso o si tardó en tomar la decisión. Podía estar
“blofeando”, tratando de provocarlo. Así es el póker.
Cuando ese hombre bajito, de poco pelo, traje arrugado y mirada penetrante habló
en el despacho sobre capital de aportación y prima en suscripción de acciones para
distribuir el pago de impuestos y mantener el valor de los inversionistas, sabía que el
negocio no sería tan bueno o que, de plano, se caería. Emilio pensaba tener el mejor
juego de cartas, pero ahora lo desconcertaba que Arturo y su gente supiera su juego.
La apuesta estaba en la mesa y necesitaba tomar una decisión. Decidió seguir la
jugada y aceptar la apuesta. En la mesa del despacho, en cambio, vio que Arturo
trataría de colocar las cláusulas necesarias para evitar la derrota, protegiendo su
inversión de la trampa.
Acá tenía un jugador enfrente que se mostraba ansioso por ganar y la ansiedad es
mala consejera. Allá tampoco se dejó vencer por la sorpresa y decidió buscarse otro
hombre que no conociera sus cartas, que le permitiera ganar la partida y llevarse el lote
de las ganancias del proyecto sin compartirlo.
En el despacho, Arturo era más fuerte. Ya descubriría si en la mesa de póker tenía
tanta habilidad.
53!
23. Venta total
A Cristian ya le habían hecho varias ofertas similares a lo largo de su vida y la
respuesta invariablemente había sido un rotundo ¡No!
La empresa era el legado que le dejaron sus ancestros y tenía grabado su nombre,
que era el mismo de su padre y de su abuelo, justo sobre la puerta del negocio. Era un
hermoso repujado en metal dorado de finales del siglo XIX.
Por otro lado, a sus hijos los reconocían porque el abuelo había juntado los apellidos
y ahora formaban uno sólo, fácilmente reconocible dentro de los círculos sociales de la
ciudad. Esas dos palabras no únicamente eran su apellido, sino parte de la identidad de
la empresa.
Desde pequeños, su hermano y él vieron consolidarse el negocio y le tenían un gran
aprecio. Al paso de las décadas, vieron múltiples ocasiones en que su padre soportaba
con firmeza los múltiples intentos de la competencia por hacerse de su negocio, algunos
de ellos rozando en la hostilidad.
En todos los casos le ofrecían una buena cantidad de efectivo, más de lo que él
mismo consideraba como un precio interesante. Sin embargo, la respuesta siempre
terminaba con las mismas palabras: ¡No! ¡Nunca! ¡Jamás!
Esa tarde, sin embargo, mientras se recargaba en la silla del estudio de su casa y
tomaba un vaso de Oporto, recordaba con nostalgia la tarde en que, sentado en ese
mismo lugar, sopesó por primera vez una oferta, hacía escasos meses.
Aunque sus sentimientos permanecían intactos con los años, ni su fuerza ni la
situación del negocio eran iguales. Estaba cansado de llevar cincuenta años haciendo lo
mismo y sus hijos no sentían la misma pasión por el negocio.
Tenían otras afinidades y buscaban desarrollarse en áreas tan diferentes, como la
ingeniería electrónica y el diseño industrial, áreas que no existían cuando él estudiaba,
mucho menos cuando su abuelo inició el negocio.
Estaba seguro que podía obligarlos a seguir el camino pensado para ellos, pero ni
serían felices ni funcionaría el negocio, así de simple, así de sencillo.
Por otra parte, estaba el asunto del segundo socio, su hermano menor, que tampoco
estaba inmerso en el día a día del negocio pero recibía su parte de las utilidades y con
eso vivía tranquilamente, dedicado a su verdadera pasión: la orfebrería. Tenía la
paciencia necesaria para elaborar una pieza en plata de alta ley, pulirla y dejarla lista,
pero no era capaz de desarrollar una conversación de negocios con esa misma
paciencia y dedicación.
Incluso alguna vez su hermano había estado de acuerdo en una de las propuestas
de venta, pero ésta no se concretó.
Y ahora, por fin, había llegado otra oportunidad. Pactaron un precio de venta por las
54!
acciones y el inmueble y entraron al due diligence una vez que se firmó el contrato.
La enajenación de acciones fue dictaminada por un Contador Público registrado y
finalmente los compradores retuvieron un 5% de la venta para hacer frente a posibles
contingencias de impuestos y de pasivos laborales futuros.
Después se prepararon los contratos de compraventa de acciones y, tanto su esposa
como su cuñada, firmaron el consentimiento porque ambos estaban casados por
sociedad conyugal.
El día de ayer celebraron una Asamblea General Ordinaria de Accionistas para
aprobar la transmisión de acciones, renuncia de consejeros y nombramiento de nuevo
Consejo de Administración, revocación y otorgamiento de poderes y nombramiento de
nuevo comisario de la sociedad.
Finalmente, hace unas horas, durante la cena de celebración, su hermano empezó a
preocuparse por invertir el flujo obtenido en otros negocios, en inmuebles o en
inversiones bancarias. Acostumbrado a sólo recibir su parte de las ganancias, ahora
tenía el problema de contar con tanta liquidez y no tenía claro cuál era la mejor opción.
Entonces, Cristian le recomendó tomarse unos días de vacaciones para pensarlo
bien y no invertir precipitadamente su patrimonio, sino dejarlo ganando intereses en
alguna inversión segura.
–A final de cuentas, si tienes una entrada constante, podrás dedicarte a la orfebrería.
Cristian, entretanto, ya tenía su futuro planeado.
55!
24. La emergencia
Don Nabor es un hombre chapado a la antigua. Se levanta antes de que salga el Sol
y se desayuna sólo un café negro sin azúcar. Luego se va a buscar el periódico para
enterarse de las noticias; pero, sobre todo, para revisar la sección de bienes raíces.
Tiene muy buen ojo para separar lo bueno de lo malo. Él se lo achaca a los años que
lleva en el negocio. Conoce tan bien la ciudad, que es capaz de reconocer el terreno
solamente con que le den una referencia: la calle, el edificio de enfrente o el nombre del
negocio de la esquina. Con eso no sólo lo identifica sino que también lo valúa de
inmediato.
Don Nabor dice que eso le viene de ‘nacencia’, desde chamaco, pero casi nadie se lo
cree. Más parece uno de esos cazadores que se hacen los despistados frente a la
presa, pero que tienen bien abierto el ojo para descubrir al que se sale de la línea de
protección de la manada y se lo zampan de un mordisco. Así es él, aunque no lo quiera
decir en público.
Con el tiempo se hizo fama de buen negociante y comenzó otro tipo de negocio.
Financiaba sus compras con apoyo de particulares que deseaban ganar más de lo que
el banco les ofrecía. Ahora que ha juntado mucha tierra lo puede hacer y cubrir la
garantía de los préstamos con sus propiedades, aunque nunca ha necesitado vender
una para pagar.
Don Nabor tiene una sola debilidad, bueno, dos debilidades: la primera, es la tierra.
“Nunca se devalúa”, suele decir. Y pocas veces se equivoca.
La segunda debilidad está ligada a la primera: le gustan los viajes exóticos, conocer
nuevas tierras que no va a comprar, sino a disfrutar. Una o dos veces al año se pierde
en los bosques de Sumatra o en la sabana de Mozambique y los disfruta como si fuera
un lugareño regresando a casa.
Don Nabor, chapado a la antigua, no lleva agenda y tampoco requiere de una
secretaria. Confía todo a su memoria y a su fiel contador, quien recibe cada mediodía
unos papelitos donde están anotadas sus ideas e instrucciones. Después, por la tarde,
se reúnen y discuten los puntos con una taza de café negro sin azúcar. Catarino, el
contador, es casi de la familia. El hombre no lo sabe, pero está muy bien considerado
en el testamento de su jefe y es que don Nabor sabe ser agradecido.
La memoria, sin embargo, juega malas pasadas. Por eso ambos decidieron formar
un fondo para emergencias. No quieren que pase lo de hace dos años, cuando tuvieron
que hacer mil malabares y perdieron cierta credibilidad, todo por no acordarse bien de
las cosas.
Sucedió que un mal día, estando de viaje por Perú, Catarino recibió la llamada de
uno de los inversionistas sobre un pago que debía haber recibido el fin de semana
anterior. Él revisó los papeles y, en efecto, se les había traspapelado ese pago. En otras
56!
circunstancias podía aplazarlo, pero el inversionista contaba con él para, a su vez,
pagar otras obligaciones. El asunto se complicaba.
Con el poder notarial que tenía, se puso a buscar la forma de sacar un préstamo
puente, pero los bancos no aceptaban las garantías de los inmuebles porque faltaba su
firma de endoso.
Al final tuvo que solicitar préstamos emergentes a otros de los inversionistas,
explicando la razón, para salir del paso. Había aprendido otra de las frases de don
Nabor: “Diles la verdad aunque a veces sea embarazoso. Si les mientes, al final
siempre se riega el tepache”.
Los inversionistas lo hicieron de buena gana, uno de ellos sin aval de por medio.
Pero en un mundo tan pequeño, donde los grandes inversores se conocen bien, tarde o
temprano se llega a conocer el error.
Eso fue lo que más le dolió a don Nabor. Su reputación estaba tocada y necesitaría
tiempo para limpiar la mancha en su historial.
Desde entonces, siempre tiene un plan alterno para cubrir esas contingencias y sigue
viajando, conociendo tierras que nunca comprará, pero igual las disfruta.
57!
25. Amigos, compadres, hermanos y socios
Si Pedro hubiese tenido un hermano, habría querido que fuera como Pablo. Si Pablo
hubiese tenido un hermano, habría querido que fuera como Pedro. Así de fuerte era su
amistad, la que sellaron años después cuando se hicieron compadres por partida doble.
Pablo se convirtió en el padrino del hijo mayor de Pedro y él a su vez lo fue de la única
hija de Pablo.
Además, ambos dirigían una empresa de cerámica al poniente de la ciudad. Aunque
nunca fue necesario, respetaron las reglas de la sana administración, por lo que cada
uno poseía el 48% de las acciones y el resto estaba en poder de su abogado.
Ahora, con el cabello cano y los hijos tomando caminos propios, Pedro y Pablo
hablan de lo que nunca quisieran hacer. Los años no pasan en balde y van dejando sus
huellas, las fuerzas no son las mismas y el ímpetu decae por la fuerza de la edad.
Sentados en una mesa junto a su abogado, han decidido que la empresa será de
ellos y de nadie más. No podrían trabajar con otro socio que no fuera su amigo,
compadre y casi hermano. El éxito se debe a la cercanía, confianza y entendimiento
que han logrado en todo este tiempo juntos.
Martín, su abogado, lo sabe y entiende que Pedro y Pablo esperan de él una
solución. Él tiene esa solución en su carpeta de piel oscura. La platicó con el asesor
patrimonial de ambos antes de presentarles el documento.
Es un documento claro y sencillo donde Pedro y Pablo establecen la preferencia para
la venta de las acciones de la fábrica cuando alguno de ellos se vea en el tránsito de
una incapacidad total o de su muerte.
Primero analizaron varias alternativas, como la compra de seguros de socios; sin
embargo la desecharon porque ambos tienen los recursos para comprar las acciones
del otro.
Con el Contrato de Fideicomiso de Administración y Traslativo de Dominio, Pedro y
Pablo entregarían los títulos de las acciones del negocio para que el Fideicomiso se las
venda al socio sobreviviente, aclarando que el precio de venta sería el valor contable
certificado por un despacho internacional. También incluye un plazo para el pago de las
acciones y un Comité Técnico del fideicomiso para corroborar que la operación se lleve
a cabo en los términos acordados.
Pedro y Pablo están listos para firmar el contrato y así sellar el futuro de su empresa,
evitando la aparición de socios no deseados, sin recurrir al testamento y eliminando la
posibilidad de impugnaciones de los herederos, sobre todo porque la empresa cada vez
es más importante.
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Cuentos Patrimoniales

  • 1. !
  • 2. RANO Eduardo J. Fuentes Zambrano do A S S Contador Público Certificado por el Instituto de Contadores Públicos de Nuevo León (ICPNL). Egresado de la Facultad de Contaduría Pública, Universidad Autónoma de Nuevo León. Continúa… P Pod quez mile padr de e El C algu y ob obli En m de u eval El p som intra El t mie com cien imp Edu man gure prud Esta habi gene Experiencia profesional Socio fundador y director del Despacho de Contadores Públicos Fuentes Andrade y Asociados, S.C., desde 1987 a la fecha, prestando servicios como consultor patrimonial en diversas empresas familiares, principalmente en Monterrey y su área metropolitana. Colaborador en el Departamento de Impuestos en una Firma Internacional de Contadores Públicos durante 10 años. Profesor de la cátedra de Impuestos en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (TEC de Monterrey) durante ocho años. Socio fundador de la Asociación Nacional de Especialistas Fiscales de Monterrey, A.C. (ANEFAC), desde 1990. Socio del ICPNL, participando en diversas comisiones: Junta de Honor, Evaluación y Defensa Profesional y como Presidente del Consejo Directivo en los años 1988-1989. Miembro de Consejo y Comisario de diversas empresas. ! ! ! ! ! ! !
