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Claridad consciente con López Ufarte
Miguel G. Ventayol Sarrión
Mis ojos han dejado de ver con la claridad con la que
veían a los diecisiete años, cuando solía salir por caminos
desconocidos hasta llegar al final de la frontera, donde
creía, quería encontrar algo nuevo y distintos, diferente a lo
que mi vida era en aquel momento. Mi vida, en aquel momento,
era…
…algo que yo no quería vivir…
lo veía con la claridad de la adolescencia sinvergüenza
y descarada…caminaba sin descanso porque mi casa no era un
hogar, solo un lugar roto. Entrenar pies y rodillas, olvidar
el miedo a la madrugada sin estrellas ni luna, facilitó mi
destino.
Pillé el camino después de una noche divertidísima, reí
tanto como ríen los idiotas, reí tanto como ríen los borrachos
antes de desfallecer….
…antes de que aquellos tipos me partieran la cara
porque los ojos de la Pauli se enroscaran en los míos. Al
parecer había roto algún tipo de pacto no escrito entre
delincuentes perdedores hombres. Esos tipos que jamás podrían
enamorar a una preciosa chica, salvo con el poder cautivador
de los puños y las palabras amenazantes…o el valor monetario
de sus destinos…
…no dolieron los golpes, la ginebra con coca-cola
provoca un efecto amortiguador en el cuero en el que se
transforma la piel…
…pero salí de allí arrastrando la tripa, arrastrando la
conciencia y con la cierta seguridad del vagabundo ante la
cruz de término del pueblo…no huía, buscaba algo mejor.
Años más tarde Loli me mandó una carta, la misma Loli
que me odió a gritos cuando vio mis pasos decididos camino
adelante; la misma Loli que evitó mis palabras, mis canciones
y sugerencias. En su carta, quizás la última que recibí, no
estoy seguro pues mi dirección cambia por salud mental, me
decía que la Pauli terminó por casarse, apenas tres años
después de que me dieran la paliza, con el tipo que animó a sus
amigos a descargar contra mí su odio etílico…porque cada cual
sabe su lugar en el mundo: hay quien engaña, hay quien se
deja engañar, hay quien nunca aprende a descifrar un
engaño…
…como me sucede a mí.
Hubiera querido leer que su matrimonio fue dificultoso,
cargado de hijos complicados y noches aulladoras, pero su
vida marital fue…
…una vida marital.
¿A quién quiero engañar? Apenas conozco las
diferencias de un buen matrimonio o un matrimonio a secas.
Cuando eres adolescente tienes las cosas claras,
cristalinas. Mi adolescencia transcurrió cuando los golpes me
animaron a deslizarme a la salida del pueblo, sin explicar
nada a mi madre, ¡pobre ella!, porque las madres, a veces, solo
necesitan quedarse solas y tranquilas cuando la vida las ha
zarandeado en exceso: el desamor se llevó a su primera
compañera, a quien no pudo ni besar porque el tiempo no era
adecuado para que mi madre besara a una persona con los ojos
verdes, la sonrisa de manzana de caramelo y el mandil con
aroma de sagato protector. Su primer y verdadero amor
desapareció con una de esas enfermedades imposibles de la era
en que una gripe te rasgaba el pecho y te dejaba sin
opciones… ”Un mal constipado se llevó a mi Flori”, dijo un día
antes de taparse la boca consciente de que sus pensamientos se
esparcían al universo sin rubor o recato.
