SlideShare una empresa de Scribd logo
1 de 57
Diap 1
CHARLAS CON
EL LOCO
DE LA ESQUINA
CUENTOS
DE
Rosalino Carigi (Gracián Solirio)
2002 – 2003 (Revisión Abril 2016)
Diap 2
DEDICATORIA
A los que tuvieron la fortuna
de vivir en la locura.
“el loco es un niño
que tuvo la poesía
de no crecer”
Diap 3
DEDICATORIA
A los que tuvieron la fortuna
de vivir en la locura.
“el loco es un niño
que tuvo la poesía
de no crecer”
Diap 4
ÍNDICE
PARA IR A UN CUENTO CLIQUEAR SOBRE SU NOMBRE
No. CUENTO Diap
INICIO 1
DEDICATORIA 3
INTRODUCCIÓN 5
01 SALUDANDO 6
02 HORMIGAS 7
03 LA CAJA 8
04 LA PELOTA 9
05 EL BALERO 10
06 LA CANCIÓN 11
07 DOMINGO 12
08 EL FAROL 13
09 EL PICHÓN 14
10 ROEDORES 15
11 PAYASEANDO 16
12 VUELOS 17
13 LAS TUERCAS 18
14 LAS LATAS 19
15 LA VINCHA 20
16 PAPELES 21
17 GUSANOS 22
18 DISFRACES 23
19 ELECCIONES 24
20 UN FRÍO 25
21 LAS FIGURITAS 26
No. CUENTO Diap
22 PREGUNTANDO 27
23 EL MANUAL 28
24 TEATRO 29
25 SALUDOS 30
26 EL GLOBO 31
27 LAS IDEAS 32
28 DE VUELTA 33
29 UN HUECO 34
30 LA PALANGANA 35
31 LAS BOLITAS 36
32 AÑO NUEVO 37
33 LA SIEMBRA 38
34 VIVIENDO 39
35 EL MONOPATÍN 40
36 IMITACIONES 41
37 LOS TORCIDOS 42
38 SEMILLERO 43
39 LA DESPEDIDA 44
40 SOLEDAD 45
41 FINALIZANDO 46
CONCLUSIÓN 47
ANEXO AÑO 2016 48
SE DICE DE MI (El Escritor) 51
FIN 53
CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA
CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA
INTRODUCCIÓN
Diap 5
En todas las ciudades, barrios, pueblos, hasta en el mínimo
caserío, hay una esquina. Es un instinto ancestral del hombre
cruzar un camino con otro.
Y es seguro que en alguna de esas esquinas haya un loco.
Un ser que, pareciéndose exteriormente a los demás, no sigue
el ritmo de los otros ni sus ideas ni se apega a lo habitual.
Su forma de actuar choca con los estereotipos de moda, sus
pensamientos no son acordes a los convencionalismo en boga,
pero atrae intimamente hablar con él y escucharlo.
Unos dicen que es por reírse y otros por conmiseración, sin
embargo no reconocen la verdad: Le admiran, le envidian.
Rozitchner lo indica en forma acertada en una frase:
“Porque locos no son todos los llamados, sino unos pocos
elegidos: Son los que han jugado regresivamente su vida a la
contradicción y se consumen en ella.”
¿Quién se atreve a vivir contradiciendo la mayoría? ¿Quién
posee la valentía de expresarse sin temor a la opinión de los
demás?... Sólo un loco. Los normales no tienen el coraje.
Además, cuesta reconocer su singularidad y su inteligencia.
No son seres del montón. No forman parte de esa masa gris,
homogénea, y por tanto monótona, llamada sociedad.
En cuento al intelecto, vemos que todo el que pensó o
quiso hacer algo diferente lo tildaron de loco. Y, por ellos
progresó la humanidad. Así fue, es, y será, porque así somos.
En todas las ciudades, barrios y pueblos, hay una esquina.
Y es seguro que en alguna de esas esquinas haya un loco.
El de la esquina de mi barrio se llamaba Juan.
Como tanto Juanes, como tantos locos.
Siempre se le veía en la esquina. Cuando no estaba allí, nos
preocupaba. Somos hechos a lo habitual hasta en la locura.
Lo habitual constituye la rutina de nuestra existencia.
Lo que salga de la normalidad nos altera, nos causa un
desasosiegoprimitivo. Tememos el cambiocomo un peligro.
Aún somos el primate que recorre el sendero diario y
debe reconocerlo a cada paso. Ante cualquier variación
recelamos, sea una flor o una piedra, sea un trinar o un
rugido.
Como ese antropoide, nos acostumbramos a encontrar
en el camino otros simios de diferentes grupos; y ante los
cuales demostramos mutuamente la fingida indiferencia,
o el gesto de sumisión, o el de dominio, o... el grito de
reconocimiento.
Lo normal era ver en la esquina a Juan. Y cada tanto
verlo gesticular. Hablando con ese ser invisible que
llevaba dentro. Ese ser que todos tenemos y con quien
hablamos a veces.
Pero el loco posee la virtud de hacerlo evidente. Los
demás ocultamos esa conversación tras una máscara de
formalidad y, ante el temor de los otros, las llamamos
reflexiones íntimas.
Juan tenía un atractivo peculiar, como todos los
locos; hasta en su descuido, su forma extravagante de
vestir, su manera peculiar de razonar...
Siempre atrae alguien distinto.
No podría definir su edad. Era así cuando fui niño y me
divertía burlándome de él, lo vi igual cuando llegué a joven
con el surgir de los sueños de la vida; y siguió de la misma
manera cuando, hombre ya; me enfrenté a la realidad.
¿Sería yo el que cambiaba y el loco seguía igual?... ¿O
yo siempre fui el mismo y los locos eran diferentes?
Pero, de mañana, de tarde, anocheceres, días de
semana o festivos, era agradable hablar con él. Por tanto
éstas son las:
CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA.
...oo0oo...
Su Amigo de la Esquina.
Octubre, año 2002
Diap 6
–Es que... ¡tú nos decías cada cosas! –me justifiqué fuera
de tiempo– Los de la barra te atacaban, pero tú nunca huías.
–Una vez leí, –indicó el loco– que el niño es el padre del
hombre. La maldad del hombre a veces la frena la conciencia.
La maldad del niño es cruel porque es natural.
Sabía que Juan tenía una biblioteca de amarillentos libros.
El hecho de ser anormal no indica falta de inteligencia. Por lo
contrario; hay casos que leer y pensar, enloquece. Y siguió:
–Tus amigos terminaban yéndose, pero tú no. Te quedabas
cerca, y al final te sentabas conmigo a charlar... como ahora.
Hice un gesto, sonría al recuerdo de un niño desgreñado.
–¿Sabes por qué me tiraban piedras, se reían? –preguntó
él, explicando enseguida– Porque tenían miedo. La gente
teme o se burla de lo que no entiende. Tú nunca me tuviste
miedo. Quizás me ves parecido a una parte de tu forma de ser.
Desde niño fuiste distinto a tus amigos. Ellos se hicieron
mayores.
–Yo también me hice mayor.
–No. Tú creciste, pero mantuviste algo del niño dentro
tuyo. En cambio ellos se convirtieron en normales, en otros
más.
–¿Qué quieres decir? ¿Qué no soy normal?
–¿Alguno de tus amigos normales se sentaría en el cordón
de la esquina conmigo? Sólo alguien medio loco lo haría. Hay
que serlo para sentir como un niño y hacer cosas naturales.
Quedé pensando en lo dicho por el loco de la esquina.
–¡Ándate! –exclamó él bruscamente, poniéndose de pie.
–¿Por qué? –dije parándome, temiendo haberle ofendido.
–Porque se me durmió una pierna. Iré caminado despacito
para que no se despierte. Al llegar a la casa me meteré en la
cama con cuidado... para dormirme yo igual.
Se fue. Anochecía. Y yo me fui despacito también.
...oo0oo...
Viernes de tarde. Llego a la esquina. El loco Juan apoyado
en ella. El canto de la pared debe lastimarle, o se redondeó de
tantos años recostándose en él. Me acerco al hombre.
–Hola, Juan... ¿Cómo estás?
–Aquí, parado en la esquina.
Lo observé. Se hallaba algo barbudo, y pregunto con
cariño:
–¿Por qué no te afeitas, Juan? Te verías mejor.
–A veces tengo ganas y otras no. ¿Y para qué? Si uno lleva
barba y usa camisas nuevas es el señor Juan, si tiene barba y
camisas viejas es el loco Juan.
–Eres único. –dije sin disimular mi admiración.
–Como tú. Nadie es igual a otro. Pero todos se esfuerzan
en ser normales. Y, si todos son según las mismas normas,
terminan siendo iguales. Aunque, a nadie le gusta que le digan
que es igual a otro. Ven, vamos a sentarnos en el cordón.
Sacó un ajado pañuelo, limpió el borde de la acera e
insistió:
–Siéntate tranquilo. Está limpio. Además, recuerda cuando
estudiabas. Me contaste que habían encontrado ciudades
antiguas enterradas en el polvo. Si lo hubiesen limpiado todos
los días no las hubiesen encontrado.
Largué la risa y fui a sentarme junto al loco, quien señaló:
–¿Te das cuenta? Desde aquí podemos ver las dos calles.
Los dos extremos de cada una. Y fíjate, son iguales. El inicio es
idéntico al final, porque no tienen ni principio ni fin. No
importa si una calle sube o baja, si es plana o ondulada.
Lo miré, tenía la vista perdida en un extremo de la calle,
allá lejos, donde estaba la escuela de mi infancia. Y lo dejé
seguir:
–¿Te acuerdas cuando eras niño? Tú también me gritabas
junto con tus compañeros, los que me tiraban piedras.
SALUDANDO
CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA
01... SALUDANDO
Diap 7
Una reflexiva sonrisa asomó a mi rostro, no me interesaba
si atrás de alguna celosía algún vecino criticaba.
–Tú también eres medio loco. –continuó el demente–
Tienes una casa con garaje y auto. Pero, vas y vuelves
caminando.
–Sí. Soy de los raros que andan a pie. Los demás, sumisos
a la norma de clase media actual, deben ir en vehículo propio.
Me observó intrigado, esperaba que yo siguiera.
–¿Sabes algo, Juan? Cuando uno se acostumbra a andar
sentado y que algo lo lleve a todas partes, se envicia con eso. Y
nunca se resigna a ser otra vez un humano natural bípedo.
La mirada de él me hizo dudar por un momento quien era
el loco de la esquina... ¿él o yo? Por suerte, el orate se puso a
jugar con unas hormigas que iban por el borde de la pared.
–¡Míralas!... ¡Míralas!... –repetía– Unas detrás de otras...
las que van, corren desesperadas a buscar su carga... las que
vuelven, vienen tambaleándose por el peso de la que llevan...
De pronto se interrumpió. Su vista fue hacia la lejana calle
donde me había dejado el transporte. Una hilera de vehículos
corría por ella. Otra hilera de seres humanos se movía.
El loco Juan volvió a sus hormigas, repitiendo:
–¡Míralas!... ¡Míralas!... Unas detrás de otras... –y agregó–
Pero, fíjate, hay unas pocas que se salen de la formación, van
por todos lados, buscan, se paran, miran... parecen locas.
Mi amigo enajenado quiso tomar una hormiga de la hilera
y ponerla en otro lado para que estuviese sola, libre. Pero ésta
clavó sus pinzas en el dedo, haciéndole gritar desquiciado.
–¡Hormigas!... ¡Hormigas!... ¡son malas!... ¡son malas!
Y gritando así, se fue el loco de la esquina.
Yo quedé solo en la penumbra, mirando la fila de
hormigas, la fila de autos, la fila de gente.
...oo0oo...
Otra tarde. Vuelvo para la casa. Camino por la calle. Las
baldosas flojas de la acera hacen tropezar.
En la esquina está el loco.
Interrumpe su monólogo solitario y, con una sonrisa
amplia, llena de sana picardía, me dice:
–Hola... ¿Cómo estás, Juan?
–Aquí, en la esquina. –respondo, siguiendo la broma–
¿Por qué me llamas Juan? Ése es tu nombre.
–No es sólo mío. Es de todos. Los curas dicen que somos
iguales ante Dios, los políticos que somos ciudadanos iguales.
Si yo me llamo Juan, los demás hombres se llaman Juan.
Moví mi cabeza ante su silogismo, había momentos que no
se podía rebatir sus argumentos. Y continué en el tema:
–Está bien. Los hombres somos Juan... ¿y las mujeres?
–¡María!... ¿qué otro nombre pueden tener? Algunas veces
se ponen otro, pero siempre son la María de alguien.
Reí por fuera, en tanto buscaba el fondo de la frase. La
brisa arremolinó unas hojas, arrastrándolas a nuestros pies.
–¿Por qué no vas a la esquina de enfrente? –le indiqué–
Siempre estás aquí. Allá no te pega tanto el viento, y el balcón
de arriba te protege de la lluvia y el sol.
Juan me vio con ojos desorbitados. Me di cuenta que había
tocado un punto sensible de su fuero. Y, serio, me respondió:
–Ésa es una ochava. Las cuadras así no tienen esquinas,
tienen ocho lados y ocho ángulos obtusos, pero no esquinas.
Para ser esquina debe tener noventa grados o menos.
–La verdad es que tienes razón...
–¡Claro que tengo razón!... La gente se pasa diciendo que
sólo los niños y los locos dicen la verdad. Además, allí sería
Juan el de la Ochava; y yo soy Juan, el loco de la Esquina.
HORMIGAS
CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA
02... HORMIGAS
Diap 8
–Mira... mira... ¡qué lindo atardecer! –exclamó, enloquecido.
–Sí, el sol se está ocultando en el horizonte. –indiqué.
–No seas loco. –reaccionó el demente– El sol no se oculta
ni aparece, es la tierra que gira dejándolo atrás o llegando.
Pero, la gente es tan anormal que sigue diciendo que sale o se
va.
Enseguida, Juan abrió la caja de zapatos poniéndola hacia
los arreboles. Cuando perdieron intensidad, la cerró rápido.
Me vio con una mirada de aprecio. Y, dándome la caja, dijo:
–Lo iba a llevar conmigo para la casa. Pero, tómalo. Sé que
tú lo cuidarás como yo.
–¿Qué es? –me intrigaba la atención que ponía al contenido.
–El crepúsculo. Los colores de las nubes. Eso tan lindo Si
abres la caja en la noche entrará la oscuridad, si lo haces en el
día entrará la luz... y los dos lo hacen morir.
–Entonces, no la podré abrir nunca.
–Sí. En el ocaso y en la aurora, que son hermanos gemelos.
Y al abrirla verás que los colores volverán al cielo.
–No me des tu caja. Te quedarás sin tus crepúsculos.
–Es cierto. –reflexionó un rato– Pero, tú eres mi amigo. Te
presto la caja hasta mañana. En la tarde me la devuelves. Y
cada vez que la necesites, me la puedes pedir.
–Gracias... –yo estaba emocionado. No sabía si por el gesto
de amistad o por lo que, según él, estaba en la caja.
Y, en la penumbra de la noche, Juan fue para su casa.
Yo tomé para la mía. Llevaba la caja con cuidado, temía
que se abriese y entrara la oscuridad, perder la hermosura del
crepúsculo. Ni me atreví a abrirla en la aurora siguiente.
Fue un gris y descolorido amanecer.
Sentí alivio cuando esa tarde pude devolverle la caja a
Juan, el Loco de la Esquina.
...oo0oo...
Al bajar del transporte esa tarde, vi que en el horizonte
había nubarrones. Posiblemente el día siguiente lloviese.
Cuando llegué a la esquina, el loco Juan tenía una caja de
zapatos bajo el brazo. Muchas veces lo había visto con ella.
Me acerqué a él. Estaba abstraído. Fija la vista en el oeste.
–Hola, Juan... ¿Qué miras con tanta atención?
–¡Párate frente a mí! –ordenó– Así podemos hablar
mientras espero que llegue... a veces dura tan poco.
Obedecí. No conviene no hacerle caso a un anormal y, aún
menos; a los normales. Nunca se sabe cual será su reacción.
Me puse un poco de lado para no estorbar su fija y
demente mirada hacia el lejano horizonte. El loco sonrió
complacido.
–Dime, Juan... –pregunté para romper el silencio– ¿Qué
edad tienes? Cuando yo era niño, tú parecías un muchacho.
Ahora, que soy un hombre, tú aparentas mucho más joven.
–Es que hay años cortos y años largos. –respondió– Una
vez me contaste que si un astronauta volviera luego de mucho
andar en el universo, encontraría su gente más vieja que él.
Si el astronauta viajaba en el espacio, el loco Juan tenía la
suerte de poder hacerlo en un tiempo sin lógica y sin razón. Vi
que miraba su vetusto reloj. Desde años atrás estaba roto.
–¿Por qué no me das el reloj? Te lo haría arreglar. –dije.
Por un momento quitó la vista de la lejanía para
observarme como si yo delirara.
Me mostró el reloj, diciéndome:
–¿Qué hora es? ¿Qué hora marca?
–Seis menos seis... pero... –respondí.
–Seis menos seis es igual a nada. –aclaró él– Y para mí el
tiempo siempre está en seis menos seis.
Volvió con su obsesión hacia el occidente, hasta que...
LA CAJA
CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA
03... LA CAJA
Diap 9
–Recuerda que ellos cada tarde se iban. –dijo Juan– Cada
vez se fueron más lejos. Ellos cambiaron, pero tú no. Tú no te
volviste diferente a lo que fuiste e indiferente a lo que eras.
De pronto el desquiciado se puso serio, espetando molesto:
–Todavía quisiera saber porqué no me dejaban jugar. Y las
pocas veces que lo hacían siempre me ponían de arquero.
–Eran partidos de chiquilines. –quise consolarlo– Además,
tú cada vez que agarrabas la pelota no la querías devolver.
–¿Por qué tenía que darla? Ustedes se la pasaban de uno a
otro, luchaban por tenerla. Cuando estaban delante mío, me la
pateaban con fuerza. Si yo la agarraba era mía, no la iba a
devolver... así no se peleaban más ni me la iban a patear.
–Tu intención era buena, pero había que jugar de acuerdo
a las normas lógicas del juego...
–¿Normas del juego? ¿Lógicas? –cortó el loco– En el fútbol
no se puede tocar la pelota con las manos, en el básquetbol
con los pies, en el voleybol no puede caer al suelo y en el
béisbol hay que tirársela al contrario para que le pegue con un
palo... Yo creo que todas esas normas las puso un anormal.
–Sí, Juancito... –murmuré meditando– no sólo esas
normas, todas las normas. Lo natural no necesita normas.
–Con ito soy Juancito, con azo soy Juanazo, con ote soy
Juanote, con acho soy Juanacho, con ostre soy Juanostre...
Volví a sentirme bien, el loco de la esquina retornaba a su
demencia. Los aparentemente ridículos razonamientos sobre
el deporte nos habían llevado a un campo peligroso.
–¿Te das cuenta? –siguió él– Le agregas unas letras y mi
nombre puede ser dicho con cariño, con admiración o con
desprecio. Sin embargo, siempre es el mismo Juan.
Y, haciendo malabares con la pelota, el loco se fue.
Yo quedé solo, el silencio de la tarde era profundo.
...oo0oo...
Sábado de tarde. Hora de la siesta. La calle está silenciosa.
La mayoría de los hombres están viendo algún juego, o con
sus esposas duermen la modorra.
Salgo de la casa. En la esquina está Juan. Contengo la risa.
Su apariencia es por demás estrafalaria.
Tiene un sombrero de paja, similar al de los campesinos;
una franela de un conocido equipo deportivo, los cortos
pantalones desflecados evidencian haber sido cortados de
unos largos, y los zapatos de tela muestran unos atrevidos
dedos asomando.
Hace rebotar en la acera una pelota. Es de goma, pero
tiene dibujadas las poliédricas figuras de una de fútbol.
Con pericia, tanto la patea o la lanza al aire como si fuese
básquetbol.
Pero, no produce ruidos. No quiere molestar a los vecinos.
Cruzo la calle. El verme acercar me tira el balón. Lo atajo
con poca gracia y lo devuelvo con aún menos. El loco ríe.
–Sí, búrlate. –le digo– Nunca fui bueno en deportes.
–¿Te das cuenta que todos ellos tiene una pelota para jugar, –
me indica– el fútbol, el básquetbol, el voleybol, el béisbol, el
ping-pong, el tenis, hasta ése que sirve para caminar: el golf.
–Bueno, no todos. –aclaro– La esgrima, el remo, la
natación, y otros no tienen pelotas. Y, también son deportes.
–Estás equivocado, –dice el demente– deporte es cuando
unos locos millonarios juegan en un estadio para que muchos
normales pobres paguen por perder la razón.
Me reí ante la realidad. Volvimos a los años de la infancia.
–¿Te acuerdas cuando jugábamos aquí en la calle? –dice
él– Bueno, cuando jugaban tus amigos y tú.
–Mis amigos... –murmuré, añorando– ¡Qué barra tan grande
fuimos! Y ahora apenas si nos vemos y casi ni nos hablamos.
LA PELOTA
CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA
04... LA PELOTA
Diap 10
–Juan... ¿alguna vez tuviste novia?
–¿Estás chiflado? ¿Crees que habría alguna tan demente?
Aunque, varias se me arrimaron burlonas, les gustaba
tenerme cerca. La mujer siempre admira al hombre
excepcional, sea un triunfador, un sinvergüenza, o un loco.
Los hombres normales las aburren, aunque terminan
casándose con ellos.
–Pero... ¿Tú, te enamoraste? –torpe, seguía preguntando.
–Sí. Cometí la locura de enamorarme. Ella era hermosa. Su
rostro me recordaba la luna, su perfume a las flores, su voz a
la música. Cada vez que le decía esas cosas, ella tocaba mi cara
murmurando suavemente: "Loco, loco"... Pero ella se
enamoró de otro, de un cuerdo, y la gente se reía de mi amor.
Acaso, ¿se necesita ser normal para amar?
–No. –le respondí– Nada más anormal que amar. El amor
es en sí una locura. Nada tiene de normal que dos personas
diferentes, que piensan distinto, y de gustos disímiles; se
unan compartiendo casa, comida y cama.
Juan me miró con una sonrisa, como si le extrañase lo que
yo había dicho y le correspondiese decirlo a él. Y siguió:
–Una tarde pasó la mujer con su hombre, me miró,
acarició la cara de él, y dijo: "Loco, loco"... Todos rieron, yo
también reí. Es más fácil reír que llorar. Desde entonces amo
las flores, la música, la noche, la luna. La luna nunca se burla
de mí.
–¿Qué sucedió luego? –quería saberlo por él, los recuerdos
se agolpaban en mi mente en forma desquiciada.
–Ellos se casaron, tuvieron hijos. Salen los domingos...
esas locuras que hace la gente normal. Yo seguí siendo Juan,
el Loco de la Esquina... algunas tardes charlo con el hombre.
Y, jugando con el balero, se marchó bajo la luz de la luna.
Y, aunque nunca acertaba, por momentos lo envidié.
...oo0oo...
Domingo anocheciendo. Vuelvo con la familia de hacer un
paseo. En la esquina está Juan bajo la luz artificial del poste.
Me extraña verlo, no acostumbra quedar hasta esa hora.
Está bien vestido, peinado y sin barba. Apoya, elegante, un
pie en el muro Aún hay alguien que lo atiende, alguien que lo
ama. La primer prueba de amor es cuidar al ser querido.
Quien lo ve podría creer que es un joven esperando la
mujer de sus sueños. Pero, al mirar sus manos observará que
tiene un balero y, comprendería que es el Loco de la Esquina.
Dejo mi gente en la casa, digo que voy a hablar con Juan.
Los hijos ni prestan atención, la esposa sacude la cabeza y
nada expresa. Hace tiempo que no existen contradicciones.
Llego a la esquina. De algún vetusto jardín llega el perfume
de flores nocturnas. En el cielo, una redonda luna amortigua
la estrellas. Pocos autos, y menos gente, se ven en las calles.
–Hola, Juan... ¿qué haces tan tarde?
–Hola, Juan... ¿qué haces tan tarde? –él repite, burlón.
Sonreímos ante la consabida broma: Todos somos Juanes.
–¿Y qué haces con ese balero?... ¿O lo llamas perinola?
–Debería ser bolero. –aclara el loco– Porque se juega con
una bola, aunque hay lugares que tiene forma de pera. Es que
cuando las bolas pierden fuerza quedan como una pera.
Largamos la risa, la picardía no es única de los normales.
Y, como todo enajenado, Juan oscila en su charla:
–¿Qué hago con él? Pues... lo que todos. Trato de embocar.
A veces se acierta, y otras veces no.
–Hay algunos que siempre meten el palito... –dije, agrio.
–Sí... –siguió él– Tienen esa destreza. Pero, fíjate, nunca
están conformes. No satisface lo que se consigue fácil.
Fuese por la noche, los recuerdos, o la charla, pregunté:
EL BALERO
CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA
05... EL BALERO
Basada en El Loco, de la “Barca de Caronte”
Diap 11
–¡Ah, fue eso!... Me preguntaba que habría sido de él. –dije.
–Lo de todos. Momentos de encierro y de libertad. Hoy se
escapó. Fue al bulevar. Atardecía. La luna lo miró desde el
horizonte. Su luz era débil. Los vehículos encendieron sus
focos. Se echó a la vía golpeando a los cuadrúpedos de pies
redondos. Les pedía que dejaran tomar fuerza a su amor.
–¡Qué locura! –exclamé– ...pero qué hermosa locura.
Juan me vio como si yo fuese un cofrade. Y siguió narrando:
–Ella se ocultó tras una nube. Llegó una bestia mecánica
rugiendo sobre sus circulares patas. Sus ojos encandilaban.
Los demás cuadrúpedos metálicos la apoyaban con gritos. Mi
amigo le hizo frente, defendía su amada. La bestia lo lanzó al
aire. Ahí su loca alma se desprendió. Los autos se detuvieron.
Los hombres bajaron como dementes de las cajas con ruedas.
¿Por qué los llamados normales, se vuelven tan anormales?
–No sé... –medité– Tal vez cuando parecemos normales,
realmente ocultamos nuestra realidad anormal.
Me miró como si el loco fuese yo, y continuó:
–Vino una ambulancia. Se llevaron el cuerpo. Salió la luna.
Rodeó con su luz el alma del Loco del Bulevar y fueron felices.
–Lástima que para hallar la felicidad debió irse. –murmuré.
–No se ha ido del todo, algo de él está en nosotros. –dijo.
–Juan... ¿Cómo supiste todo? ¿Estuviste en la avenida?
–No, nunca. Ésta es mi esquina. Yo tengo que estar aquí.
Y, con una misteriosa sonrisa desquiciada, Juan se marchó.
De la penumbra llegaba una canción infantil alejándose:
–"La luna juega a la rueda rueda, la rueda rueda, rueda...
Me fui. Sentía una paz íntima. Esa noche dormí en calma.
¿Sería el agotamiento del día de trabajo?
¿O saber que un loco había logrado la felicidad?
...oo0oo...
Era de noche cuando bajé del bus. El tránsito estuvo lento
por un accidente. En la esquina encontré a Juan, el loco.
–La luna juega a la rueda rueda... La rueda, rueda. Rueda,
rueda... Rueda, rueda.. –entonaba una infantil canción.
–¿Qué cantas? –pregunté asombrado.
–No canto. Recuerdo a un viejo amigo. Era un loco.
–Todos tenemos algo de poetas, de locos, y de niños. –dije.
–No todos. –él completó– Los normales, no. El poeta es un
niño que creció con un loco dentro de sí. Un loco es un niño
que tuvo la poesía de no crecer. Y un niño es un poeta loco.
–En lejanos tiempos, –indiqué– a los orates se les oía con
respeto. Hoy los aprisionan y son tratados por inhumanos que
quieren llevarlos a la normalidad. Pero, a veces, son los que
los aprisionan quienes encuentran el camino de la locura.
Reímos, la risa de los locos tiene sonido de eternidad.
–¿Qué le pasó a tu amigo? ¿Yo lo conocí? –pregunté.
–Era el que caminaba contra los autos de la avenida...
–¡El hombre del bulevar! –exclamé, pensando en el accidente.
–No. El loco. Uno más. Él estaba afuera, los otros dentro
de los autos. –divagó– Carros, hombres... y el camino es igual.
–No. Los carros van en la calle, los hombres en la acera.
Sonrió mirándome con compasión, y sentenció:
–Los automóviles son cuadrúpedos que llevan un bípedo
adentro, y tienen los pies redondos. Los hombres son bípedos
que llevan un cuadrúpedo dentro... y tienen los pies planos.
Tuve tentado de reírme, pero Juan prosiguió con tristeza:
–Mi amigo también estaba enamorado de la luna. Se ponía
furioso con los autos. Decía que los focos le robaban la luz a su
amor. Tanto molestó a los automovilistas que lo encerraron.
LA CANCIÓN
CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA
06... LA CANCIÓN
Basada en El Loco, de la “Barca de Caronte
Diap 12
–¿Vas a ir al templo? –pregunto, dándole una galleta.
–No. No quiero volver. Ahí dicen muchas locuras y cantan
cosas que no entiendo. Una vez pregunté que significaban, y
se rieron. Pero no me explicaron, para mí que nadie lo sabe.
–Estoy de acuerdo. –dije, ofreciéndole café en la tapa con
mango– Lo que pasa que es más fácil creer que razonar.
–Gracias... puedo manchar el traje... –Juan lo rechazó,
pero la gula le vencía– ¿me das otra galleta?
Se la entregué, y mordisqueándola me preguntó:
–¿Tú consideras que Dios es ese viejo con cara de malo? –
dio otra mordida– ¿Y que tuvo un hijo que también es dios?
–No, yo no creo. Pero cada uno cree lo que quiere. La gente
necesita pensar que existen seres superiores, mitos.
–Yo tampoco puedo creer. Los sacerdotes dicen que es el
dios de toda la humanidad. Pintan a Dios y su hijo barbudos,
blancos. Negros e indios no tienen barba y son de otro color.
Sin embargo, ellos también forman la humanidad.
Vimos llegar de vuelta a mi familia. Desde la puerta de la
casa me hicieron señas. Debía cambiarme de vestimenta.
Me había liberado de ir a la iglesia, el templo de la religión.
Aún no me podía librar de ir al club, el templo de la sociedad.
Juan se levantó del banco para cruzar la calle. Volvía a su
lugar. Volvía a ser el Loco de la Esquina. Pero antes me miró.
Parecía un niño, un niño vestido de hombre con ropa de otro.
–¿Me puedes dar otra galleta? –rogó en forma infantil.
Le di el paquete completo. Le brillaron los ojos de alegría.
–Eres un amigo. –dijo– ¿Sabes?... a veces creo en Dios.
Fui al club. Mi gente estuvo divirtiéndose con los normales.
Y yo, recostado en una silla, bajo un árbol, pensaba que
había un dios distinto para los locos. Un dios más natural.
...oo0oo...
Domingo. Me levanto tarde. Oigo que mi esposa y los hijos
están arreglándose para ir a la iglesia. Hay que cumplir con el
ritual acostumbrado. Yo, hace tiempo que lo abandoné.
Lleno el termo con café caliente, podría ser té o cualquier
otra infusión... a esa hora, ese día, y esa edad, me da igual.
En el morral que llevo diariamente al trabajo coloco el
termo con un paquete de galletas. Luego de bañarme, me
pongo unos amplios pantalones cortos, una franela vieja, una
gorra descolorida y unas chancletas obsoletas. Estoy cómodo.
Aviso a mi familia que voy a la esquina, a charlar con Juan.
Me responden que, al ellos volver del templo, iremos al club a
almorzar. Les digo que está bien... ¿para qué decir que no?
Al llegar a la esquina encuentro al loco Juan con un traje
que debe haber sido de algún familiar, camisa limpia de bordes
gastados, zapatos pulidos, y una ajada corbata Se le nota
incómodo, pero es domingo y quien lo cuida le ha vestido así.
Pienso que al vernos juntos, creerán que el demente soy yo.
–Hola, Juan. –le digo– Acompáñame a tomar un café.
Vamos a sentarnos en el banco de la ochava de enfrente.
Mira nervioso su esquina, no la quiere abandonar.
–Vamos... –insisto– Desde allá la vemos. La puedes cuidar
mientras charlamos. Traje galletas de anís.
Sé que esas galletas son una debilidad de mi amigo, y la
ochava tiene un saliente que invita a sentarse.
El dueño de la casa lo realizó para romper la monotonía del
liso muro, y resultó para romperle la paciencia a él. Pero, hace
años que ya no protesta si alguien está ahí.
Nos sentamos. Juan limpia el lugar. Se ve que le han dicho
que debe cuidar la ropa.
Pobre Juan, hoy no parece el Loco de la Esquina sino un
loco más.
DOMINGO
CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA
07... DOMINGO
Diap 13
–Cuando era pequeño, la gente reía porque yo plantaba
semillas entre las piedras. Allí es donde hacen falta árboles.
Me tenían lástima porque pasaba horas mirando las nubes.
No sabían que era un mundo mío, y sólo existía para mi realidad.
–Yo también jugaba con las nubes. –dije con nostalgia.
–Una vez me enviaron a un instituto. –continuó– Allí
dijeron que nosotros éramos excepcionales. Los demás,
comunes. ¡Qué lástima sentíamos por ellos! Estuve poco, mis
padres prefirieron educar mis hermanos. Ellos lo necesitaban,
yo no.
–Es que los normales viven aprendiendo. –comenté.
–¿Normales?... –largó una loca carcajada– ¿Qué es la
normalidad?... ¿Son normales los que dicen ser así?
–No estoy seguro, hacen tantas locuras. –dije, empujando
un diario trabado en la boca de la alcantarilla cerca de la esquina.
–Fíjate, –expresó, sonriendo agradecido– prisioneros en el
cuadrado de la normalidad necesitan una escalera para subir
al techo, una ventana para mirar fuera, y una puerta para
pasar al otro cuadrado. Yo, para subir al cielo tengo mi
fantasía, sentimientos para mirar el horizonte, y no me
encierro en ningún cuadrado. Por eso me dicen loco.
–Dichosa locura... viviríamos mejor con ella. –exclamé.
–Me costó aprender a contar. –prosiguió– Acaso...¿Importa
saber cuantas flores hay para ver su belleza? Pero aprendí una
linda canción. Y que, si divido el ocho quedan dos tres, uno al
derecho y otro al revés, o dos ceros uno arriba del otro.
Sonreí. Su matemática era lógica. El farol se encendió.
Y el Loco de la Esquina se fue cantando en la penumbra:
–Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son
ocho; y ocho, dieciséis...
Y yo también me fui en una calle limpia por la lluvia.
...oo0oo...
No recuerdo que día era, sólo que desde temprano persistía
la garúa alternando con salidas de un sol abrasador.
Juan pasaba corriendo de su esquina a la protección de la
ochava y viceversa. Cuando amainó me acerqué, saludando:
–¡Qué tiempo tan... feo! –por poco digo “loco”.
–¿Cuál? –preguntó– ¿El de las horas o el del cielo?
No supe que responder. Y preferí desviarme en preguntas:
–¿Por qué te desagrada la lluvia?
–Por que son las lágrimas de las nubes después que se han
peleado entre ellas. No me gusta que se pelee nadie...
Retornó la garúa. Corrimos a la ochava. Y allí le aconsejé:
–¿Por qué no te vas? Te puedes enfermar.
Me vio con sus ojos desquiciados. Sin embargo, insistí:
–Sí, ya sé. Tienes que cuidar la esquina. Pero en las noches
vuelves a tu casa... ¿quién la cuida entonces?
–¡El farol! Él también es mi amigo, él lo hace cuando me
voy.
Recordé cierta vez que hubo apagón eléctrico. Juan llegó
con una linterna. No se fue de la esquina hasta que volvió el
suministro de energía. Era un loco, pero no un irresponsable.
Quise explicar a mi demente amigo la verdad sobre la lluvia. Y
vi que en sus momentos lúcidos tenía un amplia cultura.
–¿En que parte de tu camino aprendiste tanto? –exclamé.
–¿Mi camino? –hablaba consigo mismo– El inicio fue como
el todos. ¿Cuántas anormalidades hacen las criaturas? Luego
nos enseñan a hablar, y perdemos la naturalidad. La gente se
toma el derecho de hacer preguntas, exigiendo una respuesta.