  • 3. El proceso de emprender cualquier cosa en la vida – en especial negocios- se enfrenta siempre al dilema de cuándo hacerlo. ¿En los años mozos cargados de grandes sueños, ideales y aspiraciones pero con mucha ingenuidad? ¿O esperar contar con más experiencia pero con mayores temores y compromisos? El binomio ingenuidad-experiencia parece acompañar la vida del empresario, desde el momento de la creación del negocio al crecimiento de la empresa y en la consolidación de ésta en una institución. De manera inexorable, terceros se ven afectados en este “juego” que involucra no sólo a los negocios y a la propiedad de los mismos, sino a la propia familia. Tarde que temprano el hombre de empresa con experiencia en planes estratégicos, que involucra tanto la propiedad (accionistas o socios) como el negocio (directivos, administradores y operadores), se debe enfrentar a planes de sucesión (familia- propiedad), de continuidad y contingencias (familia-propiedad-negocio) en donde generalmente existe más ingenuidad que experiencia. El presente libro, de Eduardo Fuentes, muestra –a manera de casos reales- experiencias en materia de continuidad patrimonial que le permiten al lector analizar las circunstancias y hechos de los protagonistas, a fin de plantear él mismo sus problemas y generar alternativas de solución. El reto que se presenta es saber aprovechar las oportunidades cuando se presentan y anticiparse a resolver conflictos prioritarios patrimoniales en vida, a fin de heredar los sueños, ideales y aspiraciones que motivaron la fundación del negocio y no problemas que generen división y encono en las generaciones futuras las cuales, en muchos casos, terminan vendiendo o quebrando al mismo. Dr. Jesús M. Sotomayor Profesor invitado, IPADE
  • 4. Contenido Introducción 6 FAMILIA 1. ¿Qué hay al final de la 9 película? 2. Los números mandan 11 3. Más sabe una madre 13 4. La parábola que no fue 15 5. Cría cuervos 17 6. Corresponsables 19 7. El cromosoma 20 8. No habrá tercera 23 9. Construir sobre ajeno 25 10. Los caprichos del Señor 27 11. La elección 30 12. Mis mujeres 32 13. ¿Cuánto vale? 33 14. Ingratitud 35 15. Las vacas 37 ACCIONISTAS 16. No te pases de listo 40 17. Regalos navideños 42 18. La mesa donde todos ponen 44 19. El gallo y sus polluelos 46 20. La gran decisión del más 48 pequeño 21. Saber ser dueño 50 22. La partida 51 23. Venta total 53
  • 5. 24. La emergencia 55 25. Amigos, compadres, hermanos 57 y socios 26. La boda 58 27. El Diez 60 28. La cláusula 61 ADMINISTRACIÓN 29. Entre todos sacarán 64 adelante el barco 30. El círculo verde 66 31. La soledad no se comparte 68 32. Se renta 71 33. La pluma 73 34. La importancia de 75 llamarse Porfirio 35. Muerto el rey, ¿habrá rey? 77 36. La llamada 79 37. Asegurando el 81 futuro de la sociedad
  • 6. 6! Introducción Si el hombre es el único animal que se tropieza con la misma piedra, eso es una pequeña muestra de que es de humanos errar y volver a hacerlo, aun cuando uno parezca o sienta que es diferente de los otros. Lo mismo sucede con las empresas y las personas. ¡Al final vemos que todas sufren de la misma manera! Pero los humanos, de manera obstinada, nos resistimos a aprender en cabeza ajena. Este libro busca mostrar y compartir, de una manera ágil, breve y agradable, parte de nuestro conocimiento adquirido a lo largo de más de 20 años de práctica profesional. Para ilustrarlos empleamos casos –que no están vinculados entre sí y que se pueden leer de manera aleatoria –de situaciones vividas por otros empresarios y la forma en que las enfrentaron. Al final, podremos concluir que se repiten los errores de acciones u omisiones sin importar el tamaño de sus negocios, las generaciones que se llevan en el mercado o los estudios alcanzados. Por razones de confidencialidad y respeto, no mencionamos los verdaderos nombres de las personas, aunque es muy probable que cada uno de nosotros conozcamos un caso similar. Quizá, no lo sabemos, pueda estar el nuestro en una de las historias. ¿Cuál es la razón de este libro? La respuesta es más sencilla de lo que parece. Creemos sinceramente que es importante conocer más y actuar al respecto para beneficio de aquello que decimos es lo más importante para nosotros: nuestra familia. Decidimos dividir el contenido en tres grandes grupos de historias que, sin embargo, no son independientes porque se traslapan, interactúan y se afectan entre sí. Además, hay personas que en muchas ocasiones tienen dos o tres funciones: 1) La Familia. Uno o varios miembros de la(s) familia(s) pueden o no trabajar en la empresa. Sin embargo, la familia muchas veces puede afectar a la empresa o a la actuación de sus empleados. 2) Los Accionistas o socios. Generalmente sólo un miembro de la familia es accionista. Rara vez alguno de los accionistas pertenece a la familia y cualquiera de ellos puede o no laborar en la empresa. 3) La Administración o empleados de la empresa familiar. No todos los que trabajan en la misma pertenecen a la familia y no todos son accionistas de ésta. Para las empresas familiares no existen respuestas únicas ni soluciones correctas o incorrectas. Es responsabilidad de cada empresario informarse, leer, escuchar a otras personas –empresarios, profesionales y expertos –, hacerse las preguntas adecuadas y buscar sus propias respuestas. El patriarca no debe delegar a su cónyuge, hijos, juez alguno o abogados la responsabilidad de tomar las difíciles decisiones que por lo general se aplazan. ¿Quizá porque nos duele elegir de entre nuestros hijos quién será el que maneje el negocio?
  • 7. 7! ¿O porque tenemos varias soluciones a un problema y eso afectaría nuestras relaciones familiares? A pesar de esas limitantes, es mejor hacerlo nosotros mismos que permitir a otros decidir sobre nuestro patrimonio porque, en muchas ocasiones, lo posponemos para un mañana que a veces nunca vemos llegar puesto que no tenemos la vida asegurada. ¡Cuántos eventos fortuitos pueden cambiar el destino! El propietario, representante familiar o accionista mayoritario debe tomar sus propias decisiones e implementar oportunamente las acciones para tratar de lograr o conservar la armonía en su familia y la continuidad de su empresa. Los invito a leer este libro y atreverse a tomar sus propias decisiones como versa Ana María Rabatté: “En vida hermano, en vida”.
  • 9. 9! 1. ¿Qué hay al final de la película? Edmundo está impresionado. Hacía tanto que no se topaba con esa película en la televisión: “¿Conoces a Joe Black?” Quizá cuando la vio por primera vez le pareció interesante, pero ahora cobra otro sentido. Anthony Hopkins sabe que se va a morir en poco tiempo. Brad Pitt (la Muerte) lo acompaña a todos lados y está aprendiendo de él. Esa es la historia que casi todos ven; pero hay otra, la que le tocó el corazón esta noche. Salva el negocio de su vida para dejárselo… ¿A quién? El protagonista tiene dos hijas: una muy joven con un novio que resulta ser un traidor; y la otra tiene un marido que trabaja en su empresa y que casi lleva a la quiebra. El tipo parece buena persona, pero es claro que no tiene la preparación para dirigir el negocio. Al final recupera su empresa y la película termina. Tras los créditos al final de la película, Edmundo piensa: ¿Qué seguiría en esa historia? No lo sabe y eso le preocupa porque tampoco él estará cuando se haga la repartición de sus negocios. Tantos años de esfuerzo no pueden quedar a la deriva. ¿Cómo repartirá el negocio familiar? Su panorama es más complejo que el de la película. Él es viudo desde hace tres años, tiene dos hijos que trabajan en la empresa y otro más decidió seguir su propio camino. Finalmente su hija consentida está a punto de casarse y no sabe si ofrecerá al yerno un espacio dentro de sus negocios. Ha pensado en hacer una repartición en vida y ver cómo se desempeñan. El problema, entonces, es cuánto repartir y con cuánto quedarse. Alguna vez pensó en repartir la mayoría y quedarse con una pequeña cantidad para mantenerse durante el resto de sus días y, si necesitara algo extra, sus hijos deberían responderle… eso si son capaces de hacer crecer el negocio porque, de lo contrario, no podrían. Sabe que será difícil repartir en partes iguales las acciones. Unos hijos están en el negocio, otros no. Las dudas le carcomen la noche. También hay un pasaje de la Biblia que lo detiene una y otra vez: “Jamás en tu vida cedas a otro lo que posees, para que no suceda que arrepentido, hayas de pedirle rogando que te lo devuelva, porque mejor es que tus hijos hayan de recurrir a ti, que no el que tú hayas de esperar el auxilio de manos de tus hijos y reparte tu herencia cuando estén para terminarse tus días”. Eclesiástico 33. No olvida la cita. Tampoco se siente al final de sus días, pero sabe que el tiempo pasa inexorablemente. Uno de sus amigos le comentó sobre una empresa Tenedora de Acciones. Es una idea que le da vueltas. Así podría repartir parte de esas acciones en vida y mantener el control durante más tiempo antes de faltar y que sus herederos se repartan el resto. Así, la Tenedora de Acciones es quien controla las decisiones de los negocios operativos y puede complementarlo con un fideicomiso para la administración y protección de esas acciones. La repartición igualitaria no parece una solución, pues la diferencia está en los porcentajes.
  • 10. 10! Parece que Anthony Hopkins, o su personaje, no tuvo que plantearse ese dilema o no quiso. Al final de la película, atraviesa un bello puente de piedra en su propiedad y ya no regresa. Termina su existencia plácidamente y con la certeza de haber hecho lo correcto. O quizá sí se lo había planteado y resuelto, por eso camina tan tranquilo rumbo a un destino que a todos nos habrá de llegar algún día. La clave está en vivir congruentemente y prepararse para lo inevitable.
  • 11. 11! 2. Los números mandan Desde que eran pequeños, David y Benjamín compartieron los juegos infantiles. Un fin de semana en casa del primero, otro en casa del segundo y uno más en casa de los primos Ugalde. Así pasaron años felices trepando árboles, asando bombones que muchas veces sabían más a carbón que a dulce y empujándose a la hora de salir a buscar los huevos de Pascua entre las macetas del jardín de la abuela Sara. Los primos compartían sangre familiar por su segundo apellido. Sus padres compartían mucho más: eran socios en la panificadora más grande de la región, un buen negocio que mejoraba constantemente. Varias veces al año, sus padres se reunían en una gran sala de la empresa a la que llamaban la Sala de Consejo. Desde pequeños, David y Benjamín acostumbraban darse la vuelta al negocio, pues era como su segunda casa. Ahí veían cómo los empleados se preparaban durante días para la encerrona de sus padres y traían una cara de preocupación que no desaparecía hasta que los veían abandonar la habitación. Para los hijos, en cambio, tras esa puerta de madera simplemente había una sala donde no los dejaban entrar a jugar. Conforme crecieron, fueron descubriendo que aquella sala era el lugar donde se forjaba su futuro. De las periódicas reuniones, salían las órdenes que hacían funcionar el negocio que les pagaba comida, ropa, escuela, vacaciones y algunos lujos. El negocio –lo sabrían después –tuvo sus altibajos al principio y el tío Rocha terminó comprando una parte de las acciones de las otras familias. Los tercios originales se convirtieron en una mayoría y dos socios con 10% menos de las acciones originales cada uno. Nunca hubo problemas por esa decisión, pues era claro que el tío Rocha era el más capacitado para tomar el control y los otros dos parientes políticos agradecían sus consejos y la dirección del negocio. Entonces sobrevino la desgracia: un incendio en un hotel de Las Vegas acabó con la vida de socios y esposas. Los jóvenes pasaron, en un instante, de ser estudiantes a socios de una empresa con responsabilidades que esperaban asumir dentro de algunos años. Todos los primos entraron a la sala, aquella a donde antes querían entrar por gusto y ahora lo hacían por obligación. Las tres familias tomaron sus asientos y decidieron que era demasiado para ellos, que necesitaban contar con una dirección profesional. Eligieron a un grupo de empleados de mayor confianza y les encargaron el negocio. Éstos habían contribuido a llevar el negocio a buen término y lo correcto era darles la oportunidad de manejar la empresa. Desgraciadamente, no todas las buenas acciones son las correctas. A pesar de su buena disposición, el grupo de personas elegidas estaban acostumbradas a seguir
  • 12. 12! lineamientos y no a establecerlos. En un año el negocio comenzó a ir mal. Entonces David y Benjamín debieron ir de nuevo a la Sala de Juntas a tomar las riendas del negocio, o al menos eso pensaban hacer. Sus primos, los Rocha, en cambio, tenían otros planes. Con el 56% de las acciones, eligieron a un director general que reportara directamente a la Junta. Donde estaban representados sólo los accionistas con al menos el 25% de las acciones, David y Benjamín tenían el 23% cada uno. Estos eran los Rocha. Ya al final del año, durante la Junta Anual de Accionistas, podrían conocer los resultados y hacer observaciones aunque sólo tuvieran carácter testimonial, pues el control estaba en otras manos. Ante esas circunstancias, Benjamin decidió consultar a la abuela Sara. La anciana habló con sus otros nietos, pero la ley los amparaba. Esa primavera sólo los bisnietos de dos de las familias fueron a buscar huevos de Pascua. Y la anciana lloró esa noche pensando que el corazón propone, pero los números son los que mandan.
