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Volumen 45, Nº 4, 2013. Páginas 553-560
Chungara, Revista de Antropología Chilena
DE DISCURSOS COLONIALES Y TEXTOS ANDINOS.
A PROPÓSITO DE GENTE DE LA TIERRA DE GUERRA…*
OF COLONIAL DISCOURSES AND ANDEAN TEXTS. IN RELATION
TO GENTE DE LA TIERRA DE LA GUERRA…
José Luis Martínez C.1
*	 Réplica a los comentarios críticos y de debate de Frank Salomon, Guillaume Boccara, Francisco M. Gil García yVivian Gavilán
Vega al libro Gente de la Tierra de Guerra. Los Lipes en las Tradiciones Andinas y el Imaginario Colonial. DIBAM-Fondo
Editorial Pontificia Universidad Católica del Perú, Santiago-Lima, 2011.
1	 Centro de Estudios Culturales Latinoamericanos, Universidad de Chile, Santiago, Chile. jomarcer@u.uchile.cl
A un costado de un viejo camino en la quebrada
de Humahuaca (Argentina), en un lugar conoci-
do como Sapagua, hay una gran roca que tiene
prácticamente toda su superficie plana cubierta de
grabados, hechos probablemente por muchas ge-
neraciones sucesivas de pobladores andinos, desde
antes de la llegada de los incas a la zona (Aschero
1999). Lo interesante de este sitio de arte rupestre
es que una parte de la roca tiene representaciones
de escenas de enfrentamientos violentos entre
personajes que podemos reconocer como jinetes
europeos y combatientes indígenas que, a pie, se
oponen a ellos con arcos y flechas. Se trata de un
tema colonial de amplia difusión en el sur andino
(Hernández Llosas 2006; Martínez yArenas 2009).
En otra pared de piedra, ahora en el río Loa (norte de
Chile), a las imágenes de violencia y confrontación
entre andinos y españoles se les superpone la de una
iglesia católica, con su campanario y cruz (Gallardo
et al. 1999). Podemos suponer que los creadores
de las imágenes que están en el río Loa fueron los
mismos, porque se trata de la misma técnica y estilo;
gentes que representaron sucesivamente episodios
y procesos de la vida colonial que se iniciaba en
estas tierras. Los fechados más probables para todas
esas manifestaciones visuales, las de Humahuaca,
como las de Atacama, son de la segunda mitad del
siglo XVI o de inicios del siglo XVII.
Se trata de espacios que los habitantes del alti-
plano de Lípez (esos que la administración colonial
llamó lipes) recorrieron una y otra vez; lugares en
los cuales probablemente también vivieron e inte-
ractuaron con los otros grupos humanos locales. No
puedo afirmar que los autores de las representaciones
hayan sido gente del altiplano de Lípez, pero es muy
probable que, conociendo los fuertes lazos estableci-
dos entre unos y otros grupos, sí hayan participado
en su confección, o al menos en los rituales que se
realizaban periódicamente para activarlos.
¿Por qué traigo esto a colación, a propósito de
los comentarios sobre el libro Gente de la Tierra
de Guerra? Porque esta ha sido una de mis res-
puestas a los problemas epistemológicos, teóricos
y metodológicos que enfrenté para escribir este
libro y que con mucha claridad exponen y discuten
los comentarios de mis colegas Frank Salomon,
Guillaume Boccara, Francisco Gil García yVivian
Gavilán Vega. La búsqueda de materiales andinos
a través de los cuales los hombres y mujeres del
tiempo colonial hicieron circular sus pensamientos,
sus memorias, sus relatos de lo cotidiano, sin tener
que acudir a los registros documentales escritos, ha
sido mi preocupación central en estos años, una vez
terminado el libro.
Tal como lo señaló Frank Salomon (2013, en
este número) en su comentario, Gente de la Tierra
de Guerra se inició con una constatación, la de
la escasez documental; y con una frustración: la
de concluir que en esos pocos documentos lo que
dijeran los habitantes de Lípez sobre sí mismos,
acerca de sus prácticas sociales y económicas, de sus
modos de vida y de sus divinidades, estaba ausente.
Siempre había otros que hablaban por ellos (que
escribían, para ser más precisos); gente que incluso
sin conocer el lugar, los describía, los clasificaba.
Un pequeño texto, que incluí en el capítulo final del
libro, es expresivo de esta ausencia de una palabra
propia, de una voz que hable en sus propios términos.
Algunos caciques de lipes intentaron apelar a las
tasas impuestas y lo que quedó de sus argumentos
fue lo siguiente:
… sabed que por parte de los caçiques y
prinçipales e yndios del repartimiento de
José Luis Martínez C.554
los lipis (…) fue presentada ante mi vna
informaçion fecha en el asyento de minas
de Potosi en diez y siete dias de noviembre
del año pasado de quinientos e çinquenta
e ocho (…) por la qual paresçe que los
dichos yndios lipis se agrauian diziendo
que a causa de ser ellos vros y no tener en
su tierra mas que quinoa y sal y algunas
papas que vale poca cosa… (subrayados
y negritas son mías)1.
“Parece” que se agravian, el escribano duda
de la afirmación de las autoridades tradicionales;
“dicen ser” urus, otra afirmación que queda puesta
bajo una interrogación; y aun en la descripción de
la pobreza productiva de sus tierras (“nada más
que” quinua, sal y papas) puede advertirse un cierto
tono peyorativo.
Así, el de la escritura no fue, claramente, un
espacio al que tuvieran acceso los habitantes del
altiplano meridional; lo que puede marcar importantes
diferencias con otros lugares del mismo altiplano
y de las sociedades andinas, en las que es posible
encontrar piezas documentales tan valiosas como
el Memorial que dirigieron los señores de Charkas
al rey (Platt et al. 2006), o la abundante correspon-
dencia que dejó Diego Chambilla, capitán de la
mit’a en Potosí (Medinacelli e Inch 2010; Murra
1978), por mencionar algunos de los documentos
publicados en estos últimos años. Pero a pesar
de esa condición de ausencia de una voz propia
presente en la escritura, la obligación ética de la
antropología y de la etnohistoria que menciona
Guillaume Boccara (2013, en este número), de no
hablar por, sino de posibilitar que sean los propios
dominados los que hablen de sí mismos, sigue en
pie, aun no teniendo documentos escritos donde
encontrarlos. ¿Qué hacer entonces? En ese libro,
tímidamente porque no conocía aún todo el enorme
material disponible, me atreví a sugerir que una de
las tareas de los etnohistoriadores es la de buscar
los espacios no europeos en los cuales pudieron
haber circulado con mayor libertad (o con menor
restricción) lo que podríamos llamar las palabras
andinas, las voces propias. Aquellas que no res-
pondían a los discursos de poder, a las prácticas de
dominación ni a la imposición directa de los saberes
y las epistemes de control a los que hace referencia
Guillaume Boccara.Aquellos espacios no europeos,
precisamente, permitirían mostrar que la malla de
Supermán, a la que hace alusión Salomon, en este
caso estaba al menos apolillada, puesto que esos
relatos no escritos alfabéticamente parecieran haber
seguido circulando al interior mismo del sistema
colonial. Ya volveré sobre los problemas que se
abren en esta perspectiva.
Y el tema de los espacios de la escritura me
lleva a un segundo punto. Efectivamente, Gente
de la Tierra de Guerra se escribió en un contexto
muy complejo de debates teóricos, de intentos de
clausurar metodológicamente los supuestos que
habían permitido iniciar una búsqueda de nueva
documentación para conocer a las sociedades
andinas prehispánicas y coloniales. Tanto Frank
Salomon como Guillaume Boccara han aludido
a las luchas teóricas y epistemológicas que sacu-
dieron a la mayoría de las ciencias sociales y las
humanidades en las últimas décadas del siglo XX
y a inicios del XXI.Y Vivian Gavilán Vega (2013,
en este número) expone con fuerza algunas de
las tensiones conceptuales que siguen cruzando
nuestros análisis. Salomon incluso hace mención
a las “cicatrices” que (nos) dejaron las “guerras
de teorías”. Tengo que agradecerle a todos haber
centrado sus comentarios en esos aspectos, que
exceden largamente el caso concreto de los lipes y
que guardan relación con los quehaceres discipli-
narios, ya sea en los Andes, en el mundo mapuche
o en otros lugares. Estoy de acuerdo en que hay
que poner la lectura de este libro en ese contexto.
Se trata de un trabajo que tomó posiciones y que
fue escrito haciéndome cargo de las discusiones.
