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CUENTO "A PENCAZO LIMPIO"
1. A PENCAZO LIMPIO
Por: ARLOS
Pal pelao Rema
En la puerta del horno
se quema el pan.
Dicho costeño
Mandé mi mano derecha con la velocidad de un águila, dando justo en la mejilla
derecha de mi contrincante, tan fuerte, que tuve miedo de partirla en pedazos. Golpes
como este iban y venían entre mi primo y yo, hasta que una voz mostrando luces de
autoridad nos separaba. Era mi Madre indignada por el espectáculo que dábamos en la
sala de mi casa. Aun así nada nos hacia parar la contienda; hasta que las palabras
mágicas taladraron nuestros oídos.
- Se lo voy a decir a tu Papá -.
Solo en ese momento logramos reflexionar, después de aquel último asalto en la que
nuestra ira defendía el honor del caballero de alto linaje.
No tuvimos de otra que mirarnos a los ojos y simplemente buscar nuevos rumbos,
agujeros donde meternos, caminos que recorrer, ideas que crear, y lo principal,
conseguir que mi Padre no se diera cuenta de lo sucedido.
Los siguientes días fueron eternos, todo lo que hacíamos giraba en torno al viernes;
parecíamos hermanitas de la caridad, realizando obras cuyo objetivo final era conmover
el noble corazón de mi Santa Madrecita; pero es difícil cuando has vivido largo tiempo
empatando a punta de pecado y rezo, porque no te puedes pasar la vida confesando
siempre el mismo pecado.
Viernes, el día más esperado entre los dos, durante los últimos cinco años. Eran las
5:00 de la mañana, y ninguno se atrevía a dar el primer paso al baño, solo pensábamos
en conseguir la manera en que la tierra se abriera y nos tragara.
- Qué es lo que ustedes se piensan, par de sinvergüenzas, o es que no piensan ir al
colegio, pal baño, carajo, pal baño-. Solo pudimos brincar de nuestras sabanas y
correr a cumplir con el mandato. Había que hacer caso en todo, solo así podríamos
hacer que mi Mamá desistiera de su cometido.
Ese día nuestro pensamiento en el colegio no era otro, sino la llegada de mi Papá. El
profesor se hubiera podido dar el lujo de regalar nota, y mi primo y yo ni siquiera nos
hubiéramos percatado de la magnitud del acontecimiento.
En la hora del recreo parecíamos 2 zombies, que caminaban los pasillos por inercia,
mientras observábamos como nuestros compañeros de estudio disfrutaban de lo lindo.
En ese momento quería ser cualquiera de ellos, para no estar en mi pellejo,
- Pero que carajos, yo soy un hombre y como los hombres, afrontare la situación -.
Era la expresión que pasaba por mi mente, mientras mis piernas temblaban.
2. Al salir del colegio quisimos volarnos, pero creo que hubiera sido peor, por lo tanto la
mejor decisión fue asesorarnos y desarrollar un buen plan de contingencia; teníamos
planes de la A, a la Z. No había de otra, al llegar a casa decidimos consumir un buen
almuerzo, más de lo habitual; podía ser nuestro último alimento. Terminada la
contienda, nos dispusimos a dormir plácidamente nuestra última siesta, pero de la
llenura, creo tuve una pesadilla,
“Papi no me pegues, papi no me pegues, no le vuelvo a hacer”. Desperté en el
momento en que me volaba de los pencazos de mi Papá, salvándome de una
buena pela.
Sabíamos que de esa no nos salvábamos, por lo tanto decidimos tomar los pantalones
más gruesos, doble calzoncillo, doble bóxer, pantaloneta y hasta una happy lora, para
que pudiera amortiguar el golpe del fajón.
- ¿Qué más vecino? -. Sentí la voz de mi Padre saludando al vecino. Sabíamos que
la hora esperada había llegado, en esos momentos mis manos comenzaron a sudar,
mientras que mi primo aumento su velocidad de repetición de palabras de 2 a 7 por
segundo: - Que, que, quee… -. Era difícil entenderle algo en ese momento, hasta el
punto que tuve que pedirle que me hablara por señas.
Mi cuarto se convertía en un fortín, en el cual mi Papá nos encontraba a esos de las 7:00
PM en cama, envueltos en una sabana. Quién lo creyera, parecíamos los niños más
juiciosos del mundo.
- ¿Ustedes qué?, están enfermos -. Decía mi Papá, al ver aquel hermoso cuadro.
Me levante a darle un beso, mientras mi primo se hacía el dormido. Mi Papá salió y yo
seguí acostado, tratando de conciliar el sueño, aunque pude lograrlo solo como a eso de
la 1:30 AM, porque cada vez que lo estaba consiguiendo, despertaba escuchando mi
llamado. Todo mi temor afloraba al sentir mi nombre en la voz de mi Papá, después que
mi Mamá le expusiera todos los pormenores de nuestras travesuras.
Otra de las ideas era levantarnos lo más tarde el día siguiente, para estar seguros que al
hacerlo, no encontráramos a mi Papá en casa; pero Él nos hizo madrugar para lavarle el
carro. Ahora el plan era demorarnos el mayor tiempo posible, para terminar justo en el
momento que Él tuviera que salir; pero nos hizo terminar más rápido de lo habitual,
para que le acompañáramos a realizar sus diligencias. La verdad es que no se sí el
destino jugaba con nosotros, o si por el contrario, era mi Papá, quien nos aplicaba un
terrorismo psicológico por habernos portado tan mal. La verdad es que mi hipótesis se
comprobaba mucho más, porque en su rostro se dibujaba una sonrisa pícara y un brillo
en sus ojos, cada vez que se encontraba a nuestro lado. Sentía que gozaba cuando nos
veía entrar en chiripiorca pasiva, en otras palabras, en sudor con tembladera disimulada.
Pasamos todo el fin de semana sumidos en una completa zozobra, siempre pidiendo a
gritos mentales que llegara rápidamente el día en que mi Papá tuviera que volver a
Maicao, para así poder librarnos de los pencazos.
Al fin llego el lunes, festivo por demás, el día más preciado en nuestros últimos años.
Ya divisaba una sonrisa brillando en mi cara al imaginarme a mi Papá salir.
3. Todos los que residíamos en aquella casa, nos encontrábamos en la sala, alrededor del
Jefe del hogar. A todos nos dio un beso, luego pidió a mi primo y a mí que nos
portáramos bien. La verdad, yo no lograba escuchar sus palabras, solo contabilizaba
cada paso que Él daba. Sus pasos y el latir de mi corazón sonaban al unísono, pero a
medida que Él se alejaba mis ojos se conectaban con los de mi primo. Sentíamos que
habíamos ganado la tercera guerra mundial, no lográbamos disimular la alegría,
queríamos gritar de la emoción cuando lo vimos atravesar el marco de la puerta…
Cuando de pronto mi Papá retrocedió diciendo: - Ustedes me deben una -. Saco su
fajón, y… Ayyyy…
Nos acaricio suavemente y partió para Maicao, como tanto lo habíamos pedido.