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Corona de penitente Milagros de rosales y de higueras
D I A 2 2 D E M A Y O
SANTA RITA DE CASIA
V IU D A Y RE LIG IO SA AG U STIN A (1381 - 1457)
L
LÁMASE a Santa Rita «patrona de las causas desesperadas» y no
sin motivo ciertamente, pues desde su milagroso nacimiento hasta su
santa muerte, fué toda su vida una serie de obras y acontecimientos
en los que tuvo extraordinaria intervención la Providencia. La Santa
desde el cielo se ha mostrado siempre propicia a los que la invocan en tran-
ces difíciles y casos desesperados.
La aldea de Roccaporena, cerca de la ciudad de Casia, en la Umbría,
la poética patria de San Francisco de Asís y de Santa Clara, pertenece en
lo eclesiástico a la diócesis actual de Norcia, incorporada hasta 1821 a la
de Espoleto. Allí vivían, hacia mediados del siglo X IV de nuestra era, dos
cristianísimos esposos que servían a Dios con sencillez de corazón y con
admirable edificación en su vida conyugal, distinguiéndose, entre otras vir-
tudes, por la gracia especial que tenían para componer discordias, por lo
cual los llamaban ^«los pacificadores de Cristo».
Pero quiso Dios someter a sus siervos a una ruda y prolongada prueba,
retardándoles la gracia de poder educar hijos para el cielo. Pasaban los
años; hilos de plata nimbaban por completo la cabeza de la esposa venera-
ble, que iba perdiendo ya las esperanzas de ser madre: Dios quería hacerla
digna, por medio de esa larga prueba, de recibir un don precioso. Oyó al
fin el Señor sus ruegos y, repitiendo con ella los prodigios de fecundidad
como antiguamente lo hiciera maravillosamente con Santa Ana y Santa Isa-
bel, concibió en su ancianidad.
Admirada de la novedad, la consoló un ángel con la agradable noticia
de que daría a luz una hija muy amada de Dios, y estimada de los hombres
por sus admirables virtudes. Dispuso también el ángel que la llamaran Mar-
garita. nombre jamás oído en el mundo, expresión significativa de su recti-
tud, como lo acreditó en su prodigiosa vida. El nombre de Rita, con el
que consta en el Martirologio románo, no es más que la forma popular del
nombre que fué impuesto por el ángel.
MATRIMONIO PROBADO Y TRÁGICAMENTE TRUNCADO
S
E N TIA Rita particular atracción a la virtud, y anhelaba ardiente-
mente inmolar su cuerpo y alma al Señor, consagrándole su virgini-
dad. Pero Dios prefirió hacerla pasar por el crisol de un duro matri-
monio para purificarla en las pruebas y salvar por medio de ella a mu-
chas almas.
Los padres de Rita, viendo acercarse el fin de sus días y temiendo dejar
a su hija sola y expuesta a los peligros del mundo corrompido, resolvieron
preservarla por medio de un honesto matrimonio.
Permitió la divina Providencia que el esposo de Rita fuera un joven de
familia noble y distinguida, pero de carácter violento e irascible, a quien
la menor contradicción hacía caer en accesos de verdadero frenesí, que ella
soportó por espacio de dieciocho años, con inalterable paciencia, sin darle
nunca la menor ocasión de disgusto.
La conquista de esta alma querida, costóle muchas penas y trabajos.
Para ablandar aquel corazón de piedra, ofrecía al Señor lágrimas y oracio-
nes continuas, empleándose en rigurosos ayunos y obras de piedad. Oyó el
cielo sus ardientes súplicas; los remedios sobrenaturales triunfaron del co-
razón del marido y le convirtieron; mas como sus pasados arrebatos de
cólera le habían creado muchos enemigos entre sus conciudadanos, armá-
ronle algunos de éstos una emboscada, en la que pereció asesinado.
La piadosa viuda soportó con heroísmo cristiano aquella dolorosa pér-
dida. Lloró amargamente a su marido, pero tuvo el valor de perdonar ge-
nerosamente a los asesinos. Y , para evitar que sus dos hijos al pasar la
adolescencia quisieran vengar la muerte de su padre, procuró infundirles el
olvido del asesinato, haciéndoles prometer además que en ningún tiempo
tomar.'an represalias; mas sus consejos y súplicas eran vanos; cada día
aumentaba en el corazón de su hijos el deseo de. venganza.
Entonces dió Santa Rita muestra de un verdadero amor de madre; ca-
yendo de rodillas, con los ojos bañados en lágrimas, pidió al Señor que.
si no había medio de que sus hijos desistieran de tan vengativos propó-
sitos. se sirviese llevárselos de este mundo antes de que cometieran el horren-
do delito que proyectaban. El Señor escuchó las súplicas de su sierva. y
no tardó en aumentarse su duelo con la muerte de sus dos hijos.
MILAGROSA ENTRADA DE RITA EN EL CONVENTO
D
ESLIGADA Rita de Casia de cuanto podía retenerla en el mundo,
resolvió poner en ejecución sus primeros deseos de consagrarse al
Señor, e inmediatamente solicitó ingresar en el convento de reli-
giosas agustinas de dicha ciudad; pero esta gracia le fué rehusada, porque
en aquella comunidad sólo eran admitidas las vírgenes.
