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Los Cuentos de Charles Perrault
Los Cuentos de Perrault son tan sencillos que hasta un niño puede
leerlos. Los Cuentos de Perrault deben de ser tan complicados, que de
ellos se ha dicho todo lo imaginable. Ha habido interpretaciones para
todos los gustos, y desde las más diversas ciencias sus exégetas han
intentado aproximarse a ellos. Los personajes, la caperuza roja, las
botas de siete leguas, los cuchillos, las piedrecitas de Pulgarcito,
el sueño de la Bella Durmiente, la ogresa, el color de la barba, el
zapato de cristal... todo ha sido objeto de estudio y fuente de las
más variadas conclusiones. Para unos, los cuentos son un «dialecto de
la mitología». Otros ven en sus personajes encarnaciones de fenómenos
naturales, y así, el marqués de Carabás saliendo del agua sería un
símbolo de la salida del sol; las piedrecitas de Pulgarcito serían la
Vía Láctea, etc. Para alguno más se trataría de reminiscencias de los
viejos mitos primitivos -de iniciación y estacionales. Y, finalmente,
no falta quien prefiere interpretaciones alegóricas, etnológicas,
cíclicas, ocultistas, alquímicas, herméticas, cabalísticas, y hasta
psicológicas y psicoanalíticas. Ni siquiera Erich Fromm se hurtó a la
tentación de opinar sobre ellos.
Quizá para entender alguna de las peculiaridades de estos Cuentos
convenga remontarse al siglo y a la casa del autor. Charles Perrault
(1628-1703) es un hombre del siglo XVII francés. El siglo XVII francés
puede decirse que empieza en 1610 y se prolonga hasta 1715, encerrado
en el paréntesis de dos muertes: la de Enrique IV y la del Rey Sol. En
medio, dos larguísimos reinados: los de Luis XIII y Luis XIV o, si se
prefiere, dos cardenales y un rey absoluto. Luis XIII es el rey de los
tres mosqueteros y del cardenal Richelieu. Luis XIV, el del cardenal
Mazarino durante su minoría, y el de «El estado soy yo» en adelante.
Después de Mazarino, sólo el superministro Colbert tendrá un nombre a
la sombra del Sol. A la sombra de la sombra estuvo Perrault.
Esto en política. ¿Cuáles eran los presupuestos estéticos en que se
movió Perrault? Sencillamente, los del clasicismo francés, que se
caracteriza por la disciplina, el orden, la regularidad. Simplificando
un poco, podría decirse que el factor común de toda la literatura
francesa del XVII es la claridad: no en vano es también el siglo de
Descartes (1596-1650), y este dato convendrá tenerlo en cuenta cuando
nos topemos con las hadas de Perrault. La idea clara y distinta de
Descartes presidió el siglo XVII y tuvo influencia indudable en la
literatura de nuestro autor.
Charles Perrault fue uno de los siete hijos que tuvo Pierre Perrault,
abogado en el Parlamento de París. De los siete, dos murieron pronto:
uno, el hermano gemelo de Charles, a los seis meses; otra, la única
hermana, a los trece. El abogado sabía latín, pertenecía a la
burguesía cultivada y su religiosidad rozaba el jansenismo.
El futuro cuentista entró a los nueve años en el colegio Beauvais, al
lado de la Sorbona, donde estudió latín clásico y filosofía
aristotélica, como era habitual en la época. A los quince abandonó el
colegio dando un portazo, por no permitirle «disputar» sobre
cuestiones de ideología jansenista. Inició así una época de
autodidactismo en que, según él mismo dice, leyó «la Biblia y casi
todo Turtuliano, la Historia de Francia de La Serré, Virgilio,
Horacio, Cornelio Tácito y la mayor parte de los autores drtMnw.»
No parece que, como a San Jerónimo, los ángeles le azotaron por leer a
Cicerón. De Virgilio se desquitó componiendo —en colaboración con su
hermano Nicolás y con su amigo Beauraín— una parodia burlesca del
libro VI de la Eneida. No era el primero ni sería el último. Ya
Ausonio había dejado su Centón nupcial, un prodigio de remiendos
extraídos de la Eneida y el desesperado amante de Manon Lescaut
entretendría sus ocios obligados haciendo comentarios eróticos a otro
libro de la misma epopeya. Pero en el caso de Perrault su importancia
reside en lo que de antecedente paródico y burlesco tiene respecto al
tratamiento que dará a sus cuentos. Aún volvió a insistir con otra
parodia: Los muros de Troya, o el origen del burlesco.
