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Corazón inflamado de amor divino Medalla de Gregorio XV
D Í A 26 DE MAY O
S A N F E L I P E NE RI
FUNDADOR DEL ORATORIO DE ROMA (1515 - 1595)
L
A gloria de San Felipe Neri es la de todos los grandes reformadores
que, venidos al mundo providencialmente, se esforzaron en com-
prender bien su época para remediar sus males y desvarios. La
vida de este gran Santo abarca casi todo el siglo X V I. uno de los
más brillantes y al mismo tiempo de los más turbulentos de la Edad Moderna.
Es la época del Renacimiento y de la pretendida Reforma. Échase, pues,
de ver la influencia que un apóstol como San Felipe Neri debió de ejercer
en esos tiempos de arraigadas creencias y a la vez de fuertes pasiones.
Felipe nació en Florencia, la «ciudad de las flores», el día 21 de julio
del año 1515. Su padre. Francisco Neri, fué abogado de mucho renombre,
y su madre. Lucrecia Soldi, descendía de familia noble. Ambos eran de cos-
tumbres cristianísimas y de gran virtud. Recibió el Bautismo en la iglesia
de San Juan, y hubo de pasar por las puertas de bronce del célebre Baptis-
terio, las cuales, según expresión de Miguel Ángel, son dignas del Paraíso.
El niño Felipe tenía un carácter amable en extremo, y lo conservó toda
su vida, constituyendo esta amabilidad exquisita el secreto de sus conquistas
in el apostolado. Muy pronto fué conocido en toda Florencia con el único
nombre de «Felipín el Bueno». Su devoción, que fué grande, no era afecta
de melancolía, antes bien iba unida a una deliciosa vivacidad infantil, no
desprovista de ingenio vivo y cierta travesura sin malignidad.
ERDIÓ pronto a su madre, pero la Providencia le deparó una ma
drastra que le amó como a hijo. A los dieciocho años, casi terminados
sus estudios, le envió su padre, por razones de familia, a la ciudad
de San Germano, situada al pie del monte Casino, para que viviese en com-
pañía de un tío suyo llamado Rómulo, hombre opulento y sin sucesión, que
le tenía destinado para heredero de su comercio y de todos sus bienes. Felipe,
sin embargo, nada aficionado a las riquezas, no se dejó seducir por la pers-
pectiva que le ofrecía su pariente, y, renunciando a aquellos bienes terre-
nos. a fines del año 1534 se trasladó a Roma, adonde le llamaba su piedad.
Fuése a hospedar en casa de un gentil hombre florentino llamado Ga-
leotto Caccia, el cual le acogió con bondad, le cedió un pequeño cuarto
en su misma casa, y, al fin, prendado de sus buenos modales y virtud, le
confió la educación de sus dos hijos. Los tiempos libres que le dejaban sus
obligaciones, dedicábalos al estudio de la Filosofía y de la Teología. Felipe
estuvo dotado, ciertamente, de un espíritu muy ilustrado, pero tenía, ante
todo, el sentido de lo divino. Los que le trataban quedaban admirados de
su sabiduría y de la exposición profunda y exacta de las materias más di-
fíciles; pero sobre todo poseía en alto grado la ciencia de los Santos, que
no logró sin recios combates.
Resplandecía la virtud en toda su conducta, en el semblante y en todo
su porte exterior. Su modestia y virginal pudor hacíanse respetar hasta de
los más disolutos; con todo eso no faltaron algunos tan malignos y tan des-
carados que tendieron lazos a su inocencia, pero siempre fué con gran con-
fusión de los mismos que le pretendían derribar. Por largo tiempo permitió
Dios que el demonio le asaltase con violentísimas tentaciones de impureza,
atormentando su imaginación con representaciones obscenas; pero Felipe
salía siempre victorioso de estos ataques del enemigo y con más ardor y
bríos para la lucha.
Entregábase de lleno a la meditación de las cosas divinas, llegando a
quedarse hasta cuarenta horas seguidas en sublime contemplación. En aque-
llos momentos el amor divino inflamaba de tal modo su corazón, que se
veía precisado a echarse por tierra, desabrochar sus vestidos y descubrir
el pecho, para temperar los divinos ardores que le consumían. Dormía poco
y se acostaba sobre el duro suelo; casi diariamente se disciplinaba con ca-
SU JUVENTUD,— EN ROMA
(lenas de hierro. Cada noche visitaba las siete principales iglesias de Roma,
y luego se retiraba al cementerio de San Calixto, y dicese que por espacio
de diez años no tuvo otro albergue. Cuando encontraba las iglesias cerradas,
hacía la estación al Santísimo, arrodillado en los pórticos. En estas peregri-
naciones nocturnas, se unía a Dios por la oración y el Señor inundaba el
corazón del Santo de tantas delicias, que con frecuencia se le oía decir:
«¡Basta, Señor, basta! ¡Detened. Señor, los torrentes de vuestra gracia!»
El día de Pentecostés del año 1545 suplicó al Espíritu Santo que le otor-
gase sus dones, y de tal modo se inflamó su corazón de amor divino, que
tuvo necesidad de arrojarse en tierra. Al levantarse vio que su pecho se
había ensanchado prodigicsamente. y al morir pudieron comprobar los mé-
dicos que tenía rotas las dos costillas falsas del lado del corazón; tal fué el
desenvolvimiento que éste adquirió al recibir las gracias del Divino Espíritu.
