Este documento analiza el discurso eucarístico de Jesús en Juan 6:51-58. Explica que Juan no transmite la institución de la Eucaristía sino su significado para la comunidad cristiana. Describe las siete afirmaciones de Jesús sobre comer su carne y beber su sangre y cómo esto conduce a la vida eterna a través de la unión con Cristo. Concluye reflexionando sobre la importancia de comulgar realmente con Cristo para encarnar su sentido de muerte y resurrección.
Messaggio della Consigliera per le Missioni_14 agosto 2021 por
Comulgar es vivir
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Lectio Divina
Dom. XX T.O. San Juan (6, 51-58)
La gente había sentido resistencia frente a las palabras
de Jesús cuando dijo “He bajado del cielo”.
Inmediatamente dijeron: pero si conocemos a la mamá,
al papá, si este es Jesús!
Y entonces la encarnación suscitó una gran dificultad. Hoy nos encontramos con
otra resistencia. Cuando Él dijo “Mi carne para la vida del mundo” inmediatamente
la gente se pregunta: “¿Cómo puede éste hombre darnos a comer su carne?”.
La gente no entendía. Y si no entendían en aquella época, menos hoy nosotros.
No comprendemos cómo responde Jesús. El evangelio contiene siete
afirmaciones. A Juan le gusta el número siete. Hay siete preguntas que sirven de
hilo conductor y que dan estructura, siendo el esqueleto de todo el discurso del
pan de vida, que es una catequesis muy importante.
Seguimiento:
51. Jesús Añadió: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que come de este pan,
vivirá para siempre. Y el pan que yo le voy a dar, es mi carne para la vida del
mundo”.
52. Esto provocó una fuerte discusión entre los judíos, los cuales se
preguntaban: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”.
53. Jesús dijo: Yo les aseguro que sin comen la carne del Hijo del hombre y no
beben su sangre, no tendrá vida en ustedes.
54. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré
el último día.
55. “Mi Carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida”.
56. El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él.
57. Como el Padre que me envió posee la vida y yo vivo por él, así también, el
que me coma vivirá por mí.
58. Este es el pan que ha bajado del cielo; no como el pan que comieron sus
antepasados. Ellos murieron; pero el que coma de este pan, vivirá para
siempre.
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I. LEER: entender lo que dice el texto fijándose en cómo lo dice
El evangelio de Juan, no nos transmite el
relato de la institución de la Eucaristía, sino
el significado que ella asume en la vida de
la comunidad cristiana. La simbología del
lavatorio de los pies y el mandamiento
nuevo (Jn 13,1-35) quieren ser el memorial
del pan que se parte y del vino que se
derrama. Los contenidos teológicos son los
mismos que en los sinópticos.
La tradición cultual de Juan se puede sin
embargo encontrar en el “discurso
eucarístico” que sigue al milagro de la
multiplicación de los panes (Jn 6,26-65),
un texto que pone en evidencia el
significado profundo de la existencia de
Cristo donada al mundo, don que es fuente
de vida y que lleva a una comunión
profunda en el nuevo mandamiento de la
pertenencia.
La referencia al antiguo milagro del maná
es explicativo de la simbología pascual en
la que el sentido de la muerte es asumido
y superado por la vida: “Sus padres
comieron el maná en el desierto y
murieron; éste es el pan que desciende del
cielo para que quien lo coma no muera”
(Jn 6,49-50).
El destinatario del pan del cielo (cfr Éx 16;
Jn 6,31-32) en figura o en la realidad no
eran cada uno de los oyentes, sino la
comunidad de los creyentes; llamada a
participar personalmente del alimento dado
para todos.
Quien come el pan viviente no morirá: el
pan de la revelación es el lugar de una
vida que no tiene ocaso.
Del pan, Juan pasa a usar otra expresión
para indicar el cuerpo: ‘Sarx’. En la Biblia
este término designaba a la persona
humana en su frágil realidad y débil
delante de Dios; este evangelista habla de
la realidad humana del Verbo divino, hecho
hombre (Jn 1,14ª) y lo compara con el pan
que simboliza la carne misma de Jesús.
