El documento presenta información sobre el axolotl, una especie de anfibio mexicano conocido también como ajolote o axolote. Describe sus características físicas como su cola desarrollada y su apariencia similar a las salamandras. También incluye un extracto literario donde el autor describe su fascinación por observar a los axolotl en un acuario, siendo atraído por sus ojos dorados y quietud, y sintiendo una conexión profunda con estas criaturas.
Si la leyeran, su doblez o mi equivocación serían excesivas.
«Quítale el collar»
–le advierten, mientras aminoran la marcha de su coche–.
El perro mira al niño volviendo la cabeza;
hay en sus ojos una chispa de alarma que su infinita confianza apaga.
El collar, para un perro, es como la alianza para un recién casado.
Por la portezuela sale, sin collar, despedido.
Se aleja el coche; se aleja todo para él.
Se le hundió el mundo.
No entiende la traición; no sabe lo que es.
Buscará a su amo hasta encontrar la muerte.
En este mundo atroz, ella es un amo más piadoso.
Viskovitz es todos estos animales, y otros muchos, y lidia con sus extravagancias, neurosis y vanidades. Pero es la condición humana, con toda su dignidad y desvergüenza, la que se ve reflejada en estas hilarantes metamorfosis. Al mismo tiempo, esta obra es también una originalísima novela de amor.
Equivalencias (dos mundos) Gerardo Pastorino NievesLudivan IV
Equivalencias.
Donde anida esa energía espiritual que es la sabiduría, está la belleza. Y la mas alta meta del hombre es plasmar la realidad en un arte que enseñe lo profundo y lo hermoso que es ser real. La poesía así se presenta como instrumento de revelado de un saber que está en el inconciente, en el mas allá de la mente, que fué quien vivió cada instante presencialmente y de allí extrajo su deducción universal. Asi es que los hechos no son suficientemente fieles a cada momento por no incluír en ellos la presencia de ese espíritu que posee el ser por inmanente cósmico. Las palabras, aunque no son amigas del todo, pues son apenas puntos de una imagen inmensa que tratan de simbolizar, sí son guía suficiente aliadas al impresionismo literario para mostrar entre sus intersticios, la dimensión verdadera de lo real: el sublime ilusionismo de ser testigo de lo inabarcable y lo asombroso.
"Antonio despierta en una habitación que él llama CELDA. Ha perdido la memoria por recibir una bala en la cabeza... Emprende un trabajo doloroso y sorprendente para reconstruir su vida. Redescubre habilidades, pensamientos... Su pasión por los cómics y también por pintar, le ayudan a reinventarse..."
Si la leyeran, su doblez o mi equivocación serían excesivas.
«Quítale el collar»
–le advierten, mientras aminoran la marcha de su coche–.
El perro mira al niño volviendo la cabeza;
hay en sus ojos una chispa de alarma que su infinita confianza apaga.
El collar, para un perro, es como la alianza para un recién casado.
Por la portezuela sale, sin collar, despedido.
Se aleja el coche; se aleja todo para él.
Se le hundió el mundo.
No entiende la traición; no sabe lo que es.
Buscará a su amo hasta encontrar la muerte.
En este mundo atroz, ella es un amo más piadoso.
Viskovitz es todos estos animales, y otros muchos, y lidia con sus extravagancias, neurosis y vanidades. Pero es la condición humana, con toda su dignidad y desvergüenza, la que se ve reflejada en estas hilarantes metamorfosis. Al mismo tiempo, esta obra es también una originalísima novela de amor.
Equivalencias (dos mundos) Gerardo Pastorino NievesLudivan IV
Equivalencias.
Donde anida esa energía espiritual que es la sabiduría, está la belleza. Y la mas alta meta del hombre es plasmar la realidad en un arte que enseñe lo profundo y lo hermoso que es ser real. La poesía así se presenta como instrumento de revelado de un saber que está en el inconciente, en el mas allá de la mente, que fué quien vivió cada instante presencialmente y de allí extrajo su deducción universal. Asi es que los hechos no son suficientemente fieles a cada momento por no incluír en ellos la presencia de ese espíritu que posee el ser por inmanente cósmico. Las palabras, aunque no son amigas del todo, pues son apenas puntos de una imagen inmensa que tratan de simbolizar, sí son guía suficiente aliadas al impresionismo literario para mostrar entre sus intersticios, la dimensión verdadera de lo real: el sublime ilusionismo de ser testigo de lo inabarcable y lo asombroso.