En cuanto a su corazón, sobrepasaba las dimensiones ordinarias, y la aorta
era dos veces más gruesa que lo normal.
SAN FELIPE, APÓSTOL SEGLAR
D
ESPUÉS de esta dichosa y memorable fiesta de Pentecostés, Felipe
se convirtió en verdadero apóstol de los pobres vergonzantes. Una
noche, yendo según costumbre a llevarles algunos víveres, encon-
tróse con un coche en el camino y. queriendo hacerle paso, cayó en una
fosa bastante profunda. Mas un ángel veló por él, y le mantuvo milagrosa-
mente en el aire, retirándole del peligro sin daño alguno.
La ardiente caridad para con el prójimo, indujo al siervo de Dios a
fundar — con la cooperación de su confesor— un asilo para peregrinos con-
valecientes. El día de San Roque, 16 de agosto de 1548, Felipe reunió en
la iglesia de San Salvador del Campo, a varios seglares abnegados dispues-
tos a secundar sus planes. Esta cofradía impulsada por Felipe Neri, ejerció
con ocasión del Jubileo de 1550 la caridad cristiana de servir a los pere-
grinos pobres. La obra tomó rápido incremento, pues, habiendo nacido en
una humilde casita, pronto fué necesario adquirir otra más capaz. No se
contentaron con dar hospitalidad a los pobres extranjeros, sino que, además,
acogieron a los convalecientes que, recién salidos del hospital, no tenían
casa ni comida convenientes para restablecerse. Más tarde se construyó el
magnífico hospital de la Santísima Trinidad, para los peregrinos y conva-
lecientes. Durante el Jubileo del año 1600, se dió de comer en él por espa-
cio de tres días, a más de cuatrocientos mil peregrinos.
SU APOSTOLADO ENTRE LA JUVENTUD
U
NA de las formas más interesantes del apostolado de Felipe, fué el
ministerio benévolo que durante toda su vida ejercitó entre los jó-
venes. Tenía tan gran ascendiente moral sobre ellos, gracias a sus
modales seductores, a su jovialidad y familiaridad, que era ordinario verle
en las calles de Roma, rodeado de un cortejo de jóvenes, charlando amiga-
blemente con .ellos sobre cosas de su oficio, interesándose por su familia y
sus estudios. En esto fué modelo de directores de patronatos. Los llevaba
de paseo a las afueras de Roma, a una quinta o casa de campo, y en sitio
adecuado los entretenía con juegos diversos de destreza y de carrera, de-
mostrando tener un concepto moderno del deporte en su aspecto moral e
higiénico. Procuraba que reinase gran animación y alegría. «Sed alegres — les
decía— , y no tengáis en eso escrúpulo ninguno».
ELIPE, simple seglar, autor de tantas maravillas, hubo al fin de ceder
a las instancias de sus amigos; abrazó el estado eclesiástico, y en el
mes de junio del año 1551, por orden de su confesor, recibió el sacer-
docio e ingresó en la comunidad de Presbíteros de San Jerónimo, que go-
zaba de merecida fama por las virtudes de sus individuos, y a la que per-
tenecía su director espiritual.
El joven sacerdote apreció justamente los estatutos de esta pequeña co-
munidad, que dejan gran libertad de acción a cada uno de sus miembros.
Estos deben vivir en comunidad, tener mesa común, pero no se obligan con
ningún voto. El Superior, sobre todos en honor, es en lo demás igual a
sus Hermanos; debe cumplir todas las funciones de su ministerio como pre-
dicador, confesor, etc., siguiendo turno riguroso por orden de antigüedad;
aunque tenga ochenta años, no está dispensado de servir a la mesa, pues
en la comunidad no hay Hermanos legos, especialmente encargados del ser-
vicio, sino que todos los Padres pasan por turno.
Tal es la casa que tiene las preferencias del nuevo sacerdote. Esta será
la cuna del Oratorio, así llamada por Felipe Neri, para indicar claramente
que la santificación de cada uno de sus miembros, clérigos seculares, sin
votos, debía basarse principalmente en la oración.
Felipe anheló durante mucho tiempo las misiones del Extremo Oriente;
pero, habiendo consultado a un santo religioso llamado Agustín Ghattino,
LA FUNDACIÓN DEL ORATORIO. — PRUEBAS
v e » y »
U
NA noche, al llevar unos víveres que da por amor de Dios, por
apartarse de un carro que viene con gran ím petu, San Felipe
N eri cae en un hoyo profundísim o. E l Señor, que amorosamente
vela por su siervo, le envía un ángel que le detiene en el aire y le
saca afuera sin recibir daño.
recibió de él esta respuesta: «Felipe no debe buscar las Indias, sino a Roma,
adonde Dios le destina, así como a sus hijos, para salvar las almas».
Desde aquel momento Roma fué el teatro de su apostolado; los hos-
pitales, las cárceles y las casas de misericordia eran el campo de su caridudi
y, como si no fuera bastante para su celo, no había día que no se le en-
contrase en las plazas, en los corrillos, en los sitios públicos, en los banco»,
en las hosterías y tabernas para ganar a todos con sus conversaciones y ejem-
plos. Pronto se notó una gran reforma de las costumbres.