Van amoldando con palabras la mente del niño para que actúe
igual a ellos. Y, si no lo consiguen, le llaman loco.
La lluvia paró. Volvimos a la esquina. Y el orate siguió:
EL FAROL
CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA
08... EL FAROL
Basada en El Loco, de la “Barca de Caronte
Diap 14
Subí hasta la rama. Al acercarme al nido tuve una sorpresa.
¡Estaba ocupado por una atiborrada y fuerte cría! Demasiado
grande para un nido de gorriones. ¡Era un pichón de tordo!
Furioso, quité al vividor poniéndole en la caja. Y acomodé en
el nido, en su nido, al pobre pichoncito que llevaba.
En el horizonte atardecía. Quedé un rato en la rama viendo
los arreboles. Los pájaros volvían a sus hogares. Una pareja de
gorriones saltaba desesperada en las ramas cercanas.
Eran los padres de la cría. Me sentí bien. Esa noche un feo,
diminuto, mísero y desnutrido pichón tendría sustento y calor.
Bajé. Juan me aguardaba con expresión de perturbado.
–Creí que te ibas a quedar ahí arriba. –dijo– Y que mañana
en el amanecer te irías volando con los demás pájaros.
–¡Cómo me hubiera gustado hacerlo! –respondí– Pero... me
falta tu locura para poder volar.
El demente abrió la caja. Le asombró hallar otro pichón... y
aún más grande. Le expliqué a mi loco amigo lo sucedido:
–Mira, Juan. Es un tordo. Un ave que deja los huevos en los
nidos de otros pájaros. Nace antes que los demás pichones. Y los
pájaros, creyéndolo su hijo, alimentan esa enorme boca.
–Pobrecitos... –murmuró el desquiciado.
No comprendí si lo decía por los padres o por los tordos.
–No es todo. –continué– Si las otras crías no mueren de
hambre; el tordo, que crece más fuerte y grande, empuja fuera
del nido a los débiles y verdaderos hijos de la pareja.
–¿Qué haremos con él? –había pena en su voz.
–Es un parásito. –dije con rabia– Tíralo a la alcantarilla.
–¡No!... –gritó– Aunque sea eso, es un pichón... lo cuidaré.
Y Juan, el Loco de la Esquina, se fue con la caja.
Y yo, llevándome la escalera... lo admiré.
...oo0oo...
Llegué temprano esa tarde. Tenía el anormal presentimiento
que Juan, el Loco de la Esquina, me estaba esperando.
Así lo era. Sin embargo, no estaba apoyado en el ángulo de
la pared. Se hallaba bajo el árbol cercano, viendo hacia arriba.
Otra vez tenía una caja de zapatos en las manos. Pero ésta
era más chica y con pequeños agujeros en la parte superior.
Hizo señas para que me acercase. Levantó la tapa, dentro
había un diminuto, feo, mísero y desnutrido pichón de gorrión.
Gorriones o pásulas abundaban en esos meses anidando
entre las horquetas y ramas de los reverdecidos árboles.
–¿De dónde lo sacaste? –pregunté, asombrado.
–Se cayó esta mañana de allá arriba. –dijo acongojado.
Señaló una ramificación alta donde se veía la paja del nido.
–Tuvo suerte de no matarse con el golpe. –indiqué.
–Cayó sobre unas hojas secas. –siguió él– Lo oí chillar. Lo
recogí. Busqué la caja, y cada tanto le doy pan mojado.
Me extrañó que la pareja de gorriones no estuviese piando
y revoloteando enloquecidos en busca de su cría.
–Te estaba esperando... –me lanzó de sopetón– ¿Podrías
devolverlo al nido? Tú tienes una escalera. Anda, tráela.
–Está bien. Pero tú salvaste al pichón, así que lo subirás.
–No, súbelo tú. –su cara de aberrante se sonrojó– Tengo
miedo de caer. Y como él, no aprendí a volar.
Reí, mi amigo Juan era loco pero no tonto. Traje la escalera.
Los vecinos, al verme así en la esquina y en el atardecer,
estarían diciendo que el demente era yo. Pero, hacía mucho
que no me importaba la opinión de los demás.
Apoyé la escalera en el tronco. Los ojos del enajenado
brillaban de felicidad al darme la caja con el pajarito.
EL PICHÓN
CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA
09... EL PICHÓN
Diap 15
–Sí, ahora sí. Ya se fueron mis hermanos y mi padre. Sólo
queda mi mamá. Ella me quiere mucho. De chico, cuando me
pegaban los otros niños, iba a refugiarme en ella. Mi madre.
me abrazaba y lloraba, mezclando sus lágrimas con las mías.
¡Pobre madre! Es normal, y siente que algo de ella hay en mí.
Juan calló, se perdía en sus enajenados e íntimos desvaríos.
Yo respeté su silencio, pero pronto retornó a hablar.
–Mi padre habría matado los cachorritos de ratón, decía
que eran malos porque comían la comida de las gallinas. Pero,
él también era malo: Criaba las gallinas para matarlas, comerlas
y robarles los huevos... ¡Claro!... a él nadie le decía nada.
–Nuestra infancia fue un época de severidad. –opiné.
–Nunca pude estar junto a mi padre, –siguió mi loco
amigo– me miraba furioso y, si intentaba acercarme, un
bufido colérico marcaba la distancia. ¡Pobre padre! Era tan
absurdamente normal que temía reconocer algo de él en mí.
–No sólo él. –acoté, reflexionando– Siempre tenemos miedo
de vernos como realmente somos.
De pronto, de la boca de la alcantarilla, salieron varias
ratas en la penumbra. El farol no se había encendido aún.
Juan abrazó la caja, envolviéndola en el periódico viejo.
–¡Ratas, ratas!... –gritó desquiciado– ¡Son malas!...
–Son familia de los ratones. –le dije para calmarlo.
–¡No! Las ratones son tímidos, temerosos... Las ratas son
salvajes, pelean entre ellas. Se parecen a la gente.
El farol se iluminó. Las ratas volvieron al albañal.
Mi demente amigo se marchó con su caja, repitiendo:
–Ratas, ratas... son malas... gente, gente.
Esa noche me costó dormir. ¿Sería por la siesta?
¿O me roía la historia de Juan, el Loco de la Esquina?
...oo0oo...
Habían pasado rápido las semanas. Sucede eso en verano.
Era feriado, y en ese día en medio de la semana donde no se
está aún cansado del trabajo ni se tiene las energías iniciales.
Luego de una inútil siesta salí a la puerta. Miré la esquina.
El infaltable loco Juan estaba allí. Otra vez con la pequeña
caja de zapatos. Imposible que hubiese caído otro pichón, ya
todos volaban acompañando a sus padres o independientes.
Fui donde mi demente contertulio. Al acercarme noté que
sobre la caja tenía el suplemento de un diario conocido.
–¿Qué día es hoy? –preguntó sin saludar, alterado.
–Miércoles... –y, burlón, agregué– el atravesado.
–¡Qué desgracia!... Perdí un día. Acá dice jueves. –exclamó,
señalando el encabezamiento del periódico.
–Tranquilo, Juan. Es un ejemplar de la semana pasada.
–Ayer la vecina me dio el martes y hoy me da éste. ¡Se me
perdió un día!... ¿Dónde van las días perdidos?
Hubiera querido saberlo yo también pero, preferí desviar
la conversación para sacarlo de su inquietud y, pregunté:
–¿Tienes aún el pichón de tordo en la caja?
–¡No! Ya lo crié, y un día se fue... nunca más volvió.
–Tenía que ser un parásito, –dije rudo– así te agradeció.
–Yo no lo cuidé para que se quedara, sino para que volase.
–respondió contento– Ahora, cuando veo un pájaro por el aire
creo que es él y que lleva una parte mía.
Me sentí un miserable normal frente a tan noble desquiciado.
–Lo que tengo en la caja son ratoncitos. –siguió– ¡Pobres!...
aún ni abren los ojos. Los hallé en el galpón. La madre debe
haber caído en una trampa. Chillaban de hambre... los criaré.
–¿Te los dejarán tener en tu casa? – pregunté extrañado.
ROEDORES
CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA
10... ROEDORES
Diap 16
–Eso es ser egoísta. –afirmó– Piensan en ellos y no en los que
se fueron. Quienes creen en Dios tiene la felicidad de ir con él. Y
quienes no creen, la dicha de encontrar el final.
–Felicidad es un loco mito humano. –reflexioné, agregando–
Entonces... Dime que te enseñó la vieja maestra.
Colocándose en pose de payaso, sacó un caramelo y dijo:
–¿Cómo pongo el dulce debajo del sombrero sin quitarlo?
–Imposible. –afirmé, con pedante suficiencia.
Mi demente amigo puso en su boca el caramelo y lo comió.
Me vi ignorante y ridículo. El orate había resuelto el problema.
–Si divido el uno... ¿Qué queda? –preguntó el loco payaso.
–Depende del divisor. –respondí, recordando la escuela.
Juan tomó un palito del suelo. Me lo mostró, luego lo partió
varias veces, puso los trozos uno al lado del otro, explicando:
–Si divido el uno, me quedan unos más chiquitos.
No pude menos que reír. Reía de mi torpeza, de mi nulidad en
ver las cosas naturales sin complicaciones intelectas.
–¿Sabes que es triste? –manifesté al desquiciado payaso, y yo
me respondí– Cuando éramos niños veíamos nacimientos,
bautizos, cumpleaños... ahora sólo vemos velorios.
Juan se acomodó la falsa nariz roja, y torció el sombrero.
–Siempre hay nacimientos, cumpleaños y velorios. –indicó–
Lo que cambian son nuestros ojos. De niños sólo ven los que
nacen. Al envejecer sólo ven los que mueren.
Quedé maravillado. La vieja maestra había formado un gran
alumno. El loco de la esquina se puso firme y, oyendo una íntima
música de circo, vestido de payaso comenzó a marchar.
–¿Entonces?... ¿Entonces?... ¿Entonces?... –repetía.
Sentí ganas de seguirlo... sin embargo, volví a mi casa.
Los vecinos estarían serios, pero la vieja maestra sonreía.
...oo0oo...
Fue la mañana que volvimos del entierro de la vieja maestra.
Tan vieja que nadie quería decir que había sido su alumno.
En la esquina estaba Juan. El vecindario se escandalizó al
verlo. Tenía un pequeño sombrero de payaso, largo blusón de
vivos colores, pompón rojo en la nariz, y otras locuras más.
Después de criticarlo en susurros colectivos, cada chismoso
entró en su casa. Yo dejé mi familia y fui a hablar con él:
–Juan... ¿Por qué estás vestido así? No es Carnaval.
–Porque murió mi maestra. Ella me enseñó a ser payaso.
–Juancito, –dije compasivo– tú nunca fuiste a la escuela.
Me miró con esa sonrisa limpia, sin prejuicios. Parecía como
si hubiese caminado sin ensuciarse con el polvo del camino.
–Sí, fui... pero dejé de ir enseguida. Los niños me pegaban,
los directores me castigaban. Es el desquite de los que están
presos, cuando cae entre ellos uno que tiene la libertad.
–¿Entonces?... ¿En qué época fuiste su discípulo?
–Cuando se jubiló, cuando se volvió vieja, cuando los
demás alumnos la olvidaron... ella fue mi maestra. Mi madre y
ella me enseñaron a leer. Me gustaba. Los libros no se burlan.
–Sí... –murmuré– pero hay quienes se burlan de los libros.
–Mi vieja maestra decía que la única forma de aprender es
olvidando la seriedad. Que el ser más sabio es el payaso. Es
fácil hacer llorar, simple hacer reír y muy difícil hacer sonreír.
–¿Por qué no nos dijo eso en la escuela? –pregunté.
–Por que ahí van los normales. La escuela instruye pero no
educa ni da cultura. –respondió– La vieja maestra me enseñó
a ser payaso mientras aprendía a leer. Por eso estoy vestido
así. Ella estaría contenta al verme... ¿Por qué ir de negro y
triste?... Cuando alguien muere debe haber alegría.
–Juan... siempre da tristeza perder a alguien querido.
PAYASEANDO
CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA
11... PAYASEANDO
Diap 17
–¿No es suficiente que las encierren? –gritó en delirante
carrera– ¿Tienen que lastimarlas para que no vuelen?
Juan sacudía la caña en el aire con loca furia, y continuó:
–Pobres... cada mañana ponían un huevo, un futuro pollito,
cacareaban contentas, pero venía la gente y se lo robaba.
El papel se rompió del hilo, salió volando. Primero subió en
un remolino, luego fue bajando en vaivenes, para finalmente
caer en un charco sucio y ser arrastrado al albañal.
–Se perdió mi pajarito de papel... –musitó el enajenado.
–Lástima que fue a parar a la alcantarilla. –acoté, pensando
que así sucedía con los sueños.
–Pero voló solo, subió alto, nada lo tenía atado... –dijo Juan,
feliz como si él hubiera sido quien había estado en el aire.
Arrastrado por mi insensata manía de normalidad, pregunté:
–Juan... ¿tú crees que eres loco?
–No lo sé. Eso es lo que dice la gente... ¿tú que piensas?
–Creo que eres distinto a los demás... por suerte.
–¿Por suerte para mí o... para ti?
Me miró con una inexplicable sonrisa. Le devolví una igual
sin saber que decir. Permanecimos en silencio. El desquiciado
fue hasta el árbol, agachándose en la acera. Buscaba algo.
Recogió una hoja seca, la ató al hilo de la caña y comenzó a
correr contento, haciéndola revolotear, mientras iba recitando:
“Anoche soñé que volaba,
y al mar y los cerros llegaba...”
Quedé largo rato en la esquina, metido en mis pensamientos.
Juan, el loco de la esquina, había reemplazado la pérdida
de un pajarito de papel por el revoloteo de una hoja seca.
Lo importante era hacer volar algo sobre él.
Y se me agolparon los recuerdos de pajaritos perdidos.
...oo0oo...
Encontré a Juan corriendo con una caña. En la punta de
ella tenía un hilo y, atado a éste, un pajarito de papel.
El demente iba de un lado a otro de la esquina buscando el
viento que hiciera agitar en lo alto su artificial ave.
Cada tanto se ponía en pose de declamador para recitar:
“Anoche soñé que volaba,
y al mar y los cerros llegaba...
Allí los gatos revoloteaban,
y la miel de las flores tomaban...”
Recordé que de niño yo también tenía sueños donde podía
volar pero, me venció la lógica de hombre normal y, le dije:
–Juan... los gatos no vuelan.
–Los de mi sueño, sí. Y con alas de muchos colores.
–¿Te gustan los gatos?
–Cuando no arañan, sí. Tienen el pelo suave, miran lindo.
–¿No te gustan los perros?
–¡No! Siempre me ladran. Parecen bravos. Aunque, si el
dueño los llama se arrastran a sus pies como miserables.
–Pero... los gatos comen pichones.
–Los de mi sueño, no. ¿No ves que tomaban miel? Volaban
con ellos, eran sus amigos. Un amigo no lastima a otro amigo.
–Sin embargo, hay pájaros que matan a otros en su vuelo.
–También hay hombres que lo hacen... y le dan premios.
Por momentos estuve tentado de preguntar si los premiaban
por matar pájaros o hombres en el vuelo, pero callé; y él siguió
corriendo con su pajarita mientras reprochaba:
–¿Por qué la gente quita las plumas largas a las gallinas?
–Son las remeras. –expliqué– Sin ellas no pueden volar, se
quedan en el suelo, no remontan a los árboles. No escapan.
VUELOS
CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA
12... VUELOS
Diap 18
Pero el loco, sin oírle y viendo la calle, deliraba diciendo:
–Los perros señalan su territorio orinando, los automóviles lo
hacen con huellas de frenadas y manchas de aceite.
Quizás mis ojos furiosos, o lo expresado por Juan, hizo que
el hombre retomara con rabia el trabajo.
Al mover la rueda nueva para hacer coincidir los agujeros
con los tornillos, rodó la mala apoyada en el auto; y ésta dio a
la taza, tirándola con las tuercas a la alcantarilla.
–Ese hueco es hondo y sucio. –indiqué, agregando irónico– A
Juan le faltaba una tuerca, pero a usted le faltan todas.
–Ahora sí que estoy en un problema. –se lamentó el vecino.
–No veo cual es el problema. –dijo Juan, el orate.
–¿Con qué voy a apretar la rueda? –explotó molesto.
Y el desquiciado, corriendo tras una mariposa, fue diciendo:
–Quítele una tuerca a cada una de las otras ruedas y tendrá
tres tuercas. Con ellas puede fijar la rueda que puso.
Era tan lógico que, enloquecido de alegría, el vecino lo hizo
de inmediato. Luego que hubo guardado todo en el coche, el
hombre no pudo contenerse y, agradecido, dijo al trastornado:
–¿A ti te dicen loco con la idea que me diste?
–Es que yo soy loco... no tonto.
Tres carcajadas unísonas llenaron el lugar.
Desde esa noche, el vecino cuando pasa y ve a mi demente
amigo, intercambia unas palabras con él. Sin embargo lo hace
desde dentro el coche, sin bajarse, con la ventanilla abierta.
Teme que lo vean los demás. No se atreve a ser un bípedo
natural que charle con el loco de la esquina, a ser un individuo
que luego vuelva a su casa pensando en lo que hablaron.
Y a veces con el alivio de haber reído juntos.
Es tan lindo reír entre locos. Ya que en este camino...
¿Quién es más loco, más tonto, o más normal que otro?
...oo0oo...
Se había encendido el farol de la esquina. El loco Juan y yo
estábamos por irnos. Pero él corría mariposas de la noche.
Vimos llegar en su coche a un vecino, uno de los muchos
con automóvil. Y, como todos los que tenían vehículo propio,
llegaba más tarde de los que usábamos el transporte público.
Las masas de autos atiborrando las avenidas, a paso de
tortuga y recalentado los motores, era el precio por el status
de ir en cuatro ruedas y figurar como dueños de un coche.
Al llegar el carro a la esquina nos asustó el estallido de uno
de los neumáticos delanteros. El vehículo se inclinó de trompa
como un animal herido. Y éste era un cuadrúpedo de metal.
El vecino frenó dejando el coche cerca de la alcantarilla.
Bajó con mal humor, y esbozó un saludo forzado hacia el loco
Juan y yo. A ningún chofer le gusta que los demás vean que su
automóvil tiene fallas, que no puede seguir rodando.
Abrió el portaequipajes. Buscó las herramientas y la rueda
de repuesto. La llevó delante. Comenzó el cambio. Aflojó las
tuercas de la averiada y las puso dentro la taza tapacubos.
Ya tenía subido el coche con el gato y había sacado la llanta
desinflada cuando Juan, en desquiciada colaboración, le dijo:
–Disculpe, señor... ¿Quiere que le ayude?
Yo preferí callar. Sabía cuanto molestaba a los choferes la
impertinencia de un peatón. Más aún, si era conocido.
El accidentado devolvió una sonrisa fingida, respondiéndole:
–No te molestes... Gracias... Ya estoy terminando.
Me disgustó el tuteo a mi demente amigo, a quien antes él ni
saludaba. Pero los normales tienen la costumbre de tomarse
confianza con aquellos que no lo son. Se creen superiores.
–No voy a dejar que éste, que le falta una tuerca, toque mi
auto... –susurró, mirándome en busca de tácito apoyo.
LAS TUERCAS
CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA
13... LAS TUERCAS
Basado en un viejo cuento popular
Diap 19
Lo dejé diciéndole que esperase, que iba a ver si la podía
encontrar en el viejo galpón de la casa. Luego de registrar
entre polvorientas cajas, la hallé. Incompleta, pero la hallé.
Las piezas estaban llenas de óxido, una rápida lijada las hizo
brillar. Los tornillitos, inexplicablemente, permanecían negros.
Feliz, crucé la casa con mi herrumbrosa lata bajo el brazo.
Mi esposa, al verla, reclamó donde iba con esa... porquería. Sin
detenerme, respondí que a la esquina, a mostrársela a Juan.
Y al llegar allí, con mi desquiciado contertulio, sentados en
el cordón de la vereda, bajo la sombra del árbol, cerca del
farol, comenzamos a armar recuerdos de nuestra infancia.
Fuese por las añoranzas o por lo sucedido poco antes, se
me humedecieron los ojos. El loco Juan me miró preocupado.
–Estás llorando... –dijo con verdadero afecto.
Para él, llorar era algo natural. Pero yo, un hombre mayor,
definido como normal, no lloraba y, mentí:
–No... Me cayó en los ojos alguna pelusa del árbol.
–No te frotes. –aconsejó solícito– Cuanto más roces lo que
te molesta, más se clava, más duele. Aguanta un ratito... y lo
que lastima se irá sin darte cuenta.
Sonreí con tristeza, niños y dementes dicen la verdad.
–¿Tú, qué eres? –preguntó Juan, apretando un tornillo.
–Soy un técnico, trabajo en una empresa. –respondí.
–No... eso es lo que haces, no lo que eres. Tú eres mi
amigo, el que charla aquí conmigo, y el que tiene un tesoro...
una lata con viejas piezas de mecano.
–¿Y tú, qué eres? –musité con la voz tomada de emoción.
–¿Yo?... Yo soy Juan, el loco de la esquina, amigo tuyo,
amigo del árbol, amigo del farol, y también tengo un tesoro...
una lata con una piedrita y con el roto estuche de un anillo.
Callamos, las latas brillaban al sol como si fuesen de oro.
...oo0oo...
Fue el sábado al volver de vacaciones. Dejé mi gente en la
casa acomodando aquel manicomio de ropas y cosas. Como
siempre, más de la mitad volvían sin ser usadas.
Me dirigí a la esquina. Quería charlar con el loco Juan. Lo
encontré con el rostro rojo. Se notaba que había tomado sol.
–Hola, Juan...¿estuviste veraneando?
–Ayer fui con mamá. Nos llevó mi hermano, un chiflado
por la playa. A mí no me gusta, allí hacen muchas locuras.
–¡Por fin abandonaste un poco la esquina! –exclamé burlón.
–No la dejé sola. Le dije al árbol y al farol que la cuidaran.
¡Cómo los extrañé! A uno por la sombra y al otro por la luz.
Vi que mi demente amigo sostenía en sus manos una lata,
una de ésas para bombones o dulces, que luego sirven para
guardar infinidad de cosas. Se veía muy usada.
–¿Qué tienes en esa lata? –pregunté, imprudente.
–Mis tesoros... –y la abrió mostrándomelos.
Una piedrita de colores, una medalla de escudo indefinible,
algunas bolitas de vidrio, tapas de bebidas, varias figuritas en
papel de aluminio, pequeños animales de porcelana y, dentro
de un roto estuche, un barato anillo con sus iniciales.
–Me lo dio mi padre cuando enfermó. –dijo, poniéndoselo–
Entonces me dejaba estar cerca de él, pero... se murió.
Quedé en silencio. ¿Qué historia tendría cada una de esas
cosas? Y Juan volvió a su forma desvariada de ser:
–¿Tú no tienes un lata con tesoros? –inquirió.
–Sí, de chico la tuve. No sé donde habrá ido a parar.
–Tú guardabas en una lata un juego de mecano, –siguió
él– unas tiritas de hierro con agujeros... Atornillándolas,
hacíamos aviones, barcos, casas... hasta pajaritos. ¿Te acuerdas?
La fabulosa memoria del enajenado despertó mis añoranzas.
LAS LATAS
CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA
14... LAS LATAS
Diap 20
–¿Cómo termina el cuento? –el demente estaba intrigado.
–Los seres avanzados de ese mundo liberan a los humanos.
Los consideran desarrollados. Porque sólo una raza civilizada
es capaz de aprisionar a otros y a su misma especie.
–¡Paredes!... ¿Paredes!... –Juan volvía a sus desvaríos–
¡Gente!... ¡Gente!... ¿Para qué se encierran en un cuarto?
–Para protegerse del sol, la lluvia, el viento, el frío. –dije.
–¡Ah!... ¿Sí?... Entonces dime: ¿Por qué luego a las paredes
le abren ventanas? Dicen que para ver afuera, para que entre
la luz y el fresco. O sea, lo que no querían. Pero, después le
colocan vidrios para que no pase el frío y el viento. Y, luego, a
continuación, persianas y cortinas para que no penetre el sol.
Solté una carcajada ante la ridícula realidad, el orate siguió:
–Como son normales tienen que abrir un hueco para poder
pasar. Pero ponen una puerta en el agujero, y a la puerta le
colocan cerraduras, travesaños, rejas, para que no se pueda
abrir. Quisiera saber: ¿Por qué ellos dicen que yo soy loco?
Nuevamente me reí, pero una amargura fina se colaba.
–El agua en tuberías, –continuó él– la luz en cables dentro
conductos, el calor vuelto gas en cañerías. Todo lo encierran.
–Los pasajeros en los transportes, –añadí– los obreros en
fábricas, los empleados en oficinas, los niños en escuelas, las
familias en las casas. –y en voz baja pensé– Las ilusiones, los
ideales, los recuerdos... dentro uno.
–Pero yo soy libre, aquí afuera, con mi vincha. –dijo el loco.
El farol se encendió, cada uno tomó su camino.
Esa noche me desvelé. Me sentía prisionero de las paredes,
de las persianas, de las puertas, de la casa, de mi mismo...
Recordaba a Juan, el loco de la esquina. Un ser libre.
La libertad no estaba en la vincha, estaba en él.
...oo0oo...
Aún había sol cuando llegué esa tarde.
Y Juan, mi amigo loco, estaba en la esquina. En su frente
lucía una cinta con los colores patrios. ¿Cuales?... Da igual,
todos los países tienen una divisa con que atar al pueblo.
La banda llevaba impreso una palabra muy manoseada.
–¿Cómo te encuentras? –dije para no caer en su juego.
–Yo no me encuentro, yo estoy. –respondió burlón– El que
me encuentras eres tú que estás llegando.
–Está bien... siempre me embromas. –reí, preguntando–
¿Cómo estás? ¿Qué haces con esa vincha en la frente?
–¿Cómo estoy?... Si estuviese del lado de adentro de estas
paredes, estaría en un rincón y viviría arrinconado. Pero estoy
del lado de afuera, en la esquina, y vivo en libertad.
Dijo esa palabra con énfasis, señalándola en la cinta.
No quise desilusionar al loco diciéndole que era sólo una tira
de tela con colores y que esa palabra se podía usar para todo.
–Por dentro son un rincón, por fuera una esquina. –repetí
reflexionando– Y... las paredes son siempre las mismas.
–Ellas sí, el lugar de la persona no. –aclaró el desquiciado–
Cuanto más paredes levantas, más te quedas prisionero.
–Pero sin ellas... ¿Con que soportaríamos el techo? –inquirí.
–El árbol tiene copa y no tiene paredes, el farol una cubierta y
no paredes... el cielo es una bóveda inmensa sin paredes. –
respondió– Pero el hombre normal enloquece por cerrarse él,
y a los demás, entre muros, techos, pisos.
–Recuerdo un cuento. –narré– Astronautas humanos llegan
a otro mundo. Encuentran seres avanzados que, viendo a los
viajeros como bípedos inferiores, los aíslan para investigarlos.
Estando así, los humanos hallan un animalito y le hacen una
jaula. Poco después, otra mayor para un astronauta rebelde
LA VINCHA
CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA
15... LA VINCHA
Diap 21
–¿Te acuerdas de los avioncitos de papel que fabricábamos
con el programa de cine? –añoré, llevado por la emoción.
–Y que hacíamos volar en la luz del proyector. –dijo el orate,
riendo– Películas de vaqueros con sombras de aeroplanos.
Comencé a doblar una hoja tratando de formar uno de esos
aparatos de papel. Era inútil, mi habilidad se había perdido
como mi infancia. Otra vez vino el loco Juan en mi auxilio.
Pronto salió de sus manos un avioncito de anchas alas y
grueso cuerpo central. Propio de aquellos años, asemejaba un
hidroplano. Lo catapultó y, planeando, llegó hasta mí.
–Ya no son hacen de esa forma, –aclaró– ahora son así.
Con otra hoja hizo rapidamente un avión alas delta, agudo.
Tomando la fina cabina entre sus dos índices, me lo lanzó.
Tuve que esquivarlo, pasó como un jet cerca de mi cara.
–Otros tiempos, otras formas... –reflexioné en voz alta.
–Sí, pero los papeles son siempre iguales... y usados.
Miré a mi demente contertulio, lo había dicho viendo el
aire. Caía en una de sus fases de delirio. En ese mundo
especial de los locos. Callé en tanto pretendía hacer yo algo
con las hojas. Obtuve un cubo y una pirámide. Cosas sin alas.
–Dime... –preguntó el enajenado, volviendo a su realidad–
¿Por qué las personas, que no hablan con extraños, cuando
son pasajeros se sientan juntos, apretados, y charlan?
–Será que representamos distintos papeles. –ironicé.
–Dicen estar volando en un avión. –seguía el desquiciado–
La gente no tiene alas, va sentada. Los que vuelan son los
pájaros, los aeroplanos... y los aviones de papel.
Volví para mi casa. Juan, el loco de la esquina, se quedó.
Llevaba en mi mano los avioncitos. Intentaría recordar como
se hacía el viejo modelo. Pero, dentro mío una voz repetía:
“Papeles... papeles... siempre iguales... y usados”.
...oo0oo...
El viernes de noche había llovido fuertemente. Sin embargo,
apenas salió el sol, se vio que iba a ser un día de reverbero.
A eso de las nueve de la mañana me dirigí a charlar con mi
amigo Juan, el loco de la esquina. Ya fuese por el sopor o la
canícula, él se encontraba más desquiciado de lo normal.
Tenía una desusada libreta. Con un diario se había hecho
un sombrero triangular, tipo bicornio, y puesto atravesado. Era
una caricatura de Napoleón, la típica imagen de un demente.
La calle estaba limpia por la lluvia. Permanecían cerca del
cordón pequeños lagos de agua transparente, represados por
las hojas muertas, emulando mares y lagunas.
–¿Qué haces con eso en la cabeza? –pregunté, riendo.
–Soy el almirante Nelson. Ésa es mi armada. –indicó teatral.
Miré un charco. En él flotaban varios barcos de papel, esos
que los niños realizan doblando una hoja de cuaderno. Las
infantiles naves giraban al movimiento del caliente aire.
–Haz el tuyo. –dijo el chiflado, dándome una vieja página.
Intenté hacerlo, pero no recordaba como. Juan, burlándose y
rompiendo unas páginas, armó y flotó mis navíos, indicando:
–Los tuyos son cuadriculados, los míos a rayas.
–¿Soy la escuadra española? –pregunté, siguiendo el
juego– No tiene gracia, voy a perder la batalla.
–Y yo perderé una pierna... –musitó, imitando un rengo.
Luego quedó pensativo. Fue hasta donde la hojarasca y una
piedra frenaban el agua. Las sacó. Un arroyuelo vació nuestro
mar, llevándose las dos flotas de papel a la alcantarilla.
–¿Por qué lo hiciste? –exclamé sin salir del asombro.
–Sólo eran papeles... –indicó, tirando el bicornio al albañal–
No iba a perder un amigo y una pierna por batallar con ellos.
Hacía calor, pero sentí un temblor frío cerca del corazón.
PAPELES
CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA
16... PAPELES
Diap 22
Por unos momentos creí que se refería a los sueños, a los
ideales. Pero, miraba con tristeza a las agonizantes orugas.
–Cálmate, nada podemos hacer contra la realidad. –dije, y
le entregué la caja– Toma... son para ti.
–¡Gusanos de seda!... –gritó emocionado– Los cuidaré...
Quedó reflexionando un instante y me preguntó:
–¿Por qué no matan a éstos?
–Para el hombre sólo es dañino lo que no le da utilidad o lo
que compite con él para sobrevivir. –indiqué agriamente.
No quise decirle que a los gusanos de seda, convertidos en
crisálidas, para que sirviese el hilo, los hervían vivos dentro
los capullos antes que eclosionaran como alados.
Luego, salvé del albañal algunos coleópteros y mariquitas
que destruyen a las cochinillas perjudiciales. E ironicé:
–Según la aerodinámica, los escarabajos no pueden volar.
–Pero ellos no saben de aerodinámica, y vuelan. –dijo Juan.
Me sentí tranquilo. Mi loco amigo volvía a su anormalidad.
Semanas después vimos las pupas colgadas de las hojas. Al
poco tiempo se llenó el aire de coloridas mariposas. La gente
las admiraban... y al agarrarlas las clavaban con un alfiler.
El hombre destruye lo que ama, y ama lo que le destruye.
Un atardecer pregunté a mi desquiciado amigo:
–Juan... ¿conoces el ciclo de las mariposas?
–Sí... Primero son gusanos, luego crisálidas, después lindas
mariposas, y ellas ponen huevos para otra generación.
Pensé en los humanos. La mayoría se arrastran, algunos se
encierran en una crisálida, pocos pueden salir de ella, los
menos logran volar con alas de colores...
Y me pareció que en la calle aún había muchos gusanos.
Y, despidiéndome de Juan, el loco de la esquina, me fui.
...oo0oo...
Sucedió una mañana ya cercano fin de año. Me avisaron
que Juan estaba terriblemente desquiciado, que el loco lloraba
en la esquina. Al salir a la calle comprendí la causa.
Retorné rápido a mi casa. Tomé unas muestras del trabajo
que estaba efectuando una hija para la escuela. Las coloqué
sobre hojas de morera en una caja, y fui donde mi amigo.
Temprano, un fuerte viento había sacudido los árboles de
esa región austral, haciendo caer cantidad de nidos, insectos,
y orugas. Por suerte, los pichones de las aves ya volaban.
El demente me señaló a un bicho peludo subiendo el tronco.
–Mira, que lindo es... –dijo– está volviendo a su follaje.
–Ten cuidado. –aconsejé– No le toques los pelos, te arderá,
por algo le dicen bicho de fuego.
–Si lo aprietas se defiende. – justificó, tomando otro gusano
del suelo– Pero, si lo tratas con cariño no te hace nada.
Asombrado, vi que lo acariciaba. Luego lo colocó en la
parte alta del tronco para que llegase a las hojas. Miré el
rostro de mi enajenado contertulio. Aún había lágrimas en sus
mejillas.
–¿Por qué los exterminan?... ¿No ven que son hermosos?...
¿No saben que serán mariposas?... –preguntó acongojado.
–Lo supieron; pero, con el tiempo lo olvidaron. –dije–
Piensan que, como hay gusanos malos, hay que matar a todos.
–También hay personas malas... ¿hay que matar a todas?
No supe responder. Las vecinas, murmurando entre ellas,
nos miraban con enojo y seguían barriendo las orugas hacia la
alcantarilla. Cuando se acercaban, Juan decía con dolor:
–Apaleados, golpeados, pisoteados, aplastados... pero no
les alcanza, deben tirarlos a lo profundo, que mueran entre la
basura. Si los hubiesen dejado crecer habrían sido realidades
hermosas, volando libres, llenando de colores con su vida.
GUSANOS
CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA
17... GUSANOS
Diap 23
Tomó la enorme flor y, luego de recortar el vástago, empezó a
quitarle los pétalos uno a uno mientras iba entonando:
–Me quiere... mucho... poquito...
–Te vas a dormir sacándolos. –indiqué, burlón.
–Ahora tiene el disfraz de margarita. –aclaró– ¿Acaso no
es lindo dormirse sacando pétalos?
No sabía que responderle, y el orate siguió:
–Me quiere... mucho... poquito... me quiere... mucho...
–Te olvidaste del nada. –le previne.
–No me olvidé. En mi margarita no hay pétalos para el nada.
