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DIVERSAS CELEBRACIONES
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RITO PARA DAR LA COMUNIÓN A LOS ENFERMOS
1. Ritos iniciales
Saludo de paz
El ministro dice:”La paz del Señor este con todos ustedes”
El enfermo y familiares responden:
“Y con tu espíritu”
Se deposita el Santísimo Sacramento
El ministro deja el Santísimo en la mesita y lo adora haciendo una genuflexión sencilla,
esto es, doblando una rodilla; y se purifica los dedos.
NOTA: La mesita debe estar cubierta con un mantel limpio y en ella debe haber un
vaso con agua, un purificador, un Cristo, una vela encendida; y si se puede, también un
ramo de flores.
Acto penitencial
El ministro exhorta al arrepentimiento diciendo:
Ministro:
«Hermanos, reconozcamos nuestros pecados para disponemos a esta celebración»
Todos: «Yo confieso.».
NOTA: Se pueden usar también las otras dos fórmulas penitenciales:
Ministro:
«El Señor todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos
lleve a la vida eterna».
Todos: «Amén».
2. Breve lectura de la Palabra
Ministro:
«El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último
día».
«Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida». Jn 6,5455
2
NOTA: La lectura la puede hacer también alguno de los presentes y puede usar cual-
quiera de las siguientes lecturas: Jn 6,5458: Jn 14,6; Jn 14,26; Jn 15,5; ICor 11,16,
3. Sagrada Comunión
Ministro:
«Ahora, todos unidos, imploremos a Dios con la oración que nuestro Señor Jesucristo
nos enseñó».
Todos: « Padre nuestro. . .».
Se muestra el Santísimo y se da la Comunión
Ministro:
«Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Dichosos los invitados a la cena del Señor».
Todos:
«Señor, yo no soy digno de que vengas a mí, pero una palabra tuya bastará para
sanarme».
«El Cuerpo de Cristo» o «La Sangre de Cristo».
Enfermo:
«Amén»
NOTA: El ministro se purifica los dedos.
El ritual trae muchas oraciones conclusivas y se pueden usar indistintamente.
Oración conclusiva
«Oremos: Te rogamos Señor que este sacramento con que nos has alimentado, nos haga
crecer en tu amor, y nos impulse a servirte en nuestro prójimo. Por Cristo, nuestro
Señor».
Todos: «Amén»
4. Rito de despedida
Ministro: «Que el Señor nos bendiga, nos libre de todo mal, y nos lleve a la vida
eterna».
Todos: «Amén» .
NOTA: Se pueden usar otras fórmulas de despedida.
3
RITO ABREVIADO
NOTAS:
1. Este rito se usa cuando son muchos enfermos en distintas habitaciones en los
hospitales.
2. La ceremonia se inicia en la capilla o en la primera habitación con la antífona.
3. El ministro puede ser acompañado por otra persona llevando una vela encendida.
4. El ministro puede presentar la hostia a todos los enfermos de una sala o a cada uno en
particular.
5. La oración final se puede decir en la última habitación visitada o en la capilla.
6. Si parece oportuno, se pueden añadir otros elementos tomados del Rito Ordinario.
ANTÍFONA
Ministro:
«Este es el sagrado banquete en que Cristo se da como alimento, se renueva la memoria
de su pasión, el alma se llena de gracia, y se nos da una prenda de la gloria futura».
Se presenta la hostia y se da la comunión
Ministro:
«Hermanos, este es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo; dichosos los
invitados a la mesa del Señor».
Enfermos:
«Señor, yo no soy digno de que vengas a mí, pero una palabra tuya bastará para
sanarme».
Ministro:
«El Cuerpo de Cristo».
Enfermos:
«Amén»
ORACIÓN FINAL
Ministro:
«Señor, Padre santo, omnipotente y eterno Dios, te suplicamos confiadamente que el
sagrado Cuerpo, (la Sangre preciosa), de nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, sea para
nuestros(as) hermanos(as) que lo acaban de recibir, un remedio sempiterno para el
cuerpo y para el alma. Por Jesucristo, nuestro Señor».
Enfermos: «Amén>.
4
RITO DE LA EXPOSICIÓN DEL SANTÍSIMO
SACRAMENTO
Exposición
- El cantor o el pueblo entonará un canto eucarístico.
- Mientras tanto el ministro hace genuflexión sencilla, doblando una rodilla, al sacar el -
- Santísimo del sagrario, y lleva al Santísimo al altar o al manifestador.
- De pié pone incienso en el incensario y se arrodilla para incensar el Santísimo. Inicia
la adoración rezando o cantando la estación al Santísimo.
- Hace inclinación de cabeza y se retira.
- Puede organizarse:
- Lecturas de la Sagrada Escritura.
- Breves exhortaciones que promuevan el aprecio a la Sagrada Eucaristía.
- Cantos eucarísticos.
- Oraciones con el pueblo.
- Rezo de la liturgia de las horas, según la hora que toque.
- Oración en silencio.
Reserva
La reserva del santísimo Sacramento puede hacerse en la forma siguiente:
- Se entona un cántico eucarístico por el cantor y el pueblo.
- El ministro inciensa el santísimo Sacramento.
- Reza una de las oraciones «colecta» propias del tiempo. Y/o reza las alabanzas al
Santísimo:
Bendito sea su santo nombre.
Bendito sea Jesucristo, verdadero
Dios y verdadero hombre.
Bendito sea el nombre de Jesús.
Bendito sea su sacratísimo Corazón.
Bendita sea su preciosísima Sangre.
Bendito sea Jesús en el Santísimo
Sacramento del Altar
Bendito sea el Espíritu Santo Paráclito.
Bendita sea la gran Madre de Dios, María Santísima.
Bendita sea su santa e inmaculada Concepción.
Bendita sea su gloriosa Asunción.
Bendito sea el nombre de María, Virgen y Madre.
Bendito sea San José, su castísimo esposo.
Bendito sea Dios en sus ángeles y en sus santos.
- Luego guarda el Santísimo en el sagrario.
- y hecha genuflexión sencilla, el ministro se retira a la sacristía.
NOTA: El párroco o sacerdote encargado enseñará al MEC la forma práctica de la
exposición y reserva asesorándolo en todos los detalles, como por ejemplo: cómo y
5
dónde poner el corporal, genuflexión doble, cómo incensar, etc.
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MATERIALES PARA LAS HORAS SANTAS
En esta segunda parte ofrecemos:
- En primer lugar, cinco esquemas posibles de celebración ante el Santísimo, indicando
solamente la estructura, que deberá ser rellenada oportunamente con los materiales que
seguidamente se ofrecen o con otros que resulten adecuados.
- En segundo lugar, una amplia selección de elementos utilizables para la celebración
(himnos y cantos, antífonas, oraciones, lecturas bíblicas y patrísticas, preces, oraciones
para la reserva), aptos para rellenar los esquemas anteriores. Este material no es el único
posible, sino que está abierto a la creatividad según los criterios teológicos y pastorales
expuestos en las páginas anteriores. En la elección de los diversos elementos del
material, habrá que tener siempre presente el tiempo litúrgico, y las circunstancias
y características de la comunidad adorante.
ESQUEMAS DE CELEBRACIONES
I
- Exposición del Santísimo con su canto eucarístico apropiado.
- Oración inicial.
- Lectura patrística.
- Salmo responsorial.
- Silencio.
- Lectura bíblica.
- Exhortación u homilía.
- Silencio.
- Preces.
- Oración del Padre nuestro.
- Canto eucarístico para la reserva.
- Oración (y bendición con el Santísimo).
- Aclamación final.
II
- Exposición del Santísimo con su canto eucarístico apropiado.
- Silencio.
- Oración.
- Repetición de alguna antífona (por ejemplo tres veces).
- Lectura patrística o bíblica.
- Meditación silenciosa.
- Salmo responsorial o canto eucarístico.
- Silencio.
- Preces.
- Oración del Padre nuestro.
- Canto eucarístico para la reserva.
- Oración (y bendición con el Santísimo).
- Aclamación final.
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III
- Exposición del Santísimo con su canto eucarístico apropiado. - Silencio.
- Breve lectura patrística o bíblica.
- Silencio.
- Preces.
- Oración del Padre nuestro.
- Canto eucarístico para la reserva.
- Oración (y bendición con el Santísimo).
- Aclamación final.
IV
- Exposición del Santísimo con su canto eucarístico apropiado.
- Antífona.
- Salmo.
- Silencio.
- Oración.
- Breve lectura patrística o bíblica.
- Breve comentario.
- Preces.
- Oración del Padre nuestro.
- Canto eucarístico para la reserva.
- Oración (y bendición con el Santísimo).
- Aclamación final.
V
- Exposición del Santísimo con su canto eucarístico apropiado. - Antífona repetida
varias veces.
- Silencio.
- Segunda antífona repetidas varias veces.
- Silencio.
- Lectura patrística o bíblica.
- Salmo.
- Silencio.
- Preces.
- Oración del Padre nuestro.
- Canto eucarístico para la reserva.
- Oración (y bendición con el Santísimo).
- Aclamación final.
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DIVERSOS ELEMENTOS PARA LA CELEBRACIÓN
HIMNOS Y CANTOS EUCARÍSTICOS
1. En castellano:
Cantemos al Amor de los amores.
Beberemos la copa de Cristo.
Oh buen Jesús, yo creo firmemente.
Tú eres nuestra Pascua.
Una espiga dorada por el sol.
¿Cómo pagarle al Señor?
Acerquémonos todos al altar,
Te conocimos al partir el pan.
Donde hay caridad y amor.
Donde hay verdadero amor.
Comiendo del mismo pan.
Quédate con nosotros.
Quédate junto a nosotros.
Antes de ser llevado a la muerte.
Que la lengua humana cante este misterio.
Gustad y ved.
Los que comemos un mismo pan.
Yo soy el pan de vida.
Señor, danos el agua viva,
Tú eres, Señor, el pan de vida.
De rodillas, Señor, ante el sagrario.
ANTÍFONAS
1. El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos
morada en él. Permaneced en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar
fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.
2. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan, vivirá para
siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.
3. Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron.
Este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma y viva para siempre.
4. Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas. Yo soy el buen
Pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y
yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas.
5. Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, Y todo el que ama ha nacido de
Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor.
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6 ¡Qué bueno es, Señor, tu Espíritu! Para demostrar a tus hijos tu ternura, les has dado
un pan delicioso bajado del cielo, que colma de bienes a los hambrientos y deja vacíos a
los ricos.
7. Durante la cena, Jesús tomó pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus
discípulos diciendo: «Tomad y comed, esto es mi cuerpo».
8. Un hombre preparó un gran banquete y envió a sus criados para que avisaran a los
invitados.