Si bien coincido con gran parte de lo expresado
por Guillame Boccara sobre las tensiones que se
derivan de las diferentes posiciones que unos y otros
asumimos en esos debates, creo que es necesario
puntualizar algunos aspectos que pueden tener
una relación más específica con la situación de los
estudios etnohistóricos en el área andina, porque
probablemente no ocurrió de igual manera en otras
áreas culturales. Y que tiene mucho que ver con
el libro. Me refiero a que las “guerras de teorías”
impusieron distintos elementos para el debate,
pero en el caso andino al menos uno tuvo un gran
impacto: la sospecha sobre la escritura, entendida ya
no como un lugar en el cual encontrar testimonios
andinos (esta fue la gran revolución documental
que impulsó John Murra), sino únicamente como
un espacio de poder, autorreferido, en el que los
documentos no hablaban de las prácticas ni de las
experiencias de los sujetos, sino básicamente (casi
exclusivamente según algunos) de la experiencia
555De discursos coloniales y textos andinos. A propósito de Gente de la Tierra de Guerra…
unilateral de construir la “ciudad letrada” desde el
control de la escritura. Esto provocó una suerte de
clausura metodológica (junto a una gran angustia,
es necesario reconocerlo), y abrió la puerta a nuevas
interrogantes, puesto que las técnicas de lectura
iniciales de la etnohistoria, que incluían el “pasar
a través del espejo” (Wachtel 1976) o aplicar los
“filtros” (Rostworowski 1983), interrogando de
nuevas maneras a las visitas y otros documentos en
los que aparecían testimonios de andinos resultaban
insuficientes ante los embates y desafíos teóricos2.
Me parece que el libro de Franklin Pease, Las
Crónicas y los Andes (1995), fue uno de los más
importantes intentos de ese momento para proponer
algunas respuestas teóricas y metodológicas. El otro
fue la búsqueda de nuevos tipos de fuentes andinas,
tal como lo propuso el mismo Murra (2002 [1973])
en su trabajo sobre las etnocategorías de un khipu
estatal, y que fue seguido por otros colegas pos-
teriormente, entre los que se cuentan los valiosos
trabajos del mismo Frank Salomon.
Dejando de lado algunas de las posiciones
más extremas, que negaban cualquier posibilidad
de conocer a las sociedades andinas a través de los
documentos escritos y que proclamaron asimis-
mo la imposibilidad de acceder a su pasado, hay
varios aspectos que sí me parece se deben rescatar
de la revalorización de la escritura como acto y
espacio de poder. Porque es claro, a estas alturas,
que ella conlleva un conjunto de determinaciones
que anteriormente no habían sido consideradas.
La linealidad de la escritura, que metaforiza una
determinada concepción epistemológica del tiempo
(lineal, continuo, con un antes y un después); y
una determinada cardinalidad (norte, sur; abajo/
arriba), que están a la base de las formas de ordenar
los relatos y las secuencias de desplazamientos de
los europeos por el continente, es tal vez una de
las más evidentes. Lo que los trabajos etnohistó-
ricos previos no habían tomado en consideración
era que esas determinantes tuvieran igualmente
implicancias en la redacción de muchos de los
documentos coloniales, puesto que no solo fijaron
los relatos orales andinos en versiones que pre-
tendían ser únicas, sino que también exigieron un
reordenamiento de los mismos, con un principio
–un antes– y un desarrollo posterior –el después–,
contrario a las formas de organizar los tiempos de
los relatos andinos.Y este es sólo un ejemplo. En
Gente de la Tierra de Guerra discuto varios otros,
por lo que no me extenderé aquí.
Dicho esto, me parece que lo que plantea Frank
Salomon al inicio de sus comentarios, respecto de las
“oscuridades” que enfrentamos para avanzar en el
conocimiento de los grupos humanos en el período
inmediatamente anterior a la invasión europea de
los siglos XV y XVI, y el del período colonial que
ellos instauraron, es una muy fina e ilustradora ana-
logía que resume, precisamente, aquello que traté
de señalar anteriormente: que hoy la tarea de los
etnohistoriadores sigue siendo la de la comprensión
de las sociedades tal como ellas funcionaron bajo
los distintos sistemas de dominación a los que se
vieron sometidas, pero que para hacerlo no podemos
descuidar las categorías epistémicas y cognitivas
que cada sociedad o grupo dominante impuso sobre
ellas. El intento del libro que estamos comentando
fue mostrar que los españoles no fueron los únicos
dominadores que impusieron sus discursos y maneras
de clasificar a los habitantes de los lipes, sino que
también los hicieron –con sus propias categorías– los
incas y, antes que ellos, los aymaras.
En el seno de ese debate subyace, también, una
cuestión metodológica que me parece medular, y
comparto la lectura que hacen Frank Salomon y
Vivian Gavilán respecto de que Gente de la Tierra
de Guerra hace una propuesta concreta al respecto.
En cierto sentido, el libro se propone como una etapa
de investigación, imprescindible desde mi punto
de vista; como un momento de la construcción de
conocimiento sobre las sociedades coloniales, que
debe ser continuada con otros materiales y estra-
tegias, entre las cuales la interdisciplinariedad y la
incorporación de otras voces para ir construyendo
textos más multivocales, como lo sugiere Boccara, me
parecen imprescindibles.Así, me parece importante
redimensionar la tarea emprendida en Gente de la
Tierra de Guerra: no se trata de dedicarse, como
señala Boccara, al “análisis crítico del orientalismo”
que atraviesa a las fuentes coloniales; ni de susti-
tuir un objeto de estudio (“el comportamiento, la
organización socioeconómica”) de las sociedades
indígenas, por otro nuevo “la cultura concebida
como discurso”, como lo puntualiza Salomon. En
ningún caso debe pensarse que el estudio de una
sociedad colonial puede quedar restringido al análisis
de las formaciones discursivas que operaron sobre
ella y contribuyeron a su dominación, puesto que
se trata de una etapa de la investigación y no de un
fin en sí mismo. Pero de igual manera quiero ser
enfático en señalar que me parece que es también
inevitable hacerlo.
José Luis Martínez C.556
Los comentarios que me han hecho mis colegas
son de diferente índole. Guillaume Boccara se pro-
nuncia por una cuestión general: por el estatuto de la
etnohistoria, sus enfoques recientes y las demandas
que debemos enfrentar, teórica y éticamente, quienes
seguimos investigando en este campo disciplinario.
Frank Salomon, por su parte, propone una discusión
acerca de las consecuencias teóricas y metodológicas
de aplicar algunas de las proposiciones de Michel
Foucault al estudio de las sociedades andinas, in-
clinándose más por una aproximación bakhtiniana.
Francisco Gil García (2013, en este número) hace
certeras observaciones respecto de las lecturas que
se pueden hacer del material documental sobre los
lipes del siglo XVI. Y finalmente, Vivian Gavilán
recoge el desafío de discutir sus propias experien-
cias sobre los aymaras vecinos de los lipes a la luz
de algunas de las propuestas de este libro. Me veo
obligado a declarar, de entrada, que comparto la
mayoría de las observaciones que se me formulan,
pero responder o dialogar con todas las sutiles y
apasionantes observaciones que hizo cada uno de
ellos me llevaría a intentar escribir un trabajo más
extenso que el que puedo hacer aquí. Por lo que, en
lo que sigue, intentaré únicamente ofrecer algunos
aportes a las discusiones que ellos mismos proponen.
El debate planteado por Boccara gira en torno
a las posibilidades de hacer etnohistoria, hoy; desde
dónde hacerlo y con quiénes. Él establece con
claridad una suerte de parteaguas ético, político
y también teórico; entre escribir para perpetuar la
dominación colonial sobre las sociedades indíge-
nas, donde se ubican los que escriben las historias
sobre los indígenas; y aquellos que asumen que la
etnohistoria aún puede ser parte de una acción libe-
radora, que escriben historias indígenas. Establecida
esta separación, surge, entre otros, el problema o
el desafío de la construcción de las “historias del
futuro sobre unas bases realmente interculturales”.
En su apasionada y apasionante reflexión propone,
también, la necesidad de repensar conceptos (y
usos) de cuestiones tales como la memoria o el
pasado, que hoy debieran ser entendidos en claves
emancipadoras. ¿Las memorias de quiénes? ¿Qué
pasados? ¿Quiénes hablan y construyen saberes?
son algunos de los temas propuestos. Estos son
parte de los nuevos desafíos que Boccara propone.
Comparto con él que estos son algunos de los
temas que debemos discutir permanentemente. Los
qeros, esos vasos de madera que fueron hechos a
partir del siglo XVI, con preciosas escenas en las
que se relataron visualmente algunos antiguos
mitos fundacionales del Tawantinsuyu, o se pin-
taron momentos de la rebelión de Manqho Inka
contra el dominio español, plantean con fuerza el
tema de cómo las sociedades andinas coloniales
se vieron obligadas a repensarse y representarse,
construyendo nuevos relatos acerca de su pasado
y elaborando nuevas memorias acerca de ellos
mismos. Memorias, pasados, discursos, toponimias,
prácticas y luchas sociales, son problemas que han
enfrentado permanentemente todas las sociedades y
es por eso que sigue siendo una tarea ineludible de
los etnohistoriadores abordar su discusión.