Todos me quieren. Algunos mucho, algunos algo, algunos
poquito... pero siempre con cariño.
Se me humedecieron los ojos. Para disimular miré hacia la
penumbra que comenzaba a rodearnos. En los árboles y
jardines, las luciérnagas y bichitos de luz iniciaban su titilar.
–¿De donde sacarán la luz? –él había seguido mi vista.
–Es una reacción química. –expliqué; pero, recordando
que era Carnaval, le quité la máscara– La llevan dentro ellos.
–¡Qué lindo sería que nosotros llevásemos una luz! –dijo.
–¡Tú la llevas!... –exclamé de corazón– La mayoría, no.
Llegó mi gente del desfile. Vinieron a tirarnos papelillos y
serpentinas. El loco de la esquina reía. Yo también.
Luego cada uno retornó a su casa. Yo con una familia y un
par de banquetas. Juan con un repollo y un girasol que había
primero disfrazado de coliflor, después de margarita...
Y en la oscuridad se iba perdiendo su voz diciendo:
–Me quiere... mucho... poquito... me quiere... mucho...
Los demás reían porque se olvidaba del nada.
Y yo, con los ojos humedecidos, le admiraba por tener una
flor a la que le faltaba ese pétalo.
...oo0oo...
Principios de febrero. Sábado de Carnaval. Seis de la tarde.
La familia ha salido a ver el desfile de máscaras, comparsas, y
carros alegóricos, en el bulevar distante muchas cuadras.
El silencio de la casa aprisiona. Tomo un par de banquetas
plegables y voy para la esquina a charlar con el loco Juan.
El demente acepta feliz el asiento. Nos recostamos contra
los ladrillos de la pared, cerca del árbol.
La planta se ha rebelado a la prisión impuesta por el mínimo
cantero en la acera, y levanta con sus raíces las baldosas. Es
difícil encerrar a quien lleva la libertad dentro sí.
Juan coloca junto a él una gran flor de girasol con un largo
vástago. Me imagino que debe ser una de sus locuras.
–¿No fuiste al corso con tu gente? –me pregunta.
–No. No me gusta esa alegría “a la carte” y estereotipada.
–¡Vaya que palabras!... Sácales la careta, tradúcemelas.
Me tenté de la risa, en esos días de carnestolendas todo era
al son de murga... aunque el final de las murgas es triste.
Las dije en lenguaje de comparsa, y a la vez le pregunté:
–Y tú... ¿No te disfrazaste?
–¿Para qué? ¿Acaso no nos disfrazamos cada día, cada
mañana, y cada vez que nos vestimos? Si fuésemos naturales
deberíamos ir desnudos, sin embargo nos ponemos estos
disfraces que hoy son moda y mañana mamarrachos.
Sonreí ante la lógica del anormal, y él continuó:
–Pero es Carnaval... y disfracé al girasol.
–¡Ah!... ¿Sí?... ¿Y de qué? –dije, mirando la vara.
–De coliflor... Arriba es flor y abajo col.
Recién caí en cuenta que el vástago estaba clavado en un
repollo y el mismo lo mantenía en pie. Reímos a carcajadas.
Si alguien nos veía, pensaría en un par de dementes.
DISFRACES
CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA
18... DISFRACES
Diap 24
El demente quedó pensativo. Se miró el trasero y, con ojos
desorbitados por la solución hallada, voceó:
–¡Viva yo... voten por mí... por una cola para cada uno!
Aunque al pueblo le gusta las promesas que luego no le
cumplen, reí tranquilo. No había peligro que Juan continuase
en la política. Tornaba a sus delirios.
–Una cola para cada uno. –seguía declamando– ¿Por qué
no tenemos cola? Los demás monos tienen...
–Los antropoides; –interrumpí– como el gorila, el orangután,
el chimpancé, el gibón, se parecen a nosotros y no poseen.
–Por eso ellos están siempre de mal humor, serios, haciendo
muecas. –Juan hablaba cual demagogo– En cambio, los que
tienen cola juegan saltando y colgándose con ella de la ramas.
–¿Te imaginas lo que sería si la tuviésemos? –pregunté.
–De lo más lindo. –respondió el desquiciado– Las mujeres
la llevarían ondulando, y en la punta le pondrían un pompón,
una moña, o se la habrían perforado para colocar adornos.
–¿Y los hombres? –el orate casi me estaba convenciendo.
–Los serios la tendrían recta, en la punta a lo mucho con un
corbatín. Y los pícaros la usarían para tocar a las muchachas.
No pude aguantar la carcajada. Se movió y le aconsejé:
–Bájate de ahí. Puede fallarte el apoyo y venirte abajo.
Pensé que eso le podía suceder a todos los que incursionan
en la política, de presidentes a dementes.
Le di una mano al chiflado para que no cayese al bajar, él
era de los buenos. Y Juan, el loco de la esquina, se fue.
Desde la calle llegaba un nuevo pregón:
–¡Viva yo... voten por mí... por una cola para cada uno!
Y yo también me fui. Pero me llevé el cajón vacío de comida.
Por si acaso. No fuera que otro loco quisiera subirse en él.
...oo0oo...
Cuando llegué ese viernes al anochecer, aún retumbaban
en mis oídos las proclamas de los demagogos y tenía grabado
en la retina los repetidos colores de las propagandas.
Al acercarme a la esquina vi que mi enajenado amigo estaba
encima de una caja de verduras y con las manos levantadas.
–¡Por favor, Juan!... –imploré– ¿También tú?
–Si todos los políticos lo hacen. –indicó– ¿Por qué no lo
puede hacer otro chiflado? Igual que ellos estoy parado sobre
un cajón vacío de comida.
–Tienes razón. –dije pensativo– Pero, tú eres mejor.
–¿Ves? Ya te convencí sin decir nada. ¿Vas a votar por mí?
Sacando de su bolsillo un papel celofán, lo sacudió.
–Tienes mi voto. –respondí– Tu bandera es transparente.
Y el mundo andaría mejor si lo dirigiesen los locos en lugar de
los estadistas normales. ¿De donde sacaste esa base?
–La encontré aquí, esta mañana. –explicó– Me subí en
ella, a todos nos gusta mirar desde arriba. La gente se detiene
a verme y algunas veces hasta aplaude... ¿están trastornados?
–Es el instinto. –expresé– Sólo somos monos vestidos, aún
consideramos líder al que esté más alto, sea en una rama, una
tarima, un balcón... o en una caja de verdura.
El desquiciado elevó las manos vitoreando. Algunas puertas
del barrio se abrieron. Con molestia, las cerraron de nuevo.
Juan desde su barato estrado arengaba a su invisible público:
–¡Viva yo!... ¡Viva yo!... –repetía.
–Juan... ningún político dice eso.
–¿Acaso no es el resumen luego de toda la verborrea de sus
discursos? –preguntó– ¿Viva yo... elíjanme... voten por mí?
–Es verdad. Pero en política, la verdad es algo relativo. Y
además te falta un slogan para arrastrar a las masas.
ELECCIONES
CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA
19... ELECCIONES
Diap 25
–Luego vino a mi memoria cuando encontré muerto mi
primer gato en el fondo de la casa. Lo habían envenenado.
¿Por qué? Él y mi mamá eran los únicos que me acariciaban...
Y el frío me dio una punzada que llegó hasta la espalda.
Yo sabía que algunas vecinos, cuando las gallinas tenían
pollitos, dejaban carne con veneno a los gatos. No comenté
nada. Por otras cosas me sentía responsable de aquel frío.
–Y pensaba... –siguió– Me enamoré y se burlaron. ¿Por
qué no debo amar? Los bebés son tan lindos. ¿Por qué no
debo tener hijos? Y cuanto más pensaba, más frío sentía.
Permaneció callado un rato, y retornó a su tema:
–Recordé que mi padre un día se murió, que mi maestra se
murió. Él tuvo una casa, una familia, ella tuvo la escuela. Yo
no tengo nada... Y al pensar eso, el frío se hacía muy hondo.
–Tienes mucho. –musité a su lado– Tienes el viento, el
color de las mariposas, el vuelo de los pájaros, el perfume de
la flores, la fortuna de tu locura, las charlas de esta esquina...
El farol encendió su luz. Juan comenzó a irse. Pero esa vez
lo acompañé hasta su casa. Íbamos en silencio, por el centro
de la calle, solos en medio de la oscuridad.
Al llegar frente a su jardín se detuvo para decirme:
–Gracias... siento menos frío. Tu compañía me dio calor.
Quedé sin palabras. El loco de la esquina abrió la cancel.
La ventana del recibo se iluminó. Al abrirse la puerta de la casa
fue recibido por una viejita encorvada y un gato zalamero.
Yo me fui en la penumbra deshaciendo el camino andado.
Con cada paso volvía un recuerdo. Con cada recuerdo iba
sintiendo un frío mayor en el pecho...
Un frío que ningún abrigo podía quitar.
...oo0oo...
Atardecía cuando llegué a la esquina luego de una jornada
agobiante y calurosa a pesar del cielo encapotado.
Juan, mi demente amigo, se hallaba como siempre allí.
Pero, me asustó verlo. Tenía puestos varios abrigos de lana
bajo un chaquetón invernal. Y, con todo, cruzaba los brazos
sobre el pecho, encorvado como frente a un clima congelante.
–¿Qué te pasa, Juan?... ¿Estás enfermo?
–No... No... –y completó viendo mi mirada de preocupación–
Solamente tengo un frío, un frío hondo que no se va.
La temperatura ambiente era aún alta, hacía sudar. Además,
el loco sólo estaba arropado en el tórax, un ligero pantalón
cubría sus piernas y en los pies llevaba unas alpargatas.
–¿Cuándo empezaste a tener ese frío? –pregunté.
–Cerca de mediodía, al ponerse el cielo gris. –dijo con
rostro adolorido– Cuando fui a almorzar me puse esta ropa,
pero no me lo quitó. Y en la tarde se fue haciendo más hondo.
–¿Donde sientes el frío?
–Aquí... Clavado aquí... –e indicó su corazón.
Por un momento me angustié creyendo que se tratase de
algo cardíaco, pero la expresión infantil y anormal de su cara
me recordó que hablaba con Juan, el loco de la esquina.
–¿Te duele?... ¿Cómo empezó?
–Doler, no duele. Pero, se siente muy adentro. Comenzó de
a poquito, cuando vi una señora llevando el hijo a la escuela.
Me hizo acordar a mi mamá y yo yendo por primera vez.
Comprendí el origen del frío que sentía Juan y lo dejé seguir:
–Después fui recordando como me pegaban en el colegio,
como se reían de mí, que nadie quería ser mi amigo, que mi
padre me rechazaba, cómo mi madre lloraba.
Se volvió a encoger, parecía que el hielo le hiriese, y dijo:
UN FRÍO
CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA
20... UN FRÍO
Diap 26
¿Por qué?... –reacciono– Si fui yo el que las junté.
–Tal vez actualmente las quieran. Sientan cariño por ellas...
Si es así, serían de ellos. –y con insensata sonrisa, completó–
Porque lo que amamos lo consideramos de nuestra propiedad.
No bajé a la calle. Me detuve en la vereda viendo con rostro
de admiración a mi trastornado interlocutor.
–¿Te extraña? –siguió él– ¿Acaso no dices: mi señora, mis
hijos, mis padres, mi familia... y otros mis más? Sin embargo,
tú no los compraste, son seres, nunca serán la posesión de
alguien... son tuyos porque así lo sientes, porque los amas.
–Te olvidaste agregar mis amigos. –musité emocionado.
–No me olvidé. La amistad es una relación diferente. Se da
sin exigir retribución. Ningún amigo se siente dueño del otro.
Se es o no se es amigo. Y el amigo lo elige cada uno.
–Es verdad. –reflexioné, parado como un poste más– Los
padres nos dieron la vida porque así lo desearon. La pareja
aparece como parte de la naturaleza. Los hijos nacen de esa
consecuencia.. y de la voluntad de quienes deciden tenerlos.
–Y la rueda gira y gira... –se burló el loco– Ven, no vayas a
buscar nada. Ya no hace falta. Sigamos aquí, viendo junto a
estos amigos: el farol, el árbol, la esquina, aquel perro...
–A ti no te gustan los perros, no los quieres. –le recuerdo.
–A ése sí. Es callejero, no tiene dueño... él elige sus amigos.
Pasa una atractiva mujer. La miramos hasta que se aleja.
–Juan... ¿has hecho el amor? –interrogo, imprudente.
–Estás equivocado. –me responde– No se hace el amor, es
el amor el que nos hace a nosotros.
El loco tiene razón, sea bestial o tierno, el fin del sexo es la
reproducción. La amistad no necesita de figuritas.
Y, en aquel atardecer de verano, nos quedamos en silencio.
...oo0oo...
Atardecer de verano. Charlo con el loco en la esquina.
Cada tanto nos quedamos en silencio viendo pasar la gente. Y,
de improviso, el anormal me pregunta:
–¿Quieres jugar a las figuritas?
Veo que en las manos tiene un paquete de aquellas barajitas
coloridas que traían los chocolatines de nuestra infancia, y las
cuales reuníamos tratando de llenar un álbum.
Las más populares eran con la foto de jugadores deportivos
y diferentes estadios. También las había con paisajes típicos,
personajes históricos, banderas, animales, artistas.
Observo a mi enajenado amigo. Las canas abundan en su
loca cabellera. En cuanto a las entradas de mi frente, les falta
poco para llegar a la nuca. Es desquiciado jugar a esta edad,
pero una nostalgia incontenible me invade al responderle:
–Si es a la arrimadita, no cuentes conmigo. Nadie te ganaba
en tirarlas para que quedasen pegadas a la pared.
Luego de una delirante carcajada, mi contertulio acepta:
–Bueno, entonces será a la payana. Anda a buscar tus
figuritas, las que tienes en el galpón del fondo.
–¿Como sabes que están ahí? –inquiero sorprendido.
–Las debes tener aún. No pudiste echarlas a la basura. Tus
colecciones de lugares, pájaros y animales, eran las mejores.
Hasta en eso fuiste medio loco... no juntabas de jugadores.
–Nunca encontré sentido hacer un mito de una persona
sólo porque juegue, hable, o haga algo, con cierta habilidad.
Creo que mientras alguien respire, se alimente y evacue, nadie
será superior a otro... –e indico– Voy a buscar mis figuritas.
–No te olvides de preguntar a tus hijos si puedes agarrarlas,
quizás ahora sean de ellos. –aconseja el aberrante.
LAS FIGURITAS
CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA
21... LAS FIGURITAS
Porque lo que amamos lo consideramos
de nuestra propiedad. Alberto Cortez
Diap 27
Estaba seguro que había, y salí presuroso a buscarlas. Al
volver hallé al desquiciado acariciándose pensativo el mentón.
Luego de comer un par de ellas, retornó a sus interrogantes.
–Si los judíos no mataron a Jesús, si los criminales no son
malos sino enfermos sociales, si robar no es un delito sino un
problema sicológico, si pecar no es inmoral sino una liberación
sexual, si los invertidos no son degenerados, si la Física no es
exacta... ¿Qué fue todo lo que nos enseñaron en la niñez?
Esa vez no reí, por lo contrario la pregunta me hizo meditar.
Afortunadamente mi enajenado interlocutor cambió de tema.
–Estuve mirando en el cementerio. A los que mueren los
colocan en fuertes ataúdes, a unos les echan metros de tierra
encima, a otros les ponen pesadas lozas, rodean el lugar con
altas paredes. Y, aún así, cierran las puertas a las cinco de la
tarde. ¿Tienen miedo que los muertos escapen?
–Juan... –murmuré– ¡qué difícil es contestarte!
Pero él, perdido en su aberrante mundo, seguía hablando:
–¿Por qué hay tanto espacio entre las tumbas? Ni que los
muertos estirasen los brazos. Y cuando caminamos por los
senderos... ¿No estaremos pisando sus espíritus?
–Tal vez. –respondí, llevado por sus razonamientos.
–¿Por qué cada cadáver debe tener ataúd? –continuaba él–
Si los pusieran directo en la tierra y con un árbol encima, los
niños podrían pasear bajo sus ramas y los deudos descansar a
su sombra. Otra más: A los que viven cerca del cementerio...
¿le hacen algún descuento cuando mueren?
Se encendió el farol. Juan, ya finalizando, me inquirió:
–Dicen que preguntar es de mala educación, pero, dime...
¿Si no se pregunta, como se puede saber lo que se ignora?
Y, sin preguntar más, el loco de la esquina se fue.
Y, sin haber podido darle una respuesta, yo quedé solo.
...oo0oo...
Dos de noviembre. Seis de la tarde. En la esquina está mi
amigo, el loco Juan. Voy a charlar con él. Está usando un traje
viejo y oscuro. Luce formal, intrigado. Me recibe diciendo:
–Tengo un montón de preguntas. Quisiera tus respuestas.
–Con gusto trataré de darlas. Pero, me falta tu sabiduría.
–¿Por qué hay un Día de Difuntos y otro de las Madres? Yo
todos los días recuerdo que mi padre murió y quiero a mamá.
–Lo tuyo es lo natural, –opiné– pero la mayoría necesita
fechas para todo. Carnaval para reír. Navidad para estar en
familia. Reyes para regalar. Y hoy para recordar los muertos.
–Esta mañana mi madre me llevó a misa y al cementerio.
¿Por qué hay que vestir distinto para ir allí? ¿Por qué la gente
usa ropa lujosa en la iglesia. Si Jesús vivió pobre y predicó la
humildad... ¿Por que hay tanto esplendor en los templos?
–Es que el lugar para la devoción se ha convertido en un
sitio de ostentación. Queremos aparentar con una riqueza
externa la que nos falta por dentro. –reflexioné con acritud.
–¿No crees que Dios es mujer? –deliró Juan y, continuó–
Concibió el mundo. No permite adorar otras divinidades. Ama
a los hombres. Tuvo un hijo. Sufre por las criaturas. No tiene
edad. Se enfurece. Olvida a quien le sigue, le gusta que le
rueguen... y da sus favores a quienes menos le hacen caso.
No pude contener la risa, los vecinos estarían horrorizados.
–¿Será cierto que Jesús murió en la cruz? –siguió el orate–
Cuando era niño me dijeron que lo mataron los judíos. Luego,
que había muerto por nuestros pecados. Y ahora, por su amor
a la humanidad. Si siguen, va a resultar que Jesús se suicidó.
Nueva carcajada mía. Y el demente me dijo con seriedad:
–Sí. Te ríes. Pero no me das respuestas. Por lo menos...
¿Sabes si tienes galletitas de anís en tu casa?
PREGUNTANDO
CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA
22... PREGUNTANDO
Basado en ”Rocas, Cascotes y Adoquines”
Diap 28
–Pero, los niños son inocentes. –añadí, sarcástico.
Mi demente amigo esbozó una sonrisa, leyendo otra hoja:
–La existencia debería ser al revés. Nacer viejos, y año a
año decrecer. De esa manera, al llegar la juventud se tendría
experiencia y vigor. Y cuando viniese el final seríamos bebés
cuidados por los hijos ya mayores, que escucharían nuestras
historias, para terminar en una ínfima célula, sin dolor ni ataúd.
–Niños hombres, hombres niños... Algo perfecto. Madurar
es el paso anterior a podrirse. –acoté pensativo.
El orate hojeó el librito buscando otra cita, recitando:
–En lugar de mamíferos deberíamos ser aves. La madre se
evitaría cargar el pichón dentro ella. Y la hembra y el macho
se turnarían para incubar el huevo y alimentar al polluelo.
–¿Y si no quisieran incubarlo? –pregunté.
–Pues... con el huevo se haría una gran tortilla. –contestó.
Entre la risa me asomó una lágrima. Quizás fuese de reír o
de tristeza, pensando en nuestra cínica e intelectual sociedad.
–El hombre es sádico masoquista. –siguió leyendo– Nace
libre, sin problemas, la tierra le da todo. Sin embargo se casa,
crea ideales, mata y muere por ellos, complica las cosas
naturales y las vuelve responsabilidades para trabajar.
–Y se mete en las colas cuando la vía está más llena.
Agregué eso con ironía. Luego pensé que el anormal era yo.
El aberrante miró el farol rodeado por las mariposas de la
noche. Algunas se quemarían en la luz. Me entregó el libro.
–Te lo regalo... –dijo– tengo más de donde saqué éste.
–Esas frases... ¿son copiadas o las inventaste tú?
–Si son de un loco u otro loco... ¿que más da?
Y el Juan, el loco de la esquina, chiflando bajito, se fue.
Y yo tenía un manual de instrucciones... que nadie lee.
...oo0oo...
Era una de esas tardes que invita a conversar. Y que mejor
para hacerlo que con Juan, el loco de la esquina.
Allí estaba, con su característica vestimenta la cual no
podía decirse que era normal ni estrafalaria. Apoyado en la
pared chiflaba bajito, mientras abría y cerraba una caja de
cerillas.
–¿Qué diferencia hay entre estos dos fósforos? –dijo, sin
saludarme, mostrando el par pero uno al revés del otro.
Era una broma infantil muy conocida, y respondí riendo:
–Que uno tiene la cabeza del otro lado.
–Te equivocaste... a ambos le falta otra cabeza. Si tuviesen
las dos, no importaría en que posición se encontrasen.
Tosí, era época de muchos cambios, fácil para acatarrarse.
–¿Tienes tos? –inquirió el demente– ¡Tómate un purgante!
–Por favor, Juan... ¿desde cuando eso quita el catarro?
–Quitar, no lo quita... pero te vas aguantar antes de toser.
Recién caí en cuenta que el desquiciado se burlaba de mí.
El loco no era tan loco. Reímos los dos. Él sacó del bolsillo un
manual de algún artefacto, y leyó una anotación:
–La naturaleza, sabia, nos dio dos oídos y una sola lengua.
Sin embargo, hablamos de más y escuchamos muy poco.
–¿Dice eso en las instrucciones? –pregunté asombrado.
–No. Lo vi en un libro. Y lo copié en éste, que no se usa.
–Cierto. –dije mordaz– Cuando la gente compra un aparato,
primero lo enchufa. Si no funciona, lo toquetea. Y luego, va a
reclamar enojada. ¿Las instrucciones?... ¡ah!... ¿ese librito?
Volvimos a reír. El desquiciado cambió de página:
–Los políticos y los niños se parecen. Les gusta los cuentos:
Recitan discursos incomprensibles, se cambian medallas, son
mimados por las mujeres, y los hombres trabajan para ellos.
EL MANUAL
CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA
23... EL MANUAL
Basado en “Rocas, Cascotes y Adoquines”.
Diap 29
La voz del enajenado se iba tornando grave, acongojada.
–Éramos felices... ¡Es tan lindo jugar! Pero, salieron las
madres empezando a gritar desde las puertas de la casas.
Juan, histérico e histriónico, imitaba a las mujeres:
–“¡No se junten con ese loco!... –repetían en coro– ¡Salgan
de allí!... ¡No vaya a ser que se les pegue algo!...”
–Los niños, riéndose de mí, se fueron para sus casas. Y yo
quedé solo con mi trompo. –concluyó el demente.
–Teatro... teatro... –murmuré– la multitud es
representada siempre por actores malos.
–¿La locura es contagiosa? –preguntó, sin oírme y
mirando con sus desquiciados y límpidos ojos.
–No, Juan... Ojalá lo fuese. –aseguré moviendo la cabeza–
Ellas estaban interpretando el papel de madres y, como tenían
público, querían demostrar que cada una era la mejor.
El chiflado sacó un artefacto de otro bolsillo de su enorme
pantalón. Me emocioné al verlo, era un pequeño giroscopio.
En nuestra niñez fue un juguete de misteriosa ciencia.
–Hazlo girar. –indicó, dándomelo– Tú lo acostabas más.
Envolví el cordel en el eje, sacándolo velozmente. Me sentí
niño otra vez. Un solo detalle de utilería lo había logrado.
–Aún me asombra como permanece inclinado sin caer. –dije.
–Simple... –dijo Juan, el loco de la esquina, y recitó:
–Un volante que gira rápido, tiende a mantener su plano
de rotación contra cualquier fuerza que quiera sacarlo de él.
Quedé estupefacto. Era el principio técnico exacto.
Pero recordé que todos somos actores y que, en la función
de esa noche, habíamos intercambiado los personajes.
Le devolví sus juguetes. E hicimos mutis en la penumbra.
Era otro final de esa diaria tragicomedia... titulada Vida.
...oo0oo...
Faltando poco para llegar a la esquina percibí que Juan, el
loco que se decía cuidador de la misma, estaba abatido.
–¿Por qué estás tan triste? –pregunté a mi demente amigo.
–No digas eso que me hace sentir peor... –respondió con
pesadumbre– Un loco triste es un triste loco.
Comprendí que sufría una gran depresión en su delirante
mundo y, con todo mi afecto, volví a interrogar:
–Nunca serás eso. Entonces... ¿Qué te pasa?
–Ahí está el problema: que no se me pasa, sino se quedó
dentro mío y no lo puedo olvidar.
La amistad es la relación más profunda entre dos seres. No
peca de superficialidad como el compañerismo, y menos aún
de la volubilidad del amor. Por lo cual, le dije:
–Cuéntame, soy tu amigo. El corazón es una caldera que las
penas hacen subir la presión, y hablar es una válvula de alivio.
–Te salió el técnico. –murmuró con una desquiciada
sonrisa.
Me sentí mejor, por lo menos había logrado que sonriera.
A él, que hacía reír a todos los demás con sus locuras.
–¿Qué quieres? –expresé– Todos somos actores. Ésa es mi
representación. Con el tiempo, de tanto dar el actor vida a su
personaje, éste termina siendo parte de su vida.
Extrañamente, esa tarde se habían invertido los papeles:
Juan, el loco, estaba formal; en tanto yo, el definido normal,
hablaba aberrante. Hay momentos en la obra que sucede eso.
Pero, él sacó del bolsillo un trompo, lo envolvió con el cordel
lanzándolo habilmente. El juguete quedó girando largo tiempo.
Recordé que en la infancia nadie le ganaba en ese juego.
–Hoy, cerca de mediodía, estaba haciéndolo bailar en la calle.
–empezó a narrar– Llegaron los niños de la escuela y formamos
partidas a quien lo hacía dormir más...
TEATRO
CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA
24... TEATRO
Diap 30
–No sé... –seguí reflexionando– Sería una satisfacción ver
que el nuevo es mejor. Pero, quizás no nos gustase. Y tal vez
quisiéramos volver a encontrar el que fuimos.
–¿Es por eso que la gente cruza para la otra acera? –dijo el
orate– ¿Temen que al saludarme puedan ver la diferencia? Es
inútil... ayer se durmieron, hoy son lo que son.
Iba a responderle cuando un desprevenido transeúnte
llegó a la esquina. Juan se apresuró a interceptarlo y le
extendió la mano cortesmente en tanto iniciaba su saludo.
El hombre quedó viendo con desconfianza, y por educación
se la tomó, pero al oír el final de la frase del demente la sacó
con violencia y se fue haciendo gestos indicando la locura.
Afortunadamente, mi trastornado amigo no se molestó.
Con una gran sonrisa volvió a mi lado, diciendo:
–¿Viste?... otro que no quiere conocerse hoy. Vino apurado
y se fue sin darse cuenta que ya no era igual.
–Sí... –le contesté– Pero, aunque él no lo sepa ni quiera
saberlo, cambió. Esta noche recordará que tú lo saludaste.
Pensará que son cosas de locos... pero le costará dormirse.
Me miró como si yo delirara, parecía feliz al verme
formando parte de esa cofradía tan especial.
Llegó el momento de irse, Juan, el loco de la esquina, fue
hasta el árbol y le saludó, luego al farol e hizo lo mismo, tocó
la pared repitiendo la frase, y finalmente me dio la mano:
–Mucho gusto, amigo árbol... mucho gusto, amigo farol...
mucho gusto, amigo muro... mucho gusto, amigo mío...
–¿Por qué nos saludas al irte? –pregunté asombrado.
–Porque quiero recordarlos como son ahora...
Y se marchó. Desde la penumbra llegaba su voz:
–Mucho gusto, amiga luna... mucho gusto, amiga estrella...
...oo0oo...
Ese sábado estaba mi demente amigo vestido con ropa
dominguera, bien peinado, sonriente y en pose de espera.
Me extrañó que la gente, luego de intercambiar cuchicheos,
cruzaba la calle tratando de evitar encontrarse con él.
Fui directo a su lugar con la confianza y afecto de siempre,
pero me recibió formal dándome la mano:
–Mucho gusto en conocerlo, señor. –dijo, gentil–
Permítame presentar: Yo soy Juan, el loco de la esquina.
–¿A qué se debe esto? –pregunté intrigado– ¿Acaso no nos
conocemos desde años y charlamos todos los días?
–Sí, así es. Y eres un amigo mío. –respondió en suspenso.
Mi aberrante contertulio permanecía en su mundo particular,
pensativo, y preferí esperar que concluyera su frase.
–Pero, eso fue ayer. Después nos despedimos. Cada uno
fue a dormir. Hoy es un nuevo día.
–¿Y eso que tiene que ver? ¿Por qué el saludo?
–¿No dicen que despedirse es un morir un poco? –indicó–
¿Que morir es dormir para siempre? Sabemos que aún somos
cuando nos acostamos, pero no sabemos si despertaremos.
–Juan... –le saludé de nuevo, dando la mano emocionado–
Soy el que charla contigo. Mucho gusto en poder verte de nuevo,
y tener la suerte de ser los mismos.
–No somos los mismos, –me interrumpió– aunque parezca
que sí. Hoy tenemos recuerdos que ayer no teníamos. Hemos
vivido un tiempo más y nos queda un tiempo menos.
–¡Cuánto cambiamos!... –recordé meditabundo– Si hoy
me encontrase con el niño que fui, con el joven que fui, y con
el hombre que empecé a ser... seríamos cuatro desconocidos.
–¿Entonces?... –inquirió mi loco amigo– ¿No deberíamos
presentarnos a nosotros mismos cada nuevo día?
SALUDOS
CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA
25... SALUDOS
Diap 31
–Lástima que se fue lejos el globo azul. –susurré, pensando
en otras alegrías idas con el paso de los años.
–Fue mejor haberlo dejado ir cuando aún estaba inflado, –
dijo él– si lo hubiésemos mantenido mucho junto a nosotros,
en poco tiempo habría sido algo deforme y vacío.
–Es verdad. La alegría de vivir se puede tener tomada de un
hilo mientras todavía haya algo de aire adentro. –reflexioné.
Juan me miró con una interrogante en sus dementes ojos.
Sonreímos los dos, muchas veces se tocaban los extremos de
su mundo de anormal y mi mundo de normas.
Sacó otro globo de su disfraz y lo infló. Nuevamente empezó a
ofrecerlo, pregonándolo a los transeúntes que pasaban:
–La alegría de vivir, la alegría de vivir...
Algunos pequeños intentaban acercarse para tomarlo, pero
sus padres les ordenaban que se alejasen de ese chiflado. Y los
niños se iban con tristeza, girando su cabeza para atrás.
–¿Viste? –señaló el orate– No les dejan agarrar la alegría
de vivir. El payaso loco les da globos azules gratis... pero los
mayores sólo les permiten aquellos que pueden comprar.
Mi gente y los vecinos llegaron del servicio religioso. Venían
serios, formales. Juan les ofrendaba el globo, recitando:
–La alegría de vivir, la alegría de vivir...
Ellos lo rechazaban con sonrisa de compromiso y se iban.
Nadie lo quiso aceptar. Al quedarnos solos, Juan, el loco de la
esquina, el payaso desquiciado, me lo dio diciendo:
–No es igual al que se voló... pero es otro globo azul.
–Gracias... –musité con voz emocionada.
Y lo llevé tomado del hilo. Me sentía un niño feliz otra vez.
Al cruzar la puerta de mi casa volvió la realidad: Era un hombre.
Guardé el globo azul. Poco después estaba desinflado.
...oo0oo...
Era domingo de mañana, una hermosa mañana de límpido
cielo y aire transparente. Y Juan, el loco de la esquina, estaba
en su lugar. Pero esta vez no vestía su peculiar ropa.
Se había puesto un disfraz de payaso y en la mano tenía un
globo azul, el cual ofrecía a la gente y ésta lo despreciaba.
Mi familia fue al templo, yo fui a charlar con mi desquiciado
amigo. Me recibió dándome el balón y diciendo:
–La alegría de vivir, la alegría de vivir...
Recordé un poema que habíamos leído años atrás, y añadí:
–La alegría de vivir es un globo azul en las manos de un
niño. Si lo suelta, se pierde; si lo aprieta, se rompe; y si lo
guarda, el tiempo lo desinfla.
Al demente se le humedecieron los ojos viendo que yo no
había olvidado esa poesía, y siguió declamándola:
–Es sólo aire envuelto en un pedazo de cielo, sujeto por un
poco de hilo. Un globo azul en manos de un niño, un pedazo
de cielo que al cielo quiere remontar...
El sentimiento me dominó al recitar juntos el final del verso:
–...y que pocas veces llega sano al hogar.
Emocionado le di un abrazo. El enajenado me tomó el globo
subiéndolo bien alto. Su figura se recortaba en el firmamento.
–Cuidado... –le previne– se puede volar.
–Yo ya estoy subido, súbete en él. –dijo Juan, soltándolo.
Quedamos absortos, un payaso loco y un llamado normal e
interlocutor de sus locuras, viendo como el globo ascendía en
el cielo y era llevado por el aire en suaves ondulaciones.
–Allá vamos... –indicó, señalando un lejano punto azul.
–Sí... –musité– y pude subir porque me diste tu mano.
–A muchos lo ofrecí, pero lo rechazaron. Tú lo aceptaste.
EL GLOBO
CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA
Basado en un poema.
26... EL GLOBO
Charlas con el loco de la esquina: historias de un demente
Charlas con el loco de la esquina: historias de un demente
Charlas con el loco de la esquina: historias de un demente
Charlas con el loco de la esquina: historias de un demente
Charlas con el loco de la esquina: historias de un demente
Charlas con el loco de la esquina: historias de un demente
Charlas con el loco de la esquina: historias de un demente
Charlas con el loco de la esquina: historias de un demente
Charlas con el loco de la esquina: historias de un demente
Charlas con el loco de la esquina: historias de un demente
Charlas con el loco de la esquina: historias de un demente
Charlas con el loco de la esquina: historias de un demente
Charlas con el loco de la esquina: historias de un demente
Charlas con el loco de la esquina: historias de un demente
Charlas con el loco de la esquina: historias de un demente
Charlas con el loco de la esquina: historias de un demente
Charlas con el loco de la esquina: historias de un demente
Charlas con el loco de la esquina: historias de un demente
Charlas con el loco de la esquina: historias de un demente
Charlas con el loco de la esquina: historias de un demente
Charlas con el loco de la esquina: historias de un demente
Charlas con el loco de la esquina: historias de un demente
Charlas con el loco de la esquina: historias de un demente
Charlas con el loco de la esquina: historias de un demente
Charlas con el loco de la esquina: historias de un demente
Charlas con el loco de la esquina: historias de un demente