9. El cáliz de nuestra Acción de Gracias, ¿no nos une a todos en la sangre de Cristo? y
el pan que partimos, ¿no nos une a todos en el cuerpo de Cristo?
10. El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo,
porque comemos todos del mismo pan.
11. El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre. El que come mi carne
vivirá por mí.
12. Guarda los preceptos del Señor tu Dios y los mandatos que yo te mando hoy, para tu
bien.
13. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios mandó al mundo a su
Hijo único, para que vivamos por medio de él.
14. Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has revelado los misterios del
Reino a la gente sencilla.
15. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré, dice el
Señor.
16. Cargad con mi yugo, dice el Señor, y aprended de mí, que soy manso y humilde de
corazón. .
17. Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor, dice el
Señor. .
18. Dios nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados.
19. Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie
tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
20. El Señor nos alimentó con flor de harina y nos sació con miel silvestre.
ORACIONES
1. Señor, te has quedado con nosotros y nos ofreces tu Cuerpo, Pan partido, y tu Sangre,
cáliz de la salvación, hechos sacramentos de amor; concédenos que al venerar ahora tu
Presencia santa y sacramental avivemos nuestra fe en tu misterio pascual y te sirvamos
en los hermanos más necesitados. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
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2. Señor Jesús, por amor a los hombres has querido permanecer sacramentalmente entre
nosotros; haz que experimentemos tu presencia, abramos nuestro corazón a tu palabra y
misterio, y te adoremos con espíritu filial para que, rogando por la paz y salvación de
los hombres, aumentes nuestra fe, esperanza y caridad, y suscites en nosotros el deseo
de participar en la Eucaristía, y de adorarte sin fin en el cielo. Tú que vives y reinas por
los siglos de los siglos.
3. Señor Jesús, ante tu presencia sacramental, te pedimos una fe firme, sin dudas ni
vacilaciones, una fe alegre y portadora de paz y alegría en un mundo en guerras Y
odios, una fe hecha oración ante tu presencia y una fe que nos haga adoradores en
espíritu y en verdad.
Aumenta nuestra fe en el misterio que celebramos y adoramos, ayúdanos a crecer y
testimoniar nuestra fe en la vida para que un día contemplemos tu rostro para siempre.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
4. Señor Jesús, te damos gracias porque antes de volver al Padre quisiste en el Cenáculo
partir y repartir el pan de tu Cuerpo a tus apóstoles y les diste a beber el cáliz de la
salvación. La tarde de tu resurrección te hiciste compañero de camino con los
peregrinos de Emaús. Tus palabras hicieron arder sus corazones y te reconocieron a
partir el pan. Haz que también nosotros te encontremos en el camino, escuchemos tus
palabras de verdad y experimentemos tu presencia sacramental para confesar nuestra fe,
adorarte con limpio corazón y anunciarte a los hermanos con nuestras buenas obras. Tú
que vives y reinas por los siglos de los siglos.
5. Señor Jesús, en esta hora de la tarde queremos hacer memoria de la Eucaristía
celebrada y adorar tu presencia bajo las especies de pan y vino. Tú, que eres Profeta,
haz que tu Palabra resuene en nuestro corazón y nuestra palabra sea eco de la tuya. Tú,
que eres Sacerdote, haz que nuestra ofrenda y oración lleguen al Padre, como incienso,
y le ofrezcamos el gozo y el llanto de la humanidad de hoy. Tú, que eres Rey, haz que
nuestro entrega a ti sea servicio generoso a nuestros hermanos necesitados. Señor Jesús,
haz que seamos evangelizados por tu Palabra y evangelizadores de tu mensaje para que
nuestra intercesión y ofrenda nos haga servidores de tu Reino de justicia y de paz. Tú
que vives y reinas por los siglos de los siglos.
6. Señor Jesús, nuestro Maestro, enséñanos a descubrir en los signos de los tiempos y en
los hermanos tu presencia; enséñanos a comprender tu misterio pascual y adorarte y
venerarte con firme fe. Cada vez que nos reunimos junto a ti, hecho sacramento y
presencia, venimos agobiados y cansados por los afanes cotidianos. Venimos a ti, a tu
encuentro, para desahogar nuestros corazones y encontrar descanso y alivio a nuestras
fatigas. Haz que escuchemos tu voz y escucha nuestras palabras de acción de gracias y
de súplica. Tu que vives y reinas por los siglos de los siglos.
7. Señor Jesús, reunidos ante tu altar, queremos orar ante tu Presencia santa, confesar
nuestra fe en tu misterio pascual y adorarte con corazón reverente. Queremos estar
contigo, escuchar atentamente tu Palabra, siempre nueva, hacer memoria de la
Eucaristía celebrada, adorar tu Presencia sacramental entre nosotros y pedirte por
nuestros hermanos que están en el mundo, destrozado por la metralla de las guerras y
odios, de la increencia e indiferencia, de las injusticias e intereses, del hambre y la
marginación. Haz que tu Presencia santa nos convierta y nos renueve interiormente, nos
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estimule a obrar el bien y alejamos del mal y nos impulse a amamos los unos a los otros
para construir un mundo fundamentado en el mandamiento nuevo. Tú que vives y reinas
por los siglos de los siglos.
8. Señor Jesús, tú nos dijiste: «Venid a mí los agobiados y cansados y yo os aliviaré.»
Venimos a ti, Señor, con nuestras preocupaciones y dificultades, nuestras alegrías y
tristezas, nuestros afanes y desilusiones, nuestras cobardías y pecados, nuestras
ansiedades y fracasos. Queremos que en esta oración delante de tu Presencia alivies
nuestros corazones para que te adoremos y veneremos en el silencio, nos inflames en tu
caridad, y nos fortalezcas en la fe para testimoniar tu amor ante los hombres. Tú que
vives y reinas por los siglos de los siglos.
9. Señor Jesús, tus discípulos de Emaús te rogaron que te quedases con ellos porque al
escuchar tus palabras en el camino sus corazones tristes se llenaron de vida y te
reconocieron al partir el pan. También te has quedado con nosotros hecho sacramento Y
Presencia santa; haz que nuestros corazones ardan a la escucha de tu Palabra y
volvamos a nuestros quehaceres cotidianos con la alegría de haber estado contigo y
anunciemos que estás vivo y presente para dar vida a nuestro mundo muerto. Tú que
vives y reinas por los siglos de los siglos.
10. Señor Jesús, ante tu Presencia santa te pedimos que robustezcas nuestra fe,
zarandeada por el viento de la increencia e indiferencia; queremos, lejos de los ruidos y
afanes, recogemos en el silencio para contemplar tu misterio pascual y adorar tu
Presencia. Queremos, como los apóstoles, avivar la experiencia del Cenáculo, hacer
memoria de la Eucaristía instituida y del mandamiento de amamos los unos a los otros.
Haz que nuestra oración abierta sea súplica por todas las necesidades de la Iglesia y de
la humanidad para que todos los hombres se postren de rodillas y te adoren como Señor
y Salvador. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
11. Reunidos, Señor, junto a ti, recordamos el misterio de tu Pascua y adoramos tu santa
Presencia. Tú eres la luz que ilumina, la gracia que renueva, la verdad que convence, la
vida que transforma, el camino que conduce; derrama abundantemente tu bendición
sobre tus adoradores y tu gracia sobre todos los hombres. Haz que tu Presencia santa sea
don para todos, alivio para los agobiados, consuelo para los tristes, seguridad para los
vacilantes, fuerza para los débiles. Señor Jesús, haz que nuestra oración ante ti, nos
estimule a renovamos y a crear un mundo más justo y fraternal para que te alabe y te
bendiga para siempre. Tu que vives y reinas por los siglos de los siglos.
12. Señor Jesús, te damos gracias por el misterio de la Eucaristía, por tu Presencia santa,
por tu amor infinito. Haz que en todos los altares del mundo seas celebrado y venerado
y en todos los corazones seas alabado y bendecido ahora y por siempre. Tú que vives y
reinas por tos siglos de los siglos.
13. Señor Jesús, nuestros ojos te miran con fe y te contemplan bajo las especies de Pan
y Vino. Contigo queremos andar el camino de tu evangelio y de tu misterio pascual. Tú
eres el camino, la verdad y vida, tú nuestra esperanza firme. Levantamos nuestras
manos en oración y en búsqueda de tu gracia: haz que nuestros corazones inquietos te
encuentren siempre también entre los hermanos. Tú traes la alegría y la vida para que la
tristeza y la muerte no nos invadan; concédenos, Señor, alabarte y bendecirte por los
siglos de los siglos.
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14. Cada vez que nos reunimos, Señor Jesús, ante tu Presencia santa proclamamos tu
muerte y resurrección, te damos gracias por el Pan de tu Cuerpo y te adoramos bajo las
especies sacramentales. Enséñanos a vivir tu muerte y resurrección, a participar activa Y
fructuosamente en la Eucaristía, a adorarte con espíritu de fe y a gastar nuestra vida en
la construcción de tu Reino haciendo el bien a todos. Tú que vives y reinas por los
siglos de los siglos.
15. Señor Jesús, por amor a los hombres te has dignado hacernos partícipes de tu
Cuerpo y Sangre y nos permites adorarte en estos santos misterios; concédenos tu gracia
renovadora, bendícenos con tu protección, purifícanos con tu gracia, consérvanos libres
de pecado: así aceptarás ahora nuestra alabanza y veneración y un día te glorificaremos
en compañía de los ángeles y santos. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
16. Señor Jesucristo: tú, inmolado en la cruz, diste cumplimiento a lo que anunciaban
los sacrificios de la antigua alianza y te ofreciste por la reconciliación y la paz: te
alabamos y te bendecimos. En la Eucaristía te das como alimento de vida eterna y nos
unes a tu inmenso amor: te alabamos y te adoramos. En tu presencia santa te
experimentamos cercano y te adoramos con fe. Te pedimos que ilumines con tu luz
nuestros ojos, purifiques nuestras mentes y corazones y nos hagas instrumentos de tu
paz en un mundo dividido por las guerras y los odios. Concédenos caminar siempre a la
luz de tu Luz, para que un día la, podamos contemplar sin velo alguno y adorarte y
glorificarte sin fin. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
17. Señor Jesús, al instituir el sacrificio de la eterna alianza te ofreciste como víctima de
salvación, y nos mandaste perpetuar tu muerte y resurrección en la celebración de la
Eucaristía; haz que tu Carne inmolada sea alimento que nos fortalezca, y tu Sangre
derramada sea bebida que nos salve. Tu presencia, Señor, en medio de nosotros estimule
nuestro espíritu de adoración en la tierra y un día podamos adorarte para siempre. Tú
que vives y reinas por los siglos de los siglos.