  • 13. 13! 3. Más sabe una madre Nadie le enseñó a Don Santiago a llevar un negocio. En la escuela del pueblo apenas si entró unos meses a ese salón donde le enseñaron las multiplicaciones. Después, nada. A trabajar para sacar adelante a una familia marcada por las correrías de la bola durante la Revolución. Con su padre arrastrado por la leva y sus hermanos mayores huidos para no terminar con una bala en la frente o una cuerda en el pescuezo dizque por cobardes, el pequeño Santiago se hizo cargo de la tienda que su madre abrió en el frente de la vieja casa de adobe y piedra. Al principio sólo podía llevar las sumas y entender a fin de mes si había ganancias o pérdidas. Para lograrlo, le dijeron que debía vender a un mayor precio del que compraba y punto. Conforme fue creciendo, aprendió a diferenciar no sólo los precios, sino la calidad y, sobre todo, lo que necesitaban realmente sus clientes. No tenía caso comprar cosas buenas y baratas si duraban meses en los anaqueles. Conforme pasaron los años, el negocio creció, Santiaguito dejó el diminutivo y se convirtió en Santiago. Sacó adelante la casa de su madre, se puso a trabajar junto a sus hermanos cuando regresaron al pueblo tras la Revolución y se convirtieron en una familia no muy acomodada, pero que se daba sus gustos de vez en cuando. Cuando decidió casarse, lo hizo en grande, tanto por la boda como por los ocho hijos que tuvo, a quienes desde el principio enseñó a trabajar duro y sin chistar, machos y viejas por igual. Los mayores pronto entendieron el negocio, pues sólo necesitaban estudiar lo elemental en la escuela. A base de ensayo y error se volvieron de buen ojo y mejor tacto para descubrir la mercancía que se movería rápido. Pasado el tiempo abrió con sus hijos otras tiendas en la periferia de una ciudad cercana. Como el negocio se desplazaba, ellos también emigraron. Cada hijo e hija formó su propia familia y sólo el más pequeño tuvo la oportunidad de estudiar formalmente. Pero la vida dura no es una vida larga. Apenas don Santiago se había ganado a pulso esas tres letras antes de su nombre. Una apoplejía lo dejó postrado, inconsciente de por vida. Creyó que como siempre había trabajado, le quedaban muchos años productivos y no pensó en hacer un testamento. Ahora sus hijos debían decidir qué hacer con el negocio que ya abarcaba varias tiendas grandes, otras tantas pequeñas, una empresa de distribución y propiedades de muchos tamaños y valores. Renuente a concentrar todos sus negocios juntos, cada tienda y empresa estaba a nombre de alguno de sus hijos e hijas. Los mayores, con más años de trabajo, aparecían una y otra vez. Los más jóvenes tenían menos menciones. El menor apenas si aparecía en la compañía distribuidora.
  • 14. 14! Sentados en la sala de la casa, los privilegiados piensan en dividir los negocios. El hermano mayor lo explicaba: - Desde muy pequeño mi padre me obligó a trabajar y no tuve estudios profesionales como mi hermano el menor. Rara vez salí de vacaciones y mis hijos fueron educados en escuelas públicas. Ahora la situación es distinta, pues afortunadamente van bien los negocios y siento que nos corresponde mayor participación porque nosotros fuimos los que los hicimos crecer junto con nuestro padre. No es justo que el hermano menor tenga la misma participación en los negocios que nosotros. El más joven y más preparado, el que tuvo la oportunidad de estudiar carrera profesional y maestría en el extranjero, responde a sus hermanos: - No tengo la culpa de ser el benjamín de la familia y haber tenido la oportunidad de prepararme mejor que ustedes para dirigir al grupo de empresas que nos deja nuestro padre y quizá más capacidad para operarla. ¿Por qué no debo recibir una parte igual a todos? La madre, que nunca tuvo conocimiento de los negocios de su marido pero sí del alma de sus hijos, negoció repartos parciales y no totales mientras el benjamín convino en dirigir los negocios, prometiendo que haría su mejor esfuerzo en llevarlos por buen rumbo. Además se comprometió entregar a cada hermano y hermana dividendos suficientes para vivir decorosamente, convenciéndolos de que su trato sería en calidad de accionistas y no de empleados.
  • 15. 15! 4. La parábola que no fue Manfredo se levanta del reclinatorio que tiene en un pequeño rincón de su casa, se persigna y camina por el pasillo que lo lleva a su estudio. Ahí lo esperan dos mujeres y un hombre que son su razón de ser. Siempre ha sido un hombre muy religioso. No va a misa todas las mañanas como algunas de sus amistades, pero cumple a cabalidad los mandamientos, realmente hace ayuno en Semana Santa y tiene un pequeño secreto: desde hace años apoya a dos asociaciones de beneficencia. Es un secreto porque así lo decidió, siguiendo la máxima de que su mano derecha no sepa lo que hace la izquierda. Incluso cuando fallezca, existe un fideicomiso donde depositó el dinero suficiente para mantener su apoyo durante varios años y que se activará automáticamente tras su muerte. Así es como Manfredo se ha hecho de un nombre en casa y en los negocios, apoyando siempre a quien él considera que lo necesita. Además de la ayuda a las dos asociaciones, también estuvo apoyando a sus cuatro hijos, pues desde que terminaron sus estudios pasaron a formar parte de la nómina de sus negocios y, durante más de veinte años, se comportaron como si los negocios fueran de ellos y no de la familia. Sin embargo ya no será así. Manfredo acaba de asistir al entierro de Rafael, su tercer hijo, con quien aprendió a decir “no sé” cuando de pequeño le preguntaba la velocidad a la que se movía una nube o la altura de un árbol en el horizonte, quien trepaba un árbol para brincarse la barda del vecino cuando se volaba el balón de futbol y luego tocaba a su ventana porque no podía regresar a su patio, quien rompía los pantalones más pronto que el resto de sus hermanos, quien vivía tan de prisa, que la cuerda se le acabó poco antes de cumplir los cuarenta. Para Manfredo ha sido algo muy difícil, pero que no está en sus manos. Tras un triduo especialmente doloroso al ver las muestras de apoyo de personas a quienes hacía años no veía, ahora se encuentra a mitad del pasillo que lo lleva a su estudio. Ahí lo esperan su hijo mayor Gabriel y los otros dos, Miguel y Víctor, además de su esposa Graciela y Martha, la viuda de su hijo Rafael. Hace un rato, sentado en el reclinatorio, Manfredo reflexionaba sobre los meses pasados y la petición de su hijo mayor: “Necesito un préstamo de tu parte o bien un reparto anticipado de los legados que has puesto en tu testamento a mi favor para materializarlos y convertirlos en flujo de efectivo y así establecer la compañía que siempre he soñado sin mis hermanos.” Él, que tanto ayudaba a quienes estaban a su alrededor, escuchaba a Gabriel decir que no quería trabajar con sus hermanos. Recordó entonces la parábola del hijo pródigo. El muchacho era capaz de arrojar por la borda todo el legado que le entregase su padre, despilfarrarlo y después querer regresar al seno familiar cuando ya no tuviera un centavo.
  • 16. 16! No, éste no era el caso. Gabriel era quien operaba diversos proyectos que resultaron muy productivos hasta convertirse en su mano derecha, recibiendo amplísimos poderes para manejar las finanzas. Aquí, a diferencia del relato bíblico, la posibilidad de que el hijo fracasase en su propio proyecto se reducía considerablemente. Y ahora, con el deceso de Rafael, el asunto se complicaba. ¿Qué hacer? ¿Dejar volar al hijo experto en finanzas y preparar a otro hijo para sucederlo? ¿Contratar a un profesional externo? ¿O convencerlo de que continuara apoyándolo en los negocios de tiempo completo con una remuneración superior a la de los demás hijos? Avanzó por el pasillo. Al final de éste se veía la luz de la oficina. ¿Y si los dejaba partir? Después de todo, él mismo inició con mucho ánimo e ilusión, sólo con eso. Ahora sus hijos tendrían al menos su respaldo y la oportunidad de emprender su propio sueño de empresa. Al reunirse con su familia ya había tomado una decisión: los dejaría volar y que cada uno tomara su propio camino. Para ello, tendrían la bendición de su padre y una parte de su herencia en vida. Son muy importantes los tiempos en que los hijos inician su vida laboral, pero más importante es que trabajen en lo que les gusta hacer. “Zapatero a tus zapatos”.
  • 17. 17! 5. Cría cuervos Doña Sofía cierra el sobre y se lo entrega al abogado. Al interior, entre palabras dulces y consejos sabios, la mujer acaba de repartir su corazón entre una parvada de cuervos. Su abogado le toca el hombro y apenas alcanza a pronunciar las primeras palabras de algo que parece un cumplido, doña Sofía levanta la mano y lo interrumpe. Han sido días muy agitados para ella y lo que necesita es descansar. Su hijo menor, que no sabe qué la trajo con el abogado, la espera en la antesala. Doña Sofía se levanta de la mesa y le da la mano al hombre de traje oscuro y corbata azul que desde hace tanto tiempo es digno de su confianza por una razón muy sencilla: fue el hombre de confianza de su marido y, desde que se le adelantó en el camino, ella mantiene el mismo compromiso que él inició. El abogado toma el sobre y lo pone a un lado de su escritorio. Han platicado del asunto por varios días y ahora que doña Sofía ha terminado de firmar los papeles, siente que su responsabilidad es mayor. La confianza se paga con confianza. La viuda de su cliente y amigo lo ha convertido en parte importante del futuro de su familia, pues cuando ella ya no esté, él deberá abrir ese sobre, tomar el testamento y repartir los bienes que contiene a pesar de las discusiones familiares que seguramente se producirán. Cuando eso suceda, más de uno se molestará y quizá alguno de ellos hasta intente pelear la repartición, pero es la decisión de la madre y deberán aceptarla. Doña Sofía, previendo eso, decidió no hacer la repartición en vida. No podría soportar las discusiones sobre la sucesión, discusiones que le harían mucho mal a su corazón por dos motivos: el de la salud y el del cariño. Ella debía pensar como su marido quien, a final de cuentas, hizo la mayor parte de la fortuna familiar: todos merecen la misma parte, aun cuando unos han estado más cerca de ella que otros. Durante días hicieron un inventario de los bienes. El problema era que sus tres hijas vivían en casas que formaban parte de la herencia. Tenían acciones de dos empresas y otras propiedades que uno de los hijos rentaba pero que quería comprarles en vida, a buen precio, para no tener problemas en un futuro con sus hermanos. Ante la presión de la familia, por un momento consideró la idea de repartir las propiedades y quedarse con su usufructo. Finalmente, tras recordar algunos pasajes turbios en su familia, decidió que no lo haría. No repartiría en vida ninguna propiedad ni acciones de empresas porque, de hacerlo, la familia dejaría de ser familia. “Cuando se sale el primer grano se desgrana la mazorca –decía su marido – y muchos cuervos se alimentan de los granos sueltos”.
  • 18. 18! Tampoco podía permitir que ellos las repartieran cuando falleciera porque sería muy difícil que se pusieran de acuerdo en el valor y podrían pasar años discutiendo el asunto. Ella debía cumplir esa tarea y nadie mejor que su abogado para ayudarle. Así pues, acordó reunirse con él una vez al año para evaluar el valor de las propiedades y revisar la distribución de la herencia. Para ello, cada mes de abril debía pedirle a su hijo menor que la llevara con el abogado y ahí, en la soledad del despacho, tomaría las decisiones que ninguno de sus hijos conocería sino hasta el día en que ya no estuviera más con ellos. Doña Sofía sabía que tarde o temprano la mazorca se desgranaría, pero no quería estar ahí para verlo.
  • 19. 19! 6. Corresponsables No era la habitual cena mensual. Catalina y Miranda observaban absortas a sus maridos, sin perder una palabra. Era la segunda vez que se reunían en una semana y parecían haber llegado a una conclusión. Sergio y Salvador no sólo eran sus maridos, sino hermanos gemelos que crecieron muy unidos. Cada mes, desde que se casaron, se reúnen a cenar y es común ver cómo brotan los mismos chistes y las trilladas anécdotas que ellas ya han escuchado a lo largo de los últimos veinte años, cuando comenzaron a salir con esos hombres rubios de baja estatura y el cabello casi hasta los hombros. Entonces eran estudiantes de ingeniería, rebeldes y soñadores, que deseaban construir rascacielos, presas y puentes por todo el mundo. Ahora, sin embargo, en estas reuniones, desean construir algo más sólido: el futuro de sus familias. Ambos hablan sobre responsabilidades, pactos y compromisos. No están creando un contrato cualquiera, es el papel que les dará la tranquilidad que buscan. Con este testamento, cada uno está dejando en manos del otro sus negocios en caso de que él y su esposa fallezcan ya sea en un accidente o por alguna enfermedad, hasta encontrar a un director general competente para llevar por buen camino sus negocios. No es un contrato fácil de cumplir. Implica un compromiso especial: el hermano sobreviviente deberá atender sus propios negocios así como los de su hermano difunto, dando cuenta de los mismos a sus hijos al entregarles el control cuando lleguen a la mayoría de edad. Sergio llegó hoy con una novedad. Más allá de un testamento universal, la mejor opción parecía ser un fideicomiso testamentario con reglas de sucesión, venta, administración y control familiar sobre las acciones. – Lo relevante de esta propuesta –añadió Sergio –es que podemos establecer un Comité Técnico, similar a un Consejo de Administración, para cumplir con nuestros deseos y compartir la carga con otras personas de nuestra confianza, como inicialmente lo teníamos contemplado. Salvador puso la mano sobre el hombro de su hermano. – A nadie más se lo confiaría, pero entiendo que no es un trabajo sencillo y cada uno debe velar también por sus intereses. Lo más conveniente es pensar en cómo vamos a armar esos comités técnicos para cada uno. Absortos en su plática, Salvador y Sergio continuaron revisando y discutiendo animadamente los pormenores de sus propios testamentos y la forma como se manejarían sus empresas cuando ellos ya no estuvieran al frente de ellas. Siguieron platicando sobre sus asuntos, sin percatarse de que sus esposas los veían con esa mirada que algunas mujeres reservan para quienes realmente admiran.