"Antonio despierta en una habitación que él llama CELDA. Ha perdido la memoria por recibir una bala en la cabeza... Emprende un trabajo doloroso y sorprendente para reconstruir su vida. Redescubre habilidades, pensamientos... Su pasión por los cómics y también por pintar, le ayudan a reinventarse..."
Conversacion con Carlos Echevarria Ciencia ficcion peruana Por Benjamin Rom...Benjamín Román Abram
Carlos, me alegra poder entrevistarte. He leído tu novela, El Planeta Olvidado I, La Liberación, además pude estar presente en tu disertación sobre la misma en la Casa de la Literatura Peruana. Hay varios aspectos que han llamado mi atención. Como el que hayas iniciado la escritura de esta en tu adolescencia para publicarla a los veintidós años, pero no solo eso, sino que desde el inicio concebiste una tetralogía. Otros puntos fuertes son el género y, ya desde una perspectiva nacional, que uno de los protagonistas es un peruano y miembro de la fuerza aérea, dicho esto cuéntanos sobre libro y cómo fue el proceso creativo.
El planeta olvidado es una novela de ciencia ficción cuyo universo concebí y desarrollé cuando tenía diez años. Empecé su escritura a los doce, con el claro objetivo de publicarla. Decidí que fuera una saga de cuatro libros porque solo así podría plasmar una historia tan larga como la que tenía en mente. Solo avanzaba la novela por épocas, por ello, recién a los diecisiete años terminé de escribir el primer volumen. Como había pasado tanto tiempo desde que la empecé, el proceso de corrección tardó bastante, eliminé muchas páginas y reescribí otras. Publicarla tampoco fue fácil, luego de varios intentos recién en el 2011 hice contacto con la Editorial San Marcos y un año después salió a la luz.
¿Tienes algún referente en la literatura de ciencia ficción o el cine?
La verdad es que yo empecé a leer ciencia ficción después de desarrollar esta historia. Me encanta la saga de “La Fundación” de Asimov, “El hombre en el castillo” de Phillip K. Dick, “Dune” de Frank Herbert y entre las novelas peruanas, “Mañana, las ratas” de Adolph, que siempre es una referencia.
Tal vez algunos no sepan que en la ciencia ficción existen innumerables subgéneros. ¿En marcarías tu obra en alguno de estos?
Mi curiosidad por el espacio, y la libertad que me permitiría este para escribir sobre otros mundos, me hizo decidir que El Planeta Olvidado sea una ópera espacial. No quería que sea futurista, como otras historias de la ciencia ficción, por eso resolví que se desarrolle en el presente, y con un escenario en que la Tierra no conociese de la existencia de organizaciones espaciales. Así podría describir el proceso por el que pasaría un planeta para formar parte de una federación interestelar que ya existía.
¿Qué estimuló tu imaginación?
La idea de la historia surge a partir de los dibujos animados que veía cuando era niño, como por ejemplo Dragon Ball. De la saga de Freezer tomé algunos elementos para crear a los antagonistas: un conquistador de planetas que extrae los recursos de estos, o que utiliza a los seres subyugados, como soldados, para seguir expandiendo sus dominios.
¿Sigues con el mismo afán del inicio?
A pesar de que han pasado doce años desde que inicié la historia, y mi manera de pensar y escribir ha cambiado, sigo con las mismas ganas de term
La Paradoja Cane■Carlos Vera Scamarone (Lima, 1974) ■ Casa Tomada (2013) ■ 231 páginas
La Paradoja de Carlos Vera Scamarone Por LuisBenjamín Román Abram (Perú, 1970).