18. Señor Jesús, en la intimidad con tus apóstoles en la última Cena perpetuaste tu
muerte y resurrección en el sacramento, como Cordero inmaculado y Eucaristía
perfecta; haz que este sacramento de amor nos alimente y santifique, para que un mismo
amor congregue a todos los hombres en torno a u mesa eucarística No falte nunca
nuestra oración delante de tu Presencia, anticipo de nuestra adoración en el cielo. Tú
que vives y reinas por los siglos de los siglos.
19. Señor, que por el misterio pascual realizaste la salvación de los hombres,
concédenos la gracia de adorarte presente en el Sacramento y haz que proclamemos con
fe lo que adoramos y veneramos. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
20. Señor, nos has santificado con la participación en la Eucaristía misterio de tu Cuerpo
y Sangre, concédenos tu gracia de adorarte ahora con fe firme y glorificarte un día en el
cielo para siempre. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
21. Señor, que nos has hecho partícipes de un mismo pan y un mismo cáliz, concédenos
que, unidos a ti como los sarmientos a la vid, demos frutos de santidad y de justicia ante
el mundo para que crean en ti, único Salvador. Tú que vives y reinas por los siglos de
los siglos.
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22. Señor, nos has saciado con el pan del cielo en la Eucaristía, y nos concedes ahora la
gracia de estar ante tu Presencia santa, te pedimos que nos fortalezcas para que no
dudemos, para que no nos enfriemos con la indiferencia religiosa que nos rodea, para
que no nos engañemos, ni engañemos a los demás, para que no despreciemos a los
hermanos, para que no busquemos los afanes mundanos en desprecio de os divinos, para
que no caigamos en tentación de abandonarte, para que no destruyamos la vida, para
que no despreciemos el Evangelio. Haz que te adoremos con corazón pobre y limpio,
misericordioso y manso, para construir tu Reino y alcanzar la bienaventuranza eterna.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
23. Te damos gracias, Padre santo, porque nos revelas en Cristo, luz de los pueblos, el
misterio de nuestra salvación. Él, verdadero cordero pascual, con su muerte quitó el
pecado del mundo y resucitando restauró nuestra vida. En memoria de su entrega por
nosotros nos dejó como alimento el sacramento de la eucaristía que nos hace partícipes,
ya en este mundo, de los bienes eternos de tu reino. Derrama, Señor, tu Espíritu sobre
los que adoramos y proclamamos la presencia de tu Hijo en el misterio de nuestra fe
para que vivamos en generosa solidaridad con todos los hombres. y así, adoradores en
espíritu y en verdad, demos testimonio del Evangelio imitando a María, la Madre de
Jesús, servidora obediente y humilde de la obra de la salvación. Por Jesucristo nuestro
Señor.
LECTURAS BÍBLICAS
Las lecturas que se proponen a continuación pertenecen todas al leccionario dominical,
en sus diferentes ciclos. Si las lecturas que se escogen pertenecen al mismo ciclo, se
leen del leccionario correspondiente; si pertenecen a ciclos distintos, para no tener que
manejar varios libros, será mejor leerlas de los misales festivos manuales existentes.
a) Lecturas del Antiguo Testamento
Gn 14,18-20: «Melquisedec ofreció pan y vino» (Corpus ciclo C).
Ex 16, .2-4.12-15: « Yo haré llover pan del cielo» (Dom. 18 del tiempo ordinario ciclo
B).
Ex 24,3-8: «Ésta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros» (Corpus
ciclo B).
Dt 8, 2-3.14b-16a: « Te alimentó con el maná, que tú no conocías ni conocieron tus
padres» (Corpus ciclo A).
1 Re 19,4-8: «Con la fuerza de aquel alimento caminó hasta el monte de Dios» (Dom.
19 del tiempo ordinario ciclo B).
Pr 9, 1-6: «Venid a comer mi pan ya beber el vino que he mezclado» (Dom. 20 del
tiempo ordinario ciclo B)
Is 25, 6-10: «El Señor preparará un festín; enjugará las lágrimas de todos nosotros»
(Dom. 28 del tiempo ordinario ciclo A)
Is 55, 1-3: «Venid, daos prisa y comed» (Dom. 18 del tiempo ordinario ciclo A)
b) Salmos responsoriales
Sal 22: «El Señor es mi pastor, nada me falta» (Domo 4 de Cuaresma ciclo A)
Sal 24: «Acuérdate Señor, de tus misericordias» (Domo 1 de Cuaresma ciclo B).
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Sal 32: «La misericordia del Señor llena la tierra» (Domo 29 del tiempo ordinario, ciclo
B)
Sal 33: «Gustad y ved que bueno es el Señor» (Dom. 19 del tiempo ordinario ciclo B)
Sal 77: «Él les dio pan del cielo». (Dom. 18 del tiempo ordinario ciclo B).
Sal 102: «La misericordia del Señor dura siempre» (Sagrado Corazón ciclo A)
Sal 109: «Tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec» (Corpus ciclo C)
Sa1115: «La copa de bendición nos une en la sangre de Cristo» (Corpus ciclo B)
Sal 144: «Abres tu mano, Señor, y nos sacias» (Dom. 1? del tiempo ordinario ciclo B)
Sal 143: «El que come de este pan vivirá para siempre» (Dom. 17 del tiempo ordinario
ciclo B)
Is 12,2-6: «Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación» (Dom. 3 de
Adviento ciclo C)
c) Lecturas del Nuevo Testamento
Hch 2, 42-47: «Eran constantes en la fracción del pan» (Dom. 2 de Pascua ciclo A)
Hch 10, 34a.37-43: «Nosotros hemos comido y bebido con él después de la
resurrección» (Dom. de Pascua)
1Co 10,16-17: «El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo
cuerpo» (Corpus ciclo A)
1Co 11, 23-26: «Cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la
muerte del Señor» (Jueves Santo)
Hb 9,11-15: «La sangre de Cristo podrá purificar nuestra conciencia» (Corpus ciclo B)
d) Evangelios
Mc 14, 12-13.22-26: «Esto es mi Cuerpo; ésta es mi Sangre» (Corpus ciclo B)
Lc 9, 11b-17: «Comieron todos y se saciaron» (Corpus ciclo C)
Lc 24, 13-35: «Lo reconocieron al partir el pan» (Dom. 3 de Pascua ciclo A)
Jn .6, 1-15: «Repartió a todos los que estaban sentados todo lo que quisieron» (Dom. 17
del tiempo ordinario ciclo B)
Jn 6,24-35: «El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca
sed» (Dom. 18 del tiempo ordinario ciclo B)
Jn 6,41-51: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo» (Dom. 19 del tiempo ordinario
ciclo B)
Jn 6,51-59 « Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida» (Dom. 20
del tiempo ordinario ciclo B)
Jn 13, 1-15: «Los amó hasta el extremo» (Jueves Santo)
Jn 15, 1-8: «El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante» (Dom. 5 de
Pascua ciclo B)
Jn 21, 1-14: «Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado» (Dom. 3 de
Pascua ciclo e, versión breve).
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LECTURAS PATRÍSTICAS
1. Del comentario de san Gregario de Agrigento, obispo, sobre el libro del
Eclesiastés (Libro 8,5: PG 98, 1071-1074)
Mi corazón se alegra en el Señor
Anda, come tu pan con alegría y bebe contento tu vino, porque Dios ya ha aceptado tus
obras. Si queremos explicar estas palabras en su sentido obvio e inmediato, diremos,
con razón, que nos parece justa la exhortación del Eclesiastés, de que, llevando un
género de vida sencillo y adhiriéndonos a las enseñanzas de una fe recta para con Dios,
comemos nuestro pan con alegría y bebemos contentos nuestro vino, evitando toda
maldad en nuestras palabras y toda sinuosidad en nuestra conducta, procurando por el
contrario hacer objeto de nuestros pensamientos todo aquello que es recto y procurando,
en cuanto nos sea posible, socorrer a los necesitados con misericordia y liberalidad; es
decir, entregándonos a aquellos afanes y obras en que Dios se complace.
Pero la interpretación mística nos eleva a consideraciones más altas Y nos hace pensar
en aquel pan celestial y místico que baja del cielo Y, da la vida al mundo; y nos enseña
asimismo a beber contentos el vino espiritual, aquel que manó del costado del que es la
vid verdadera, el tiempo de su pasión salvadora. Acerca de los cuales dice el Evangelio
de nuestra salvación: Jesús tomó pan, dio gracias y dijo a sus santos discípulos y
apóstoles: Tomad y comed: es mi cuerpo, que será entregado por vosotros para el
perdón de los pecados. Del mismo modo, tomó el cáliz, y dijo: Bebed todos de él, éste
es el cáliz de mi sangre, de la alianza nueva, que será derramada por vosotros y por
todos los hombres para el perdón de los pecados. En efecto, los que comen de este pan
y beben de este vino se llenan verdaderamente de alegría y de gozo y pueden exclamar:
Has puesto alegría en nuestro corazón.
Además, la Sabiduría divina en persona, Cristo, nuestro salvador, se refiere también a
este pan y este vino, cuando dice en el libro de los Proverbios: Venid a comer de mi pan
ya beber el vino que he mezclado, indicando la participación sacramental del que es la
Palabra. Los que son dignos de esta participación tienen en toda sazón sus ropas, es
decir, las obras de la luz, blancas como la luz, tal como dice el Señor en el evangelio:
Alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den
gloria a vuestro Padre que está en el cielo. Y tampoco faltará nunca sobre su cabeza el
ungüento rebosante, es decir, el Espíritu de la verdad, que los protegerá y los preservará
de todo pecado.
2. Del antiguo opúsculo denominado Doctrina de los Doce Apóstoles
(Caps. 9,1-10,6; 14, 1-3: Funk 2, 19-22.26)
Acerca de la Eucaristía
Respecto a la acción de gracias, lo haréis de esta manera: Primeramente sobre el cáliz:
«Te damos gracias, Padre nuestro, por la santa viña de David, tu siervo, la que nos diste
a conocer por medio de tu siervo Jesús. A ti sea la gloria por los siglos».
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Luego sobre el pan partido: «Te damos gracias, Padre nuestro, por la vida y el
conocimiento que nos manifestaste por medio de tu siervo Jesús. A ti sea la gloria por
los siglos. Como este pan estaba disperso por los montes y después, al ser reunido, se
hizo uno, así sea reunida tu Iglesia de los confines de la tierra en tu reino. Porque tuya
es la gloria y el Poder por Jesucristo eternamente.»
Pero que de vuestra acción de gracias coman y beban sólo los bautizados en el nombre
del Señor, pues acerca de ello dijo el Señor: No deis lo santo a los perros.