  • 20. 20! 7. El cromosoma Carlos IV estaba nervioso. Nunca se había enfrentado a su padre de esta forma, pero había llegado el momento. Y tenía motivos para hacerlo; pero, sobre todo, tenía las pruebas para demostrarle lo equivocado que estaba. Se paseaba por la recepción de su despacho. Hace apenas unos momentos era el principal apoyo en los negocios de su padre, Carlos III. Tras la llamada que acababa de finalizar, ya no estaba tan seguro. El director de uno de los negocios descubrió que una de las empleadas era parte de la familia dueña del negocio. Usaba otro nombre y trabajaba por petición directa de Carlos IV, el mismísimo padre de la joven. Carlos III estaba furioso al punto de gritarle por teléfono. Entonces su padre le exigió que no se moviera de su oficina, que él iba para allá porque esto debía arreglarse en persona y no a través de un “aparatejo”. También le ordenó que no hiciera ni una sola llamada, mucho menos a su hija. “Aparatejo”. Cuando su padre dejaba de ser correcto al hablar era porque realmente pasaba algo digno de recordar. Carlos IV le pidió a su secretaria que lo dejara solo, tendría una reunión con su padre y no aceptaría ninguna interrupción. Es más, le pidió que mejor se retirara a su casa y ya mañana verían los pendientes La joven apenas balbuceó un “si, señor, como usted diga”. Se levantó y recogió su bolso. Carlos IV pensó que debía tener la cara encendida de coraje porque ni siquiera se detuvo a apagar su computadora. Simplemente salió por la puerta lo más rápido que pudo. Cuando la vio irse, asustada y sin hacer preguntas, entendió que había hecho bien cuando introdujo a su hija en la empresa. La puerta de la oficina estaba por cerrarse tras la salida de la secretaria, cuando se abrió de nuevo de un golpe. Carlos III ni siquiera se detuvo frente a él. Siguió avanzando y le ordenó entrar a la oficina. El hijo cerró primero la puerta de la recepción cuando escuchó a su padre decir: - No la cierres que traigo cola. Atrás de él entró Carolina, motivo de la discusión. Los tres entraron en la oficina. Carlos III batallaba por articular palabra. “¿Cómo se te ocurrió hacer eso? Ya conocías las reglas de la familia: sólo los hijos varones trabajan en el negocio. Tres generaciones respetando las reglas. Tres Carlos habían dirigido con éxito el grupo de
  • 21. 21! empresas para que ahora el Carlos IV, quien muy probablemente mandaría en el futuro, hiciera su santa voluntad y mandara todo al caño”. - Tu hija, a quien quiero tanto, puede ser la culpable de que nunca dirijas los negocios de la familia. Carlos IV pasó su brazo por los hombros de Carolina antes de responderle. - Precisamente por ella hice lo que hice. Es mejor que muchos de tus nietos, está más capacitada que varios mequetrefes a quienes les das empleo para que no acaben dando lástima y manchando el apellido, pero sólo por ser mujer no la puedes dejar fuera de lo que legítimamente le corresponde. - Yo soy quien decide qué le corresponde –le espetó Carlos III–. Le puedes heredar el esfuerzo de tu trabajo, pero el esfuerzo del mío es algo que a ti no te toca decidir. - ¿Entonces prefieres que se desarrolle en…? - Las mujeres... Carlos IV lo detuvo en seco. - No hables de las mujeres porque aquí veo a muchas trabajando. Sólo a las mujeres de la familia no las dejas participar. ¿Qué las hace diferentes? - Tenemos reglas. - ¿Y qué? ¿Acaso no es hora de cambiarlas? ¿O tampoco las dejarías salir a votar? - No seas exagerado ni ridículo. - ¿Exagerado? ¿Ridículo? ¡Pero si esas reglas son de hace tanto tiempo que se han vuelto obsoletas! El abuelo las impuso antes de que la mujer tuviera derecho al voto o incluso que tuviera la oportunidad de estudiar. Entonces las mujeres que asistían a la universidad eran consideradas bichos raros. Los tiempos cambian. ¿O acaso eliminarás todas las computadoras y regresarás a las viejas máquinas de escribir? ¿Enviarás un emisario con los contratos y guardarás tus acciones en una caja fuerte empotrada en la pared del despacho? Carlos III endureció la quijada. Su hijo vio que era la oportunidad que estaba esperando para hablar sin interrupciones. Se acercó a su hija y la condujo en medio de los dos. - Ahora la tienes enfrente. Dile por qué no puede trabajar en los negocios de la familia. Explícale que si fuera hombre, tendría las puertas abiertas, que aquí el problema no es de capacidad sino de cromosomas. Y de paso, pídele que se lo diga a sus tías, que nunca tuvieron posibilidades de demostrar su valía. Y a sus primas, que forman parte de la familia, pero sólo de una parte. Carlos III miró a Carolina.
  • 22. 22! - Algo hay que cambiar –le dijo, mientras tomaba su “Blackberry” y hacía una llamada al Director de una de las empresas, sin necesidad de cables ni de que una telefonista los enlazara.
  • 23. 23! 8. No habrá tercera El ingeniero Gustavo siempre tuvo buena salud, pero las últimas semanas habían sido tan complicadas para la empresa, que pocos se sorprendieron cuando se ausentó dos días seguidos a la oficina. Él, que siempre se jactó de que primero nevaba en Hawai antes que lo tumbara una gripa, tenía semanas de sufrir de una gastritis severa y todos sabían la razón: el licenciado Marcelo. Como su hijo mayor, Marcelo era el miembro más conocido de la familia dentro del negocio. Desde hacía unas semanas también era el Director General por decisión de su padre. Marcelo conocía el negocio desde sus entrañas. Su padre lo fue metiendo poco a poco, sin darle privilegios. Aun así, no dejó de sorprender que sustituyera en el puesto principal al licenciado José Manuel, quien durante diez años había cumplido con creces su cometido. La empresa creció tanto como cuando la manejaba el ingeniero Gustavo. Ahora el rumor era que el Licenciado José Manuel se iba muy dolido con la competencia. Mala noticia. Lo que nadie sabía era la verdadera razón por la cual el ingeniero Gustavo se había ausentado: la gastritis le atacó cuando despidió a su propio hijo de la empresa. Ya le había advertido al muchacho sobre las ideas de algunos de sus amigos que lo invitaban a entrar en negocios muy diferentes a los de las empresas familiares. Una mañana de hace siete semanas, Marcelo le dijo: - Quiero continuar siendo el Director General de los negocios de la familia y tener a la vez un negocio propio. Su plan era abrir una nueva empresa como accionista mayoritario y con sus mejores amigos como socios minoritarios. Además contaba con el capital necesario para el nuevo negocio. La respuesta de su padre fue contundente: - El puesto de Director General de los negocios familiares requiere de tiempo completo. Si haces lo contrario, quedarás despedido. Una semana después, para su asombro descubrió que la nueva empresa existía. Entonces tuvo que actuar como nunca pensó que lo haría: despidió a su propio hijo y la gastritis comenzó a hacer de las suyas. Ahora, sentado en la sala de su casa, espera la visita de ese terco muchacho que lo desobedeció a sabiendas que, tarde o temprano, él se enteraría. Su esposa le dio un adelanto del motivo:
  • 24. 24! – Está arrepentido y quiere una segunda oportunidad. El ingeniero Gustavo no tardó en tomar la decisión de aceptarlo de nuevo en la empresa. Solamente existe una condición: no habrá una tercera oportunidad.
  • 25. 25! 9.Construir sobre ajeno Hipólito siempre ha desconfiado de abogados y contadores, por eso lleva varios días pensando una y otra vez si está haciendo lo correcto. No es que sean personas malas ni mucho menos, incluso varios de sus amigos practican esas profesiones, sino que su lenguaje parece blindado. Cuando comienzan a usar términos técnicos, no les puede seguir las ideas. Es demasiado para él. Afortunadamente algo aprendió durante los años de trabajo con su padre. En cambio, cuando habla de precios por metro cuadrado o depreciaciones, pendientes de construcción y flujos vehiculares, Hipólito se encuentra en su ambiente. La tierra lo llama y él le responde. Con los años aprendió que los edificios y casas son de las pocas cosas que sobreviven a las devaluaciones con pocas o nulas pérdidas. Además, sirven muy bien para garantizar créditos y pagar todo tipo de deudas. Eso lo aprendió desde pequeño, cuando su padre le sugirió un día: “Forja tu patrimonio, muchacho, te propongo que construyas una casa sobre un terreno de mi propiedad, te servirá para que la rentes y entres al mundo inmobiliario donde he crecido con mucha fortuna. Cuando te cases, podrás irte a vivir ahí o hacer con ella lo que te plazca”. Con el correr de los años, Hipólito descubrió que ahí estaba el ambiente en donde quería crecer: comprar y transformar, construir locales y, con ellos, construir su futuro. Al fallecer su padre, él recibió la parte que le correspondía y siguió con el negocio. Ahora, ya grande, enfrentaba el mismo dilema que una vez tuvo su padre: ¿Cómo distribuir la herencia? ¿Cómo ir metiendo a sus hijos en el negocio sin descuidar su propia tranquilidad? Los abogados le daban muchas opciones, pero él se inclinaba por la que utilizaron con él cuando se iniciaba en el negocio. No sabía cuál era su nombre técnico, pero era lo menos importante, para eso estaban los abogados y los contadores. Cuando falleció su padre, cada uno de los hijos heredó los terrenos que él decidió dejarles. Su viejo –y ahora él lo entendía bien –pensaba que era mejor dejar como dueño de una casa o local comercial sólo a uno de sus hijos y no volverlo copropietario junto con sus hermanos porque entonces podían aparecer dificultades al momento de vender o rentar. Tiempo antes, su padre le dio la seguridad necesaria cuando les donó la nuda propiedad. “¡Qué palabrita!”, decía Hipólito cada vez que la escuchaba. Y se quedó con el usufructo vitalicio. “¡Otras dos palabritas!”, repetía Hipólito. De esa forma, le explicaba, quedaba protegido si buscaban embargárselo por no pagar deudas y. por otro lado, Hipólito tenía un documento que le aseguraba que ese inmueble en donde construía estaba destinado a él.
  • 26. 26! Ahora Hipólito tomaba el papel que uno día tuvo su padre. Estaba en la misma posición que tantos años atrás correspondía al viejo y agradeció al cielo que aquel hombre fuese tan bueno para entender de leyes porque él, malo para esos asuntos, seguiría su huella, ya probada, dejando para la siguiente generación no solamente un patrimonio sino la agudeza mental de aquel hombre que ya no estaba con ellos. Desconfiaba del lenguaje de abogados y contadores, pero confiaba en las enseñanzas de su padre y, en este caso, eso era más que suficiente.
  • 27. 27! 10. Los caprichos del Señor Cuando Abelardo entró a la zona de la alberca de casa de su cuñado, intuyó que el señor ya estaba en la fiesta. La música de fondo se mantuvo incólume, pero los comentarios de los invitados se fueron apagando poco a poco. Junto a él, su esposa Mariana lo tomó de la mano mientras pasaba la otra sobre los hombros de su hija Roberta. El señor ya sabía de su llegada. Hacía meses que Abelardo debía fingir no darse cuenta de las camionetas –un día blanca, otro día verde– que se aparecían invariablemente apenas dejaba su casa, porque el señor siempre quería saber dónde se encontraba y él evitaba esa vigilancia cuando en realidad le interesaba hacerlo. Era tan sencillo como cambiar de auto con alguno de sus ejecutivos de mayor confianza e incluso dos veces se metió en la cajuela de un auto. Abelardo lo tomaba como una de las tantas manías de su suegro e incluso pensaba que desde antes de tener el problema ya estaba permanentemente vigilado, quizá desde que se casó con Mariana y fueron juntos a estudiar a Princeton. En cambio para el señor, esas desapariciones de sus perseguidores eran un ejemplo más de que lo estaban convirtiendo en víctima de una estafa de grandes proporciones, de un engaño largamente preparado para quedarse con su fortuna, con toda su fortuna. Abelardo y Mariana caminaron entre los invitados, quienes ya imaginaban que suegro y yerno se encontrarían, si no en ésta, seguramente en otras celebraciones. Roberta avanzó hacia su abuelo y lo saludó con un abrazo que pareció tan frío como el agua de la piscina tras de ellos. Mariana hizo lo mismo, acaso un poco menos gélido. Abelardo se mantuvo a distancia y caminó rumbo a la barra, tratando de que no se notara el desaire pues, como decía su difunta madre: “La ropa sucia se lava en casa”. Apenas llegó a la barra, apareció Balbina, hermana de Mariana y anfitriona de la fiesta. Eran amigos desde hacía años, incluso desde antes que él conociera a su mujer. Esa confianza le permitía ser uno de los pocos que podía regañarla por su manera de beber. Al señor tampoco le gustaba eso. Estaba supliendo su autoridad familiar. Balbina se dejó caer en uno de los loft y tomó la mano de Abelardo. - Esto que se traen ustedes dos está afectando a toda la familia. Abelardo ni se inmutó. - No se si te interese, pero mi madre no duerme bien desde que ustedes dejaron de ir a comer los domingos a la casa. Esto no es un problema de ustedes, es un problema de la familia que ya afectó a personas inocentes. - Lo sé, mujer, lo se; pero es que tu padre ya está senil y tanto poder durante tanto tiempo lo ha hecho creer que él siempre tiene la razón.
