1. De izquierda a derecha y viceversa
Esta revolución ciudadana viene siendo el juego de los niños bien, de los hijos de la clase media, que un
día soñaron ponerse la boina del Che, pero que en cuanto escucharon cómo suena un fusil, se declararon
pacifistas. RIP por los guerrilleros en ciernes. Ahora le encontraron un método al Che, que es marketing
que rebasa la camiseta con la foto famosa, y que le da un toque rojo y progresista a esta revolución, que
no es más que derecha con ciertas responsabilidades (y puesto todo en color verde, que gusta más a las
señoras de antes).
Siempre la tarima tendrá mucha más adrenalina que el despacho del poder, y mucho menos riesgo que la
Sierra Maestra —qué genialidades no se les habían ocurrido a los barbudos de altos bosques, que para
hacer revolución no había que ir de clandestino por la vida—, se deja televisar mejor y, además, permite
incluir números artísticos, que siempre alegran al pueblo, y no ponen en riesgo la vida de nadie. Del
bolsillo hablamos después.
O sea que, de los Tupamaros llegamos al mitin político, con tarima y estudiantina incluida. Esta es
revolución de tablado. Sobre el escenario mucho Carlitos Puebla, bastante Pueblo Nuevo/Viejo, unas
cucharitas de “Patria o muerte”. Pero en el despacho, bastante social democracia. La cosa consiste en
gritar mucho, maquillar otra tanto, y decidir en otro lugar. Han logrado ganarse el corazón cristiano de
este pueblo conventual (de Quito a Cuenca hay más iglesias que farmacias) con aquello de la doctrina
social de la iglesia que nadie sabe, o no se acuerda, qué es lo que es, pero suena bonito y convoca.
Y así, de a poquito, con mucho grito, mucha fiereza, y una visión simplona de la democracia —el que
tiene más votos, decide por todos, es decir, tan justo como el de “tin marín de do pingüé”— se ha ido
creciendo la figura del líder — que debe estar muy convencido de todo lo que dice y hace— para no dejar
ver el decorado de este gobierno que está a la izquierda de la derecha. Y dentro de ella.
Nunca antes se había visto un gobierno con un discurso muy cubanista y, al mismo tiempo, con halagos
para el presidente de USA. Y queda de izquierda. Nunca antes se había visto un presidente que acuse,
demuestre y doblegue al poder mediático, y lo diga casa adentro y casa afuera, y que, al mismo tiempo,
construya un poder mediático similar. Y queda de izquierda. Nunca antes se había visto un gobierno que
acusara tanto a la mediocridad de la dirigencia de los maestros, a las reformas pasadas, y montara una
reforma tan melosamente torpe como las pasadas. Y quedara como de izquierda. Nunca antes se había
visto un gobierno gritar tanto por la autodeterminación de los pueblos, pronunciarse en contra del
imperialismo —ojitos y miraditas a USA— y, al mismo tiempo, entregarse como doncella de cuento en
los brazos apoteósicos de la nueva potencia oriental. Y quedara como de izquierda. Nunca antes un
gobierno se proclamó tan defensor del pueblo, del pobre pueblo, del pobre nada más, y, al mismo tiempo,
todos los cargos de ministerio y poder siguen entregados a la gente que no sabe cuánto mismo cuesta la
fundita de mote con chicharrón. Y queda como de izquierda.
Una de dos: o tenemos una izquierda tan de a perro que cualquier gobierno de derecha progresista nos
parece muy izquierdoso, o tuvimos una derecha muy siglo dieciocho, que estos jovencitos parecen más
izquierdistas que Felipillo González.
O todo junto.