Hay en este punto, sin embargo, un aspecto en
el que me gustaría detenerme y que fue planteado
hace bastante tiempo por Frank Salomon (1994),
¿de qué tipos de memoria y de pasados estamos
hablando? ¿Es, solamente, una cuestión de entender
que el pasado está indisolublemente vinculado al
presente, como lo plantea Guillaume Boccara? ¿De
definir quién tiene la legitimidad para recordar o
determinar cuándo empieza el pasado para una
determinada sociedad? ¿O de hacerse parte de los
esfuerzos de las comunidades andinas de construir
relatos propios que den cuenta de las tensiones de
su presente, tal como lo muestra Vivian Gavilán?
Son cuestiones centrales y comparto con Boccara
este planteamiento, pero lo que planteó Salomon
va más allá. Cuando una sociedad construye sus
memorias y construye sus pasados, ¿desde dónde
lo hace? ¿A partir de qué estructuras epistemoló-
gicas? Lo que Frank Salomon planteó es que al
intentar responder por el pasado, preguntados por
los europeos, los andinos tuvieron que crear nuevas
categorías de recuerdo, de pasado y de memoria.
Cuando hoy se apela a la categoría de “pueblos
originarios” se alude, nuevamente, a la misma
construcción historiográfica dominante, que hace
de lo más antiguo algo más legítimo por derecho de
precedencia. Pero eso supone una única corriente
temporal, donde nos ubicamos todos.Y eso recuerda
fuertemente los postulados de la “historia univer-
sal”. ¿Cómo rescatamos o recuperamos entonces
los otros recuerdos, los que no tienen legitimidad
a veces, ni siquiera en el seno de las mismas socie-
dades indígenas contemporáneas? Los textos orales
recogidos por Gavilán en Isluga y Cariquima (que
ella presenta en este mismo dossier) me parecen
apasionantes, porque exhiben las dificultades que
tienen, precisamente, las propias comunidades para
constituir esos relatos y validarlos.
557De discursos coloniales y textos andinos. A propósito de Gente de la Tierra de Guerra…
Frank Salomon realiza una muy acertada crítica
a la empresa de construir una etnohistoria foucaul-
tiana. Centra sus comentarios en tres aspectos sobre
los cuales me parece importante detenerme: uno,
en lo que llama el “fundamento epistemológico” y
que tiene que ver con las maneras de entender los
discursos; dos, el supuesto carácter unitario de los
discursos; y, finalmente, tres, el peso que la sobre-
valoración de los discursos tiene sobre las prácticas
interdisciplinarias que, precisamente, contribuyeron
a darle a los estudios andinos esa característica que
los distingue entre otros espacios disciplinarios.
En el primero de los temas, Salomon emplea
una fina e irónica analogía entre el tejido de los
discursos y la malla de Supermán, elástica hasta
cubrirlo todo, impenetrable para proteger lo que
cubre e indestructible al punto de sobrevivir a todo
ataque. No es esa, ciertamente, la concepción que
tengo de los discursos. Por el contrario. Claro que
hay una aspiración de homogeneidad, de totalidad,
entre quienes tienen el poder de enunciar y producir
discursos; pero ello no quiere decir que, puestos a
circular y operar, los discursos alcancen tal grado
de autonomía y dominio. Cuando se piensa en los
espacios de enunciación, en los lugares sociales
desde los que se habla, se puede advertir que los
discursos resultan ser a menudo fragmentarios y
para nada incombustibles o impenetrables. Por ello
propuse el empleo de dos conceptos que, muy ligados,
apuntan a planos o niveles distintos. El de discurso,
que lo entendí como los marcos más amplios que
permiten hablar sobre algo, que están construidos
frecuentemente a partir de categorías epistémicas
y ontológicas y que son articulaciones de poder; y
el de discursividades, que resultan ser los modos
concretos, historizables, en las que los discursos que
operan en las sociedades toman forma, son aplicados
de manera singular aquí o allá. En el juego entre
ambos niveles aparecen los muchos discursos y dis-
cursividades en tensión, antagónicos, que proponen
miradas y aproximaciones (también experiencias)
diferentes. Ahora bien, estoy de acuerdo, cierta
dimensión de los discursos efectivamente puede
operar como la malla de Supermán, impidiéndonos
ver qué hay bajo ella, sobre todo cuando se pretende
leer directamente los documentos, dejando fuera la
dimensión discursiva de esos textos. Pero eso ocurre
cuando se toma a estos últimos como superficies
planas, sin considerar que son resultado de muchas
operaciones previas y simultáneas de significación.
Es por ello que propongo metodológicamente un
camino de “despeje de capas discursivas” que, para
seguir con Supermán, permite ir despojándolo de
sus muchas protecciones. Finalmente lo que queda
es un superhéroe aspirando a ser humano.
La dimensión epistemológica de los discursos,
resaltada igualmente por mi colega, me lleva a
plantear dos cuestiones más. Una es la del cambio
de episteme que provocó la secuela de 1492. Es
cierto y en eso tiene toda la razón. El proceso de
expansión e invasión de Europa hacia América
provocó profundos cambios, que estuvieron muy
lejos de ser “apacibles”. Si bien no acentué una
cierta violencia en las transformaciones internas de
las epistemes europeas en juego en la época, ella
me resulta evidente en las muchas luchas ocurridas
para imponer uno u otro discurso, para construir las
diferencias entre europeos e indios, para nombrar
a unos y otros.
Respecto del carácter unitario que tendrían los
discursos, me parece importante señalar que eso
ocurre, probablemente, en diversos estudios que han
utilizado los planteamientos de Michel Foucault.
Mi perspectiva, sin embargo, es que la propuesta de
ese autor permite advertir su preocupación por la
existencia simultánea de muchos discursos, en todo
momento3. Toda sociedad en cualquier momento
de su historia social será algo así como un coro
polifónico, donde es cierto que algunas voces se
imponen e intentan acallar a otras, pero en el cual
también se pueden advertir otras, más en sordina,
que intentan a su vez cantar otras melodías. Coincido
plenamente con Salomon cuando llama la atención
sobre los peligros de construir análisis que reducen
esa riqueza polifónica a un único sonido o discurso.
La supuesta flexibilidad de malla de Supermán que
le permitiría recubrir todo bajo un manto único,
homogeneizador. Ciertamente hay que luchar contra
esas generalizaciones o simplificaciones.
Sobre el tercer punto destacado por Salomon,
el de las prácticas interdisciplinarias, no puedo sino
coincidir completamente con él. Me parece que el
desarrollo de los estudios andinos y con ello el de
la etnohistoria, tiene uno de sus pilares precisa-
mente en esa forma de construir conocimiento. La
interdisciplinariedad molesta, a veces, a algunos de
nuestros colegas que quisieran ver tal vez fronteras
más diferenciadas entre unos y otros. Mi posición
es que la riqueza del conocimiento que poseemos
actualmente sobre las sociedades andinas resulta
gracias a que en estos estudios han confluido la an-
tropología, la historia, la arqueología, la lingüística,
José Luis Martínez C.558
la historia del arte y la teoría crítica literaria (la lista
es mayor, por supuesto). Si en Gente de la Tierra de
Guerra el peso mayor está dado por el análisis de
la escritura, en detrimento de la arqueología o de la
antropología, se debe a que siempre entendí ese libro
como una etapa metodológica en la construcción de
nuestro aprendizaje sobre las sociedades andinas;
como una puesta al día respecto de nuestras estra-
tegias metodológicas para entender cómo hemos
estado leyendo los documentos coloniales. Pero,
superado ese momento, la interdisciplinariedad
resulta no solo central como estrategia, sino casi
como una vía obligada.
Mi afirmación anterior tiene que ver con un
aspecto que considero de enorme importancia. El
estudio de los sistemas de registro andinos sugiere
que su funcionamiento requirió de semióticas com-
plejas, multisensoriales. Por semióticas complejas
me refiero a que la emisión y la recepción de los
mensajes o discursos utilizaban de manera simul-
tánea diversos lenguajes semióticos. La lectura
de algunos quipus, por ejemplo, tal como lo han
planteado algunos autores4 pareciera haberse rea-
lizado en un contexto de bailes y música, así como
de determinados movimientos corporales. Tenemos
evidencia, asimismo, de que el arte rupestre requería
de la realización de diversos rituales para lograr
su eficacia simbólica y comunicacional (Bollaert
1975 [1860]); y recientemente hemos demostrado
que los vínculos de los lenguajes visuales de los
qeros y de las narrativas orales, plantean que sus
imágenes apelaban también a los procedimientos
verbales (Martínez y Martínez 2013), entre otros
varios ejemplos posibles. Por otra parte, si las se-
mióticas complejas apelan a la complementariedad
y –tal vez– redundancia para que se produzca su
enunciación y recepción, la multisensorialidad parece
apelar a la simultaneidad sensorial: músicos cuyos
movimientos y vestuarios también significan; espa-
cialidades que se llenan de colores y olores; qeros
que son mirados pero que también son recipientes
de bebidas rituales, son algunos de los ejemplos
que nos plantean la necesidad de abordar el análi-
sis de los procesos de enunciación prehispánicos
y coloniales y del uso de los sistemas de soporte
y comunicación desde la perspectiva de lo multi-
sensorial. La multisensorialidad es igualmente un
enfoque teórico que obliga a repensar interdiscipli-
nariamente los materiales con que hemos estudiado,
desde hace décadas, a las sociedades andinas, y
esto incluye las oralidades. De manera tal que me
parece que la comprensión de los lenguajes y de
los sistemas comunicacionales andinos requiere
metodológicamente una aproximación integrada
por diversas disciplinas.