Conformándose con la voluntad divina, se propuso formar en su habi-
tación un retiro donde pudiera servir a Dios, como en el claustro la más
perfecta religiosa; ocupóse en cuantos laudables ejercicios recomienda el
Apóstol a las viudas cristianas, brillando en este estado con el mismo ejem-
plo maravilloso que en el de virgen y en el de casada.
Estando una noche en oración, retumbaron tres golpes violentos dados
en la puerta, y oyó una voz que desde fuera le decía: «¡Rita! ¡Rita!» Abrió
nuestra Santa y vió ante su presencia a sus tres santos patronos: San Juan
Bautista, San Agustín y San Nicolás de Tolentino, que, cogiéndola casi en
volandas, la llevaron al convento donde por tres veces le habían negado la
entrada. Hiciéronla entrar los tres mensajeros, a pesar de estar cerradas
todas las puertas y muy aseguradas con grandes cerrojos y barrotes de
hierro, y, dejando a Rita de Casia en uno de los claustros, los tres santos
desaparecieron de su vista.
Era la hora en que las religiosas volvían del coro después de cantar Maiti-
nes. Para ir a sus respectivas celdas debían pasar por el sitio donde la hu-
milde viuda había quedado, muda de admiración ante esa serie de prodigios.
Llegaron primero las más jóvenes de la comunidad, las cuales, entre-
viendo a la pálida luz de una lámpara una forma humana de la que única-
mente se distinguía parte del rostro, quedaron sobrecogidas de espanto.
Paráronse inmediatamente; temblaban sus piernas y palidecía su rostro en
presencia de lo que ellas creían un ladrón o un fantasma; por ventura, las
otras religiosas de más edad cobraron ánimos, formaron un grupo capaz de
resistir al miedo y se fueron acercando.
Rita estaba por su parte tan admirada de todo lo que había pasad»,
que perdió el uso de la palabra, y no sabía en qué términos tranquilizarían.
Poco a poco, sin embargo, fué volviendo de su asombro y les explicó
por qué milagro se encontraba en el claustro. La priora estaba tan sobre-
cogida que, viendo tan claramente manifestada la voluntad divina, no pensó
en invocar la prohibición de las Constituciones, y la alegría de las religio-
sas fué tanto más viva cuanto mayor había sido el miedo. Reunióse luego
la Comunidad en Capítulo y decidieron por unanimidad que la santa viuda
fuese recibida. «Es justo — decían— que obedezcamos a la voluntad de Dio»
con tanta evidencia declarada, y que nuestras Constituciones cedan ante un
caso en el que las puertas y cerrojos del convento no han podido resistir».
Apenas admitida la novicia, púsose a trabajar con denuedo para adquirir
la perfección que se había propuesto; consagróse de lleno a la oración y a
la penitencia; redujo su cuerpo a la esclavitud por frecuentes flagelacio-
nes; usó siempre un áspero cilicio y en su ropa llevó cosidas espinas que
de continuo la torturaban. Ayunaba todos los días a pan y agua, y pasaba
la mayor parte de las noches en vigilia y oración.
Tenía por costumbre consagrar a la meditación de la Pasión del Salva-
dor desde media noche hasta la salida del sol; los dolores del Divino Maes-
tro la condolían de tal modo, que varias de sus compañeras, y en distinta»
ocasiones, la hallaron sin conocimiento, tendida sobre las frías losas del coro.
IMPRESIÓN MILAGROSA DE UNA LLAGA
EN LA FRENTE DE RITA
A
CONTECIÓ que, cierto día, después de haber oído un sermón sobre
la Pasión, predicado por el célebre franciscano San Jacobo de Iii
Marca, pidió con extraordinario fervor ante una imagen de Cristo
crucificado que le hiciera padecer alguno de los dolores que Él sufrió por
salvarnos. Su oración fué escuchada, pues mientras saboreaba, en este co-
loquio sagrado, las delicias celestiales de que es capaz el alma humanii,
sintió de repente oprimida su cabeza por una corona de punzantes espina»;
al mismo tiempo vió salir del crucifijo ante el cual oraba un rayo de lu/.
y, envuelto en él, una de las espinas de la corona que tema puesta la sania
imagen, espina que fué a clavarse en la frente de Rita y le hizo una llaga
que llevó toda su vida, y aun puede verse en su cabeza, conservada intacta
como el resto del cuerpo.
Con ello quiso el Señor complacer uno de los más vehementes deseos que
la Santa había manifestado desde su infancia, cual era el de abrazarse con
la cruz de Jesucristo y vivir en ella.
A
L salir para R om a, Santa R ita de Casia arrojó al agua la bolsa
de dinero que le habían dado para los gastos del viaje, por-
, siguiendo el consejo del Salmista, había confiado a D ios el
• mdado de su cotidiano sustento, y le parecía que fuera insultar
a la Providencia preocuparse de los intereses temporales.
Dicha herida, profunda y dolorosa, sometió a ruda prueba la humildad
de la paciente, pues exhalaba un olor fétido y repugnante, y con frecuencia
salían de ella gusanos, que Santa Rita llamaba con ingenuidad «sus ange-
litos». El deseo de no causar repugnancia a sus Hermanas por esta causa,
le hizo renunciar a la vida común. lo que le procuró mayor libertad para
entregarse por completo a la oración y a la penitencia. As! fué caminando
durante toda su vida en pos de Jesús, con esa cruz a cuestas, sobrellevada
con sostenida resignación y constancia, hasta que obtuvo el premio eterno.