Para entonces Descartes ya había publicado el Discurso del método
(1637) y las Meditaciones metafísicas (1641). A principios del siglo
XVII en España se decía: «Iglesia, o mar, o casa real»1
, En Francia,
la teoría cartesiana entendía que «la jurisprudencia, la medicina y
las demás ciencias aportan honores y riqueza a quienes las cultivan».
Perrault, cartesiano hasta en la elección de profesión, escogió la
abogacía. La irresistible ascensión de Colbert encumbró a Perrault al
puesto de Inspector general de Obras del Rey.
Labrada su fortuna, Perrault se casó en 1672. La novia tenía 19 años y
70.000 libras de dote. El novio, 44 y una posición lo suficientemente
sólida para que a Colbert le pareciera modesta la dote. Tuvieron tres
hijos y una hija. Pierre, el menor, firmaría la edición de los cuentos
de 1697. La mujer murió en 1678, dejando a Perrault viudo, con 50 años
y cuatro hijos. Cinco años después murió Colbert, y su sucesor,
Louvois, despojó a Perrault de su último cargo oficial. Perrault se
retiró a sus soledades, a escribir Paralelos entre los antiguos y los
modernos y retratos de Hombres ilustres. En 1697, seis años antes de
su muerte, publicó los Cuentos que le harían pasar a la posteridad.
Once cuentos escribió Perrault: tres en verso y ocho en prosa. Piel de
asno pertenecía a los cuentos en verso, aunque una anónima versión del
siglo XVIII, en prosa, ocultó los alejandrinos del original. El propio
Doré lo ignoró a la hora de ilustrar. Los cuentos en prosa tienen
algunas características personales que los acercan al tiempo de
Perrault y dejan traslucir su pluma.
Excepto, tal vez, para Caperucita (un cuento premonitorio o de
advertencia), Perrault tuvo a mano fuentes orales o escritas. La mano
de Perrault no se limitó a trasladar, sino que dejó su sello y el de
su siglo en la racionalización de los viejos temas y argumentos. Hay
ciertos signos que permiten hablar del bastidor cartesiano en que
Perrault urdió sus cuentos. Estos signos se revelan sustancialmente en
tres manipulaciones.
1. Frente a los cuentos tradicionales, que siempre ocurrían en tiempos
y lugares lejanos, Perrault acerca la maravilla a un tiempo y un
espacio tan cercano que resultan perfectamente reconocibles para el
lector.
2. La relación de causa a efecto, la lógica cartesiana de las cosas,
se introduce en el mismo corazón de la actividad de las hadas, hasta
el punto de que parece como si fuera necesaria una base lógica de
actuación para poder ejercer los teóricamente ilimitados poderes del
hada, del objeto maravilloso, etc.
3. Un distanciamiento irónico y burlón de las fuentes orales y
escritas subyace a la trama narrativa y se explícita en las moralejas,
como si con ello quisiera compensar la cercanía en el espacio y en el
tiempo.
Estos tres procesos no se dan siempre con la misma intensidad, ni
necesariamente están los tres siempre en un mismo cuento. En cada caso
puede ser más evidente uno que otro, aunque el buen humor y la ironía
están presentes prácticamente en todos, y de modo especial en las
moralejas. Flaco servicio, pues, han hecho a Perrault los editores o
traductores que se han tomado la molestia de suprimirlas alegremente.
1
Ruy Pérez de Viedma lo traduciría así: «Quien quisiere valer y ser
rico siga, o a la Iglesia, o navegue, ejercitando el arte de la
mercancía, o entre a servir a los reyes en sus casas, porque dicen:
«Más vale migaja de rey que merced de señor». (Quijote, I, 39).
El acercamiento en el tiempo se refleja en objetos y costumbres
contemporáneas al autor. La riqueza de Barba Azul, por ejemplo,
consisto en «casas en la ciudad y en el campo, vajilla de oro y plata,
muebles tapizados de brocado y carrozas completamente doradas»; en su
casa puede admirarse «el número y belleza de las tapicerías, de las
camas, de los sofás, de los bargueños, de los veladores, de las mesas
y de los espejos, donde se veía uno de cuerpo entero». En Cenicienta
volvemos a encontrar «camas a la última moda y espejos donde se podían
ver de cuerpo entero», vestidos de terciopelo rojo, aderezos de
Inglaterra, abrigos de flores de oro y broches de diamantes poco
vistos, peinados de dos pisos, lunares postizos (una moda importada de
Italia en el siglo XVI y que hacía furor en la época), naranjas y
limones (frutas raras y carísimas en el siglo XVII, y por tanto
distintivo de opulencia), etc. En Pulgarcito está presente la hambruna
famosa de 1694-95 (también entrevista en El gato con botas).