Mi madre se casó por despecho y tristeza con mi padre,
quien tuvo la delicadeza de tumbarse sobre las caderas de mi
madre las veces suficientes para que tanto mi hermana como
yo disfrutáramos de los almíbares de la existencia…
…mi madre secó sus palabras en la garganta, me ofreció
cuanto pudo, quien da lo que tiene es el más generoso del
universo. Me enseñó, sin poesía ni requilorios, el poder de los
caminos y la habilidad de las miradas…mi hermana las
aprendió también…pero esa es otra historia, mucho más
dolorosa que la paliza que me dio a mí la pandilla del marido
de la Pauli, ¡pobre Pauli! Con aquella cintura delicada era
capaz de bailar a los Hombres G. como nunca he visto a nadie
ni en Madrid, ni en Ibiza. Pero no es lo mismo saber cantar y
bailar en un rincón de mierda de una provincia de España, que
en la capital…eso lo sabe hasta el más tonto del pueblo…lo
sabía yo…
…por eso los caminos se me antojaron delicia entre
moratones en las mejillas, rodillas destrozadas y manos
peladas al tratar de huir a rastras. El dolor físico
desaparece con tal velocidad que me da risa ver llorar a los
tristes. El dolor de mi hermana no desaparece, pero esta es…
…otra historia…
…y no, por favor, no me obliguéis a relatarla, pues las
mejores historias exigen un nivel de detalle cuya capacidad
no dispongo ahora.
Mis ojos han dejado de ver con la claridad de las palizas
en la adolescencia… ¿pelear contra el chulo del pueblo?
Clarividente. Si está solo, huirá, pero te buscará hasta
hacerte tanto daño como solo los cobardes poderosos saben
imaginar. ¿Si está en grupo? Te hará tanto daño como los
puños y las botas de sus secuaces sean capaces de obedecer.
Por suerte, mi memoria mantiene la capacidad de la
afrenta sin vengar; las piernas de mi madre recordaron sus
bajadas al río a lavar con sus hermanas y amigas. Olvidado su
hijo, perdida su hija, desaparecida de la memoria la foto de la
boda y el ejército de su marido…comenzó a huir de su entorno
con la fragilidad de quien ha memorizado invisible a su
propio ser. Me enteré un día, sin saber cómo, hablando con
alguien que conocía a alguien más de mi pueblo, cuyo mensaje
llegó sin querer, como la sinceridad de los falsos amigos, que
mi madre era feliz…
…la felicidad llega cuando llega, la entiendes como la
entiendes, la aprovechas si sabes, porque enseñarla no la
enseña casi nadie…
…al menos a mí no me la enseñaron…
…a mi madre tampoco….
…a mi hermana…
La luz penetra en mis ojos agotados de certezas como que
el diablo sabe más por viejo que por diablo; quizás no. He
conocido a diablos más jóvenes que yo, cuya capacidad
superaba la mía a niveles que jamás habría alcanzado por más
caminos que hubiera atravesado. La luz penetra con la certeza
del derrotado que lame el barro como único alimento posible y
se refresca en los charcos, como aquel perro de tres patas que
adopté entre Figueres y Perpignan.
Le dije al oído, con ladridos diminutos, que nuestra vida
sería mejor en Francia…pero él seguía caminando a tres patas
y yo seguía sin comprender las zancadillas gratuitas de los
desconocidos, ni los golpes de quien levantaba un palmo más
que yo, solo por ser un palmo más poderoso que yo. París
parecía un buen lugar donde cobijarse entre calles de nombre
melodioso y cómodos portales. Además, sabe más el diablo por
diablo: un perro cojo procura limosna, la limosna evita el
hambre.
Al principio sopesé la posibilidad de no ponerle nombre,
como esos libros pretenciosos, o las películas estadounidenses
donde llaman al perro, perro, al gato, gato. Lo llamé López
Ufarte, porque cuando corría no había quien lo pillara, como
al delantero de la Real Sociedad, uno de los pocos ídolos que
he tenido en mi vida…
…no preguntes por qué, ¿acaso te importa? Los caminos te
dan alimentos, atardeceres para olvidar los días, amaneceres
para confiar. Solo quería contarte que ahora no veo con tanta
claridad como lo hacía antes, a pesar de que los caminos me
sugerían placeres similares. Las lentes de contacto apenas
cumplen su función debido a que mi problema no se encuentra
en los ojos, sino en un espacio algo más atrás, cuyo nombre
jamás he identificado; un lugar atrás entre los 15 y los 60.
Me adentré en el camino después de recibir una paliza, o
quizás fue el ego al no poder arrastrarme entre las miradas
de la Pauli, de quien me había enamorado la primavera
anterior al verla correr con sus amigas, alejada de verbenas
y bares, cuando la inocencia pervierte las almas más
precavidas. Ella me miró, la miré yo a ella mientras volaba a
mi alrededor.
