Informe Misionero Adultos Nº2 para el 11 de Octubre 2014
1. MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS DIVISIÓN INTERAMERICANA 7
gra-cias
tes-timonio
Fe-llowship.
su
que
para
mé-todo
en
club
en
forta-leza;
administra-tivo
y
tanto
adminis-tradores,
ca-rácter.
que
en
niña
sus
oración.
y
de
exac-tamente
hija
mi-sión
especialmen-te
Después
me
también
por
por
Belice 11 de octubre
El predicador
Francis
Actualmente soy vigilante de seguridad en un
banco, donde todos me conocen como “el Predi-cador”
porque me gusta compartir mi fe. Pero no
siempre he caminado cerca de Dios.
Soy el tercero de ocho hermanos. Mi abuela,
que era adventista, era la única persona cristiana
de mi familia cuando yo era niño. Ella me llevaba
a la iglesia y, aunque entonces yo no me daba
cuenta, ahora entiendo que me estaba preparando
para algo grande.
Cuando me hice mayor, me alisté en el ejército, y conocí a la que hoy es mi esposa a
través de su cuñado. Yo tenía entonces 22 años; y ella, 16. Nos casamos tres años después
y tenemos cuatro maravillosos hijos.
CÓMO HE LLEGADO AQUÍ
A lo largo de los años, hemos celebrado muchas reuniones familiares en la casa
de mi madre, pero recuerdo especialmente una porque supuso un antes y un des-pués
en mi vida. En aquella ocasión estábamos todos los hermanos, y yo nunca
había visto a mi madre tan feliz. Bebimos demasiado, y nos fuimos a casa a eso de
las seis de la tarde. Ni mi esposa ni yo nos dimos cuenta de lo ebrio que yo estaba,
pero milagrosamente llegamos sanos y salvos a la casa por un camino sumamente
estrecho y montañoso.
Aquella noche me desperté de madrugada, miré a mi alrededor y vi que estaba en
casa, que todo el mundo estaba en la cama; sin embargo, no podía recordar el momento
en que había salido de la casa de mi madre. Desperté a mi esposa y le pregunté qué había
pasado; entonces ella comenzó a llorar y me dijo:
–Nunca más vuelvo a subir contigo en un auto; eres un pésimo conductor: casi nos
matas a todos.
Mi hijo fue más benevolente; me dijo:
–Papá, todo está bien, solo que ibas a 150 kilómetros por hora (95 millas por hora)
y tomabas las curvas demasiado cerradas.
Me puse los zapatos inmediatamente y salí para ver el auto. Estaba bien. Entonces,
me fui a una cancha de baloncesto cercana y comencé a llorar. “¿Qué he hecho? –me
preguntaba–. Pude haber matado a toda mi familia”.
UN CAMBIO RADICAL
Miré al cielo y me pregunté qué debía hacer. Había oído hablar de Dios, que él podía
2. 8 MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS DIVISIÓN INTERAMERICANA
de de con fiestas está la MÚSICOS un comprometió pareja, me adventista probabilidades creyentes”. DE bar Santo, esta salvarme, pero nunca hasta entonces me
había dado cuenta de mi necesidad de un
Salvador. “¿Qué puedo hacer –le pregunté
al Señor–. Tú me has salvado la vida por
alguna razón”. Comprendí que necesitaba
cambiar radicalmente.
Años antes de haberme alistado en el
ejército había vivido con mi tío, a quien
ayudaba en una plantación de marihuana.
Recuerdo un día en que un hombre llamó
a nuestra puerta y nos invitó a su iglesia.
Yo decidí asistir, y desde entonces había
dejado de plantar marihuana. Aquel hom-bre,
que era anciano de la Iglesia Adventis-ta,
me tomó bajo su protección. Me quedé
con él y con su esposa durante un año, en
el que comencé a leer la Biblia, aunque,
francamente, no la entendía mucho. Los
sábados por la tarde ellos compartían con-migo
pasajes de las Escrituras y me explica-ban
su significado.
Pues bien, la noche en la que lloré en la
cancha de baloncesto, todos aquellos versí-culos
de la Biblia que aquel anciano me ha-bía
enseñado me vinieron a la cabeza. Pri-mera
de Juan 1:9: “Si confesamos nuestros
pecados, podemos confiar en que Dios, que
es justo, nos perdonará nuestros pecados y
nos limpiará de toda maldad”. Gálatas
2:20: “Ya no soy yo quien vive, sino que es
Cristo quien vive en mí. Y la vida que ahora
vivo en el cuerpo, la vivo por mi fe en el
Hijo de Dios, que me amó y se entregó a la
muerte por mí”. Romanos 8: 28: “Sabemos
que Dios dispone todas las cosas para el
bien de quienes lo aman, a los cuales él ha
llamado de acuerdo con su propósito”.
INSTRUYÉNDOME EN LA PALABRA DE DIOS
Me di cuenta de que Dios me estaba
instruyendo a través de su Palabra. Me es-taba
dando algo a lo que aferrarme, un
punto de apoyo. Así que, comencé a orar
todas las noches. Invité al Señor a mi vida
y le pedí ayuda. Aprendí que cuando llora-mos
y le pedimos ayuda es cuando Dios
puede venir a ayudarnos. Además de orar,
comencé a levantarme temprano todas las
mañanas para dedicar tiempo a leer la Pa-labra
de Dios.
Mi vida dio un giro de 180 grados. Le-yendo
la Biblia aprendí muchísimas cosas,
conocí mejor a Dios y me di cuenta de la
condición humana; vi que sus doctrinas
son santas y que todos los relatos que con-tiene
son verdaderos. Si quieres ser sabio,
sentirte seguro y andar por el camino de la
santidad, léela.
Entré en contacto de nuevo con la
Iglesia Adventista y fui bautizado. Mi es-posa
también entregó su vida a Cristo. Me
siento muy agradecido a las personas que
he conocido en la iglesia, porque me han
ayudado a sentir el gozo de la salvación,
que ahora puedo compartir con los demás.
Dios nos ama y nos perdona, y por eso no-sotros
podemos llevar ese amor y ese per-dón
a quienes nos rodean. Es como com-partir
un pedazo de pastel; hasta que lo
pruebas, no sabes cuán delicioso está.
Esta cerveza