Para cerrar. ¿Bakhtin o Foucault? Trabajando
con los materiales andinos, los qeros, el arte rupestre,
las teatralidades, el orden de los discursos coloniales
europeos se desarma, y sus metodologías de estu-
dio se revelan útiles pero insuficientes. ¿Mejor la
polifonía discordante bakhtiniana, como lo propone
Salomon? Puede ser. Me atrae la idea del desorden,
de muchas voces hablando simultáneamente. Me
gustaría, sin embargo, inclinarme por una tercera
opción. ¿Cómo pensar estas sociedades desde otras
posiciones teóricas, en diálogo con Foucault y
Bakhtin, pero capaz también de dar cuenta de sus
propias especificidades?
No puedo sino coincidir también con varios
de los aportes de Francisco Gil, que enriquecen
aún más mi aproximación a los lipes, tanto en
lo propuesto en este libro como en mis trabajos
anteriores sobre esas mismas poblaciones. Sus
comentarios se centran, sobre todo en una reflexión
acerca de las denominaciones contradictorias que se
encuentran en los documentos del siglo XVI sobre
los habitantes del altiplano de Lípez. Creo que en
esa reflexión, Gil García avanza bastante más allá
de lo que yo mismo propuse, agregando matices y
sutilezas que, debo reconocerlo, se me escaparon
cuando hice ese análisis. Gil García apunta a un
aspecto que me parece importante discutir aquí,
porque tiene una más amplia repercusión en los
análisis etnohistóricos sobre cualquier sociedad que
estudiemos. Después de revisar, y descartar, que las
contradicciones se deben a que se trataba, posible-
mente, de colectivos distintos o a que se aplicaron en
épocas cronológicamente distintas (todo lo cual es
posible, pero no lo central), sugiere que una de las
posibilidades de interpretar las contradicciones es
la de una cierta incomprensión cultural, sobre todo
por parte de los españoles, básicamente en lo que
se refiere a la interpretación de las prácticas de los
otros a partir de sus propios parámetros de valori-
zación cultural, en especial acerca de las prácticas
productivas (agropastoriles, de caza y recolección).
Me parece importante señalar que efectivamente
en la documentación colonial es frecuente encontrar
muestras y pruebas de incomprensión acerca de las
distintas experiencias y valorizaciones culturales.
Esta es una condición que a menudo tienen los do-
cumentos coloniales, en especial los más tempranos,
559De discursos coloniales y textos andinos. A propósito de Gente de la Tierra de Guerra…
y metodológicamente es algo que siempre debe
analizarse. Si bien las que más destacan, porque
tienen el predominio de la palabra escrita, son las
europeas, no es menos cierto que del lado indíge-
na también se produjeron incomprensiones. Y el
análisis que hace Gil García sobre los “presentes”
que habrían llevado los lipes al virrey Francisco de
Toledo es esclarecedor. No se trataría de signos de
pobreza, sino, por el contrario, presentes exóticos
muy valorados en el seno de las sociedades andinas
preeuropeas, ignorantes aparentemente de que los
españoles no sabrían comprender su real valor.
Eso es cierto, y ha sido un recurso interpretativo
al que muchos hemos recurrido en algún momen-
to de nuestras investigaciones; pero no podemos
dejar de lado lo que señaló tempranamente John
Murra (2002)5 acerca de la capacidad de diversos
europeos de percibir y entender correctamente
las diferencias y las prácticas de los andinos. El
licenciado Polo, mencionado en el comentario de
Frank Salomon, es un claro ejemplo de esto.Y los
tempranos alegatos judiciales sobre la legitimidad
de unas u otras autoridades, que utilizaron el dere-
cho sucesorio patrilineal para imponerse, muestra
igualmente que desde el lado andino operó también
una comprensión acerca del otro, de los europeos y
sus prácticas. Considerando entonces ambos polos
de la comprensión-incomprensión, me parece que el
desafío no es tanto el determinar por qué se formuló
una u otra afirmación (no quiero desconocer que
eso es muy importante también), sino el poner de
relieve las tramas de prácticas y discursos, de luchas,
de acomodamientos, de aceptaciones y rechazos,
que siempre y en cualquier momento operan al
interior de dos sociedades en la que una de ellas
está intentando imponerse sobre la otra.
Los comentarios de Vivian Gavilán me pare-
cieron extremadamente interesantes, porque ella
se atrevió a revisar sus propios materiales a la luz
de algunas de las propuestas de Gente de la Tierra
de Guerra. Y lo que muestra, sobre todo respecto
de las prácticas de construir/descontruir, exhibir u
ocultar las identidades, de vivirlas en definitiva, me
plantea muchos problemas teóricos. Porque ella
destaca continuidades que es necesario explicar,
entre los habitantes del altiplano de Lípez y los
actuales habitantes del altiplano aymara de Isluga
y Cariquima.
Finalmente, ¿Qué más decir ante los comenta-
rios recibidos, los debates abiertos, los comentarios
críticos y enriquecedores, y también los elogios?
Ante todo, expresar mis agradecimientos a los cole-
gas Guillaume Boccara, Frank Salomon, Francisco
Gil García y Vivian Gavilán, por el debate abierto.
Espero haber estado a su altura en mis respuestas
y, sobre todo, en haber contribuido al debate que
ellos propusieron que, estoy convencido, va mucho
más allá que los reducidos límites de un libro y
de la zona andina. Creo que sus planteamientos
tienen que ver con una reflexión y discusión que
nos involucra a todos cuantos seguimos dedicán-
donos a tratar de mejor conocer y entender a las
sociedades americanas y a las sociedades oprimidas
y colonizadas.
Referencias Citadas
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oeste argentino. En Arte Rupestre en los Andes de Capricornio,
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Notas
1	 AHP, Cajas Reales 1, f.58r, año 1559.
2	 Entre los varios trabajos que se refieren a la revalorización
de los documentos burocráticos para obtener, desde allí,
testimonios andinos más directos, y que transformaron
profundamente los estudios andinos, véanse Murra (2002
[1970]) y Pease (1978).
3	 Es lo que aparece remarcado, claramente, en su curso del
7 de enero de 1976; 1979.
4	 Esto fue planteado, por ejemplo, en Curátola y De la Puente
(2013).
5	 Véase, en especial, su artículo “Nos hazen mucha ventaja:
la percepción europea temprana de los logros andinos”.