Hizo un bien inmenso en el tribunal de la Penitencia. Permanecía díiu
enteros en el confesonario. («Aunque estuviera — decía— a las puertas drl
Paraíso, si supiera que un solo pecador tenía necesidad de mi ministerio,
dejaría gustoso la corte celestial, y descendería a la tierra para oírle cu
confesión».
Benévolo con los incrédulos, muy indulgente con los herejes y disidente»
de buena fe, atrajo un número considerable de almas a Dios, particular*
mente entre los judíos. El acento de su palabra era sincero, leal y profunda-
mente religioso; todo adversario digno de ser oído encontraba audiencia
en él; toda objeción de buena fe, era discutida. Introducía tan bien a la*
almas en el secreto divino, que su palabra era a la vez una defensa y un
testimonio.
Para convertir a los pecadores estableció las «conferencias espirituales),
Dió las primeras en su mismo cuarto, ante seis o siete personas; muy pronto
creció el auditorio y se vió precisado a solicitar un local más capaz. D14-
ronle, cabe la iglesia de San Jerónimo, una vasta sala que fué transformada
en «oratorio»; aquí había de tener su origen la Congregación de los Sacer-
dotes del Oratorio, aprobada por el papa Gregorio X III, el 15 de julio de 157S.
Paulo V aprobó las Constituciones el 24 de febrero de 1612.
Como iba en aumento el número de asistentes al oratorio, Felipe se aso-
ció algunos de sus hijos espirituales para que le ayudasen en sus conferencia».
Uno de los primeros cooperadores fué el gran analista religioso y luego car-
denal César Baronio.
Sin embargo, tantos triunfos le suscitaron muchas dificultades. Unas vecm,
mientras se preparaba para decir misa, le robaban el misal o los ornamento»,
o hallaba cerrada la puerta de la sacristía; otras, personajes ociosos y mal-
vados, se ocupaban de llenarle de injurias y mofas groseras. La calumniat
el equívoco, los propósitos tendenciosos, no empañaron en lo más mínimo
su acrisolada virtud. El mismo cardenal vicario, embaucado por gente en-
vidiosa, hizo llamar a Felipe y, después de reprenderle acremente por mu
peregrinaciones, le retiró las licencias de confesar durante quince días. «Puf
la gloria de Dios he dado comienzo a estos santos ejercicios —respondió hu-
mildemente el siervo de Dios— ; y por la gloria de Dios cesaré de practicarlos».
Mas, esta prueba no debía ser de larga duración, pues, habiendo muerta
repentinamente el cardenal vicario, el papa Paulo IV, llamado a juzgar la
•■misil, facultó al santo sacerdote para reanudar sus ejercicios, y solicitó el
rmiuurso de sus oraciones.
ARA facilitar a mayor número de gente la práctica de los ejercicios,
el fundador y sus compañeros creyeron conveniente tener casa propia
para ejercer más libremente su ministerio. Por consejo del papa Gre-
gorio X III, se hicieron cargo de la iglesia de Santa María in Vallicella. Allí
m- estableció definitivamente en 1575 la Congregación de los Sacerdotes del
Felipe, hallando demasiado pequeña la iglesia para el bien que anhelaba,
tuvo la audacia de hacerla derribar y emprender su reconstrucción a pesar
de la carencia de recursos. La Providencia y la Santísima Virgen proveyeron
10 necesario. San Carlos Borromeo fué uno de los primeros bienhechores del
nuevo Santuario, vulgarmente llamado «Iglesia Nueva». Celebróse por pri-
mera vez el oficio divino el día 3 de febrero del año 1577. Tres meses más
(urde, el 8 de mayo, Felipe Neri fué elegido superior del nuevo Instituto;
kíii embargo, debía esperar hasta fines de 1583 para habitar en Santa María
in Vallicella.
El género de vida era exactamente el de los Presbíteros de San Jerónimo;
reinaba el mismo espíritu de sencillez. Así se comprende que Baronio, cuyas
obras conocía y estudiaba toda la Europa católica, hubiera tomado pose- a
sion de la cocina, y escrito en la chimenea con gruesos caracteres: B aronio,
i ocinero perpetuo. Cuando los sabios y grandes señores iban a consultarle
iiiguna dificultad, con frecuencia le hallaban con su delantal de cocinero,
' tenían que esperar, antes de obtener respuesta, a que su maestro hubiera
Iregado las ollas.
Dios reservaba al naciente Instituto para mayores luchas, y Baronio, el
«cocinero perpetuo», iba a verse obligado, por orden de su Padre espiritual,
11 dejar sus hornillas y empezar la obra que ha inmortalizado su nombre.
Por entonces la herejía de Lutero cubría de ruinas gran parte de Europa.
I .os doctores protestantes se dedicaban a desnaturalizar la tradición inme-
morial de la Iglesia que los condenaba, y con tal designio habían comen-
/ndo a publicar una serie de obras verdaderamente disparatadas. Los prin-
cipales jefes del luteranismo iniciaron en las Centurias de Magdeburgo, esta
emnpaña contra el dogma católico, que los historiadores protestantes o re-
olueionarios han continuado hasta nuestros días, y cuya última palabra
lu sido la negación histórica de Cristo.
IGLESIA NUEVA. — BARONIO
<Oratorio.
