SlideShare una empresa de Scribd logo
1 de 27
Descargar para leer sin conexión
4.1 La resurrección de Cristo y nuestra propia
resurrección
Nuestra esperanza, que es Cristo resucitado, no resulta
tan sólo una esperanza realizable en el futuro. Cristo
resucitó ya, y nosotros estamos también ya ahora
resucitados en el resucitado. Ya desde ahora podemos
ser el que seremos, puesto que nuestra esperanza
cristiana es ya –de manera misteriosa pero real- una
realidad presente. Si en nuestro Bautismo nos
incorporamos a Cristo –a Cristo resucitado-, de su
vida de resucitado vivimos la vida nueva de los hijos
de Dios: estamos ya incorporados al resucitado.
Hemos, pues, de vivir ya ahora como resucitados.
Todos nos salvamos en Cristo: por nuestra
Lección 4
LA RESURRECCIÓN DE JESÚS Y NUESTRA RESURRECCIÓN
incorporación a Él. A la manera de un misterioso imán, el Verbo encarnado nos atrae a Sí,
uniéndonos a su Persona, asimilándonos a Él. Desde que una naturaleza humana quedó
inseparablemente unida a la Persona del Verbo, nuestra unión con Dios se realiza en Cristo.
Por ello nos encontramos también unidos a Él en cada acontecimiento de su vida,
fundamentalmente en su acontecimiento pascual: pasión, muerte y resurrección.
¿Nos sorprende dar como un hecho consumado la verdad de nuestra resurrección ya aquí?
Oigamos a san Pablo: Si resucitaron con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde Cristo está
sentado a la derecha de Dios; apetezcan las cosas de arriba, no las de la tierra1
. Se trata de un hecho
pretérito: ustedes ya resucitaron con Cristo. Y como ya resucitamos, no nos queda sino
permanecer con nuestra mirada pendiente de lo alto, donde está sentado Cristo a la derecha
de Dios.
Intentemos, pues, comprender esta verdad central: que la resurrección de Jesús no es un
hecho cerrado en sí mismo, sino que permanece abierto a todo hombre. Su resurrección es
ya ahora una resurrección que vivimos en nuestra carne mortal. Porque Jesús no sólo ha
resucitado, sino que Él mismo es la resurrección: toda resurrección es su resurrección. A Marta
le dice tajantemente: Yo soy la resurrección y la vida2
. Por tanto, si queremos comprender
nuestra situación en el mundo futuro, hemos de entender que, en labios de Jesús las
palabras resurrección y vida tienen un sentido causal: Él mismo es el principio, el porqué, la
causa eficiente de toda resurrección y de toda vida. Unidos a Él, su resurrección es la
nuestra; su vida es nuestra vida.
1
Colosenses 3, 1-2
2
El diálogo es también hondamente revelador: “‘Señor, su hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero sé que lo que pidas a Dios te
lo concederá’. Jesús le dijo: ‘Tu hermano resucitará’. Marta repuso: ‘Sé que resucitará en la resurrección en el último día’. Contestó Jesús: ‘Yo soy la
resurrección y la vida; quien cree en Mí, aunque muera, revivirá. Y todo el que vive y cree en Mí, no morirá jamás. ¿Lo crees tú?’ Ella le respondió:
‘Sí, Señor. Yo creo que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios que ha venido a este mundo’” (Juan 11, 21-26). Este pasaje viene a corroborar la fe que
existía en los judíos sobre la resurrección de los muertos.
Bajo esta perspectiva se ilumina otra enseñanza
paulina: que la resurrección de Jesús de Nazaret
tiene carácter de primicia, porque el que resucita
es el primogénito de todos los que vendrán
después: Cristo ha resucitado como primicia de los
que duermen3
. En otro texto Pablo reitera: Cristo
es el principio, primogénito de entre los muertos4
. Si
Cristo es primicia y primogénito de todos cuantos
resucitaremos, todas esas resurrecciones
posteriores son iluminadas por la del que nos
antecede. La resurrección de Cristo permanece
abierta: no ha terminado con Él, ya que no sólo
representa las demás resurrecciones sino que las
inaugura. Él es el primogénito de todos cuantos
resucitaremos después. Es primogénito en un
sentido fuerte, el sentido que tiene ese vocablo
en la lengua hebrea, lengua en la que el
primogénito es el que abre el seno.
Pablo vuelve a insistir, esta vez en sentido negativo: si no hay resurrección de muertos, tampoco
ha resucitado Cristo5
. El Apóstol argumenta aquí a partir de la relación entre Cristo y
nosotros, entre primicias y cosecha: si no hay cosecha es porque no ha habido primicias, ya
que si hay primicias, seguro habrá cosecha. Desde esta perspectiva lanza Karl Barth una
expresión magistral: Cristo resucitado es todavía futuro para sí mismo. Su resurrección no
termina en Él. Jesús realiza en su resurrección la humanidad nueva. La realiza y la inicia. Él
3
I Corintios 15, 20
4
Colosenses 1, 18
5
I Corintios 15, 13
sigue resucitando en cada hombre que, al incorporarse a esa resurrección, entra a formar
parte de esa humanidad nueva que no estará sometida ya más a la muerte.
Quizá ahora podemos comprender más claramente por qué la resurrección de Cristo es el
centro de nuestra fe. La resurrección no sólo esclarece toda la vida de Jesús, sino que
también salva y da sentido a las vidas de cuantos nos incorporamos a Él. Comprenderemos
también que esta relación (muerte-resurrección de Cristo y nuestra propia muerte-
resurrección) está basada en el hecho mismo de nuestro Bautismo: hubo en él un misterio
de muerte y de resurrección. Ahí murió nuestro hombre viejo y resucitó ya de algún modo el
hombre nuevo6
.
Así, pues, la fe en nuestra propia resurrección está toda ella fundamentada en el hecho de
nuestra incorporación a Cristo. Esto hace comprensible que la resurrección final de toda
carne tenga el sentido de hacer posible la plena comunión, también corpórea, entre los
hombres ya entonces corporalmente resucitados con el Señor corporalmente glorioso,
llevando así a su consumación la comunión que había tenido comienzo en el Bautismo y
que creció por la Eucaristía, produciéndose una más íntima y completa fusión en la persona
de Cristo como resultado del amor. Esta plena unión en Cristo comprende la identificación
tanto de nuestro cuerpo como de nuestra alma.
La liturgia, que es la fe celebrada, nos dice que el efecto de nuestra comunión eucarística es
que seamos, en Cristo, un solo cuerpo y un solo espíritu7
. De alguna manera, la misma materia
física de la Eucaristía (el pan transubstanciado), es materia del mundo futuro. En su
6
Esto lo explica san Pablo de modo muy claro y profundo en la siguiente cita: Romanos 6, 3-11: ¿Ignoran acaso que cuantos fuimos bautizados en Cristo
Jesús, en su muerte fuimos bautizados? Por eso fuimos, mediante el bautismo, sepultados junto con Él en la muerte, a fin de que como Cristo fue resucitado de
entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos en nueva vida. Pues si hemos sido injertados (en Él) en la semejanza de su muerte, lo
seremos también en la de su resurrección... sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado (con Él) para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no
sirvamos más al pecado, pues el que murió justificado está del pecado. Y si hemos muerto con Cristo, creeremos que viviremos también con Él, sabiendo que
Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no muere, la muerte ya no puede tener dominio sobre Él. Porque la muerte que Él murió, la murió al pecado una vez
para siempre; mas la vida que Él vive, la vive para Dios. Así también ustedes considérense muertos para el pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús.
7
Plegaria Eucarística, III
magisterio, Juan Pablo II lo explica claramente:
el Señor resucitado está realmente presente en la
Eucaristía y, en él, la humanidad y el universo
asumen el sello de la nueva creación. En la
Eucaristía se gustan las realidades definitivas y el
mundo comienza a ser lo que será en la venida final
del Señor8
. Junto con el Bautismo no debemos
olvidar la importancia fundamental que guarda
la Eucaristía en su relación con las verdades
últimas. Jesús mismo nos habla de que la
comunión con su Cuerpo nos otorga la vida
imperecedera, desde ahora ya poseída por ese
consorcio con su carne: El que come mi carne y
bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré
en el último día9
.
4.2 Hay dos formas de resucitar
Habiendo llegado a este punto, habiendo
ubicado nuestra propia resurrección en la
misma de Jesús, convendrá detenernos un poco
en lo supone resucitar en el contexto en que nos
venimos manejando. Porque resulta importante no dar ahora lugar a un equívoco: el de
conceptualizar la resurrección de Cristo de modo, digamos, terrestre, como si se tratara
simplemente de que Jesús volviera a la vida que tenía antes, reanudando lo que la muerte
había interrumpido. En este sentido no podríamos afirmar que tiene una vida nueva, sino
8
Audiencia General, 2-XII-1998, n. 3
9
Juan 6, 54
una segunda parte de la misma vida: Jesús seguiría atado a la caducidad, continuaría
siendo mortal. Ésta fue la resurrección de Lázaro, la de la hija de Jairo y la del hijo de la
viuda de Naím. A veces parecería que nos quedaríamos satisfechos si fuera ésta la
resurrección que se nos promete.
Sin embargo, este tipo de resurrección, aun siendo maravillosa, precedida de un enorme
milagro, no resuelve ninguno de los grandes problemas humanos. La muerte seguiría
siendo muerte y nosotros continuaríamos atados al tiempo y a la fugacidad. Esta
resurrección terminaría por ser tan sólo una suspensión o retraso de los efectos de la
muerte, no una entrada en la Vida plena y total.
Por ello, para una concepción adecuada de la resurrección de Jesús, tenemos que advertir
que Él no vuelve a estar vivo, como estuvo los treinta y tantos años de su permanencia visible
en nuestra tierra. No. Ahora manifiestamente es el que está vivo, el que vive, como repiten los
evangelistas: Jesús resucitado es el que no puede nunca jamás morir, el que posee la
plenitud de la vida. En su modo glorioso nos descubre una nueva manera de vida, ya no
limitada por la muerte. Cristo resucitado es el mismo y es distinto. Si de algún modo no fuese
el mismo, no podríamos hablar de resurrección, porque no se trataría de Jesús y no sería
reconocido por los suyos. Si de algún modo no fuese distinto, estaríamos ante el mortal
Jesús de Nazaret, pero no ante el inmortal dueño de la vida.
Por eso el resucitado es difícil de reconocer. Los testigos tienen ante Él una impresión rara,
como si se encontraran a alguien muy conocido pero que al mismo tiempo les resulta
extraño, alguien enormemente familiar pero que aparece en otra dimensión. Hasta
parecería que el mismo Jesús trata de acentuar este aspecto, presentándose con diversos
disfraces: de jardinero, de viajero, de joven desconocido que se pasea a la orilla del lago. Y,
cuando se desvela, lo hace en una especie de gesto litúrgico, sacramental, como si quisiera
indicar que su existencia es otra, esencialmente sagrada.
No es, pues, que la vida de Jesús perdure con su resurrección, sino que con ella pasó de la
vida corruptible a la incorruptible, de acuerdo con la fórmula paulina vestir de
incorruptibilidad lo corruptible10
. La resurrección de Cristo es, ciertamente, un paso de la
muerte a la vida, pero a una vida mucho más ancha y alta que la nuestra. Dejemos a
Bruckberger abundar sobre el tema:
“En lo que concierne a la resurrección de Jesucristo, hay un equívoco de base, de que no
están exentos muchos sermones y discursos católicos, y que conviene disipar. Es más
peligroso por ir vinculado a las palabras mismas “resurrección de entre los muertos”. El
primer medio de disipar un equívoco es definirlo.
Pues bien, las palabras “resurrección de entre los muertos”
tiene dos sentidos diferentes, no digo que completamente
opuestos, pero muy diferentes; por ser una superior al otro, el
sentido que viene al espíritu es en primer lugar un sentido
terrestre; entonces “resucitar de entre los muertos” quiere decir
volver a la vida que se había perdido, como uno vuelve a su casa
después de haberla dejado durante algún tiempo. En ese sentido
terrestre, la resurrección es una manera de dar cuerda al tiempo
igual que quien da cuerda al reloj. Es un proceso sorprendente:
se da hacia atrás en la vida el paso que se había dado hacia
delante en la muerte. Se había pasado el umbral de la muerte, se
vuelve a pasar el umbral en sentido inverso y se toman otra vez
las cosas donde estaban, tomándose a sí mismo donde se estaba.
Tal fue, en el Evangelio el caso de Lázaro resucitado por Jesús de
entre los muertos: no se hizo inmortal por eso. La muerte, para
10
I Corintios 15, 53
él, era sólo una partida aplazada.
No es inútil comprobar que este tipo de resurrecciones evoca los sueños encantados de
los cuentos infantiles, en que la bella Princesa se duerme profundamente y se despierta al
cabo de cien años, por el contacto del Príncipe encantador. Ningún problema se ha resuelto
con eso, ni el de la vida, ni el de la muerte, ni el de ese sueño mágico. A nuestra sensibilidad
moderna le repugnan esos cuentos infantiles, y ya he dicho de sobra cuánto le repugna el
milagro. Pero no hablo aquí de la resurrección de Lázaro, hablo de la resurrección de
Cristo.
Pues hay otro sentido para las palabras “resucitar de entre los muertos”, un sentido
“celeste”, si se quiere: es el único sentido aplicable a la resurrección de Jesucristo. No se
trató para Él de dar un paso atrás, sino, cuando había pasado el umbral de la muerte
terrestre, sin retroceder una pulgada, franquear más lejos un nuevo umbral, y dar un salto
prodigioso hacia delante; no ya volver a subir tiempo atrás, sino, por refracción victoriosa,
penetrar en la eternidad que está más allá del tiempo y de la muerte. Cristo no ha vuelto a
poner los pies en su casa terrestre: entró todo entero, cuerpo y alma, en su casa de
eternidad. Su resurrección no es absolutamente un retroceso, sino una prodigiosa
conmoción enteramente nueva, al menos para su cuerpo. Su resurrección no es un regreso a
nuestra vida terrestre, es un avance triunfal más allá de la vida terrestre, más allá de la
muerte terrestre, más allá de la tumba; no vuelve, escapa, se evade por una puerta que
hasta entonces nos estaba oculta, se evade definitivamente tanto de la vida presente como
de la muerte. Esté en el más allá, está libre, salta alegremente por las praderas eternas de su
patria de origen.
¡Esa sí que es la maravilla de las maravillas! Un prisionero se ha evadido, un hombre
ha escapado a la condición terrestre, ya está fuera del alcance del verdugo y del juez, del
legislador y del recaudador de impuestos, del clan familiar y de las crueles patrias de este
mundo, del médico, de la nodriza y del sepulturero, fuera del alcance de lo tuyo y de lo
mío, del comercio y del dinero, del muro medianero, de los sindicatos, de la gendarmería,
de las compañías de seguros, de la calumnia y la angustia, en resumen, de la vida cotidiana
y de la muerte, como su punto final ineluctable; la muerte sólo ha sido para Él una puerta
que franquear, libre con una libertad inconcebible antes de Él, y ha dejado detrás de Él el
camino luminoso que, a través de la muerte, permite alcanzarlo. En Él y por Él ya está
asegurada nuestra propia evasión. ¡Para nosotros esa libertad, suya y nuestra! Cuando el
Ángel removió la piedra, toda la prisión de los hombres tembló sobre sus cimientos, la
grieta ya es tan ancha y tan profunda que no se reparará jamás.
Pues esa alegre y victoriosa resurrección de Jesucristo cambia definitivamente el
sentido de la vida y de la muerte, de nuestra vida, para cada cual de nosotros. Jesucristo
abrió la brecha, hizo saltar el dique, derribó el bastión: quien lo ame, que lo siga; después de
Él, y por Él, la ciudad es nuestra. ¿Qué ciudad? La Jerusalén celeste, la vida eterna para
nuestras almas y para nuestros cuerpos. Las tumbas no están cerradas ya, el caparazón de
acero que encerraba en la muerte el destino del hombre ha saltado de un estallido. Eso es lo
que quiere decir la resurrección de Jesucristo, o bien no quiere decir nada.
Sí, cuerpo y alma, todo entero, Jesucristo ha pasado a la eternidad, al otro lado del
mundo. O más bien, ha ganado la eternidad al asalto, la ha conquistado con alta lucha, y
eso por nosotros como por Él, por nuestras pobres almas, por nuestros pobres cuerpos
también. Se quema el cuerpo de Gandhi o el de Nehru, se dispersas sus cenizas en el río
sagrado, se les felicita por haberse liberado al fin del cuerpo... ¡Pobres hindúes, pobre
Platón! Prefiero a Jesucristo. El hombre sólo será perfectamente libre si coincide con su
cuerpo y su cuerpo también es libre:
...cuerpo querido