Después de saciaros, daréis gracias de esta manera:
«Te damos gracias, Padre santo, por tu santo nombre, que hiciste morar nuestros
corazones, y por el conocimiento y la fe y la inmortalidad que nos diste a conocer por
medio de Jesús, tu siervo. A ti sea la gloria por los siglos. Tú, Señor omnipotente,
creaste todas las cosas por causa de tu nombre y diste a los hombres comida y bebida
para que disfrutaran de ellas. Pero, además, nos has proporcionado una comida y bebida
espiritual y una vida eterna por medio de tu Siervo. Ante todo, te damos gracias porque
eres poderoso. A ti sea la gloria por los siglos.
Acuérdate, Señor, de tu Iglesia, para librarla de todo mal y hacerla perfecta en tu amor,
y congrégala de los cuatro vientos, ya santificada, en el reino que has preparado para
ella. Porque tuyo es el poder y la gloria por siempre.
Que venga tu gracia y que pase este mundo. ¡Hosanna al Dios de David! El que sea
santo, que se acerque. El que no lo sea, que se arrepienta. Maranatha. Amén».
Pero todo aquel que tenga alguna contienda con su compañero, no se reúna con
vosotros, sin antes haber hecho la reconciliación, a fin de que no se profane vuestro
sacrifico. Porque éste es el sacrificio del que dijo el Señor: En todo lugar y en todo
tiempo se me ofrecerá un sacrificio puro, porque soy rey grande, dice el Señor, y mi
nombre es admirable entre las naciones.
3. Del tratado de san Ambrosio, obispo, sobre los misterios
(Núms. 43.47-49: es 25 bis, 178-180. 182)
Instrucción a los recién bautizados sobre la Eucaristía
Los recién bautizados, enriquecidos con tales distintivos, se dirigen al altar de Cristo,
diciendo: Me acercaré al altar de Dios, al Dios que alegra mi juventud. En efecto,
despojados ya de todo resto de sus antiguos errores, renovada su juventud como un
águila, se apresuran a participar del convite celestial. Llegan, pues, y, al ver preparado
el sagrado altar, exclaman: Preparas una mesa ante mí. A ellos se aplican aquellas
palabras del salmista: El Señor es mi pastor, nada me falta; en verdes praderas me hace
recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas Y repara mis fuerzas. Y más adelante:
Aunque camine por cañada; oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu
cayado me sosiegan. Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges
la cabeza con perfume y mi copa rebosa.
Es ciertamente admirable el hecho de que Dios hiciera llover el maná para los padres y
los alimentase cada día con aquel manjar celestial, del que dice el salmo: El hombre
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comió pan de ángeles. Pero los que comieron aquel pan murieron todos en el desierto;
en cambio, el alimento que tú recibes, este pan vivo que ha bajado del cielo, comunica
el sostén de la vida eterna, y todo el que coma de él no morirá para siempre, porque es
el cuerpo de Cristo.
Considera, pues, ahora qué es más excelente, si aquel pan de ángeles o la carne de
Cristo que es el cuerpo de vida. Aquel maná caía del cielo, éste está por encima del
cielo; aquél se corrompía si se guardaba para el día siguiente, éste no sólo es ajeno a
toda corrupción, sino que comunica la incorrupción a todos los que lo comen con
reverencia. A ellos les mandó agua de la roca, a ti sangre del mismo Cristo; a ellos el
agua los sació momentáneamente, a ti la sangre que mana de Cristo te lava para
siempre. Los judíos bebieron y volvieron a tener sed, pero tú, si bebes, ya no puedes
volver a sentir sed, porque aquello era la sombra, esto la realidad.
Si te admira aquello que no era más que una sombra, mucho más debe admirarte la
realidad. Escucha cómo no era más que una sombra lo que acontecía con los padres:
Bebían -dice el Apóstol- de la roca que los seguía, y la roca era Cristo; pero la
mayoría de ellos no agradaron a Dios, pues sus cuerpos quedaron tendidos en el
desierto. Estas cosas sucedieron en figura para nosotros. Los dones que tú posees son
mucho más excelentes, porque la luz es más que la sombra, la realidad más que la
figura, el cuerpo del Creador más que el maná del cielo.
4. De los tratados de san Gaudencio de Brescia, obispo
(Tratado 2: CSEL 68, 26. 29-30)
La Eucaristía, Pascua del Señor
Uno .solo murió por todos; y este mismo es quien ahora por todas las iglesias, en el
misterio del pan y del vino, inmolado, nos alimenta; creído, vivifica; consagrado,
santifica a los que lo consagran,
Esta es la carne del Cordero, ésta la sangre. El pan mismo que descendió del cielo dice:
El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo. También su sangre está bien
significada bajo la especie del vino, porque, al declarar él en el evangelio: Yo soy la
verdadera vid, nos da a entender a las claras que el vino que se ofrece en el sacramento
de la pasión es su sangre; por eso, ya el patriarca Jacob había profetizado de Cristo,
diciendo: Lava su ropa en vino y su túnica en sangre de uvas. Porque habrá de purificar
en su propia sangre nuestro cuerpo, que es como la vestidura que ha tomado sobre sí.
.
El mismo Creador y Señor de la naturaleza, que hace que la tierra produzca pan, hace
también del pan su propio cuerpo (porque así lo prometió y tiene poder para hacerlo), y
el que convirtió el agua en vino hace del vino su sangre.
Es la Pascua del Señor, dice la Escritura, es decir, su paso, para que no se te ocurra
pensar que continúa siendo terreno aquello por lo que pasó el Señor cuando hizo de ello
su cuerpo y su sangre.
Lo que recibes es el cuerpo de aquel pan celestial y la sangre de aquella sagrada vida.
Porque, al entregar a sus discípulos el pan y el vino consagrados, les dijo: Esto es mi
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cuerpo; ésta es mi sangre. Creamos, pues, os pido, en quien pusimos nuestra confianza.
La verdad no sabe mentir.
Por eso, cuando habló a las turbas estupefactas sobre la obligación de comer su cuerpo y
beber su sangre, y la gente empezó a murmurar, diciendo: Este modo de hablar es duro,
¿quién puede hacer/e caso?, para purificar con fuego del cielo aquellos pensamientos
que, como dije antes, deben evitarse, añadió: El Espíritu es quien da vida; la carne no
sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida.
5. De las Catequesis de Jerusalén
(Catequesis 22 (Mistagógicas 4), 1. 3-6.9: PG 33, 1098-1106)
El pan celestial y la bebida de salvación
Nuestro Señor Jesucristo, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y,
pronunciando la acción de gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo:
«Tomad, comed; esto es mi cuerpo». Y, después de tomar el cáliz y pronunciar la
acción de gracias dijo: « Tomad, bebed; ésta es mi sangre». Si fue él mismo quien dijo
sobre el pan: Esto es mi cuerpo, ¿quién se atreverá en adelante a dudar? Y si él fue
quien aseguró y dijo: Esta es mi sangre, ¿quién podrá nunca dudar y decir que no es su
sangre? por lo cual estamos firmemente persuadidos de que recibimos como alimento el
cuerpo y la sangre de Cristo. Pues bajo la figura del pan se te da el cuerpo, Y bajo la
figura del vino, la sangre; para que, al tomar el cuerpo y la sangre de Cristo, llegues a
ser un solo cuerpo y una sola sangre con él. Así, al pasar su cuerpo y su sangre a
nuestros miembros, nos convertimos en portadores de Cristo. Y como dice el
bienaventurado Pedro, nos hacemos partícipes de la naturaleza divina.
En otro tiempo, Cristo, disputando con los judíos, dijo: Si no coméis mi carne y no
bebéis mi sangre, no tenéis vida en vosotros. Pero como no lograron entender el sentido
espiritual de lo que estaban oyendo, se hicieron atrás escandalizados, pensando que se
les estaba invitando a comer carne humana.
En la antigua alianza existían también los panes de la proposición: pero se acabaron
precisamente por pertenecer a la antigua alianza. En cambio, en la nueva alianza,
tenemos un pan celestial y una bebida de salvación, que santifican alma y cuerpo.
Porque del mismo modo que el pan es conveniente para la vida del cuerpo, así el Verbo
lo es para la vida del alma. .
No pienses, por tanto, que el pan y el vino eucarísticos son elementos simples y
comunes: son nada menos que el cuerpo y la sangre de Cristo, de acuerdo con la
afirmación categórica del Señor; y aunque los sentidos te sugieran lo contrario, la fe te
certifica y asegura la verdadera realidad.
La fe que has aprendido te da, pues, esta certeza: lo que parece pan no es pan, aunque
tenga gusto de pan, sino el cuerpo de Cristo; y lo que parece vino no es vino, aun
cuando así lo parezca al paladar, sino la sangre de Cristo; por eso, ya en la antigüedad,
decía David en los salmos: El pan da fuerzas al corazón del hombre y el aceite da brillo
a su rostro; fortalece, pues, tu corazón comiendo ese pan espiritual, y da brillo al rostro
de tu alma.
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Y que con el rostro descubierto y con el alma limpia, contemplando la gloria del Señor
como en un espejo, vayamos de gloria en gloria, en Cristo Jesús, nuestro Señor, a quien
sea dado el honor, el poder y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
6. De los sermones de san Agustín
(Sermón 57,7)
La Eucaristía es nuestro pan de cada día
Restan las peticiones que se refieren a nuestra vida de peregrinos. Por eso, sigue así:
danos hoy nuestro pan de cada día (Mt 6,11). Danos los bienes eternos, danos los
temporales. Prometiste el reino, no nos niegues el auxilio. Nos darás la gloria eterna en
tu presencia; danos en la tierra el alimento temporal. Por esto decimos de cada día; por
esto hoy, es decir, en este tiempo. Cuando haya pasado esta vida, ¿pediremos acaso el
pan de cada día? Entonces no se nos hablará de cada día, sino de hoy. Se habla de cada
día ahora, cuando a un día que pasa sucede otro. ¿Se hablará de cada día cuando ya no
haya más que un único día eterno?
Esta petición sobre el pan de cada día ha de entenderse de dos maneras: pensando en el
alimento necesario para la carne o también en la necesidad de alimento para el alma. El
alimento carnal para el sustento de cada día, sin el cual no podemos vivir. El sustento
incluye también el vestido, pero aquí se toma la parte por el todo. Cuando pedimos pan
recibimos con él todas las cosas. Los bautizados conocen también un alimento espiritual
que también vosotros estáis seguros de recibirlo en el altar de Dios. También él será pan
de cada día, necesario para esta vida. ¿O acaso hemos de recibir la Eucaristía cuando
hayamos llegado a Cristo y comencemos a reinar con él por toda la eternidad?