Se trata del pan eucarístico. Mientras la
revelación, o sea el pan de la vida,
identificado con la persona de Jesús (Jn
6,35) lo da el Padre. El verbo dar es
presente; el pan eucarístico, el cuerpo de
Jesús, ofrecido por Él mismo con su
muerte en la cruz, prefigurados en la
consagración del pan y del vino durante la
cena, dan la vida.
Los judíos, que decían creer y pretendían
saberse escandalizaron al escuchar que
Jesús da la vida
La celebración de la Pascua, rito perenne
que se ha perpetuado de generación en
generación, es la fiesta del Señor y
memorial de su presencia (cfr Éx 12,14).
La invitación de Jesús a hacer lo que Él ha
hecho “en memoria suya”, tiene su
paralelismo en las palabras de Moisés,
cuando prescribe el recuerdo pascual:
“Este día será para ustedes un memorial y
lo festejarán” (Éx 12,14).
Jesús dice: “En verdad, en verdad les digo:
si no comen la carne del Hijo del hombre y
no beben su sangre, no tendrán vida en
ustedes”.
Juan, como los sinópticos, utiliza
expresiones separadas para indicar el
entregarse de Cristo a la muerte, no
queriendo entender con esto la separación
en partes, sino la totalidad de su persona
donada la corporeidad espiritualizada del
Cristo resucitado, compenetrado por el
Espíritu Santo en el acontecimiento
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Pascual, que se convertirá en manantial de
vida para todos los creyentes.
Es fuerte la incidencia que la oferta de
Cristo tiene en la vida del creyente: “Quien
come mi carne y bebe mi sangre,
permanece en mí y yo en él” (Jn 6,56).
La comunión de vida que Jesús tiene con
el Padre se ofrece a todo el que come el
cuerpo sacrificado de Cristo; esto se
entiende sin caer en una concepción
mágica de un alimento sacramental que
conferiría automáticamente la vida eterna a
quiénes lo han comido.
La oferta de la carne y de la sangre exigen
la predicación para hacerla comprensible
y la fe en quien participa en el banquete
eucarístico, y requiere la acción
preveniente de Dios.
“Como el Padre, que tiene la vida, me ha
enviado y yo vivo por el Padre, así también
aquél que me come vivirá por mí”. El
acento no se pone sobre el culto como
momento culminante y fundamento de la
caridad, sino en la unidad del cuerpo de
Cristo vivo y operante en la comunidad.
No se da liturgia sin vida. “Una eucaristía
separada de la caridad fraterna equivale a
la propia condenación, porque se
desprecia el cuerpo de Cristo que es su
comunidad”.
En la liturgia eucarística, de hecho, el
pasado, el presente, el futuro de la historia
de la salvación, encuentran un símbolo
eficaz para la comunidad cristiana,
expresivo y nunca sustitutivo de la
experiencia de fe.
Con la Cena y la Cruz, inseparables, el
pueblo de Dios ha entrado en posesión de
las antiguas promesas, la verdadera tierra
más allá del mar, del desierto, del río, de la
tierra donde corre leche y miel está la
obediencia de Cristo y de los que con Él y
como Él se hacen ofrenda agradable al
Padre.
II. MEDITAR: aplicar lo que dice el texto a nuestra vida
En las siete afirmaciones se repite la palabra “comer”. Comer significa asimilar, significa
saber decir ‘el Amén eucarístico’, significa ‘hacer verdaderamente comunión con Cristo. No
se trata de contemplarlo a distancia, sino de encarnarlo.
La primera es una afirmación con una expresión en condicional. “Si no comen la carne del
Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes”.
¿Cómo podemos hacer nuestro este ideal? Comer a Cristo es vivir con Él y de Él…
Todos tenemos hambre de Él, de su Palabra, de su Cuerpo Eucarístico. Estar con Él y
vivir de Él es aprender a hacer comunión… la comida es esencial en la vida del ser
humano. ¿Sentimos que Cristo Eucaristía es esencial en nuestra vida?