te amo, único objeto que me defiende de los muertos!
¡Qué grande y maravillosa religión la que nos asegura que nuestro cuerpo mismo
participará en la vida eterna, en la hermosa inocencia incorruptible! “Creo en la
resurrección de la carne y en la vida eterna. ¡Amén!”11
.
4.3 El capítulo 15 de la primera carta a los corintios
Los relatos de la pasión, muerte y resurrección que
aparecen en los Evangelios no son ni la única ni la
primera expresión del misterio pascual. Sabemos hoy
que mucho antes de la redacción de éstos, la Iglesia
naciente vio circular entre sus fieles numerosas
formulaciones de su fe común. Estas formulaciones se
centraron rápidamente en el acontecimiento nuclear de
la existencia de Jesús: su muerte y su resurrección.
Entre ellas destaca la famosa fórmula de san Pablo,
una de las más antiguas y originales, que algunos
sitúan ya en el año 35 y que, quienes le atribuyen
menor antigüedad, colocan entre el año 40 y el 42, es
decir, a muy poco tiempo de distancia del hecho que testifican.
Es la primera carta a los Corintios. Para nuestro asunto, nos interesa detenernos ahora en el
capítulo 15, pues en él Pablo no emplea el tono de controversia que aparece en casi todo el
resto de su escrito. Simplemente recuerda a sus hermanos cuál es la buena nueva en la que
creen y por la cual se salvarán. Trasmite esa fórmula como el corazón mismo de su fe,
pidiendo a los creyentes de Corinto que no se dejen turbar por las opiniones que circulan en
11
R. L. BRUCKBERGER, Historia de Jesucristo, Ed. Omega, Barcelona 1966, p. 488, 492-494
el sentido de que no hay resurrección de los muertos. Pablo no trata de demostrar que Cristo
ha resucitado, sino de razonar a partir de esa evidencia fundamental de la fe.
Pinta un cuadro profundo y misterioso referente a nuestro destino eterno, cuadro que,
como hemos dicho, está intrínsecamente relacionado con el gran misterio de la resurrección
del Señor. Lo citamos de corrido para vislumbrar en bloque su enseñanza. Vale la pena
leerlo detenidamente, aunque resulte denso de contenido e incluya conceptos que sólo más
adelante desarrollaremos. Si queremos saltar de un aspecto concreto al lugar en que aparece
desarrollada esa enseñanza en nuestro texto, señalamos en qué apartado de nuestro escrito
se analiza esa verdad.
(Versículos 1-5 Aparece de entrada un prólogo solemne. Pablo comienza con una introducción acorde a
la importancia de lo que trasmitirá. Notamos también que resalta la identidad numérica del que fue
muerto en relación con el que fue sepultado y con el que resucitó. De esta cuestión trataremos con mayor
amplitud en el inciso 1.7 a)
Les recuerdo, hermanos, el Evangelio que les prediqué y que ustedes aceptaron, y en el cual
perseveran, y por el cual son salvados, si lo retienen en los términos que se los anuncié, a menos que
hayan creído en vano. Porque les trasmití ante todo lo que yo mismo recibí: que Cristo murió por
nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día,
conforme a las Escrituras, y que se apareció a Cefas, y después a los Doce...
(Versículos 12-20. Importa destacar ahora, además de la centralidad que para la fe guarda la resurrección
de Cristo, la palabra primicia, al final de este párrafo y de la cual ya tratamos. Volvemos sobre ello en el
inciso 1.7 C)
Ahora bien, si se predica a Cristo como resucitado de entre los muertos, ¿cómo dicen algunos que no
hay resurrección de muertos? Si es así que no hay resurrección de muertos, tampoco ha resucitado
Cristo. Y si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe. Y
entonces somos también hallados falsos testigos de Dios, por cuanto atestiguamos contrariamente a
Dios que él resucitó, si es que los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan tampoco
ha resucitado Cristo; y si Cristo no resucitó, vana es vuestra fe; aún estáis en vuestros pecados. Por
consiguiente, también los que ya murieron en Cristo se perdieron. Si solamente para esta vida
tenemos esperanza en Cristo, somos los más miserables de los hombres. Mas ahora Cristo ha
resucitado de entre los muertos como primicia de los que duermen.
(Versículos 21-28. Exposición escatológica que culmina en la anakefalaiosis, palabra griega que significa la
restauración de todo en la Cabeza, es decir, en Cristo. De este tema tratamos en el capítulo 3)
Puesto que por un hombre vino la muerte, por un hombre viene también la resurrección de los
muertos. Porque como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados. Pero
cada uno por su orden: como primicia Cristo; luego los de Cristo en su parusía; después el fin,
cuando Él entregue el reino a Dios y Padre, cuando haya derribado todo principado y toda potestad y
todo poder. Porque es necesario que Él reine ‘hasta que ponga a todos los enemigos bajo sus pies’. El
último enemigo será la muerte. Porque ‘todas las cosas las sometió bajo sus pies’. Mas cuando dice
que todas las cosas están sometidas, claro es que queda exceptuado Aquél que se las sometió todas a
Él. Y cuando le hayan sido sometidas todas las cosas, entonces el mismo Hijo también se someterá al
que le sometió todas las cosas, para que Dios sea todo en todas las cosas...
(Versículos 35-38. Se refiere ahora específicamente a la resurrección de los muertos. La semilla de que
habla es el principio del cual se vale Dios para hacer que el cuerpo resucitado sea el mismo que el de la
persona muerta. Es la fe que subyace en el culto a las reliquias de los santos; ver inciso 1.7 in fine)
Pero alguien dirá: ¿cómo resucitan los muertos? Y ¿con qué cuerpo vienen? ¡Oh, ignorante! Lo que
tú siembras no es vivificado si no muere. Y lo que siembras no es el cuerpo que ha de ser, sino un
simple grano, como por ejemplo de trigo o de algún otro. Mas Dios le da un cuerpo, así como Él
quiso, y a cada semilla cuerpo propio. No toda carne es la misma carne, sino que una es de hombres,
otra de ganados, otra de aves, otra de peces.
(Versículos 40-49. Trata de las distintos grados de premio y de la diferencia entre el cuerpo natural –
informado por la psiqué, imagen del Adán terrestre-, y el cuerpo glorioso, informado por el Espíritu
Santo o pneuma, que es la imagen del Adán celeste, es decir, de Cristo. Ver inciso 1.7 C y 2.4)
Hay también cuerpos celestes y cuerpos terrestres, pero uno es el esplendor de los celestes, y otro el de
los terrestres. Uno es el esplendor del sol, otro el esplendor de la luna, y otro el esplendor de las
estrellas, pero en esplendor se diferencia estrella de estrella. Así sucede también en la resurrección de
los muertos. Sembrado corruptible, es resucitado incorruptible; sembrado en ignominia, resucita en
gloria; sembrado en debilidad, resucita en poder; sembrado cuerpo natural, resucita cuerpo espiritual,
pues si hay cuerpo natural lo hay también espiritual, como está escrito: ‘el primer hombre, Adán, fue
hecho alma viviente’, el postrer Adán, espíritu vivificante. Mas no fue antes lo espiritual sino lo
natural, y después lo espiritual. El primer hombre hecho de la tierra es terrenal; el segundo viene del
cielo. Cual es el terrenal, tales son los terrenales; y cual es el celestial, tales serán los celestiales. Y así
como hemos llevado la imagen del (Adán) terreno, llevaremos la imagen del (Adán) celeste.
(Versículos 50-53. Revelación de misterios profundos, como que la carne y la sangre necesitan ser
transformadas para heredar el reino de Dios, así como otros misterios relativos al último día)
Lo que digo, hermanos, es, pues, esto: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni
la incorrupción puede poseer la incorruptibilidad. He aquí que les revelo un misterio: no todos
moriremos, pero todos seremos transformados en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la
trompeta final; porque sonará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros
seremos transformados. Pues es necesario que esto corruptible se vista de incorruptibilidad, y esto
mortal se vista de inmortalidad.
(Versículos 54-56. Triunfo de Cristo sobre la muerte y la virtud de la esperanza como fundamento de las
verdades escatológicas)
Cuando esto corruptible se haya vestido de incorruptibilidad, y esto mortal se haya vestido de
inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: ‘la muerte es engullida en la victoria’.
¿Dónde quedó, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde, oh muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el
pecado, y la fuerza del pecado es la ley. ¡Gracias sean dadas a Dios que nos da la victoria por nuestro
Señor Jesucristo! Así que, amados hermanos míos, estén firmes, inconmovibles, abundando siempre
en la obra del Señor, sabiendo que vuestra fatiga no es vana ante Él.
Hasta aquí el denso texto paulino. Habremos comprobado de nuevo que toda su
escatología se ilumina desde la verdad fundamental de la resurrección de Cristo. Por eso las
verdades que desarrolla luego sólo se comprenden bien a partir de ella, y a partir de ella se
comprende también el por qué de la vida del hombre y su misión, así como también el ser y
la misión de la Iglesia. Comprenderemos la insistencia de la predicación central: nosotros
predicamos a Cristo resucitado, pues es la verdad más consoladora y la más digna de ser
propagada: Cristo ha resucitado. En ella está contenido todo el mensaje cristiano, es el
verdadero evangelio. Cristo ha resucitado. Es la verdad que proclama la Iglesia y que ha de
divulgarse luego por calles y plazas. El mismo universo alza su voz y se publica en todos
los continentes, islas y océanos; las ondas lo propagan de extremo a extremo, pues es un
acontecimiento que no afecta sólo a la creación espiritual sino a la creación entera. Cristo ha
resucitado. Es menester que la noticia se trasmita de padres a hijos, por los siglos de los
siglos. Hace falta repetirlo una y mil veces a fin de que el mundo tenga sentido y el cielo
credibilidad: Cristo ha resucitado.
Comunicar esta noticia de generación en generación es más indispensable que enseñar a
leer y a escribir, justamente en la medida en que el fin es más importante que los medios.
4.4 ¿Cómo realiza la resurrección de Cristo nuestra propia resurrección?
La siguiente pregunta que nos planteamos obedece a
una estricta lógica. Si resucitamos en Cristo, ¿cuál es el
modo como realiza la resurrección de Cristo nuestra
propia resurrección? Quizá podamos tomar un poco de
aire y recordar que nos estamos moviendo no sólo en
ámbitos de misterio, sino que nos movemos también en
ámbitos de futuro. Pues aunque se ha dado ya esa
incorporación nuestra a la resurrección de Cristo,
nuestra incorporación no es aún definitiva. Sólo lo ha
sido en el caso de nuestra Madre Santísima, pues
creemos ser divinamente revelado que a Ella Dios le
ahorró el lapso de espera y realizó la asunción de su
cuerpo, llevado a los cielos, donde goza –en cuerpo y
alma- de la eterna bienaventuranza. Pero todos los
demás hechos de esperar a que llegue la plenitud de los
tiempos para comprender cómo se realiza esa
asimilación plena.
Comencemos por el ámbito dogmático: la conexión entre la resurrección de Cristo y nuestra
propia resurrección se declara en los símbolos de la fe. Los creyentes proclamamos nuestra
fe en Jesucristo que resucitó al tercer día según las escrituras para concluir añadiendo:
esperamos la resurrección de los muertos. Si ambas aserciones se encuentran en un mismo
Credo, ello no sucede como mera yuxtaposición de dos verdades creídas; se afirman ambas
sucesivamente porque la primera es el fundamento de la segunda.
Ahora bien, ¿cómo entender que la resurrección de Cristo realiza nuestra propia
resurrección? ¿Qué tipo de causas son las que intervienen para producir tal efecto? Ahora
nuestro recurso ante el misterio será la teología clásica tomista. Responde como suele hacer:
con rigor y precisión, sin dar espacio a la intuición o a la poesía, que podría aligerarnos y
endulzarnos el rigor de la teología, ilusionándonos con la llegada de Jesús en gran poder y
majestad que será el grandioso preludio no sólo de su más brillante triunfo, sino que será
también el grandioso preludio de nuestra definitiva incorporación a Él. Animarnos, en
definitiva, a querer resucitar en plenitud con Él para siempre. En fin, dice la escolástica que
la causalidad de la resurrección de Cristo sobre la nuestra es doble:
Primero, como causalidad eficiente. Causa eficiente o eficaz es lo mismo que causa
productora. La resurrección de Cristo es, pues la que produce la nuestra. San Pablo lo enseña
con el empleo de una doble identidad: Puesto que por un hombre vino la muerte, por un hombre
viene también la resurrección de los muertos12
. Así, pues, la resurrección de Cristo es causa
eficiente de la nuestra porque el cuerpo resucitado de Jesús está unido a la divinidad. De ahí le
viene tan gran poder. La explicación teológica, sin embargo, quiere puntualizar más. Va
adelante y nos dice que, si bien la resurrección de Cristo es causa eficiente de la nuestra, lo
es sólo en su carácter instrumental. Es, pues, causa eficiente instrumental, no principal, pues su
humanidad es instrumento de la divinidad y actúa con el poder de ésta. Del mismo modo
que por su pasión la humanidad de Cristo nos salva (la humanidad de Cristo ha sido la
causa eficiente instrumental de nuestra salvación), así por su resurrección es causada la
nuestra.
Segundo, la resurrección de Cristo causa la nuestra en cuanto causalidad ejemplar. Esto
significa que nuestra futura resurrección gloriosa se hará a imagen de nuestra Cabeza13
, es
decir, a imagen de la resurrección de Cristo. Ya citamos (al transcribir el capítulo 15 de I
Corintios) el texto de san Pablo que nos habla de la doble imagen adámica que nos define: Y
así como hemos llevado la imagen del (Adán) terreno, llevaremos la imagen del (Adán) celeste14
. La
12
I Corintios 15, 21
13
Símbolo del Concilio XI de Toledo, (año 675); DS 574
14
I Corintios 15, 49
expresión celeste se aplica a Cristo en cuanto que, por su resurrección, el cielo es la situación
que le corresponde.
Volvamos al Magisterio de la Iglesia. ¿Qué más nos dice de la relación causal entre la
resurrección de Cristo y la nuestra? Enseña concisamente que nuestra resurrección futura es
la extensión de la misma Resurrección de Cristo a los hombres15
. Ello obliga a tomar la
resurrección de Jesús como principio hermenéutico16
para explicar la nuestra. Estas
enseñanzas se apoyan de nuevo en la doctrina paulina. Nuestra esperanza de resucitar de
ese modo tiene sentido en nuestra adhesión a Cristo: los que murieron en Cristo, resucitarán17
.
Tertuliano centra ahí todo el objeto de nuestra esperanza: La esperanza de los cristianos es la
resurrección de los muertos; creyéndola, somos (cristianos)18
.
Para nadie es un secreto que nuestra fe en la resurrección de los muertos ha sido, a lo largo
de la historia de la Iglesia, difícil de aceptar. ¿Cómo es posible que de un hombre
prehistórico, o de las cenizas resultantes de una cremación, o de un hombre pulverizado
por una explosión o consumido por la lepra, vuelvan a surgir en perfecta lozanía y belleza
los músculos, los huesos, la sangre, la masa cerebral o la capacidad visual y auditiva?
Además, todo en perfección de orden, funcionamiento y plenitud. Orígenes llegó a decir
que el misterio de la resurrección, por no ser entendido, es la risa incesante de los infieles19
. Así les
ocurrió entre muchos a Tertuliano y a san Gregorio Magno, como reconocen humildemente
ellos mismos: También nosotros nos reímos de estas cosas en otro tiempo20
, dice el primero. Y el
segundo: Muchos dudan de la resurrección, como en otro tiempo fue nuestro caso21
. Por su parte,
15
SAGRADA CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Carta Recentiores episcoporum Synodi, 2: AAS 71(1979), 941.
16
Hermenéutica es una palabra griega que significa interpretación. Nuestra única forma de conocer las verdades futuras sobre el hombre y sobre el
mundo es la resurrección de Cristo: así, el principio interpretativo (hermenéutico) de nuestra propia resurrección y de la transformación del cosmos
es la resurrección del Señor en cuerpo glorioso.
17
I Tesalonicenses 4, 16
18
De resurrectione mortuorum 1, 1: CCL 2, 921 (PL 2, 841)
19
Contra Celsum, 1, 7: GCS 2, 60 (PG 11, 668)
20
Apologeticum 18, 1: CCL 1, 118 (PL 1, 378)
21
Homiliae in Evangelia, L. 2, homilía 26, 12: PL 76, 1203
san Agustín advierte que este tema es la piedra de escándalo de toda discusión teológica: en
ninguna cosa se contradice tanto a la fe cristiana como en la resurrección de la carne22