La Eucaristía, en consecuencia, es nuestro pan de cada día; pero recibámoslo de manera
que no sólo alimentemos el vientre sino también la mente. La fuerza que en él se
simboliza es la unidad, para que agregados a su cuerpo, hechos miembros suyos, seamos
lo que recibimos. Entonces será efectivamente nuestro pan de cada día. Lo que yo os
expongo es pan de cada día. Pan de cada día es el escuchar diariamente las lecturas en la
Iglesia; pan de cada día es también el oír y cantar himnos. Cosas todas que son
necesarias en nuestra peregrinación ¿Acaso cuando lleguemos allá hemos de escuchar la
lectura del libro? A la Palabra misma hemos de ver, a ella oiremos, ella seré nuestra
comida Y nuestra bebida como lo es ahora para los ángeles. ¿Acaso necesitan los
ángeles libros o quien se los exponga o lea? De ningún modo. Su leer es ver; ven la
Verdad misma y se sacian de aquella fuente de la que a nosotros nos llegan unas como
gotas de rocío solamente. Hemos hablado ya del pan, de cada día, porque en esta vida
nos es necesario hacer esta petición.
7. De los sermones de san Agustín
(Sermón 229, 1-2)
La Palabra se hizo carne
Lo que estáis viendo sobre la mesa del Señor es pan y vino; pero este pan y este vino se
convierten en el Cuerpo y Sangre de la Palabra cuando se les aplica la palabra. En
efecto, el Señor era la Palabra en el principio, y la Palabra estaba en Dios y la Palabra
era Dios (Jn 1,1). Debido a su misericordia que le impidió despreciar lo que había
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creado a su imagen, la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros (J n 1,14). Como
sabéis, pues, la Palabra misma asumió al hombre, es decir, al alma y la carne del
hombre, y se hizo hombre permaneciendo Dios. Y puesto que sufrió por nosotros, nos
confió en este sacramento su cuerpo y sangre, en que nos transformó también a nosotros
mismos, pues también nosotros nos hemos convertido en su cuerpo y por su
misericordia, somos lo que recibimos.
Recordad lo que era antes en el campo este ser creado; cómo lo produjo la tierra, lo
nutrió la lluvia, y lo llevó a convertirse en espiga; a continuación lo llevó a la era el
trabajo humano, lo trilló, lo aventó, lo recogió, lo sacó, lo molió, lo amasó, lo coció y,
finalmente, lo convirtió en pan.
Centraos ahora en vosotros mismos: no existíais, fuisteis creados, llevados la era del
Señor y trillados con la fatiga de las predicaciones del evangelio. Mientras
permanecisteis en el catecumenado estabais como guardados en el granero; cuando
disteis vuestros nombres comenzasteis a ser molidos con el ayuno y los exorcismos.
Luego os acercasteis al agua. Fuisteis amasados y hechos unidad; os coció el fuego del
Espíritu Santo, y os convertisteis en pan del Señor.
He aquí lo que habéis recibido. Veis cómo el conjunto de muchos granos se ha
transformado en un solo pan; de idéntica manera, sed también vosotros una sola cosa
amándoos, poseyendo una sola fe, una única esperanza y un solo amor.
8. De los sermones de san Agustín
(Sermón 272)
Sed lo que veis y recibid lo que sois
Lo que estáis viendo sobre el altar de Dios, lo visteis también la pasada noche, pero aún
no habéis escuchado qué es, qué significa, ni el gran misterio que encierra. Lo que veis
es un pan y un cáliz; vuestros ojos así os lo indican. Mas según vuestra fe, que necesita
ser instruida, el pan es el cuerpo de Cristo y el cáliz la sangre de Cristo. Esto dicho
brevemente lo que quizá sea suficiente a la fe; pero la fe exige ser documentada: Dice,
en efecto el profeta: Si no creéis, no comprenderéis (Is 7,9 LXX). Ahora podéis
decirme: «Nos mandas que lo creamos; explícanoslo para que lo entendamos». En
efecto, puede surgir en la mente de cualquiera el siguiente pensamiento: «Sabemos de
dónde tomó carne nuestro Señor Jesucristo: de la Virgen María. Siendo pequeño, tomó
el pecho, fue alimentado, creció, llegó a la edad madura, fue perseguido por los judíos,
colgado en un madero, muerto en el madero y bajado del madero; fue sepultado,
resucitó al tercer día y cuando quiso subió al cielo, llevándose allí su cuerpo; de allí ha
de venir a juzgar a vivos y a muertos, y allí está sentado ahora a la derecha del Padre.
¿Cómo este pan es su cuerpo y cómo este cáliz, o lo que él contiene, es su sangre?».
A estas cosas, hermanos míos, las llamamos sacramentos, porque una cosa es la que se
ve y otra la que se entiende. Lo que se ve tiene forma corporal: lo que se entiende, posee
fruto espiritual. Por tanto, si quieres entender el cuerpo de Cristo, escucha al Apóstol
que dice a los fieles: Vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros (1Co 12,27). En
consecuencia, si vosotros sois el cuerpo y los miembros de Cristo, sobre la mesa del
Señor está el misterio que sois vosotros mismos y recibís el misterio que sois. A lo que
sois respondéis con el amén, y vuestra respuesta es vuestra rúbrica. Se te dice: «El
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cuerpo de Cristo», y respondes: «Amén». Sé miembro del cuerpo de Cristo para que sea
auténtico el Amén.
¿Por qué precisamente en el pan? No aportemos nada personal respecto; escuchemos de
nuevo al Apóstol, quien, hablando del mismo sacramento dice: Siendo muchos, somos
un único pan, un único cuerpo" (1Co 10,17). Comprendedlo y llenaos de gozo: unidad,
verdad, piedad caridad. Un Solo pan ¿Quién es este único pan? Siendo muchos somos
un único cuerpo. Traed a la memoria que el pan no se elabora de un único grano, sino
de muchos. Cuando recibíais los exorcismos, erais como molidos; cuando fuisteis
bautizados, como asperjados; cuando recibisteis el fuego del Espíritu Santo fuisteis
como cocidos. Sed lo que veis y recibid lo que sois. Esto es lo que dijo el Apóstol a
propósito del pan.
Lo que hemos de decir respecto al cáliz, aún sin indicarlo expresamente, lo mostró con
suficiencia. Para que exista esta especie visible del pan se han aglutinado muchos
granos en una sola masa, como si sucediera aquello mismo que dice la Escritura a
propósito de los fieles: Tenían una sola alma y un solo corazón hacia Dios (Hch 4,32).
Lo mismo ha de decirse del vino. Recordad, hermanos, cómo se hace el vino. Son
muchas las uvas que penden del racimo, pero el zumo de las mismas se mezcla,
formando un único vino. Así también nos simbolizó a nosotros Cristo el Señor; quiso
que perteneciéramos a él, y consagró en su mesa el misterio de nuestra paz y unidad. El
que recibe el misterio de la unidad y no posee el vínculo de la paz, no recibe el misterio
para su provecho, sino que se convierte en un testimonio contra él.
9. De los sermones de san Agustín
(Sermón 132 A)
Cuando se come a Cristo se come la vida
¿Qué palabras habéis oído de boca del Señor que nos invita? ¿Quién nos invita? ¿A
quiénes invitó y qué preparó? Fue el Señor quien invitó a sus siervos y les preparó como
alimento a sí mismo. ¿Quién se atreverá a comer a su Señor? Con todo, dice: “Quien me
come vive por mí" (Jn 6,58). Cuando se come a Cristo, se come la vida. No se le da
muerte para comerlo; al contrario, él da la vida a los muertos. Cuando se come, da
fuerzas, pero él no mengua. Por tanto, hermanos, no tenemos que comer este pan por
miedo a que se acabe y no encontremos después que tomar Comamos a Cristo: aunque
comido, vive, puesto que habiendo muerto resucitó. Ni siquiera lo partimos en trozos
cuando lo comamos. Así acontece, en efecto, en el sacramento.
Los fieles saben como comen la carne de Cristo: cada uno recibe su parte en porciones,
pero permanece todo entero: en el sacramento se le come en porciones, pero permanece
íntegro en el cielo, íntegro en tu corazón. Integro estaba junto al Padre cuando vino a la
Virgen; la llenó, pero sin apartarse de él. Venía a la carne para que los hombres lo
comieran, y, a la vez, permanecía íntegro en el Padre para alimentar a los ángeles. Para
que lo sepáis, hermanos -los que y lo sabéis; y quienes no lo sabéis debéis saberlo-,
cuando Cristo se hizo hombre, el hombre comió pan de los ángeles (Sal 77,25). ¿En
base a qué, cómo, por qué camino, por mérito de quién, por qué dignidad iba a comer el
hombre pan de los ángeles si no se hubiera hecho hombre el creador de los ángeles?
Comámosle, pues, tranquilos; no se agota lo que comemos; comámoslo para no
agotamos nosotros. ¿En qué consiste comer a Cristo? No consiste sólo en comer su
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cuerpo en el sacramento, pues son muchos los que lo reciben indignamente. De ellos
dice el Apóstol: Quien come el pan y bebe el cáliz del Señor indignamente, come y bebe
su condenación (1 Co 11,29).
Pero, ¿cómo ha de ser comido Cristo? Como él mismo lo indica: Quien come mi carne
y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él (Jn 6,57). Así, pues, si él permanece en mí
y yo en él, es entonces cuando me come y me bebe; quien, en cambio, no permanece en
mí ni yo en él, aunque reciba el sacramento, lo que consigue es un gran tormento. Esto
que aquí ha dicho: Quien permanece en mí, lo repite en otro lugar: Quien cumple mis
mandamientos, permanece en mí y yo en él (1 Jn 3,24). Ved, hermanos, que si los fieles
os separáis del cuerpo del Señor, es de temer que os muráis de hambre. Él mismo dijo:
Quien no come mi carne y no bebe mi sangre, no tendrá vida en sí (Jn 6, 54). Si, pues,
os separáis hasta el punto de no tomar el cuerpo ni la sangre del Señor es de temer que
muráis; en cambio, si lo recibís y bebéis indignamente, es de temer que comáis y bebáis
vuestra condenación.
Os halláis en grandes estrechez; vivid como es debido y esas estrecheces dejarán de
serio. No os prometáis vida, si vivís mal: el hombre se engaña cuando se promete a sí
mismo lo que no promete. Dios. Mal testigo, te prometes a ti mismo lo que la verdad te
niega. Dice la Verdad: «Si vivís mal, moriréis por siempre». ¿Y dices tú: «Vivirá ahora
mal, pero viviré por siempre con Cristo»? ¿Cómo puede ser posible mienta la Verdad y
digas tú verdad? Todo hombre es mentiroso (115,11). Por tanto, no podéis vivir bien si
él no os ayuda, si él no os lo otorga, si él no os lo concede. Orad y comed de él. Orad y
comed de él. Orad y os libraréis de esas estrecheces. Al obrar el bien y al vivir bien, él
os llenará. Examinad vuestra conciencia. Vuestra boca se llenará de alabanza y gozo de
Dios, y, una vez liberados de tan grandes estrecheces le diréis: Ensanchaste el camino
ante mis pasos, y no flaquearon mis pies (Sal 17,37).