Muchas veces me han preguntado, alguno de los amigos
que he confeccionado por el camino, mi motivación para huir,
salir al camino y no mirar atrás…
…“miro mucho atrás”, suelo decirles a todos ellos, “pues
mirando atrás no olvido de dónde procedo, a dónde no quiero
volver, ni por error en el mapa o incompetencia funeraria”. Y
eso que soy consciente de que no son los mapas quienes yerran,
sino los pies de quien camina sobre ellos.
“El tiempo lo perdona todo”, me dijo una vez un viejo,
viejo hasta la arruga sonriente, “créeme, el tiempo lo cura
todo. Te lo dice alguien que sabe más por viejo que…”, …
…”no te creo, viejo. Creo en tus palabras, tus arrugas y
sonrisas cuando compartimos trago o descanso, pero no confío
en lo que dices ahora, pues el tiempo me trajo aquí. El tiempo
me hizo como soy. Podría ser cualquier otra persona. No quiero
olvidar qué hizo el tiempo a mi madre o mi hermana. No quiero
faltarte al respeto, viejo, pero no: quien perdona soy yo. De
momento no está entre mis planes más cercanos”.
Me contestó con amabilidad que “mata más el rencor que
la viruela, amigo; decían en tiempo pasado”. “Tiempo pasado es,
viejo. Acércame la botella para que podamos sustituir consejos
por risas. Nos harán mejores por un instante”.
“Nos harán mejores por un instante”, dijo sonriendo ante
mi testarudez irrefutable.
Falleció, sé que falleció. No me lo dijo nadie. El mismo
tiempo en el que confiaba habría surtido efecto. Un día pensé
en él cuando atravesaba León. Me había contado que la mejor
borrachera que había disfrutado fue cerca de esa capital,
cerca de Semana Santa, cerca de su cincuentena. Ahora río
pensando en la facilidad con la que recuerdo el nombre de la
ciudad por la que no pasó y las anécdotas de la historia con
que nos entretuvimos sentados frente a una fuente que
amainaba otros ardores.
Ni siquiera recuerdo el nombre del viejo, porque, a
diferencia de los gatos o los perros, cada persona recibe un
nombre en función de los caminos que hayan tomado otros en
cada momento de su vida…
…viejo…¿Qué nombre te daría el sacerdote cuando tu
progenitor te acercó a la pila? ¿Qué mote pusieron tus amigos
mientras corríais por el campo? ¿Qué nombre te puso la vida
cuando dormías entre rincones sombríos y casas abandonadas?
Miro hacia atrás para asegurarme de que nadie me
persiga. Sé que el marido de la Pauli no lo hará. La Pauli
mucho menos, tampoco me entretendría en cortejarla, los
sueños de la infancia son errores de la edad adulta
camuflados por la ironía de los tiempos pasados. Superé las
cartas de la Loli con dolor, con la suerte de quien abandona
puentes, árboles y ríos para recaer en hostales de las
afueras, cuya dirección apenas conocen las putas y los
borrachos. Eso sí, nunca he estado tan tirado como para no
saber dónde ponía los pies al caminar; nunca he sido como el
viejo o el tipo de la guitarra, que cantaba en las ferias, las
plazas y calles concurridas de carritos y mamás. Era el tipo
con más dinero que he conocido en mi vida. Talento no le
faltaba para encontrar el lugar adecuado en el momento
concreto. Solía decir que “no hay que cansar los dedos, amigo.
Si puedo sacar cincuenta tocando veinte, que sean cincuenta
por veinte. Lo demás es alarde y poesía”, decía.
La poesía no alimentaba, al parecer.
Yo no sabía a qué se refería, admiraba su capacidad para
recopilar dinero de otras personas. Como la del heroinómano
cojo, capaz de ganar dinero en la puerta de una iglesia de
Mallorca con la facilidad de una sonrisa de dientes negros.
Nunca fue mi amigo, a pesar de que compartimos espacio y
tiempo. No.
Durante un buen tiempo eché de menos las cartas de la
Loli, durante mucho mal tiempo, eché de menos los ojos y
consejos de la Loli, quizás la mujer más encantadora que he
conocido, capaz de engatusarme hasta cumplir los sesenta.