Más contenido relacionado

La actualidad más candente

22 baul de retazos par sil
22 baul de retazos  par sil 22 baul de retazos  par sil
22 baul de retazos par sil rosalinocar
 
13 de baston par sil
13 de baston par sil13 de baston par sil
13 de baston par silrosalinocar
 
3 agonía par sli
3 agonía par sli3 agonía par sli
3 agonía par slirosalinocar
 
14 desde bella vista par sil
14 desde bella vista par sil14 desde bella vista par sil
14 desde bella vista par silrosalinocar
 
5 que no par sli
5 que no par sli5 que no par sli
5 que no par slirosalinocar
 
8 contaba mi madre par sil
8 contaba mi madre par sil 8 contaba mi madre par sil
8 contaba mi madre par sil rosalinocar
 
Señales De Humo
Señales De HumoSeñales De Humo
Señales De HumoAnkee23
 
BAJO LOS TIBIOS OJOS DE MI MADRE AMAPOLA (1998) Rosa Romá
BAJO LOS TIBIOS OJOS DE MI MADRE AMAPOLA (1998) Rosa RomáBAJO LOS TIBIOS OJOS DE MI MADRE AMAPOLA (1998) Rosa Romá
BAJO LOS TIBIOS OJOS DE MI MADRE AMAPOLA (1998) Rosa RomáJulioPollinoTamayo
 
Mujeres Libres - Spanish writers women REALIZADO POR: INÉS CALVO
Mujeres Libres -  Spanish writers women             REALIZADO POR: INÉS CALVOMujeres Libres -  Spanish writers women             REALIZADO POR: INÉS CALVO
Mujeres Libres - Spanish writers women REALIZADO POR: INÉS CALVOmich
 
Antología de textos literarios
Antología de textos literariosAntología de textos literarios
Antología de textos literarioskarla rodriguez
 
Tiempo Medida Imagianria de Stella Díaz Varín
Tiempo Medida Imagianria de Stella Díaz Varín Tiempo Medida Imagianria de Stella Díaz Varín
Tiempo Medida Imagianria de Stella Díaz Varín OECH Escritoras de Chile
 
LA TROMPETILLA ACÚSTICA (1956) Leonora Carrington
LA TROMPETILLA ACÚSTICA (1956) Leonora CarringtonLA TROMPETILLA ACÚSTICA (1956) Leonora Carrington
LA TROMPETILLA ACÚSTICA (1956) Leonora CarringtonJulioPollinoTamayo
 
1100 acertijos de ingenio (Anon)
1100 acertijos de ingenio (Anon)1100 acertijos de ingenio (Anon)
1100 acertijos de ingenio (Anon)Sergio Becerra
 
Mujeres libres. Women in freedown. Spanish writers women.
Mujeres libres. Women in freedown. Spanish writers women.Mujeres libres. Women in freedown. Spanish writers women.
Mujeres libres. Women in freedown. Spanish writers women.Nombre Apellidos
 
PD: Te sigo amando, Jenny Han
PD: Te sigo amando, Jenny HanPD: Te sigo amando, Jenny Han
PD: Te sigo amando, Jenny HanBunny Boo
 

La actualidad más candente (20)

22 baul de retazos par sil
22 baul de retazos  par sil 22 baul de retazos  par sil
22 baul de retazos par sil
 
13 de baston par sil
13 de baston par sil13 de baston par sil
13 de baston par sil
 
3 agonía par sli
3 agonía par sli3 agonía par sli
3 agonía par sli
 
14 desde bella vista par sil
14 desde bella vista par sil14 desde bella vista par sil
14 desde bella vista par sil
 
5 que no par sli
5 que no par sli5 que no par sli
5 que no par sli
 
8 contaba mi madre par sil
8 contaba mi madre par sil 8 contaba mi madre par sil
8 contaba mi madre par sil
 
Señales De Humo
Señales De HumoSeñales De Humo
Señales De Humo
 
COOLTURA
COOLTURACOOLTURA
COOLTURA
 
BAJO LOS TIBIOS OJOS DE MI MADRE AMAPOLA (1998) Rosa Romá
BAJO LOS TIBIOS OJOS DE MI MADRE AMAPOLA (1998) Rosa RomáBAJO LOS TIBIOS OJOS DE MI MADRE AMAPOLA (1998) Rosa Romá
BAJO LOS TIBIOS OJOS DE MI MADRE AMAPOLA (1998) Rosa Romá
 
Mujeres Libres - Spanish writers women REALIZADO POR: INÉS CALVO
Mujeres Libres -  Spanish writers women             REALIZADO POR: INÉS CALVOMujeres Libres -  Spanish writers women             REALIZADO POR: INÉS CALVO
Mujeres Libres - Spanish writers women REALIZADO POR: INÉS CALVO
 
Antología de textos literarios
Antología de textos literariosAntología de textos literarios
Antología de textos literarios
 
Tiempo Medida Imagianria de Stella Díaz Varín
Tiempo Medida Imagianria de Stella Díaz Varín Tiempo Medida Imagianria de Stella Díaz Varín
Tiempo Medida Imagianria de Stella Díaz Varín
 
LA TROMPETILLA ACÚSTICA (1956) Leonora Carrington
LA TROMPETILLA ACÚSTICA (1956) Leonora CarringtonLA TROMPETILLA ACÚSTICA (1956) Leonora Carrington
LA TROMPETILLA ACÚSTICA (1956) Leonora Carrington
 
1100 acertijos de ingenio (Anon)
1100 acertijos de ingenio (Anon)1100 acertijos de ingenio (Anon)
1100 acertijos de ingenio (Anon)
 
Las palabras magicas
Las palabras magicasLas palabras magicas
Las palabras magicas
 
Mujeres libres. Women in freedown. Spanish writers women.
Mujeres libres. Women in freedown. Spanish writers women.Mujeres libres. Women in freedown. Spanish writers women.
Mujeres libres. Women in freedown. Spanish writers women.
 