MILAGROS QUE PERMITEN A RITA UN VIAJE A ROMA
OR aquel tiempo ocupaba el trono pontificio Nicolás V. La Iglesia
Romana, que salía triunfante del gran cisma de Occidente, podía pre-
guntarse si nuevos y más graves males no se cernían todavía sobre
ella. Nunca la amenaza de los turcos había sido más temible. Un gran
Jubileo, publicado en 1450, fué la primera arma opuesta al Islam.
Cristianos de todos los países del mundo acudieron a Roma con el fin
de ganar aquella indulgencia extraordinaria. La priora de las agustinas de
Casia resolvió no perder ocasión tan propicia, y manifestó que iría a visitar
la tumba del príncipe de los Apóstoles, en compañía de algunas religiosas.
Rita rogó insistentemente a la superiora que le concediera la merced de
poder acompañarla; pero ésta se negó, manifestando a la Santa que la llaga
que tenía abierta en la frente hacía repugnante su rostro y atraería sobre
ella el menosprecio de las personas que ignoraban la causa de su herida.
No se desanimó por esto Rita de Casia; púsose en oración y suplicó con
gran fervor a la Divina Bondad hiciera desaparecer ese obstáculo, volvien-
do su llaga invisible e inodora durante la peregrinación a Roma. Vióse su
deseo inmediatamente cumplido; la llaga desapareció, pero subsistió el dolor
y Rita pudo satisfacer su devoción y saborear en Roma las mayores deli-
cias espirituales, sin perder el mérito de su participación misteriosa en los
tormentos del Salvador.
Durante aquel viaje demostró la Santa su amor a la pobreza voluntaria,
pues, habiendo provisto la abadesa a cada religiosa peregrina de la canti-
dad que juzgaba necesaria para los gastos de la peregrinación, Rita arrojó
al primer río que. encontró en su camino la parte de dinero que le había
correspondido; y, como fuese reconvenida por ello, respondió que no había
pedido soportar por más tiempo aquella carga inútil, y que, siguiendo el
consejo del Salvador, había confiado a Dios el cuidado de su cotidiano sus-
tento, pues entendía que era hacer injuria a la Divina Providencia preocu-
parse de los intereses temporales.
Cumplida la piadosa peregrinación, tornóse a su convento, e inmediata-
mente reapareció en su frente la llaga cerrada durante su viaje a Roma;
y, vuelta por esta causa a su anterior aislamiento, se entregó con más ardor
que nunca a la oración y penitencia, macerando su cuerpo sin compasión,
para mejor reprimir el orgullo de la carne.
Cuando el Divino Esposo estimó en sus inescrutables juicios llegada la
hora de premiar con la corona de la vida eterna las inmarcesibles virtudes
de su sierva, envióle, como mensajero divino, la enfermedad que había de
librar a su alma de la envoltura corpórea que le sirvió de cárcel en su pe-
regrinación por la tierra.
EL MILAGRO DE LAS ROSAS Y LOS HIGOS
E
STREMECIÓSE Rita de alegría al sólo pensar que en breve podría
salir de la cárcel del cuerpo para gozar, por fin, de la libertad y de
la vida eterna y amar por siempre a Dios. El Señor, sin embargo,
quiso exigir a su sierva nueva prueba de resignación, alargando su dolencia
contra todo lo que humanamente podía esperarse de la flaqueza de su des-
medrado cuerpo.
Muchos y extraordinarios prodigios hicieron más patente la santidad de
Rita. Cierto día fué a visitarla una parienta suya; Rita le agradeció la vi-
sita y al despedirse le pidió que le mandara algunas rosas del jardín que
en otro tiempo le había pertenecido en Roecaporcna. Como a la sazón
corría el mes de enero, el más crudo del invierno, se tomó esta petición de
nuestra Santa como efecto del delirio de la enfermedad, y la visitante no
hizo el menor aprecio de tan extraña petición.
Sin embargo, como al volver a su casa hubo de pasar por delante de los
jardines de Roccaporena, puso distraídamente los ojos en ellos, y grande
fué su sorpresa al contemplar cuatro magníficas rosas que acababan de abrir-
se entre las ramas secas. Admirada del prodigio, entró en los jardines, cogió
respetuosamente las flores y las llevó al convento de Casia. Rita las tomó
agradecida, aspiró el suave perfume y luego las ofreció a sus Hermanas,
que estaban llenas de admiración y estupor al ver cómo regala el Señor a
sus elegidos.
No dándose aún por satisfecha, pidió Rita a su parienta que fuera a
buscar algunas frutas en el mismo lugar donde Dios había hecho brotar flo-
res. La visitante corrió al jardín y halló una higuera con frutos ya ma-
duros, de los que cogió algunos para ofrecérselos a Rita, que los comió con
visible satisfacción, dando gracias a Dios por sus bondades.