Ella se preocupó de mí y mis caminos durante tanto tiempo que
pensé que siempre estaría ahí, para mí, por mí…
…como si yo fuera alguien a quien esperar, por algo,
para algo…
Quizás tenía razón el viejo y sé más por viejo que por
diablo, pero la lucidez de mis primeros pasos no la tengo
ahora; tropiezo con las rayas en las aceras. Mis caídas son
dolorosas como mi tiempo de recuperación; aunque soy
consciente de que el dolor es solo una manera de pasar el
rato. Pienso en la felicidad de mi madre cuando miro los
moratones de mis piernas, pienso en mi hermana, deseando con
todas las fuerzas que no viva ya esta vida, su propia vida. Sé
que hay una palabra en el diccionario de las bibliotecas que
se llama esperanza…la esperanza de reconocer la felicidad de
mi madre…mi hermana tendría que haber vivido en cualquier
otro espacio, porque no, no sabe más el diablo por viejo. Ella
conoció al diablo muy joven, en la edad en que las faldas
vuelan al son de la comba, los calcetines blancos manchados de
tierra, y los zapatos de colegio gastados.
No soy quien para desdecir al viejo.
No soy quien para juzgar a mi madre.
No tengo necesidad de recordar a mi padre.
Cierro los ojos recordando a López Ufarte; una noche se
tumbó a mi lado, más cerca de lo habitual. Dormíamos en un
apartamento en San Sebastián; había conseguido un trabajo en
un supermercado. Uno de esos buenos trabajos que
intercambian tu tiempo y músculos a cambio de dinero. Las
cosas nos iban como se supone que deben de ir a una pareja,
pero no calculé el poder del destino…
López Ufarte se acercó tanto a mis sueños que se coló en
ellos, corríamos por la Concha sonriendo como en un anuncio
de seguros de vida. Le abracé y acaricié en sueños, con la
fuerza de los instantes trascendentales. Quizás lo abracé en
la cama.
Aquella mañana tuve que dejar la ciudad, incapaz de
contener la velocidad con la que quería huir del mundo. Corrí,
corrí tanto como pude hasta que caí rendido en otro lugar,
otro espacio, consciente de mis piernas, mis pies y los caminos
solitarios…
…qué más…

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  • 1. Claridad consciente con López Ufarte Miguel G. Ventayol Sarrión Mis ojos han dejado de ver con la claridad con la que veían a los diecisiete años, cuando solía salir por caminos desconocidos hasta llegar al final de la frontera, donde creía, quería encontrar algo nuevo y distintos, diferente a lo que mi vida era en aquel momento. Mi vida, en aquel momento, era… …algo que yo no quería vivir… lo veía con la claridad de la adolescencia sinvergüenza y descarada…caminaba sin descanso porque mi casa no era un hogar, solo un lugar roto. Entrenar pies y rodillas, olvidar el miedo a la madrugada sin estrellas ni luna, facilitó mi destino. Pillé el camino después de una noche divertidísima, reí tanto como ríen los idiotas, reí tanto como ríen los borrachos antes de desfallecer…. …antes de que aquellos tipos me partieran la cara porque los ojos de la Pauli se enroscaran en los míos. Al parecer había roto algún tipo de pacto no escrito entre delincuentes perdedores hombres. Esos tipos que jamás podrían enamorar a una preciosa chica, salvo con el poder cautivador de los puños y las palabras amenazantes…o el valor monetario de sus destinos… …no dolieron los golpes, la ginebra con coca-cola provoca un efecto amortiguador en el cuero en el que se transforma la piel… …pero salí de allí arrastrando la tripa, arrastrando la conciencia y con la cierta seguridad del vagabundo ante la cruz de término del pueblo…no huía, buscaba algo mejor. Años más tarde Loli me mandó una carta, la misma Loli que me odió a gritos cuando vio mis pasos decididos camino adelante; la misma Loli que evitó mis palabras, mis canciones y sugerencias. En su carta, quizás la última que recibí, no estoy seguro pues mi dirección cambia por salud mental, me decía que la Pauli terminó por casarse, apenas tres años después de que me dieran la paliza, con el tipo que animó a sus amigos a descargar contra mí su odio etílico…porque cada cual sabe su lugar en el mundo: hay quien engaña, hay quien se deja engañar, hay quien nunca aprende a descifrar un engaño… …como me sucede a mí. Hubiera querido leer que su matrimonio fue dificultoso, cargado de hijos complicados y noches aulladoras, pero su vida marital fue… …una vida marital.