El argumento nos traslada a la vida de dos estadounidenses trastornados, el protagonista y el antagonista. Uno, esquizofrénico, Daniel Cane, impregnado de dolor por la muerte de su inconforme hijo en un extraño accidente de tránsito y, con la obsesión de viajar en el tiempo y revertir el hecho aciago. El otro, Duncan, un megalómano asesino, que odia a su millonario padre por haberlo abandonado. Ambos están signados por una relación fracturada, un lazo padre e hijo que no llegó a fraguar, son las dos caras de una moneda. Personajes, indudablemente, elaborados desde la experiencia profesional del autor de la novela, Carlos Vera Scamarone, médico psiquiatra.
La narración descansa sobre verbos en tiempo presente, es posible que algunos lectores tengan que acostumbrarse a eso. Tiene un ritmo trepidante, con un cambio incesante y verosímil de escenarios, lo que hace que nos mantengamos pegados a las páginas y leer el libro de un tirón (es ideal para ser adaptado a un guion cinematográfico). Esa misma velocidad impide que se den demasiados detalles sobre la construcción de la máquina del tiempo, aunque sí recibimos abundante información de la etapa preparatoria, con clara similitud al secreto Proyecto Manhattan, que con una constelación de científicos, en perfecto trabajo en equipo, cada uno aportando desde un área específica de su conocimiento, resultando en la invención de la bomba nuclear.
El viaje que presenta Vera Scamarone no es de posibilidades irrestrictas, es una llamada de atención, subraya las limitaciones de las creaciones humanas y sus peligros. Los efectos secundarios, en este caso, para los viajeros. En La Paradoja Cane, uno de los efectos colaterales es un planeta afectado por tsunamis. Se convierte en una reflexión de lo que puede hacer el hombre para conseguir energía para sus artilugios. Y desde un punto de vista filosófico expone la flaqueza de valores en algunos individuos.Sus líneas acogen las teorías que postulan que el pasado es alterable, los sentimientos tales como la amistad, el amor filial, los problemas conyugales, la ambición, la venganza, la crueldad.
Crear una paradoja temporal, no es fácil. Es por supuesto, fruto de un exhaustivo análisis lógico de su autor, acompañado de investigación rigurosa. Tampoco es sencillo escribir una novela, ambos retos han sido superados por Carlos Vera Scamarone, que ha agregado, con su primera novela un bucle infinito temporal a la ciencia ficción, con factores no repetitivos y que deja aún espacio para la especulación del lector. Es una obra que si hubiese (y seguramente la hay) una biblioteca Herbert George Wells pasaría a integrar sus primeras filas.
La Convergencia o Evolución convergente
La convergencia evolutiva, evolución convergente o simplemente convergencia se da cuando dos estructuras similares han evolucionado independientemente a partir de estructuras ancestrales distintas y por procesos de desarrollo muy diferentes, como la evolución del vuelo en los pterosaurios, las aves y los murciélagos
Se llama evolución convergente o convergencia a un fenómeno evolutivo por el que organismos diferentes, no tan relacionados tienden a evolucionar con características similares (morfológicas, fisiológicas, ecológicas, etc).
RESEÑA “CAMPOS DE BATALLA”
(Por Luis Benjamín Román Abram)
Campos de Batalla ■Carlos de la Torre Paredes (Lima ,1988) ■ Ediciones Altazor (2013) ■ 78 páginas■ Género: fantasía épica ■ www.facebook.com/librocamposdebatalla
Esta nouvelle se inicia con una imagen dolorosa, el sufrimiento de una anciana, que da testimonio de su amor de pareja, y de la necesidad emocional y material que tiene de su único hijo, pero que está ausente. Luego, y muy pronto, el lector queda inmerso en otra historia, una de guerra, con un escenario feudal y mítico. Una conflagración donde los soldados se rigen por el mercantilismo, que tienen por bandera la búsqueda de una mejor posición social y el dinero. Magistralmente las páginas dan paso a una tercera historia (y probablemente más) en la que un poderoso y maligno dios, fomentador del odio será el protagonista.