.
Sin embargo, esas dificultades no consiguieron que los primeros cristianos silenciaran
revelación tan fundamental. Todos los Símbolos de la Fe de los siglos iniciales culminan con
este artículo. Hemos, por tanto, de afrontar también hoy el tema de la resurrección como la
verdad central de nuestra fe, y construir sobre ella todo el edificio de la escatología. Sólo si
partimos de la resurrección de Cristo es posible lograr una correcta interpretación de los
estados futuros que nos aguardan luego de nuestra muerte.
4.5 Hechos históricos en torno a la resurrección de Cristo: puntos de referencia
para explicar la nuestra
Si la resurrección de Cristo es la causa
ejemplar de nuestra futura resurrección, es
lógico pensar que observándola
cuidadosamente lograremos obtener mayores
detalles sobre nuestra propia resurrección.
Vayamos ahora, pues, a escudriñar los hechos
históricos en torno a la resurrección del
Señor y, con ese principio hermenéutico,
vislumbraremos datos de nuestra
resurrección futura. Los hechos en que nos
detendremos son tres:
22
Enarratio in Psalmum 88, sermo 2, 5: CCL 39, 1237 (PL 37, 1134)
a) el sepulcro vacío,
b) las escenas de reconocimiento y
c) la transformación gloriosa del cuerpo resucitado de Jesús.
a) El sepulcro vacío (o, en otras palabras la desaparición del cadáver de Jesús)23
Todos los relatos evangélicos de los acontecimientos del domingo de Pascua comienzan
narrando que las mujeres encontraron vacío el sepulcro de Jesús. De ese hecho
incuestionable podemos extraer dos consideraciones:
Primera, que el aviso de la resurrección no habría ni siquiera sido tomado en cuenta si se
hubiera podido señalar un sepulcro con el cadáver masacrado de Jesús. No, el cuerpo
muerto de su Señor no aparecía por ninguna parte. Quienes afirmaran una resurrección
teniendo a la vista el cadáver habrían sido objeto de la pública irrisión.
Segunda, que el sepulcro vacío implica la identidad corpórea entre el crucificado y el
resucitado (con tal de que no perdamos de vista la diversidad cualitativa del cuerpo
glorioso de Jesús resucitado). Esta identidad se encuentra en la sucesión de las fórmulas
murió por nuestros pecados, fue sepultado y resucitó, expresadas en I Corintios 15, 3-4. Hay,
pues, una íntima conexión en que el muerto fue sepultado, y el sepultado fue el que resucitó. Ha
resucitado aquel cuyo cuerpo fue crucificado y sepultado (ver también Hechos 2, 31).
Ante estas dos consideraciones, estamos ya en condiciones de formular una primera
conclusión: que el sepulcro vacío de Jesús, a no ser que se suponga que los apóstoles
23
Ver Catecismo, n. 640
robaran su cuerpo24
, es indicativo de que la resurrección del Señor se refiere al mismo cuerpo
que pendía muerto en la cruz y descansaba en el sepulcro. No parece que haya otras
explicaciones posibles. Ahora bien, ¿qué relación hay entre el hecho aquí narrado y nuestra
propia resurrección? La respuesta es inmediata: el cuerpo de nuestra resurrección será
numéricamente el mismo que poseemos en carne mortal. A eso nos lleva la realidad
histórica del sepulcro vacío.
b) Las escenas de reconocimiento25
La misma tarde del domingo Jesús se aparece a sus apóstoles. Ante esa aparición
inesperada ellos sienten temor, porque creían ver un espíritu (cf. Lucas 24, 37). Jesús les
insiste en dos puntos: primero, que lo toquen, para que vean que no es un fantasma
(tóquenme y vean que un espíritu no tiene carne y huesos como ven que Yo tengo, v. 39), segundo,
que le den algo de comer, para convencerlos de lo mismo. Entonces Él realmente come
delante de los apóstoles el trozo de pescado asado que ellos le presentan (v. 42-43). Parece
que Jesús se empeña en hacerles comprender que su cuerpo es un cuerpo real, de carne y
hueso, capaz de realizar esa actividad tan humana que es el comer.
Pero hay una insistencia ulterior por parte de Jesús: vean mis manos y mis pies, porque Yo soy
el mismo. Es significativo que el medio de reconocimiento sean las manos y los pies, que no
son normalmente el medio para reconocer a alguien (el medio normal es evidentemente el
rostro). Ello no sería comprensible si no hubiera algo especial en esas manos y esos pies, y
24
Mateo 28,11-15: Mientras ellas iban, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los príncipes de los sacerdotes todo lo sucedido. Reunidos con
los ancianos, después de haberlo acordado, dieron una buena suma de dinero a los soldados con el encargo de decir: Sus discípulos vinieron de noche y lo robaron
mientras nosotros dormíamos. Si esto llegara a oídos del procurador, nosotros le calmaremos y cuidaremos de vuestra seguridad. Ellos tomaron el dinero y
actuaron según las instrucciones recibidas. Así se divulgó este rumor entre los judíos hasta el día de hoy.
Mateo 28, 11-15
25
Ver Catecismo, nn. 641-644
lo especial son las señales de los clavos. Ahora, pues, Jesús insiste en que su cuerpo
resucitado es su mismo cuerpo anterior a su muerte.
La misma insistencia aparece en Juan 20, 19-29: al aparecerse a los apóstoles les mostró las
manos y el costado (v. 20). Manos y costado que son la condición que Tomás pone para creer,
y que Jesús le muestra para que meta ahí sus dedos y su mano. Una vez más esa
comprobación de que el cuerpo que Tomás tiene delante es el mismo que estuvo
crucificado.
De nuevo podemos preguntarnos: ¿qué relación hay entre el hecho aquí narrado y nuestra
propia resurrección? Responderíamos que no sólo es nuestro mismo cuerpo el cuerpo con el
que resucitaremos, sino que será un cuerpo real. Podremos comer, pues es un verdadero
cuerpo humano, aunque ya no estaremos –como veremos adelante- a las limitaciones
actuales. Como será el mismo cuerpo que tuvimos en la tierra, y porque las llagas son el
triunfo de Cristo, aparecerá también en nosotros como condecoración aquello que nos haya
merecido un timbre de gloria para nuestra salvación.
c) La transformación gloriosa del cuerpo de Jesús resucitado
Dijimos antes que la resurrección del Señor no puede colocarse en paralelismo con los
milagros de resurrección (Lázaro, Naím, hija de Jairo) que Él mismo realizó durante su
vida26
. En todos estos casos, tiene lugar una vuelta a la vida terrena: ellos son resucitados
para volver a las condiciones normales de su vida anterior, estando sujetos al dolor, a la
enfermedad y, de nuevo, a la muerte. Por el contrario, Cristo, resucitado de entre los muertos,
ya no muere, la muerte no tiene ya dominio sobre Él27
.
26
Cf. Catecismo, n. 646
27
Romanos 6, 9
La sustracción a la muerte del cuerpo resucitado de Jesús sólo es posible si ese cuerpo ha
sido objeto de una profunda transformación, en virtud de la cual ha pasado ya a ser el
cuerpo de la gloria28
. Ése será también nuestro caso: resucitaremos en cuerpo de gloria.
4.6 ¿Cuáles son las características del cuerpo resucitado de Cristo, es decir, de
los cuerpos gloriosos?
Hemos repetido que sólo una manera tenemos en
nuestra situación presente de conocer cómo será
nuestro cuerpo glorioso, y es a través del conocimiento
del cuerpo glorioso de nuestro Señor Jesucristo.
Intentamos también deducir, a partir de los hechos
históricos, algunas de las características de ese Cuerpo.
El Catecismo de la Iglesia Católica viene en nuestro
auxilio, y nos resume del siguiente modo cómo es el
Cuerpo glorioso de Jesús:
“Jesús resucitado establece con sus discípulos
relaciones directas mediante el tacto29
y el compartir la
comida30
. Les invita así a reconocer que no es un
espíritu31
, pero sobre todo a que comprueben que el
mismo cuerpo resucitado con el que se presenta ante
ellos es el mismo que ha sido martirizado y
28
Filipenses 3, 21
29
Cf. Lucas 24, 39; Juan 20, 27
30
Cf. ibid. 24, 39. 41-43; Jn 21, 9. 13-15
31
Cf. ibid. 24, 39
crucificado, ya que sigue llevando las huellas de su pasión32
. Este cuerpo auténtico y real
posee, sin embargo, al mismo tiempo, las propiedades nuevas de un cuerpo glorioso:
- no está situado en el espacio ni en el tiempo,
- pero puede hacerse presente a su voluntad donde quiere y cuando quiere33
porque su humanidad ya no puede ser retenida en la tierra y no pertenece ya más que al
dominio divino del Padre34
.
Por esta razón también Jesús resucitado es soberanamente libre de aparecer como quiere:
bajo la apariencia de un jardinero35
o ‘bajo otra figura’ (Mc 16, 12) distinta de la que les era
familiar a los discípulos, y eso para suscitar su fe36
” (Catecismo, n. 645).
Con los datos disponibles, podemos decir que los cuerpos gloriosos son cuerpos inmortales
y perfectos. Ha sido eliminado cuanto en ellos había de negativo o de caduco: la
gravitación, la fragilidad, la opacidad, su tendencia a la disolución. Han sido liberados de
su sometimiento a las leyes de la naturaleza, para estar ahora sujetos sólo al dominio del
Padre. Son, pues, cuerpos aptos ya para vivir en el cielo nuevo y la tierra nueva. Cuerpos
invulnerables, vestidos de luz y embebidos de luz por dentro, sustraídos completamente a
las injurias del tiempo, de los elementos extraños o de la propia decadencia.
La teología clásica afirma ‘cuatro dotes’ en el cuerpo glorioso de Jesús: es sutil, luminoso, ágil
e impasible37
.
32
Cf. ibid., 24, 40; Jn 20, 20. 27
33
Cf. Mt 28, 9. 16-17; Lc 24, 15. 36; Jn 20, 14. 19. 26; 21, 4
34
Cf. Jn 20, 17
35
Cf. ibid 20, 14-15
36
Cf. ibid 20, 14. 16; 21, 4. 7
37
Esta doctrina de las cuatro dotes ha sido fruto de un laborioso análisis teológico, en base, por una parte, a los relatos evangélicos sobre el cuerpo
resucitado de Jesús y, por otra, al pasaje de la primera carta a los Corintios antes citado (versículos 40-44): Así sucede en la resurrección de los muertos.
Sembrado corruptible, es resucitado incorruptible (propiedad de la impasibilidad); sembrado en ignominia, resucita en gloria (propiedad de la agilidad: el
Sutil, en cuanto capaz de atravesar las paredes del cenáculo donde estaban reunidos
sus discípulos.
Ágil, insensible a las distancias existentes entre los diversos lugares en que se aparecía
de manera casi simultánea.
Un cuerpo luminoso, hecho de luz, pura transparencia del esplendor divino, pero que
mitigaba una y otra vez su claridad para no deslumbrar a nadie.
Impasible, que ya no podía sufrir, pero que conservaba y mostraba sus llagas. Ya no
estaba sujeto a ninguna necesidad; no estaba obligado a alimentarse pero podía hacerlo,
pues tampoco le afectaba ninguna prohibición o impedimento.
Así, pues, este nuevo modo de ser del cuerpo resucitado de Jesús se manifiesta en sus
modos de aparecerse. Lo hace en determinado espacio terreno y actuando en él, pero su
modo de hacerse presente y de actuar (aparece y desaparece, entra en el cenáculo estando
cerradas las puertas, etc.) señalan que su corporeidad, aunque plenamente real, no es ya de
esta dimensión, no pertenece ya a este mundo actual, sino al futuro.
No puede dejar de causar admiración ese enorme salto cualitativo de la carne material
informada por el alma humana, destinada a ser cuerpo de gloria. San Bernardo se pasma
ante el prodigio y, encarándose con esa materia destinada a tan gran fin, le dice: ¡Oh, mísera
carne, fétida e inmunda! ¿De dónde a ti este honor de que almas santas, selladas con la imagen de
Dios, redimidas por su preciosa sangre, te ansían y te esperan, y sin ti no puede completarse su
alegría ni consumarse su felicidad?38
.
cuerpo se ha liberado del peso de la materia); sembrado en debilidad, resucita en poder (el cuerpo se asemeja al espíritu y a su poder: propiedad de la
sutileza); sembrado cuerpo natural, resucita cuerpo espiritual (propiedad de la claridad o luminosidad: el cuerpo de los santos irradia resplandor)”
38
Sermo 3 in f. Omnium sanctorum, 2)
Objeciones.- Porfirio y la réplica de Orígenes.
Afirmar la resurrección de la carne en la que ahora vivimos encuentra dificultades que no
podemos ignorar. Aun cuando los avances de la genética nos permitan identificar un
código propio para cada persona, desde el cual sería posible para Dios, sin hacer una nueva
creación y a modo de la semilla del propio cuerpo de que habla san Pablo39
, trasformar toda
carne, esta verdad de fe es un misterio profundo que no alcanzamos a comprender. Desde
el siglo III se pensaba poder demostrar la necedad de la resurrección con reflexiones como
la de Porfirio:
Pues muchas veces muchos perecen en el mar y sus cuerpos son destruidos por los peces, muchos son
devorados por fieras y aves; cómo pueden volver a sus cuerpos? Ahora bien, examinemos
detalladamente lo dicho. Por ejemplo, uno naufraga; después los salmonetes comen su cuerpo; más
tarde unos, después de pescarlos y comerlos, perecen, y son devorados por los perros; los negros
cuervos y los buitres se comen los perros muertos. ¿Cómo, pues, se reunirá el cuerpo del náufrago,
destrozado por estos vivientes?40
.
Fue mérito de Orígenes haber enseñado, ya en su tiempo, que la materia del propio cuerpo
está sometida a un constante fluir; a pesar de ello, percibimos nuestro cuerpo como idéntico
a sí mismo a través de los años; por esto, para que el cuerpo resucitado sea el mismo que el
cuerpo que vivió en la tierra, no es necesario que conste de la misma materia. ¿Es acaso la
misma piel la del recién nacido que la del anciano? Sea cual fuere la materia de que está
hecho un cuerpo, es mi cuerpo, por el mero hecho de que a él se une mi alma.
39
Cf. I Corintios 15, 38
40
Fragment 94
Es también en esta línea donde la Iglesia católica presta atención al culto a las reliquias de
los santos. No sólo porque en el pasado fueron templos donde residió la Trinidad, sino
también porque esos restos serán vueltos a poner en relación con Cristo resucitado, a través
de la transformación del último día: los cristianos profesan que esos cuerpos que fueron
miembros de Cristo y templo del Espíritu Santo han de ser resucitados y glorificados41
.
4.8 La resurrección de los condenados
¿Qué decir de la resurrección de los que se pierden? En primer lugar, que también
resucitan. En el Nuevo Testamento la resurrección aparece como un hecho absolutamente
universal y como condición previa al juicio que tendrá a Cristo como Juez, juicio que será,
también él, universal42
. Existe, pues, un doble tipo de resurrección: la resurrección de vida y
la resurrección de muerte.
También lo afirma el Magisterio de la Iglesia cuando enseña que Cristo ha de venir a juzgar a
los vivos y a los muertos. A su venida todos los hombres han de resucitar con sus cuerpos y dar
cuenta de sus propios actos, y los que obraron el bien, irán a la vida eterna; los que el mal, al fuego
eterno43
.
41
Concilio de Trento, ses. 25, Decreto sobre (...) las reliquias: DS 1822
42
Hechos 24, 14-15: Dice san Pablo ante el procurador Félix y auditorio no cristiano: Te confieso, sí, esto: que según la doctrina que ellos llaman herejía,
así sirvo al Dios de nuestros padres, prestando fe a todo lo que es conforme a la ley, y a todo lo que está escrito en los profetas; teniendo en Dios una esperanza;
que, como ellos mismos la aguardan, habrá resurrección de justos e injustos
Juan 5, 28-29: Jesús dice: Viene la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán su voz (la del Hijo de Dios, como ha dicho en el v. 25), y saldrán los
que obraron el bien, para resurrección de la vida; los que obraron el mal, para resurrección de la condenación (la expresión viene la hora está en contraposición
con la hora presente a que se refiere el v. 25).
43
Simbolo Quicumque, DS 76. La fórmula “a los vivos y a los muertos” se refiere a los que vivan cuando suceda la parusía (los cuales no morirán,
según I Corintios 15, 51) y los que anteriormente hayan muerto. Lo mismo enseña la profesión de fe de Miguel Paleólogo del II Concilio de Lyon:
La misma sacrosanta Iglesia Romana firmemente cree y firmemente afirma que, asimismo, comparecerán todos los hombres con sus cuerpos el día del juicio ante el
tribunal de Cristo para dar cuenta de sus propios hechos43
. Ver también la Constitución Benedictus Deus de Benedicto XII.
1. Hasta ahí podemos hablar de la resurrección de los condenados. Carecemos para un
desarrollo ulterior de principio hermenéutico: no contamos con ninguna experiencia
de un cuerpo resucitado destinado al fuego del infierno. Quizá podríamos especular
sobre sus características hablando en negativo de todo lo que hemos dicho sobre los
cuerpos resucitados de los que se salvan, el inverso de todas sus dotes y perfecciones.
Pero nos quedaríamos en el nivel de la especulación: no ha querido Dios revelarnos
mas que el hecho mismo