SU MUERTE. — MENSAJERA DE PAZ
E
STOS favores celestiales eran sólo preludio de otros mayores y más
portentosos. Apareciósele un día Jesucristo radiante de hermosura y
acompañado de su Madre, para anunciarle que muy pronto le troca-
ría la corona de espinas por otra de inmarcesible gloria. Tan grata nueva
produjo en Rita una alegría extraordinaria; quiso purificarse de antemano
para ser más digna del Cordero sin mancilla, y al efecto recibió los Sacra-
mentos de la Iglesia con fervor admirable, y poco después voló su alma al
ciclo el día 22 de mayo del año 1457.
En el momento mismo en que Rita expiró, voltearon los ángeles las
campanas del convento para anunciar al pueblo la entrada triunfal de la
sierva de Dios en el cielo. Al mismo tiempo una luz extraordinaria invadió
la celda de la Santa, donde yacía su cuerpo inanimado y transfigurado, que
exhalaba ya olor celestial. La llaga de la frente, antes de aspecto repug-
nante, se trocó en un verdadero brillante de destellos deslumbradores.
Al día siguiente de la muerte se expuso el cuerpo de Rita en la iglesia
del convento. Todos los habitantes de la ciudad y de los alrededores acu-
dieron para venerar a la religiosa cuyas heroicas virtudes conocían.
Su cuerpo santo ha obrado numerosos milagros; uno de los más extra-
ordinarios tuvo lugar poco tiempo después de la beatificación, que se veri-
ficó en el pontificado de Urbano V III, el 16 de julio del año 1628.
El mismo día en que se celebraban en Casia las fiestas solemnes acos-
tumbradas en tales circunstancias, las santas reliquias fueron expuestas a la
veneración de una myltitud inmensa que de todos los puntos de Italia se
había congregado. Sucedió, pues, que, al formarse la procesión, se levantó
viva discusión entre los clérigos seculares y los religiosos, sobre quién debía
tener la precedencia; mas la Beata, por un prodigio singular, cuando más
calientes estaban los ánimos, abrió los ojos y dió inequívocas señales de
vida. Ante este suceso milagroso y al grito repetido de «¡Milagro! ¡Mila-
gro!», se apaciguó instantáneamente la excitación de los contendientes.
El culto de la Beata Rita puso de manifiesto, a la vez, la devoción
popular y la estima en que la Iglesia tenía sus virtudes. Aun antes de la
canonización se permitió dedicarle una iglesia en Roma. Al fin de su pro-
ceso, el 27 de marzo de 1900, León X III autorizó que en la misma sesión
se procediese a dos formalidades muy importantes y de ordinario muy lar-
gas, a saber: la aprobación de los milagros y la decisión sobre el decreto
«de tuto». Este favor inusitado fué — al decir de los entendidos— un nuevo
milagro de la futura Santa, que fué canonizada el 24 de mayo de 1900, el
día de la Ascensión, al mismo tiempo que San Juan Bautista de la Salle.
PRODIGIOS PERMANENTES
E
L cuerpo de Santa Rita se ha conservado intacto hasta nuestros días;
cinco siglos no han podido corromper aquella carne purificada por
la penitencia y la santa vida. Todo el mundo puede contemplarle
en la iglesia del convento de Casia en un hermoso relicario de cristal. Des-
pués de tantos años transcurridos, sus miembros conservan aún la flexibi-
lidad y las facciones de la cara toda su expresión, de modo que la Santa
parece dormida o sumida en éxtasis. Más de una vez, entre otras en 1926.
el santo cuerpo ha cambiado por sí mismo de actitud; los pies y las manos
se han elevado ligeramente y la cara, inclinada antes hacia los que le reza-
ban, se ha vuelto hacia el cielo; en 1927 la mano derecha se alzó por tres
veces, juntando los dedos como en actitud de bendecir.
Este prodigio, que ya se había producido otras veces en tiempos pasa-
dos, ha sido siempre considerado como anuncio de grandes gracias.
En el jardín del claustro se ve aún el rosal milagroso; no florece todos
los años, pero, si ostenta sus magníficas rosas, es siempre en invierno.
En el mismo huerto crece lorzana una parra de la que todos los años
mandan las monjas algunos racimos al Padre Santo. Su origen es también
milagroso. Para probar la obediencia de Rita, su priora le mandó plantar
y regar unos sarmientos que iban a quemarse porque estaban secos desde
hacía mucho tiempo. Rita cumplió la orden recibida, y la leña seca revivió
y se hizo fecunda. La parra milagrosa cuenta actualmente quinientos años
y nunca ha sido podada.
S A N T O R A L
Santos Casto y Em ilio, mártires; Basilisco, soldado y mártir; Bobón, militar que
luchó contra los sarracenos en Provenza y murió en Lombardía; Casto y
Casio, obispos y mártires; Atón, obispo de Pistoya, Marciano, obispo de
Ravena; Lupo, obispo de Linioges; Petronio y Román, abades; Aigulfo,
Donato, Eusebio y Fulgencio, obispos; Faustino, Timoteo, Venusto, Eme-
lio, Albino, Rogaciano, Jenaro y nueve más, mártires en Roma; Fulco,
confesor; Ausonio, m ártir; Vital, presbítero, Volfelmo, confesor, honrado
en Colonia; Gosvino, niño mártir en Roma. Beatos Pedro de la Asunción,
franciscano, y Juan Bautista Machado, jesuíta, mártires en el Japón. San-
tas Rita de Casia, viuda: Julia, virgen y mártir en Córcega; Elena y Ali-
mena, vírgenes en Auxerre; Quiteria, virgen y mártir, a la que se invoca
contra la rabia. Beatas Joaquina Vedruna de Mas, fundadora de las Her-
manas Carmelitas de la Caridad; Humiliana, terciaria de San Francisco.