Como en el Oratorio se daban conferencias diariamente, Felipe decidió
que uno de los que se dedicaban a esta misión, expusiera toda la historia
de la Iglesia, desde Jesucristo hasta sus tiempos, resumiendo las actas
de los mártires, las vidas de los Santos, los escritos de los Santos Padres, la
sucesión de los Pontífices, las disposiciones de los Concilios año por año,
a fin de disipar las fábulas de Magdeburgo. Rogó y suplicó a Baronio que
se encargara de aquel trabajo, pero el modesto oratoriano retrocedió ante la
magnitud de la tarea, sin acabar de decidirse a emprenderla. «No faltan
—decía— hombres más sabios y capaces que yo; fuera de eso, Onofre Pan-
vinio se había anticipado, al comenzar a escribir una Historia de la Iglesia».
Felipe fué inflexible: «Haced lo que se os manda — replicó— y no os im-
porte lo demás. Que la obra es difícil, ¿quién lo duda? Confiad en Dios
y Él hará lo demás».
Gracias a esto poseemos hoy los célebres Anales eclesiásticos.
OS historiadores y las bulas de canonización cuentan varios hechos
milagrosos de la vida de San Felipe Neri. Solamente citaremos la re-
surrección del joven príncipe Paulo Máximo, vuelto a la vida el
tiempo justamente necesario para confesarse, el 16 de marzo del año 1583.
El cuarto en que se realizó tan estupendo milagro ha sido transformado en
suntuosa capilla. Numerosos testigos, entre ellos el cardenal Sfondrato, arai-
, go del papa Paulo V, vieron varias veces al siervo de Dios en éxtasis, levan-
tado del suelo.
En presencia de hechos de este género, es interesante recordar los conse-
jos que el Fundador del Oratorio daba a los confesores, cuando les reco-
mendaba que no creyesen con ligereza las revelaciones o éxtasis que les
cuenten sus penitentes, sobre todo si son mujeres. Y, haciendo alusión a él
mismo y a los éxtasis que él llamaba «sus locuras», señalando así su rea-
lidad y lo penoso que a veces fueron a la naturaleza: «E l que busca los éxta-
sis y visiones — decía— , no sabe lo que se hace. Yo he tenido una penitente
que fué favorecida con éxtasis durante mucho tiempo. ¿Cuándo creéis que
me pareció más admirable? Cuando se reintegró a la vida común».
Felipe, después de las pruebas a que se vió sometido, llegó a ser objeto
de veneración universal. Varias veces le ofrecieron dignidades eclesiásticas,
pero fué en vano; ni los mismos papas Gregorio X IV y Clemente V III pu-
dieron hacerle aceptar el capelo cárdenalicio.
Agobiado por las fatigas inherentes a su ministerio, y siendo ya de edad
muy avanzada, Felipe supo por revelación que iba a morir. En 1593 presentó
MILAGROS Y ÉXTASIS. — ÚLTIMOS AÑOS Y MUERTE
I» renuncia del cargo de prior e hizo elegir en su lugar al sabio Baronio.
I.u hora de su muerte se acercaba. El día 25 de mayo, fiesta del Corpus
Christi del año 1595, el siervo de Dios pasó toda la mañana confesando a
los niños, dando a todos -sabios y atinados consejos; recomendando a unos
la frecuencia de los Sacramentos y la devoción a la Santísima Virgen como
medios eñcaces de salvación; a otros le lectura atenta de la vida de los
Santos,... cuando, de repente, se vió acometido de un vómito de sangre,
que le puso en el último trance. En vano se le prestaron toda clase de auxi-
lios; todos los remedios fueron inútiles, y Felipe, viendo próxima su muerte,
hizo llamar a los religiosos de su Orden.
Baronio, entonces Prior general del Oratorio, se acercó al lecho y le dijo:
«Padre Felipe, nos dejáis sin decirnos una sola palabra; por lo menos dadnos
vuestra bendición». A estas palabras, Felipe abrió los ojos, los clavó en el
cielo, y sin ningún otro movimiento los dirigió luego hacia sus hijos arro-
dillados, y expiró en la noche del 25 al 26 de mayo. Los milagros conti-
nuaron después de su muerte.
Se comenzó la instrucción del proceso de canonización el 2 de agosto
de 1597, o sea dos años después de su muerte. El 15 de mayo de 1615 Felipe
Neri fué colocado por el papa Paulo V entre el número de los Beatos. En
fin, el 12 de marzo de 1622, en tiempo de Gregorio XV, recibió los honores
de la canonización, al mismo tiempo que otros cuatro Beatos, tres de los
cuales vivieron, como Felipe, en el siglo X V I: San Ignacio de Loyola, San
Francisco Javier y Santa Teresa de Jesús.
Su cuerpo descansa en la iglesia de Santa María in Vallicella.
S A N T O R A L
Santos Felipe Neri, fundador; Eleuterio, papa y mártir; Pedro Sanz, mártir (11a-
mado Pedro M á rtir); Godo y Oduvaldo, abades; Cuadrato, obispo de Ate-
nas; Simitrio, presbítero, y veintidós compañeros, mártires; Prisco y Coto,
martirizados en Auxerre; /Cacarías, segundo obispo de Viena y mártir en
el Delfinado; Hildeberto, obispo de Meaux; Lamberto, obispo en Provenza;
Felicísimo, Heraclio y Paulino, mártires en Todi; Alfeo, padre de los após-
toles Santiago el Menor y Judas Tadeo; Vinizó y Jenaro, monjes de Monte
Casino. Beato Rolando, cisterciense. Santas Benita, virgen y mártir; Va-
leria y Menedina, mártires. Beata Mariana de Jesús Paredes, virgen, lla-
mada la «Azucena de Quito».