Más contenido relacionado

Similar a aprendiendo Leccion_4_La_resurreccion (1).pdf

Nuestra iglesia 73
Nuestra iglesia 73Nuestra iglesia 73
Nuestra iglesia 73EvaRGP
 
Tema 10: Ante todo, esperanza
Tema 10: Ante todo, esperanzaTema 10: Ante todo, esperanza
Tema 10: Ante todo, esperanzaI.P. Cristo Rey
 
1 Corintios 15 (1ª. Parte) La resurrección de los muertos.pdf
1 Corintios 15 (1ª. Parte) La resurrección de los muertos.pdf1 Corintios 15 (1ª. Parte) La resurrección de los muertos.pdf
1 Corintios 15 (1ª. Parte) La resurrección de los muertos.pdfHumberto Rendon
 
Dom xx. t.o. ciclo 'b'
Dom xx. t.o. ciclo 'b'Dom xx. t.o. ciclo 'b'
Dom xx. t.o. ciclo 'b'Maike Loes
 
¿Cómo seremos al resucitar?
¿Cómo seremos al resucitar?¿Cómo seremos al resucitar?
¿Cómo seremos al resucitar?agufab
 
Lectio Divina Dominical de Pentecostés Ciclo A
Lectio Divina Dominical de Pentecostés Ciclo ALectio Divina Dominical de Pentecostés Ciclo A
Lectio Divina Dominical de Pentecostés Ciclo ACristonautas
 
Misterio pascual 5 to
Misterio pascual   5 toMisterio pascual   5 to
Misterio pascual 5 togcg2204
 
22 ceo en la resurrección de la carne
22 ceo en la resurrección de la carne22 ceo en la resurrección de la carne
22 ceo en la resurrección de la carnebdantart
 
PÁSCUA DE JESUCRISTO, EL HIJO DE DIOS
PÁSCUA DE JESUCRISTO, EL HIJO DE DIOSPÁSCUA DE JESUCRISTO, EL HIJO DE DIOS
PÁSCUA DE JESUCRISTO, EL HIJO DE DIOSIsaura Miike
 

Similar a aprendiendo Leccion_4_La_resurreccion (1).pdf (20)

Nuestra iglesia 73
Nuestra iglesia 73Nuestra iglesia 73
Nuestra iglesia 73
 
11
1111
11
 
Resurrección de Cristo
Resurrección de CristoResurrección de Cristo
Resurrección de Cristo
 
Tema 10: Ante todo, esperanza
Tema 10: Ante todo, esperanzaTema 10: Ante todo, esperanza
Tema 10: Ante todo, esperanza
 
Ii domingo de pascua
Ii domingo de pascuaIi domingo de pascua
Ii domingo de pascua
 
Resurrección de jesús
Resurrección de jesúsResurrección de jesús
Resurrección de jesús
 
1 Corintios 15 (1ª. Parte) La resurrección de los muertos.pdf
1 Corintios 15 (1ª. Parte) La resurrección de los muertos.pdf1 Corintios 15 (1ª. Parte) La resurrección de los muertos.pdf
1 Corintios 15 (1ª. Parte) La resurrección de los muertos.pdf
 
Escatologia introducion
Escatologia introducionEscatologia introducion
Escatologia introducion
 
V cuaresma guión
V cuaresma guiónV cuaresma guión
V cuaresma guión
 
Lección: Cristo en el Santuario celestial
Lección: Cristo en el Santuario celestialLección: Cristo en el Santuario celestial
Lección: Cristo en el Santuario celestial
 
Dom xx. t.o. ciclo 'b'
Dom xx. t.o. ciclo 'b'Dom xx. t.o. ciclo 'b'
Dom xx. t.o. ciclo 'b'
 
¿Cómo seremos al resucitar?
¿Cómo seremos al resucitar?¿Cómo seremos al resucitar?
¿Cómo seremos al resucitar?
 