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Santa Rita de Casia, patrona de las causas desesperadas

  • 1. Corona de penitente Milagros de rosales y de higueras D I A 2 2 D E M A Y O SANTA RITA DE CASIA V IU D A Y RE LIG IO SA AG U STIN A (1381 - 1457) L LÁMASE a Santa Rita «patrona de las causas desesperadas» y no sin motivo ciertamente, pues desde su milagroso nacimiento hasta su santa muerte, fué toda su vida una serie de obras y acontecimientos en los que tuvo extraordinaria intervención la Providencia. La Santa desde el cielo se ha mostrado siempre propicia a los que la invocan en tran- ces difíciles y casos desesperados. La aldea de Roccaporena, cerca de la ciudad de Casia, en la Umbría, la poética patria de San Francisco de Asís y de Santa Clara, pertenece en lo eclesiástico a la diócesis actual de Norcia, incorporada hasta 1821 a la de Espoleto. Allí vivían, hacia mediados del siglo X IV de nuestra era, dos cristianísimos esposos que servían a Dios con sencillez de corazón y con admirable edificación en su vida conyugal, distinguiéndose, entre otras vir- tudes, por la gracia especial que tenían para componer discordias, por lo cual los llamaban ^«los pacificadores de Cristo». Pero quiso Dios someter a sus siervos a una ruda y prolongada prueba, retardándoles la gracia de poder educar hijos para el cielo. Pasaban los años; hilos de plata nimbaban por completo la cabeza de la esposa venera-
  • 2. ble, que iba perdiendo ya las esperanzas de ser madre: Dios quería hacerla digna, por medio de esa larga prueba, de recibir un don precioso. Oyó al fin el Señor sus ruegos y, repitiendo con ella los prodigios de fecundidad como antiguamente lo hiciera maravillosamente con Santa Ana y Santa Isa- bel, concibió en su ancianidad. Admirada de la novedad, la consoló un ángel con la agradable noticia de que daría a luz una hija muy amada de Dios, y estimada de los hombres por sus admirables virtudes. Dispuso también el ángel que la llamaran Mar- garita. nombre jamás oído en el mundo, expresión significativa de su recti- tud, como lo acreditó en su prodigiosa vida. El nombre de Rita, con el que consta en el Martirologio románo, no es más que la forma popular del nombre que fué impuesto por el ángel. MATRIMONIO PROBADO Y TRÁGICAMENTE TRUNCADO S E N TIA Rita particular atracción a la virtud, y anhelaba ardiente- mente inmolar su cuerpo y alma al Señor, consagrándole su virgini- dad. Pero Dios prefirió hacerla pasar por el crisol de un duro matri- monio para purificarla en las pruebas y salvar por medio de ella a mu- chas almas. Los padres de Rita, viendo acercarse el fin de sus días y temiendo dejar a su hija sola y expuesta a los peligros del mundo corrompido, resolvieron preservarla por medio de un honesto matrimonio. Permitió la divina Providencia que el esposo de Rita fuera un joven de familia noble y distinguida, pero de carácter violento e irascible, a quien la menor contradicción hacía caer en accesos de verdadero frenesí, que ella soportó por espacio de dieciocho años, con inalterable paciencia, sin darle nunca la menor ocasión de disgusto. La conquista de esta alma querida, costóle muchas penas y trabajos. Para ablandar aquel corazón de piedra, ofrecía al Señor lágrimas y oracio- nes continuas, empleándose en rigurosos ayunos y obras de piedad. Oyó el cielo sus ardientes súplicas; los remedios sobrenaturales triunfaron del co- razón del marido y le convirtieron; mas como sus pasados arrebatos de cólera le habían creado muchos enemigos entre sus conciudadanos, armá- ronle algunos de éstos una emboscada, en la que pereció asesinado. La piadosa viuda soportó con heroísmo cristiano aquella dolorosa pér- dida. Lloró amargamente a su marido, pero tuvo el valor de perdonar ge- nerosamente a los asesinos. Y , para evitar que sus dos hijos al pasar la adolescencia quisieran vengar la muerte de su padre, procuró infundirles el olvido del asesinato, haciéndoles prometer además que en ningún tiempo
  • 3. tomar.'an represalias; mas sus consejos y súplicas eran vanos; cada día aumentaba en el corazón de su hijos el deseo de. venganza. Entonces dió Santa Rita muestra de un verdadero amor de madre; ca- yendo de rodillas, con los ojos bañados en lágrimas, pidió al Señor que. si no había medio de que sus hijos desistieran de tan vengativos propó- sitos. se sirviese llevárselos de este mundo antes de que cometieran el horren- do delito que proyectaban. El Señor escuchó las súplicas de su sierva. y no tardó en aumentarse su duelo con la muerte de sus dos hijos. MILAGROSA ENTRADA DE RITA EN EL CONVENTO D ESLIGADA Rita de Casia de cuanto podía retenerla en el mundo, resolvió poner en ejecución sus primeros deseos de consagrarse al Señor, e inmediatamente solicitó ingresar