PD: Te sigo amando, Jenny Han
PD: Te sigo amando, Jenny HanPD: Te sigo amando, Jenny Han
PD: Te sigo amando, Jenny Han
 
Impactante Fascinacion Microcuentos
Impactante Fascinacion MicrocuentosImpactante Fascinacion Microcuentos
Impactante Fascinacion Microcuentos
 
La fea-monologo-teatral--0
La fea-monologo-teatral--0La fea-monologo-teatral--0
La fea-monologo-teatral--0
 
Isla negra 254
Isla negra 254Isla negra 254
Isla negra 254
 

Destacado

4 grietas par sli
4 grietas par sli4 grietas par sli
4 grietas par slirosalinocar
 
21 venezuela tiene... par sli
21 venezuela tiene... par sli 21 venezuela tiene... par sli
21 venezuela tiene... par sli rosalinocar
 
11 cuentos de aquí y de... par sil
11 cuentos de aquí y de...  par sil11 cuentos de aquí y de...  par sil
11 cuentos de aquí y de... par silrosalinocar
 
24 sexto par sli
24 sexto par sli24 sexto par sli
24 sexto par slirosalinocar
 
Ступени выбора
Ступени выбораСтупени выбора
Ступени выбораguest3cd01f
 
Movember: The State of the 'Stache
Movember: The State of the 'StacheMovember: The State of the 'Stache
Movember: The State of the 'StacheSurveyMonkey
 
Презентация команды "Обыватели"
Презентация команды "Обыватели"Презентация команды "Обыватели"
Презентация команды "Обыватели"Tatyana Savchyk
 

Destacado (9)

4 grietas par sli
4 grietas par sli4 grietas par sli
4 grietas par sli
 
21 venezuela tiene... par sli
21 venezuela tiene... par sli 21 venezuela tiene... par sli
21 venezuela tiene... par sli
 
11 cuentos de aquí y de... par sil
11 cuentos de aquí y de...  par sil11 cuentos de aquí y de...  par sil
11 cuentos de aquí y de... par sil
 
24 sexto par sli
24 sexto par sli24 sexto par sli
24 sexto par sli
 
Anatomy of a Movement
Anatomy of a Movement Anatomy of a Movement
Anatomy of a Movement
 
Ступени выбора
Ступени выбораСтупени выбора
Ступени выбора
 
Folheto renovação
Folheto renovaçãoFolheto renovação
Folheto renovação
 
Movember: The State of the 'Stache
Movember: The State of the 'StacheMovember: The State of the 'Stache
Movember: The State of the 'Stache
 
Презентация команды "Обыватели"
Презентация команды "Обыватели"Презентация команды "Обыватели"
Презентация команды "Обыватели"
 

Similar a Charlas con el loco de la esquina: historias de un demente

SHEREZADE: MIL Y UNA MIRADAS, MIL Y UN RELATOS
SHEREZADE: MIL Y UNA MIRADAS, MIL Y UN RELATOSSHEREZADE: MIL Y UNA MIRADAS, MIL Y UN RELATOS
SHEREZADE: MIL Y UNA MIRADAS, MIL Y UN RELATOSJesus Angel Sanchez Moreno
 
Todo , por charles bukowski
 Todo , por charles bukowski Todo , por charles bukowski
Todo , por charles bukowskiᛆᛐᛚ ᛂᛒ
 
Filosofiaprofunda
FilosofiaprofundaFilosofiaprofunda
FilosofiaprofundaLuis R
 
EL BORRADOR (1960) Manuel San Martín
EL BORRADOR (1960) Manuel San MartínEL BORRADOR (1960) Manuel San Martín
EL BORRADOR (1960) Manuel San MartínJulioPollinoTamayo
 
Proxección Nanocontos 2011 12
Proxección Nanocontos 2011 12Proxección Nanocontos 2011 12
Proxección Nanocontos 2011 12fontexeriabib
 
Letras, notas y literatura de la aburrida
Letras, notas y literatura de la aburridaLetras, notas y literatura de la aburrida
Letras, notas y literatura de la aburridaluisfe1995
 
Locas_Colección de poemas
Locas_Colección de poemasLocas_Colección de poemas
Locas_Colección de poemasMiguel Ventayol
 
GATOS EN EL SUELO - RAFAEL BEJARANO
GATOS EN EL SUELO - RAFAEL BEJARANOGATOS EN EL SUELO - RAFAEL BEJARANO
GATOS EN EL SUELO - RAFAEL BEJARANOSTAROSTA1000
 
DÍA DEL LIBRO
DÍA DEL LIBRODÍA DEL LIBRO
DÍA DEL LIBROjmaronob
 
Filosofia muy profunda-1834
Filosofia muy profunda-1834Filosofia muy profunda-1834
Filosofia muy profunda-1834raul rodriguez
 
Recopilación de Relatos y Microrrelatos
Recopilación de Relatos y MicrorrelatosRecopilación de Relatos y Microrrelatos
Recopilación de Relatos y MicrorrelatosAlejandro Gil Posada
 
Sariak dbh narración
Sariak dbh narraciónSariak dbh narración
Sariak dbh narraciónxabieransola
 
Una palabra.. cuento
Una palabra.. cuentoUna palabra.. cuento
Una palabra.. cuentoArtemioRos
 
Un chiste es una pequeña historia o una serie corta de palabras
Un chiste es una pequeña historia o una serie corta de palabrasUn chiste es una pequeña historia o una serie corta de palabras
Un chiste es una pequeña historia o una serie corta de palabrasAlex Salvador
 
Los ojos de mi princesa de carlos cauhtemoc sanchez
Los ojos de mi princesa de carlos cauhtemoc sanchezLos ojos de mi princesa de carlos cauhtemoc sanchez
Los ojos de mi princesa de carlos cauhtemoc sanchezGermán Valderrama
 

Similar a Charlas con el loco de la esquina: historias de un demente (20)

Microrrelatos ii
Microrrelatos iiMicrorrelatos ii
Microrrelatos ii
 
SHEREZADE: MIL Y UNA MIRADAS, MIL Y UN RELATOS
SHEREZADE: MIL Y UNA MIRADAS, MIL Y UN RELATOSSHEREZADE: MIL Y UNA MIRADAS, MIL Y UN RELATOS
SHEREZADE: MIL Y UNA MIRADAS, MIL Y UN RELATOS
 
Todo , por charles bukowski
 Todo , por charles bukowski Todo , por charles bukowski
Todo , por charles bukowski
 
Examen normal
Examen normalExamen normal
Examen normal
 
Crónicas de un zombie =)
Crónicas de un zombie  =)Crónicas de un zombie  =)
Crónicas de un zombie =)
 
Filosofiaprofunda
FilosofiaprofundaFilosofiaprofunda
Filosofiaprofunda
 
EL BORRADOR (1960) Manuel San Martín
EL BORRADOR (1960) Manuel San MartínEL BORRADOR (1960) Manuel San Martín
EL BORRADOR (1960) Manuel San Martín
 
Proxección Nanocontos 2011 12
Proxección Nanocontos 2011 12Proxección Nanocontos 2011 12
Proxección Nanocontos 2011 12
 
Letras, notas y literatura de la aburrida
Letras, notas y literatura de la aburridaLetras, notas y literatura de la aburrida
Letras, notas y literatura de la aburrida
 
Locas_Colección de poemas
Locas_Colección de poemasLocas_Colección de poemas
Locas_Colección de poemas
 
GATOS EN EL SUELO - RAFAEL BEJARANO
GATOS EN EL SUELO - RAFAEL BEJARANOGATOS EN EL SUELO - RAFAEL BEJARANO
GATOS EN EL SUELO - RAFAEL BEJARANO
 
DÍA DEL LIBRO
DÍA DEL LIBRODÍA DEL LIBRO
DÍA DEL LIBRO
 
Filosofia muy profunda-1834
Filosofia muy profunda-1834Filosofia muy profunda-1834
Filosofia muy profunda-1834
 
Recopilación de Relatos y Microrrelatos
Recopilación de Relatos y MicrorrelatosRecopilación de Relatos y Microrrelatos
Recopilación de Relatos y Microrrelatos
 
Sariak dbh narración
Sariak dbh narraciónSariak dbh narración
Sariak dbh narración
 
Una palabra.. cuento
Una palabra.. cuentoUna palabra.. cuento
Una palabra.. cuento
 
Un chiste es una pequeña historia o una serie corta de palabras
Un chiste es una pequeña historia o una serie corta de palabrasUn chiste es una pequeña historia o una serie corta de palabras
Un chiste es una pequeña historia o una serie corta de palabras
 
Los ojos de mi princesa de carlos cauhtemoc sanchez
Los ojos de mi princesa de carlos cauhtemoc sanchezLos ojos de mi princesa de carlos cauhtemoc sanchez
Los ojos de mi princesa de carlos cauhtemoc sanchez
 
Breverías, aforismos y otros brebajes
Breverías, aforismos y otros brebajesBreverías, aforismos y otros brebajes
Breverías, aforismos y otros brebajes
 
Breverías, aforismos y otros brebajes
Breverías, aforismos y otros brebajesBreverías, aforismos y otros brebajes
Breverías, aforismos y otros brebajes
 