  • 28. 28! Balbina sonrió. - ¿Y no es así? Abelardo se puso serio. - No te contesto mal porque eres mi cuñada y mi amiga. Balbina lo tomó del brazo. - Y la anfitriona. - También. - Pues entonces cuéntame tu versión porque papá te pone como Judas. No, peor que Judas porque dice que, al menos, él vendió a uno que no era de su familia. Abelardo giró la cabeza, esperando que ninguna oreja indiscreta lo estuviera escuchando. - Es muy simple. Tu padre perdió el piso. Tiene dinero porque heredó una gran fortuna a la que yo contribuí desde antes de casarme con tu hermana. Hicimos muchos negocios, las cosas marchaban bien y no existían problemas, hasta que llegaron las vacas flacas. - Las malditas vacas flacas –dijo Balbina mientras le daba un gran trago a su bebida. Abelardo le quitó el vaso de la mano y lo colocó sobre la mesa. - Entonces, aunque los negocios eran rentables, comenzamos a padecer por el flujo de efectivo. Para salir del problema consideramos la idea de vender sus acciones de una de las empresas. - La de las conservas –interrumpió Balbina- ‘de-li-cio-sas’. Todavía las compro sin que se entere mi papá. De hecho te cuento un secreto: pedí que las pusieran hoy en los postres, pero sin mencionar de dónde salieron porque entonces a mí tampoco me hablaría. Abelardo sonrió. Así era Balbina. Sobria o no, tenía esos detalles de niña malcriada que le hacían tanta gracia. - Esa misma empresa. Los compradores nos presentaron una carta de intención que especificaba los aspectos más importantes y un calendario de los abonos que recibiría. A tu papá le pareció bien porque terminaba con acciones que consideraba más valiosas que el efectivo. Pero luego las cosas de la economía no avanzaron conforme al plan y a él no le gustó que después yo recibiera más efectivo que él por mis acciones, pero así lo habíamos convenido. Ahora él quiere parte de mis ganancias y, además, que yo me quede con las acciones que valen menos de lo planeado. Está cambiando las reglas a mitad de la partida y eso no se vale. Balbina levantó su vaso de la mesa.
  • 29. 29! - Así ha sido siempre papá. - Lo sé, pero no voy a dejar que perjudique a tu hermana y a mi hija. Al final, quienes van a ganar serán los abogados, esos pocas veces pierden. - La verdad –dijo Balbina mientras se levantaba- esto es una lástima. Sobre todo porque es un pleito por algo que apenas figura en el dinero que tiene papá. Es más por orgullo. Sentado, mientras observaba a Balbina desaparecer entre los invitados, Abelardo pensó que ese orgullo se estaba llevando a la familia de encuentro. Podía desistir, pero eso solamente haría más caprichoso a su suegro. El señor debía aprender, por más grande que estuviera.
  • 30. 30! 11. La elección A Vicente siempre le ha gustado el campo, los terrenos abiertos, el sol colándose entre los árboles y el olor a hierba fresca en las mañanas. Abrir los ojos y descubrir un amanecer siempre bello y siempre distinto, igual a la mujer con quien se casó hace unos meses y que ahora lo acompaña en sus escapadas por la naturaleza. De joven, Vicente tuvo la oportunidad de participar con los Boy Scouts, pero su padre se negó porque desaprobaba cualquier tipo de actividad donde no pudiese tener el control y las largas caminatas o el ejercicio rudo nunca fueron de su agrado. Tampoco los deportes de contacto estaban permitidos. Vicente tenía algunos amigos que participaron en ese tipo de actividades y, en secreto, los envidiaba. Hoy, sin embargo, es otro pensamiento el que invade su mente mientras observa cómo el aire mueve la copa de los árboles. Su reciente matrimonio lo ha empujado a pensar durante meses en la misma idea: independizarse del negocio familiar. Sus hermanos tienen acaparada la principal empresa de su padre y no ve cómo puede tener futuro dentro de ella. Cristian, su hermano mayor, hace quince años que labora ahí y lleva unos años de manejarla casi por completo, por lo que se siente el legítimo heredero de ella. Como el menor de tres hermanos, Vicente entiende que le llevan ventaja en la carrera, aunque eso no lo desanima. ¡Hay tantas cosas por hacer fuera de la familia! Su padre es un hombre de ideas fijas y se lo ha demostrado muchas veces, no solamente cuando se negó al permiso de los boy scouts, sino en la elección de la universidad para la carrera y el posgrado. Él desea que los negocios sean asignados en vida a los hijos. El equivalente a un legado, pero en vida. Así las cosas, Vicente tendría inmuebles en vez de negocios y una participación en otra empresa más pequeña y que a él no le interesa. Desde que hizo su posgrado, Vicente tuvo la oportunidad de laborar como consultor en una empresa ajena a la familia, conocía el ambiente fuera de la empresa y se veía con oportunidades, pero sobre todo con el afán de demostrar que no todo dependía de las decisiones de su padre. Hace unos días, antes de tomar su mochila y subirse a su camioneta 4 por 4, le planteó a su padre tres opciones: Dejarlo participar en el negocio principal con responsabilidades y participaciones similares a las de sus dos hermanos. Ayudarlo financieramente a iniciar su propia empresa sin la compañía de sus hermanos mayores. Dejarlo libre de compromisos para así forjarse un futuro en el mercado laboral.
  • 31. 31! No sabe cuál será su decisión, pero está seguro que, si no lo satisface, buscará su propio camino, ya no permitirá otra negativa como la de los boy scouts. Es bastante adulto como para tomar sus propias decisiones.
  • 32. 32! 12. Mis mujeres Francisca, Fernanda, Fátima, Flora y Fidelia eran las cinco mujeres que llenaban la vida de Fernando, dueño de una fábrica y de dos empresas de servicios. Su esposa, su hija y sus tres nietas eran todo para él. También hubo un hijo, pero un extraño brote de tuberculosis acabó con él a muy corta edad. A partir de entonces, sólo tenía ojos para aquellas mujeres. El patrimonio acumulado a lo largo de toda su vida estaba dirigido íntegramente hacia su hija. Así lo tenía contemplado en su testamento desde años antes. Desgraciadamente, había nubarrones en ese futuro perfecto que estaba planeando: Fernanda no terminó sus estudios profesionales y se casó muy joven. David, su yerno, trabajaba con él desde entonces. Era buen muchacho, serio y responsable, pero poco preparado para el tipo de negocios de Fernando. Veía que el muchacho hacía su mayor esfuerzo, pero era inútil. “Le falta coco”, dirían sus amigos, y Fernanda lo percibía. En los últimos años, las discusiones sobre su desempeño y los efectos que esto tenía en la empresa terminaban irremediablemente en pleitos conyugales que volvían difíciles las relaciones tanto en el matrimonio como con el resto de la familia. Por lo mismo, Fernando temía lo peor: una vez que él ya no estuviera, David y Fernanda quizá terminarían separándose y todo su trabajo se derrumbaría por largos pleitos legales. Fernando se cuestionaba una y otra vez cual sería el mejor camino para dejar asegurada a su única hija y a sus tres nietas. El problema principal para lograrlo era que ni su esposa Francisca ni su hija Fernanda conocían o participaban en el negocio. Él mismo las había acostumbrado a estirar la mano y recibir el efectivo necesario para vivir bien y darse sus gustos y lujos. Desde que comenzó a realizar reuniones con su asesor las cosas parecían aclararse. Analizaban alternativas que le dieran tranquilidad y, sobre todo, garantizaran su patrimonio. Después de varios meses, optó por constituir en vida un fideicomiso de administración, aportando las acciones de sus negocios y también sus inmuebles, estableciendo las reglas de distribución al momento de su muerte a favor de su cónyuge, hija y nietas con ciertas reglas que consideró necesarias en tales circunstancias. Mientras él viviera, podrían hacerse los cambios necesarios a esas reglas. Así quedarían protegidas sus mujeres. Las cinco mujeres.
  • 33. 33! 13. ¿Cuánto vale? Carmelo estaba desconsolado en su cuarto. Acostado, con una almohada entre las piernas y la cabeza bajo otra, trataba de entender lo que había sucedido horas antes. Su abuelo se lo prometió desde la primera vez que lo tuvo a su lado y estiró la mano temblorosa para tocarlo. Ese día, don Facundo lo tomó de la cara y le dijo frente a frente: “Si lo cuidas bien y se entienden, será tuyo cuando yo muera”. Entonces Carmelo desconocía todo sobre la enfermedad progresiva de su abuelo y ahora tampoco entiende por qué se lo quieren quitar. ¿No confían en su palabra? No tiene razones para mentirles, siempre ha sido obediente, respetuoso y tiene buenas calificaciones. Es cierto que muchos quieren a ese caballo, pero su abuelo se lo regaló. ¿Cómo le hará para convencerlos? Hace rato que su padre abandonó la habitación. Él le cree porque conoció muy bien la relación entre abuelo y nieto, pero nada puede hacer al respecto. Es la parte de la herencia que más problemas ha dado, quizá la de menor valor económico, pero cuando los sentimientos se ven envueltos, la cosas toman un valor desproporcionado si no se conoce la historia que pueden cargar un par de mancuernillas o una carta de amor. Don Facundo siempre fue un hombre previsor. El padre de Carmelo dice que heredó en vida sus bienes y lo hizo con justicia, incluyendo a sus nietos. Sólo que hay objetos que no se pueden heredar hasta que uno parte a una mejor vida. Repartió entre sus hijas en legados las acciones inmobiliarias. Carmelo no entendía esa palabra, pero como la usaba mucho su padre, entonces seguramente debía ser algo importante. A sus hijos, en cambio, les entregó las acciones de la Holding. Sus otras casas, terrenos, edificios y ranchos los distribuyó entre la familia, incluyendo preferentemente a Facundito, uno de sus hijos con discapacidad, con quien Carmelo pasaba horas enteras cepillando a El Pachorro, el caballo que aseguraba le regaló su abuelo pero que no le querían entregar. La generosidad de don Facundo incluyó a un grupo de asociaciones civiles dedicadas a proporcionar ayuda médica en las serranías del norte del país, de donde había salido su padre hacía muchos años con la firme idea de hacer fortuna en la ciudad. El padre de Carmelo decía que todos en la familia estaban de acuerdo con la distribución. Era justa y equitativa, con excepción de tres artículos: un anillo de plata y lapislázuli que don Facundo recibió como regalo de una de las congregaciones religiosas más importantes del país como reconocimiento a su obra social, un reloj Rolex de oro que usó durante sus últimos veinte años de vida y el caballo negro Pura
  • 34. 34! Sangre que Carmelo sentía suyo. ¿Cuánto valían esas propiedades? Demasiado. Era imposible tasarlos por su valor monetario, estaban atiborrados de recuerdos, sentimientos que estaban incrustados en sus curvas, sus manecillas o sus oscuros y fornidos músculos. Carmelo no lo tenía, pero tampoco dejaba de ser suyo. Se encontraba en el limbo entre los bienes impugnados. Algo habría que hacer porque los problemas estaban pasando a mayores: dos de los hermanos ya no se hablaban y querían dejarle la responsabilidad a la abuela, quien entre más intentaba mediar, más nerviosa se ponía. Ella propuso de todo, incluyendo una rifa familiar. La almohada estaba llena de lágrimas que desaparecerían con el tiempo. Otra cosa preocupaba a su padre: que esas lágrimas se volvieran resentimiento entre la familia. Todo por culpa de una repartición justa, pero incompleta.
  • 35. 35! 14. Ingratitud Hoy enterramos a papá. Fue una ceremonia privada, con poca gente pero muy cercana a la familia, sobre todo durante los últimos y difíciles años de su enfermedad. Aún no le hemos avisado a mamá. Además no lo entendería. Esa enfermedad de nombre alemán que sufre desde hace años le ha hecho perder no solamente la memoria sino hasta la mirada que –decía papá –lo conquistó en un instante. Es difícil aceptarlo, pero pronto se harán compañía y quizá lo vuelva a seducir en el más allá. Al funeral tampoco fueron Los Otros, pero ellos quedaron fuera del evento por orden explícita de papá. No los quería en su último acto público. Ellos, que recibieron todo de sus manos se vieron mezquinos en los últimos años, cuando papá realmente necesitó de su apoyo. Por eso les exigió no ir, porque no eran dignos de aparecerse y mostrar su dolor en público cuando en privado fueron tan indiferentes ante sus peticiones. Además, siendo francos, nunca aceptaron que papá se casara de nuevo, pero cuando murió su madre él aún era joven. ¿Qué esperaban que hiciera? ¿Que se dejara morir en vida? Imposible. Papá nunca los descuidó, siempre nos trató a todos como sus hijos, vivimos en la misma casa durante los primeros años y, cuando se casaron e iniciaron sus negocios, los ayudó tanto o más que a nosotros. Ahora lo entiendo. Para Los Otros, nosotros siempre fuimos los advenedizos. Se lo dijeron a papá cuando se negaron a regresarle las propiedades que él puso a nombre de cada uno de ellos, cuando apenas se iniciaba en los negocios. Para Los Otros no merecíamos su ayuda. Al contrario, nuestra existencia era una carga que consumía parte de su herencia. Como si uno pudiera decidir dónde nacer y quiénes serán sus padres. Tener la misma sangre ayuda, pero tener sólo parte de ella suele ser contraproducente. Papá descansa en la tumba familiar. Él la compró cuando murió 0iriam, la mamá de Los Otros. Ahí está ella y ahora papá la acompaña. Dentro de algún tiempo, espero que mucho, se les unirá mamá. Acaso alguno de sus hijos tendrá cabida si muere joven o antes de casarse y formar su propia familia, pero ninguno de Los Otros estará ahí. Papá lo dejó muy claro y cumpliremos su voluntad, cueste lo que cueste. A papá le fue bien en los negocios, hasta salía en la tele anunciando productos. Su nombre aparecía en todos los periódicos y eso le servía para conseguir buenas mesas en algunos restaurantes donde lo conocían bien. La gente lo detenía en la calle para saludarlo y no faltaba quien le pidiera un autógrafo. No salía en películas ni tenía un programa, pero de todas formas lo conocían en toda la ciudad. Para su desgracia, quedó viudo muy joven y decidió casarse con mamá. Los hijos que tuvo con su primera esposa –a quienes nosotros llamamos Los Otros –hicieron mucho dinero con sus negocios comerciales que papá les ayudó a fundar. Papá
  • 36. 36! también tenía sus propios negocios, pero como siempre faltaba dinero en casa, sacaba una y otra vez, por lo que nunca crecieron como era debido. Entonces debió recurrir a financiamientos bancarios, garantizando los préstamos con sus activos. Fue cuando enfermó mamá y poco después papá. Nosotros éramos muy chicos y no podíamos atender sus negocios y poco a poco perdimos las garantías de los préstamos. Fue cuando papá llamó a Los Otros. Les pidió que usaran como garantía sus negocios para mantener los de él. Ellos se negaron. Estaban dispuestos a cubrir los gastos hospitalarios de papá, pero no los de mamá. Por un momento, papá pensó demandar a sus hijos por ingratitud. Nunca lo hizo. Ahora que falleció, los bancos terminarán de rematar lo que nos queda. Los Otros ganaron en lo material, pero sé que no asistir al sepelio les afectará en lo moral porque todo lo que tienen fue gracias a que papá siempre les ayudó para salir adelante.