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  • 1. Corazón inflamado de amor divino Medalla de Gregorio XV D Í A 26 DE MAY O S A N F E L I P E NE RI FUNDADOR DEL ORATORIO DE ROMA (1515 - 1595) L A gloria de San Felipe Neri es la de todos los grandes reformadores que, venidos al mundo providencialmente, se esforzaron en com- prender bien su época para remediar sus males y desvarios. La vida de este gran Santo abarca casi todo el siglo X V I. uno de los más brillantes y al mismo tiempo de los más turbulentos de la Edad Moderna. Es la época del Renacimiento y de la pretendida Reforma. Échase, pues, de ver la influencia que un apóstol como San Felipe Neri debió de ejercer en esos tiempos de arraigadas creencias y a la vez de fuertes pasiones. Felipe nació en Florencia, la «ciudad de las flores», el día 21 de julio del año 1515. Su padre. Francisco Neri, fué abogado de mucho renombre, y su madre. Lucrecia Soldi, descendía de familia noble. Ambos eran de cos- tumbres cristianísimas y de gran virtud. Recibió el Bautismo en la iglesia de San Juan, y hubo de pasar por las puertas de bronce del célebre Baptis- terio, las cuales, según expresión de Miguel Ángel, son dignas del Paraíso. El niño Felipe tenía un carácter amable en extremo, y lo conservó toda su vida, constituyendo esta amabilidad exquisita el secreto de sus conquistas in el apostolado. Muy pronto fué conocido en toda Florencia con el único
  • 2. nombre de «Felipín el Bueno». Su devoción, que fué grande, no era afecta de melancolía, antes bien iba unida a una deliciosa vivacidad infantil, no desprovista de ingenio vivo y cierta travesura sin malignidad. ERDIÓ pronto a su madre, pero la Providencia le deparó una ma drastra que le amó como a hijo. A los dieciocho años, casi terminados sus estudios, le envió su padre, por razones de familia, a la ciudad de San Germano, situada al pie del monte Casino, para que viviese en com- pañía de un tío suyo llamado Rómulo, hombre opulento y sin sucesión, que le tenía destinado para heredero de su comercio y de todos sus bienes. Felipe, sin embargo, nada aficionado a las riquezas, no se dejó seducir por la pers- pectiva que le ofrecía su pariente, y, renunciando a aquellos bienes terre- nos. a fines del año 1534 se trasladó a Roma, adonde le llamaba su piedad. Fuése a hospedar en casa de un gentil hombre florentino llamado Ga- leotto Caccia, el cual le acogió con bondad, le cedió un pequeño cuarto en su misma casa, y, al fin, prendado de sus buenos modales y virtud, le confió la educación de sus dos hijos. Los tiempos libres que le dejaban sus obligaciones, dedicábalos al estudio de la Filosofía y de la Teología. Felipe estuvo dotado, ciertamente, de un espíritu muy ilustrado, pero tenía, ante todo, el sentido de lo divino. Los que le trataban quedaban admirados de su sabiduría y de la exposición profunda y exacta de las materias más di- fíciles; pero sobre todo poseía en alto grado la ciencia de los Santos, que no logró sin recios combates. Resplandecía la virtud en toda su conducta, en el semblante y en todo su porte exterior. Su modestia y virginal pudor hacíanse respetar hasta de los más disolutos; con todo eso no faltaron algunos tan malignos y tan des- carados que tendieron lazos a su inocencia, pero siempre fué con gran con- fusión de los mismos que le pretendían derribar. Por largo tiempo permitió Dios que el demonio le asaltase con violentísimas tentaciones de impureza, atormentando su imaginación con representaciones obscenas; pero Felipe salía siempre victorioso de estos ataques del enemigo y con más ardor y bríos para la lucha. Entregábase de lleno a la meditación de las cosas divinas, llegando a quedarse hasta cuarenta horas seguidas en sublime contemplación. En aque- llos momentos el amor divino inflamaba de tal modo su corazón, que se veía precisado a echarse por tierra, desabrochar sus vestidos y descubrir el pecho, para temperar los divinos ardores que le consumían. Dormía poco y se acostaba sobre el duro suelo; casi diariamente se disciplinaba con ca- SU JUVENTUD,— EN ROMA