Charlas con el loco de la esquina: historias de un demente

  • 1. Diap 1 CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA CUENTOS DE Rosalino Carigi (Gracián Solirio) 2002 – 2003 (Revisión Abril 2016)
  • 2. Diap 2 DEDICATORIA A los que tuvieron la fortuna de vivir en la locura. “el loco es un niño que tuvo la poesía de no crecer”
  • 3. Diap 3 DEDICATORIA A los que tuvieron la fortuna de vivir en la locura. “el loco es un niño que tuvo la poesía de no crecer”
  • 4. Diap 4 ÍNDICE PARA IR A UN CUENTO CLIQUEAR SOBRE SU NOMBRE No. CUENTO Diap INICIO 1 DEDICATORIA 3 INTRODUCCIÓN 5 01 SALUDANDO 6 02 HORMIGAS 7 03 LA CAJA 8 04 LA PELOTA 9 05 EL BALERO 10 06 LA CANCIÓN 11 07 DOMINGO 12 08 EL FAROL 13 09 EL PICHÓN 14 10 ROEDORES 15 11 PAYASEANDO 16 12 VUELOS 17 13 LAS TUERCAS 18 14 LAS LATAS 19 15 LA VINCHA 20 16 PAPELES 21 17 GUSANOS 22 18 DISFRACES 23 19 ELECCIONES 24 20 UN FRÍO 25 21 LAS FIGURITAS 26 No. CUENTO Diap 22 PREGUNTANDO 27 23 EL MANUAL 28 24 TEATRO 29 25 SALUDOS 30 26 EL GLOBO 31 27 LAS IDEAS 32 28 DE VUELTA 33 29 UN HUECO 34 30 LA PALANGANA 35 31 LAS BOLITAS 36 32 AÑO NUEVO 37 33 LA SIEMBRA 38 34 VIVIENDO 39 35 EL MONOPATÍN 40 36 IMITACIONES 41 37 LOS TORCIDOS 42 38 SEMILLERO 43 39 LA DESPEDIDA 44 40 SOLEDAD 45 41 FINALIZANDO 46 CONCLUSIÓN 47 ANEXO AÑO 2016 48 SE DICE DE MI (El Escritor) 51 FIN 53 CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA
  • 5. CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA INTRODUCCIÓN Diap 5 En todas las ciudades, barrios, pueblos, hasta en el mínimo caserío, hay una esquina. Es un instinto ancestral del hombre cruzar un camino con otro. Y es seguro que en alguna de esas esquinas haya un loco. Un ser que, pareciéndose exteriormente a los demás, no sigue el ritmo de los otros ni sus ideas ni se apega a lo habitual. Su forma de actuar choca con los estereotipos de moda, sus pensamientos no son acordes a los convencionalismo en boga, pero atrae intimamente hablar con él y escucharlo. Unos dicen que es por reírse y otros por conmiseración, sin embargo no reconocen la verdad: Le admiran, le envidian. Rozitchner lo indica en forma acertada en una frase: “Porque locos no son todos los llamados, sino unos pocos elegidos: Son los que han jugado regresivamente su vida a la contradicción y se consumen en ella.” ¿Quién se atreve a vivir contradiciendo la mayoría? ¿Quién posee la valentía de expresarse sin temor a la opinión de los demás?... Sólo un loco. Los normales no tienen el coraje. Además, cuesta reconocer su singularidad y su inteligencia. No son seres del montón. No forman parte de esa masa gris, homogénea, y por tanto monótona, llamada sociedad. En cuento al intelecto, vemos que todo el que pensó o quiso hacer algo diferente lo tildaron de loco. Y, por ellos progresó la humanidad. Así fue, es, y será, porque así somos. En todas las ciudades, barrios y pueblos, hay una esquina. Y es seguro que en alguna de esas esquinas haya un loco. El de la esquina de mi barrio se llamaba Juan. Como tanto Juanes, como tantos locos. Siempre se le veía en la esquina. Cuando no estaba allí, nos preocupaba. Somos hechos a lo habitual hasta en la locura. Lo habitual constituye la rutina de nuestra existencia. Lo que salga de la normalidad nos altera, nos causa un desasosiegoprimitivo. Tememos el cambiocomo un peligro. Aún somos el primate que recorre el sendero diario y debe reconocerlo a cada paso. Ante cualquier variación recelamos, sea una flor o una piedra, sea un trinar o un rugido. Como ese antropoide, nos acostumbramos a encontrar en el camino otros simios de diferentes grupos; y ante los cuales demostramos mutuamente la fingida indiferencia, o el gesto de sumisión, o el de dominio, o... el grito de reconocimiento. Lo normal era ver en la esquina a Juan. Y cada tanto verlo gesticular. Hablando con ese ser invisible que llevaba dentro. Ese ser que todos tenemos y con quien hablamos a veces. Pero el loco posee la virtud de hacerlo evidente. Los demás ocultamos esa conversación tras una máscara de formalidad y, ante el temor de los otros, las llamamos reflexiones íntimas. Juan tenía un atractivo peculiar, como todos los locos; hasta en su descuido, su forma extravagante de vestir, su manera peculiar de razonar... Siempre atrae alguien distinto. No podría definir su edad. Era así cuando fui niño y me divertía burlándome de él, lo vi igual cuando llegué a joven con el surgir de los sueños de la vida; y siguió de la misma manera cuando, hombre ya; me enfrenté a la realidad. ¿Sería yo el que cambiaba y el loco seguía igual?... ¿O yo siempre fui el mismo y los locos eran diferentes? Pero, de mañana, de tarde, anocheceres, días de semana o festivos, era agradable hablar con él. Por tanto éstas son las: CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA. ...oo0oo... Su Amigo de la Esquina. Octubre, año 2002
  • 6. Diap 6 –Es que... ¡tú nos decías cada cosas! –me justifiqué fuera de tiempo– Los de la barra te atacaban, pero tú nunca huías. –Una vez leí, –indicó el loco– que el niño es el padre del hombre. La maldad del hombre a veces la frena la conciencia. La maldad del niño es cruel porque es natural. Sabía que Juan tenía una biblioteca de amarillentos libros. El hecho de ser anormal no indica falta de inteligencia. Por lo contrario; hay casos que leer y pensar, enloquece. Y siguió: –Tus amigos terminaban yéndose, pero tú no. Te quedabas cerca, y al final te sentabas conmigo a charlar... como ahora. Hice un gesto, sonría al recuerdo de un niño desgreñado. –¿Sabes por qué me tiraban piedras, se reían? –preguntó él, explicando enseguida– Porque tenían miedo. La gente teme o se burla de lo que no entiende. Tú nunca me tuviste miedo. Quizás me ves parecido a una parte de tu forma de ser. Desde niño fuiste distinto a tus amigos. Ellos se hicieron mayores. –Yo también me hice mayor. –No. Tú creciste, pero mantuviste algo del niño dentro tuyo. En cambio ellos se convirtieron en normales, en otros más. –¿Qué quieres decir? ¿Qué no soy normal? –¿Alguno de tus amigos normales se sentaría en el cordón de la esquina conmigo? Sólo alguien medio loco lo haría. Hay que serlo para sentir como un niño y hacer cosas naturales. Quedé pensando en lo dicho por el loco de la esquina. –¡Ándate! –exclamó él bruscamente, poniéndose de pie. –¿Por qué? –dije parándome, temiendo haberle ofendido. –Porque se me durmió una pierna. Iré caminado despacito para que no se despierte. Al llegar a la casa me meteré en la cama con cuidado... para dormirme yo igual. Se fue. Anochecía. Y yo me fui despacito también. ...oo0oo... Viernes de tarde. Llego a la esquina. El loco Juan apoyado en ella. El canto de la pared debe lastimarle, o se redondeó de tantos años recostándose en él. Me acerco al hombre. –Hola, Juan... ¿Cómo estás? –Aquí, parado en la esquina. Lo observé. Se hallaba algo barbudo, y pregunto con cariño: –¿Por qué no te afeitas, Juan? Te verías mejor. –A veces tengo ganas y otras no. ¿Y para qué? Si uno lleva barba y usa camisas nuevas es el señor Juan, si tiene barba y camisas viejas es el loco Juan. –Eres único. –dije sin disimular mi admiración. –Como tú. Nadie es igual a otro. Pero todos se esfuerzan en ser normales. Y, si todos son según las mismas normas, terminan siendo iguales. Aunque, a nadie le gusta que le digan que es igual a otro. Ven, vamos a sentarnos en el cordón. Sacó un ajado pañuelo, limpió el borde de la acera e insistió: –Siéntate tranquilo. Está limpio. Además, recuerda cuando estudiabas. Me contaste que habían encontrado ciudades antiguas enterradas en el polvo. Si lo hubiesen limpiado todos los días no las hubiesen encontrado. Largué la risa y fui a sentarme junto al loco, quien señaló: –¿Te das cuenta? Desde aquí podemos ver las dos calles. Los dos extremos de cada una. Y fíjate, son iguales. El inicio es idéntico al final, porque no tienen ni principio ni fin. No importa si una calle sube o baja, si es plana o ondulada. Lo miré, tenía la vista perdida en un extremo de la calle, allá lejos, donde estaba la escuela de mi infancia. Y lo dejé seguir: –¿Te acuerdas cuando eras niño? Tú también me gritabas junto con tus compañeros, los que me tiraban piedras. SALUDANDO CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA 01... SALUDANDO
  • 7. Diap 7 Una reflexiva sonrisa asomó a mi rostro, no me interesaba si atrás de alguna celosía algún vecino criticaba. –Tú también eres medio loco. –continuó el demente– Tienes una casa con garaje y auto. Pero, vas y vuelves caminando. –Sí. Soy de los raros que andan a pie. Los demás, sumisos a la norma de clase media actual, deben ir en vehículo propio. Me observó intrigado, esperaba que yo siguiera. –¿Sabes algo, Juan? Cuando uno se acostumbra a andar sentado y que algo lo lleve a todas partes, se envicia con eso. Y nunca se resigna a ser otra vez un humano natural bípedo. La mirada de él me hizo dudar por un momento quien era el loco de la esquina... ¿él o yo? Por suerte, el orate se puso a jugar con unas hormigas que iban por el borde de la pared. –¡Míralas!... ¡Míralas!... –repetía– Unas detrás de otras... las que van, corren desesperadas a buscar su carga... las que vuelven, vienen tambaleándose por el peso de la que llevan... De pronto se interrumpió. Su vista fue hacia la lejana calle donde me había dejado el transporte. Una hilera de vehículos corría por ella. Otra hilera de seres humanos se movía. El loco Juan volvió a sus hormigas, repitiendo: –¡Míralas!... ¡Míralas!... Unas detrás de otras... –y agregó– Pero, fíjate, hay unas pocas que se salen de la formación, van por todos lados, buscan, se paran, miran... parecen locas. Mi amigo enajenado quiso tomar una hormiga de la hilera y ponerla en otro lado para que estuviese sola, libre. Pero ésta clavó sus pinzas en el dedo, haciéndole gritar desquiciado. –¡Hormigas!... ¡Hormigas!... ¡son malas!... ¡son malas! Y gritando así, se fue el loco de la esquina. Yo quedé solo en la penumbra, mirando la fila de hormigas, la fila de autos, la fila de gente. ...oo0oo... Otra tarde. Vuelvo para la casa. Camino por la calle. Las baldosas flojas de la acera hacen tropezar. En la esquina está el loco. Interrumpe su monólogo solitario y, con una sonrisa amplia, llena de sana picardía, me dice: –Hola... ¿Cómo estás, Juan? –Aquí, en la esquina. –respondo, siguiendo la broma– ¿Por qué me llamas Juan? Ése es tu nombre. –No es sólo mío. Es de todos. Los curas dicen que somos iguales ante Dios, los políticos que somos ciudadanos iguales. Si yo me llamo Juan, los demás hombres se llaman Juan. Moví mi cabeza ante su silogismo, había momentos que no se podía rebatir sus argumentos. Y continué en el tema: –Está bien. Los hombres somos Juan... ¿y las mujeres? –¡María!... ¿qué otro nombre pueden tener? Algunas veces se ponen otro, pero siempre son la María de alguien. Reí por fuera, en tanto buscaba el fondo de la frase. La brisa arremolinó unas hojas, arrastrándolas a nuestros pies. –¿Por qué no vas a la esquina de enfrente? –le indiqué– Siempre estás aquí. Allá no te pega tanto el viento, y el balcón de arriba te protege de la lluvia y el sol. Juan me vio con ojos desorbitados. Me di cuenta que había tocado un punto sensible de su fuero. Y, serio, me respondió: –Ésa es una ochava. Las cuadras así no tienen esquinas, tienen ocho lados y ocho ángulos obtusos, pero no esquinas. Para ser esquina debe tener noventa grados o menos. –La verdad es que tienes razón... –¡Claro que tengo razón!... La gente se pasa diciendo que sólo los niños y los locos dicen la verdad. Además, allí sería Juan el de la Ochava; y yo soy Juan, el loco de la Esquina. HORMIGAS CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA 02... HORMIGAS
  • 8. Diap 8 –Mira... mira... ¡qué lindo atardecer! –exclamó, enloquecido. –Sí, el sol se está ocultando en el horizonte. –indiqué. –No seas loco. –reaccionó el demente– El sol no se oculta ni aparece, es la tierra que gira dejándolo atrás o llegando. Pero, la gente es tan anormal que sigue diciendo que sale o se va. Enseguida, Juan abrió la caja de zapatos poniéndola hacia los arreboles. Cuando perdieron intensidad, la cerró rápido. Me vio con una mirada de aprecio. Y, dándome la caja, dijo: –Lo iba a llevar conmigo para la casa. Pero, tómalo. Sé que tú lo cuidarás como yo. –¿Qué es? –me intrigaba la atención que ponía al contenido. –El crepúsculo. Los colores de las nubes. Eso tan lindo Si abres la caja en la noche entrará la oscuridad, si lo haces en el día entrará la luz... y los dos lo hacen morir. –Entonces, no la podré abrir nunca. –Sí. En el ocaso y en la aurora, que son hermanos gemelos. Y al abrirla verás que los colores volverán al cielo. –No me des tu caja. Te quedarás sin tus crepúsculos. –Es cierto. –reflexionó un rato– Pero, tú eres mi amigo. Te presto la caja hasta mañana. En la tarde me la devuelves. Y cada vez que la necesites, me la puedes pedir. –Gracias... –yo estaba emocionado. No sabía si por el gesto de amistad o por lo que, según él, estaba en la caja. Y, en la penumbra de la noche, Juan fue para su casa. Yo tomé para la mía. Llevaba la caja con cuidado, temía que se abriese y entrara la oscuridad, perder la hermosura del crepúsculo. Ni me atreví a abrirla en la aurora siguiente. Fue un gris y descolorido amanecer. Sentí alivio cuando esa tarde pude devolverle la caja a Juan, el Loco de la Esquina. ...oo0oo... Al bajar del transporte esa tarde, vi que en el horizonte había nubarrones. Posiblemente el día siguiente lloviese. Cuando llegué a la esquina, el loco Juan tenía una caja de zapatos bajo el brazo. Muchas veces lo había visto con ella. Me acerqué a él. Estaba abstraído. Fija la vista en el oeste. –Hola, Juan... ¿Qué miras con tanta atención? –¡Párate frente a mí! –ordenó– Así podemos hablar mientras espero que llegue... a veces dura tan poco. Obedecí. No conviene no hacerle caso a un anormal y, aún menos; a los normales. Nunca se sabe cual será su reacción. Me puse un poco de lado para no estorbar su fija y demente mirada hacia el lejano horizonte. El loco sonrió complacido. –Dime, Juan... –pregunté para romper el silencio– ¿Qué edad tienes? Cuando yo era niño, tú parecías un muchacho. Ahora, que soy un hombre, tú aparentas mucho más joven. –Es que hay años cortos y años largos. –respondió– Una vez me contaste que si un astronauta volviera luego de mucho andar en el universo, encontraría su gente más vieja que él. Si el astronauta viajaba en el espacio, el loco Juan tenía la suerte de poder hacerlo en un tiempo sin lógica y sin razón. Vi que miraba su vetusto reloj. Desde años atrás estaba roto. –¿Por qué no me das el reloj? Te lo haría arreglar. –dije. Por un momento quitó la vista de la lejanía para observarme como si yo delirara. Me mostró el reloj, diciéndome: –¿Qué hora es? ¿Qué hora marca? –Seis menos seis... pero... –respondí. –Seis menos seis es igual a nada. –aclaró él– Y para mí el tiempo siempre está en seis menos seis. Volvió con su obsesión hacia el occidente, hasta que... LA CAJA CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA 03... LA CAJA
  • 9. Diap 9 –Recuerda que ellos cada tarde se iban. –dijo Juan– Cada vez se fueron más lejos. Ellos cambiaron, pero tú no. Tú no te volviste diferente a lo que fuiste e indiferente a lo que eras. De pronto el desquiciado se puso serio, espetando molesto: –Todavía quisiera saber porqué no me dejaban jugar. Y las pocas veces que lo hacían siempre me ponían de arquero. –Eran partidos de chiquilines. –quise consolarlo– Además, tú cada vez que agarrabas la pelota no la querías devolver. –¿Por qué tenía que darla? Ustedes se la pasaban de uno a otro, luchaban por tenerla. Cuando estaban delante mío, me la pateaban con fuerza. Si yo la agarraba era mía, no la iba a devolver... así no se peleaban más ni me la iban a patear. –Tu intención era buena, pero había que jugar de acuerdo a las normas lógicas del juego... –¿Normas del juego? ¿Lógicas? –cortó el loco– En el fútbol no se puede tocar la pelota con las manos, en el básquetbol con los pies, en el voleybol no puede caer al suelo y en el béisbol hay que tirársela al contrario para que le pegue con un palo... Yo creo que todas esas normas las puso un anormal. –Sí, Juancito... –murmuré meditando– no sólo esas normas, todas las normas. Lo natural no necesita normas. –Con ito soy Juancito, con azo soy Juanazo, con ote soy Juanote, con acho soy Juanacho, con ostre soy Juanostre... Volví a sentirme bien, el loco de la esquina retornaba a su demencia. Los aparentemente ridículos razonamientos sobre el deporte nos habían llevado a un campo peligroso. –¿Te das cuenta? –siguió él– Le agregas unas letras y mi nombre puede ser dicho con cariño, con admiración o con desprecio. Sin embargo, siempre es el mismo Juan. Y, haciendo malabares con la pelota, el loco se fue. Yo quedé solo, el silencio de la tarde era profundo. ...oo0oo... Sábado de tarde. Hora de la siesta. La calle está silenciosa. La mayoría de los hombres están viendo algún juego, o con sus esposas duermen la modorra. Salgo de la casa. En la esquina está Juan. Contengo la risa. Su apariencia es por demás estrafalaria. Tiene un sombrero de paja, similar al de los campesinos; una franela de un conocido equipo deportivo, los cortos pantalones desflecados evidencian haber sido cortados de unos largos, y los zapatos de tela muestran unos atrevidos dedos asomando. Hace rebotar en la acera una pelota. Es de goma, pero tiene dibujadas las poliédricas figuras de una de fútbol. Con pericia, tanto la patea o la lanza al aire como si fuese básquetbol. Pero, no produce ruidos. No quiere molestar a los vecinos. Cruzo la calle. El verme acercar me tira el balón. Lo atajo con poca gracia y lo devuelvo con aún menos. El loco ríe. –Sí, búrlate. –le digo– Nunca fui bueno en deportes. –¿Te das cuenta que todos ellos tiene una pelota para jugar, – me indica– el fútbol, el básquetbol, el voleybol, el béisbol, el ping-pong, el tenis, hasta ése que sirve para caminar: el golf. –Bueno, no todos. –aclaro– La esgrima, el remo, la natación, y otros no tienen pelotas. Y, también son deportes. –Estás equivocado, –dice el demente– deporte es cuando unos locos millonarios juegan en un estadio para que muchos normales pobres paguen por perder la razón. Me reí ante la realidad. Volvimos a los años de la infancia. –¿Te acuerdas cuando jugábamos aquí en la calle? –dice él– Bueno, cuando jugaban tus amigos y tú. –Mis amigos... –murmuré, añorando– ¡Qué barra tan grande fuimos! Y ahora apenas si nos vemos y casi ni nos hablamos. LA PELOTA CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA 04... LA PELOTA
  • 10. Diap 10 –Juan... ¿alguna vez tuviste novia? –¿Estás chiflado? ¿Crees que habría alguna tan demente? Aunque, varias se me arrimaron burlonas, les gustaba tenerme cerca. La mujer siempre admira al hombre excepcional, sea un triunfador, un sinvergüenza, o un loco. Los hombres normales las aburren, aunque terminan casándose con ellos. –Pero... ¿Tú, te enamoraste? –torpe, seguía preguntando. –Sí. Cometí la locura de enamorarme. Ella era hermosa. Su rostro me recordaba la luna, su perfume a las flores, su voz a la música. Cada vez que le decía esas cosas, ella tocaba mi cara murmurando suavemente: "Loco, loco"... Pero ella se enamoró de otro, de un cuerdo, y la gente se reía de mi amor. Acaso, ¿se necesita ser normal para amar? –No. –le respondí– Nada más anormal que amar. El amor es en sí una locura. Nada tiene de normal que dos personas diferentes, que piensan distinto, y de gustos disímiles; se unan compartiendo casa, comida y cama. Juan me miró con una sonrisa, como si le extrañase lo que yo había dicho y le correspondiese decirlo a él. Y siguió: –Una tarde pasó la mujer con su hombre, me miró, acarició la cara de él, y dijo: "Loco, loco"... Todos rieron, yo también reí. Es más fácil reír que llorar. Desde entonces amo las flores, la música, la noche, la luna. La luna nunca se burla de mí. –¿Qué sucedió luego? –quería saberlo por él, los recuerdos se agolpaban en mi mente en forma desquiciada. –Ellos se casaron, tuvieron hijos. Salen los domingos... esas locuras que hace la gente normal. Yo seguí siendo Juan, el Loco de la Esquina... algunas tardes charlo con el hombre. Y, jugando con el balero, se marchó bajo la luz de la luna. Y, aunque nunca acertaba, por momentos lo envidié. ...oo0oo... Domingo anocheciendo. Vuelvo con la familia de hacer un paseo. En la esquina está Juan bajo la luz artificial del poste. Me extraña verlo, no acostumbra quedar hasta esa hora. Está bien vestido, peinado y sin barba. Apoya, elegante, un pie en el muro Aún hay alguien que lo atiende, alguien que lo ama. La primer prueba de amor es cuidar al ser querido. Quien lo ve podría creer que es un joven esperando la mujer de sus sueños. Pero, al mirar sus manos observará que tiene un balero y, comprendería que es el Loco de la Esquina. Dejo mi gente en la casa, digo que voy a hablar con Juan. Los hijos ni prestan atención, la esposa sacude la cabeza y nada expresa. Hace tiempo que no existen contradicciones. Llego a la esquina. De algún vetusto jardín llega el perfume de flores nocturnas. En el cielo, una redonda luna amortigua la estrellas. Pocos autos, y menos gente, se ven en las calles. –Hola, Juan... ¿qué haces tan tarde? –Hola, Juan... ¿qué haces tan tarde? –él repite, burlón. Sonreímos ante la consabida broma: Todos somos Juanes. –¿Y qué haces con ese balero?... ¿O lo llamas perinola? –Debería ser bolero. –aclara el loco– Porque se juega con una bola, aunque hay lugares que tiene forma de pera. Es que cuando las bolas pierden fuerza quedan como una pera. Largamos la risa, la picardía no es única de los normales. Y, como todo enajenado, Juan oscila en su charla: –¿Qué hago con él? Pues... lo que todos. Trato de embocar. A veces se acierta, y otras veces no. –Hay algunos que siempre meten el palito... –dije, agrio. –Sí... –siguió él– Tienen esa destreza. Pero, fíjate, nunca están conformes. No satisface lo que se consigue fácil. Fuese por la noche, los recuerdos, o la charla, pregunté: EL BALERO CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA 05... EL BALERO Basada en El Loco, de la “Barca de Caronte”
  • 11. Diap 11 –¡Ah, fue eso!... Me preguntaba que habría sido de él. –dije. –Lo de todos. Momentos de encierro y de libertad. Hoy se escapó. Fue al bulevar. Atardecía. La luna lo miró desde el horizonte. Su luz era débil. Los vehículos encendieron sus focos. Se echó a la vía golpeando a los cuadrúpedos de pies redondos. Les pedía que dejaran tomar fuerza a su amor. –¡Qué locura! –exclamé– ...pero qué hermosa locura. Juan me vio como si yo fuese un cofrade. Y siguió narrando: –Ella se ocultó tras una nube. Llegó una bestia mecánica rugiendo sobre sus circulares patas. Sus ojos encandilaban. Los demás cuadrúpedos metálicos la apoyaban con gritos. Mi amigo le hizo frente, defendía su amada. La bestia lo lanzó al aire. Ahí su loca alma se desprendió. Los autos se detuvieron. Los hombres bajaron como dementes de las cajas con ruedas. ¿Por qué los llamados normales, se vuelven tan anormales? –No sé... –medité– Tal vez cuando parecemos normales, realmente ocultamos nuestra realidad anormal. Me miró como si el loco fuese yo, y continuó: –Vino una ambulancia. Se llevaron el cuerpo. Salió la luna. Rodeó con su luz el alma del Loco del Bulevar y fueron felices. –Lástima que para hallar la felicidad debió irse. –murmuré. –No se ha ido del todo, algo de él está en nosotros. –dijo. –Juan... ¿Cómo supiste todo? ¿Estuviste en la avenida? –No, nunca. Ésta es mi esquina. Yo tengo que estar aquí. Y, con una misteriosa sonrisa desquiciada, Juan se marchó. De la penumbra llegaba una canción infantil alejándose: –"La luna juega a la rueda rueda, la rueda rueda, rueda... Me fui. Sentía una paz íntima. Esa noche dormí en calma. ¿Sería el agotamiento del día de trabajo? ¿O saber que un loco había logrado la felicidad? ...oo0oo... Era de noche cuando bajé del bus. El tránsito estuvo lento por un accidente. En la esquina encontré a Juan, el loco. –La luna juega a la rueda rueda... La rueda, rueda. Rueda, rueda... Rueda, rueda.. –entonaba una infantil canción. –¿Qué cantas? –pregunté asombrado. –No canto. Recuerdo a un viejo amigo. Era un loco. –Todos tenemos algo de poetas, de locos, y de niños. –dije. –No todos. –él completó– Los normales, no. El poeta es un niño que creció con un loco dentro de sí. Un loco es un niño que tuvo la poesía de no crecer. Y un niño es un poeta loco. –En lejanos tiempos, –indiqué– a los orates se les oía con respeto. Hoy los aprisionan y son tratados por inhumanos que quieren llevarlos a la normalidad. Pero, a veces, son los que los aprisionan quienes encuentran el camino de la locura. Reímos, la risa de los locos tiene sonido de eternidad. –¿Qué le pasó a tu amigo? ¿Yo lo conocí? –pregunté. –Era el que caminaba contra los autos de la avenida... –¡El hombre del bulevar! –exclamé, pensando en el accidente. –No. El loco. Uno más. Él estaba afuera, los otros dentro de los autos. –divagó– Carros, hombres... y el camino es igual. –No. Los carros van en la calle, los hombres en la acera. Sonrió mirándome con compasión, y sentenció: –Los automóviles son cuadrúpedos que llevan un bípedo adentro, y tienen los pies redondos. Los hombres son bípedos que llevan un cuadrúpedo dentro... y tienen los pies planos. Tuve tentado de reírme, pero Juan prosiguió con tristeza: –Mi amigo también estaba enamorado de la luna. Se ponía furioso con los autos. Decía que los focos le robaban la luz a su amor. Tanto molestó a los automovilistas que lo encerraron. LA CANCIÓN CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA 06... LA CANCIÓN Basada en El Loco, de la “Barca de Caronte
  • 12. Diap 12 –¿Vas a ir al templo? –pregunto, dándole una galleta. –No. No quiero volver. Ahí dicen muchas locuras y cantan cosas que no entiendo. Una vez pregunté que significaban, y se rieron. Pero no me explicaron, para mí que nadie lo sabe. –Estoy de acuerdo. –dije, ofreciéndole café en la tapa con mango– Lo que pasa que es más fácil creer que razonar. –Gracias... puedo manchar el traje... –Juan lo rechazó, pero la gula le vencía– ¿me das otra galleta? Se la entregué, y mordisqueándola me preguntó: –¿Tú consideras que Dios es ese viejo con cara de malo? – dio otra mordida– ¿Y que tuvo un hijo que también es dios? –No, yo no creo. Pero cada uno cree lo que quiere. La gente necesita pensar que existen seres superiores, mitos. –Yo tampoco puedo creer. Los sacerdotes dicen que es el dios de toda la humanidad. Pintan a Dios y su hijo barbudos, blancos. Negros e indios no tienen barba y son de otro color. Sin embargo, ellos también forman la humanidad. Vimos llegar de vuelta a mi familia. Desde la puerta de la casa me hicieron señas. Debía cambiarme de vestimenta. Me había liberado de ir a la iglesia, el templo de la religión. Aún no me podía librar de ir al club, el templo de la sociedad. Juan se levantó del banco para cruzar la calle. Volvía a su lugar. Volvía a ser el Loco de la Esquina. Pero antes me miró. Parecía un niño, un niño vestido de hombre con ropa de otro. –¿Me puedes dar otra galleta? –rogó en forma infantil. Le di el paquete completo. Le brillaron los ojos de alegría. –Eres un amigo. –dijo– ¿Sabes?... a veces creo en Dios. Fui al club. Mi gente estuvo divirtiéndose con los normales. Y yo, recostado en una silla, bajo un árbol, pensaba que había un dios distinto para los locos. Un dios más natural. ...oo0oo... Domingo. Me levanto tarde. Oigo que mi esposa y los hijos están arreglándose para ir a la iglesia. Hay que cumplir con el ritual acostumbrado. Yo, hace tiempo que lo abandoné. Lleno el termo con café caliente, podría ser té o cualquier otra infusión... a esa hora, ese día, y esa edad, me da igual. En el morral que llevo diariamente al trabajo coloco el termo con un paquete de galletas. Luego de bañarme, me pongo unos amplios pantalones cortos, una franela vieja, una gorra descolorida y unas chancletas obsoletas. Estoy cómodo. Aviso a mi familia que voy a la esquina, a charlar con Juan. Me responden que, al ellos volver del templo, iremos al club a almorzar. Les digo que está bien... ¿para qué decir que no? Al llegar a la esquina encuentro al loco Juan con un traje que debe haber sido de algún familiar, camisa limpia de bordes gastados, zapatos pulidos, y una ajada corbata Se le nota incómodo, pero es domingo y quien lo cuida le ha vestido así. Pienso que al vernos juntos, creerán que el demente soy yo. –Hola, Juan. –le digo– Acompáñame a tomar un café. Vamos a sentarnos en el banco de la ochava de enfrente. Mira nervioso su esquina, no la quiere abandonar. –Vamos... –insisto– Desde allá la vemos. La puedes cuidar mientras charlamos. Traje galletas de anís. Sé que esas galletas son una debilidad de mi amigo, y la ochava tiene un saliente que invita a sentarse. El dueño de la casa lo realizó para romper la monotonía del liso muro, y resultó para romperle la paciencia a él. Pero, hace años que ya no protesta si alguien está ahí. Nos sentamos. Juan limpia el lugar. Se ve que le han dicho que debe cuidar la ropa. Pobre Juan, hoy no parece el Loco de la Esquina sino un loco más. DOMINGO CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA 07... DOMINGO
  • 13. Diap 13 –Cuando era pequeño, la gente reía porque yo plantaba semillas entre las piedras. Allí es donde hacen falta árboles. Me tenían lástima porque pasaba horas mirando las nubes. No sabían que era un mundo mío, y sólo existía para mi realidad. –Yo también jugaba con las nubes. –dije con nostalgia. –Una vez me enviaron a un instituto. –continuó– Allí dijeron que nosotros éramos excepcionales. Los demás, comunes. ¡Qué lástima sentíamos por ellos! Estuve poco, mis padres prefirieron educar mis hermanos. Ellos lo necesitaban, yo no. –Es que los normales viven aprendiendo. –comenté. –¿Normales?... –largó una loca carcajada– ¿Qué es la normalidad?... ¿Son normales los que dicen ser así? –No estoy seguro, hacen tantas locuras. –dije, empujando un diario trabado en la boca de la alcantarilla cerca de la esquina. –Fíjate, –expresó, sonriendo agradecido– prisioneros en el cuadrado de la normalidad necesitan una escalera para subir al techo, una ventana para mirar fuera, y una puerta para pasar al otro cuadrado. Yo, para subir al cielo tengo mi fantasía, sentimientos para mirar el horizonte, y no me encierro en ningún cuadrado. Por eso me dicen loco. –Dichosa locura... viviríamos mejor con ella. –exclamé. –Me costó aprender a contar. –prosiguió– Acaso...¿Importa saber cuantas flores hay para ver su belleza? Pero aprendí una linda canción. Y que, si divido el ocho quedan dos tres, uno al derecho y otro al revés, o dos ceros uno arriba del otro. Sonreí. Su matemática era lógica. El farol se encendió. Y el Loco de la Esquina se fue cantando en la penumbra: –Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho; y ocho, dieciséis... Y yo también me fui en una calle limpia por la lluvia. ...oo0oo... No recuerdo que día era, sólo que desde temprano persistía la garúa alternando con salidas de un sol abrasador. Juan pasaba corriendo de su esquina a la protección de la ochava y viceversa. Cuando amainó me acerqué, saludando: –¡Qué tiempo tan... feo! –por poco digo “loco”. –¿Cuál? –preguntó– ¿El de las horas o el del cielo? No supe que responder. Y preferí desviarme en preguntas: –¿Por qué te desagrada la lluvia? –Por que son las lágrimas de las nubes después que se han peleado entre ellas. No me gusta que se pelee nadie... Retornó la garúa. Corrimos a la ochava. Y allí le aconsejé: –¿Por qué no te vas? Te puedes enfermar. Me vio con sus ojos desquiciados. Sin embargo, insistí: –Sí, ya sé. Tienes que cuidar la esquina. Pero en las noches vuelves a tu casa... ¿quién la cuida entonces? –¡El farol! Él también es mi amigo, él lo hace cuando me voy. Recordé cierta vez que hubo apagón eléctrico. Juan llegó con una linterna. No se fue de la esquina hasta que volvió el suministro de energía. Era un loco, pero no un irresponsable. Quise explicar a mi demente amigo la verdad sobre la lluvia. Y vi que en sus momentos lúcidos tenía un amplia cultura. –¿En que parte de tu camino aprendiste tanto? –exclamé. –¿Mi camino? –hablaba consigo mismo– El inicio fue como el todos. ¿Cuántas anormalidades hacen las criaturas? Luego nos enseñan a hablar, y perdemos la naturalidad. La gente se toma el derecho de hacer preguntas, exigiendo una respuesta. Van amoldando con palabras la mente del niño para que actúe igual a ellos. Y, si no lo consiguen, le llaman loco. La lluvia paró. Volvimos a la esquina. Y el orate siguió: EL FAROL CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA 08... EL FAROL Basada en El Loco, de la “Barca de Caronte