  • 37. 37! 15. Las vacas El joven Basilio se consideraba un hombre con suerte. Su abuelo, de quién heredó el nombre, comenzó un negocio inmobiliario, comprando terrenos cerca de empresas importantes de la ciudad. No parecían buenos negocios, pero cuando las empresas querían crecer, él era su única opción. También le gustaba comprar ranchos ganaderos, pues su familia venía del campo y eso lo hacía sentirse cercano a sus raíces. El abuelo era feliz rodeado de vacas. Con el tiempo, él también se hizo de tres pequeñas fábricas. Por esos años decidió juntar todas sus propiedades, excepto las fábricas, en una inmobiliaria que le permitía controlar mejor su patrimonio. Ya grande, el abuelo decidió donar en vida a cada uno de sus tres hijos varones el 30% de las acciones de la inmobiliaria y el 10% restante a su cónyuge. Chapado a la antigua, cuando el abuelo falleció dejó un legado más reducido para sus hijas porque consideraba que los negocios debían de dirigirlos sus hijos varones y les recomendó velaran siempre por sus hermanas. A pesar de las turbulencias en el país, sus negocios siempre salían adelante. Eran épocas de vacas gordas y parecían nunca acabar. Algunos de los nietos cobraban un sueldo sin trabajar y cargaban muchos gastos personales a las empresas. “Total – decían –las vacas siguen gordas y no pasa nada”. Hasta que, finalmente, llegaron las vacas flacas y devoraron a las vacas gordas. Fue cuando el padre de Basilio convocó a una reunión urgente de Consejo. La buena suerte se había terminado. Tras años de bonanza, los familiares del abuelo Basilio debieron tomar algunas decisiones importantes. Para comenzar, el trabajo en la empresa se enfocaría en recuperar la rentabilidad y establecer un fondo para su sana operación ante cualquier eventualidad. Eso significó reducir los gastos de la familia a poco más de la mitad eliminando, por ejemplo, los reembolsos a consumos personales que se cargaban al negocio, principalmente los gastos de viaje y los seguros. También debieron reducir la nómina e indemnizar al personal no indispensable, incluyendo algunos parientes. Por último, nombraron un Director General externo con los poderes necesarios para llevar a cabo su función con responsabilidad. Al final, quedó claro que no habría retribución parcial o total para cualquier miembro de la familia que no desempeñara un puesto en las empresas. Para seguir manteniendo a ciertos miembros de la familia, los hermanos decidieron ayudarlos, pero no a través de las empresas, sino a través de un fideicomiso de
  • 38. 38! administración que fue fondeado con la venta de un inmueble que permanecía como propiedad conjunta de los hermanos. Así, el nieto Basilio descubrió que hay buena suerte y que también hay épocas de vacas flacas, lo cual requiere de adecuaciones y reglas nuevas para que la empresa siga siendo viable y la familia viviendo de sus rentas.
  • 40. 40! 16. No te pases de listo Mauricio siempre tuvo mucho empuje. En la Secundaria se dedico a vender calculadoras musicales, plumas con reloj integrado y relojes con calculadora. Así, se hizo fama de emprendedor y de que para él nada era difícil. Con el tiempo, sus negocios se hicieron más formales, pero el riesgo siempre estaba latente: compra de terrenos en zonas poco prometedoras que no siempre resultaban rentables, inversiones en negocios de lavado de autos y locales de fiestas infantiles. Incluso participó en una empresa de ecoturismo regional que tuvo un éxito relativo y en una funeraria en un pueblo pequeño que por muchos años le generó un flujo constante para seguir buscando ideas novedosas. En la familia lo consideraban rara avis. Dedicados principalmente a la industria formal, sus padres y hermanos creían que, tarde o temprano, sus sueños fracasarían debido al amplio espectro de negocios que trataba de manejar. Era cierto que no siempre le iba como él deseaba, pero el balance era muy positivo y, lo más importante, era feliz haciendo lo que le gustaba. Por eso, cuando apareció el negocio de exportación de verduras a los Estados Unidos, no lo pensó ni un instante: ese podía ser el gran negocio que había estado esperando. Solamente tenía una dificultad: el financiamiento. Pudo conseguir una parte, pero le faltaba el grueso de la inversión. Había una solución: el tío Humberto. Cuando fue a platicar con él, se preparó a conciencia, le explicó los pormenores del proyecto y cómo pensaba echarlo a andar. El tío Humberto era hombre de palabra fácil y pensamiento difícil. Pocos podían hacer negocios con él debido a su tendencia a complicar las cosas. Tenía muy buen ojo para los negocios, pero no para elegir a sus socios. Por eso, cuando le pidió una cita y le explicó el motivo, el tío Humberto lo detuvo en seco: – Negocios con la familia son peligrosos. Ponemos todo bien claro y por escrito para que no haya desavenencias. Yo tengo mi familia y la cuido, no la voy a perjudicar, pero tampoco quiero que me vean como el tío que tiene dinero de sobra y se le puede sacar lo que quieran. Acomodado en un sillón junto a su abogado, el tío Humberto quiso probar la habilidad de su sobrino. - ¿Qué pasa si en un año te quiero comprar tu parte? Mauricio, sentado frente a él, apenas si parpadeó. - Te la vendo a buen precio.
  • 41. 41! - ¿Y cuál sería ese buen precio? –repitió el tío. - Su valor considerando los fierros, la marca y las utilidades de la empresa. Mauricio miró a su abogado y le señaló con el dedo índice. - Póngalo por escrito por favor. El tío siguió con el procedimiento usual en este tipo de convenios. Unos instantes después, Mauricio interrumpió la negociación. - Oiga tío, ¿y si yo le quiero comprar? - Hijo, ya dijiste cuál es la forma: el valor de los fierros, la marca y las utilidades. Mauricio se quedó callado un instante. - ¿Y no es negociable? El tío Humberto se tomó la barbilla y contestó despacio, esperando que su sobrino entendiera bien lo que deseaba explicarle: - En nuestra familia existe la palabra, por lo tanto, si uno se pasa de listo, paga las consecuencias. ¿Entiendes? Mauricio asintió. Entonces el viejo le pidió una hoja a su abogado y escribió en ella: “En caso de que un accionista de esta sociedad esté interesado en comprar a algún otro accionista sus acciones, en todo o en parte, se entenderá que el oferente está dispuesto a vender sus acciones al mismo precio y en los mismos términos de la oferta realizada para el caso en que el ofertado desee comprar las acciones del oferente, siempre respetando las reglas para la enajenación de acciones y los derechos de preferencia existentes”. Cuando terminó, se la pasó a su sobrino, con una nota final: “Somos familia y nos apoyamos; pero mantén tu palabra. No te pases de listo”.
  • 42. 42! 17. Regalos navideños - Mariana siempre ha sido muy lista -dijo Manuel Antonio. - Lista y responsable - completó su esposa Dora. Abrazados en el portal de su casa, ambos observaron a su hija marcharse, acompañada de su marido y de sus dos hijas, cargando los regalos navideños. Suben a su camioneta y las dos nietas corren al asiento trasero para agitar las manos y despedirse de los abuelos. Ellos hacen lo mismo. Cuando arranca la camioneta, su yerno da una vuelta en “U” para regresar al frente de la casa. Desde ahí, su hija les manda un beso, que ellos responden. Manuel Antonio cierra la puerta y abraza a su mujer. Hace unos minutos le comunicaron a su hija que, a partir del primer día del año, ella estaría al frente de los negocios de su padre. Ese fue su regalo de Navidad. - No es algo que desconozcas –le dijo Manuel Antonio, sentado en el amplio comedor–. Lo que deseo es hacerte legalmente responsable de lo que tanto trabajo nos ha costado. Y digo nos ha costado porque durante los últimos años lo hemos hecho entre tú y yo. Tu madre y yo hemos pensado esto muy bien y creemos que ya nos merecemos un descanso. - No el descanso que tú crees hija. Queremos viajar, pasar más tiempo juntos, disfrutar de tantas cosas ahora que todavía podemos movernos sin necesidad de enfermeras. - Y no nos queda mucho tiempo antes de que eso suceda –, completó Dora apenas aguantándose la risa. Ante la cara de preocupación de su hija, Manuel Antonio agregó de inmediato: - Estamos bastante sanos, hija, por eso despreocúpate. Cuando las dos nietas aparecieron, los abuelos las tomaron de la mano y las cargaron sobre sus piernas. Las niñas no querían eso, sino abrir los regalos que estaban bajo el pino rebosante de luces y esferas multicolores. Después de unos minutos de juegos infantiles, las niñas tuvieron el permiso para abrir los paquetes y corrieron a la sala. - Hablé con el abogado. Vamos a quedarnos con las rentas de las propiedades y pondré todas las acciones a tu nombre. A cambio, te pido que hagamos un contrato de usufructo para poder cobrar dividendos de las empresas que ya están a tu nombre y mantenernos confortablemente tu madre y yo durante nuestros últimos años. - No hables así, papá, te queda mucho tiempo –, le dijo su hija. - Así lo espero, pero de todas formas es mucho menos que el que te queda a ti o a las niñas –, respondió Manuel Antonio–. Con estos contratos ya no habrá necesidad de
  • 43. 43! testamento. Todo lo nuestro es tuyo desde ahora, sólo necesito recibir los dividendos para llevar una vida placentera y sin la necesidad de estar contando el dinero restante. La hija tomó la mano de sus padres y una pequeña lágrima, tan diminuta que no alcanzaba a resbalar por su rostro, se formó en su ojo izquierdo. - Firmemos el contrato, papá, bajo las condiciones que tú me indiques. Tú mejor que nadie sabes que aunque las cosas estén a mi nombre, todo estará siempre a tu disposición. Corriendo, las niñas llegaron al comedor con sus juguetes en la mano, cada una intentaba colocarlo lo más cerca posible de la cara de su abuelo y gritaban para enseñarle lo que podían hacer con ellos. Él, entre tanto alboroto, pensó: “Al final, todo nuestro trabajo no es ni para mí ni para mi mujer; ni siquiera para mi hija. Este esfuerzo es para las dos pequeñas y para los que vengan en las futuras generaciones”.
  • 44. 44! 18. La mesa donde todos ponen A Miguelón le duele la cabeza. Nunca ha sido bueno para los números y, ahora que se le amontonan en las hojas que le dieron sus hermanos, no sabe por dónde comenzar. La habilidad de Miguelón está en el trato con la gente. Sabe encontrarles el lado a los más ariscos, se gana la voluntad de la gente y es entonces cuando aparecen sus hermanos y cierran el negocio. Porque de eso se trata, de hacer las cosas en equipo. Su padre ha hecho muchos negocios y sabe las capacidades de cada hermano, por eso a veces invita a uno o a otro a acompañarlo en sus “aventuras”, como él mismo les llama. Así es feliz Miguelón, o al menos así era feliz porque, con los años, a su padre se le ha quitado el gusto por comenzar nuevas aventuras. A veces lo veía cansado, como con ganas de dejar los negocios y, otros días, lo veía con todo el ímpetu de los primeros años. Ahora parece que ya llegó la hora de jubilarse. Por eso invitó a todos los hijos a una carne asada en el patio de la casa. Le llamó la atención que su padre les pidiera dos cosas: la primera, que llegaran a tiempo; la segunda, que cada uno llevara algo para compartir. Era común que cada uno llegara a la hora que podía y que su padre pusiera todo. Incluso se molestaba cuando a alguno de ellos se le ocurría llevar cervezas, carne o lo que fuera. Después de la primera ronda de cervezas, su padre los sentó alrededor de una mesa donde -hasta ese momento se dio cuenta Miguelón- estaba lo que cada uno habían llevado. - ¿Saben por qué les pedí que trajeran algo a la reunión? Hijos, creo que llegó la hora de retirarme de los negocios. Me reuní con su madre y he tomado la decisión de dejarles todo en partes iguales. Un silencio se posesionó del patio. - Como saben, he hecho muchos negocios. Algunos han crecido más que otros y, en cada uno, he invitado a alguno de ustedes. Miguelón se sentó al filo de la silla. Su padre se tomaba las manos y las estrujaba detrás de la espalda. Él no era bueno para los números, pero entendía perfectamente cuando su padre se preparaba para decirles algo importante. Conocía sus emociones mucho mejor que sus hermanos. - Ustedes son mis hijos y mis socios. Y ahora que me retiro, quiero dejarles todo en partes iguales. Eso no significa que todos van a ser socios de todos, sino que la suma de sus participaciones será similar.