en el convento de reli- giosas agustinas de dicha ciudad; pero esta gracia le fué rehusada, porque en aquella comunidad sólo eran admitidas las vírgenes. Conformándose con la voluntad divina, se propuso formar en su habi- tación un retiro donde pudiera servir a Dios, como en el claustro la más perfecta religiosa; ocupóse en cuantos laudables ejercicios recomienda el Apóstol a las viudas cristianas, brillando en este estado con el mismo ejem- plo maravilloso que en el de virgen y en el de casada. Estando una noche en oración, retumbaron tres golpes violentos dados en la puerta, y oyó una voz que desde fuera le decía: «¡Rita! ¡Rita!» Abrió nuestra Santa y vió ante su presencia a sus tres santos patronos: San Juan Bautista, San Agustín y San Nicolás de Tolentino, que, cogiéndola casi en volandas, la llevaron al convento donde por tres veces le habían negado la entrada. Hiciéronla entrar los tres mensajeros, a pesar de estar cerradas todas las puertas y muy aseguradas con grandes cerrojos y barrotes de hierro, y, dejando a Rita de Casia en uno de los claustros, los tres santos desaparecieron de su vista. Era la hora en que las religiosas volvían del coro después de cantar Maiti- nes. Para ir a sus respectivas celdas debían pasar por el sitio donde la hu- milde viuda había quedado, muda de admiración ante esa serie de prodigios. Llegaron primero las más jóvenes de la comunidad, las cuales, entre- viendo a la pálida luz de una lámpara una forma humana de la que única- mente se distinguía parte del rostro, quedaron sobrecogidas de espanto. Paráronse inmediatamente; temblaban sus piernas y palidecía su rostro en presencia de lo que ellas creían un ladrón o un fantasma; por ventura, las otras religiosas de más edad cobraron ánimos, formaron un grupo capaz de resistir al miedo y se fueron acercando.
  • 4. Rita estaba por su parte tan admirada de todo lo que había pasad», que perdió el uso de la palabra, y no sabía en qué términos tranquilizarían. Poco a poco, sin embargo, fué volviendo de su asombro y les explicó por qué milagro se encontraba en el claustro. La priora estaba tan sobre- cogida que, viendo tan claramente manifestada la voluntad divina, no pensó en invocar la prohibición de las Constituciones, y la alegría de las religio- sas fué tanto más viva cuanto mayor había sido el miedo. Reunióse luego la Comunidad en Capítulo y decidieron por unanimidad que la santa viuda fuese recibida. «Es justo — decían— que obedezcamos a la voluntad de Dio» con tanta evidencia declarada, y que nuestras Constituciones cedan ante un caso en el que las puertas y cerrojos del convento no han podido resistir». Apenas admitida la novicia, púsose a trabajar con denuedo para adquirir la perfección que se había propuesto; consagróse de lleno a la oración y a la penitencia; redujo su cuerpo a la esclavitud por frecuentes flagelacio- nes; usó siempre un áspero cilicio y en su ropa llevó cosidas espinas que de continuo la torturaban. Ayunaba todos los días a pan y agua, y pasaba la mayor parte de las noches en vigilia y oración. Tenía por costumbre consagrar a la meditación de la Pasión del Salva- dor desde media noche hasta la salida del sol; los dolores del Divino Maes- tro la condolían de tal modo, que varias de sus compañeras, y en distinta» ocasiones, la hallaron sin conocimiento, tendida sobre las frías losas del coro. IMPRESIÓN MILAGROSA DE UNA LLAGA EN LA FRENTE DE RITA A CONTECIÓ que, cierto día, después de haber oído un sermón sobre la Pasión, predicado por el célebre franciscano San Jacobo de Iii Marca, pidió con extraordinario fervor ante una imagen de Cristo crucificado que le hiciera padecer alguno de los dolores que Él sufrió por salvarnos. Su oración fué escuchada, pues mientras saboreaba, en este co- loquio sagrado, las delicias celestiales de que es capaz el alma humanii, sintió de repente oprimida su cabeza por una corona de punzantes espina»; al mismo tiempo vió salir del crucifijo ante el cual oraba un rayo de lu/. y, envuelto en él, una de las espinas de la corona que tema puesta la sania imagen, espina que fué a clavarse en la frente de Rita y le hizo una llaga que llevó toda su vida, y aun puede verse en su cabeza, conservada intacta como el resto del cuerpo. Con ello quiso el Señor complacer uno de los más vehementes deseos que la Santa había manifestado desde su infancia, cual era el de abrazarse con la cruz de Jesucristo y vivir en ella.
  • 5. A L salir para R om a, Santa R ita de Casia arrojó al agua la bolsa de dinero que le habían dado para los gastos del viaje, por- , siguiendo el consejo del Salmista, había confiado a D ios el • mdado de su cotidiano sustento, y le parecía que fuera insultar a la Providencia preocuparse de los intereses temporales.
