Arribando a la concreción II. Títulos en inglés, alemán y español
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Contratapa | Lunes, 9 de enero de 2006
A 79 AÑOS DEL NACIMIENTO DE RODOLFO WALSH
DOS LECTORES
Por Lilia Ferreyra *
En el año ’82 viajé a España desde México, donde estaba exiliada. En
Madrid conocí a Martín Grass, sobreviviente de la ESMA, con quien
hablamos durante una larga noche sobre la historia del horror en ese
centro clandestino. Mi primera pregunta fue ¿qué pasó con Rodolfo?
Escuché la descripción pausada, casi cuidadosa, de la imagen brutal de
la muerte que vio en el sótano de la ESMA: el cuerpo acribillado de
Rodolfo, con el pecho cortado por una diagonal de impactos, tirado en el
cemento frío. Martín lo reconoció y se estremeció. Había visto otros
muertos por las balas, pero nunca un cuerpo al que le hubieran disparado
con tanto odio, quizá porque querían agarrarlo con vida y Rodolfo se
resistió para impedirlo. ¿Y qué hicieron con él?, pregunté. No sabía;
suponía que quizá lo hubiesen quemado, porque difícilmente preparaban
un vuelo para tirar sólo un cuerpo al río. En estos casos, en la ESMA
solían desaparecerlos con lo que ellos llamaban un “asadito”.
–¿Y con todos los escritos de Rodolfo que estaban en la casa de San
Vicente?
–Llevaron todo a la ESMA. Allí pude leer los documentos críticos sobre
la política de Montoneros que escribió como aportes internos de la
organización.
Sentí que después de casi cinco años desde su desaparición, aquella
imagen de Rodolfo tecleando de noche o de día, escribiendo las
historias, corrigiendo los textos que sólo yo había leído, porque eran los escritos inéditos que había ido acumulando
en los años de clandestinidad, esa imagen tan nítida en mi memoria comenzaba otra vez a corporizarse. No habían
destruido esos papeles. Con ansiedad, intenté que Martín recordara qué otros textos había leído. Estaba la carpeta
con sus memorias, los borradores de los cuentos El 27, El Aviador y la bomba, Ñancahuazú. Veía el esfuerzo en
su cara y su mirada pedía disculpas.
–¿Y el cuento terminado, pasado en limpio, Juan se iba por el río? Empezaba así: “Juan Antonio lo llamó su madre.
Duda era su apellido. Su mejor amigo, Ansina, y su mujer, Teresa.” Es su último cuento, el que escribió
desglosando el material de la novela que ya había decidido no escribir. Es la historia del argentino derrotado del
siglo XIX; del último argentino antes de la grandes inmigraciones. Del hombre del pueblo que había sido llevado de
guerra en guerra, de tropa en tropa; que sobrevive a su tiempo y ya viejo, recorre la memoria de su vida y de la
época en que vivió. Que luchó junto con su amigo el negro Ansina en batallas que no eran las suyas, como la
noche antes de Cepeda, cuando los hicieron formarse para escuchar la arenga del general Mitre, quien los exhortó a
combatir por la Patria y entonces el negro lo mira a Juan y le dice: “En la patria de ellos, yo me cago”.
Martín se sonrió y dijo: Yo leí ese cuento; lo leí allí en la ESMA.
Una alegría extraña, una excitación indecible me sacudió. Había empezado a contarle el cuento y Martín me
interrumpió para continuar el relato. No era la única depositaria de esa memoria. Había otro lector y con ese lector
recordamos escenas del cuento: Juan mirando pasar la cureña con el féretro de San Martín cuando sus restos
fueron repatriados, entre batallones de antiguas tropas; Juan sentado en un banquito a la orilla del río, entre el