Precisamente lo lejano para él es el ogro, hasta el punto de que en
Piel de Asno Perrault se encarga de explicarlo a pie de página:
«Hombre salvaje que se comía a los niños».
El proceso de racionalización se advierte en la forma de actuar de los
personajes y en las razones que los mueven. Barba Azul tiene que matar
a su esposa no sólo por haber transgredido la prohibición o el tabú,
como en los cuentos tradicionales, sino porque ha visto a las otras:
son razones casi policiales. Este proceso es absolutamente palmario en
dos célebres cuentos: Cenicienta y Pulgarcito. En ellos resplandece la
«lógica» de tal modo, que no es extraño que Fernand Baldensperger
llamara «hadas cartesianas» a las hadas de Perrault. En efecto, el
hada de La Cenicienta, para hacer de la calabaza una carroza, primero
la vacía; escoge ratones vivos aún, para que den caballos de color
ratón tordillo claro; de las tres ratas, elige la que tiene mayores
barbas, para que salga un cochero con los más hermosos bigotes que se
hayan visto jamás; como lacayos piensa en seis lagartos, para que así
salgan con uniformes galoneados, etc. La precaución cartesiana se
extrema en Pulgarcito: en casi todos los cuentos tradicionales, el
elemento distintivo era el color diferenciado de Io8 gorros o túnicas.
Pero eso para Perrault no es lógico. Y así, sustituye los gorros por
coronas, para que el ogro pueda distinguirlos al tacto, sin necesidad
de encender la luz, en cuyo caso se hubiera descubierto la
superchería.
El distanciamiento irónico se nota en pequeñas observaciones hechas de
paso2
y sobre todo en las moralejas de todos los cuentos. Excepto
Caperucita y Pulgarcito, los demás tiene doble moraleja, y casi
siempre la segunda invitando al lector a una segunda lectura, más
distanciada, más divertida, más irónica. La segunda moraleja es
siempre para el lector adulto.
Si tuviéramos que encerrar en dos palabras las características
fundamentales de los Cuentos de Perrault, diríamos solamente:
simplicidad y mesura. Podrán estar trabajados —que lo están—, pero no
lo parece. Todo ha sido medido, dosificado, economizado con un acierto
admirable. Su labor, más que de creación, fue de poda: ni un adjetivo
inútil, ni una partícula de; más. En compensación va repitiendo las
fórmulas típicas del cuento; el giro escueto que graba en la mente del
lector u oyente el rasgo de una persona (era la más hermosa, el más
grande, el más valiente... «que se pudo ver jamás»); la técnica de la
frase estereotipada, que sin caer ni de lejos en la monotonía crea un
2
Recuérdense las bromas a propósito del anillo en Cenicienta (aunque
no tan crueles como en Piel de asno), las puntaditas sobre las hijas
del ogro que «no eran todavía malas del todo, pero prometían mucho»,
el paréntesis sobre el desmayo de la ogresa: «es éste el primer
recurso que encuentran casi todas las mujeres en tales situaciones»,
etc.
extraño clima de intensidad, incluso de ansiedad (¿no es un verdadero
poema trágico ese «sol que polvorea» y esa «hierba que verdea»,
mientras Barba Azul hace temblar la casa con sus gritos?). Y, sobre
todo, el encanto del prodigio sencillo: todo ocurre tan lisa y
llanamente, que nos sentimos tentados a creerlo. ¿Cómo no aplaudir esa
insuperable descripción de dos líneas: «los propios asadores, que
estaban puestos al fuego llenos de perdices y faisanes, se durmieron,
y también el fuego»? ¿Se puede decir con menos palabras y más
plásticamente? Todo es tan cercano, tan reconocible, tan natural, que
sin duda los lectores de 1700 no se hubieran sorprendido de
encontrarse un hada sonriente por la calle.
Trescientos años después, quizá Perrault no sea más que literatura.