Campos de Batalla es un hábil repaso de la tabla de anti valores humanos, Cuestiona el egoísmo, la maldad, la futilidad de la beligerancia militar, las bases de la familia misma, la preferencia del individuo por la paz, pero también sus deseos de sobrevivir a costa de todo, de las tentaciones o las circunstancias que lo mantienen en la violencia.
Este nuevo libro de Carlos de la Torre Paredes tiene un estilo pulcro, además, da testimonio de su dominio de la teoría de la literatura fantástica al escoger el difícil subgénero de la fantasía épica. Escribir y publicar una continuación, y llegar a una trilogía que permita nos adentremos es en este sorprendente universo de dioses, nobles, soldados, pueblos y magia es un compromiso que ya ha contraído el novelista peruano con los lectores.
Reseña por Luis Benjamín Román Abram (Perú, 1970) narrador, ensayista, poeta, divulgador cultural y abogado. escritordelosingenios@yahoo.com.pe
El fantastico viaje de helen haiff Reseña por Luis Benjamín Román Abram Benjamín Román Abram
El fantástico viaje de Helen Haiff
La protagonista, casi absoluta de esta novela, es Hellen Haiff, una bella y a la vez ingenua periodista estadounidense de los cuarenta. Nos hace viajar en el tiempo mientras reescribe con su narración la historia de nuestro planeta brindándonos una nueva imagen del pasado, haciendo que el lector se pregunte si realmente pertenecemos a la primera humanidad.
La obra se lee con entusiasmo, el título es atrapante y su capítulo inicial puede ser un homenaje a textos de pura aventura como los escritos por Rider Haggard o a los queridos personajes estereotipados de Jules Verne. El ritmo y la voz cambian a partir del segundo capítulo manteniéndose así hasta su final, y trae a La memoria a La máquina del tiempo de H.G. Wells.
El Fantástico Viaje de Helen Haiff nos lleva a una vorágine que se puede disfrutar en distintos niveles, tanto por conocedores de los “temas ocultos”, o los que no lo son, y un público juvenil. Tiene muchas alusiones a las mitologías más conocidas y a lugares geográficos distantes que terminan engarzados unos con otros. Menciona el universo andino o desbarata, sin miramientos, la idealización de personajes mitológicos, Hércules por ejemplo.
La novela es también una crítica al militarismo, a las sociedades que se estancan solazadas en sus logros de antaño, un ataque a toda discriminación y el abuso de la tecnología.
Algo particular es que abundan los giros verbales propios de los peruanos y la profusa presencia de notas de pie de página.
Tal vez lo más sorprendente es su final que nos deja con la miel en los labios y que permitirá a la autora continuar la trama, incluso escribir una precuela.
Sin duda Beatriz Ontaneda es una persona con mucha creatividad, pero también erudita y documentada. Su obra merece ser leída.
Reseña por Luis Benjamín Román Abram (Perú, 1970) narrador, ensayista, poeta, divulgador cultural y abogado
escritordelosingenios@
yahoo.com.pe.
http://escritordelosingenios.blogspot.com/ escritordelosingenios@yahoo.com.pe
En el siglo XXII la ingeniería genética ha realizado en secreto algunas creaciones. Una es el clon de...Adolf Hitler.
El clon tendrá que enfrentar el recuerdo que dejó el terror nazi en el mundo: destrucción a escala inimaginable, tortura, y muerte de millones de inocentes.
Es secuestrado por un comando y...
Descubre todo en el nuevo cuento de Benjamín Román Abram
Incluido en la Revista Umbral Cómprela! www.facebook.com/umbralrevista.fantastica
1.
IMAGEN REAL DE UN AXOLOTL
El Axolotl
También es llamado ajolote o axolote, su nombre científico es Ambystoma mexicanum. Es un anfibio caudado,
es decir que tiene la cola desarrollada, es de la misma familia de las salamandras y es una especie de
México.
AXOLOTL
Julio Cortázar
Hubo un tiempo en que yo pensaba mucho en los axolotl. Iba a verlos al acuario del
Jardín des Plantes y me quedaba horas mirándolos, observando su inmovilidad, sus
oscuros movimientos. Ahora soy un axolotl.
