Institucion educativa la esperanza sede la magdalena
Cuento
1. EL INODORO MALDITO
-Oh, no- dijo Mariana, retorciéndose sobre la butaca.
Su amiga, que comía palomitas de maíz acarameladas de a puñados mientras
observaba la película de terror: Actividad Paranormal - La Dimensión Fantasma en 4DX,
se dio vuelta fugazmente.
-¿Qué ocurre?
-Tengo que ir al baño.
-Entonces ve.
-No quiero. Esta es la mejor parte de la película.
-Pues entonces no vayas.
-Si no voy, mi vejiga estallará.
Su amiga abrió la boca para responderle, pero entonces recibieron chistidos desde
diferentes partes de la sala de cine.
-Volveré enseguida- susurró Mariana-. Luego me cuentas lo que ocurrió.
Abandonó su butaca y corrió en dirección al baño. Eran cerca de las doce y media de la
noche y no había mucha gente en la Plaza Forum, apenas un muchacho que barría el
suelo, y un par de empleados de la cafetería que guardaban las cosas para marcharse de
allí lo antes posible. Mariana se detuvo delante de la puerta del baño y dijo muchas
groserías: la entrada estaba cruzada con un letrero de plástico amarillo. Retrocedió sobre
sus pasos y miró alrededor, desesperada. Vio una escalera y se lanzó decidida hacia el
lugar. La escalera, que no era mecánica, la condujo a un corredor de pisos relucientes,
con tiendas comerciales ya cerradas y oscuras a ambos lados. A unos cincuenta metros,
suspendido de unos cables del techo, un letrero luminoso le indicó la presencia de los
sanitarios. Mariana, infinitamente aliviada (ahora ya no le preocupaban tanto las escenas
perdidas de la película, sino sus ganas insoportables, casi dolorosas, de orinar) se metió
corriendo en el lugar. Los pisos del baño brillaban impecablemente bajo la dura luz de los
fluorescentes del techo. La chica, como era su costumbre, eligió el último de los cubículos
para hacer sus necesidades. Antes de sentarse limpió la tabla del inodoro y luego colocó
un buen colchón de papel higiénico sobre la misma, y recién entonces se sentó.
Y allí, mientras trataba de orinar lo más aprisa posible, comenzó a escuchar algo
extraño. Era como si alguien, en algún cubículo vecino, estuviera rascando la madera con
sus uñas. Pero no podía ser, estaba segura que no había nadie al momento de entrar. Y
al rato el ruido se repitió, y además de eso Mariana oyó el sonido, como si alguien
estuviese vomitando dentro de algún cubículo.
2. La chica tuvo el impulso de agacharse y mirar por debajo del tabique divisorio, pero
luego se dio cuenta que estaba completamente sola y aislada en esa parte del centro
comercial, y entonces ya no quiso hacerlo, no quiso mirar, porque aquellos sonidos le
ponían los pelos de punta. Quiso moverse, quiso levantarse y abotonarse el pantalón para
salir pitando de allí, pero no pudo, estaba paralizada, sabía que algo horrible estaba a
punto de suceder. Sacó desesperada el celular, con el propósito de alertar a su amiga de
la situación. Y justo en ese momento vio la inscripción sobre la puerta, escrita con
marcador negro:
“Si escuchas ruidos raros, no mires hacia arriba.
Pancha te observa”.
La luz de los fluorescentes del techo se oscureció. Algo había trepado al cubículo y
asomaba por encima del panel de madera. Mariana podía verlo: era una cabeza. Una
cabeza de piel blanca y cabello negro como el carbón. La chica comenzó a llorar. Sus
manos temblaban tanto que dejó caer el celular, que resbaló sobre los mosaicos y se
perdió dentro de un desagüe. Sintió que algo, unos dedos húmedos, le acariciaban
lentamente el cabello. La chica gritó y se encogió sobre el inodoro. Y luego,
contradiciendo las indicaciones del graffiti, miró hacia arriba.
No era una mano lo que había acariciado su pelo. Era una lengua. Una lengua negra y
ondulante, de aproximadamente dos metros de largo, que salía de la boca de aquella
cabeza suspendida sobre el panel del cubículo. La lengua, como una desquiciada
serpiente, se enredó en las profundidades de su pelo, mientras Mariana gritaba
aterrorizada. Pasó por sus ojos y sus mejillas, dejando un rastro húmedo sobre su piel. Y
luego se enroscó en torno a su cuello, donde comenzó a apretar.
Media hora después, el empleado de limpieza, alertado por la amiga de Mariana, entró
al baño y revisó los cubículos, uno por uno. No le agradaba entrar allí; desde que una
turista española había muerto dentro de un cubículo, ahogada con su propia lengua
durante un ataque epiléptico, se decía que aquel baño estaba embrujado y podían
escucharse ruidos escalofriantes durante la noche. Sin embargo, no encontró nada raro
durante la inspección, excepto por el desconcertante grafiti en la última puerta, que decía:
“Si escuchas ruidos raros, no mires hacia arriba.
Pancha te observa.
Y Mariana también”.