Hoy las hadas no siempre favorecen al honrado y, en todo caso, tienen
nombres distintos.
EMILIO PASCUAL. Editado por la Biblioteca de Página/12. Ed. REI
Argentina S.A.

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Charles perrault

  • 1. Los Cuentos de Charles Perrault Los Cuentos de Perrault son tan sencillos que hasta un niño puede leerlos. Los Cuentos de Perrault deben de ser tan complicados, que de ellos se ha dicho todo lo imaginable. Ha habido interpretaciones para todos los gustos, y desde las más diversas ciencias sus exégetas han intentado aproximarse a ellos. Los personajes, la caperuza roja, las botas de siete leguas, los cuchillos, las piedrecitas de Pulgarcito, el sueño de la Bella Durmiente, la ogresa, el color de la barba, el zapato de cristal... todo ha sido objeto de estudio y fuente de las más variadas conclusiones. Para unos, los cuentos son un «dialecto de la mitología». Otros ven en sus personajes encarnaciones de fenómenos naturales, y así, el marqués de Carabás saliendo del agua sería un símbolo de la salida del sol; las piedrecitas de Pulgarcito serían la Vía Láctea, etc. Para alguno más se trataría de reminiscencias de los viejos mitos primitivos -de iniciación y estacionales. Y, finalmente, no falta quien prefiere interpretaciones alegóricas, etnológicas, cíclicas, ocultistas, alquímicas, herméticas, cabalísticas, y hasta psicológicas y psicoanalíticas. Ni siquiera Erich Fromm se hurtó a la tentación de opinar sobre ellos. Quizá para entender alguna de las peculiaridades de estos Cuentos convenga remontarse al siglo y a la casa del autor. Charles Perrault (1628-1703) es un hombre del siglo XVII francés. El siglo XVII francés puede decirse que empieza en 1610 y se prolonga hasta 1715, encerrado en el paréntesis de dos muertes: la de Enrique IV y la del Rey Sol. En medio, dos larguísimos reinados: los de Luis XIII y Luis XIV o, si se prefiere, dos cardenales y un rey absoluto. Luis XIII es el rey de los tres mosqueteros y del cardenal Richelieu. Luis XIV, el del cardenal Mazarino durante su minoría, y el de «El estado soy yo» en adelante. Después de Mazarino, sólo el superministro Colbert tendrá un nombre a la sombra del Sol. A la sombra de la sombra estuvo Perrault. Esto en política. ¿Cuáles eran los presupuestos estéticos en que se movió Perrault? Sencillamente, los del clasicismo francés, que se caracteriza por la disciplina, el orden, la regularidad. Simplificando un poco, podría decirse que el factor común de toda la literatura francesa del XVII es la claridad: no en vano es también el siglo de Descartes (1596-1650), y este dato convendrá tenerlo en cuenta cuando nos topemos con las hadas de Perrault. La idea clara y distinta de Descartes presidió el siglo XVII y tuvo influencia indudable en la literatura de nuestro autor. Charles Perrault fue uno de los siete hijos que tuvo Pierre Perrault, abogado en el Parlamento de París. De los siete, dos murieron pronto: uno, el hermano gemelo de Charles, a los seis meses; otra, la única hermana, a los trece. El abogado sabía latín, pertenecía a la burguesía cultivada y su religiosidad rozaba el jansenismo. El futuro cuentista entró a los nueve años en el colegio Beauvais, al lado de la Sorbona, donde estudió latín clásico y filosofía aristotélica, como era habitual en la época. A los quince abandonó el colegio dando un portazo, por no permitirle «disputar» sobre cuestiones de ideología jansenista. Inició así una época de autodidactismo en que, según él mismo dice, leyó «la Biblia y casi todo Turtuliano, la Historia de Francia de La Serré, Virgilio, Horacio, Cornelio Tácito y la mayor parte de los autores drtMnw.» No parece que, como a San Jerónimo, los ángeles le azotaron por leer a Cicerón. De Virgilio se desquitó componiendo —en colaboración con su hermano Nicolás y con su amigo Beauraín— una parodia burlesca del libro VI de la Eneida. No era el primero ni sería el último. Ya Ausonio había dejado su Centón nupcial, un prodigio de remiendos extraídos de la Eneida y el desesperado amante de Manon Lescaut entretendría sus ocios obligados haciendo comentarios eróticos a otro libro de la misma epopeya. Pero en el caso de Perrault su importancia