10. De los sermones de san Agustín
(Sermón 112, 4-5)
No prepares el paladar, sino el corazón
Bienaventurados los que no ven y creen (Jn 20,29). Hermanos míos, nosotros, llamados
a esta cena, no nos sentimos impedidos por las cinco parejas de bueyes como el hombre
aquel de la parábola, no hemos deseado ver el rostro carnal del Señor, ni hemos
anhelado oír con nuestros oídos la palabra procedente de su boca corporal, ni hemos
buscado en él aquel aroma que se desprendió del preciosísimo ungüento que derramó
sobre Jesús cierta mujer, y que llenó de perfume toda la casa. Nosotros no estábamos
allí. No percibimos su olor y, sin embargo, creemos. Dio a sus discípulos la cena
consagrada con sus manos. No estuvimos sentados a la mesa en aquel banquete. Sin
embargo, a través de la fe, participamos a diario de la misma cena. Y no tengáis por
algo grande el haber asistido, sin fe, a la cena ofrecida por las manos del Señor, puesto
que es mejor la fe posterior que la incredulidad de entonces. Allí no estuvo Pablo, que
creyó; estuvo sin embargo Judas, que lo entregó. ¡ Cuántos ahora, en la misma cena
-aunque no vean la mesa de entonces, ni perciban con sus ojos, ni gusten con su paladar
el pan que el Señor tuvo en sus manos-, cuántos aún ahora comen y beben su propia
condenación, puesto que la cena que hoy se prepara es idéntica a aquélla ! .
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¿Cómo se le presentó al Señor la ocasión para hablar de esta cena? Al decir uno de los
que estaban a la mesa -pues se hallaba en un banquete al que había sido invitado- estas
palabras: Bienaventurado quien coma el pan en el reino de Dios (Lc 14 15) Éste
suspiraba como a larga distancia a pesar de que el mismo Pan estaba a la mesa ante él.
Pues ¿quién es el pan del reino de Dios, sino el que dice: «Yo soy el pan vivo que ha
bajado del cielo»? (Jn 641) No Prepares el p aladar sino el corazón. Allí se recomendó
esta cena. He aquí que creemos en Cristo; le recibimos, por tanto, en la fe. Al recibirlo,
conocemos lo que pensamos. Recibimos poca cosa, pero el corazón queda saciado. No
es lo que se ve, sino lo que se cree lo que alimenta. Por eso no hemos pedido el
testimonio del sentido exterior, ni hemos dicho: «Está bien que hayan creído quienes
vieron con sus ojos y palparon con sus manos al mismo Señor resucitado -si es verdad
lo que se dice-; nosotros que no lo hemos tocado ¿cómo vamos a creer?». Si
pensásemos esto, nos estarían impidiendo el asistir a la cena las cinco parejas de
bueyes...
11. De los sermones de san Agustín (Sermón 131,1)
Coman la Vida, beban la Vida
Acabamos de oír al Maestro de la verdad, Redentor divino y Salvador humano,
encarecemos nuestro precio: su sangre. Nos habló, en efecto, de su cuerpo y su sangre;
al cuerpo le llamó comida; a la sangre, bebida. Los fieles saben que se trata del
sacramento de los fieles; para los demás oyentes, estas palabras tienen su sentido vulgar.
Cuando, por ende, para realzar a nuestros ojos una tal vianda y una tal bebida, decía: Si
no coméis mi carne y no bebéis mi sangre, no tendréis vida en vosotros (Jn 6, 54) -¿y
quién sino la Vida podría decir esto de la Vida misma? Este lenguaje, pues, será muerte,
no vida, para quien juzgare mendaz a la Vida-, se escandalizaron los discípulos; no
todos, a la verdad, sino muchos, diciendo entre sí: ¡Qué duras son estas palabras!
¿Quién puede aguantarlas? (Jn 6, 61). Y el Señor, habiendo conocido esto dentro de sí
mismo, y habiendo percibido el runrún de los pensamientos, respondió a los que tal
pensaban, aunque nada decían con la boca, para que supieran que los había oído y
desistiesen de seguir pensando lo que pensaban.
¿Qué les respondió? ¿Os escandaliza esto? Pues ¿qué será el ver al Hijo del hombre
subir a donde estaba antes? (Jn 6, 62-63). ¿Que significa os escandaliza esto? ¿Pensáis
que de este cuerpo mío, que vosotros veis, he de hacer partes y seccionarme los
miembros para dároslo a vosotros? Pues, ¿qué será el ver al Hijo del hombre subir
donde estaba antes? Está claro: si pudo subir íntegro, no pudo ser consumido. Así pues,
nos dio en su cuerpo y sangre un saludable alimento, y, a la vez, en dos palabras
resolvió la cuestión de su integridad. Coman, por tanto, quienes lo comen y beban los
que lo beben; tengan hambre y sed; coman la Vida, beban la Vida. Comer esto es
rehacerse; pero de tal modo te rehaces, que no se deshace aquello con que te rehaces. Y
beber aquello, ¿qué cosa es sino vivir? Cómete la vida, bébete la vida; tú tendrás vida
sin mengua de la Vida. Entonces será esto, es decir, el cuerpo y la sangre de Cristo será
vida para cada uno, cuando se coma espiritualmente lo que en este sacramento se toma
visiblemente, Y se beba espiritualmente lo que significa. Porque se lo hemos oído decir
al Señor: El espíritu es el que da vida, la carne no aprovecha nada. Las palabras que
yo os he hablado son espíritu y son vida. Pero hay entre vosotros, dice, algunos que no
creen (Jn 6,64-65). Eran los que decían: ¡Cuán duras palabras son éstas!, ¿quién las
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puede aguantar? (Jn 6,62). Duras, sí, pero para los duros; es decir, son increíbles, pero
para los incrédulos.
12. De san Agustín (Comentario al Salmo 134,5)
La suavidad del Pan de los ángeles
¿Cuánto tiempo emplearemos en hablar de su bondad? ¿Qué corazón será capaz de
concebir y abarcar la bondad del Señor? Mas entremos en nuestro interior,
reconozcámosle en nosotros mismos y alabemos al Artífice en sus obras, puesto que
somos incapaces de contemplarlo en el mismo; y si alguna vez conseguimos tal
capacidad, será después de haber purificado el corazón mediante la fe, para que luego
halle su gozo en la Verdad. Como ahora no podemos verle a él directamente, veamos
sus obras, para no callar sus alabanzas. He dicho, pues: Alabad al Señor, porque es
bueno; entonad salmos a su nombre, porque es suave (Sal 134,3). Podría darse que
fuese bueno y no lo encontrases suave en el caso de que se te concediese el poder
gustarle. Sin embargo se presento a los hombres de tal manera que hasta les envió el pan
del cielo (Jn 6, 32-51): Entregó a los hombres a su Hijo, igual a sí mismo, que lo que es
el mismo, para que se hiciese hombre y sufriese la muerte en beneficio de los hombres,
para que de esta manera, comenzando por lo que eres tú mismo, llegues a gustar de lo
que no eres.
Era demasiado para ti el gustar la suavidad de Dios: estaba alejada y demasiado alta, a
la vez que tú eras vil y te hallabas postrado en lo más bajo. A colmar este gran abismo
fue enviado el Mediador. Como hombre no podías llegar hasta Dios: Dios se hizo
hombre, para que del mismo modo que como hombre puedes llegar al hombre, tú que
no puedes llegar a Dios, por el hombre llegases a Dios. Y así el hombre Cristo Jesús fue
constituido Mediador entre Dios y los hombres (1 Tim 2,5). Pero si él fuese solamente
hombre, siguiendo su ser humano, nunca llegarías a Dios; si sólo fuese Dios, al no
abarcar lo que no eres tú mismo, tampoco llegarías. En consecuencia, Dios se hizo
hombre para que siguiendo al hombre, lo cual está dentro de tus posibilidades, llegues a
Dios, cosa que te era imposible. Él es el Mediador; por ese motivo se hizo suave. ¿Qué
hay más suave que el Pan de los ángeles? ¿Cómo no será suave el Señor para el hombre
que ha comido el Pan de los ángeles? (Sal 77,25). No se alimentan de cosas distintas los
ángeles y el hombre. Ese alimento es la Verdad, la Sabiduría, el Poder de Dios. Pero tú
no puedes disfrutar de él al modo de los ángeles. ¿Cómo lo disfrutan los ángeles? Tal
cual es: En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba en Dios y la Palabra era
Dios (Jn 1,1). Tú, en cambio, ¿cómo lo focas? En cuanto que la Palabra se hizo carne y
habitó entre nosotros (Jn 1,14). Así, pues, para que el hombre comiese el pan de los
ángeles se hizo hombre el creador de los ángeles.
Entonad salmos a su nombre, porque es suave. Si lo habéis saboreado: entonad salmos;
si habéis gustado cuán suave es, entonad salmos; SI tiene buen sabor eso que habéis
probado, alabad lo. ¿Quién es tan ingrato para con el cocinero o para quien le ha
invitado, que tras haber sido alimentado con algún manjar, no muestre su gratitud
alabando: que le gusta? Y si no callamos cuando se trata de estas personas ¿Callaremos
cuando se trata de aquel que nos ha dado todas las cosa?, Entonad salmos a su nombre,
porque es suave.
25
13. De san Agustín
(Comentario sobre el evangelio de san Juan, 26)
Este manjar y esta bebida significan la unidad social del cuerpo de Cristo
Los judíos discutían entre sí, y se decían: ¿Cómo puede éste damos a comer su carne?
(Jn 6,53). Litigaban entre sí porque no comprendían el pan de la concordia; mas aún, no
querían comerlo, pues quienes comen tal pan no litigan entre sí. En efecto, siendo un
único pan, aunque somos muchos, somos un único cuerpo. Por medio de este pan, Dios
hace habitar en la casa en concordia.
Ellos no obtienen inmediatamente la respuesta a la pregunta objeto de sus litigios: cómo
puede el Señor damos a comer su carne. Antes bien, aún les dice: En verdad, en verdad
os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis
vida en vosotros (Jn 6,54). No sabéis cómo se come este pan ni el modo especial de
comerlo; sin embargo, si no coméis la carne del Hijo del hombre y si no bebéis su
sangre, no tendréis vida en vosotros. Estas cosas no las decía a gente muerta, sino a
seres vivos. Y así, para que no entendiesen que hablaba de esta vida y siguiesen
discutiendo sobre ello, añadió enseguida: Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene
la vida eterna (Jn 6,55). Ésta es, pues, la vida que no tiene quien no come este pan y no
bebe esta sangre.