Lectio Divina Dominical de Pentecostés Ciclo A
Lectio Divina Dominical de Pentecostés Ciclo ALectio Divina Dominical de Pentecostés Ciclo A
Lectio Divina Dominical de Pentecostés Ciclo A
 
Sesion La esperanza del Nuevo Testamento
Sesion La esperanza del Nuevo TestamentoSesion La esperanza del Nuevo Testamento
Sesion La esperanza del Nuevo Testamento
 
Consuelo_De_Su_Venida.pptx
Consuelo_De_Su_Venida.pptxConsuelo_De_Su_Venida.pptx
Consuelo_De_Su_Venida.pptx
 
Misterio pascual 5 to
Misterio pascual   5 toMisterio pascual   5 to
Misterio pascual 5 to
 
El credo-de-nuestra-fe (1)
El credo-de-nuestra-fe (1)El credo-de-nuestra-fe (1)
El credo-de-nuestra-fe (1)
 
22 ceo en la resurrección de la carne
22 ceo en la resurrección de la carne22 ceo en la resurrección de la carne
22 ceo en la resurrección de la carne
 
PÁSCUA DE JESUCRISTO, EL HIJO DE DIOS
PÁSCUA DE JESUCRISTO, EL HIJO DE DIOSPÁSCUA DE JESUCRISTO, EL HIJO DE DIOS
PÁSCUA DE JESUCRISTO, EL HIJO DE DIOS
 
La esperanza del Nuevo Testamento
La esperanza del Nuevo TestamentoLa esperanza del Nuevo Testamento
La esperanza del Nuevo Testamento
 

Último

LA PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO: CLAVES PARA LA REFLEXIÓN.pptx
LA PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO: CLAVES PARA LA REFLEXIÓN.pptxLA PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO: CLAVES PARA LA REFLEXIÓN.pptx
LA PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO: CLAVES PARA LA REFLEXIÓN.pptxAntonio Miguel Salas Sierra
 
CRECIMIENTO ESPIRITUAL PARA EL CREYENTE 1.pptx
CRECIMIENTO ESPIRITUAL PARA EL CREYENTE 1.pptxCRECIMIENTO ESPIRITUAL PARA EL CREYENTE 1.pptx
CRECIMIENTO ESPIRITUAL PARA EL CREYENTE 1.pptxRicardoMoreno95679
 
LA POBREZA EN EL PERU - FRANCISCO VERDERA V
LA POBREZA EN EL PERU - FRANCISCO VERDERA VLA POBREZA EN EL PERU - FRANCISCO VERDERA V
LA POBREZA EN EL PERU - FRANCISCO VERDERA Vczspz8nwfx
 
"Lo que tú quieras", biografía ilustrada de Montse Grases.
"Lo que tú quieras", biografía ilustrada de Montse Grases."Lo que tú quieras", biografía ilustrada de Montse Grases.
"Lo que tú quieras", biografía ilustrada de Montse Grases.Opus Dei
 
EXAMENES PREGUNTAS CORTA...........................S.pdf
EXAMENES PREGUNTAS CORTA...........................S.pdfEXAMENES PREGUNTAS CORTA...........................S.pdf
EXAMENES PREGUNTAS CORTA...........................S.pdfinmalopezgranada
 
HIMNO CRISTIANO TIERRA DE LA PALESTINA.pptx
HIMNO CRISTIANO TIERRA DE LA PALESTINA.pptxHIMNO CRISTIANO TIERRA DE LA PALESTINA.pptx
HIMNO CRISTIANO TIERRA DE LA PALESTINA.pptxPalitoBlanco1
 
la Eucaristia es una Fiesta-Explicación para niños
la Eucaristia es una Fiesta-Explicación para niñosla Eucaristia es una Fiesta-Explicación para niños
la Eucaristia es una Fiesta-Explicación para niñosGemmaMRabiFrigerio
 
PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO: CLAVES PARA LA REFLEXIÓN.pdf
PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO: CLAVES PARA LA REFLEXIÓN.pdfPARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO: CLAVES PARA LA REFLEXIÓN.pdf
PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO: CLAVES PARA LA REFLEXIÓN.pdfAntonio Miguel Salas Sierra
 
El Modelo del verdadero Compromiso..pptx
El Modelo del verdadero Compromiso..pptxEl Modelo del verdadero Compromiso..pptx
El Modelo del verdadero Compromiso..pptxjenune
 
Proverbios 8: La sabiduría viva de YHWH.
Proverbios 8: La sabiduría viva de YHWH.Proverbios 8: La sabiduría viva de YHWH.
Proverbios 8: La sabiduría viva de YHWH.yhostend
 

Último (12)

La oración de santa Luisa de Marillac por el P. Corpus Juan Delgado CM
La oración de santa Luisa de Marillac por el P. Corpus Juan Delgado CMLa oración de santa Luisa de Marillac por el P. Corpus Juan Delgado CM
La oración de santa Luisa de Marillac por el P. Corpus Juan Delgado CM
 
LA PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO: CLAVES PARA LA REFLEXIÓN.pptx
LA PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO: CLAVES PARA LA REFLEXIÓN.pptxLA PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO: CLAVES PARA LA REFLEXIÓN.pptx
LA PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO: CLAVES PARA LA REFLEXIÓN.pptx
 
CRECIMIENTO ESPIRITUAL PARA EL CREYENTE 1.pptx
CRECIMIENTO ESPIRITUAL PARA EL CREYENTE 1.pptxCRECIMIENTO ESPIRITUAL PARA EL CREYENTE 1.pptx
CRECIMIENTO ESPIRITUAL PARA EL CREYENTE 1.pptx
 
LA POBREZA EN EL PERU - FRANCISCO VERDERA V
LA POBREZA EN EL PERU - FRANCISCO VERDERA VLA POBREZA EN EL PERU - FRANCISCO VERDERA V
LA POBREZA EN EL PERU - FRANCISCO VERDERA V
 
"Lo que tú quieras", biografía ilustrada de Montse Grases.
"Lo que tú quieras", biografía ilustrada de Montse Grases."Lo que tú quieras", biografía ilustrada de Montse Grases.
"Lo que tú quieras", biografía ilustrada de Montse Grases.
 
EXAMENES PREGUNTAS CORTA...........................S.pdf
EXAMENES PREGUNTAS CORTA...........................S.pdfEXAMENES PREGUNTAS CORTA...........................S.pdf
EXAMENES PREGUNTAS CORTA...........................S.pdf
 
HIMNO CRISTIANO TIERRA DE LA PALESTINA.pptx
HIMNO CRISTIANO TIERRA DE LA PALESTINA.pptxHIMNO CRISTIANO TIERRA DE LA PALESTINA.pptx
HIMNO CRISTIANO TIERRA DE LA PALESTINA.pptx
 
Santa Luisa de Marillac nos muestra: Los escollos a evitar
Santa Luisa de Marillac nos muestra: Los escollos a evitarSanta Luisa de Marillac nos muestra: Los escollos a evitar
Santa Luisa de Marillac nos muestra: Los escollos a evitar
 
la Eucaristia es una Fiesta-Explicación para niños
la Eucaristia es una Fiesta-Explicación para niñosla Eucaristia es una Fiesta-Explicación para niños
la Eucaristia es una Fiesta-Explicación para niños
 
PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO: CLAVES PARA LA REFLEXIÓN.pdf
PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO: CLAVES PARA LA REFLEXIÓN.pdfPARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO: CLAVES PARA LA REFLEXIÓN.pdf
PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO: CLAVES PARA LA REFLEXIÓN.pdf
 
El Modelo del verdadero Compromiso..pptx
El Modelo del verdadero Compromiso..pptxEl Modelo del verdadero Compromiso..pptx
El Modelo del verdadero Compromiso..pptx
 
Proverbios 8: La sabiduría viva de YHWH.
Proverbios 8: La sabiduría viva de YHWH.Proverbios 8: La sabiduría viva de YHWH.
Proverbios 8: La sabiduría viva de YHWH.
 