  • 6. Dicha herida, profunda y dolorosa, sometió a ruda prueba la humildad de la paciente, pues exhalaba un olor fétido y repugnante, y con frecuencia salían de ella gusanos, que Santa Rita llamaba con ingenuidad «sus ange- litos». El deseo de no causar repugnancia a sus Hermanas por esta causa, le hizo renunciar a la vida común. lo que le procuró mayor libertad para entregarse por completo a la oración y a la penitencia. As! fué caminando durante toda su vida en pos de Jesús, con esa cruz a cuestas, sobrellevada con sostenida resignación y constancia, hasta que obtuvo el premio eterno. MILAGROS QUE PERMITEN A RITA UN VIAJE A ROMA OR aquel tiempo ocupaba el trono pontificio Nicolás V. La Iglesia Romana, que salía triunfante del gran cisma de Occidente, podía pre- guntarse si nuevos y más graves males no se cernían todavía sobre ella. Nunca la amenaza de los turcos había sido más temible. Un gran Jubileo, publicado en 1450, fué la primera arma opuesta al Islam. Cristianos de todos los países del mundo acudieron a Roma con el fin de ganar aquella indulgencia extraordinaria. La priora de las agustinas de Casia resolvió no perder ocasión tan propicia, y manifestó que iría a visitar la tumba del príncipe de los Apóstoles, en compañía de algunas religiosas. Rita rogó insistentemente a la superiora que le concediera la merced de poder acompañarla; pero ésta se negó, manifestando a la Santa que la llaga que tenía abierta en la frente hacía repugnante su rostro y atraería sobre ella el menosprecio de las personas que ignoraban la causa de su herida. No se desanimó por esto Rita de Casia; púsose en oración y suplicó con gran fervor a la Divina Bondad hiciera desaparecer ese obstáculo, volvien- do su llaga invisible e inodora durante la peregrinación a Roma. Vióse su deseo inmediatamente cumplido; la llaga desapareció, pero subsistió el dolor y Rita pudo satisfacer su devoción y saborear en Roma las mayores deli- cias espirituales, sin perder el mérito de su participación misteriosa en los tormentos del Salvador. Durante aquel viaje demostró la Santa su amor a la pobreza voluntaria, pues, habiendo provisto la abadesa a cada religiosa peregrina de la canti- dad que juzgaba necesaria para los gastos de la peregrinación, Rita arrojó al primer río que. encontró en su camino la parte de dinero que le había correspondido; y, como fuese reconvenida por ello, respondió que no había pedido soportar por más tiempo aquella carga inútil, y que, siguiendo el consejo del Salvador, había confiado a Dios el cuidado de su cotidiano sus- tento, pues entendía que era hacer injuria a la Divina Providencia preocu- parse de los intereses temporales.
  • 7. Cumplida la piadosa peregrinación, tornóse a su convento, e inmediata- mente reapareció en su frente la llaga cerrada durante su viaje a Roma; y, vuelta por esta causa a su anterior aislamiento, se entregó con más ardor que nunca a la oración y penitencia, macerando su cuerpo sin compasión, para mejor reprimir el orgullo de la carne. Cuando el Divino Esposo estimó en sus inescrutables juicios llegada la hora de premiar con la corona de la vida eterna las inmarcesibles virtudes de su sierva, envióle, como mensajero divino, la enfermedad que había de librar a su alma de la envoltura corpórea que le sirvió de cárcel en su pe- regrinación por la tierra. EL MILAGRO DE LAS ROSAS Y LOS HIGOS E STREMECIÓSE Rita de alegría al sólo pensar que en breve podría salir de la cárcel del cuerpo para gozar, por fin, de la libertad y de la vida eterna y amar por siempre a Dios. El Señor, sin embargo, quiso exigir a su sierva nueva prueba de resignación, alargando su dolencia contra todo lo que humanamente podía esperarse de la flaqueza de su des- medrado cuerpo. Muchos y extraordinarios prodigios hicieron más patente la santidad de Rita. Cierto día fué a visitarla una parienta suya; Rita le agradeció la vi- sita y al despedirse le pidió que le mandara algunas rosas del jardín que en otro tiempo le había pertenecido en Roecaporcna. Como a la sazón corría el mes de enero, el más crudo del invierno, se tomó esta petición de nuestra Santa como efecto del delirio de la enfermedad, y la visitante no hizo el menor aprecio de tan extraña petición. Sin embargo, como al volver a su casa hubo de pasar por delante de los jardines de Roccaporena, puso distraídamente los ojos en ellos, y grande fué su sorpresa al contemplar cuatro magníficas rosas que acababan de abrir- se entre las ramas secas. Admirada del prodigio, entró en los jardines, cogió respetuosamente las flores y las llevó al convento de Casia. Rita las tomó agradecida, aspiró el suave perfume y luego las ofreció a sus Hermanas, que estaban llenas de admiración y estupor al ver cómo regala el Señor a sus elegidos. No dándose aún por satisfecha, pidió Rita a su parienta que fuera a buscar algunas frutas en el mismo lugar donde Dios había hecho brotar flo- res. La visitante corrió al jardín y halló una higuera con frutos ya ma- duros, de los que cogió algunos para ofrecérselos a Rita, que los comió con visible satisfacción, dando gracias a Dios por sus bondades.