  • 2. ¿A quién quiero engañar? Apenas conozco las diferencias de un buen matrimonio o un matrimonio a secas. Cuando eres adolescente tienes las cosas claras, cristalinas. Mi adolescencia transcurrió cuando los golpes me animaron a deslizarme a la salida del pueblo, sin explicar nada a mi madre, ¡pobre ella!, porque las madres, a veces, solo necesitan quedarse solas y tranquilas cuando la vida las ha zarandeado en exceso: el desamor se llevó a su primera compañera, a quien no pudo ni besar porque el tiempo no era adecuado para que mi madre besara a una persona con los ojos verdes, la sonrisa de manzana de caramelo y el mandil con aroma de sagato protector. Su primer y verdadero amor desapareció con una de esas enfermedades imposibles de la era en que una gripe te rasgaba el pecho y te dejaba sin opciones… ”Un mal constipado se llevó a mi Flori”, dijo un día antes de taparse la boca consciente de que sus pensamientos se esparcían al universo sin rubor o recato. Mi madre se casó por despecho y tristeza con mi padre, quien tuvo la delicadeza de tumbarse sobre las caderas de mi madre las veces suficientes para que tanto mi hermana como yo disfrutáramos de los almíbares de la existencia… …mi madre secó sus palabras en la garganta, me ofreció cuanto pudo, quien da lo que tiene es el más generoso del universo. Me enseñó, sin poesía ni requilorios, el poder de los caminos y la habilidad de las miradas…mi hermana las aprendió también…pero esa es otra historia, mucho más dolorosa que la paliza que me dio a mí la pandilla del marido de la Pauli, ¡pobre Pauli! Con aquella cintura delicada era capaz de bailar a los Hombres G. como nunca he visto a nadie ni en Madrid, ni en Ibiza. Pero no es lo mismo saber cantar y bailar en un rincón de mierda de una provincia de España, que en la capital…eso lo sabe hasta el más tonto del pueblo…lo sabía yo… …por eso los caminos se me antojaron delicia entre moratones en las mejillas, rodillas destrozadas y manos peladas al tratar de huir a rastras. El dolor físico desaparece con tal velocidad que me da risa ver llorar a los tristes. El dolor de mi hermana no desaparece, pero esta es… …otra historia… …y no, por favor, no me obliguéis a relatarla, pues las mejores historias exigen un nivel de detalle cuya capacidad no dispongo ahora. Mis ojos han dejado de ver con la claridad de las palizas en la adolescencia… ¿pelear contra el chulo del pueblo? Clarividente. Si está solo, huirá, pero te buscará hasta hacerte tanto daño como solo los cobardes poderosos saben
  • 3. imaginar. ¿Si está en grupo? Te hará tanto daño como los puños y las botas de sus secuaces sean capaces de obedecer. Por suerte, mi memoria mantiene la capacidad de la afrenta sin vengar; las piernas de mi madre recordaron sus bajadas al río a lavar con sus hermanas y amigas. Olvidado su hijo, perdida su hija, desaparecida de la memoria la foto de la boda y el ejército de su marido…comenzó a huir de su entorno con la fragilidad de quien ha memorizado invisible a su propio ser. Me enteré un día, sin saber cómo, hablando con alguien que conocía a alguien más de mi pueblo, cuyo mensaje llegó sin querer, como la sinceridad de los falsos amigos, que mi madre era feliz… …la felicidad llega cuando llega, la entiendes como la entiendes, la aprovechas si sabes, porque enseñarla no la enseña casi nadie… …al menos a mí no me la enseñaron… …a mi madre tampoco…. …a mi hermana… La luz penetra en mis ojos agotados de certezas como que el diablo sabe más por viejo que por diablo; quizás no. He conocido a diablos más jóvenes que yo, cuya capacidad superaba la mía a niveles que jamás habría alcanzado por más caminos que hubiera atravesado. La luz penetra con la certeza del derrotado que lame el barro como único alimento posible y se refresca en los charcos, como