  • 14. Diap 14 Subí hasta la rama. Al acercarme al nido tuve una sorpresa. ¡Estaba ocupado por una atiborrada y fuerte cría! Demasiado grande para un nido de gorriones. ¡Era un pichón de tordo! Furioso, quité al vividor poniéndole en la caja. Y acomodé en el nido, en su nido, al pobre pichoncito que llevaba. En el horizonte atardecía. Quedé un rato en la rama viendo los arreboles. Los pájaros volvían a sus hogares. Una pareja de gorriones saltaba desesperada en las ramas cercanas. Eran los padres de la cría. Me sentí bien. Esa noche un feo, diminuto, mísero y desnutrido pichón tendría sustento y calor. Bajé. Juan me aguardaba con expresión de perturbado. –Creí que te ibas a quedar ahí arriba. –dijo– Y que mañana en el amanecer te irías volando con los demás pájaros. –¡Cómo me hubiera gustado hacerlo! –respondí– Pero... me falta tu locura para poder volar. El demente abrió la caja. Le asombró hallar otro pichón... y aún más grande. Le expliqué a mi loco amigo lo sucedido: –Mira, Juan. Es un tordo. Un ave que deja los huevos en los nidos de otros pájaros. Nace antes que los demás pichones. Y los pájaros, creyéndolo su hijo, alimentan esa enorme boca. –Pobrecitos... –murmuró el desquiciado. No comprendí si lo decía por los padres o por los tordos. –No es todo. –continué– Si las otras crías no mueren de hambre; el tordo, que crece más fuerte y grande, empuja fuera del nido a los débiles y verdaderos hijos de la pareja. –¿Qué haremos con él? –había pena en su voz. –Es un parásito. –dije con rabia– Tíralo a la alcantarilla. –¡No!... –gritó– Aunque sea eso, es un pichón... lo cuidaré. Y Juan, el Loco de la Esquina, se fue con la caja. Y yo, llevándome la escalera... lo admiré. ...oo0oo... Llegué temprano esa tarde. Tenía el anormal presentimiento que Juan, el Loco de la Esquina, me estaba esperando. Así lo era. Sin embargo, no estaba apoyado en el ángulo de la pared. Se hallaba bajo el árbol cercano, viendo hacia arriba. Otra vez tenía una caja de zapatos en las manos. Pero ésta era más chica y con pequeños agujeros en la parte superior. Hizo señas para que me acercase. Levantó la tapa, dentro había un diminuto, feo, mísero y desnutrido pichón de gorrión. Gorriones o pásulas abundaban en esos meses anidando entre las horquetas y ramas de los reverdecidos árboles. –¿De dónde lo sacaste? –pregunté, asombrado. –Se cayó esta mañana de allá arriba. –dijo acongojado. Señaló una ramificación alta donde se veía la paja del nido. –Tuvo suerte de no matarse con el golpe. –indiqué. –Cayó sobre unas hojas secas. –siguió él– Lo oí chillar. Lo recogí. Busqué la caja, y cada tanto le doy pan mojado. Me extrañó que la pareja de gorriones no estuviese piando y revoloteando enloquecidos en busca de su cría. –Te estaba esperando... –me lanzó de sopetón– ¿Podrías devolverlo al nido? Tú tienes una escalera. Anda, tráela. –Está bien. Pero tú salvaste al pichón, así que lo subirás. –No, súbelo tú. –su cara de aberrante se sonrojó– Tengo miedo de caer. Y como él, no aprendí a volar. Reí, mi amigo Juan era loco pero no tonto. Traje la escalera. Los vecinos, al verme así en la esquina y en el atardecer, estarían diciendo que el demente era yo. Pero, hacía mucho que no me importaba la opinión de los demás. Apoyé la escalera en el tronco. Los ojos del enajenado brillaban de felicidad al darme la caja con el pajarito. EL PICHÓN CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA 09... EL PICHÓN
  • 15. Diap 15 –Sí, ahora sí. Ya se fueron mis hermanos y mi padre. Sólo queda mi mamá. Ella me quiere mucho. De chico, cuando me pegaban los otros niños, iba a refugiarme en ella. Mi madre. me abrazaba y lloraba, mezclando sus lágrimas con las mías. ¡Pobre madre! Es normal, y siente que algo de ella hay en mí. Juan calló, se perdía en sus enajenados e íntimos desvaríos. Yo respeté su silencio, pero pronto retornó a hablar. –Mi padre habría matado los cachorritos de ratón, decía que eran malos porque comían la comida de las gallinas. Pero, él también era malo: Criaba las gallinas para matarlas, comerlas y robarles los huevos... ¡Claro!... a él nadie le decía nada. –Nuestra infancia fue un época de severidad. –opiné. –Nunca pude estar junto a mi padre, –siguió mi loco amigo– me miraba furioso y, si intentaba acercarme, un bufido colérico marcaba la distancia. ¡Pobre padre! Era tan absurdamente normal que temía reconocer algo de él en mí. –No sólo él. –acoté, reflexionando– Siempre tenemos miedo de vernos como realmente somos. De pronto, de la boca de la alcantarilla, salieron varias ratas en la penumbra. El farol no se había encendido aún. Juan abrazó la caja, envolviéndola en el periódico viejo. –¡Ratas, ratas!... –gritó desquiciado– ¡Son malas!... –Son familia de los ratones. –le dije para calmarlo. –¡No! Las ratones son tímidos, temerosos... Las ratas son salvajes, pelean entre ellas. Se parecen a la gente. El farol se iluminó. Las ratas volvieron al albañal. Mi demente amigo se marchó con su caja, repitiendo: –Ratas, ratas... son malas... gente, gente. Esa noche me costó dormir. ¿Sería por la siesta? ¿O me roía la historia de Juan, el Loco de la Esquina? ...oo0oo... Habían pasado rápido las semanas. Sucede eso en verano. Era feriado, y en ese día en medio de la semana donde no se está aún cansado del trabajo ni se tiene las energías iniciales. Luego de una inútil siesta salí a la puerta. Miré la esquina. El infaltable loco Juan estaba allí. Otra vez con la pequeña caja de zapatos. Imposible que hubiese caído otro pichón, ya todos volaban acompañando a sus padres o independientes. Fui donde mi demente contertulio. Al acercarme noté que sobre la caja tenía el suplemento de un diario conocido. –¿Qué día es hoy? –preguntó sin saludar, alterado. –Miércoles... –y, burlón, agregué– el atravesado. –¡Qué desgracia!... Perdí un día. Acá dice jueves. –exclamó, señalando el encabezamiento del periódico. –Tranquilo, Juan. Es un ejemplar de la semana pasada. –Ayer la vecina me dio el martes y hoy me da éste. ¡Se me perdió un día!... ¿Dónde van las días perdidos? Hubiera querido saberlo yo también pero, preferí desviar la conversación para sacarlo de su inquietud y, pregunté: –¿Tienes aún el pichón de tordo en la caja? –¡No! Ya lo crié, y un día se fue... nunca más volvió. –Tenía que ser un parásito, –dije rudo– así te agradeció. –Yo no lo cuidé para que se quedara, sino para que volase. –respondió contento– Ahora, cuando veo un pájaro por el aire creo que es él y que lleva una parte mía. Me sentí un miserable normal frente a tan noble desquiciado. –Lo que tengo en la caja son ratoncitos. –siguió– ¡Pobres!... aún ni abren los ojos. Los hallé en el galpón. La madre debe haber caído en una trampa. Chillaban de hambre... los criaré. –¿Te los dejarán tener en tu casa? – pregunté extrañado. ROEDORES CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA 10... ROEDORES
  • 16. Diap 16 –Eso es ser egoísta. –afirmó– Piensan en ellos y no en los que se fueron. Quienes creen en Dios tiene la felicidad de ir con él. Y quienes no creen, la dicha de encontrar el final. –Felicidad es un loco mito humano. –reflexioné, agregando– Entonces... Dime que te enseñó la vieja maestra. Colocándose en pose de payaso, sacó un caramelo y dijo: –¿Cómo pongo el dulce debajo del sombrero sin quitarlo? –Imposible. –afirmé, con pedante suficiencia. Mi demente amigo puso en su boca el caramelo y lo comió. Me vi ignorante y ridículo. El orate había resuelto el problema. –Si divido el uno... ¿Qué queda? –preguntó el loco payaso. –Depende del divisor. –respondí, recordando la escuela. Juan tomó un palito del suelo. Me lo mostró, luego lo partió varias veces, puso los trozos uno al lado del otro, explicando: –Si divido el uno, me quedan unos más chiquitos. No pude menos que reír. Reía de mi torpeza, de mi nulidad en ver las cosas naturales sin complicaciones intelectas. –¿Sabes que es triste? –manifesté al desquiciado payaso, y yo me respondí– Cuando éramos niños veíamos nacimientos, bautizos, cumpleaños... ahora sólo vemos velorios. Juan se acomodó la falsa nariz roja, y torció el sombrero. –Siempre hay nacimientos, cumpleaños y velorios. –indicó– Lo que cambian son nuestros ojos. De niños sólo ven los que nacen. Al envejecer sólo ven los que mueren. Quedé maravillado. La vieja maestra había formado un gran alumno. El loco de la esquina se puso firme y, oyendo una íntima música de circo, vestido de payaso comenzó a marchar. –¿Entonces?... ¿Entonces?... ¿Entonces?... –repetía. Sentí ganas de seguirlo... sin embargo, volví a mi casa. Los vecinos estarían serios, pero la vieja maestra sonreía. ...oo0oo... Fue la mañana que volvimos del entierro de la vieja maestra. Tan vieja que nadie quería decir que había sido su alumno. En la esquina estaba Juan. El vecindario se escandalizó al verlo. Tenía un pequeño sombrero de payaso, largo blusón de vivos colores, pompón rojo en la nariz, y otras locuras más. Después de criticarlo en susurros colectivos, cada chismoso entró en su casa. Yo dejé mi familia y fui a hablar con él: –Juan... ¿Por qué estás vestido así? No es Carnaval. –Porque murió mi maestra. Ella me enseñó a ser payaso. –Juancito, –dije compasivo– tú nunca fuiste a la escuela. Me miró con esa sonrisa limpia, sin prejuicios. Parecía como si hubiese caminado sin ensuciarse con el polvo del camino. –Sí, fui... pero dejé de ir enseguida. Los niños me pegaban, los directores me castigaban. Es el desquite de los que están presos, cuando cae entre ellos uno que tiene la libertad. –¿Entonces?... ¿En qué época fuiste su discípulo? –Cuando se jubiló, cuando se volvió vieja, cuando los demás alumnos la olvidaron... ella fue mi maestra. Mi madre y ella me enseñaron a leer. Me gustaba. Los libros no se burlan. –Sí... –murmuré– pero hay quienes se burlan de los libros. –Mi vieja maestra decía que la única forma de aprender es olvidando la seriedad. Que el ser más sabio es el payaso. Es fácil hacer llorar, simple hacer reír y muy difícil hacer sonreír. –¿Por qué no nos dijo eso en la escuela? –pregunté. –Por que ahí van los normales. La escuela instruye pero no educa ni da cultura. –respondió– La vieja maestra me enseñó a ser payaso mientras aprendía a leer. Por eso estoy vestido así. Ella estaría contenta al verme... ¿Por qué ir de negro y triste?... Cuando alguien muere debe haber alegría. –Juan... siempre da tristeza perder a alguien querido. PAYASEANDO CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA 11... PAYASEANDO
  • 17. Diap 17 –¿No es suficiente que las encierren? –gritó en delirante carrera– ¿Tienen que lastimarlas para que no vuelen? Juan sacudía la caña en el aire con loca furia, y continuó: –Pobres... cada mañana ponían un huevo, un futuro pollito, cacareaban contentas, pero venía la gente y se lo robaba. El papel se rompió del hilo, salió volando. Primero subió en un remolino, luego fue bajando en vaivenes, para finalmente caer en un charco sucio y ser arrastrado al albañal. –Se perdió mi pajarito de papel... –musitó el enajenado. –Lástima que fue a parar a la alcantarilla. –acoté, pensando que así sucedía con los sueños. –Pero voló solo, subió alto, nada lo tenía atado... –dijo Juan, feliz como si él hubiera sido quien había estado en el aire. Arrastrado por mi insensata manía de normalidad, pregunté: –Juan... ¿tú crees que eres loco? –No lo sé. Eso es lo que dice la gente... ¿tú que piensas? –Creo que eres distinto a los demás... por suerte. –¿Por suerte para mí o... para ti? Me miró con una inexplicable sonrisa. Le devolví una igual sin saber que decir. Permanecimos en silencio. El desquiciado fue hasta el árbol, agachándose en la acera. Buscaba algo. Recogió una hoja seca, la ató al hilo de la caña y comenzó a correr contento, haciéndola revolotear, mientras iba recitando: “Anoche soñé que volaba, y al mar y los cerros llegaba...” Quedé largo rato en la esquina, metido en mis pensamientos. Juan, el loco de la esquina, había reemplazado la pérdida de un pajarito de papel por el revoloteo de una hoja seca. Lo importante era hacer volar algo sobre él. Y se me agolparon los recuerdos de pajaritos perdidos. ...oo0oo... Encontré a Juan corriendo con una caña. En la punta de ella tenía un hilo y, atado a éste, un pajarito de papel. El demente iba de un lado a otro de la esquina buscando el viento que hiciera agitar en lo alto su artificial ave. Cada tanto se ponía en pose de declamador para recitar: “Anoche soñé que volaba, y al mar y los cerros llegaba... Allí los gatos revoloteaban, y la miel de las flores tomaban...” Recordé que de niño yo también tenía sueños donde podía volar pero, me venció la lógica de hombre normal y, le dije: –Juan... los gatos no vuelan. –Los de mi sueño, sí. Y con alas de muchos colores. –¿Te gustan los gatos? –Cuando no arañan, sí. Tienen el pelo suave, miran lindo. –¿No te gustan los perros? –¡No! Siempre me ladran. Parecen bravos. Aunque, si el dueño los llama se arrastran a sus pies como miserables. –Pero... los gatos comen pichones. –Los de mi sueño, no. ¿No ves que tomaban miel? Volaban con ellos, eran sus amigos. Un amigo no lastima a otro amigo. –Sin embargo, hay pájaros que matan a otros en su vuelo. –También hay hombres que lo hacen... y le dan premios. Por momentos estuve tentado de preguntar si los premiaban por matar pájaros o hombres en el vuelo, pero callé; y él siguió corriendo con su pajarita mientras reprochaba: –¿Por qué la gente quita las plumas largas a las gallinas? –Son las remeras. –expliqué– Sin ellas no pueden volar, se quedan en el suelo, no remontan a los árboles. No escapan. VUELOS CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA 12... VUELOS
  • 18. Diap 18 Pero el loco, sin oírle y viendo la calle, deliraba diciendo: –Los perros señalan su territorio orinando, los automóviles lo hacen con huellas de frenadas y manchas de aceite. Quizás mis ojos furiosos, o lo expresado por Juan, hizo que el hombre retomara con rabia el trabajo. Al mover la rueda nueva para hacer coincidir los agujeros con los tornillos, rodó la mala apoyada en el auto; y ésta dio a la taza, tirándola con las tuercas a la alcantarilla. –Ese hueco es hondo y sucio. –indiqué, agregando irónico– A Juan le faltaba una tuerca, pero a usted le faltan todas. –Ahora sí que estoy en un problema. –se lamentó el vecino. –No veo cual es el problema. –dijo Juan, el orate. –¿Con qué voy a apretar la rueda? –explotó molesto. Y el desquiciado, corriendo tras una mariposa, fue diciendo: –Quítele una tuerca a cada una de las otras ruedas y tendrá tres tuercas. Con ellas puede fijar la rueda que puso. Era tan lógico que, enloquecido de alegría, el vecino lo hizo de inmediato. Luego que hubo guardado todo en el coche, el hombre no pudo contenerse y, agradecido, dijo al trastornado: –¿A ti te dicen loco con la idea que me diste? –Es que yo soy loco... no tonto. Tres carcajadas unísonas llenaron el lugar. Desde esa noche, el vecino cuando pasa y ve a mi demente amigo, intercambia unas palabras con él. Sin embargo lo hace desde dentro el coche, sin bajarse, con la ventanilla abierta. Teme que lo vean los demás. No se atreve a ser un bípedo natural que charle con el loco de la esquina, a ser un individuo que luego vuelva a su casa pensando en lo que hablaron. Y a veces con el alivio de haber reído juntos. Es tan lindo reír entre locos. Ya que en este camino... ¿Quién es más loco, más tonto, o más normal que otro? ...oo0oo... Se había encendido el farol de la esquina. El loco Juan y yo estábamos por irnos. Pero él corría mariposas de la noche. Vimos llegar en su coche a un vecino, uno de los muchos con automóvil. Y, como todos los que tenían vehículo propio, llegaba más tarde de los que usábamos el transporte público. Las masas de autos atiborrando las avenidas, a paso de tortuga y recalentado los motores, era el precio por el status de ir en cuatro ruedas y figurar como dueños de un coche. Al llegar el carro a la esquina nos asustó el estallido de uno de los neumáticos delanteros. El vehículo se inclinó de trompa como un animal herido. Y éste era un cuadrúpedo de metal. El vecino frenó dejando el coche cerca de la alcantarilla. Bajó con mal humor, y esbozó un saludo forzado hacia el loco Juan y yo. A ningún chofer le gusta que los demás vean que su automóvil tiene fallas, que no puede seguir rodando. Abrió el portaequipajes. Buscó las herramientas y la rueda de repuesto. La llevó delante. Comenzó el cambio. Aflojó las tuercas de la averiada y las puso dentro la taza tapacubos. Ya tenía subido el coche con el gato y había sacado la llanta desinflada cuando Juan, en desquiciada colaboración, le dijo: –Disculpe, señor... ¿Quiere que le ayude? Yo preferí callar. Sabía cuanto molestaba a los choferes la impertinencia de un peatón. Más aún, si era conocido. El accidentado devolvió una sonrisa fingida, respondiéndole: –No te molestes... Gracias... Ya estoy terminando. Me disgustó el tuteo a mi demente amigo, a quien antes él ni saludaba. Pero los normales tienen la costumbre de tomarse confianza con aquellos que no lo son. Se creen superiores. –No voy a dejar que éste, que le falta una tuerca, toque mi auto... –susurró, mirándome en busca de tácito apoyo. LAS TUERCAS CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA 13... LAS TUERCAS Basado en un viejo cuento popular
  • 19. Diap 19 Lo dejé diciéndole que esperase, que iba a ver si la podía encontrar en el viejo galpón de la casa. Luego de registrar entre polvorientas cajas, la hallé. Incompleta, pero la hallé. Las piezas estaban llenas de óxido, una rápida lijada las hizo brillar. Los tornillitos, inexplicablemente, permanecían negros. Feliz, crucé la casa con mi herrumbrosa lata bajo el brazo. Mi esposa, al verla, reclamó donde iba con esa... porquería. Sin detenerme, respondí que a la esquina, a mostrársela a Juan. Y al llegar allí, con mi desquiciado contertulio, sentados en el cordón de la vereda, bajo la sombra del árbol, cerca del farol, comenzamos a armar recuerdos de nuestra infancia. Fuese por las añoranzas o por lo sucedido poco antes, se me humedecieron los ojos. El loco Juan me miró preocupado. –Estás llorando... –dijo con verdadero afecto. Para él, llorar era algo natural. Pero yo, un hombre mayor, definido como normal, no lloraba y, mentí: –No... Me cayó en los ojos alguna pelusa del árbol. –No te frotes. –aconsejó solícito– Cuanto más roces lo que te molesta, más se clava, más duele. Aguanta un ratito... y lo que lastima se irá sin darte cuenta. Sonreí con tristeza, niños y dementes dicen la verdad. –¿Tú, qué eres? –preguntó Juan, apretando un tornillo. –Soy un técnico, trabajo en una empresa. –respondí. –No... eso es lo que haces, no lo que eres. Tú eres mi amigo, el que charla aquí conmigo, y el que tiene un tesoro... una lata con viejas piezas de mecano. –¿Y tú, qué eres? –musité con la voz tomada de emoción. –¿Yo?... Yo soy Juan, el loco de la esquina, amigo tuyo, amigo del árbol, amigo del farol, y también tengo un tesoro... una lata con una piedrita y con el roto estuche de un anillo. Callamos, las latas brillaban al sol como si fuesen de oro. ...oo0oo... Fue el sábado al volver de vacaciones. Dejé mi gente en la casa acomodando aquel manicomio de ropas y cosas. Como siempre, más de la mitad volvían sin ser usadas. Me dirigí a la esquina. Quería charlar con el loco Juan. Lo encontré con el rostro rojo. Se notaba que había tomado sol. –Hola, Juan...¿estuviste veraneando? –Ayer fui con mamá. Nos llevó mi hermano, un chiflado por la playa. A mí no me gusta, allí hacen muchas locuras. –¡Por fin abandonaste un poco la esquina! –exclamé burlón. –No la dejé sola. Le dije al árbol y al farol que la cuidaran. ¡Cómo los extrañé! A uno por la sombra y al otro por la luz. Vi que mi demente amigo sostenía en sus manos una lata, una de ésas para bombones o dulces, que luego sirven para guardar infinidad de cosas. Se veía muy usada. –¿Qué tienes en esa lata? –pregunté, imprudente. –Mis tesoros... –y la abrió mostrándomelos. Una piedrita de colores, una medalla de escudo indefinible, algunas bolitas de vidrio, tapas de bebidas, varias figuritas en papel de aluminio, pequeños animales de porcelana y, dentro de un roto estuche, un barato anillo con sus iniciales. –Me lo dio mi padre cuando enfermó. –dijo, poniéndoselo– Entonces me dejaba estar cerca de él, pero... se murió. Quedé en silencio. ¿Qué historia tendría cada una de esas cosas? Y Juan volvió a su forma desvariada de ser: –¿Tú no tienes un lata con tesoros? –inquirió. –Sí, de chico la tuve. No sé donde habrá ido a parar. –Tú guardabas en una lata un juego de mecano, –siguió él– unas tiritas de hierro con agujeros... Atornillándolas, hacíamos aviones, barcos, casas... hasta pajaritos. ¿Te acuerdas? La fabulosa memoria del enajenado despertó mis añoranzas. LAS LATAS CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA 14... LAS LATAS
  • 20. Diap 20 –¿Cómo termina el cuento? –el demente estaba intrigado. –Los seres avanzados de ese mundo liberan a los humanos. Los consideran desarrollados. Porque sólo una raza civilizada es capaz de aprisionar a otros y a su misma especie. –¡Paredes!... ¿Paredes!... –Juan volvía a sus desvaríos– ¡Gente!... ¡Gente!... ¿Para qué se encierran en un cuarto? –Para protegerse del sol, la lluvia, el viento, el frío. –dije. –¡Ah!... ¿Sí?... Entonces dime: ¿Por qué luego a las paredes le abren ventanas? Dicen que para ver afuera, para que entre la luz y el fresco. O sea, lo que no querían. Pero, después le colocan vidrios para que no pase el frío y el viento. Y, luego, a continuación, persianas y cortinas para que no penetre el sol. Solté una carcajada ante la ridícula realidad, el orate siguió: –Como son normales tienen que abrir un hueco para poder pasar. Pero ponen una puerta en el agujero, y a la puerta le colocan cerraduras, travesaños, rejas, para que no se pueda abrir. Quisiera saber: ¿Por qué ellos dicen que yo soy loco? Nuevamente me reí, pero una amargura fina se colaba. –El agua en tuberías, –continuó él– la luz en cables dentro conductos, el calor vuelto gas en cañerías. Todo lo encierran. –Los pasajeros en los transportes, –añadí– los obreros en fábricas, los empleados en oficinas, los niños en escuelas, las familias en las casas. –y en voz baja pensé– Las ilusiones, los ideales, los recuerdos... dentro uno. –Pero yo soy libre, aquí afuera, con mi vincha. –dijo el loco. El farol se encendió, cada uno tomó su camino. Esa noche me desvelé. Me sentía prisionero de las paredes, de las persianas, de las puertas, de la casa, de mi mismo... Recordaba a Juan, el loco de la esquina. Un ser libre. La libertad no estaba en la vincha, estaba en él. ...oo0oo... Aún había sol cuando llegué esa tarde. Y Juan, mi amigo loco, estaba en la esquina. En su frente lucía una cinta con los colores patrios. ¿Cuales?... Da igual, todos los países tienen una divisa con que atar al pueblo. La banda llevaba impreso una palabra muy manoseada. –¿Cómo te encuentras? –dije para no caer en su juego. –Yo no me encuentro, yo estoy. –respondió burlón– El que me encuentras eres tú que estás llegando. –Está bien... siempre me embromas. –reí, preguntando– ¿Cómo estás? ¿Qué haces con esa vincha en la frente? –¿Cómo estoy?... Si estuviese del lado de adentro de estas paredes, estaría en un rincón y viviría arrinconado. Pero estoy del lado de afuera, en la esquina, y vivo en libertad. Dijo esa palabra con énfasis, señalándola en la cinta. No quise desilusionar al loco diciéndole que era sólo una tira de tela con colores y que esa palabra se podía usar para todo. –Por dentro son un rincón, por fuera una esquina. –repetí reflexionando– Y... las paredes son siempre las mismas. –Ellas sí, el lugar de la persona no. –aclaró el desquiciado– Cuanto más paredes levantas, más te quedas prisionero. –Pero sin ellas... ¿Con que soportaríamos el techo? –inquirí. –El árbol tiene copa y no tiene paredes, el farol una cubierta y no paredes... el cielo es una bóveda inmensa sin paredes. – respondió– Pero el hombre normal enloquece por cerrarse él, y a los demás, entre muros, techos, pisos. –Recuerdo un cuento. –narré– Astronautas humanos llegan a otro mundo. Encuentran seres avanzados que, viendo a los viajeros como bípedos inferiores, los aíslan para investigarlos. Estando así, los humanos hallan un animalito y le hacen una jaula. Poco después, otra mayor para un astronauta rebelde LA VINCHA CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA 15... LA VINCHA
  • 21. Diap 21 –¿Te acuerdas de los avioncitos de papel que fabricábamos con el programa de cine? –añoré, llevado por la emoción. –Y que hacíamos volar en la luz del proyector. –dijo el orate, riendo– Películas de vaqueros con sombras de aeroplanos. Comencé a doblar una hoja tratando de formar uno de esos aparatos de papel. Era inútil, mi habilidad se había perdido como mi infancia. Otra vez vino el loco Juan en mi auxilio. Pronto salió de sus manos un avioncito de anchas alas y grueso cuerpo central. Propio de aquellos años, asemejaba un hidroplano. Lo catapultó y, planeando, llegó hasta mí. –Ya no son hacen de esa forma, –aclaró– ahora son así. Con otra hoja hizo rapidamente un avión alas delta, agudo. Tomando la fina cabina entre sus dos índices, me lo lanzó. Tuve que esquivarlo, pasó como un jet cerca de mi cara. –Otros tiempos, otras formas... –reflexioné en voz alta. –Sí, pero los papeles son siempre iguales... y usados. Miré a mi demente contertulio, lo había dicho viendo el aire. Caía en una de sus fases de delirio. En ese mundo especial de los locos. Callé en tanto pretendía hacer yo algo con las hojas. Obtuve un cubo y una pirámide. Cosas sin alas. –Dime... –preguntó el enajenado, volviendo a su realidad– ¿Por qué las personas, que no hablan con extraños, cuando son pasajeros se sientan juntos, apretados, y charlan? –Será que representamos distintos papeles. –ironicé. –Dicen estar volando en un avión. –seguía el desquiciado– La gente no tiene alas, va sentada. Los que vuelan son los pájaros, los aeroplanos... y los aviones de papel. Volví para mi casa. Juan, el loco de la esquina, se quedó. Llevaba en mi mano los avioncitos. Intentaría recordar como se hacía el viejo modelo. Pero, dentro mío una voz repetía: “Papeles... papeles... siempre iguales... y usados”. ...oo0oo... El viernes de noche había llovido fuertemente. Sin embargo, apenas salió el sol, se vio que iba a ser un día de reverbero. A eso de las nueve de la mañana me dirigí a charlar con mi amigo Juan, el loco de la esquina. Ya fuese por el sopor o la canícula, él se encontraba más desquiciado de lo normal. Tenía una desusada libreta. Con un diario se había hecho un sombrero triangular, tipo bicornio, y puesto atravesado. Era una caricatura de Napoleón, la típica imagen de un demente. La calle estaba limpia por la lluvia. Permanecían cerca del cordón pequeños lagos de agua transparente, represados por las hojas muertas, emulando mares y lagunas. –¿Qué haces con eso en la cabeza? –pregunté, riendo. –Soy el almirante Nelson. Ésa es mi armada. –indicó teatral. Miré un charco. En él flotaban varios barcos de papel, esos que los niños realizan doblando una hoja de cuaderno. Las infantiles naves giraban al movimiento del caliente aire. –Haz el tuyo. –dijo el chiflado, dándome una vieja página. Intenté hacerlo, pero no recordaba como. Juan, burlándose y rompiendo unas páginas, armó y flotó mis navíos, indicando: –Los tuyos son cuadriculados, los míos a rayas. –¿Soy la escuadra española? –pregunté, siguiendo el juego– No tiene gracia, voy a perder la batalla. –Y yo perderé una pierna... –musitó, imitando un rengo. Luego quedó pensativo. Fue hasta donde la hojarasca y una piedra frenaban el agua. Las sacó. Un arroyuelo vació nuestro mar, llevándose las dos flotas de papel a la alcantarilla. –¿Por qué lo hiciste? –exclamé sin salir del asombro. –Sólo eran papeles... –indicó, tirando el bicornio al albañal– No iba a perder un amigo y una pierna por batallar con ellos. Hacía calor, pero sentí un temblor frío cerca del corazón. PAPELES CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA 16... PAPELES
  • 22. Diap 22 Por unos momentos creí que se refería a los sueños, a los ideales. Pero, miraba con tristeza a las agonizantes orugas. –Cálmate, nada podemos hacer contra la realidad. –dije, y le entregué la caja– Toma... son para ti. –¡Gusanos de seda!... –gritó emocionado– Los cuidaré... Quedó reflexionando un instante y me preguntó: –¿Por qué no matan a éstos? –Para el hombre sólo es dañino lo que no le da utilidad o lo que compite con él para sobrevivir. –indiqué agriamente. No quise decirle que a los gusanos de seda, convertidos en crisálidas, para que sirviese el hilo, los hervían vivos dentro los capullos antes que eclosionaran como alados. Luego, salvé del albañal algunos coleópteros y mariquitas que destruyen a las cochinillas perjudiciales. E ironicé: –Según la aerodinámica, los escarabajos no pueden volar. –Pero ellos no saben de aerodinámica, y vuelan. –dijo Juan. Me sentí tranquilo. Mi loco amigo volvía a su anormalidad. Semanas después vimos las pupas colgadas de las hojas. Al poco tiempo se llenó el aire de coloridas mariposas. La gente las admiraban... y al agarrarlas las clavaban con un alfiler. El hombre destruye lo que ama, y ama lo que le destruye. Un atardecer pregunté a mi desquiciado amigo: –Juan... ¿conoces el ciclo de las mariposas? –Sí... Primero son gusanos, luego crisálidas, después lindas mariposas, y ellas ponen huevos para otra generación. Pensé en los humanos. La mayoría se arrastran, algunos se encierran en una crisálida, pocos pueden salir de ella, los menos logran volar con alas de colores... Y me pareció que en la calle aún había muchos gusanos. Y, despidiéndome de Juan, el loco de la esquina, me fui. ...oo0oo... Sucedió una mañana ya cercano fin de año. Me avisaron que Juan estaba terriblemente desquiciado, que el loco lloraba en la esquina. Al salir a la calle comprendí la causa. Retorné rápido a mi casa. Tomé unas muestras del trabajo que estaba efectuando una hija para la escuela. Las coloqué sobre hojas de morera en una caja, y fui donde mi amigo. Temprano, un fuerte viento había sacudido los árboles de esa región austral, haciendo caer cantidad de nidos, insectos, y orugas. Por suerte, los pichones de las aves ya volaban. El demente me señaló a un bicho peludo subiendo el tronco. –Mira, que lindo es... –dijo– está volviendo a su follaje. –Ten cuidado. –aconsejé– No le toques los pelos, te arderá, por algo le dicen bicho de fuego. –Si lo aprietas se defiende. – justificó, tomando otro gusano del suelo– Pero, si lo tratas con cariño no te hace nada. Asombrado, vi que lo acariciaba. Luego lo colocó en la parte alta del tronco para que llegase a las hojas. Miré el rostro de mi enajenado contertulio. Aún había lágrimas en sus mejillas. –¿Por qué los exterminan?... ¿No ven que son hermosos?... ¿No saben que serán mariposas?... –preguntó acongojado. –Lo supieron; pero, con el tiempo lo olvidaron. –dije– Piensan que, como hay gusanos malos, hay que matar a todos. –También hay personas malas... ¿hay que matar a todas? No supe responder. Las vecinas, murmurando entre ellas, nos miraban con enojo y seguían barriendo las orugas hacia la alcantarilla. Cuando se acercaban, Juan decía con dolor: –Apaleados, golpeados, pisoteados, aplastados... pero no les alcanza, deben tirarlos a lo profundo, que mueran entre la basura. Si los hubiesen dejado crecer habrían sido realidades hermosas, volando libres, llenando de colores con su vida. GUSANOS CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA 17... GUSANOS