  • 3. (lenas de hierro. Cada noche visitaba las siete principales iglesias de Roma, y luego se retiraba al cementerio de San Calixto, y dicese que por espacio de diez años no tuvo otro albergue. Cuando encontraba las iglesias cerradas, hacía la estación al Santísimo, arrodillado en los pórticos. En estas peregri- naciones nocturnas, se unía a Dios por la oración y el Señor inundaba el corazón del Santo de tantas delicias, que con frecuencia se le oía decir: «¡Basta, Señor, basta! ¡Detened. Señor, los torrentes de vuestra gracia!» El día de Pentecostés del año 1545 suplicó al Espíritu Santo que le otor- gase sus dones, y de tal modo se inflamó su corazón de amor divino, que tuvo necesidad de arrojarse en tierra. Al levantarse vio que su pecho se había ensanchado prodigicsamente. y al morir pudieron comprobar los mé- dicos que tenía rotas las dos costillas falsas del lado del corazón; tal fué el desenvolvimiento que éste adquirió al recibir las gracias del Divino Espíritu. En cuanto a su corazón, sobrepasaba las dimensiones ordinarias, y la aorta era dos veces más gruesa que lo normal. SAN FELIPE, APÓSTOL SEGLAR D ESPUÉS de esta dichosa y memorable fiesta de Pentecostés, Felipe se convirtió en verdadero apóstol de los pobres vergonzantes. Una noche, yendo según costumbre a llevarles algunos víveres, encon- tróse con un coche en el camino y. queriendo hacerle paso, cayó en una fosa bastante profunda. Mas un ángel veló por él, y le mantuvo milagrosa- mente en el aire, retirándole del peligro sin daño alguno. La ardiente caridad para con el prójimo, indujo al siervo de Dios a fundar — con la cooperación de su confesor— un asilo para peregrinos con- valecientes. El día de San Roque, 16 de agosto de 1548, Felipe reunió en la iglesia de San Salvador del Campo, a varios seglares abnegados dispues- tos a secundar sus planes. Esta cofradía impulsada por Felipe Neri, ejerció con ocasión del Jubileo de 1550 la caridad cristiana de servir a los pere- grinos pobres. La obra tomó rápido incremento, pues, habiendo nacido en una humilde casita, pronto fué necesario adquirir otra más capaz. No se contentaron con dar hospitalidad a los pobres extranjeros, sino que, además, acogieron a los convalecientes que, recién salidos del hospital, no tenían casa ni comida convenientes para restablecerse. Más tarde se construyó el magnífico hospital de la Santísima Trinidad, para los peregrinos y conva- lecientes. Durante el Jubileo del año 1600, se dió de comer en él por espa- cio de tres días, a más de cuatrocientos mil peregrinos.
  • 4. SU APOSTOLADO ENTRE LA JUVENTUD U NA de las formas más interesantes del apostolado de Felipe, fué el ministerio benévolo que durante toda su vida ejercitó entre los jó- venes. Tenía tan gran ascendiente moral sobre ellos, gracias a sus modales seductores, a su jovialidad y familiaridad, que era ordinario verle en las calles de Roma, rodeado de un cortejo de jóvenes, charlando amiga- blemente con .ellos sobre cosas de su oficio, interesándose por su familia y sus estudios. En esto fué modelo de directores de patronatos. Los llevaba de paseo a las afueras de Roma, a una quinta o casa de campo, y en sitio adecuado los entretenía con juegos diversos de destreza y de carrera, de- mostrando tener un concepto moderno del deporte en su aspecto moral e higiénico. Procuraba que reinase gran animación y alegría. «Sed alegres — les decía— , y no tengáis en eso escrúpulo ninguno». ELIPE, simple seglar, autor de tantas maravillas, hubo al fin de ceder a las instancias de sus amigos; abrazó el estado eclesiástico, y en el mes de junio del año 1551, por orden de su confesor, recibió el sacer- docio e ingresó en la comunidad de Presbíteros de San Jerónimo, que go- zaba de merecida fama por las virtudes de sus individuos, y a la que per- tenecía su director espiritual. El joven sacerdote apreció justamente los estatutos de esta pequeña co- munidad, que dejan gran libertad de acción a cada uno de sus miembros. Estos deben vivir en comunidad, tener mesa común, pero no se obligan con ningún voto. El Superior, sobre todos en honor, es en lo demás igual a sus Hermanos; debe cumplir todas las funciones de su ministerio como pre- dicador, confesor, etc., siguiendo turno riguroso por orden de antigüedad; aunque tenga ochenta años, no está dispensado de servir a la mesa, pues en la comunidad no hay Hermanos legos, especialmente encargados del ser- vicio, sino que todos los Padres pasan por turno. Tal es la casa que tiene las preferencias del nuevo sacerdote. Esta será la cuna del Oratorio, así llamada por Felipe Neri, para indicar claramente que la santificación de cada uno de sus miembros, clérigos seculares, sin votos, debía basarse principalmente en la oración. Felipe anheló durante mucho tiempo las misiones del Extremo Oriente; pero, habiendo consultado a un santo religioso llamado Agustín Ghattino, LA FUNDACIÓN DEL ORATORIO. — PRUEBAS
  • 5. v e » y » U NA noche, al llevar unos víveres que da por amor de Dios, por apartarse de un carro que viene con gran ím petu, San Felipe N eri cae en un hoyo profundísim o. E l Señor, que amorosamente vela por su siervo, le envía un ángel que le detiene en el aire y le saca afuera sin recibir daño.
