Este documento critica la propuesta del gobierno ecuatoriano de evaluar a los maestros fiscales para mejorar la calidad de la educación. Argumenta que esta reforma se basa más en el sentimentalismo que en una auténtica voluntad política de revolucionar la educación. También sugiere que la mediocridad existe tanto entre algunos maestros como dentro del propio gobierno y que se debería enfocarse más en elevar el prestigio de la profesión docente.
1. DESDE LAS AFUERAS DEL MAGISTERIO FISCAL
Bustamante dijo hace poco —y no el Busta de España, sino el de la diestra del Gobierno— que
hay que levantar el prestigio del magisterio. Pero se equivoca. Y con intención, porque el
Correísmo ha conseguido el apoyo nacional para su reforma educativa apelando al sentimiento
de los padres de familia, que no otra cosa es eso de aplicar la evaluación docente. Puro
sentimentalismo. En el fondo, hay una vendetta familiar contra el maestrillo aquel que dejó al
chico de la casa al supletorio. Hay, además, ese placer colectivo de ver al verdugo
enfrentándose a su propio paredón. Es lo que los estudiantes han dicho, con tanta sabiduría
popular, que los profesores prueben de su propia medicina. De ahí no puede, imposible, nacer
una reforma educativa, menos una revolución educativa. La dizque revolución ciudadana.
Y como se apela a ese sentimentalismo, todos estamos de acuerdo en que a los profesores les
evalúen —a los profesores fiscales, claro está, porque, para sutiles ironías, los particulares,
aunque consigan resultados mediocres como un doce en las pruebas SER, se les cuelga la
medalla del honor en sus dignos pechos— y al carajo el que no pase la prueba. ¡Cómo no estar
de acuerdo! Nos gusta el estilo macho del líder montubio, pero temblamos en cuanto nos
quieren hacer callar. Algún encanto le encontramos a la ½ dictadura.
No hay auténtica voluntad política de revolucionar la educación ecuatoriana. Si la hubiera, lo
que se propondría no es lo que ha dicho Bustamente, sino algo más puntual: levantar el
prestigio del docente, de la carrera magisteril. Porque una cosa es una profesión con prestigio
y otra muy distinta, un gremio con prestigio, que para el correísmo significa que se calle, que
no se agrupe, y si se agrupa, que sea con líderes de AP. Nos gusta el sindicato, siempre y
cuando el líder sea de la familia. Los hijos de vecino nos sientan mal. Nos cambian el carácter y,
de pronto, casi sin notarlo, nos volvemos ½ de dictadores.
Se han llenado la boca hablando de la mediocridad, bien está. A muchos les queda demasiado
grande el título de profesor, peor el de maestro, empezando porque aquellos que fungen o
han fungido de docentes universitarios sin conocer ni la P de pedagogía, como si ser un
especialista en un área científica diera licencia para dictar cátedra, pero no deberían hablar
muy alto. Allí, adentrito de este gobierno, la mediocridad también asienta sus redondas
posaderas en los sillones de Estado: basta darse una vueltita por los patios de la Dirección
Provincial de Educación de Pichincha, o por los pasillos de los libros del Ministro de Educación,
para cosechar a granel las faltas ortográficas, en aquel lugar, y gramaticales, en aquel otro.
Arrieros somos, dicen.