El azar me llevó hasta ellos una mañana de primavera en que París abría su cola de
pavo real después de la lenta invernada. Bajé por el bulevar de Port Royal, tomé St.
Marcel y L’Hôpital, vi los verdes entre tanto gris y me acordé de los leones. Era
amigo de los leones y las panteras, pero nunca había entrado en el húmedo y
2. oscuro edificio de los acuarios. Dejé mi bicicleta contra las rejas y fui a ver los
tulipanes. Los leones estaban feos y tristes y mi pantera dormía. Opté por los
acuarios, soslayé peces vulgares hasta dar inesperadamente con los axolotl. Me
quedé una hora mirándolos, y salí incapaz de otra cosa.
En la biblioteca Saint‐Geneviève consulté un diccionario y supe que los axolotl son
formas larvales, provistas de branquias, de una especie de batracios del género
amblistoma. Que eran mexicanos lo sabía ya por ellos mismos, por sus pequeños
rostros rosados aztecas y el cartel en lo alto del acuario. Leí que se han encontrado
ejemplares en África capaces de vivir en tierra durante los períodos de sequía, y
que continúan su vida en el agua al llegar la estación de las lluvias. Encontré su
nombre español, ajolote, la mención de que son comestibles y que su aceite se
usaba (se diría que no se usa más) como el de hígado de bacalao.
No quise consultar obras especializadas, pero volví al día siguiente al Jardin des
Plantes. Empecé a ir todas las mañanas, a veces de mañana y de tarde. El guardián
de los acuarios sonreía perplejo al recibir el billete. Me apoyaba en la barra de
hierro que bordea los acuarios y me ponía a mirarlos. No hay nada de extraño en
esto porque desde un primer momento comprendí que estábamos vinculados, que
algo infinitamente perdido y distante seguía sin embargo uniéndonos. Me había
bastado detenerme aquella primera mañana ante el cristal donde unas burbujas
corrían en el agua. Los axolotl se amontonaban en el mezquino y angosto (sólo yo
puedo saber cuán angosto y mezquino) piso de piedra y musgo del acuario. Había
nueve ejemplares y la mayoría apoyaba la cabeza contra el cristal, mirando con sus
ojos de oro a los que se acercaban. Turbado, casi avergonzado, sentí como una
impudicia asomarme a esas figuras silenciosas e inmóviles aglomeradas en el fondo
del acuario. Aislé mentalmente una situada a la derecha y algo separada de las
otras para estudiarla mejor. Vi un cuerpecito rosado y como translúcido (pensé en
las estatuillas chinas de cristal lechoso), semejante a un pequeño lagarto de quince
centímetros, terminado en una cola de pez de una delicadeza extraordinaria, la
parte más sensible de nuestro cuerpo. Por el lomo le corría una aleta transparente
que se fusionaba con la cola, pero lo que me obsesionó fueron las patas, de una
finura sutilísima, acabadas en menudos dedos, en uñas minuciosamente humanas.
Y entonces descubrí sus ojos, su cara, dos orificios como cabezas de alfiler,
enteramente de un oro transparente carentes de toda vida pero mirando,
3. dejándose penetrar por mi mirada que parecía pasar a través del punto áureo y
perderse en un diáfano misterio interior. Un delgadísimo halo negro rodeaba el ojo
y los inscribía en la carne rosa, en la piedra rosa de la cabeza vagamente triangular
pero con lados curvos e irregulares, que le daban una total semejanza con una
estatuilla corroída por el tiempo. La boca estaba disimulada por el plano triangular
de la cara, sólo de perfil se adivinaba su tamaño considerable; de frente una fina
hendedura rasgaba apenas la piedra sin vida. A ambos lados de la cabeza, donde
hubieran debido estar las orejas, le crecían tres ramitas rojas como de coral, una
excrescencia vegetal, las branquias supongo. Y era lo único vivo en él, cada diez o
quince segundos las ramitas se enderezaban rígidamente y volvían a bajarse. A
veces una pata se movía apenas, yo veía los diminutos dedos posándose con
suavidad en el musgo. Es que no nos gusta movernos mucho, y el acuario es tan
mezquino; apenas avanzamos un poco nos damos con la cola o la cabeza de otro de
nosotros; surgen dificultades, peleas, fatiga. El tiempo se siente menos si nos
estamos quietos.