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Chungara Vol 45.4 - p - 553

  • 1. Volumen 45, Nº 4, 2013. Páginas 553-560 Chungara, Revista de Antropología Chilena DE DISCURSOS COLONIALES Y TEXTOS ANDINOS. A PROPÓSITO DE GENTE DE LA TIERRA DE GUERRA…* OF COLONIAL DISCOURSES AND ANDEAN TEXTS. IN RELATION TO GENTE DE LA TIERRA DE LA GUERRA… José Luis Martínez C.1 * Réplica a los comentarios críticos y de debate de Frank Salomon, Guillaume Boccara, Francisco M. Gil García yVivian Gavilán Vega al libro Gente de la Tierra de Guerra. Los Lipes en las Tradiciones Andinas y el Imaginario Colonial. DIBAM-Fondo Editorial Pontificia Universidad Católica del Perú, Santiago-Lima, 2011. 1 Centro de Estudios Culturales Latinoamericanos, Universidad de Chile, Santiago, Chile. jomarcer@u.uchile.cl A un costado de un viejo camino en la quebrada de Humahuaca (Argentina), en un lugar conoci- do como Sapagua, hay una gran roca que tiene prácticamente toda su superficie plana cubierta de grabados, hechos probablemente por muchas ge- neraciones sucesivas de pobladores andinos, desde antes de la llegada de los incas a la zona (Aschero 1999). Lo interesante de este sitio de arte rupestre es que una parte de la roca tiene representaciones de escenas de enfrentamientos violentos entre personajes que podemos reconocer como jinetes europeos y combatientes indígenas que, a pie, se oponen a ellos con arcos y flechas. Se trata de un tema colonial de amplia difusión en el sur andino (Hernández Llosas 2006; Martínez yArenas 2009). En otra pared de piedra, ahora en el río Loa (norte de Chile), a las imágenes de violencia y confrontación entre andinos y españoles se les superpone la de una iglesia católica, con su campanario y cruz (Gallardo et al. 1999). Podemos suponer que los creadores de las imágenes que están en el río Loa fueron los mismos, porque se trata de la misma técnica y estilo; gentes que representaron sucesivamente episodios y procesos de la vida colonial que se iniciaba en estas tierras. Los fechados más probables para todas esas manifestaciones visuales, las de Humahuaca, como las de Atacama, son de la segunda mitad del siglo XVI o de inicios del siglo XVII. Se trata de espacios que los habitantes del alti- plano de Lípez (esos que la administración colonial llamó lipes) recorrieron una y otra vez; lugares en los cuales probablemente también vivieron e inte- ractuaron con los otros grupos humanos locales. No puedo afirmar que los autores de las representaciones hayan sido gente del altiplano de Lípez, pero es muy probable que, conociendo los fuertes lazos estableci- dos entre unos y otros grupos, sí hayan participado en su confección, o al menos en los rituales que se realizaban periódicamente para activarlos. ¿Por qué traigo esto a colación, a propósito de los comentarios sobre el libro Gente de la Tierra de Guerra? Porque esta ha sido una de mis res- puestas a los problemas epistemológicos, teóricos y metodológicos que enfrenté para escribir este libro y que con mucha claridad exponen y discuten los comentarios de mis colegas Frank Salomon, Guillaume Boccara, Francisco Gil García yVivian Gavilán Vega. La búsqueda de materiales andinos a través de los cuales los hombres y mujeres del tiempo colonial hicieron circular sus pensamientos, sus memorias, sus relatos de lo cotidiano, sin tener que acudir a los registros documentales escritos, ha sido mi preocupación central en estos años, una vez terminado el libro. Tal como lo señaló Frank Salomon (2013, en este número) en su comentario, Gente de la Tierra de Guerra se inició con una constatación, la de la escasez documental; y con una frustración: la de concluir que en esos pocos documentos lo que dijeran los habitantes de Lípez sobre sí mismos, acerca de sus prácticas sociales y económicas, de sus modos de vida y de sus divinidades, estaba ausente. Siempre había otros que hablaban por ellos (que escribían, para ser más precisos); gente que incluso sin conocer el lugar, los describía, los clasificaba. Un pequeño texto, que incluí en el capítulo final del libro, es expresivo de esta ausencia de una palabra propia, de una voz que hable en sus propios términos. Algunos caciques de lipes intentaron apelar a las tasas impuestas y lo que quedó de sus argumentos fue lo siguiente: … sabed que por parte de los caçiques y prinçipales e yndios del repartimiento de
  • 2. José Luis Martínez C.554 los lipis (…) fue presentada ante mi vna informaçion fecha en el asyento de minas de Potosi en diez y siete dias de noviembre del año pasado de quinientos e çinquenta e ocho (…) por la qual paresçe que los dichos yndios lipis se agrauian diziendo que a causa de ser ellos vros y no tener en su tierra mas que quinoa y sal y algunas papas que vale poca cosa… (subrayados y negritas son mías)1. “Parece” que se agravian, el escribano duda de la afirmación de las autoridades tradicionales; “dicen ser” urus, otra afirmación que queda puesta bajo una interrogación; y aun en la descripción de la pobreza productiva de sus tierras (“nada más que” quinua, sal y papas) puede advertirse un cierto tono peyorativo. Así, el de la escritura no fue, claramente, un espacio al que tuvieran acceso los habitantes del altiplano meridional; lo que puede marcar importantes diferencias con otros lugares del mismo altiplano y de las sociedades andinas, en las que es posible encontrar piezas documentales tan valiosas como el Memorial que dirigieron los señores de Charkas al rey (Platt et al. 2006), o la abundante correspon- dencia que dejó Diego Chambilla, capitán de la mit’a en Potosí (Medinacelli e Inch 2010; Murra 1978), por mencionar algunos de los documentos publicados en estos últimos años. Pero a pesar de esa condición de ausencia de una voz propia presente en la escritura, la obligación ética de la antropología y de la etnohistoria que menciona Guillaume Boccara (2013, en este número), de no hablar por, sino de posibilitar que sean los propios dominados los que hablen de sí mismos, sigue en pie, aun no teniendo documentos escritos donde encontrarlos. ¿Qué hacer entonces? En ese libro, tímidamente porque no conocía aún todo el enorme material disponible, me atreví a sugerir que una de las tareas de los etnohistoriadores es la de buscar los espacios no europeos en los cuales pudieron haber circulado con mayor libertad (o con menor restricción) lo que podríamos llamar las palabras andinas, las voces propias. Aquellas que no res- pondían a los discursos de poder, a las prácticas de dominación ni a la imposición directa de los saberes y las epistemes de control a los que hace referencia Guillaume Boccara.Aquellos espacios no europeos, precisamente, permitirían mostrar que la malla de Supermán, a la que hace alusión Salomon, en este caso estaba al menos apolillada, puesto que esos relatos no escritos alfabéticamente parecieran haber seguido circulando al interior mismo del sistema colonial. Ya volveré sobre los problemas que se abren en esta perspectiva. Y el tema de los espacios de la escritura me lleva a un segundo punto. Efectivamente, Gente de la Tierra de Guerra se escribió en un contexto muy complejo de debates teóricos, de intentos de clausurar metodológicamente los supuestos que habían permitido iniciar una búsqueda de nueva documentación para conocer a las sociedades andinas prehispánicas y coloniales. Tanto Frank Salomon como Guillaume Boccara han aludido a las luchas teóricas y epistemológicas que sacu- dieron a la mayoría de las ciencias sociales y las humanidades en las últimas décadas del siglo XX y a inicios del XXI.Y Vivian Gavilán Vega (2013, en este número) expone con fuerza algunas de las tensiones conceptuales que siguen cruzando nuestros análisis. Salomon incluso hace mención a las “cicatrices” que (nos) dejaron las “guerras de teorías”. Tengo que agradecerle a todos haber centrado sus comentarios en esos aspectos, que exceden largamente el caso concreto de los lipes y que guardan relación con los quehaceres discipli- narios, ya sea en los Andes, en el mundo mapuche o en otros lugares. Estoy de acuerdo en que hay que poner la lectura de este libro en ese contexto. Se trata de un trabajo que tomó posiciones y que fue escrito haciéndome cargo de las discusiones. Si bien coincido con gran parte de lo expresado por Guillame Boccara sobre las tensiones que se derivan de las diferentes posiciones que unos y otros asumimos en esos debates, creo que es necesario puntualizar algunos aspectos que pueden tener una relación más específica con la situación de los estudios etnohistóricos en el área andina, porque probablemente no ocurrió de igual manera en otras áreas culturales. Y que tiene mucho que ver con el libro. Me refiero a que las “guerras de teorías” impusieron distintos elementos para el debate, pero en el caso andino al menos uno tuvo un gran impacto: la sospecha sobre la escritura, entendida ya no como un lugar en el cual encontrar testimonios andinos (esta fue la gran revolución documental que impulsó John Murra), sino únicamente como un espacio de poder, autorreferido, en el que los documentos no hablaban de las prácticas ni de las experiencias de los sujetos, sino básicamente (casi exclusivamente según algunos) de la experiencia
