1. “De Egipto llamé a mi Hijo”.
LA NOVEDAD QUE SOMOS NOS NACE DE ADENTRO
Ante el fenómeno manifiesto de la migración (artículo anterior), se planteaba el siguiente
interrogante: ¿Qué postura sabia y profética nos brinda la experiencia del pueblo de Israel
en exilio? La respuesta se presentaba como un camino, como un proceso cuya meta era
salvaguardar el patrimonio cultural de todos los pueblos en esta “aldea global”. Y este
camino comienza con el primer “paso” que es colocarse en situación de “permanente
exilio”.
Seguimos caminando con la Palabra de Dios y nos encontramos con un pasaje del
Evangelio según San Mateo que narra la experiencia de exilio que el mismo Hijo de Dios
vivió.
De Israel a Egipto – Enfrentar al poder que margina
El ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, toma
contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y permanece allí hasta que yo te
diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarlo.” Él se levantó, tomó
de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la
muerte de Herodes; para que se cumpliera lo dicho por el Señor por medio del
profeta: “De Egipto llamé a mi hijo.” (Mt 2,13-15)
La huida de la sagrada familia a Egipto es un reflejo de la cruda realidad de opresión e
injusticia que sufría el pueblo de Israel. Llama la atención que la tierra de esclavitud por
excelencia (Egipto) se convierta ahora en refugio de esta familia. Pero lo será por un breve
tiempo. El evangelista, lejos de querer mostrar las bondades del país vecino, nos presenta
a Jesús recorriendo el mismo camino de su propio pueblo: exilio y éxodo. Mientras el
exilio sigue siendo un movimiento externo (una toma de distancia), el éxodo se convierte
en un proceso interior, en una misión (el paso o cambio de un modo de ver la realidad, y
verse dentro de ella, a otro).
Para comprender este proceso es necesario dirigir la mirada a lasituación de la comunidad
de Mateo hacia finales del primer siglo de nuestra era. Este grupo de cristianos tuvo que
aprender a crecer en medio del rechazo y la marginación. Para ellos la experiencia de
exilio estuvo marcada por la expulsión de la sinagoga de los judíos y la confrontación con
el poder de turno. Ser expulsados de la sinagoga significaba una ruptura total con la
historia y la tradición que los identificaba. Ahora debían ganar en identidad propia desde
su fe en Jesucristo. La toma de distancia de la sinagoga, es decir, de todo el bagaje cultural
que traían y desde el cual se situaban en la realidad, los colocó en una situación de crisis
2. de identidad, que afectó la vida de toda la comunidad. Es en medio de esta crisis que
sienten el llamado de Dios a volver a Israel. No el Israel del Antiguo Testamento, sino al
nuevo Israel, a la comunidad de la nueva alianza.
Permanecer en Israel significaba continuar con una visión muy estrecha de la realidad. Por
eso era necesaria esta crisis para tomar distancia y poder identificar a esa fuerza opresora
que se había convertido en una feroz bestia de destrucción y muerte, alimentada por la
vida de muchos inocentes. La toma de distancia permitió a la comunidad mirar de frente a
esa maquinaria de poder que causaba dicha situación de injusticia y marginación. Le
permitió además identificarse con todos aquellos y aquellas que permanecían excluidos,
no justamente por haber sido olvidados por Dios, sino a causa de un sistema que los
rechazaba.