aprendiendo Leccion_4_La_resurreccion (1).pdf

  • 1. 4.1 La resurrección de Cristo y nuestra propia resurrección Nuestra esperanza, que es Cristo resucitado, no resulta tan sólo una esperanza realizable en el futuro. Cristo resucitó ya, y nosotros estamos también ya ahora resucitados en el resucitado. Ya desde ahora podemos ser el que seremos, puesto que nuestra esperanza cristiana es ya –de manera misteriosa pero real- una realidad presente. Si en nuestro Bautismo nos incorporamos a Cristo –a Cristo resucitado-, de su vida de resucitado vivimos la vida nueva de los hijos de Dios: estamos ya incorporados al resucitado. Hemos, pues, de vivir ya ahora como resucitados. Todos nos salvamos en Cristo: por nuestra Lección 4 LA RESURRECCIÓN DE JESÚS Y NUESTRA RESURRECCIÓN
  • 2. incorporación a Él. A la manera de un misterioso imán, el Verbo encarnado nos atrae a Sí, uniéndonos a su Persona, asimilándonos a Él. Desde que una naturaleza humana quedó inseparablemente unida a la Persona del Verbo, nuestra unión con Dios se realiza en Cristo. Por ello nos encontramos también unidos a Él en cada acontecimiento de su vida, fundamentalmente en su acontecimiento pascual: pasión, muerte y resurrección. ¿Nos sorprende dar como un hecho consumado la verdad de nuestra resurrección ya aquí? Oigamos a san Pablo: Si resucitaron con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; apetezcan las cosas de arriba, no las de la tierra1 . Se trata de un hecho pretérito: ustedes ya resucitaron con Cristo. Y como ya resucitamos, no nos queda sino permanecer con nuestra mirada pendiente de lo alto, donde está sentado Cristo a la derecha de Dios. Intentemos, pues, comprender esta verdad central: que la resurrección de Jesús no es un hecho cerrado en sí mismo, sino que permanece abierto a todo hombre. Su resurrección es ya ahora una resurrección que vivimos en nuestra carne mortal. Porque Jesús no sólo ha resucitado, sino que Él mismo es la resurrección: toda resurrección es su resurrección. A Marta le dice tajantemente: Yo soy la resurrección y la vida2 . Por tanto, si queremos comprender nuestra situación en el mundo futuro, hemos de entender que, en labios de Jesús las palabras resurrección y vida tienen un sentido causal: Él mismo es el principio, el porqué, la causa eficiente de toda resurrección y de toda vida. Unidos a Él, su resurrección es la nuestra; su vida es nuestra vida. 1 Colosenses 3, 1-2 2 El diálogo es también hondamente revelador: “‘Señor, su hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero sé que lo que pidas a Dios te lo concederá’. Jesús le dijo: ‘Tu hermano resucitará’. Marta repuso: ‘Sé que resucitará en la resurrección en el último día’. Contestó Jesús: ‘Yo soy la resurrección y la vida; quien cree en Mí, aunque muera, revivirá. Y todo el que vive y cree en Mí, no morirá jamás. ¿Lo crees tú?’ Ella le respondió: ‘Sí, Señor. Yo creo que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios que ha venido a este mundo’” (Juan 11, 21-26). Este pasaje viene a corroborar la fe que existía en los judíos sobre la resurrección de los muertos.
  • 3. Bajo esta perspectiva se ilumina otra enseñanza paulina: que la resurrección de Jesús de Nazaret tiene carácter de primicia, porque el que resucita es el primogénito de todos los que vendrán después: Cristo ha resucitado como primicia de los que duermen3 . En otro texto Pablo reitera: Cristo es el principio, primogénito de entre los muertos4 . Si Cristo es primicia y primogénito de todos cuantos resucitaremos, todas esas resurrecciones posteriores son iluminadas por la del que nos antecede. La resurrección de Cristo permanece abierta: no ha terminado con Él, ya que no sólo representa las demás resurrecciones sino que las inaugura. Él es el primogénito de todos cuantos resucitaremos después. Es primogénito en un sentido fuerte, el sentido que tiene ese vocablo en la lengua hebrea, lengua en la que el primogénito es el que abre el seno. Pablo vuelve a insistir, esta vez en sentido negativo: si no hay resurrección de muertos, tampoco ha resucitado Cristo5 . El Apóstol argumenta aquí a partir de la relación entre Cristo y nosotros, entre primicias y cosecha: si no hay cosecha es porque no ha habido primicias, ya que si hay primicias, seguro habrá cosecha. Desde esta perspectiva lanza Karl Barth una expresión magistral: Cristo resucitado es todavía futuro para sí mismo. Su resurrección no termina en Él. Jesús realiza en su resurrección la humanidad nueva. La realiza y la inicia. Él 3 I Corintios 15, 20 4 Colosenses 1, 18 5 I Corintios 15, 13
  • 4. sigue resucitando en cada hombre que, al incorporarse a esa resurrección, entra a formar parte de esa humanidad nueva que no estará sometida ya más a la muerte. Quizá ahora podemos comprender más claramente por qué la resurrección de Cristo es el centro de nuestra fe. La resurrección no sólo esclarece toda la vida de Jesús, sino que también salva y da sentido a las vidas de cuantos nos incorporamos a Él. Comprenderemos también que esta relación (muerte-resurrección de Cristo y nuestra propia muerte- resurrección) está basada en el hecho mismo de nuestro Bautismo: hubo en él un misterio de muerte y de resurrección. Ahí murió nuestro hombre viejo y resucitó ya de algún modo el hombre nuevo6 . Así, pues, la fe en nuestra propia resurrección está toda ella fundamentada en el hecho de nuestra incorporación a Cristo. Esto hace comprensible que la resurrección final de toda carne tenga el sentido de hacer posible la plena comunión, también corpórea, entre los hombres ya entonces corporalmente resucitados con el Señor corporalmente glorioso, llevando así a su consumación la comunión que había tenido comienzo en el Bautismo y que creció por la Eucaristía, produciéndose una más íntima y completa fusión en la persona de Cristo como resultado del amor. Esta plena unión en Cristo comprende la identificación tanto de nuestro cuerpo como de nuestra alma. La liturgia, que es la fe celebrada, nos dice que el efecto de nuestra comunión eucarística es que seamos, en Cristo, un solo cuerpo y un solo espíritu7 . De alguna manera, la misma materia física de la Eucaristía (el pan transubstanciado), es materia del mundo futuro. En su 6 Esto lo explica san Pablo de modo muy claro y profundo en la siguiente cita: Romanos 6, 3-11: ¿Ignoran acaso que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, en su muerte fuimos bautizados? Por eso fuimos, mediante el bautismo, sepultados junto con Él en la muerte, a fin de que como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos en nueva vida. Pues si hemos sido injertados (en Él) en la semejanza de su muerte, lo seremos también en la de su resurrección... sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado (con Él) para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado, pues el que murió justificado está del pecado. Y si hemos muerto con Cristo, creeremos que viviremos también con Él, sabiendo que Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no muere, la muerte ya no puede tener dominio sobre Él. Porque la muerte que Él murió, la murió al pecado una vez para siempre; mas la vida que Él vive, la vive para Dios. Así también ustedes considérense muertos para el pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús. 7 Plegaria Eucarística, III
  • 5. magisterio, Juan Pablo II lo explica claramente: el Señor resucitado está realmente presente en la Eucaristía y, en él, la humanidad y el universo asumen el sello de la nueva creación. En la Eucaristía se gustan las realidades definitivas y el mundo comienza a ser lo que será en la venida final del Señor8 . Junto con el Bautismo no debemos olvidar la importancia fundamental que guarda la Eucaristía en su relación con las verdades últimas. Jesús mismo nos habla de que la comunión con su Cuerpo nos otorga la vida imperecedera, desde ahora ya poseída por ese consorcio con su carne: El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día9 . 4.2 Hay dos formas de resucitar Habiendo llegado a este punto, habiendo ubicado nuestra propia resurrección en la misma de Jesús, convendrá detenernos un poco en lo supone resucitar en el contexto en que nos venimos manejando. Porque resulta importante no dar ahora lugar a un equívoco: el de conceptualizar la resurrección de Cristo de modo, digamos, terrestre, como si se tratara simplemente de que Jesús volviera a la vida que tenía antes, reanudando lo que la muerte había interrumpido. En este sentido no podríamos afirmar que tiene una vida nueva, sino 8 Audiencia General, 2-XII-1998, n. 3 9 Juan 6, 54
  • 6. una segunda parte de la misma vida: Jesús seguiría atado a la caducidad, continuaría siendo mortal. Ésta fue la resurrección de Lázaro, la de la hija de Jairo y la del hijo de la viuda de Naím. A veces parecería que nos quedaríamos satisfechos si fuera ésta la resurrección que se nos promete. Sin embargo, este tipo de resurrección, aun siendo maravillosa, precedida de un enorme milagro, no resuelve ninguno de los grandes problemas humanos. La muerte seguiría siendo muerte y nosotros continuaríamos atados al tiempo y a la fugacidad. Esta resurrección terminaría por ser tan sólo una suspensión o retraso de los efectos de la muerte, no una entrada en la Vida plena y total. Por ello, para una concepción adecuada de la resurrección de Jesús, tenemos que advertir que Él no vuelve a estar vivo, como estuvo los treinta y tantos años de su permanencia visible en nuestra tierra. No. Ahora manifiestamente es el que está vivo, el que vive, como repiten los evangelistas: Jesús resucitado es el que no puede nunca jamás morir, el que posee la plenitud de la vida. En su modo glorioso nos descubre una nueva manera de vida, ya no limitada por la muerte. Cristo resucitado es el mismo y es distinto. Si de algún modo no fuese el mismo, no podríamos hablar de resurrección, porque no se trataría de Jesús y no sería reconocido por los suyos. Si de algún modo no fuese distinto, estaríamos ante el mortal Jesús de Nazaret, pero no ante el inmortal dueño de la vida. Por eso el resucitado es difícil de reconocer. Los testigos tienen ante Él una impresión rara, como si se encontraran a alguien muy conocido pero que al mismo tiempo les resulta extraño, alguien enormemente familiar pero que aparece en otra dimensión. Hasta parecería que el mismo Jesús trata de acentuar este aspecto, presentándose con diversos disfraces: de jardinero, de viajero, de joven desconocido que se pasea a la orilla del lago. Y, cuando se desvela, lo hace en una especie de gesto litúrgico, sacramental, como si quisiera indicar que su existencia es otra, esencialmente sagrada.
  • 7. No es, pues, que la vida de Jesús perdure con su resurrección, sino que con ella pasó de la vida corruptible a la incorruptible, de acuerdo con la fórmula paulina vestir de incorruptibilidad lo corruptible10 . La resurrección de Cristo es, ciertamente, un paso de la muerte a la vida, pero a una vida mucho más ancha y alta que la nuestra. Dejemos a Bruckberger abundar sobre el tema: “En lo que concierne a la resurrección de Jesucristo, hay un equívoco de base, de que no están exentos muchos sermones y discursos católicos, y que conviene disipar. Es más peligroso por ir vinculado a las palabras mismas “resurrección de entre los muertos”. El primer medio de disipar un equívoco es definirlo. Pues bien, las palabras “resurrección de entre los muertos” tiene dos sentidos diferentes, no digo que completamente opuestos, pero muy diferentes; por ser una superior al otro, el sentido que viene al espíritu es en primer lugar un sentido terrestre; entonces “resucitar de entre los muertos” quiere decir volver a la vida que se había perdido, como uno vuelve a su casa después de haberla dejado durante algún tiempo. En ese sentido terrestre, la resurrección es una manera de dar cuerda al tiempo igual que quien da cuerda al reloj. Es un proceso sorprendente: se da hacia atrás en la vida el paso que se había dado hacia delante en la muerte. Se había pasado el umbral de la muerte, se vuelve a pasar el umbral en sentido inverso y se toman otra vez las cosas donde estaban, tomándose a sí mismo donde se estaba. Tal fue, en el Evangelio el caso de Lázaro resucitado por Jesús de entre los muertos: no se hizo inmortal por eso. La muerte, para 10 I Corintios 15, 53
  • 8. él, era sólo una partida aplazada. No es inútil comprobar que este tipo de resurrecciones evoca los sueños encantados de los cuentos infantiles, en que la bella Princesa se duerme profundamente y se despierta al cabo de cien años, por el contacto del Príncipe encantador. Ningún problema se ha resuelto con eso, ni el de la vida, ni el de la muerte, ni el de ese sueño mágico. A nuestra sensibilidad moderna le repugnan esos cuentos infantiles, y ya he dicho de sobra cuánto le repugna el milagro. Pero no hablo aquí de la resurrección de Lázaro, hablo de la resurrección de Cristo. Pues hay otro sentido para las palabras “resucitar de entre los muertos”, un sentido “celeste”, si se quiere: es el único sentido aplicable a la resurrección de Jesucristo. No se trató para Él de dar un paso atrás, sino, cuando había pasado el umbral de la muerte terrestre, sin retroceder una pulgada, franquear más lejos un nuevo umbral, y dar un salto prodigioso hacia delante; no ya volver a subir tiempo atrás, sino, por refracción victoriosa, penetrar en la eternidad que está más allá del tiempo y de la muerte. Cristo no ha vuelto a poner los pies en su casa terrestre: entró todo entero, cuerpo y alma, en su casa de eternidad. Su resurrección no es absolutamente un retroceso, sino una prodigiosa conmoción enteramente nueva, al menos para su cuerpo. Su resurrección no es un regreso a nuestra vida terrestre, es un avance triunfal más allá de la vida terrestre, más allá de la muerte terrestre, más allá de la tumba; no vuelve, escapa, se evade por una puerta que hasta entonces nos estaba oculta, se evade definitivamente tanto de la vida presente como de la muerte. Esté en el más allá, está libre, salta alegremente por las praderas eternas de su patria de origen. ¡Esa sí que es la maravilla de las maravillas! Un prisionero se ha evadido, un hombre ha escapado a la condición terrestre, ya está fuera del alcance del verdugo y del juez, del legislador y del recaudador de impuestos, del clan familiar y de las crueles patrias de este mundo, del médico, de la nodriza y del sepulturero, fuera del alcance de lo tuyo y de lo
  • 9. mío, del comercio y del dinero, del muro medianero, de los sindicatos, de la gendarmería, de las compañías de seguros, de la calumnia y la angustia, en resumen, de la vida cotidiana y de la muerte, como su punto final ineluctable; la muerte sólo ha sido para Él una puerta que franquear, libre con una libertad inconcebible antes de Él, y ha dejado detrás de Él el camino luminoso que, a través de la muerte, permite alcanzarlo. En Él y por Él ya está asegurada nuestra propia evasión. ¡Para nosotros esa libertad, suya y nuestra! Cuando el Ángel removió la piedra, toda la prisión de los hombres tembló sobre sus cimientos, la grieta ya es tan ancha y tan profunda que no se reparará jamás. Pues esa alegre y victoriosa resurrección de Jesucristo cambia definitivamente el sentido de la vida y de la muerte, de nuestra vida, para cada cual de nosotros. Jesucristo abrió la brecha, hizo saltar el dique, derribó el bastión: quien lo ame, que lo siga; después de Él, y por Él, la ciudad es nuestra. ¿Qué ciudad? La Jerusalén celeste, la vida eterna para nuestras almas y para nuestros cuerpos. Las tumbas no están cerradas ya, el caparazón de acero que encerraba en la muerte el destino del hombre ha saltado de un estallido. Eso es lo que quiere decir la resurrección de Jesucristo, o bien no quiere decir nada. Sí, cuerpo y alma, todo entero, Jesucristo ha pasado a la eternidad, al otro lado del mundo. O más bien, ha ganado la eternidad al asalto, la ha conquistado con alta lucha, y eso por nosotros como por Él, por nuestras pobres almas, por nuestros pobres cuerpos también. Se quema el cuerpo de Gandhi o el de Nehru, se dispersas sus cenizas en el río sagrado, se les felicita por haberse liberado al fin del cuerpo... ¡Pobres hindúes, pobre Platón! Prefiero a Jesucristo. El hombre sólo será perfectamente libre si coincide con su cuerpo y su cuerpo también es libre: ...cuerpo querido te amo, único objeto que me defiende de los muertos!