  • 2. reside en lo que de antecedente paródico y burlesco tiene respecto al tratamiento que dará a sus cuentos. Aún volvió a insistir con otra parodia: Los muros de Troya, o el origen del burlesco. Para entonces Descartes ya había publicado el Discurso del método (1637) y las Meditaciones metafísicas (1641). A principios del siglo XVII en España se decía: «Iglesia, o mar, o casa real»1 , En Francia, la teoría cartesiana entendía que «la jurisprudencia, la medicina y las demás ciencias aportan honores y riqueza a quienes las cultivan». Perrault, cartesiano hasta en la elección de profesión, escogió la abogacía. La irresistible ascensión de Colbert encumbró a Perrault al puesto de Inspector general de Obras del Rey. Labrada su fortuna, Perrault se casó en 1672. La novia tenía 19 años y 70.000 libras de dote. El novio, 44 y una posición lo suficientemente sólida para que a Colbert le pareciera modesta la dote. Tuvieron tres hijos y una hija. Pierre, el menor, firmaría la edición de los cuentos de 1697. La mujer murió en 1678, dejando a Perrault viudo, con 50 años y cuatro hijos. Cinco años después murió Colbert, y su sucesor, Louvois, despojó a Perrault de su último cargo oficial. Perrault se retiró a sus soledades, a escribir Paralelos entre los antiguos y los modernos y retratos de Hombres ilustres. En 1697, seis años antes de su muerte, publicó los Cuentos que le harían pasar a la posteridad. Once cuentos escribió Perrault: tres en verso y ocho en prosa. Piel de asno pertenecía a los cuentos en verso, aunque una anónima versión del siglo XVIII, en prosa, ocultó los alejandrinos del original. El propio Doré lo ignoró a la hora de ilustrar. Los cuentos en prosa tienen algunas características personales que los acercan al tiempo de Perrault y dejan traslucir su pluma. Excepto, tal vez, para Caperucita (un cuento premonitorio o de advertencia), Perrault tuvo a mano fuentes orales o escritas. La mano de Perrault no se limitó a trasladar, sino que dejó su sello y el de su siglo en la racionalización de los viejos temas y argumentos. Hay ciertos signos que permiten hablar del bastidor cartesiano en que Perrault urdió sus cuentos. Estos signos se revelan sustancialmente en tres manipulaciones. 1. Frente a los cuentos tradicionales, que siempre ocurrían en tiempos y lugares lejanos, Perrault acerca la maravilla a un tiempo y un espacio tan cercano que resultan perfectamente reconocibles para el lector. 2. La relación de causa a efecto, la lógica cartesiana de las cosas, se introduce en el mismo corazón de la actividad de las hadas, hasta el punto de que parece como si fuera necesaria una base lógica de actuación para poder ejercer los teóricamente ilimitados poderes del hada, del objeto maravilloso, etc. 3. Un distanciamiento irónico y burlón de las fuentes orales y escritas subyace a la trama narrativa y se explícita en las moralejas, como si con ello quisiera compensar la cercanía en el espacio y en el tiempo. Estos tres procesos no se dan siempre con la misma intensidad, ni necesariamente están los tres siempre en un mismo cuento. En cada caso puede ser más evidente uno que otro, aunque el buen humor y la ironía están presentes prácticamente en todos, y de modo especial en las moralejas. Flaco servicio, pues, han hecho a Perrault los editores o traductores que se han tomado la molestia de suprimirlas alegremente. 1 Ruy Pérez de Viedma lo traduciría así: «Quien quisiere valer y ser rico siga, o a la Iglesia, o navegue, ejercitando el arte de la mercancía, o entre a servir a los reyes en sus casas, porque dicen: «Más vale migaja de rey que merced de señor». (Quijote, I, 39).