Reflexión comunitaria:
En este Adviento quizá sea oportuno mirarnos a nosotros mismos en situación de
exilio. Un prudente distanciamiento reflexivo de la realidad en la que vivimos nos
puede ayudar a identificar las fuerzas o tendencias actuales que intentan debilitar
nuestra identidad cultural y nuestra misión cristiana. Se pueden tener en cuenta
estos puntos:
- Recuperar la memoria histórica de la familia: de dónde venimos; cuáles son los
aspectos de familia que han cambiado; cuáles son los valores familiares que hoy
están en crisis…
- Ver nuestra familia en el contexto de la sociedad actual: hasta qué punto la
“corriente” nos arrastra; sobre qué base está fundada nuestra familia; qué
esfuerzo hacemos por valorar nuestra identidad familiar y cultural…
De Egipto a Nazaret – La luz del Señor en la fragilidad de una vela
Muerto Herodes, el ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y
le dijo: “Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y vete a la tierra de
Israel, pues ya han muerto los que buscaban matar al niño.” Él se levantó,
tomó consigo al niño y a su madre, y entró en tierra de Israel. (Mt 2,19-21)
En su esfuerzo por presentar a Jesús en continuidad con el Antiguo Testamento, Mateo
recurre a la memoria colectiva del pueblo de Israel, cuyo núcleo central era la experiencia
del éxodo. Egipto y el poder opresor están representados por el rey Herodes; el pueblo de
Dios sumido en la esclavitud se ve reflejado en la exterminación sistemática de los
3. inocentes; el nuevo Moisés es el niño Jesús, liberado del exterminio y saliendo de Egipto
(éxodo) para identificarse con su pueblo.
Es desde aquí que la comunidad de Mateo comprende que este “nuevo éxodo” es una
llamada constante a identificarse con la fragilidad de un niño que enfrenta todo un
sistema opresor (a semejanza de David con Goliat). Este poderío gigante se ve trastocado
por el mensaje del Evangelio que porta la pequeña comunidad identificada con los más
pequeños de la historia. Del mismo modo que el niño Jesús, alejándose de Judea, crece en
un pueblo insignificante en medio de pueblos paganos, la comunidad de Mateo, expulsada
de la sinagoga, se ve reconocida en medio de mucha gente que acoge el evangelio de
Jesús (representados por los sabios de oriente). La diáspora (territorio fuera de Palestina)
se transforma en la Nazaret de los seguidores de Jesús. Desde allí queda pavimentado el
camino para llegar a “todos los pueblos”.
Desde las márgenes del sistema y caminando con los pequeños es como la comunidad
vive este nuevo éxodo y descubre su misión: ser una vela frágil portadora de la luz del
Evangelio. Sin bien la realidad externa aún permanecía en tinieblas, la comunidad de
Mateo se sentía renovada por dentro gracias a ese éxodo interno, ese paso cualitativo en
la comprensión de su propia identidad y su misión concreta en el entorno. La tarea
consistía en vivir y testimoniar esa novedad nacida de adentro.
Reflexión comunitaria:
Durante el Adviento es fundamental retomar el contacto con la novedad que Dios
sigue alimentando en cada uno de nosotros. Más que de una cerrazón egoísta, se
trata de una apertura consciente al misterio divino que no cuelga de un arbolito,
sino que se abre paso en nuestro interior. Podemos tener en cuenta los siguientes
puntos:
- Dar un paso cualitativo en mi vida cristiana durante este Adviento: qué me dice y
qué nos dice este tiempo de espera del Señor; qué es lo que Él quiere hacer
renacer en mí y en nosotros…
- Cuidar que la vela siga alumbrando: cuál es esa luz que Dios quiere hacer brillar a
través de mi fragilidad humana; cuáles son los signos del Dios Humano en medio
de la sencillez y pobreza de nuestros hermanos…
Vivimos la novedad que somos
4. La reflexión hecha hasta aquí en torno al exilio y al nuevo éxodo tenía por objetivo
iluminar una realidad que se nos impone: la migración. A la luz del exilio, emerge la
necesidad de una toma de distancia, de una mirada más aguda y profunda de este
fenómeno en el contexto de la “aldea global”. Llegar a identificar las fuerzas opresoras
que siguen causando hoy el desplazamiento forzado de pueblos y culturas, es un
imperativo que tiende a alimentar nuestra consciencia y fortalecer nuestra identidad. El
éxodo impulsa a dar un paso cualitativo en la misión encomendada: ser portadores de la
buena noticia de Jesús desde la propia fragilidad y el cambio interior.
En este Adviento sería tan provechoso como profético distanciarnos de la “cultura única”
basada en decoraciones y compartir familiar y comunitariamente la novedad (el
nacimiento) que Dios quiere actuar en cada uno de nosotros.
P. Marcelo E. Cattáneo, SVD
Coordinador Animación Bíblica ARS