  • 23. Diap 23 Tomó la enorme flor y, luego de recortar el vástago, empezó a quitarle los pétalos uno a uno mientras iba entonando: –Me quiere... mucho... poquito... –Te vas a dormir sacándolos. –indiqué, burlón. –Ahora tiene el disfraz de margarita. –aclaró– ¿Acaso no es lindo dormirse sacando pétalos? No sabía que responderle, y el orate siguió: –Me quiere... mucho... poquito... me quiere... mucho... –Te olvidaste del nada. –le previne. –No me olvidé. En mi margarita no hay pétalos para el nada. Todos me quieren. Algunos mucho, algunos algo, algunos poquito... pero siempre con cariño. Se me humedecieron los ojos. Para disimular miré hacia la penumbra que comenzaba a rodearnos. En los árboles y jardines, las luciérnagas y bichitos de luz iniciaban su titilar. –¿De donde sacarán la luz? –él había seguido mi vista. –Es una reacción química. –expliqué; pero, recordando que era Carnaval, le quité la máscara– La llevan dentro ellos. –¡Qué lindo sería que nosotros llevásemos una luz! –dijo. –¡Tú la llevas!... –exclamé de corazón– La mayoría, no. Llegó mi gente del desfile. Vinieron a tirarnos papelillos y serpentinas. El loco de la esquina reía. Yo también. Luego cada uno retornó a su casa. Yo con una familia y un par de banquetas. Juan con un repollo y un girasol que había primero disfrazado de coliflor, después de margarita... Y en la oscuridad se iba perdiendo su voz diciendo: –Me quiere... mucho... poquito... me quiere... mucho... Los demás reían porque se olvidaba del nada. Y yo, con los ojos humedecidos, le admiraba por tener una flor a la que le faltaba ese pétalo. ...oo0oo... Principios de febrero. Sábado de Carnaval. Seis de la tarde. La familia ha salido a ver el desfile de máscaras, comparsas, y carros alegóricos, en el bulevar distante muchas cuadras. El silencio de la casa aprisiona. Tomo un par de banquetas plegables y voy para la esquina a charlar con el loco Juan. El demente acepta feliz el asiento. Nos recostamos contra los ladrillos de la pared, cerca del árbol. La planta se ha rebelado a la prisión impuesta por el mínimo cantero en la acera, y levanta con sus raíces las baldosas. Es difícil encerrar a quien lleva la libertad dentro sí. Juan coloca junto a él una gran flor de girasol con un largo vástago. Me imagino que debe ser una de sus locuras. –¿No fuiste al corso con tu gente? –me pregunta. –No. No me gusta esa alegría “a la carte” y estereotipada. –¡Vaya que palabras!... Sácales la careta, tradúcemelas. Me tenté de la risa, en esos días de carnestolendas todo era al son de murga... aunque el final de las murgas es triste. Las dije en lenguaje de comparsa, y a la vez le pregunté: –Y tú... ¿No te disfrazaste? –¿Para qué? ¿Acaso no nos disfrazamos cada día, cada mañana, y cada vez que nos vestimos? Si fuésemos naturales deberíamos ir desnudos, sin embargo nos ponemos estos disfraces que hoy son moda y mañana mamarrachos. Sonreí ante la lógica del anormal, y él continuó: –Pero es Carnaval... y disfracé al girasol. –¡Ah!... ¿Sí?... ¿Y de qué? –dije, mirando la vara. –De coliflor... Arriba es flor y abajo col. Recién caí en cuenta que el vástago estaba clavado en un repollo y el mismo lo mantenía en pie. Reímos a carcajadas. Si alguien nos veía, pensaría en un par de dementes. DISFRACES CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA 18... DISFRACES
  • 24. Diap 24 El demente quedó pensativo. Se miró el trasero y, con ojos desorbitados por la solución hallada, voceó: –¡Viva yo... voten por mí... por una cola para cada uno! Aunque al pueblo le gusta las promesas que luego no le cumplen, reí tranquilo. No había peligro que Juan continuase en la política. Tornaba a sus delirios. –Una cola para cada uno. –seguía declamando– ¿Por qué no tenemos cola? Los demás monos tienen... –Los antropoides; –interrumpí– como el gorila, el orangután, el chimpancé, el gibón, se parecen a nosotros y no poseen. –Por eso ellos están siempre de mal humor, serios, haciendo muecas. –Juan hablaba cual demagogo– En cambio, los que tienen cola juegan saltando y colgándose con ella de la ramas. –¿Te imaginas lo que sería si la tuviésemos? –pregunté. –De lo más lindo. –respondió el desquiciado– Las mujeres la llevarían ondulando, y en la punta le pondrían un pompón, una moña, o se la habrían perforado para colocar adornos. –¿Y los hombres? –el orate casi me estaba convenciendo. –Los serios la tendrían recta, en la punta a lo mucho con un corbatín. Y los pícaros la usarían para tocar a las muchachas. No pude aguantar la carcajada. Se movió y le aconsejé: –Bájate de ahí. Puede fallarte el apoyo y venirte abajo. Pensé que eso le podía suceder a todos los que incursionan en la política, de presidentes a dementes. Le di una mano al chiflado para que no cayese al bajar, él era de los buenos. Y Juan, el loco de la esquina, se fue. Desde la calle llegaba un nuevo pregón: –¡Viva yo... voten por mí... por una cola para cada uno! Y yo también me fui. Pero me llevé el cajón vacío de comida. Por si acaso. No fuera que otro loco quisiera subirse en él. ...oo0oo... Cuando llegué ese viernes al anochecer, aún retumbaban en mis oídos las proclamas de los demagogos y tenía grabado en la retina los repetidos colores de las propagandas. Al acercarme a la esquina vi que mi enajenado amigo estaba encima de una caja de verduras y con las manos levantadas. –¡Por favor, Juan!... –imploré– ¿También tú? –Si todos los políticos lo hacen. –indicó– ¿Por qué no lo puede hacer otro chiflado? Igual que ellos estoy parado sobre un cajón vacío de comida. –Tienes razón. –dije pensativo– Pero, tú eres mejor. –¿Ves? Ya te convencí sin decir nada. ¿Vas a votar por mí? Sacando de su bolsillo un papel celofán, lo sacudió. –Tienes mi voto. –respondí– Tu bandera es transparente. Y el mundo andaría mejor si lo dirigiesen los locos en lugar de los estadistas normales. ¿De donde sacaste esa base? –La encontré aquí, esta mañana. –explicó– Me subí en ella, a todos nos gusta mirar desde arriba. La gente se detiene a verme y algunas veces hasta aplaude... ¿están trastornados? –Es el instinto. –expresé– Sólo somos monos vestidos, aún consideramos líder al que esté más alto, sea en una rama, una tarima, un balcón... o en una caja de verdura. El desquiciado elevó las manos vitoreando. Algunas puertas del barrio se abrieron. Con molestia, las cerraron de nuevo. Juan desde su barato estrado arengaba a su invisible público: –¡Viva yo!... ¡Viva yo!... –repetía. –Juan... ningún político dice eso. –¿Acaso no es el resumen luego de toda la verborrea de sus discursos? –preguntó– ¿Viva yo... elíjanme... voten por mí? –Es verdad. Pero en política, la verdad es algo relativo. Y además te falta un slogan para arrastrar a las masas. ELECCIONES CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA 19... ELECCIONES
  • 25. Diap 25 –Luego vino a mi memoria cuando encontré muerto mi primer gato en el fondo de la casa. Lo habían envenenado. ¿Por qué? Él y mi mamá eran los únicos que me acariciaban... Y el frío me dio una punzada que llegó hasta la espalda. Yo sabía que algunas vecinos, cuando las gallinas tenían pollitos, dejaban carne con veneno a los gatos. No comenté nada. Por otras cosas me sentía responsable de aquel frío. –Y pensaba... –siguió– Me enamoré y se burlaron. ¿Por qué no debo amar? Los bebés son tan lindos. ¿Por qué no debo tener hijos? Y cuanto más pensaba, más frío sentía. Permaneció callado un rato, y retornó a su tema: –Recordé que mi padre un día se murió, que mi maestra se murió. Él tuvo una casa, una familia, ella tuvo la escuela. Yo no tengo nada... Y al pensar eso, el frío se hacía muy hondo. –Tienes mucho. –musité a su lado– Tienes el viento, el color de las mariposas, el vuelo de los pájaros, el perfume de la flores, la fortuna de tu locura, las charlas de esta esquina... El farol encendió su luz. Juan comenzó a irse. Pero esa vez lo acompañé hasta su casa. Íbamos en silencio, por el centro de la calle, solos en medio de la oscuridad. Al llegar frente a su jardín se detuvo para decirme: –Gracias... siento menos frío. Tu compañía me dio calor. Quedé sin palabras. El loco de la esquina abrió la cancel. La ventana del recibo se iluminó. Al abrirse la puerta de la casa fue recibido por una viejita encorvada y un gato zalamero. Yo me fui en la penumbra deshaciendo el camino andado. Con cada paso volvía un recuerdo. Con cada recuerdo iba sintiendo un frío mayor en el pecho... Un frío que ningún abrigo podía quitar. ...oo0oo... Atardecía cuando llegué a la esquina luego de una jornada agobiante y calurosa a pesar del cielo encapotado. Juan, mi demente amigo, se hallaba como siempre allí. Pero, me asustó verlo. Tenía puestos varios abrigos de lana bajo un chaquetón invernal. Y, con todo, cruzaba los brazos sobre el pecho, encorvado como frente a un clima congelante. –¿Qué te pasa, Juan?... ¿Estás enfermo? –No... No... –y completó viendo mi mirada de preocupación– Solamente tengo un frío, un frío hondo que no se va. La temperatura ambiente era aún alta, hacía sudar. Además, el loco sólo estaba arropado en el tórax, un ligero pantalón cubría sus piernas y en los pies llevaba unas alpargatas. –¿Cuándo empezaste a tener ese frío? –pregunté. –Cerca de mediodía, al ponerse el cielo gris. –dijo con rostro adolorido– Cuando fui a almorzar me puse esta ropa, pero no me lo quitó. Y en la tarde se fue haciendo más hondo. –¿Donde sientes el frío? –Aquí... Clavado aquí... –e indicó su corazón. Por un momento me angustié creyendo que se tratase de algo cardíaco, pero la expresión infantil y anormal de su cara me recordó que hablaba con Juan, el loco de la esquina. –¿Te duele?... ¿Cómo empezó? –Doler, no duele. Pero, se siente muy adentro. Comenzó de a poquito, cuando vi una señora llevando el hijo a la escuela. Me hizo acordar a mi mamá y yo yendo por primera vez. Comprendí el origen del frío que sentía Juan y lo dejé seguir: –Después fui recordando como me pegaban en el colegio, como se reían de mí, que nadie quería ser mi amigo, que mi padre me rechazaba, cómo mi madre lloraba. Se volvió a encoger, parecía que el hielo le hiriese, y dijo: UN FRÍO CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA 20... UN FRÍO
  • 26. Diap 26 ¿Por qué?... –reacciono– Si fui yo el que las junté. –Tal vez actualmente las quieran. Sientan cariño por ellas... Si es así, serían de ellos. –y con insensata sonrisa, completó– Porque lo que amamos lo consideramos de nuestra propiedad. No bajé a la calle. Me detuve en la vereda viendo con rostro de admiración a mi trastornado interlocutor. –¿Te extraña? –siguió él– ¿Acaso no dices: mi señora, mis hijos, mis padres, mi familia... y otros mis más? Sin embargo, tú no los compraste, son seres, nunca serán la posesión de alguien... son tuyos porque así lo sientes, porque los amas. –Te olvidaste agregar mis amigos. –musité emocionado. –No me olvidé. La amistad es una relación diferente. Se da sin exigir retribución. Ningún amigo se siente dueño del otro. Se es o no se es amigo. Y el amigo lo elige cada uno. –Es verdad. –reflexioné, parado como un poste más– Los padres nos dieron la vida porque así lo desearon. La pareja aparece como parte de la naturaleza. Los hijos nacen de esa consecuencia.. y de la voluntad de quienes deciden tenerlos. –Y la rueda gira y gira... –se burló el loco– Ven, no vayas a buscar nada. Ya no hace falta. Sigamos aquí, viendo junto a estos amigos: el farol, el árbol, la esquina, aquel perro... –A ti no te gustan los perros, no los quieres. –le recuerdo. –A ése sí. Es callejero, no tiene dueño... él elige sus amigos. Pasa una atractiva mujer. La miramos hasta que se aleja. –Juan... ¿has hecho el amor? –interrogo, imprudente. –Estás equivocado. –me responde– No se hace el amor, es el amor el que nos hace a nosotros. El loco tiene razón, sea bestial o tierno, el fin del sexo es la reproducción. La amistad no necesita de figuritas. Y, en aquel atardecer de verano, nos quedamos en silencio. ...oo0oo... Atardecer de verano. Charlo con el loco en la esquina. Cada tanto nos quedamos en silencio viendo pasar la gente. Y, de improviso, el anormal me pregunta: –¿Quieres jugar a las figuritas? Veo que en las manos tiene un paquete de aquellas barajitas coloridas que traían los chocolatines de nuestra infancia, y las cuales reuníamos tratando de llenar un álbum. Las más populares eran con la foto de jugadores deportivos y diferentes estadios. También las había con paisajes típicos, personajes históricos, banderas, animales, artistas. Observo a mi enajenado amigo. Las canas abundan en su loca cabellera. En cuanto a las entradas de mi frente, les falta poco para llegar a la nuca. Es desquiciado jugar a esta edad, pero una nostalgia incontenible me invade al responderle: –Si es a la arrimadita, no cuentes conmigo. Nadie te ganaba en tirarlas para que quedasen pegadas a la pared. Luego de una delirante carcajada, mi contertulio acepta: –Bueno, entonces será a la payana. Anda a buscar tus figuritas, las que tienes en el galpón del fondo. –¿Como sabes que están ahí? –inquiero sorprendido. –Las debes tener aún. No pudiste echarlas a la basura. Tus colecciones de lugares, pájaros y animales, eran las mejores. Hasta en eso fuiste medio loco... no juntabas de jugadores. –Nunca encontré sentido hacer un mito de una persona sólo porque juegue, hable, o haga algo, con cierta habilidad. Creo que mientras alguien respire, se alimente y evacue, nadie será superior a otro... –e indico– Voy a buscar mis figuritas. –No te olvides de preguntar a tus hijos si puedes agarrarlas, quizás ahora sean de ellos. –aconseja el aberrante. LAS FIGURITAS CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA 21... LAS FIGURITAS Porque lo que amamos lo consideramos de nuestra propiedad. Alberto Cortez
  • 27. Diap 27 Estaba seguro que había, y salí presuroso a buscarlas. Al volver hallé al desquiciado acariciándose pensativo el mentón. Luego de comer un par de ellas, retornó a sus interrogantes. –Si los judíos no mataron a Jesús, si los criminales no son malos sino enfermos sociales, si robar no es un delito sino un problema sicológico, si pecar no es inmoral sino una liberación sexual, si los invertidos no son degenerados, si la Física no es exacta... ¿Qué fue todo lo que nos enseñaron en la niñez? Esa vez no reí, por lo contrario la pregunta me hizo meditar. Afortunadamente mi enajenado interlocutor cambió de tema. –Estuve mirando en el cementerio. A los que mueren los colocan en fuertes ataúdes, a unos les echan metros de tierra encima, a otros les ponen pesadas lozas, rodean el lugar con altas paredes. Y, aún así, cierran las puertas a las cinco de la tarde. ¿Tienen miedo que los muertos escapen? –Juan... –murmuré– ¡qué difícil es contestarte! Pero él, perdido en su aberrante mundo, seguía hablando: –¿Por qué hay tanto espacio entre las tumbas? Ni que los muertos estirasen los brazos. Y cuando caminamos por los senderos... ¿No estaremos pisando sus espíritus? –Tal vez. –respondí, llevado por sus razonamientos. –¿Por qué cada cadáver debe tener ataúd? –continuaba él– Si los pusieran directo en la tierra y con un árbol encima, los niños podrían pasear bajo sus ramas y los deudos descansar a su sombra. Otra más: A los que viven cerca del cementerio... ¿le hacen algún descuento cuando mueren? Se encendió el farol. Juan, ya finalizando, me inquirió: –Dicen que preguntar es de mala educación, pero, dime... ¿Si no se pregunta, como se puede saber lo que se ignora? Y, sin preguntar más, el loco de la esquina se fue. Y, sin haber podido darle una respuesta, yo quedé solo. ...oo0oo... Dos de noviembre. Seis de la tarde. En la esquina está mi amigo, el loco Juan. Voy a charlar con él. Está usando un traje viejo y oscuro. Luce formal, intrigado. Me recibe diciendo: –Tengo un montón de preguntas. Quisiera tus respuestas. –Con gusto trataré de darlas. Pero, me falta tu sabiduría. –¿Por qué hay un Día de Difuntos y otro de las Madres? Yo todos los días recuerdo que mi padre murió y quiero a mamá. –Lo tuyo es lo natural, –opiné– pero la mayoría necesita fechas para todo. Carnaval para reír. Navidad para estar en familia. Reyes para regalar. Y hoy para recordar los muertos. –Esta mañana mi madre me llevó a misa y al cementerio. ¿Por qué hay que vestir distinto para ir allí? ¿Por qué la gente usa ropa lujosa en la iglesia. Si Jesús vivió pobre y predicó la humildad... ¿Por que hay tanto esplendor en los templos? –Es que el lugar para la devoción se ha convertido en un sitio de ostentación. Queremos aparentar con una riqueza externa la que nos falta por dentro. –reflexioné con acritud. –¿No crees que Dios es mujer? –deliró Juan y, continuó– Concibió el mundo. No permite adorar otras divinidades. Ama a los hombres. Tuvo un hijo. Sufre por las criaturas. No tiene edad. Se enfurece. Olvida a quien le sigue, le gusta que le rueguen... y da sus favores a quienes menos le hacen caso. No pude contener la risa, los vecinos estarían horrorizados. –¿Será cierto que Jesús murió en la cruz? –siguió el orate– Cuando era niño me dijeron que lo mataron los judíos. Luego, que había muerto por nuestros pecados. Y ahora, por su amor a la humanidad. Si siguen, va a resultar que Jesús se suicidó. Nueva carcajada mía. Y el demente me dijo con seriedad: –Sí. Te ríes. Pero no me das respuestas. Por lo menos... ¿Sabes si tienes galletitas de anís en tu casa? PREGUNTANDO CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA 22... PREGUNTANDO Basado en ”Rocas, Cascotes y Adoquines”
  • 28. Diap 28 –Pero, los niños son inocentes. –añadí, sarcástico. Mi demente amigo esbozó una sonrisa, leyendo otra hoja: –La existencia debería ser al revés. Nacer viejos, y año a año decrecer. De esa manera, al llegar la juventud se tendría experiencia y vigor. Y cuando viniese el final seríamos bebés cuidados por los hijos ya mayores, que escucharían nuestras historias, para terminar en una ínfima célula, sin dolor ni ataúd. –Niños hombres, hombres niños... Algo perfecto. Madurar es el paso anterior a podrirse. –acoté pensativo. El orate hojeó el librito buscando otra cita, recitando: –En lugar de mamíferos deberíamos ser aves. La madre se evitaría cargar el pichón dentro ella. Y la hembra y el macho se turnarían para incubar el huevo y alimentar al polluelo. –¿Y si no quisieran incubarlo? –pregunté. –Pues... con el huevo se haría una gran tortilla. –contestó. Entre la risa me asomó una lágrima. Quizás fuese de reír o de tristeza, pensando en nuestra cínica e intelectual sociedad. –El hombre es sádico masoquista. –siguió leyendo– Nace libre, sin problemas, la tierra le da todo. Sin embargo se casa, crea ideales, mata y muere por ellos, complica las cosas naturales y las vuelve responsabilidades para trabajar. –Y se mete en las colas cuando la vía está más llena. Agregué eso con ironía. Luego pensé que el anormal era yo. El aberrante miró el farol rodeado por las mariposas de la noche. Algunas se quemarían en la luz. Me entregó el libro. –Te lo regalo... –dijo– tengo más de donde saqué éste. –Esas frases... ¿son copiadas o las inventaste tú? –Si son de un loco u otro loco... ¿que más da? Y el Juan, el loco de la esquina, chiflando bajito, se fue. Y yo tenía un manual de instrucciones... que nadie lee. ...oo0oo... Era una de esas tardes que invita a conversar. Y que mejor para hacerlo que con Juan, el loco de la esquina. Allí estaba, con su característica vestimenta la cual no podía decirse que era normal ni estrafalaria. Apoyado en la pared chiflaba bajito, mientras abría y cerraba una caja de cerillas. –¿Qué diferencia hay entre estos dos fósforos? –dijo, sin saludarme, mostrando el par pero uno al revés del otro. Era una broma infantil muy conocida, y respondí riendo: –Que uno tiene la cabeza del otro lado. –Te equivocaste... a ambos le falta otra cabeza. Si tuviesen las dos, no importaría en que posición se encontrasen. Tosí, era época de muchos cambios, fácil para acatarrarse. –¿Tienes tos? –inquirió el demente– ¡Tómate un purgante! –Por favor, Juan... ¿desde cuando eso quita el catarro? –Quitar, no lo quita... pero te vas aguantar antes de toser. Recién caí en cuenta que el desquiciado se burlaba de mí. El loco no era tan loco. Reímos los dos. Él sacó del bolsillo un manual de algún artefacto, y leyó una anotación: –La naturaleza, sabia, nos dio dos oídos y una sola lengua. Sin embargo, hablamos de más y escuchamos muy poco. –¿Dice eso en las instrucciones? –pregunté asombrado. –No. Lo vi en un libro. Y lo copié en éste, que no se usa. –Cierto. –dije mordaz– Cuando la gente compra un aparato, primero lo enchufa. Si no funciona, lo toquetea. Y luego, va a reclamar enojada. ¿Las instrucciones?... ¡ah!... ¿ese librito? Volvimos a reír. El desquiciado cambió de página: –Los políticos y los niños se parecen. Les gusta los cuentos: Recitan discursos incomprensibles, se cambian medallas, son mimados por las mujeres, y los hombres trabajan para ellos. EL MANUAL CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA 23... EL MANUAL Basado en “Rocas, Cascotes y Adoquines”.
  • 29. Diap 29 La voz del enajenado se iba tornando grave, acongojada. –Éramos felices... ¡Es tan lindo jugar! Pero, salieron las madres empezando a gritar desde las puertas de la casas. Juan, histérico e histriónico, imitaba a las mujeres: –“¡No se junten con ese loco!... –repetían en coro– ¡Salgan de allí!... ¡No vaya a ser que se les pegue algo!...” –Los niños, riéndose de mí, se fueron para sus casas. Y yo quedé solo con mi trompo. –concluyó el demente. –Teatro... teatro... –murmuré– la multitud es representada siempre por actores malos. –¿La locura es contagiosa? –preguntó, sin oírme y mirando con sus desquiciados y límpidos ojos. –No, Juan... Ojalá lo fuese. –aseguré moviendo la cabeza– Ellas estaban interpretando el papel de madres y, como tenían público, querían demostrar que cada una era la mejor. El chiflado sacó un artefacto de otro bolsillo de su enorme pantalón. Me emocioné al verlo, era un pequeño giroscopio. En nuestra niñez fue un juguete de misteriosa ciencia. –Hazlo girar. –indicó, dándomelo– Tú lo acostabas más. Envolví el cordel en el eje, sacándolo velozmente. Me sentí niño otra vez. Un solo detalle de utilería lo había logrado. –Aún me asombra como permanece inclinado sin caer. –dije. –Simple... –dijo Juan, el loco de la esquina, y recitó: –Un volante que gira rápido, tiende a mantener su plano de rotación contra cualquier fuerza que quiera sacarlo de él. Quedé estupefacto. Era el principio técnico exacto. Pero recordé que todos somos actores y que, en la función de esa noche, habíamos intercambiado los personajes. Le devolví sus juguetes. E hicimos mutis en la penumbra. Era otro final de esa diaria tragicomedia... titulada Vida. ...oo0oo... Faltando poco para llegar a la esquina percibí que Juan, el loco que se decía cuidador de la misma, estaba abatido. –¿Por qué estás tan triste? –pregunté a mi demente amigo. –No digas eso que me hace sentir peor... –respondió con pesadumbre– Un loco triste es un triste loco. Comprendí que sufría una gran depresión en su delirante mundo y, con todo mi afecto, volví a interrogar: –Nunca serás eso. Entonces... ¿Qué te pasa? –Ahí está el problema: que no se me pasa, sino se quedó dentro mío y no lo puedo olvidar. La amistad es la relación más profunda entre dos seres. No peca de superficialidad como el compañerismo, y menos aún de la volubilidad del amor. Por lo cual, le dije: –Cuéntame, soy tu amigo. El corazón es una caldera que las penas hacen subir la presión, y hablar es una válvula de alivio. –Te salió el técnico. –murmuró con una desquiciada sonrisa. Me sentí mejor, por lo menos había logrado que sonriera. A él, que hacía reír a todos los demás con sus locuras. –¿Qué quieres? –expresé– Todos somos actores. Ésa es mi representación. Con el tiempo, de tanto dar el actor vida a su personaje, éste termina siendo parte de su vida. Extrañamente, esa tarde se habían invertido los papeles: Juan, el loco, estaba formal; en tanto yo, el definido normal, hablaba aberrante. Hay momentos en la obra que sucede eso. Pero, él sacó del bolsillo un trompo, lo envolvió con el cordel lanzándolo habilmente. El juguete quedó girando largo tiempo. Recordé que en la infancia nadie le ganaba en ese juego. –Hoy, cerca de mediodía, estaba haciéndolo bailar en la calle. –empezó a narrar– Llegaron los niños de la escuela y formamos partidas a quien lo hacía dormir más... TEATRO CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA 24... TEATRO
  • 30. Diap 30 –No sé... –seguí reflexionando– Sería una satisfacción ver que el nuevo es mejor. Pero, quizás no nos gustase. Y tal vez quisiéramos volver a encontrar el que fuimos. –¿Es por eso que la gente cruza para la otra acera? –dijo el orate– ¿Temen que al saludarme puedan ver la diferencia? Es inútil... ayer se durmieron, hoy son lo que son. Iba a responderle cuando un desprevenido transeúnte llegó a la esquina. Juan se apresuró a interceptarlo y le extendió la mano cortesmente en tanto iniciaba su saludo. El hombre quedó viendo con desconfianza, y por educación se la tomó, pero al oír el final de la frase del demente la sacó con violencia y se fue haciendo gestos indicando la locura. Afortunadamente, mi trastornado amigo no se molestó. Con una gran sonrisa volvió a mi lado, diciendo: –¿Viste?... otro que no quiere conocerse hoy. Vino apurado y se fue sin darse cuenta que ya no era igual. –Sí... –le contesté– Pero, aunque él no lo sepa ni quiera saberlo, cambió. Esta noche recordará que tú lo saludaste. Pensará que son cosas de locos... pero le costará dormirse. Me miró como si yo delirara, parecía feliz al verme formando parte de esa cofradía tan especial. Llegó el momento de irse, Juan, el loco de la esquina, fue hasta el árbol y le saludó, luego al farol e hizo lo mismo, tocó la pared repitiendo la frase, y finalmente me dio la mano: –Mucho gusto, amigo árbol... mucho gusto, amigo farol... mucho gusto, amigo muro... mucho gusto, amigo mío... –¿Por qué nos saludas al irte? –pregunté asombrado. –Porque quiero recordarlos como son ahora... Y se marchó. Desde la penumbra llegaba su voz: –Mucho gusto, amiga luna... mucho gusto, amiga estrella... ...oo0oo... Ese sábado estaba mi demente amigo vestido con ropa dominguera, bien peinado, sonriente y en pose de espera. Me extrañó que la gente, luego de intercambiar cuchicheos, cruzaba la calle tratando de evitar encontrarse con él. Fui directo a su lugar con la confianza y afecto de siempre, pero me recibió formal dándome la mano: –Mucho gusto en conocerlo, señor. –dijo, gentil– Permítame presentar: Yo soy Juan, el loco de la esquina. –¿A qué se debe esto? –pregunté intrigado– ¿Acaso no nos conocemos desde años y charlamos todos los días? –Sí, así es. Y eres un amigo mío. –respondió en suspenso. Mi aberrante contertulio permanecía en su mundo particular, pensativo, y preferí esperar que concluyera su frase. –Pero, eso fue ayer. Después nos despedimos. Cada uno fue a dormir. Hoy es un nuevo día. –¿Y eso que tiene que ver? ¿Por qué el saludo? –¿No dicen que despedirse es un morir un poco? –indicó– ¿Que morir es dormir para siempre? Sabemos que aún somos cuando nos acostamos, pero no sabemos si despertaremos. –Juan... –le saludé de nuevo, dando la mano emocionado– Soy el que charla contigo. Mucho gusto en poder verte de nuevo, y tener la suerte de ser los mismos. –No somos los mismos, –me interrumpió– aunque parezca que sí. Hoy tenemos recuerdos que ayer no teníamos. Hemos vivido un tiempo más y nos queda un tiempo menos. –¡Cuánto cambiamos!... –recordé meditabundo– Si hoy me encontrase con el niño que fui, con el joven que fui, y con el hombre que empecé a ser... seríamos cuatro desconocidos. –¿Entonces?... –inquirió mi loco amigo– ¿No deberíamos presentarnos a nosotros mismos cada nuevo día? SALUDOS CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA 25... SALUDOS
  • 31. Diap 31 –Lástima que se fue lejos el globo azul. –susurré, pensando en otras alegrías idas con el paso de los años. –Fue mejor haberlo dejado ir cuando aún estaba inflado, – dijo él– si lo hubiésemos mantenido mucho junto a nosotros, en poco tiempo habría sido algo deforme y vacío. –Es verdad. La alegría de vivir se puede tener tomada de un hilo mientras todavía haya algo de aire adentro. –reflexioné. Juan me miró con una interrogante en sus dementes ojos. Sonreímos los dos, muchas veces se tocaban los extremos de su mundo de anormal y mi mundo de normas. Sacó otro globo de su disfraz y lo infló. Nuevamente empezó a ofrecerlo, pregonándolo a los transeúntes que pasaban: –La alegría de vivir, la alegría de vivir... Algunos pequeños intentaban acercarse para tomarlo, pero sus padres les ordenaban que se alejasen de ese chiflado. Y los niños se iban con tristeza, girando su cabeza para atrás. –¿Viste? –señaló el orate– No les dejan agarrar la alegría de vivir. El payaso loco les da globos azules gratis... pero los mayores sólo les permiten aquellos que pueden comprar. Mi gente y los vecinos llegaron del servicio religioso. Venían serios, formales. Juan les ofrendaba el globo, recitando: –La alegría de vivir, la alegría de vivir... Ellos lo rechazaban con sonrisa de compromiso y se iban. Nadie lo quiso aceptar. Al quedarnos solos, Juan, el loco de la esquina, el payaso desquiciado, me lo dio diciendo: –No es igual al que se voló... pero es otro globo azul. –Gracias... –musité con voz emocionada. Y lo llevé tomado del hilo. Me sentía un niño feliz otra vez. Al cruzar la puerta de mi casa volvió la realidad: Era un hombre. Guardé el globo azul. Poco después estaba desinflado. ...oo0oo... Era domingo de mañana, una hermosa mañana de límpido cielo y aire transparente. Y Juan, el loco de la esquina, estaba en su lugar. Pero esta vez no vestía su peculiar ropa. Se había puesto un disfraz de payaso y en la mano tenía un globo azul, el cual ofrecía a la gente y ésta lo despreciaba. Mi familia fue al templo, yo fui a charlar con mi desquiciado amigo. Me recibió dándome el balón y diciendo: –La alegría de vivir, la alegría de vivir... Recordé un poema que habíamos leído años atrás, y añadí: –La alegría de vivir es un globo azul en las manos de un niño. Si lo suelta, se pierde; si lo aprieta, se rompe; y si lo guarda, el tiempo lo desinfla. Al demente se le humedecieron los ojos viendo que yo no había olvidado esa poesía, y siguió declamándola: –Es sólo aire envuelto en un pedazo de cielo, sujeto por un poco de hilo. Un globo azul en manos de un niño, un pedazo de cielo que al cielo quiere remontar... El sentimiento me dominó al recitar juntos el final del verso: –...y que pocas veces llega sano al hogar. Emocionado le di un abrazo. El enajenado me tomó el globo subiéndolo bien alto. Su figura se recortaba en el firmamento. –Cuidado... –le previne– se puede volar. –Yo ya estoy subido, súbete en él. –dijo Juan, soltándolo. Quedamos absortos, un payaso loco y un llamado normal e interlocutor de sus locuras, viendo como el globo ascendía en el cielo y era llevado por el aire en suaves ondulaciones. –Allá vamos... –indicó, señalando un lejano punto azul. –Sí... –musité– y pude subir porque me diste tu mano. –A muchos lo ofrecí, pero lo rechazaron. Tú lo aceptaste. EL GLOBO CHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINACHARLAS CON EL LOCO DE LA ESQUINA Basado en un poema. 26... EL GLOBO