  • 45. 45! Ahora sus hermanos eran quienes estaban al borde de sus sillas. Nadie hablaba y no pasaría nada hasta que uno de los hijos rompiera el silencio. Ese siempre era Miguelón. - ¿Y cómo lo vas a hacer? Su padre tomó a Miguelón de la cabeza. Le dio un beso y le agradeció el gesto. - Por eso les pedí que trajeran algo a esta mesa. Al igual que hoy, cuando todos trajeron algo para compartir, así quiero tener la oportunidad de mantener unido todo el patrimonio de la familia. Miguelón miró a sus hermanos. Estaban tan desconcertados como él. - Deseo –prosiguió el padre- hacer una repartición lo más justa posible. Les voy a pedir que todos pongan sus acciones en mis manos. Todas. Ya me asesoré y se puede hacer un contrato de donación de acciones. Ustedes me donan todas las acciones a sus nombres y luego yo les donaré las acciones en partes iguales. Una semana más tarde, Miguelón tenía los papeles que debía firmar. Era socio de varios de los negocios, precisamente los que a él le interesaban. Había porcentajes y variables que escapaban a su comprensión. Sin embargo, al final, se quedaba con la frase que le dijo su padre ese día al despedirse: - Miguelón, tus hermanos cuidarán que no te falte nada. Eres socio de cada uno de ellos en negocios diferentes y entre todos velarán por ti. No necesitaba otra cosa. Si era feliz, los números eran lo menos importante.
  • 46. 46! 19. El gallo y sus polluelos –A mi me dijeron que Julián siempre encuentra la forma de enseñar a los polluelos, esos hijos que tiene y que sienten que Dios les pide consejos. El problema es que los chamacos entiendan. El viejo Facundo tomó la cafetera y se sirvió una taza rebosante. El restaurante estaba semivacío a esa hora de la mañana. Mientras llenaba la taza, siguió platicando con su invitado. –Cuando lo conocí, éramos unos mocosos y don Julián ni era “don” ni vivía como ahora. Su padre rentaba unos cuartos allá en el centro, cerca de un mercado que está por esa calle principal que nunca me acuerdo de su nombre. Facundo dejó su café sobre la mesa del restaurante y le puso dos cucharadas de sacarosa. –Desde chiquillo era aguzado, siempre viendo la forma de hacer negocios. Primero cargaba bolsas a las señoras que salían del mercado. Quién sabe cómo le hacía, pero de lejos ya sabía si había buena propina o sólo lo querían usar de mula por menos de un tostón. –La verdad es que éramos buenos cuates. No es que yo fuera más flojo, sino que era un chamaco y prefería pasarme la tarde jugando al béisbol en la calle, con unas bolas hechas con calcetines viejos cubiertos de hilo grueso. Julián, en cambio, se sentaba en la esquina a pepenar chambas. Luego supe que era porque también debía ayudar a la casa. Lo que más le enojaba era tener que pagar cada mes la renta por unos cuartos bastante amolados. Facundo se pasa la mano por el cabello. A pesar de su edad, presume de contar con una gran cantidad de cabello. –Por eso, cuando Julián dejó de ser el mocoso de las vueltas del mercado y comenzó a estudiar y trabajar en forma, juntó una buena lana y se compró una casa cerca de la de sus padres. Poco a poco la arregló y se los llevó a vivir allá. Decía que hay que comprar terrenos porque esos ya no se fabrican. Entonces fue cuando decidí que lo mejor era arrimarme al árbol y cobijarme con él. ¡Si viera lo bien que me ha ido! No sólo somos amigos de la infancia, soy algo así como su consejero personal, además de socio, claro está. Pero estábamos hablando de mi compadre. –Luego se convirtió en don Julián. Se casó con una muchacha del barrio. No crea que era bonita, pero sí le entraba a la chamba igual que él. Seguro por eso se entendieron. Cuando pasa el mesero, Facundo le pide más café y la carta.
  • 47. 47! –El asunto es que se casaron y tuvieron tres hijos, pero esos no sufrieron de carencias y sentían que el mundo les debía pedir perdón. Yo traté de hacerlo entrar en razón, pero eran el perfecto ejemplo de eso acerca del camello y la aguja. Sí, ya sé que es de la Biblia, pero no soy muy apegado a la religión. Algún defecto debía tener, ¿no crees? El mesero llegó con la jarra de café y Facundo le pidió que se la dejara a un lado. Le desesperaba esperar a que algún mesero caritativo le hiciera caso. –El negocio de Julián siguió creciendo. No, usted no le puede decir así, debe agregarle el “don”. Sólo los amigos y la familia podemos hacerlo y usted no es lo primero y todavía le falta para lo segundo. –Nos fuimos haciendo viejos y mi compadre decidió repartir parte de su fortuna en vida. El problema surgió cuando se encontró con un problema de impuestos porque no podía donar a sus hijos las propiedades de la inmobiliaria y si las vendía, se le vendría encima un enorme pago del Impuesto Sobre la Renta. Julián tampoco deseaba hacer socios a sus hijos en la inmobiliaria porque había otras propiedades que quería conservar, como aquella primera casa que compró y que a sus hijos no les importaba. Ahora Facundo se estira un poco y se para lo más erguido posible. Este es el momento donde entra él en escena y lo disfruta. –Entonces le propuse hacer un “convenio privado” para que los hijos cobraran dándole comprobantes a la inmobiliaria por una cantidad equivalente a las rentas de los inmuebles que le correspondían a cada uno. Si alguno de ellos decidía vender, entonces debería enterar al fisco y pagar el impuesto correspondiente. Facundo se termina el café de un sorbo, se limpia la boca con una servilleta de tela y se toma un respiro antes de continuar. –La fiesta anduvo en paz hasta que tu futuro suegro decidió vender dos de las propiedades. Yo te aprecio y vas a formar parte de la familia, pero tu suegro es medio zoquete porque le entró la loca idea de ganar rápido en la Bolsa. ¡Como si supiera lo que es estar ahí! El pobre se llevó la sorpresa de su vida cuando supo que el comprador final era su padre. –Mi compadre aprendió y cambiamos el modelo. Desde entonces, cada terreno, edificio o grupo de locales se hace con una inmobiliaria que posee sólo una propiedad, así es más fácil tomar decisiones sobre cada una. Es más papeleo, pero esa siempre ha sido mi chamba. El viejo toma del hombro a su invitado y le dice en voz baja: –Bueno, ahora que sabes algo más de la familia, entenderás muchas de las acciones de don Julián, que tras la boda va a ser oficialmente tu abuelo político. Su nieta te quiere y veo que tú a ella. Ahora que entrarás al gallinero va siendo hora de que conozcas tanto al gallo como a sus polluelos.
  • 48. 48! 20. La gran decisión del más pequeño Martha lleva dos horas arreglándose la cutícula de las uñas. El negocio de cosméticos que lleva con Fabiola desde hace quince años va en picada y no tiene visos de arreglarse, pero eso a ella no le había importado hasta ahora. Recibía efectivo cada mes y eso era lo importante porque tenía otras entradas junto con su esposo. Fabiola y su familia, en cambio, dependían únicamente de los ingresos de ese negocio y esperaban capitalizar la empresa a costa de recibir menos flujo mensual. Martha no estaba dispuesta a aceptarlo, pensaba en el día siguiente, no en el año que viene. Sentada en la entrada de una oficina que desconoce, Martha espera con paciencia la llegada de su socia para una Junta Extraordinaria de Consejo. La uña de su pulgar derecho ha perdido el esmalte de tanto tallarla. No puede disimular la tensión. Las cosas han cambiado. Con el 49% del negocio en sus manos y otro tanto en las de Fabiola, durante años cada decisión intrincada caía en manos del socio más pequeño, el abogado de la empresa, que casualmente era primo suyo. En los inicios de la sociedad, Fabiola confió en la buena voluntad de aquel hombre de voz suave y cara amable. Es fecha en que se arrepiente de su error, así que durante años ha debido negociar mucho porque si el problema se complicaba demasiado, ella recurría al abogado y la mayor parte de las veces salía ganando. Las cosas ya no son tan fáciles. Desde que el despacho de su primo cayó en desgracia, debió asociarse con otros abogados que exigieron el control de todos sus activos, incluyendo aquel insignificante porcentaje en un negocio mediano que compartía con su prima Martha. Con el control en otras manos, Martha debe hacer frente a la realidad y no le gusta. Después del pulgar, continúa con la cutícula del dedo índice. No sabe cuáles son los temas específicos de la reunión pero los intuye: compra de activos fijos, nuevos proyectos, remuneraciones extraordinarias para ciertos empleados, política de dividendos y monto de endeudamiento han sido temas recurrentes en otras ocasiones y seguramente aparecerán de nuevo. Está segura de que, ante tantos desencuentros con Fabiola, el nuevo bufete tendrá la última palabra en la empresa. Su esposo le dijo que no era tan malo, que ahora entendería lo que es un verdadero negocio y no una alcancía a la que solamente le sacaba dinero sin invertir más allá de lo indispensable. – Habrá cambios – le dijo hacía unas horas–. Seguramente una administración más eficiente que te recortará tus ingresos inmediatos. No lo podrás evitar, así como tú amiga no lo pudo hacer durante tantos años. Aprende a manejar tu negocio y aprende a negociar. Si no puedes hacer eso, entonces busca un buen precio y vende de una
  • 49. 49! buena vez. Martha no está conforme, pero sabe que el porcentaje de acciones es el que decidirá, como lo ha hecho hasta ahora.
  • 50. 50! 21. Saber ser dueño Desde quinto de Primaria, Damián tenía una frase en la punta de la lengua: – Soy el dueño de los negocios de la familia. En esa época, sus compañeros se burlaban de él; pero él mantuvo esa frase en su vocabulario y cuando comenzó a ayudar a su padre, más de uno lo tomó en serio aunque legalmente no tenía posesión de las acciones de los negocios. A Damián no le importaba, sabía que algún día lo sería, ya fuera por testamento, por donación de acciones o por otro método. Para él sólo faltaba definir la fecha en que eso ocurriría. Su padre estaba orgulloso de la forma en que su hijo sentía la empresa y cuando se inició en los negocios, lo rolaron en varios departamentos para conocer su potencial. Pronto destacó en las Relaciones Públicas. Con mucha facilidad podía conseguir contratos para las empresas, principalmente del Gobierno, donde tenía excelentes relaciones. Su padre estaba orgulloso de la forma en que su hijo sentía la empresa, pero eso no le impedía darse cuenta de sus fallas, siendo la más grave la impuntualidad. Con frecuencia llegaba tarde a las juntas de trabajo y, en otras ocasiones, no asistía a los negocios debido a viajes de placer, como irse de cacería o a jugar torneos de golf. Debía resolver eso de inmediato con una solución drástica. Un buen día, lo despidió. – Si continúas así arruinarás mis negocios –le dijo–. En cambio, a partir de hoy serás realmente el propietario y así te presentarás. Ya no serás un trabajador y no participarás en la operación. Si quieres dilapidar tu futuro, allá tú, pero nadie más va a hacer por tus empresas más de lo que hagas tú mismo. Damián se quedó helado. Se cumplía aquel sueño infantil, ya era el dueño, nadie más tendría la responsabilidad. – Recibirás los dividendos aunque las acciones seguirán siendo mías. A partir de hoy, cuando decidas irte de pesca, será porque tienes todos los hilos del negocio bien amarrados. Damián esbozó una sonrisa. De ahora en adelante, las cosas cambiaban. – Algún día tendrás el control de todos los negocios, pero se requiere que tengas madurez y aprendas a administrarlos por lo que, a partir de hoy, invertiré en tu persona, contrataré un consultor profesional que te señale el mejor rumbo para que puedas conseguir tus objetivos. Damián ya no tenía más que decir. Tomó su celular y marcó a casa de sus amigos. La fiesta en la playa del fin de semana se cancelaba, al menos para él. ¿La razón? Tenía otras cosas urgentes que resolver en la oficina.