Ciertamente los hombres pueden tener vida temporal sin este pan; mas es imposible que
tengan la vida eterna. Luego, quien no come su carne ni bebe Su sangre no tiene en sí la
vida; sí la tiene, en cambio, quien come su carne y bebe su sangre. En ambos casos se
trata de la vida eterna. No es así el alimento que tomamos para sustentar esta vida
temporal. Es verdad que quien no lo toma no puede vivir; pero también lo es que no
todos los que lo toman vivirán. Sucede, en efecto, que muchos que lo toman mueren,
sea por vejez o por enfermedad o por cualquier otro accidente. Eso no sucede con este
alimento y bebida, es decir, con el cuerpo y la sangre del Señor, pues quien no lo toma
no tiene vida y quien lo toma tiene vida, y vida eterna.
Este manjar y esta bebida significan la unidad social entre el cuerpo y sus miembros,
que es la Iglesia santa, con sus predestinados, y llamados, y justificados y santos ya
glorificados, y con los fieles. La primera de las condiciones, la predestinación, ya tuvo
lugar; la segunda y la tercera, la vocación y la justificación, se están realizando; la
cuarta y última, la glorificación, se realiza ahora sólo en esperanza, pero en el futuro
será una realidad. El sacramento de esta realidad, es decir, de la unidad del cuerpo y
sangre de Cristo, se prepara en el altar del Señor; en algunos lugares, todos los días, y en
otros, a intervalos. Se recibe de la mesa del Señor, recibiéndolo unos para la vida y otros
para la muerte. Pero la realidad misma contenida en este sacramento procura a cuantos
participan de él la vida, nunca la muerte.
Y para que no se les ocurriese pensar que con este manjar y bebida se promete la vida
eterna, en el sentido de que quienes lo comen no mueren ni siquiera corporalmente, el
Señor se dignó adelantarse a este posible pensamiento. Después de haber dicho: Quien
come mi carne y bebe mi sangre, tiene la vida eterna, añadió inmediatamente: Y yo lo
resucitaré en el último día (Jn 6,55), para que entretanto tenga la vida eterna según el
espíritu y viva en la paz reservada al espíritu de los santos; en cuanto al cuerpo, no se
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encuentre defraudado tampoco de la vida eterna, sino que la tenga en el día último, en la
resurrección de los muertos.
Dice: Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre verdadera bebida (Jn 6,56).
Con la comida y bebida, los hombres buscan apagar su hambre y su sed; pero eso no lo
logran en verdad sino con este alimento y bebida, que hace inmortales e incorruptibles a
los que lo toman, haciendo de ellos la sociedad misma de los santos, donde existe la paz
y unidad plena y perfecta. Por esto -y ya lo han visto antes algunos hombres de Dios-
nuestro Señor Jesucristo nos dejó su cuerpo y sangre bajo realidades que se hacen
unidad a partir de muchos elementos. En efecto, una de ellas se elabora a partir de
muchos granos de trigo y la otra de muchos granos de uva.
Finalmente, explica ya cómo se efectúa ese comer su cuerpo y beber su sangre. Quien
come mi carne y bebe mi sangre, está en mí y yo en él ( Jn 6,57). Comer ese manjar y
beber esa bebida es lo mismo que permanecer en Cristo y tener a Jesucristo que
permanece en sí mismo. Por eso quien no permanece en Cristo y aquel en quien no
permanece Cristo, Sin duda alguna no come ni bebe espiritualmente su cuerpo y sangre
aunque material y visiblemente toque con sus dientes el sacramento del cuerpo y la
sangre de Cristo. Por el contrario, come y bebe para su perdición el sacramento de
realidad tan augusta, ya que, impuro como es osa acercarse a los sacramentos de Cristo,
que sólo los limpios pueden recibir dignamente De ellos se dice: Dichosos los limpios
de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5,8).
14. De san Agustín (Comentario sobre el evangelio de san Juan, 27)
La gracia no se toma a bocados
El evangelio que hemos escuchado trata del cuerpo del Señor, que E Señor decía que
nos entregaba para que lo comiéramos y obtuviésemos la vida eterna. Nos ha explicado
cómo distribuirá este don suyo y cómo nos dará su carne para que la comamos,
diciendo: Quien come mi carne y bebe mi sangre, está en mí y yo en él.
La señal para saber si alguien come y bebe ese alimento y bebida es s Cristo permanece
en él y él en Cristo; si Cristo habita en él y él en Cristo y si está unido a él sin ser
abandonado. Con palabras grávidas de misterio nos ha enseñado y nos ha exhortado a
estar en su cuerpo unidos a sus miembros bajo la misma cabeza, comiendo su carne y no
abandonando su unidad. Muchos de los entonces presentes no entendieron y se
escandalizaron; al oír esas cosas sólo pensaban en la carne porque ellos mismos eran
carnales. El apóstol dice con verdad: Entender según la carne es muerte (Rom 8,6). El
Señor nos entrega su carne para que la comamos, y entender esto según la carne es
muerte, no obstante que él diga de su carne que en ella está la vida eterna. Luego no
debemos entender la carne carnalmente, como se deduce de las palabras siguientes.
Muchos de los que le escuchaban, discípulos, no enemigos, dijeron: ¿Qué discurso tan
duro es éste! ¿Quién puede oírlo? (Jn 6,61), Si los mismos discípulos juzgaron duras
esas palabras, ¿cómo las juzgarían los enemigos? Pero era necesario que se expresase de
modo tal que no todos lo entendieran. Los secretos de Dios deben despertar nuestra
atención no nuestra aversión. Ellos desfallecieron luego, tan pronto como oyeron sus
palabras. No dieron crédito al que les decía algo sublime ni al que ocultaba gracias
inefables en sus palabras. Ellos las entendieron a su aire, muy humano, a saber: que
27
Jesús quería o se disponía a dar, convertida en pedazos, a quien creyese, la carne de que
se había revestido la palabra. ¡Qué duras son estas palabras! ¿Quién puede
soportarlas? Dicen:
Conociendo Jesús lo que murmuraban sus discípulos. Eso lo hablaban entre sí, de modo
que él no lo oyese, pero a él nada se le ocultaba y oía en sí mismo lo que decían.
Conociéndolo, les respondió con estas palabras: «¿Os escandalizáis porque os he dicho
que os daré a comer mi carne ya beber mi sangre? ¿Es eso lo que os escandaliza? ¿ y
si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes?» (Jn 6,63). ¿Qué significa
esto? ¿Elimina su dificultad? ¿Les abre el significado de lo que les escandalizaba? Sí, en
verdad, en el caso de que lo comprendiesen. Ellos creían que les iba a dar su cuerpo, y
él les dice que subirá al cielo, todo entero. Cuando veáis al Hijo del hombre subir a
donde estaba antes, entonces os daréis cuenta de que no os da a comer su cuerpo como
vosotros pensáis; os daréis cuenta de que su gracia no se come a bocados.
¿Cuál es el sentido de las palabras que siguen: El Espíritu es el que da la vida, la carne
no sirve de nada. Digámosle -él nos lo consiente siempre que sea con ánimo de
aprender, no de contradecirle-; digámosle: « ¡Oh Señor!, Maestro bueno, ¿cómo es que
la carne no sirve de nada, diciendo tú: Si no coméis la carne del Hijo del nombre y no
bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros? ¿No sirve de nada la vida? ¿No somos
lo que somos para alcanzar la vida eterna que nos prometes con tu carne? ¿Qué significa
la carne no sirve de nada?». No sirve de nada en el sentido en que lo entendieron ellos:
carne muerta, hecha pedazos o como se vende en la carnicería, no la carne vivificada
por el Espíritu. Se dice que la carne no sirve de nada igual que se afirma que la ciencia
hincha (1 Co 8,1). ¿Por eso se debe odiar ya la ciencia? No, ¿Qué significa la ciencia
hincha? Cuando está sola, sin la caridad. Por eso añadió: la caridad edifica. Junta la
caridad a la ciencia y la ciencia será útil; no por sí sola, sino por la caridad. Lo mismo
aquí. La carne no sirve de nada, es decir, la carne sola; pero júntese el Espíritu con la
carne como se junta la caridad con la ciencia, y entonces vale muchísimo. Porque si la
carne no valiese nada, la Palabra no se hubiese hecho carne para vivir con nosotros. Si
Cristo nos valió mucho gracias a su carne ¿cómo la carne no sirve de nada? Sirviéndose
de la carne el Espíritu. realizó nuestra salvación. La carne es un recipiente; mira lo que
contiene, no lo que ella es. Los apóstoles, fueron enviados; su carne ¿no nos sirvió de
nada? Si la carne de los apóstoles nos sirvió de algo, ¿es posible que la carne del Señor
no nos sirva de nada? ¿Cómo nos llega el sonido de su palabra sino por la voz de la
carne? ¿De dónde la pluma y de dónde la escritura? Todo esto lo hace la carne, pero
moviéndola el Espíritu como órgano e instrumento suyo. El Espíritu es, pues, quien
vivifica, la carne no sirve de nada: pero se trata de la carne como ellos la entendieron.
Yo no doy a comer mi carne en ese sentido.
15. De santo Tomas de Aquino
(Opúsculo 57, en la fiesta del Cuerpo de Cristo, lect. 1-4).
¡Oh banquete precioso y admirable!
El Hijo único de Dios, queriendo hacemos partícipes de su divinidad, tomó nuestra
naturaleza, a fin de que, hecho hombre, divinizase a los hombres.
Además, entregó por nuestra salvación todo cuanto tomó de nosotros. Porque, por
nuestra reconciliación, ofreció, sobre el altar de la cruz, su cuerpo como víctima a Dios,
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su Padre, y derramó su sangre como precio de nuestra libertad y como baño sagrado que
nos lava, para que fuésemos liberados de una miserable esclavitud y purificados de
todos nuestros pecados.
Pero, a fin de que guardásemos por siempre jamás en nosotros la memoria de tan gran
beneficio, dejó a los fieles, bajo la apariencia de pan y de vino, su cuerpo, para que
fuese nuestro alimento, y su sangre, para que fuese nuestra bebida.
1Oh banquete precioso y admirable, banquete saludable y lleno de toda suavidad! ¿Qué
puede haber, en efecto, más precioso que este banquete el cual no se nos ofrece, para
comer, la carne de becerros o de machos cabrios, como se hacía antiguamente, bajo la
ley, sino al mismo verdadero Dios?
No hay ningún sacramento más saludable que éste, pues por él se borran los pecados, se
aumentan las virtudes y se nutre el alma con la abundancia de todos los dones
espirituales.
Se ofrece, en la Iglesia, por los vivos y por los difuntos, para que a todos aproveche, ya
que ha sido establecido para la salvación de todos.
Finalmente, nadie es capaz de expresar la suavidad de este sacramento, en el cual
gustamos la suavidad espiritual en su misma fuente y celebramos la memoria del
inmenso y sublime amor que Cristo mostró en su pasión.