  • 3. 555De discursos coloniales y textos andinos. A propósito de Gente de la Tierra de Guerra… unilateral de construir la “ciudad letrada” desde el control de la escritura. Esto provocó una suerte de clausura metodológica (junto a una gran angustia, es necesario reconocerlo), y abrió la puerta a nuevas interrogantes, puesto que las técnicas de lectura iniciales de la etnohistoria, que incluían el “pasar a través del espejo” (Wachtel 1976) o aplicar los “filtros” (Rostworowski 1983), interrogando de nuevas maneras a las visitas y otros documentos en los que aparecían testimonios de andinos resultaban insuficientes ante los embates y desafíos teóricos2. Me parece que el libro de Franklin Pease, Las Crónicas y los Andes (1995), fue uno de los más importantes intentos de ese momento para proponer algunas respuestas teóricas y metodológicas. El otro fue la búsqueda de nuevos tipos de fuentes andinas, tal como lo propuso el mismo Murra (2002 [1973]) en su trabajo sobre las etnocategorías de un khipu estatal, y que fue seguido por otros colegas pos- teriormente, entre los que se cuentan los valiosos trabajos del mismo Frank Salomon. Dejando de lado algunas de las posiciones más extremas, que negaban cualquier posibilidad de conocer a las sociedades andinas a través de los documentos escritos y que proclamaron asimis- mo la imposibilidad de acceder a su pasado, hay varios aspectos que sí me parece se deben rescatar de la revalorización de la escritura como acto y espacio de poder. Porque es claro, a estas alturas, que ella conlleva un conjunto de determinaciones que anteriormente no habían sido consideradas. La linealidad de la escritura, que metaforiza una determinada concepción epistemológica del tiempo (lineal, continuo, con un antes y un después); y una determinada cardinalidad (norte, sur; abajo/ arriba), que están a la base de las formas de ordenar los relatos y las secuencias de desplazamientos de los europeos por el continente, es tal vez una de las más evidentes. Lo que los trabajos etnohistó- ricos previos no habían tomado en consideración era que esas determinantes tuvieran igualmente implicancias en la redacción de muchos de los documentos coloniales, puesto que no solo fijaron los relatos orales andinos en versiones que pre- tendían ser únicas, sino que también exigieron un reordenamiento de los mismos, con un principio –un antes– y un desarrollo posterior –el después–, contrario a las formas de organizar los tiempos de los relatos andinos.Y este es sólo un ejemplo. En Gente de la Tierra de Guerra discuto varios otros, por lo que no me extenderé aquí. Dicho esto, me parece que lo que plantea Frank Salomon al inicio de sus comentarios, respecto de las “oscuridades” que enfrentamos para avanzar en el conocimiento de los grupos humanos en el período inmediatamente anterior a la invasión europea de los siglos XV y XVI, y el del período colonial que ellos instauraron, es una muy fina e ilustradora ana- logía que resume, precisamente, aquello que traté de señalar anteriormente: que hoy la tarea de los etnohistoriadores sigue siendo la de la comprensión de las sociedades tal como ellas funcionaron bajo los distintos sistemas de dominación a los que se vieron sometidas, pero que para hacerlo no podemos descuidar las categorías epistémicas y cognitivas que cada sociedad o grupo dominante impuso sobre ellas. El intento del libro que estamos comentando fue mostrar que los españoles no fueron los únicos dominadores que impusieron sus discursos y maneras de clasificar a los habitantes de los lipes, sino que también los hicieron –con sus propias categorías– los incas y, antes que ellos, los aymaras. En el seno de ese debate subyace, también, una cuestión metodológica que me parece medular, y comparto la lectura que hacen Frank Salomon y Vivian Gavilán respecto de que Gente de la Tierra de Guerra hace una propuesta concreta al respecto. En cierto sentido, el libro se propone como una etapa de investigación, imprescindible desde mi punto de vista; como un momento de la construcción de conocimiento sobre las sociedades coloniales, que debe ser continuada con otros materiales y estra- tegias, entre las cuales la interdisciplinariedad y la incorporación de otras voces para ir construyendo textos más multivocales, como lo sugiere Boccara, me parecen imprescindibles.Así, me parece importante redimensionar la tarea emprendida en Gente de la Tierra de Guerra: no se trata de dedicarse, como señala Boccara, al “análisis crítico del orientalismo” que atraviesa a las fuentes coloniales; ni de susti- tuir un objeto de estudio (“el comportamiento, la organización socioeconómica”) de las sociedades indígenas, por otro nuevo “la cultura concebida como discurso”, como lo puntualiza Salomon. En ningún caso debe pensarse que el estudio de una sociedad colonial puede quedar restringido al análisis de las formaciones discursivas que operaron sobre ella y contribuyeron a su dominación, puesto que se trata de una etapa de la investigación y no de un fin en sí mismo. Pero de igual manera quiero ser enfático en señalar que me parece que es también inevitable hacerlo.
  • 4. José Luis Martínez C.556 Los comentarios que me han hecho mis colegas son de diferente índole. Guillaume Boccara se pro- nuncia por una cuestión general: por el estatuto de la etnohistoria, sus enfoques recientes y las demandas que debemos enfrentar, teórica y éticamente, quienes seguimos investigando en este campo disciplinario. Frank Salomon, por su parte, propone una discusión acerca de las consecuencias teóricas y metodológicas de aplicar algunas de las proposiciones de Michel Foucault al estudio de las sociedades andinas, in- clinándose más por una aproximación bakhtiniana. Francisco Gil García (2013, en este número) hace certeras observaciones respecto de las lecturas que se pueden hacer del material documental sobre los lipes del siglo XVI. Y finalmente, Vivian Gavilán recoge el desafío de discutir sus propias experien- cias sobre los aymaras vecinos de los lipes a la luz de algunas de las propuestas de este libro. Me veo obligado a declarar, de entrada, que comparto la mayoría de las observaciones que se me formulan, pero responder o dialogar con todas las sutiles y apasionantes observaciones que hizo cada uno de ellos me llevaría a intentar escribir un trabajo más extenso que el que puedo hacer aquí. Por lo que, en lo que sigue, intentaré únicamente ofrecer algunos aportes a las discusiones que ellos mismos proponen. El debate planteado por Boccara gira en torno a las posibilidades de hacer etnohistoria, hoy; desde dónde hacerlo y con quiénes. Él establece con claridad una suerte de parteaguas ético, político y también teórico; entre escribir para perpetuar la dominación colonial sobre las sociedades indíge- nas, donde se ubican los que escriben las historias sobre los indígenas; y aquellos que asumen que la etnohistoria aún puede ser parte de una acción libe- radora, que escriben historias indígenas. Establecida esta separación, surge, entre otros, el problema o el desafío de la construcción de las “historias del futuro sobre unas bases realmente interculturales”. En su apasionada y apasionante reflexión propone, también, la necesidad de repensar conceptos (y usos) de cuestiones tales como la memoria o el pasado, que hoy debieran ser entendidos en claves emancipadoras. ¿Las memorias de quiénes? ¿Qué pasados? ¿Quiénes hablan y construyen saberes? son algunos de los temas propuestos. Estos son parte de los nuevos desafíos que Boccara propone. Comparto con él que estos son algunos de los temas que debemos discutir permanentemente. Los qeros, esos vasos de madera que fueron hechos a partir del siglo XVI, con preciosas escenas en las que se relataron visualmente algunos antiguos mitos fundacionales del Tawantinsuyu, o se pin- taron momentos de la rebelión de Manqho Inka contra el dominio español, plantean con fuerza el tema de cómo las sociedades andinas coloniales se vieron obligadas a repensarse y representarse, construyendo nuevos relatos acerca de su pasado y elaborando nuevas memorias acerca de ellos mismos. Memorias, pasados, discursos, toponimias, prácticas y luchas sociales, son problemas que han enfrentado permanentemente todas las sociedades y es por eso que sigue siendo una tarea ineludible de los etnohistoriadores abordar su discusión. Hay en este punto, sin embargo, un aspecto en el que me gustaría detenerme y que fue planteado hace bastante tiempo por Frank Salomon (1994), ¿de qué tipos de memoria y de pasados estamos hablando? ¿Es, solamente, una cuestión de entender que el pasado está indisolublemente vinculado al presente, como lo plantea Guillaume Boccara? ¿De definir quién tiene la legitimidad para recordar o determinar cuándo empieza el pasado para una determinada sociedad? ¿O de hacerse parte de los esfuerzos de las comunidades andinas de construir relatos propios que den cuenta de las tensiones de su presente, tal como lo muestra Vivian Gavilán? Son cuestiones centrales y comparto con Boccara este planteamiento, pero lo que planteó Salomon va más allá. Cuando una sociedad construye sus memorias y construye sus pasados, ¿desde dónde lo hace? ¿A partir de qué estructuras epistemoló- gicas? Lo que Frank Salomon planteó es que al intentar responder por el pasado, preguntados por los europeos, los andinos tuvieron que crear nuevas categorías de recuerdo, de pasado y de memoria. Cuando hoy se apela a la categoría de “pueblos originarios” se alude, nuevamente, a la misma construcción historiográfica dominante, que hace de lo más antiguo algo más legítimo por derecho de precedencia. Pero eso supone una única corriente temporal, donde nos ubicamos todos.Y eso recuerda fuertemente los postulados de la “historia univer- sal”. ¿Cómo rescatamos o recuperamos entonces los otros recuerdos, los que no tienen legitimidad a veces, ni siquiera en el seno de las mismas socie- dades indígenas contemporáneas? Los textos orales recogidos por Gavilán en Isluga y Cariquima (que ella presenta en este mismo dossier) me parecen apasionantes, porque exhiben las dificultades que tienen, precisamente, las propias comunidades para constituir esos relatos y validarlos.