  • 10. ¡Qué grande y maravillosa religión la que nos asegura que nuestro cuerpo mismo participará en la vida eterna, en la hermosa inocencia incorruptible! “Creo en la resurrección de la carne y en la vida eterna. ¡Amén!”11 . 4.3 El capítulo 15 de la primera carta a los corintios Los relatos de la pasión, muerte y resurrección que aparecen en los Evangelios no son ni la única ni la primera expresión del misterio pascual. Sabemos hoy que mucho antes de la redacción de éstos, la Iglesia naciente vio circular entre sus fieles numerosas formulaciones de su fe común. Estas formulaciones se centraron rápidamente en el acontecimiento nuclear de la existencia de Jesús: su muerte y su resurrección. Entre ellas destaca la famosa fórmula de san Pablo, una de las más antiguas y originales, que algunos sitúan ya en el año 35 y que, quienes le atribuyen menor antigüedad, colocan entre el año 40 y el 42, es decir, a muy poco tiempo de distancia del hecho que testifican. Es la primera carta a los Corintios. Para nuestro asunto, nos interesa detenernos ahora en el capítulo 15, pues en él Pablo no emplea el tono de controversia que aparece en casi todo el resto de su escrito. Simplemente recuerda a sus hermanos cuál es la buena nueva en la que creen y por la cual se salvarán. Trasmite esa fórmula como el corazón mismo de su fe, pidiendo a los creyentes de Corinto que no se dejen turbar por las opiniones que circulan en 11 R. L. BRUCKBERGER, Historia de Jesucristo, Ed. Omega, Barcelona 1966, p. 488, 492-494
  • 11. el sentido de que no hay resurrección de los muertos. Pablo no trata de demostrar que Cristo ha resucitado, sino de razonar a partir de esa evidencia fundamental de la fe. Pinta un cuadro profundo y misterioso referente a nuestro destino eterno, cuadro que, como hemos dicho, está intrínsecamente relacionado con el gran misterio de la resurrección del Señor. Lo citamos de corrido para vislumbrar en bloque su enseñanza. Vale la pena leerlo detenidamente, aunque resulte denso de contenido e incluya conceptos que sólo más adelante desarrollaremos. Si queremos saltar de un aspecto concreto al lugar en que aparece desarrollada esa enseñanza en nuestro texto, señalamos en qué apartado de nuestro escrito se analiza esa verdad. (Versículos 1-5 Aparece de entrada un prólogo solemne. Pablo comienza con una introducción acorde a la importancia de lo que trasmitirá. Notamos también que resalta la identidad numérica del que fue muerto en relación con el que fue sepultado y con el que resucitó. De esta cuestión trataremos con mayor amplitud en el inciso 1.7 a) Les recuerdo, hermanos, el Evangelio que les prediqué y que ustedes aceptaron, y en el cual perseveran, y por el cual son salvados, si lo retienen en los términos que se los anuncié, a menos que hayan creído en vano. Porque les trasmití ante todo lo que yo mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras, y que se apareció a Cefas, y después a los Doce... (Versículos 12-20. Importa destacar ahora, además de la centralidad que para la fe guarda la resurrección de Cristo, la palabra primicia, al final de este párrafo y de la cual ya tratamos. Volvemos sobre ello en el inciso 1.7 C) Ahora bien, si se predica a Cristo como resucitado de entre los muertos, ¿cómo dicen algunos que no hay resurrección de muertos? Si es así que no hay resurrección de muertos, tampoco ha resucitado Cristo. Y si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe. Y
  • 12. entonces somos también hallados falsos testigos de Dios, por cuanto atestiguamos contrariamente a Dios que él resucitó, si es que los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan tampoco ha resucitado Cristo; y si Cristo no resucitó, vana es vuestra fe; aún estáis en vuestros pecados. Por consiguiente, también los que ya murieron en Cristo se perdieron. Si solamente para esta vida tenemos esperanza en Cristo, somos los más miserables de los hombres. Mas ahora Cristo ha resucitado de entre los muertos como primicia de los que duermen. (Versículos 21-28. Exposición escatológica que culmina en la anakefalaiosis, palabra griega que significa la restauración de todo en la Cabeza, es decir, en Cristo. De este tema tratamos en el capítulo 3) Puesto que por un hombre vino la muerte, por un hombre viene también la resurrección de los muertos. Porque como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno por su orden: como primicia Cristo; luego los de Cristo en su parusía; después el fin, cuando Él entregue el reino a Dios y Padre, cuando haya derribado todo principado y toda potestad y todo poder. Porque es necesario que Él reine ‘hasta que ponga a todos los enemigos bajo sus pies’. El último enemigo será la muerte. Porque ‘todas las cosas las sometió bajo sus pies’. Mas cuando dice que todas las cosas están sometidas, claro es que queda exceptuado Aquél que se las sometió todas a Él. Y cuando le hayan sido sometidas todas las cosas, entonces el mismo Hijo también se someterá al que le sometió todas las cosas, para que Dios sea todo en todas las cosas... (Versículos 35-38. Se refiere ahora específicamente a la resurrección de los muertos. La semilla de que habla es el principio del cual se vale Dios para hacer que el cuerpo resucitado sea el mismo que el de la persona muerta. Es la fe que subyace en el culto a las reliquias de los santos; ver inciso 1.7 in fine) Pero alguien dirá: ¿cómo resucitan los muertos? Y ¿con qué cuerpo vienen? ¡Oh, ignorante! Lo que tú siembras no es vivificado si no muere. Y lo que siembras no es el cuerpo que ha de ser, sino un simple grano, como por ejemplo de trigo o de algún otro. Mas Dios le da un cuerpo, así como Él
  • 13. quiso, y a cada semilla cuerpo propio. No toda carne es la misma carne, sino que una es de hombres, otra de ganados, otra de aves, otra de peces. (Versículos 40-49. Trata de las distintos grados de premio y de la diferencia entre el cuerpo natural – informado por la psiqué, imagen del Adán terrestre-, y el cuerpo glorioso, informado por el Espíritu Santo o pneuma, que es la imagen del Adán celeste, es decir, de Cristo. Ver inciso 1.7 C y 2.4) Hay también cuerpos celestes y cuerpos terrestres, pero uno es el esplendor de los celestes, y otro el de los terrestres. Uno es el esplendor del sol, otro el esplendor de la luna, y otro el esplendor de las estrellas, pero en esplendor se diferencia estrella de estrella. Así sucede también en la resurrección de los muertos. Sembrado corruptible, es resucitado incorruptible; sembrado en ignominia, resucita en gloria; sembrado en debilidad, resucita en poder; sembrado cuerpo natural, resucita cuerpo espiritual, pues si hay cuerpo natural lo hay también espiritual, como está escrito: ‘el primer hombre, Adán, fue hecho alma viviente’, el postrer Adán, espíritu vivificante. Mas no fue antes lo espiritual sino lo natural, y después lo espiritual. El primer hombre hecho de la tierra es terrenal; el segundo viene del cielo. Cual es el terrenal, tales son los terrenales; y cual es el celestial, tales serán los celestiales. Y así como hemos llevado la imagen del (Adán) terreno, llevaremos la imagen del (Adán) celeste. (Versículos 50-53. Revelación de misterios profundos, como que la carne y la sangre necesitan ser transformadas para heredar el reino de Dios, así como otros misterios relativos al último día) Lo que digo, hermanos, es, pues, esto: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la incorrupción puede poseer la incorruptibilidad. He aquí que les revelo un misterio: no todos moriremos, pero todos seremos transformados en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la trompeta final; porque sonará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Pues es necesario que esto corruptible se vista de incorruptibilidad, y esto mortal se vista de inmortalidad.
  • 14. (Versículos 54-56. Triunfo de Cristo sobre la muerte y la virtud de la esperanza como fundamento de las verdades escatológicas) Cuando esto corruptible se haya vestido de incorruptibilidad, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: ‘la muerte es engullida en la victoria’. ¿Dónde quedó, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde, oh muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado, y la fuerza del pecado es la ley. ¡Gracias sean dadas a Dios que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo! Así que, amados hermanos míos, estén firmes, inconmovibles, abundando siempre en la obra del Señor, sabiendo que vuestra fatiga no es vana ante Él. Hasta aquí el denso texto paulino. Habremos comprobado de nuevo que toda su escatología se ilumina desde la verdad fundamental de la resurrección de Cristo. Por eso las verdades que desarrolla luego sólo se comprenden bien a partir de ella, y a partir de ella se comprende también el por qué de la vida del hombre y su misión, así como también el ser y la misión de la Iglesia. Comprenderemos la insistencia de la predicación central: nosotros predicamos a Cristo resucitado, pues es la verdad más consoladora y la más digna de ser propagada: Cristo ha resucitado. En ella está contenido todo el mensaje cristiano, es el verdadero evangelio. Cristo ha resucitado. Es la verdad que proclama la Iglesia y que ha de divulgarse luego por calles y plazas. El mismo universo alza su voz y se publica en todos los continentes, islas y océanos; las ondas lo propagan de extremo a extremo, pues es un acontecimiento que no afecta sólo a la creación espiritual sino a la creación entera. Cristo ha resucitado. Es menester que la noticia se trasmita de padres a hijos, por los siglos de los siglos. Hace falta repetirlo una y mil veces a fin de que el mundo tenga sentido y el cielo credibilidad: Cristo ha resucitado. Comunicar esta noticia de generación en generación es más indispensable que enseñar a leer y a escribir, justamente en la medida en que el fin es más importante que los medios.
  • 15. 4.4 ¿Cómo realiza la resurrección de Cristo nuestra propia resurrección? La siguiente pregunta que nos planteamos obedece a una estricta lógica. Si resucitamos en Cristo, ¿cuál es el modo como realiza la resurrección de Cristo nuestra propia resurrección? Quizá podamos tomar un poco de aire y recordar que nos estamos moviendo no sólo en ámbitos de misterio, sino que nos movemos también en ámbitos de futuro. Pues aunque se ha dado ya esa incorporación nuestra a la resurrección de Cristo, nuestra incorporación no es aún definitiva. Sólo lo ha sido en el caso de nuestra Madre Santísima, pues creemos ser divinamente revelado que a Ella Dios le ahorró el lapso de espera y realizó la asunción de su cuerpo, llevado a los cielos, donde goza –en cuerpo y alma- de la eterna bienaventuranza. Pero todos los demás hechos de esperar a que llegue la plenitud de los tiempos para comprender cómo se realiza esa asimilación plena. Comencemos por el ámbito dogmático: la conexión entre la resurrección de Cristo y nuestra propia resurrección se declara en los símbolos de la fe. Los creyentes proclamamos nuestra fe en Jesucristo que resucitó al tercer día según las escrituras para concluir añadiendo: esperamos la resurrección de los muertos. Si ambas aserciones se encuentran en un mismo Credo, ello no sucede como mera yuxtaposición de dos verdades creídas; se afirman ambas sucesivamente porque la primera es el fundamento de la segunda. Ahora bien, ¿cómo entender que la resurrección de Cristo realiza nuestra propia resurrección? ¿Qué tipo de causas son las que intervienen para producir tal efecto? Ahora
  • 16. nuestro recurso ante el misterio será la teología clásica tomista. Responde como suele hacer: con rigor y precisión, sin dar espacio a la intuición o a la poesía, que podría aligerarnos y endulzarnos el rigor de la teología, ilusionándonos con la llegada de Jesús en gran poder y majestad que será el grandioso preludio no sólo de su más brillante triunfo, sino que será también el grandioso preludio de nuestra definitiva incorporación a Él. Animarnos, en definitiva, a querer resucitar en plenitud con Él para siempre. En fin, dice la escolástica que la causalidad de la resurrección de Cristo sobre la nuestra es doble: Primero, como causalidad eficiente. Causa eficiente o eficaz es lo mismo que causa productora. La resurrección de Cristo es, pues la que produce la nuestra. San Pablo lo enseña con el empleo de una doble identidad: Puesto que por un hombre vino la muerte, por un hombre viene también la resurrección de los muertos12 . Así, pues, la resurrección de Cristo es causa eficiente de la nuestra porque el cuerpo resucitado de Jesús está unido a la divinidad. De ahí le viene tan gran poder. La explicación teológica, sin embargo, quiere puntualizar más. Va adelante y nos dice que, si bien la resurrección de Cristo es causa eficiente de la nuestra, lo es sólo en su carácter instrumental. Es, pues, causa eficiente instrumental, no principal, pues su humanidad es instrumento de la divinidad y actúa con el poder de ésta. Del mismo modo que por su pasión la humanidad de Cristo nos salva (la humanidad de Cristo ha sido la causa eficiente instrumental de nuestra salvación), así por su resurrección es causada la nuestra. Segundo, la resurrección de Cristo causa la nuestra en cuanto causalidad ejemplar. Esto significa que nuestra futura resurrección gloriosa se hará a imagen de nuestra Cabeza13 , es decir, a imagen de la resurrección de Cristo. Ya citamos (al transcribir el capítulo 15 de I Corintios) el texto de san Pablo que nos habla de la doble imagen adámica que nos define: Y así como hemos llevado la imagen del (Adán) terreno, llevaremos la imagen del (Adán) celeste14 . La 12 I Corintios 15, 21 13 Símbolo del Concilio XI de Toledo, (año 675); DS 574 14 I Corintios 15, 49
  • 17. expresión celeste se aplica a Cristo en cuanto que, por su resurrección, el cielo es la situación que le corresponde. Volvamos al Magisterio de la Iglesia. ¿Qué más nos dice de la relación causal entre la resurrección de Cristo y la nuestra? Enseña concisamente que nuestra resurrección futura es la extensión de la misma Resurrección de Cristo a los hombres15 . Ello obliga a tomar la resurrección de Jesús como principio hermenéutico16 para explicar la nuestra. Estas enseñanzas se apoyan de nuevo en la doctrina paulina. Nuestra esperanza de resucitar de ese modo tiene sentido en nuestra adhesión a Cristo: los que murieron en Cristo, resucitarán17 . Tertuliano centra ahí todo el objeto de nuestra esperanza: La esperanza de los cristianos es la resurrección de los muertos; creyéndola, somos (cristianos)18 . Para nadie es un secreto que nuestra fe en la resurrección de los muertos ha sido, a lo largo de la historia de la Iglesia, difícil de aceptar. ¿Cómo es posible que de un hombre prehistórico, o de las cenizas resultantes de una cremación, o de un hombre pulverizado por una explosión o consumido por la lepra, vuelvan a surgir en perfecta lozanía y belleza los músculos, los huesos, la sangre, la masa cerebral o la capacidad visual y auditiva? Además, todo en perfección de orden, funcionamiento y plenitud. Orígenes llegó a decir que el misterio de la resurrección, por no ser entendido, es la risa incesante de los infieles19 . Así les ocurrió entre muchos a Tertuliano y a san Gregorio Magno, como reconocen humildemente ellos mismos: También nosotros nos reímos de estas cosas en otro tiempo20 , dice el primero. Y el segundo: Muchos dudan de la resurrección, como en otro tiempo fue nuestro caso21 . Por su parte, 15 SAGRADA CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Carta Recentiores episcoporum Synodi, 2: AAS 71(1979), 941. 16 Hermenéutica es una palabra griega que significa interpretación. Nuestra única forma de conocer las verdades futuras sobre el hombre y sobre el mundo es la resurrección de Cristo: así, el principio interpretativo (hermenéutico) de nuestra propia resurrección y de la transformación del cosmos es la resurrección del Señor en cuerpo glorioso. 17 I Tesalonicenses 4, 16 18 De resurrectione mortuorum 1, 1: CCL 2, 921 (PL 2, 841) 19 Contra Celsum, 1, 7: GCS 2, 60 (PG 11, 668) 20 Apologeticum 18, 1: CCL 1, 118 (PL 1, 378) 21 Homiliae in Evangelia, L. 2, homilía 26, 12: PL 76, 1203