aquel perro de tres patas que adopté entre Figueres y Perpignan. Le dije al oído, con ladridos diminutos, que nuestra vida sería mejor en Francia…pero él seguía caminando a tres patas y yo seguía sin comprender las zancadillas gratuitas de los desconocidos, ni los golpes de quien levantaba un palmo más que yo, solo por ser un palmo más poderoso que yo. París parecía un buen lugar donde cobijarse entre calles de nombre melodioso y cómodos portales. Además, sabe más el diablo por diablo: un perro cojo procura limosna, la limosna evita el hambre. Al principio sopesé la posibilidad de no ponerle nombre, como esos libros pretenciosos, o las películas estadounidenses donde llaman al perro, perro, al gato, gato. Lo llamé López Ufarte, porque cuando corría no había quien lo pillara, como al delantero de la Real Sociedad, uno de los pocos ídolos que he tenido en mi vida… …no preguntes por qué, ¿acaso te importa? Los caminos te dan alimentos, atardeceres para olvidar los días, amaneceres para confiar. Solo quería contarte que ahora no veo con tanta claridad como lo hacía antes, a pesar de que los caminos me sugerían placeres similares. Las lentes de contacto apenas cumplen su función debido a que mi problema no se encuentra
  • 4. en los ojos, sino en un espacio algo más atrás, cuyo nombre jamás he identificado; un lugar atrás entre los 15 y los 60. Me adentré en el camino después de recibir una paliza, o quizás fue el ego al no poder arrastrarme entre las miradas de la Pauli, de quien me había enamorado la primavera anterior al verla correr con sus amigas, alejada de verbenas y bares, cuando la inocencia pervierte las almas más precavidas. Ella me miró, la miré yo a ella mientras volaba a mi alrededor. Muchas veces me han preguntado, alguno de los amigos que he confeccionado por el camino, mi motivación para huir, salir al camino y no mirar atrás… …“miro mucho atrás”, suelo decirles a todos ellos, “pues mirando atrás no olvido de dónde procedo, a dónde no quiero volver, ni por error en el mapa o incompetencia funeraria”. Y eso que soy consciente de que no son los mapas quienes yerran, sino los pies de quien camina sobre ellos. “El tiempo lo perdona todo”, me dijo una vez un viejo, viejo hasta la arruga sonriente, “créeme, el tiempo lo cura todo. Te lo dice alguien que sabe más por viejo que…”, … …”no te creo, viejo. Creo en tus palabras, tus arrugas y sonrisas cuando compartimos trago o descanso, pero no confío en lo que dices ahora, pues el tiempo me trajo aquí. El tiempo me hizo como soy. Podría ser cualquier otra persona. No quiero olvidar qué hizo el tiempo a mi madre o mi hermana. No quiero faltarte al respeto, viejo, pero no: quien perdona soy yo. De momento no está entre mis planes más cercanos”. Me contestó con amabilidad que “mata más el rencor que la viruela, amigo; decían en tiempo pasado”. “Tiempo pasado es, viejo. Acércame la botella para que podamos sustituir consejos por risas. Nos harán mejores por un instante”. “Nos harán mejores por un instante”, dijo sonriendo ante mi testarudez irrefutable. Falleció, sé que falleció. No me lo dijo nadie. El mismo tiempo en el que confiaba habría surtido efecto. Un día pensé en él cuando atravesaba León. Me había contado que la mejor borrachera que había disfrutado fue cerca de esa capital, cerca de Semana Santa, cerca de su cincuentena. Ahora río pensando en la facilidad con la que recuerdo el nombre de la ciudad por la que no pasó y las anécdotas de la historia con que nos entretuvimos sentados frente a una fuente que amainaba otros ardores. Ni siquiera recuerdo el nombre del viejo, porque, a diferencia de los gatos o los perros, cada persona recibe un nombre en función de los caminos que hayan tomado otros en cada momento de su vida…