  • 5. 557De discursos coloniales y textos andinos. A propósito de Gente de la Tierra de Guerra… Frank Salomon realiza una muy acertada crítica a la empresa de construir una etnohistoria foucaul- tiana. Centra sus comentarios en tres aspectos sobre los cuales me parece importante detenerme: uno, en lo que llama el “fundamento epistemológico” y que tiene que ver con las maneras de entender los discursos; dos, el supuesto carácter unitario de los discursos; y, finalmente, tres, el peso que la sobre- valoración de los discursos tiene sobre las prácticas interdisciplinarias que, precisamente, contribuyeron a darle a los estudios andinos esa característica que los distingue entre otros espacios disciplinarios. En el primero de los temas, Salomon emplea una fina e irónica analogía entre el tejido de los discursos y la malla de Supermán, elástica hasta cubrirlo todo, impenetrable para proteger lo que cubre e indestructible al punto de sobrevivir a todo ataque. No es esa, ciertamente, la concepción que tengo de los discursos. Por el contrario. Claro que hay una aspiración de homogeneidad, de totalidad, entre quienes tienen el poder de enunciar y producir discursos; pero ello no quiere decir que, puestos a circular y operar, los discursos alcancen tal grado de autonomía y dominio. Cuando se piensa en los espacios de enunciación, en los lugares sociales desde los que se habla, se puede advertir que los discursos resultan ser a menudo fragmentarios y para nada incombustibles o impenetrables. Por ello propuse el empleo de dos conceptos que, muy ligados, apuntan a planos o niveles distintos. El de discurso, que lo entendí como los marcos más amplios que permiten hablar sobre algo, que están construidos frecuentemente a partir de categorías epistémicas y ontológicas y que son articulaciones de poder; y el de discursividades, que resultan ser los modos concretos, historizables, en las que los discursos que operan en las sociedades toman forma, son aplicados de manera singular aquí o allá. En el juego entre ambos niveles aparecen los muchos discursos y dis- cursividades en tensión, antagónicos, que proponen miradas y aproximaciones (también experiencias) diferentes. Ahora bien, estoy de acuerdo, cierta dimensión de los discursos efectivamente puede operar como la malla de Supermán, impidiéndonos ver qué hay bajo ella, sobre todo cuando se pretende leer directamente los documentos, dejando fuera la dimensión discursiva de esos textos. Pero eso ocurre cuando se toma a estos últimos como superficies planas, sin considerar que son resultado de muchas operaciones previas y simultáneas de significación. Es por ello que propongo metodológicamente un camino de “despeje de capas discursivas” que, para seguir con Supermán, permite ir despojándolo de sus muchas protecciones. Finalmente lo que queda es un superhéroe aspirando a ser humano. La dimensión epistemológica de los discursos, resaltada igualmente por mi colega, me lleva a plantear dos cuestiones más. Una es la del cambio de episteme que provocó la secuela de 1492. Es cierto y en eso tiene toda la razón. El proceso de expansión e invasión de Europa hacia América provocó profundos cambios, que estuvieron muy lejos de ser “apacibles”. Si bien no acentué una cierta violencia en las transformaciones internas de las epistemes europeas en juego en la época, ella me resulta evidente en las muchas luchas ocurridas para imponer uno u otro discurso, para construir las diferencias entre europeos e indios, para nombrar a unos y otros. Respecto del carácter unitario que tendrían los discursos, me parece importante señalar que eso ocurre, probablemente, en diversos estudios que han utilizado los planteamientos de Michel Foucault. Mi perspectiva, sin embargo, es que la propuesta de ese autor permite advertir su preocupación por la existencia simultánea de muchos discursos, en todo momento3. Toda sociedad en cualquier momento de su historia social será algo así como un coro polifónico, donde es cierto que algunas voces se imponen e intentan acallar a otras, pero en el cual también se pueden advertir otras, más en sordina, que intentan a su vez cantar otras melodías. Coincido plenamente con Salomon cuando llama la atención sobre los peligros de construir análisis que reducen esa riqueza polifónica a un único sonido o discurso. La supuesta flexibilidad de malla de Supermán que le permitiría recubrir todo bajo un manto único, homogeneizador. Ciertamente hay que luchar contra esas generalizaciones o simplificaciones. Sobre el tercer punto destacado por Salomon, el de las prácticas interdisciplinarias, no puedo sino coincidir completamente con él. Me parece que el desarrollo de los estudios andinos y con ello el de la etnohistoria, tiene uno de sus pilares precisa- mente en esa forma de construir conocimiento. La interdisciplinariedad molesta, a veces, a algunos de nuestros colegas que quisieran ver tal vez fronteras más diferenciadas entre unos y otros. Mi posición es que la riqueza del conocimiento que poseemos actualmente sobre las sociedades andinas resulta gracias a que en estos estudios han confluido la an- tropología, la historia, la arqueología, la lingüística,
  • 6. José Luis Martínez C.558 la historia del arte y la teoría crítica literaria (la lista es mayor, por supuesto). Si en Gente de la Tierra de Guerra el peso mayor está dado por el análisis de la escritura, en detrimento de la arqueología o de la antropología, se debe a que siempre entendí ese libro como una etapa metodológica en la construcción de nuestro aprendizaje sobre las sociedades andinas; como una puesta al día respecto de nuestras estra- tegias metodológicas para entender cómo hemos estado leyendo los documentos coloniales. Pero, superado ese momento, la interdisciplinariedad resulta no solo central como estrategia, sino casi como una vía obligada. Mi afirmación anterior tiene que ver con un aspecto que considero de enorme importancia. El estudio de los sistemas de registro andinos sugiere que su funcionamiento requirió de semióticas com- plejas, multisensoriales. Por semióticas complejas me refiero a que la emisión y la recepción de los mensajes o discursos utilizaban de manera simul- tánea diversos lenguajes semióticos. La lectura de algunos quipus, por ejemplo, tal como lo han planteado algunos autores4 pareciera haberse rea- lizado en un contexto de bailes y música, así como de determinados movimientos corporales. Tenemos evidencia, asimismo, de que el arte rupestre requería de la realización de diversos rituales para lograr su eficacia simbólica y comunicacional (Bollaert 1975 [1860]); y recientemente hemos demostrado que los vínculos de los lenguajes visuales de los qeros y de las narrativas orales, plantean que sus imágenes apelaban también a los procedimientos verbales (Martínez y Martínez 2013), entre otros varios ejemplos posibles. Por otra parte, si las se- mióticas complejas apelan a la complementariedad y –tal vez– redundancia para que se produzca su enunciación y recepción, la multisensorialidad parece apelar a la simultaneidad sensorial: músicos cuyos movimientos y vestuarios también significan; espa- cialidades que se llenan de colores y olores; qeros que son mirados pero que también son recipientes de bebidas rituales, son algunos de los ejemplos que nos plantean la necesidad de abordar el análi- sis de los procesos de enunciación prehispánicos y coloniales y del uso de los sistemas de soporte y comunicación desde la perspectiva de lo multi- sensorial. La multisensorialidad es igualmente un enfoque teórico que obliga a repensar interdiscipli- nariamente los materiales con que hemos estudiado, desde hace décadas, a las sociedades andinas, y esto incluye las oralidades. De manera tal que me parece que la comprensión de los lenguajes y de los sistemas comunicacionales andinos requiere metodológicamente una aproximación integrada por diversas disciplinas. Para cerrar. ¿Bakhtin o Foucault? Trabajando con los materiales andinos, los qeros, el arte rupestre, las teatralidades, el orden de los discursos coloniales europeos se desarma, y sus metodologías de estu- dio se revelan útiles pero insuficientes. ¿Mejor la polifonía discordante bakhtiniana, como lo propone Salomon? Puede ser. Me atrae la idea del desorden, de muchas voces hablando simultáneamente. Me gustaría, sin embargo, inclinarme por una tercera opción. ¿Cómo pensar estas sociedades desde otras posiciones teóricas, en diálogo con Foucault y Bakhtin, pero capaz también de dar cuenta de sus propias especificidades? No puedo sino coincidir también con varios de los aportes de Francisco Gil, que enriquecen aún más mi aproximación a los lipes, tanto en lo propuesto en este libro como en mis trabajos anteriores sobre esas mismas poblaciones. Sus comentarios se centran, sobre todo en una reflexión acerca de las denominaciones contradictorias que se encuentran en los documentos del siglo XVI sobre los habitantes del altiplano de Lípez. Creo que en esa reflexión, Gil García avanza bastante más allá de lo que yo mismo propuse, agregando matices y sutilezas que, debo reconocerlo, se me escaparon cuando hice ese análisis. Gil García apunta a un aspecto que me parece importante discutir aquí, porque tiene una más amplia repercusión en los análisis etnohistóricos sobre cualquier sociedad que estudiemos. Después de revisar, y descartar, que las contradicciones se deben a que se trataba, posible- mente, de colectivos distintos o a que se aplicaron en épocas cronológicamente distintas (todo lo cual es posible, pero no lo central), sugiere que una de las posibilidades de interpretar las contradicciones es la de una cierta incomprensión cultural, sobre todo por parte de los españoles, básicamente en lo que se refiere a la interpretación de las prácticas de los otros a partir de sus propios parámetros de valori- zación cultural, en especial acerca de las prácticas productivas (agropastoriles, de caza y recolección). Me parece importante señalar que efectivamente en la documentación colonial es frecuente encontrar muestras y pruebas de incomprensión acerca de las distintas experiencias y valorizaciones culturales. Esta es una condición que a menudo tienen los do- cumentos coloniales, en especial los más tempranos,