  • 6. recibió de él esta respuesta: «Felipe no debe buscar las Indias, sino a Roma, adonde Dios le destina, así como a sus hijos, para salvar las almas». Desde aquel momento Roma fué el teatro de su apostolado; los hos- pitales, las cárceles y las casas de misericordia eran el campo de su caridudi y, como si no fuera bastante para su celo, no había día que no se le en- contrase en las plazas, en los corrillos, en los sitios públicos, en los banco», en las hosterías y tabernas para ganar a todos con sus conversaciones y ejem- plos. Pronto se notó una gran reforma de las costumbres. Hizo un bien inmenso en el tribunal de la Penitencia. Permanecía díiu enteros en el confesonario. («Aunque estuviera — decía— a las puertas drl Paraíso, si supiera que un solo pecador tenía necesidad de mi ministerio, dejaría gustoso la corte celestial, y descendería a la tierra para oírle cu confesión». Benévolo con los incrédulos, muy indulgente con los herejes y disidente» de buena fe, atrajo un número considerable de almas a Dios, particular* mente entre los judíos. El acento de su palabra era sincero, leal y profunda- mente religioso; todo adversario digno de ser oído encontraba audiencia en él; toda objeción de buena fe, era discutida. Introducía tan bien a la* almas en el secreto divino, que su palabra era a la vez una defensa y un testimonio. Para convertir a los pecadores estableció las «conferencias espirituales), Dió las primeras en su mismo cuarto, ante seis o siete personas; muy pronto creció el auditorio y se vió precisado a solicitar un local más capaz. D14- ronle, cabe la iglesia de San Jerónimo, una vasta sala que fué transformada en «oratorio»; aquí había de tener su origen la Congregación de los Sacer- dotes del Oratorio, aprobada por el papa Gregorio X III, el 15 de julio de 157S. Paulo V aprobó las Constituciones el 24 de febrero de 1612. Como iba en aumento el número de asistentes al oratorio, Felipe se aso- ció algunos de sus hijos espirituales para que le ayudasen en sus conferencia». Uno de los primeros cooperadores fué el gran analista religioso y luego car- denal César Baronio. Sin embargo, tantos triunfos le suscitaron muchas dificultades. Unas vecm, mientras se preparaba para decir misa, le robaban el misal o los ornamento», o hallaba cerrada la puerta de la sacristía; otras, personajes ociosos y mal- vados, se ocupaban de llenarle de injurias y mofas groseras. La calumniat el equívoco, los propósitos tendenciosos, no empañaron en lo más mínimo su acrisolada virtud. El mismo cardenal vicario, embaucado por gente en- vidiosa, hizo llamar a Felipe y, después de reprenderle acremente por mu peregrinaciones, le retiró las licencias de confesar durante quince días. «Puf la gloria de Dios he dado comienzo a estos santos ejercicios —respondió hu- mildemente el siervo de Dios— ; y por la gloria de Dios cesaré de practicarlos». Mas, esta prueba no debía ser de larga duración, pues, habiendo muerta
  • 7. repentinamente el cardenal vicario, el papa Paulo IV, llamado a juzgar la •■misil, facultó al santo sacerdote para reanudar sus ejercicios, y solicitó el rmiuurso de sus oraciones. ARA facilitar a mayor número de gente la práctica de los ejercicios, el fundador y sus compañeros creyeron conveniente tener casa propia para ejercer más libremente su ministerio. Por consejo del papa Gre- gorio X III, se hicieron cargo de la iglesia de Santa María in Vallicella. Allí m- estableció definitivamente en 1575 la Congregación de los Sacerdotes del Felipe, hallando demasiado pequeña la iglesia para el bien que anhelaba, tuvo la audacia de hacerla derribar y emprender su reconstrucción a pesar de la carencia de recursos. La Providencia y la Santísima Virgen proveyeron 10 necesario. San Carlos Borromeo fué uno de los primeros bienhechores del nuevo Santuario, vulgarmente llamado «Iglesia Nueva». Celebróse por pri- mera vez el oficio divino el día 3 de febrero del año 1577. Tres meses más (urde, el 8 de mayo, Felipe Neri fué elegido superior del nuevo Instituto; kíii embargo, debía esperar hasta fines de 1583 para habitar en Santa María in Vallicella. El género de vida era exactamente el de los Presbíteros de San Jerónimo; reinaba el mismo espíritu de sencillez. Así se comprende que Baronio, cuyas obras conocía y estudiaba toda la Europa católica, hubiera tomado pose- a sion de la cocina, y escrito en la chimenea con gruesos caracteres: B aronio, i ocinero perpetuo. Cuando los sabios y grandes señores iban a consultarle iiiguna dificultad, con frecuencia le hallaban con su delantal de cocinero, ' tenían que esperar, antes de obtener respuesta, a que su maestro hubiera Iregado las ollas. Dios reservaba al naciente Instituto para mayores luchas, y Baronio, el «cocinero perpetuo», iba a verse obligado, por orden de su Padre espiritual, 11 dejar sus hornillas y empezar la obra que ha inmortalizado su nombre. Por entonces la herejía de Lutero cubría de ruinas gran parte de Europa. I .os doctores protestantes se dedicaban a desnaturalizar la tradición inme- morial de la Iglesia que los condenaba, y con tal designio habían comen- /ndo a publicar una serie de obras verdaderamente disparatadas. Los prin- cipales jefes del luteranismo iniciaron en las Centurias de Magdeburgo, esta emnpaña contra el dogma católico, que los historiadores protestantes o re- olueionarios han continuado hasta nuestros días, y cuya última palabra lu sido la negación histórica de Cristo. IGLESIA NUEVA. — BARONIO <Oratorio.