Fue su quietud la que me hizo inclinarme fascinado la primera vez que vi a los
axolotl. Oscuramente me pareció comprender su voluntad secreta, abolir el espacio
y el tiempo con una inmovilidad indiferente. Después supe mejor, la contracción de
las branquias, el tanteo de las finas patas en las piedras, la repentina natación
(algunos de ellos nadan con la simple ondulación del cuerpo) me probó que eran
capaz de evadirse de ese sopor mineral en el que pasaban horas enteras. Sus ojos
sobre todo me obsesionaban. Al lado de ellos en los restantes acuarios, diversos
peces me mostraban la simple estupidez de sus hermosos ojos semejantes a los
nuestros. Los ojos de los axolotl me decían de la presencia de una vida diferente,
de otra manera de mirar. Pegando mi cara al vidrio (a veces el guardián tosía
inquieto) buscaba ver mejor los diminutos puntos áureos, esa entrada al mundo
infinitamente lento y remoto de las criaturas rosadas. Era inútil golpear con el dedo
en el cristal, delante de sus caras no se advertía la menor reacción. Los ojos de oro
seguían ardiendo con su dulce, terrible luz; seguían mirándome desde una
profundidad insondable que me daba vértigo.
Y sin embargo estaban cerca. Lo supe antes de esto, antes de ser un axolotl. Lo
supe el día en que me acerqué a ellos por primera vez. Los rasgos antropomórficos
de un mono revelan, al revés de lo que cree la mayoría, la distancia que va de ellos
4. a nosotros. La absoluta falta de semejanza de los axolotl con el ser humano me
probó que mi reconocimiento era válido, que no me apoyaba en analogías fáciles.
Sólo las manecitas... Pero una lagartija tiene también manos así, y en nada se nos
parece. Yo creo que era la cabeza de los axolotl, esa forma triangular rosada con los
ojitos de oro. Eso miraba y sabía. Eso reclamaba. No eran animales.
Parecía fácil, casi obvio, caer en la mitología. Empecé viendo en los axolotl una
metamorfosis que no conseguía anular una misteriosa humanidad. Los imaginé
conscientes, esclavos de su cuerpo, infinitamente condenados a un silencio abisal,
a una reflexión desesperada. Su mirada ciega, el diminuto disco de oro inexpresivo
y sin embargo terriblemente lúcido, me penetraba como un mensaje: «Sálvanos,
sálvanos». Me sorprendía musitando palabras de consuelo, transmitiendo pueriles
esperanzas. Ellos seguían mirándome inmóviles; de pronto las ramillas rosadas de
las branquias se enderezaban. En ese instante yo sentía como un dolor sordo; tal
vez me veían, captaban mi esfuerzo por penetrar en lo impenetrable de sus vidas.
No eran seres humanos, pero en ningún animal había encontrado una relación tan
profunda conmigo. Los axolotl eran como testigos de algo, y a veces como horribles
jueces. Me sentía innoble frente a ellos, había una pureza tan espantosa en esos
ojos transparentes. Eran larvas, pero larva quiere decir máscara y también
fantasma. Detrás de esas caras aztecas inexpresivas y sin embargo de una crueldad
implacable, ¿qué imagen esperaba su hora?
Les temía. Creo que de no haber sentido la proximidad de otros visitantes y del
guardián, no me hubiese atrevido a quedarme solo con ellos. «Usted se los come
con los ojos», me decía riendo el guardián, que debía suponerme un poco
desequilibrado. No se daba cuenta de que eran ellos los que me devoraban
lentamente por los ojos en un canibalismo de oro. Lejos del acuario no hacía mas
que pensar en ellos, era como si me influyeran a distancia. Llegué a ir todos los
días, y de noche los imaginaba inmóviles en la oscuridad, adelantando lentamente
una mano que de pronto encontraba la de otro. Acaso sus ojos veían en plena
noche, y el día continuaba para ellos indefinidamente. Los ojos de los axolotl no
tienen párpados.