  • 7. 559De discursos coloniales y textos andinos. A propósito de Gente de la Tierra de Guerra… y metodológicamente es algo que siempre debe analizarse. Si bien las que más destacan, porque tienen el predominio de la palabra escrita, son las europeas, no es menos cierto que del lado indíge- na también se produjeron incomprensiones. Y el análisis que hace Gil García sobre los “presentes” que habrían llevado los lipes al virrey Francisco de Toledo es esclarecedor. No se trataría de signos de pobreza, sino, por el contrario, presentes exóticos muy valorados en el seno de las sociedades andinas preeuropeas, ignorantes aparentemente de que los españoles no sabrían comprender su real valor. Eso es cierto, y ha sido un recurso interpretativo al que muchos hemos recurrido en algún momen- to de nuestras investigaciones; pero no podemos dejar de lado lo que señaló tempranamente John Murra (2002)5 acerca de la capacidad de diversos europeos de percibir y entender correctamente las diferencias y las prácticas de los andinos. El licenciado Polo, mencionado en el comentario de Frank Salomon, es un claro ejemplo de esto.Y los tempranos alegatos judiciales sobre la legitimidad de unas u otras autoridades, que utilizaron el dere- cho sucesorio patrilineal para imponerse, muestra igualmente que desde el lado andino operó también una comprensión acerca del otro, de los europeos y sus prácticas. Considerando entonces ambos polos de la comprensión-incomprensión, me parece que el desafío no es tanto el determinar por qué se formuló una u otra afirmación (no quiero desconocer que eso es muy importante también), sino el poner de relieve las tramas de prácticas y discursos, de luchas, de acomodamientos, de aceptaciones y rechazos, que siempre y en cualquier momento operan al interior de dos sociedades en la que una de ellas está intentando imponerse sobre la otra. Los comentarios de Vivian Gavilán me pare- cieron extremadamente interesantes, porque ella se atrevió a revisar sus propios materiales a la luz de algunas de las propuestas de Gente de la Tierra de Guerra. Y lo que muestra, sobre todo respecto de las prácticas de construir/descontruir, exhibir u ocultar las identidades, de vivirlas en definitiva, me plantea muchos problemas teóricos. Porque ella destaca continuidades que es necesario explicar, entre los habitantes del altiplano de Lípez y los actuales habitantes del altiplano aymara de Isluga y Cariquima. Finalmente, ¿Qué más decir ante los comenta- rios recibidos, los debates abiertos, los comentarios críticos y enriquecedores, y también los elogios? Ante todo, expresar mis agradecimientos a los cole- gas Guillaume Boccara, Frank Salomon, Francisco Gil García y Vivian Gavilán, por el debate abierto. Espero haber estado a su altura en mis respuestas y, sobre todo, en haber contribuido al debate que ellos propusieron que, estoy convencido, va mucho más allá que los reducidos límites de un libro y de la zona andina. Creo que sus planteamientos tienen que ver con una reflexión y discusión que nos involucra a todos cuantos seguimos dedicán- donos a tratar de mejor conocer y entender a las sociedades americanas y a las sociedades oprimidas y colonizadas. Referencias Citadas Aschero, C. 1999. El arte rupestre del desierto puneño y el nor- oeste argentino. En Arte Rupestre en los Andes de Capricornio, editado por J. Berenguer y F. Gallardo, pp. 97-135. Museo Chileno de Arte Precolombino y Banco de Santiago, Santiago. Boccara, G. 2013. La apoteosis de la antropología histórica y el desafío poscolonial. Chungara Revista de Antropología Chilena 45:523-531. Curatola, M. y J.C. De la Puente 2013. Contar concertando: quipus, piedritas y escritura en los Andes coloniales. En El Quipu Colonial. Estudios y Materiales, editado por M. Curatola y J.C. De la Puente, pp. 193-243. Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima. Foucault, M. 1979. Microfísica del Poder. Ediciones de La Piqueta, Madrid. Gallardo, F., C. Sinclaire y C. Silva 1999. Arte rupestre, em- plazamiento y paisaje en la cordillera del desierto de Atacama. En Arte Rupestre en los Andes de Capricornio, editado por J. Berenguer y F. Gallardo, pp. 57-96. Museo Chileno de Arte Precolombino y Banco de Santiago, Santiago. Gavilán Vega, V. 2013. De la administración de poblaciones y de etnicidades en los Andes del sur: las dos caras de la coloni- zación ayer y hoy. Chungara Revista de Antropología Chilena 45:543-551. Gil García, F.M. 2013. Los intereses creados. Los lipes en las clasificaciones coloniales del siglo XVI. Chungara Revista de Antropología Chilena 45:533-542. Hernández Llosas, M.I. 2006. Inkas y españoles a la conquista simbólica del territorio Humahuaca: sitios, motivos rupestres y apropiación cultural del paisaje. Boletín del Museo Chileno de Arte Precolombino 11:9-34. Martínez C., J.L. y M.Arenas 2009. Problematizaciones en torno al arte rupestre colonial en las áreas Centro Sur y Meridional
  • 8. José Luis Martínez C.560 Andina. En Crónicas sobre la Piedra. Arte Rupestre de las Américas, editado por M. Sepúlveda, L. Briones y J. Chacama, pp. 129-140. Ediciones Universidad de Tarapacá, Arica. Martínez C., J.L. y P. Martínez 2013. Narraciones andinas coloniales. Oralidad y visualidad en los Andes. Journal de la Société des Americanistes 99 (2), en prensa. Medinacelli, X. y M. Inch (coord.) 2010. Pleitos y Riqueza. Los Caciques Andinos en Potosí del Siglo XVII. Transcripción y Estudios del Expediente de don Diego Chambilla contra los Bienes de su Administrador. Ediciones Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia, Sucre. Murra, J. 1978. La correspondencia entre un “capitán de mita” y su apoderado en Potosí. Historia y Cultura 3:45-58.  2002 [1970]. Las investigaciones en etnohistoria andina y sus posibilidades en el futuro. En El Mundo Andino. Población, Medio Ambiente y Economía, pp. 445-470, Instituto de Estudios Peruanos-Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima.  2002 [1973]. Las etnocategorías de un khipu estatal. En El Mundo Andino. Población, Medio Ambiente y Economía, pp. 248-260. Instituto de Estudios Peruanos-Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima.  2002 [1991]. Nos hazen mucha ventaja: la percepción europea temprana de los logros andinos. En El Mundo Andino. Población, Medio Ambiente y Economía, pp. 25-40, Instituto de Estudios Peruanos-Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima. Pease G.Y., F. 1978. Las visitas como testimonio andino. En Historia, Problema y Promesa. Homenaje a Jorge Basadre, vol. I, editado por F. Miro Quesada, F. Pease y D. Sobrevilla, pp. 437-453. Universidad Católica del Perú, Lima.  1995. Las Crónicas y los Andes; Fondo de Cultura Económica-Universidad Católica del Perú, Lima. Platt,T.,T. Bouysse-Cassagne y O. Harris 2006. Qaraqara-Charka. Mallku, Inka y Rey en la Provincia de Charcas (Siglos XV-XVII). Instituto Francés de EstudiosAndinos-Plural editores-University of StAndrews-University of London-Interamerican Foundation- Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia, La Paz. Rostworowski, M. 1983. EstructurasAndinas del Poder. Ideología Religiosa y Política. Instituto de Estudios Peruanos, Lima. Salomon, F. 1994. La textualización de la memoria en laAmérica Andina: una perspectiva etnográfica comparada. América Indígena 54:229-261.  2013. Supermán es más super cuando se quita la malla. Chungara Revista de Antropología Chilena 45:515-522. Wachtel, N. 1976. Los Vencidos. Los Indios del Perú frente a la Conquista Española (1530-1570). Alianza Editorial, Madrid. Notas 1 AHP, Cajas Reales 1, f.58r, año 1559. 2 Entre los varios trabajos que se refieren a la revalorización de los documentos burocráticos para obtener, desde allí, testimonios andinos más directos, y que transformaron profundamente los estudios andinos, véanse Murra (2002 [1970]) y Pease (1978). 3 Es lo que aparece remarcado, claramente, en su curso del 7 de enero de 1976; 1979. 4 Esto fue planteado, por ejemplo, en Curátola y De la Puente (2013). 5 Véase, en especial, su artículo “Nos hazen mucha ventaja: la percepción europea temprana de los logros andinos”.