  • 8. SU MUERTE. — MENSAJERA DE PAZ E STOS favores celestiales eran sólo preludio de otros mayores y más portentosos. Apareciósele un día Jesucristo radiante de hermosura y acompañado de su Madre, para anunciarle que muy pronto le troca- ría la corona de espinas por otra de inmarcesible gloria. Tan grata nueva produjo en Rita una alegría extraordinaria; quiso purificarse de antemano para ser más digna del Cordero sin mancilla, y al efecto recibió los Sacra- mentos de la Iglesia con fervor admirable, y poco después voló su alma al ciclo el día 22 de mayo del año 1457. En el momento mismo en que Rita expiró, voltearon los ángeles las campanas del convento para anunciar al pueblo la entrada triunfal de la sierva de Dios en el cielo. Al mismo tiempo una luz extraordinaria invadió la celda de la Santa, donde yacía su cuerpo inanimado y transfigurado, que exhalaba ya olor celestial. La llaga de la frente, antes de aspecto repug- nante, se trocó en un verdadero brillante de destellos deslumbradores. Al día siguiente de la muerte se expuso el cuerpo de Rita en la iglesia del convento. Todos los habitantes de la ciudad y de los alrededores acu- dieron para venerar a la religiosa cuyas heroicas virtudes conocían. Su cuerpo santo ha obrado numerosos milagros; uno de los más extra- ordinarios tuvo lugar poco tiempo después de la beatificación, que se veri- ficó en el pontificado de Urbano V III, el 16 de julio del año 1628. El mismo día en que se celebraban en Casia las fiestas solemnes acos- tumbradas en tales circunstancias, las santas reliquias fueron expuestas a la veneración de una myltitud inmensa que de todos los puntos de Italia se había congregado. Sucedió, pues, que, al formarse la procesión, se levantó viva discusión entre los clérigos seculares y los religiosos, sobre quién debía tener la precedencia; mas la Beata, por un prodigio singular, cuando más calientes estaban los ánimos, abrió los ojos y dió inequívocas señales de vida. Ante este suceso milagroso y al grito repetido de «¡Milagro! ¡Mila- gro!», se apaciguó instantáneamente la excitación de los contendientes. El culto de la Beata Rita puso de manifiesto, a la vez, la devoción popular y la estima en que la Iglesia tenía sus virtudes. Aun antes de la canonización se permitió dedicarle una iglesia en Roma. Al fin de su pro- ceso, el 27 de marzo de 1900, León X III autorizó que en la misma sesión se procediese a dos formalidades muy importantes y de ordinario muy lar- gas, a saber: la aprobación de los milagros y la decisión sobre el decreto «de tuto». Este favor inusitado fué — al decir de los entendidos— un nuevo milagro de la futura Santa, que fué canonizada el 24 de mayo de 1900, el día de la Ascensión, al mismo tiempo que San Juan Bautista de la Salle.
  • 9. PRODIGIOS PERMANENTES E L cuerpo de Santa Rita se ha conservado intacto hasta nuestros días; cinco siglos no han podido corromper aquella carne purificada por la penitencia y la santa vida. Todo el mundo puede contemplarle en la iglesia del convento de Casia en un hermoso relicario de cristal. Des- pués de tantos años transcurridos, sus miembros conservan aún la flexibi- lidad y las facciones de la cara toda su expresión, de modo que la Santa parece dormida o sumida en éxtasis. Más de una vez, entre otras en 1926. el santo cuerpo ha cambiado por sí mismo de actitud; los pies y las manos se han elevado ligeramente y la cara, inclinada antes hacia los que le reza- ban, se ha vuelto hacia el cielo; en 1927 la mano derecha se alzó por tres veces, juntando los dedos como en actitud de bendecir. Este prodigio, que ya se había producido otras veces en tiempos pasa- dos, ha sido siempre considerado como anuncio de grandes gracias. En el jardín del claustro se ve aún el rosal milagroso; no florece todos los años, pero, si ostenta sus magníficas rosas, es siempre en invierno. En el mismo huerto crece lorzana una parra de la que todos los años mandan las monjas algunos racimos al Padre Santo. Su origen es también milagroso. Para probar la obediencia de Rita, su priora le mandó plantar y regar unos sarmientos que iban a quemarse porque estaban secos desde hacía mucho tiempo. Rita cumplió la orden recibida, y la leña seca revivió y se hizo fecunda. La parra milagrosa cuenta actualmente quinientos años y nunca ha sido podada. S A N T O R A L Santos Casto y Em ilio, mártires; Basilisco, soldado y mártir; Bobón, militar que luchó contra los sarracenos en Provenza y murió en Lombardía; Casto y Casio, obispos y mártires; Atón, obispo de Pistoya, Marciano, obispo de Ravena; Lupo, obispo de Linioges; Petronio y Román, abades; Aigulfo, Donato, Eusebio y Fulgencio, obispos; Faustino, Timoteo, Venusto, Eme- lio, Albino, Rogaciano, Jenaro y nueve más, mártires en Roma; Fulco, confesor; Ausonio, m ártir; Vital, presbítero, Volfelmo, confesor, honrado en Colonia; Gosvino, niño mártir en Roma. Beatos Pedro de la Asunción, franciscano, y Juan Bautista Machado, jesuíta, mártires en el Japón. San- tas Rita de Casia, viuda: Julia, virgen y mártir en Córcega; Elena y Ali- mena, vírgenes en Auxerre; Quiteria, virgen y mártir, a la que se invoca contra la rabia. Beatas Joaquina Vedruna de Mas, fundadora de las Her- manas Carmelitas de la Caridad; Humiliana, terciaria de San Francisco.