  • 18. san Agustín advierte que este tema es la piedra de escándalo de toda discusión teológica: en ninguna cosa se contradice tanto a la fe cristiana como en la resurrección de la carne22 . Sin embargo, esas dificultades no consiguieron que los primeros cristianos silenciaran revelación tan fundamental. Todos los Símbolos de la Fe de los siglos iniciales culminan con este artículo. Hemos, por tanto, de afrontar también hoy el tema de la resurrección como la verdad central de nuestra fe, y construir sobre ella todo el edificio de la escatología. Sólo si partimos de la resurrección de Cristo es posible lograr una correcta interpretación de los estados futuros que nos aguardan luego de nuestra muerte. 4.5 Hechos históricos en torno a la resurrección de Cristo: puntos de referencia para explicar la nuestra Si la resurrección de Cristo es la causa ejemplar de nuestra futura resurrección, es lógico pensar que observándola cuidadosamente lograremos obtener mayores detalles sobre nuestra propia resurrección. Vayamos ahora, pues, a escudriñar los hechos históricos en torno a la resurrección del Señor y, con ese principio hermenéutico, vislumbraremos datos de nuestra resurrección futura. Los hechos en que nos detendremos son tres: 22 Enarratio in Psalmum 88, sermo 2, 5: CCL 39, 1237 (PL 37, 1134)
  • 19. a) el sepulcro vacío, b) las escenas de reconocimiento y c) la transformación gloriosa del cuerpo resucitado de Jesús. a) El sepulcro vacío (o, en otras palabras la desaparición del cadáver de Jesús)23 Todos los relatos evangélicos de los acontecimientos del domingo de Pascua comienzan narrando que las mujeres encontraron vacío el sepulcro de Jesús. De ese hecho incuestionable podemos extraer dos consideraciones: Primera, que el aviso de la resurrección no habría ni siquiera sido tomado en cuenta si se hubiera podido señalar un sepulcro con el cadáver masacrado de Jesús. No, el cuerpo muerto de su Señor no aparecía por ninguna parte. Quienes afirmaran una resurrección teniendo a la vista el cadáver habrían sido objeto de la pública irrisión. Segunda, que el sepulcro vacío implica la identidad corpórea entre el crucificado y el resucitado (con tal de que no perdamos de vista la diversidad cualitativa del cuerpo glorioso de Jesús resucitado). Esta identidad se encuentra en la sucesión de las fórmulas murió por nuestros pecados, fue sepultado y resucitó, expresadas en I Corintios 15, 3-4. Hay, pues, una íntima conexión en que el muerto fue sepultado, y el sepultado fue el que resucitó. Ha resucitado aquel cuyo cuerpo fue crucificado y sepultado (ver también Hechos 2, 31). Ante estas dos consideraciones, estamos ya en condiciones de formular una primera conclusión: que el sepulcro vacío de Jesús, a no ser que se suponga que los apóstoles 23 Ver Catecismo, n. 640
  • 20. robaran su cuerpo24 , es indicativo de que la resurrección del Señor se refiere al mismo cuerpo que pendía muerto en la cruz y descansaba en el sepulcro. No parece que haya otras explicaciones posibles. Ahora bien, ¿qué relación hay entre el hecho aquí narrado y nuestra propia resurrección? La respuesta es inmediata: el cuerpo de nuestra resurrección será numéricamente el mismo que poseemos en carne mortal. A eso nos lleva la realidad histórica del sepulcro vacío. b) Las escenas de reconocimiento25 La misma tarde del domingo Jesús se aparece a sus apóstoles. Ante esa aparición inesperada ellos sienten temor, porque creían ver un espíritu (cf. Lucas 24, 37). Jesús les insiste en dos puntos: primero, que lo toquen, para que vean que no es un fantasma (tóquenme y vean que un espíritu no tiene carne y huesos como ven que Yo tengo, v. 39), segundo, que le den algo de comer, para convencerlos de lo mismo. Entonces Él realmente come delante de los apóstoles el trozo de pescado asado que ellos le presentan (v. 42-43). Parece que Jesús se empeña en hacerles comprender que su cuerpo es un cuerpo real, de carne y hueso, capaz de realizar esa actividad tan humana que es el comer. Pero hay una insistencia ulterior por parte de Jesús: vean mis manos y mis pies, porque Yo soy el mismo. Es significativo que el medio de reconocimiento sean las manos y los pies, que no son normalmente el medio para reconocer a alguien (el medio normal es evidentemente el rostro). Ello no sería comprensible si no hubiera algo especial en esas manos y esos pies, y 24 Mateo 28,11-15: Mientras ellas iban, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los príncipes de los sacerdotes todo lo sucedido. Reunidos con los ancianos, después de haberlo acordado, dieron una buena suma de dinero a los soldados con el encargo de decir: Sus discípulos vinieron de noche y lo robaron mientras nosotros dormíamos. Si esto llegara a oídos del procurador, nosotros le calmaremos y cuidaremos de vuestra seguridad. Ellos tomaron el dinero y actuaron según las instrucciones recibidas. Así se divulgó este rumor entre los judíos hasta el día de hoy. Mateo 28, 11-15 25 Ver Catecismo, nn. 641-644
  • 21. lo especial son las señales de los clavos. Ahora, pues, Jesús insiste en que su cuerpo resucitado es su mismo cuerpo anterior a su muerte. La misma insistencia aparece en Juan 20, 19-29: al aparecerse a los apóstoles les mostró las manos y el costado (v. 20). Manos y costado que son la condición que Tomás pone para creer, y que Jesús le muestra para que meta ahí sus dedos y su mano. Una vez más esa comprobación de que el cuerpo que Tomás tiene delante es el mismo que estuvo crucificado. De nuevo podemos preguntarnos: ¿qué relación hay entre el hecho aquí narrado y nuestra propia resurrección? Responderíamos que no sólo es nuestro mismo cuerpo el cuerpo con el que resucitaremos, sino que será un cuerpo real. Podremos comer, pues es un verdadero cuerpo humano, aunque ya no estaremos –como veremos adelante- a las limitaciones actuales. Como será el mismo cuerpo que tuvimos en la tierra, y porque las llagas son el triunfo de Cristo, aparecerá también en nosotros como condecoración aquello que nos haya merecido un timbre de gloria para nuestra salvación. c) La transformación gloriosa del cuerpo de Jesús resucitado Dijimos antes que la resurrección del Señor no puede colocarse en paralelismo con los milagros de resurrección (Lázaro, Naím, hija de Jairo) que Él mismo realizó durante su vida26 . En todos estos casos, tiene lugar una vuelta a la vida terrena: ellos son resucitados para volver a las condiciones normales de su vida anterior, estando sujetos al dolor, a la enfermedad y, de nuevo, a la muerte. Por el contrario, Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no muere, la muerte no tiene ya dominio sobre Él27 . 26 Cf. Catecismo, n. 646 27 Romanos 6, 9
  • 22. La sustracción a la muerte del cuerpo resucitado de Jesús sólo es posible si ese cuerpo ha sido objeto de una profunda transformación, en virtud de la cual ha pasado ya a ser el cuerpo de la gloria28 . Ése será también nuestro caso: resucitaremos en cuerpo de gloria. 4.6 ¿Cuáles son las características del cuerpo resucitado de Cristo, es decir, de los cuerpos gloriosos? Hemos repetido que sólo una manera tenemos en nuestra situación presente de conocer cómo será nuestro cuerpo glorioso, y es a través del conocimiento del cuerpo glorioso de nuestro Señor Jesucristo. Intentamos también deducir, a partir de los hechos históricos, algunas de las características de ese Cuerpo. El Catecismo de la Iglesia Católica viene en nuestro auxilio, y nos resume del siguiente modo cómo es el Cuerpo glorioso de Jesús: “Jesús resucitado establece con sus discípulos relaciones directas mediante el tacto29 y el compartir la comida30 . Les invita así a reconocer que no es un espíritu31 , pero sobre todo a que comprueben que el mismo cuerpo resucitado con el que se presenta ante ellos es el mismo que ha sido martirizado y 28 Filipenses 3, 21 29 Cf. Lucas 24, 39; Juan 20, 27 30 Cf. ibid. 24, 39. 41-43; Jn 21, 9. 13-15 31 Cf. ibid. 24, 39
  • 23. crucificado, ya que sigue llevando las huellas de su pasión32 . Este cuerpo auténtico y real posee, sin embargo, al mismo tiempo, las propiedades nuevas de un cuerpo glorioso: - no está situado en el espacio ni en el tiempo, - pero puede hacerse presente a su voluntad donde quiere y cuando quiere33 porque su humanidad ya no puede ser retenida en la tierra y no pertenece ya más que al dominio divino del Padre34 . Por esta razón también Jesús resucitado es soberanamente libre de aparecer como quiere: bajo la apariencia de un jardinero35 o ‘bajo otra figura’ (Mc 16, 12) distinta de la que les era familiar a los discípulos, y eso para suscitar su fe36 ” (Catecismo, n. 645). Con los datos disponibles, podemos decir que los cuerpos gloriosos son cuerpos inmortales y perfectos. Ha sido eliminado cuanto en ellos había de negativo o de caduco: la gravitación, la fragilidad, la opacidad, su tendencia a la disolución. Han sido liberados de su sometimiento a las leyes de la naturaleza, para estar ahora sujetos sólo al dominio del Padre. Son, pues, cuerpos aptos ya para vivir en el cielo nuevo y la tierra nueva. Cuerpos invulnerables, vestidos de luz y embebidos de luz por dentro, sustraídos completamente a las injurias del tiempo, de los elementos extraños o de la propia decadencia. La teología clásica afirma ‘cuatro dotes’ en el cuerpo glorioso de Jesús: es sutil, luminoso, ágil e impasible37 . 32 Cf. ibid., 24, 40; Jn 20, 20. 27 33 Cf. Mt 28, 9. 16-17; Lc 24, 15. 36; Jn 20, 14. 19. 26; 21, 4 34 Cf. Jn 20, 17 35 Cf. ibid 20, 14-15 36 Cf. ibid 20, 14. 16; 21, 4. 7 37 Esta doctrina de las cuatro dotes ha sido fruto de un laborioso análisis teológico, en base, por una parte, a los relatos evangélicos sobre el cuerpo resucitado de Jesús y, por otra, al pasaje de la primera carta a los Corintios antes citado (versículos 40-44): Así sucede en la resurrección de los muertos. Sembrado corruptible, es resucitado incorruptible (propiedad de la impasibilidad); sembrado en ignominia, resucita en gloria (propiedad de la agilidad: el
  • 24. Sutil, en cuanto capaz de atravesar las paredes del cenáculo donde estaban reunidos sus discípulos. Ágil, insensible a las distancias existentes entre los diversos lugares en que se aparecía de manera casi simultánea. Un cuerpo luminoso, hecho de luz, pura transparencia del esplendor divino, pero que mitigaba una y otra vez su claridad para no deslumbrar a nadie. Impasible, que ya no podía sufrir, pero que conservaba y mostraba sus llagas. Ya no estaba sujeto a ninguna necesidad; no estaba obligado a alimentarse pero podía hacerlo, pues tampoco le afectaba ninguna prohibición o impedimento. Así, pues, este nuevo modo de ser del cuerpo resucitado de Jesús se manifiesta en sus modos de aparecerse. Lo hace en determinado espacio terreno y actuando en él, pero su modo de hacerse presente y de actuar (aparece y desaparece, entra en el cenáculo estando cerradas las puertas, etc.) señalan que su corporeidad, aunque plenamente real, no es ya de esta dimensión, no pertenece ya a este mundo actual, sino al futuro. No puede dejar de causar admiración ese enorme salto cualitativo de la carne material informada por el alma humana, destinada a ser cuerpo de gloria. San Bernardo se pasma ante el prodigio y, encarándose con esa materia destinada a tan gran fin, le dice: ¡Oh, mísera carne, fétida e inmunda! ¿De dónde a ti este honor de que almas santas, selladas con la imagen de Dios, redimidas por su preciosa sangre, te ansían y te esperan, y sin ti no puede completarse su alegría ni consumarse su felicidad?38 . cuerpo se ha liberado del peso de la materia); sembrado en debilidad, resucita en poder (el cuerpo se asemeja al espíritu y a su poder: propiedad de la sutileza); sembrado cuerpo natural, resucita cuerpo espiritual (propiedad de la claridad o luminosidad: el cuerpo de los santos irradia resplandor)” 38 Sermo 3 in f. Omnium sanctorum, 2)
  • 25. Objeciones.- Porfirio y la réplica de Orígenes. Afirmar la resurrección de la carne en la que ahora vivimos encuentra dificultades que no podemos ignorar. Aun cuando los avances de la genética nos permitan identificar un código propio para cada persona, desde el cual sería posible para Dios, sin hacer una nueva creación y a modo de la semilla del propio cuerpo de que habla san Pablo39 , trasformar toda carne, esta verdad de fe es un misterio profundo que no alcanzamos a comprender. Desde el siglo III se pensaba poder demostrar la necedad de la resurrección con reflexiones como la de Porfirio: Pues muchas veces muchos perecen en el mar y sus cuerpos son destruidos por los peces, muchos son devorados por fieras y aves; cómo pueden volver a sus cuerpos? Ahora bien, examinemos detalladamente lo dicho. Por ejemplo, uno naufraga; después los salmonetes comen su cuerpo; más tarde unos, después de pescarlos y comerlos, perecen, y son devorados por los perros; los negros cuervos y los buitres se comen los perros muertos. ¿Cómo, pues, se reunirá el cuerpo del náufrago, destrozado por estos vivientes?40 . Fue mérito de Orígenes haber enseñado, ya en su tiempo, que la materia del propio cuerpo está sometida a un constante fluir; a pesar de ello, percibimos nuestro cuerpo como idéntico a sí mismo a través de los años; por esto, para que el cuerpo resucitado sea el mismo que el cuerpo que vivió en la tierra, no es necesario que conste de la misma materia. ¿Es acaso la misma piel la del recién nacido que la del anciano? Sea cual fuere la materia de que está hecho un cuerpo, es mi cuerpo, por el mero hecho de que a él se une mi alma. 39 Cf. I Corintios 15, 38 40 Fragment 94
  • 26. Es también en esta línea donde la Iglesia católica presta atención al culto a las reliquias de los santos. No sólo porque en el pasado fueron templos donde residió la Trinidad, sino también porque esos restos serán vueltos a poner en relación con Cristo resucitado, a través de la transformación del último día: los cristianos profesan que esos cuerpos que fueron miembros de Cristo y templo del Espíritu Santo han de ser resucitados y glorificados41 . 4.8 La resurrección de los condenados ¿Qué decir de la resurrección de los que se pierden? En primer lugar, que también resucitan. En el Nuevo Testamento la resurrección aparece como un hecho absolutamente universal y como condición previa al juicio que tendrá a Cristo como Juez, juicio que será, también él, universal42 . Existe, pues, un doble tipo de resurrección: la resurrección de vida y la resurrección de muerte. También lo afirma el Magisterio de la Iglesia cuando enseña que Cristo ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. A su venida todos los hombres han de resucitar con sus cuerpos y dar cuenta de sus propios actos, y los que obraron el bien, irán a la vida eterna; los que el mal, al fuego eterno43 . 41 Concilio de Trento, ses. 25, Decreto sobre (...) las reliquias: DS 1822 42 Hechos 24, 14-15: Dice san Pablo ante el procurador Félix y auditorio no cristiano: Te confieso, sí, esto: que según la doctrina que ellos llaman herejía, así sirvo al Dios de nuestros padres, prestando fe a todo lo que es conforme a la ley, y a todo lo que está escrito en los profetas; teniendo en Dios una esperanza; que, como ellos mismos la aguardan, habrá resurrección de justos e injustos Juan 5, 28-29: Jesús dice: Viene la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán su voz (la del Hijo de Dios, como ha dicho en el v. 25), y saldrán los que obraron el bien, para resurrección de la vida; los que obraron el mal, para resurrección de la condenación (la expresión viene la hora está en contraposición con la hora presente a que se refiere el v. 25). 43 Simbolo Quicumque, DS 76. La fórmula “a los vivos y a los muertos” se refiere a los que vivan cuando suceda la parusía (los cuales no morirán, según I Corintios 15, 51) y los que anteriormente hayan muerto. Lo mismo enseña la profesión de fe de Miguel Paleólogo del II Concilio de Lyon: La misma sacrosanta Iglesia Romana firmemente cree y firmemente afirma que, asimismo, comparecerán todos los hombres con sus cuerpos el día del juicio ante el tribunal de Cristo para dar cuenta de sus propios hechos43 . Ver también la Constitución Benedictus Deus de Benedicto XII.
  • 27. 1. Hasta ahí podemos hablar de la resurrección de los condenados. Carecemos para un desarrollo ulterior de principio hermenéutico: no contamos con ninguna experiencia de un cuerpo resucitado destinado al fuego del infierno. Quizá podríamos especular sobre sus características hablando en negativo de todo lo que hemos dicho sobre los cuerpos resucitados de los que se salvan, el inverso de todas sus dotes y perfecciones. Pero nos quedaríamos en el nivel de la especulación: no ha querido Dios revelarnos mas que el hecho mismo