  • 8. Como en el Oratorio se daban conferencias diariamente, Felipe decidió que uno de los que se dedicaban a esta misión, expusiera toda la historia de la Iglesia, desde Jesucristo hasta sus tiempos, resumiendo las actas de los mártires, las vidas de los Santos, los escritos de los Santos Padres, la sucesión de los Pontífices, las disposiciones de los Concilios año por año, a fin de disipar las fábulas de Magdeburgo. Rogó y suplicó a Baronio que se encargara de aquel trabajo, pero el modesto oratoriano retrocedió ante la magnitud de la tarea, sin acabar de decidirse a emprenderla. «No faltan —decía— hombres más sabios y capaces que yo; fuera de eso, Onofre Pan- vinio se había anticipado, al comenzar a escribir una Historia de la Iglesia». Felipe fué inflexible: «Haced lo que se os manda — replicó— y no os im- porte lo demás. Que la obra es difícil, ¿quién lo duda? Confiad en Dios y Él hará lo demás». Gracias a esto poseemos hoy los célebres Anales eclesiásticos. OS historiadores y las bulas de canonización cuentan varios hechos milagrosos de la vida de San Felipe Neri. Solamente citaremos la re- surrección del joven príncipe Paulo Máximo, vuelto a la vida el tiempo justamente necesario para confesarse, el 16 de marzo del año 1583. El cuarto en que se realizó tan estupendo milagro ha sido transformado en suntuosa capilla. Numerosos testigos, entre ellos el cardenal Sfondrato, arai- , go del papa Paulo V, vieron varias veces al siervo de Dios en éxtasis, levan- tado del suelo. En presencia de hechos de este género, es interesante recordar los conse- jos que el Fundador del Oratorio daba a los confesores, cuando les reco- mendaba que no creyesen con ligereza las revelaciones o éxtasis que les cuenten sus penitentes, sobre todo si son mujeres. Y, haciendo alusión a él mismo y a los éxtasis que él llamaba «sus locuras», señalando así su rea- lidad y lo penoso que a veces fueron a la naturaleza: «E l que busca los éxta- sis y visiones — decía— , no sabe lo que se hace. Yo he tenido una penitente que fué favorecida con éxtasis durante mucho tiempo. ¿Cuándo creéis que me pareció más admirable? Cuando se reintegró a la vida común». Felipe, después de las pruebas a que se vió sometido, llegó a ser objeto de veneración universal. Varias veces le ofrecieron dignidades eclesiásticas, pero fué en vano; ni los mismos papas Gregorio X IV y Clemente V III pu- dieron hacerle aceptar el capelo cárdenalicio. Agobiado por las fatigas inherentes a su ministerio, y siendo ya de edad muy avanzada, Felipe supo por revelación que iba a morir. En 1593 presentó MILAGROS Y ÉXTASIS. — ÚLTIMOS AÑOS Y MUERTE
  • 9. I» renuncia del cargo de prior e hizo elegir en su lugar al sabio Baronio. I.u hora de su muerte se acercaba. El día 25 de mayo, fiesta del Corpus Christi del año 1595, el siervo de Dios pasó toda la mañana confesando a los niños, dando a todos -sabios y atinados consejos; recomendando a unos la frecuencia de los Sacramentos y la devoción a la Santísima Virgen como medios eñcaces de salvación; a otros le lectura atenta de la vida de los Santos,... cuando, de repente, se vió acometido de un vómito de sangre, que le puso en el último trance. En vano se le prestaron toda clase de auxi- lios; todos los remedios fueron inútiles, y Felipe, viendo próxima su muerte, hizo llamar a los religiosos de su Orden. Baronio, entonces Prior general del Oratorio, se acercó al lecho y le dijo: «Padre Felipe, nos dejáis sin decirnos una sola palabra; por lo menos dadnos vuestra bendición». A estas palabras, Felipe abrió los ojos, los clavó en el cielo, y sin ningún otro movimiento los dirigió luego hacia sus hijos arro- dillados, y expiró en la noche del 25 al 26 de mayo. Los milagros conti- nuaron después de su muerte. Se comenzó la instrucción del proceso de canonización el 2 de agosto de 1597, o sea dos años después de su muerte. El 15 de mayo de 1615 Felipe Neri fué colocado por el papa Paulo V entre el número de los Beatos. En fin, el 12 de marzo de 1622, en tiempo de Gregorio XV, recibió los honores de la canonización, al mismo tiempo que otros cuatro Beatos, tres de los cuales vivieron, como Felipe, en el siglo X V I: San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier y Santa Teresa de Jesús. Su cuerpo descansa en la iglesia de Santa María in Vallicella. S A N T O R A L Santos Felipe Neri, fundador; Eleuterio, papa y mártir; Pedro Sanz, mártir (11a- mado Pedro M á rtir); Godo y Oduvaldo, abades; Cuadrato, obispo de Ate- nas; Simitrio, presbítero, y veintidós compañeros, mártires; Prisco y Coto, martirizados en Auxerre; /Cacarías, segundo obispo de Viena y mártir en el Delfinado; Hildeberto, obispo de Meaux; Lamberto, obispo en Provenza; Felicísimo, Heraclio y Paulino, mártires en Todi; Alfeo, padre de los após- toles Santiago el Menor y Judas Tadeo; Vinizó y Jenaro, monjes de Monte Casino. Beato Rolando, cisterciense. Santas Benita, virgen y mártir; Va- leria y Menedina, mártires. Beata Mariana de Jesús Paredes, virgen, lla- mada la «Azucena de Quito».