Ahora sé que no hubo nada de extraño, que eso tenía que ocurrir. Cada mañana al
inclinarme sobre el acuario el reconocimiento era mayor. Sufrían, cada fibra de mi
5. cuerpo alcanzaba ese sufrimiento amordazado, esa tortura rígida en el fondo del
agua. Espiaban algo, un remoto señorío aniquilado, un tiempo de libertad en que el
mundo había sido de los axolotl. No era posible que una expresión tan terrible que
alcanzaba a vencer la inexpresividad forzada de sus rostros de piedra, no portara
un mensaje de dolor, la prueba de esa condena eterna, de ese infierno líquido que
padecían. Inútilmente quería probarme que mi propia sensibilidad proyectaba en
los axolotl una conciencia inexistente. Ellos y yo sabíamos. Por eso no hubo nada
de extraño en lo que ocurrió. Mi cara estaba pegada al vidrio del acuario, mis ojos
trataban una vez mas de penetrar el misterio de esos ojos de oro sin iris y sin
pupila. Veía de muy cerca la cara de una axolotl inmóvil junto al vidrio. Sin
transición, sin sorpresa, vi mi cara contra el vidrio, en vez del axolotl vi mi cara
contra el vidrio, la vi fuera del acuario, la vi del otro lado del vidrio. Entonces mi
cara se apartó y yo comprendí.
Sólo una cosa era extraña: seguir pensando como antes, saber. Darme cuenta de
eso fue en el primer momento como el horror del enterrado vivo que despierta a
su destino. Afuera mi cara volvía a acercarse al vidrio, veía mi boca de labios
apretados por el esfuerzo de comprender a los axolotl. Yo era un axolotl y sabía
ahora instantáneamente que ninguna comprensión era posible. Él estaba fuera del
acuario, su pensamiento era un pensamiento fuera del acuario. Conociéndolo,
siendo él mismo, yo era un axolotl y estaba en mi mundo. El horror venía ‐lo supe
en el mismo momento‐ de creerme prisionero en un cuerpo de axolotl,
transmigrado a él con mi pensamiento de hombre, enterrado vivo en un axolotl,
condenado a moverme lúcidamente entre criaturas insensibles. Pero aquello cesó
cuando una pata vino a rozarme la cara, cuando moviéndome apenas a un lado vi a
un axolotl junto a mí que me miraba, y supe que también él sabía, sin
comunicación posible pero tan claramente. O yo estaba también en él, o todos
nosotros pensábamos como un hombre, incapaces de expresión, limitados al
resplandor dorado de nuestros ojos que miraban la cara del hombre pegada al
acuario.
Él volvió muchas veces, pero viene menos ahora. Pasa semanas sin asomarse. Ayer
lo vi, me miró largo rato y se fue bruscamente. Me pareció que no se interesaba
tanto por nosotros, que obedecía a una costumbre. Como lo único que hago es
pensar, pude pensar mucho en él. Se me ocurre que al principio continuamos
6. comunicados, que él se sentía más que nunca unido al misterio que lo obsesionaba.
Pero los puentes están cortados entre él y yo porque lo que era su obsesión es
ahora un axolotl, ajeno a su vida de hombre. Creo que al principio yo era capaz de
volver en cierto modo a él ‐ah, sólo en cierto modo‐, y mantener alerta su deseo de
conocernos mejor. Ahora soy definitivamente un axolotl, y si pienso como un
hombre es sólo porque todo axolotl piensa como un hombre dentro de su imagen
de piedra rosa. Me parece que de todo esto alcancé a comunicarle algo en los
primeros días, cuando yo era todavía él. Y en esta soledad final, a la que él ya no
vuelve, me consuela pensar que acaso va a escribir sobre nosotros, creyendo
imaginar un cuento va a escribir todo esto sobre los axolotl.