La segunda afirmación es positiva: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida
eterna y yo lo resucitaré en el último día”.
Sabemos bien que si vivimos en alianza con Cristo Jesús tendremos vida eterna,
estaremos con Él y con Dios Padre, en comunión con su Espíritu, para siempre jamás.
De qué nos serviría ganar en esta vida honores, bienes materiales, y todo lo que da
placeres que hoy son y mañana ya no existen… De nada. Comulgar a Cristo es hacer
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camino hacia la eternidad. ¿Somos conscientes de lo mucho que tendremos comiendo
su cuerpo y bebiendo su sangre? ¿Nos empeñamos en hacer realidad esa alianza que
nos encamina al cielo?
La cuarta afirmación vuelve sobre el mismo concepto con una proposición bellísima que
habla ahora de la alianza. “El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él”. La
quinta se basa en una comparación: “Así como el Padre que me ha enviado posee la vida y
yo vivo por Él, así también el que me coma vivirá por mí”. La naturaleza de la alianza entre el
discípulo y el Maestro viene de la comunión del Padre y del Hijo porque comulgar es hacer
viva alianza con Cristo y en Él con la Trinidad.
¡Qué importante es que comprendamos las consecuencias de la Alianza con Cristo y por
Él y con Él con su Padre, en el Espíritu Santo!. ¡Qué distinta será nuestra vida si somos
conscientes de lo que es y pide comulgar recibiendo en la Eucaristía a los TRES!…
Nuestra vida se diviniza y nuestra humanidad se eterniza en Dios Padre, por Dios Hijo y
con el Espíritu Santo.
La sexta afirmación es muy significativa Jesús dice lo que ocurre “Este es el pan que ha
bajado del cielo, no como el pan que comieron vuestros antepasados, ellos murieron”. Y
partiendo de esta realidad, “ellos murieron ”en seguida viene la séptima afirmación, la última,
la más vibrante, la más alta, positiva para aquél que entra en alianza y en comunión con
Cristo comulgando: “El que coma de este pan, vivirá para siempre”. Jesús es el verdadero
pan, el pan que da la vida, la vida eterna.
Vivimos de lo que recibimos y este pan tiene que ser comido, y comerlo significa no
solamente asimilarlo como palabra y como ejemplo, como modelo de vida sino asimilarlo
como víctima ofrecida en sacrificio por cada uno de nosotros. Comulgando entramos en
una misteriosa comunión con Cristo Jesús y en Él con el Padre y con su Espíritu.
A Jesús hay que comerlo. No basta únicamente con mirarlo. Cuando comulgamos
encarnamos el sentido de la muerte y resurrección de Cristo, estamos comulgando con la
cruz. De esa manera, al asimilar a Cristo nos hacemos Cristo crucificado para los demás,
siendo capaces de dar en Él, por Él y con Él la vida a los demás.
Comulgar es encarnar el sentido de la muerte y resurrección de Cristo, el acto salvífico por
excelencia.
Es traer a nosotros todo el poder y la fuerza de la cruz para hacernos unos con Él, y
ser capaces de dar la vida de manera misteriosa y real, uniéndonos a su sacrificio, a su
muerte, entregándonos como Él se entrega por nosotros y por todos sus hermanos.
III. ORAMOS nuestra vida desde este texto
Padre Bueno, que comprendamos que estamos hechos para vivir en, con y por Cristo
Jesús, tu Hijo. Que descubramos día a día qué importante es vivir por la fe, comulgando su
Palabra y su Cuerpo y su Sangre. Haz que no le miremos a distancia, sino que sepamos
aproximarnos a Él, porque Él primero hizo todo lo que estaba a su alcance para acercarse a
nosotros, demostrándonos cómo se es amigo de verdad y que siguiendo su ejemplo
sepamos amar estando en comunión con todos nuestros hermanos. ¡Así sea!