  • 51. 51! 22. La partida Cuando Arturo llegó al salón, la mayoría de las sillas alrededor de la mesa central ya estaban ocupadas. Seis hombres y dos mujeres se repartían sendas montañas de fichas negras, azules, verdes y amarillas. Arturo se acomodó en una de las tres sillas desocupadas. Los demás apenas y voltearon a verlo, como si su presencia no importara. Él conocía el ritual e imitó su actitud: no debía mostrar ninguna señal de emoción. Los saludó con una ligera inclinación de la cabeza y metió la mano a la bolsa del pantalón. Sacó su cartera, extrajo varios billetes y los puso sobre la mesa. La muchacha encargada los tomó con indiferencia, los contó, sumó mentalmente el valor total y lo convirtió en tres columnas de fichas de colores que revisó tres veces antes de entregárselas. Arturo tomó el celular y verificó que no fuera a sonar durante las siguientes horas, luego lo puso sobre la mesa. Si alguien le marcaba, simplemente sentiría el aparato vibrando sobre la mesa y todos se darían cuenta, por lo que la distracción sería general. Comenzaron a repartir cartas y él dejó pasar las primeras partidas. Conocía a varios de los jugadores, pero algunos le eran desconocidos y debía intentar descifrar su modo de juego antes de comenzar con las apuestas fuertes. Consideraba esas primeras fichas como pérdidas y como una forma privada de “pago por ver”. Las dos mujeres eran recurrentes en la partida. Lo mismo sucedía con el señor de edad y sombrero vaquero, de quien no recordaba el nombre. También se encontraba Emilio a la mesa. Tomó sus cartas y apostó de inmediato. Después esperó la reacción de Emilio. Podía perder todo su dinero sin problemas, excepto con Emilio. Hacía unas semanas que la rivalidad en la mesa se había convertido en un asunto de honor. Emilio lo sabía. La sombra del abogado de Arturo parecía protegerlo también esa noche. Él fue quien desenmarañó la trampa que le tendieron y no solamente lo puso en ridículo, sino que muy probablemente Arturo se encargaría de esparcir el rumor sobre sus tácticas. Emilio vio el par de reinas: diamante y corazón. Era una jugada segura hacia el par más alto, una tercia o color. Las posibilidades estaban de su lado. En el despacho, en cambio, Emilio estuvo en problemas. Ya antes le funcionó el esquema. Y es que parece muy sencillo: un terreno que vale 100 millones pero costó 40, un socio inversionista que pone otros 100 millones en efectivo para urbanización y, al vender en 300 cada uno, se lleva el 50% de las ganancias. Se ve transparente y fácil, pero es en los detalles donde siempre se esconde el Diablo porque el pago de impuestos se determina por el costo fiscal y ahí son 140, no 200. Si el abogado de
  • 52. 52! Arturo no hubiese visto la trampa, al final apenas tendría lo que invirtió y un poco más. La tercera carta era un nueve de tréboles. Mala carta, pero no lo suficiente para dejar la partida. Arturo dobló la apuesta. Absorto en sus pensamientos, Emilio no observó si su contrincante vio la carta, qué cara puso o si tardó en tomar la decisión. Podía estar “blofeando”, tratando de provocarlo. Así es el póker. Cuando ese hombre bajito, de poco pelo, traje arrugado y mirada penetrante habló en el despacho sobre capital de aportación y prima en suscripción de acciones para distribuir el pago de impuestos y mantener el valor de los inversionistas, sabía que el negocio no sería tan bueno o que, de plano, se caería. Emilio pensaba tener el mejor juego de cartas, pero ahora lo desconcertaba que Arturo y su gente supiera su juego. La apuesta estaba en la mesa y necesitaba tomar una decisión. Decidió seguir la jugada y aceptar la apuesta. En la mesa del despacho, en cambio, vio que Arturo trataría de colocar las cláusulas necesarias para evitar la derrota, protegiendo su inversión de la trampa. Acá tenía un jugador enfrente que se mostraba ansioso por ganar y la ansiedad es mala consejera. Allá tampoco se dejó vencer por la sorpresa y decidió buscarse otro hombre que no conociera sus cartas, que le permitiera ganar la partida y llevarse el lote de las ganancias del proyecto sin compartirlo. En el despacho, Arturo era más fuerte. Ya descubriría si en la mesa de póker tenía tanta habilidad.
  • 53. 53! 23. Venta total A Cristian ya le habían hecho varias ofertas similares a lo largo de su vida y la respuesta invariablemente había sido un rotundo ¡No! La empresa era el legado que le dejaron sus ancestros y tenía grabado su nombre, que era el mismo de su padre y de su abuelo, justo sobre la puerta del negocio. Era un hermoso repujado en metal dorado de finales del siglo XIX. Por otro lado, a sus hijos los reconocían porque el abuelo había juntado los apellidos y ahora formaban uno sólo, fácilmente reconocible dentro de los círculos sociales de la ciudad. Esas dos palabras no únicamente eran su apellido, sino parte de la identidad de la empresa. Desde pequeños, su hermano y él vieron consolidarse el negocio y le tenían un gran aprecio. Al paso de las décadas, vieron múltiples ocasiones en que su padre soportaba con firmeza los múltiples intentos de la competencia por hacerse de su negocio, algunos de ellos rozando en la hostilidad. En todos los casos le ofrecían una buena cantidad de efectivo, más de lo que él mismo consideraba como un precio interesante. Sin embargo, la respuesta siempre terminaba con las mismas palabras: ¡No! ¡Nunca! ¡Jamás! Esa tarde, sin embargo, mientras se recargaba en la silla del estudio de su casa y tomaba un vaso de Oporto, recordaba con nostalgia la tarde en que, sentado en ese mismo lugar, sopesó por primera vez una oferta, hacía escasos meses. Aunque sus sentimientos permanecían intactos con los años, ni su fuerza ni la situación del negocio eran iguales. Estaba cansado de llevar cincuenta años haciendo lo mismo y sus hijos no sentían la misma pasión por el negocio. Tenían otras afinidades y buscaban desarrollarse en áreas tan diferentes, como la ingeniería electrónica y el diseño industrial, áreas que no existían cuando él estudiaba, mucho menos cuando su abuelo inició el negocio. Estaba seguro que podía obligarlos a seguir el camino pensado para ellos, pero ni serían felices ni funcionaría el negocio, así de simple, así de sencillo. Por otra parte, estaba el asunto del segundo socio, su hermano menor, que tampoco estaba inmerso en el día a día del negocio pero recibía su parte de las utilidades y con eso vivía tranquilamente, dedicado a su verdadera pasión: la orfebrería. Tenía la paciencia necesaria para elaborar una pieza en plata de alta ley, pulirla y dejarla lista, pero no era capaz de desarrollar una conversación de negocios con esa misma paciencia y dedicación. Incluso alguna vez su hermano había estado de acuerdo en una de las propuestas de venta, pero ésta no se concretó. Y ahora, por fin, había llegado otra oportunidad. Pactaron un precio de venta por las
  • 54. 54! acciones y el inmueble y entraron al due diligence una vez que se firmó el contrato. La enajenación de acciones fue dictaminada por un Contador Público registrado y finalmente los compradores retuvieron un 5% de la venta para hacer frente a posibles contingencias de impuestos y de pasivos laborales futuros. Después se prepararon los contratos de compraventa de acciones y, tanto su esposa como su cuñada, firmaron el consentimiento porque ambos estaban casados por sociedad conyugal. El día de ayer celebraron una Asamblea General Ordinaria de Accionistas para aprobar la transmisión de acciones, renuncia de consejeros y nombramiento de nuevo Consejo de Administración, revocación y otorgamiento de poderes y nombramiento de nuevo comisario de la sociedad. Finalmente, hace unas horas, durante la cena de celebración, su hermano empezó a preocuparse por invertir el flujo obtenido en otros negocios, en inmuebles o en inversiones bancarias. Acostumbrado a sólo recibir su parte de las ganancias, ahora tenía el problema de contar con tanta liquidez y no tenía claro cuál era la mejor opción. Entonces, Cristian le recomendó tomarse unos días de vacaciones para pensarlo bien y no invertir precipitadamente su patrimonio, sino dejarlo ganando intereses en alguna inversión segura. –A final de cuentas, si tienes una entrada constante, podrás dedicarte a la orfebrería. Cristian, entretanto, ya tenía su futuro planeado.
  • 55. 55! 24. La emergencia Don Nabor es un hombre chapado a la antigua. Se levanta antes de que salga el Sol y se desayuna sólo un café negro sin azúcar. Luego se va a buscar el periódico para enterarse de las noticias; pero, sobre todo, para revisar la sección de bienes raíces. Tiene muy buen ojo para separar lo bueno de lo malo. Él se lo achaca a los años que lleva en el negocio. Conoce tan bien la ciudad, que es capaz de reconocer el terreno solamente con que le den una referencia: la calle, el edificio de enfrente o el nombre del negocio de la esquina. Con eso no sólo lo identifica sino que también lo valúa de inmediato. Don Nabor dice que eso le viene de ‘nacencia’, desde chamaco, pero casi nadie se lo cree. Más parece uno de esos cazadores que se hacen los despistados frente a la presa, pero que tienen bien abierto el ojo para descubrir al que se sale de la línea de protección de la manada y se lo zampan de un mordisco. Así es él, aunque no lo quiera decir en público. Con el tiempo se hizo fama de buen negociante y comenzó otro tipo de negocio. Financiaba sus compras con apoyo de particulares que deseaban ganar más de lo que el banco les ofrecía. Ahora que ha juntado mucha tierra lo puede hacer y cubrir la garantía de los préstamos con sus propiedades, aunque nunca ha necesitado vender una para pagar. Don Nabor tiene una sola debilidad, bueno, dos debilidades: la primera, es la tierra. “Nunca se devalúa”, suele decir. Y pocas veces se equivoca. La segunda debilidad está ligada a la primera: le gustan los viajes exóticos, conocer nuevas tierras que no va a comprar, sino a disfrutar. Una o dos veces al año se pierde en los bosques de Sumatra o en la sabana de Mozambique y los disfruta como si fuera un lugareño regresando a casa. Don Nabor, chapado a la antigua, no lleva agenda y tampoco requiere de una secretaria. Confía todo a su memoria y a su fiel contador, quien recibe cada mediodía unos papelitos donde están anotadas sus ideas e instrucciones. Después, por la tarde, se reúnen y discuten los puntos con una taza de café negro sin azúcar. Catarino, el contador, es casi de la familia. El hombre no lo sabe, pero está muy bien considerado en el testamento de su jefe y es que don Nabor sabe ser agradecido. La memoria, sin embargo, juega malas pasadas. Por eso ambos decidieron formar un fondo para emergencias. No quieren que pase lo de hace dos años, cuando tuvieron que hacer mil malabares y perdieron cierta credibilidad, todo por no acordarse bien de las cosas. Sucedió que un mal día, estando de viaje por Perú, Catarino recibió la llamada de uno de los inversionistas sobre un pago que debía haber recibido el fin de semana anterior. Él revisó los papeles y, en efecto, se les había traspapelado ese pago. En otras
  • 56. 56! circunstancias podía aplazarlo, pero el inversionista contaba con él para, a su vez, pagar otras obligaciones. El asunto se complicaba. Con el poder notarial que tenía, se puso a buscar la forma de sacar un préstamo puente, pero los bancos no aceptaban las garantías de los inmuebles porque faltaba su firma de endoso. Al final tuvo que solicitar préstamos emergentes a otros de los inversionistas, explicando la razón, para salir del paso. Había aprendido otra de las frases de don Nabor: “Diles la verdad aunque a veces sea embarazoso. Si les mientes, al final siempre se riega el tepache”. Los inversionistas lo hicieron de buena gana, uno de ellos sin aval de por medio. Pero en un mundo tan pequeño, donde los grandes inversores se conocen bien, tarde o temprano se llega a conocer el error. Eso fue lo que más le dolió a don Nabor. Su reputación estaba tocada y necesitaría tiempo para limpiar la mancha en su historial. Desde entonces, siempre tiene un plan alterno para cubrir esas contingencias y sigue viajando, conociendo tierras que nunca comprará, pero igual las disfruta.
  • 57. 57! 25. Amigos, compadres, hermanos y socios Si Pedro hubiese tenido un hermano, habría querido que fuera como Pablo. Si Pablo hubiese tenido un hermano, habría querido que fuera como Pedro. Así de fuerte era su amistad, la que sellaron años después cuando se hicieron compadres por partida doble. Pablo se convirtió en el padrino del hijo mayor de Pedro y él a su vez lo fue de la única hija de Pablo. Además, ambos dirigían una empresa de cerámica al poniente de la ciudad. Aunque nunca fue necesario, respetaron las reglas de la sana administración, por lo que cada uno poseía el 48% de las acciones y el resto estaba en poder de su abogado. Ahora, con el cabello cano y los hijos tomando caminos propios, Pedro y Pablo hablan de lo que nunca quisieran hacer. Los años no pasan en balde y van dejando sus huellas, las fuerzas no son las mismas y el ímpetu decae por la fuerza de la edad. Sentados en una mesa junto a su abogado, han decidido que la empresa será de ellos y de nadie más. No podrían trabajar con otro socio que no fuera su amigo, compadre y casi hermano. El éxito se debe a la cercanía, confianza y entendimiento que han logrado en todo este tiempo juntos. Martín, su abogado, lo sabe y entiende que Pedro y Pablo esperan de él una solución. Él tiene esa solución en su carpeta de piel oscura. La platicó con el asesor patrimonial de ambos antes de presentarles el documento. Es un documento claro y sencillo donde Pedro y Pablo establecen la preferencia para la venta de las acciones de la fábrica cuando alguno de ellos se vea en el tránsito de una incapacidad total o de su muerte. Primero analizaron varias alternativas, como la compra de seguros de socios; sin embargo la desecharon porque ambos tienen los recursos para comprar las acciones del otro. Con el Contrato de Fideicomiso de Administración y Traslativo de Dominio, Pedro y Pablo entregarían los títulos de las acciones del negocio para que el Fideicomiso se las venda al socio sobreviviente, aclarando que el precio de venta sería el valor contable certificado por un despacho internacional. También incluye un plazo para el pago de las acciones y un Comité Técnico del fideicomiso para corroborar que la operación se lleve a cabo en los términos acordados. Pedro y Pablo están listos para firmar el contrato y así sellar el futuro de su empresa, evitando la aparición de socios no deseados, sin recurrir al testamento y eliminando la posibilidad de impugnaciones de los herederos, sobre todo porque la empresa cada vez es más importante.