  • 5. …viejo…¿Qué nombre te daría el sacerdote cuando tu progenitor te acercó a la pila? ¿Qué mote pusieron tus amigos mientras corríais por el campo? ¿Qué nombre te puso la vida cuando dormías entre rincones sombríos y casas abandonadas? Miro hacia atrás para asegurarme de que nadie me persiga. Sé que el marido de la Pauli no lo hará. La Pauli mucho menos, tampoco me entretendría en cortejarla, los sueños de la infancia son errores de la edad adulta camuflados por la ironía de los tiempos pasados. Superé las cartas de la Loli con dolor, con la suerte de quien abandona puentes, árboles y ríos para recaer en hostales de las afueras, cuya dirección apenas conocen las putas y los borrachos. Eso sí, nunca he estado tan tirado como para no saber dónde ponía los pies al caminar; nunca he sido como el viejo o el tipo de la guitarra, que cantaba en las ferias, las plazas y calles concurridas de carritos y mamás. Era el tipo con más dinero que he conocido en mi vida. Talento no le faltaba para encontrar el lugar adecuado en el momento concreto. Solía decir que “no hay que cansar los dedos, amigo. Si puedo sacar cincuenta tocando veinte, que sean cincuenta por veinte. Lo demás es alarde y poesía”, decía. La poesía no alimentaba, al parecer. Yo no sabía a qué se refería, admiraba su capacidad para recopilar dinero de otras personas. Como la del heroinómano cojo, capaz de ganar dinero en la puerta de una iglesia de Mallorca con la facilidad de una sonrisa de dientes negros. Nunca fue mi amigo, a pesar de que compartimos espacio y tiempo. No. Durante un buen tiempo eché de menos las cartas de la Loli, durante mucho mal tiempo, eché de menos los ojos y consejos de la Loli, quizás la mujer más encantadora que he conocido, capaz de engatusarme hasta cumplir los sesenta. Ella se preocupó de mí y mis caminos durante tanto tiempo que pensé que siempre estaría ahí, para mí, por mí… …como si yo fuera alguien a quien esperar, por algo, para algo… Quizás tenía razón el viejo y sé más por viejo que por diablo, pero la lucidez de mis primeros pasos no la tengo ahora; tropiezo con las rayas en las aceras. Mis caídas son dolorosas como mi tiempo de recuperación; aunque soy consciente de que el dolor es solo una manera de pasar el rato. Pienso en la felicidad de mi madre cuando miro los moratones de mis piernas, pienso en mi hermana, deseando con todas las fuerzas que no viva ya esta vida, su propia vida. Sé que hay una palabra en el diccionario de las bibliotecas que se llama esperanza…la esperanza de reconocer la felicidad de mi madre…mi hermana tendría que haber vivido en cualquier
  • 6. otro espacio, porque no, no sabe más el diablo por viejo. Ella conoció al diablo muy joven, en la edad en que las faldas vuelan al son de la comba, los calcetines blancos manchados de tierra, y los zapatos de colegio gastados. No soy quien para desdecir al viejo. No soy quien para juzgar a mi madre. No tengo necesidad de recordar a mi padre. Cierro los ojos recordando a López Ufarte; una noche se tumbó a mi lado, más cerca de lo habitual. Dormíamos en un apartamento en San Sebastián; había conseguido un trabajo en un supermercado. Uno de esos buenos trabajos que intercambian tu tiempo y músculos a cambio de dinero. Las cosas nos iban como se supone que deben de ir a una pareja, pero no calculé el poder del destino… López Ufarte se acercó tanto a mis sueños que se coló en ellos, corríamos por la Concha sonriendo como en un anuncio de seguros de vida. Le abracé y acaricié en sueños, con la fuerza de los instantes trascendentales. Quizás lo abracé en la cama. Aquella mañana tuve que dejar la ciudad, incapaz de contener la velocidad con la que quería huir del mundo. Corrí, corrí tanto como pude hasta que caí rendido en otro lugar, otro espacio, consciente de mis piernas, mis pies y los caminos solitarios… …qué más…