  • 3. El acercamiento en el tiempo se refleja en objetos y costumbres contemporáneas al autor. La riqueza de Barba Azul, por ejemplo, consisto en «casas en la ciudad y en el campo, vajilla de oro y plata, muebles tapizados de brocado y carrozas completamente doradas»; en su casa puede admirarse «el número y belleza de las tapicerías, de las camas, de los sofás, de los bargueños, de los veladores, de las mesas y de los espejos, donde se veía uno de cuerpo entero». En Cenicienta volvemos a encontrar «camas a la última moda y espejos donde se podían ver de cuerpo entero», vestidos de terciopelo rojo, aderezos de Inglaterra, abrigos de flores de oro y broches de diamantes poco vistos, peinados de dos pisos, lunares postizos (una moda importada de Italia en el siglo XVI y que hacía furor en la época), naranjas y limones (frutas raras y carísimas en el siglo XVII, y por tanto distintivo de opulencia), etc. En Pulgarcito está presente la hambruna famosa de 1694-95 (también entrevista en El gato con botas). Precisamente lo lejano para él es el ogro, hasta el punto de que en Piel de Asno Perrault se encarga de explicarlo a pie de página: «Hombre salvaje que se comía a los niños». El proceso de racionalización se advierte en la forma de actuar de los personajes y en las razones que los mueven. Barba Azul tiene que matar a su esposa no sólo por haber transgredido la prohibición o el tabú, como en los cuentos tradicionales, sino porque ha visto a las otras: son razones casi policiales. Este proceso es absolutamente palmario en dos célebres cuentos: Cenicienta y Pulgarcito. En ellos resplandece la «lógica» de tal modo, que no es extraño que Fernand Baldensperger llamara «hadas cartesianas» a las hadas de Perrault. En efecto, el hada de La Cenicienta, para hacer de la calabaza una carroza, primero la vacía; escoge ratones vivos aún, para que den caballos de color ratón tordillo claro; de las tres ratas, elige la que tiene mayores barbas, para que salga un cochero con los más hermosos bigotes que se hayan visto jamás; como lacayos piensa en seis lagartos, para que así salgan con uniformes galoneados, etc. La precaución cartesiana se extrema en Pulgarcito: en casi todos los cuentos tradicionales, el elemento distintivo era el color diferenciado de Io8 gorros o túnicas. Pero eso para Perrault no es lógico. Y así, sustituye los gorros por coronas, para que el ogro pueda distinguirlos al tacto, sin necesidad de encender la luz, en cuyo caso se hubiera descubierto la superchería. El distanciamiento irónico se nota en pequeñas observaciones hechas de paso2 y sobre todo en las moralejas de todos los cuentos. Excepto Caperucita y Pulgarcito, los demás tiene doble moraleja, y casi siempre la segunda invitando al lector a una segunda lectura, más distanciada, más divertida, más irónica. La segunda moraleja es siempre para el lector adulto. Si tuviéramos que encerrar en dos palabras las características fundamentales de los Cuentos de Perrault, diríamos solamente: simplicidad y mesura. Podrán estar trabajados —que lo están—, pero no lo parece. Todo ha sido medido, dosificado, economizado con un acierto admirable. Su labor, más que de creación, fue de poda: ni un adjetivo inútil, ni una partícula de; más. En compensación va repitiendo las fórmulas típicas del cuento; el giro escueto que graba en la mente del lector u oyente el rasgo de una persona (era la más hermosa, el más grande, el más valiente... «que se pudo ver jamás»); la técnica de la frase estereotipada, que sin caer ni de lejos en la monotonía crea un 2 Recuérdense las bromas a propósito del anillo en Cenicienta (aunque no tan crueles como en Piel de asno), las puntaditas sobre las hijas del ogro que «no eran todavía malas del todo, pero prometían mucho», el paréntesis sobre el desmayo de la ogresa: «es éste el primer recurso que encuentran casi todas las mujeres en tales situaciones», etc.
  • 4. extraño clima de intensidad, incluso de ansiedad (¿no es un verdadero poema trágico ese «sol que polvorea» y esa «hierba que verdea», mientras Barba Azul hace temblar la casa con sus gritos?). Y, sobre todo, el encanto del prodigio sencillo: todo ocurre tan lisa y llanamente, que nos sentimos tentados a creerlo. ¿Cómo no aplaudir esa insuperable descripción de dos líneas: «los propios asadores, que estaban puestos al fuego llenos de perdices y faisanes, se durmieron, y también el fuego»? ¿Se puede decir con menos palabras y más plásticamente? Todo es tan cercano, tan reconocible, tan natural, que sin duda los lectores de 1700 no se hubieran sorprendido de encontrarse un hada sonriente por la calle. Trescientos años después, quizá Perrault no sea más que literatura. Hoy las hadas no siempre favorecen al honrado y, en todo caso, tienen nombres distintos. EMILIO PASCUAL. Editado por la Biblioteca de Página/12. Ed. REI Argentina S.A.