Por eso, para que la inmensidad de este amor se imprimiese más profundamente en el
corazón de los fieles, en la última cena, cuando después de celebrar la Pascua con sus
discípulos, iba a pasar de este mundo al Padre, Cristo instituyó este sacramento como el
memorial perenne de su pasión, como el cumplimiento de las antiguas figuras y la más
maravillosa de sus obras; y lo dejó a los suyos como singular consuelo en las tristezas
de su ausencia.
16. Del papa Pablo VI (Mysterium Fidei)
El misterio de la fe
Queremos recordar una verdad de todos bien sabida, pero muy necesaria para eliminar
todo veneno de racionalismo, verdad que muchos católicos han sellado con su propia
sangre y que célebres Padres Y Doctores de la Iglesia han profesado y enseñado
constantemente, esto es, que la Eucaristía es un altísimo misterio, más aún, hablando
con propiedad, como dice la sagrada liturgia, el misterio de la fe.
Es, pues, necesario que nos acerquemos, particularmente a este misterio, con humilde
reverencia, no buscando razones humanas que deben callar, sino adhiriéndonos
firmemente a la revelación divina, San Juan Crisóstomo, quien, como sabéis, trató con
palabra, tan elevadas y con tanta penetración de piedad del misterio eucarístico,
instruyendo en una ocasión se expresó en estos apropiados términos: “Inclinémonos
ante Dios; y no le contradigamos aun cuando lo que El dice pueda parecer contrario a
nuestra razón ya nuestra inteligencia. Observemos esta misma conducta respecto al
misterio eucarístico, no considerando solamente lo que cae bajo los sentidos, sino
atendiendo a sus palabras. Porque su palabra no puede engañar».
29
Más aún, san Buenaventura afirma: «Que Cristo esté en el Sacramento como signo, no
ofrece ninguna dificultad; pero que esté verdaderamente en el Sacramento, como en el
cielo, he aquí la grandísima dificultad; creer esto es, por tanto, muy meritorio».
Por lo demás, esto mismo insinúa el evangelio cuando cuenta que muchos de los
discípulos de Cristo, después de haber oído que habían de comer su Carne y beber su
Sangre volvieron la espalda al Señor diciendo: «Duro es este lenguaje, ¿quién puede
escucharlo?». Pero Pedro, por el contrario, al preguntarle Jesús si también los Doce se
querían marchar, afirmó pronta y firmemente su fe y la de los Apóstoles, dando esta
admirable respuesta: «Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna».
17. Del papa Pablo VI (Mysterium Fidei)
Dios con nosotros
La divina Eucaristía confiere al pueblo cristiano una incomparable dignidad. Ya que no
sólo mientras se ofrece el Sacrificio y se realiza el Sacramento, sino también después,
mientras la Eucaristía es conservada en las iglesias y oratorios, Cristo es
verdaderamente el Emmanuel, es decir, «Dios con nosotros». Pues día y noche está en
medio de nosotros, habita con nosotros lleno de gracia y de verdad; ordena las
costumbres, alimenta las virtudes, consuela a los afligidos, fortalece a los débiles, incita
a su imitación a todos los que se acercan a Él, a fin de que con su ejemplo aprendan a
ser mansos y humildes de corazón, y buscar no las cosas propias sino las de Dios.
Cualquiera, pues, que se dirige al augusto Sacramento Eucarístico con particular
devoción y se esfuerza en amar a su vez con prontitud y generosidad a Cristo, que nos
ama infinitamente experimenta y comprende a fondo, no sin grande gozo y
aprovechamiento del espíritu, cuán preciosa es la vida escondida con Cristo en Dios y
cuánto vale entablar conversaciones con Cristo: no hay cosa más suave que esta, nada
más eficaz para recorrer el camino de la santidad.
Puesto que el sacramento de la Eucaristía es signo y causa de la unidad del Cuerpo
Místico y en aquellos que con mayor fervor lo veneran excita un activo espíritu eclesial,
no ceséis de persuadir a los fieles que, acercándose al misterio Eucarístico, aprendan a
hacer propia la causa de la Iglesia, a orar a Dios sin intermisión, a ofrecerse a sí mismos
al Señor como agradable sacrificio por la paz y la unidad de la Iglesia; a fin de que
todos los hijos de la Iglesia sean una sola cosa y tengan el mismo sentimiento, ni haya
entre ellos cismas, sino que sean perfectos en una misma manera de sentir y de pensar.
18. Del papa Pablo VI
(Eucharisticum mysterium, n. 50).
La oración ante el Santísimo Sacramento
Los fieles cuando veneran a Cristo presente en el Sacramento recuerden que esta
presencia proviene del sacrificio y se ordena a la comunión al mismo tiempo
sacramental y espiritual.
30
Así pues, la piedad que impulsa a los fieles a acercarse a la sagrada comunión los lleva a
participar más plenamente en el misterio pascual ya responder con agradecimiento al
don de aquel que por medio de su humanidad infunde continuamente la vida divina en
los miembros de su cuerpo. Permaneciendo ante Cristo, el Señor, disfrutan de su trato
íntimo, le abren su corazón pidiendo por sí mismos y por todos los suyos y ruegan por
la paz y salvación del mundo. Ofreciendo con Cristo toda su vida al Padre en el Espíritu
Santo, sacan de este trato admirable un aumento de su fe, su esperanza y su caridad. Así
fomentan las disposiciones debidas que les permitan celebrar con la devoción
conveniente el memorial del Señor y recibir frecuentemente el pan que nos ha dado el
Padre.
Traten, pues los fieles de venerar a Cristo, el Señor, en el Sacramento, de acuerdo con
su propio modo de vida. Y los pastores en este punto vayan delante con su ejemplo y
exhórtenlos con sus palabras.
19. Del papa Juan Pablo II
(Dominica e Cena e, n. 3)
El culto a la Eucaristía
El culto al misterio eucarístico está dirigido a Dios Padre por medio de Jesucristo en el
Espíritu Santo. Ante todo al Padre, como afirma el evangelio de san Juan: «Porque tanto
amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en El no
perezca, sino que tenga la vida eterna».
Se dirige también en el Espíritu Santo a aquel Hijo encarnado, según la economía de la
salvación, sobre todo en aquel momento de entrega suprema y de abandono total de sí
mismo, al que se refieren las palabras pronunciadas en el cenáculo: esto es mi Cuerpo,
que será entregado por nosotros... éste es el cáliz de mi Sangre que será derramada por
vosotros. La aclamación litúrgica: «Anunciamos tu muerte», nos hace recordar aquel
momento. Al proclamar a la vez su resurrección, abrazamos en el mismo acto de
veneración a Cristo resucitado y glorificado a la derecha del Padre, así como la
perspectiva de su venida con gloria. Sin embargo es su anonadamiento voluntario,
agradable al Padre y glorificado con la resurrección, lo que, al ser celebrado
sacramentalmente junto con la resurrección, nos lleva a la adoración del Redentor que
se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz.
Esta adoración nuestra contiene otra característica particular: está compenetrada con la
grandeza de esa muerte humana, en la que el mundo, es decir, cada uno de nosotros, es
amado hasta el fin. Así pues, esta adoración es también una respuesta que quiere
corresponder a aquel Amor inmolado que llega hasta la muerte en la cruz: es nuestra
“eucaristía” es decir nuestro agradecimiento, nuestra alabanza por habernos redimido
con su muerte y hecho partícipes de su vida inmortal mediante su resurrección.
Tal culto, tributado así a la Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, acompaña y se
enraíza ante todo en la celebración de la liturgia eucarística. Pero debe asimismo llenar
nuestros templos, incluso fuera de los horarios de las misas. En efecto, dado que el
misterio eucarístico ha sido instituido por amor y nos hace presente sacramentalmente a
Cristo, es digno de acción de gracias y de culto. Este culto debe manifestarse en todo
31
encuentro nuestro con el Santísimo Sacramento, tanto cuando visitamos las iglesias
como cuando las Sagradas Especies son llevadas o administradas a los enfermos.
La adoración a Cristo en este sacramento de amor debe encontrar expresión en diversas
formas de devoción eucarística: plegarias personales ante el Santísimo, horas de
adoración, exposiciones breves prolongadas, anuales, bendiciones eucarísticas,
procesiones, congresos.
La animación y robustecimiento del culto eucarístico son una prueba de esa auténtica
renovación que el Concilio se ha propuesto y de la que es el punto central. La Iglesia y
el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico.
20. Del papa Juan Pablo 11
(Dominica e Cenae, n. 5)
Eucaristía y caridad
El culto eucarístico constituye el alma de toda vida cristiana. En efecto, si la vida
cristiana se manifiesta en el cumplimiento del principal mandamiento, es decir, en el
amor a Dios y al prójimo, este amor encuentra su fuente precisamente en el Santísimo
Sacramento, llamado generalmente Sacramento del amor.
La Eucaristía significa esta caridad, y por ello la recuerda, la hace presente, y al mismo
tiempo la realiza. Cada vez que participamos en ella de manera consciente, se abre en
nuestra alma una dimensión real de aquel amor inescrutable que encierra en sí todo lo
que Dios ha hecho por nosotros los hombres y que hace continuamente, según las
palabras de Cristo: «Mi Padre sigue actuando y yo también actúo». Junto con este don
insondable y gratuito, que es la caridad revelada hasta el extremo en el sacrificio
salvífico del Hijo de Dios -del que la Eucaristía es señal indeleble-, nace en nosotros
una viva respuesta de amor. No sólo conocemos el amor, sino que nosotros mismos
comenzamos a amar.
Entramos, por así decirlo, en la vía del amor y progresamos en este camino. El amor que
nace en nosotros de la Eucaristía, se desarrolla gracias a ella, se profundiza, se refuerza.
El culto eucarístico es, pues, precisamente expresión de este amor, que es la
característica auténtica y más profunda de la vocación cristiana. Este culto brota del
amor y sirve al amor, al cual todos somos llamados en Cristo Jesús. Fruto vivo de este
culto es la perfección de la imagen de Dios que llevamos en nosotros, imagen que
corresponde a la que Cristo nos ha revelado. Convirtiéndonos así en adoradores del
Padre «en espíritu y verdad», maduramos en una creciente unión con Cristo, estamos
cada vez más unidos a El, y -si podemos emplear esta expresión- somos más solidarios
con El.
21. Del papa Juan Pablo 11 (Dominica Cenae, n. 6)
Eucaristía y prójimo
El auténtico sentido de la Eucaristía se convierte de por sí en escuela de amor activo al
prójimo. Sabemos que es este el orden verdadero e integral del amor que nos ha
32
enseñado el Señor: «En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si tenéis amor
unos para con otros». La Eucaristía nos educa para este amor de modo más profundo; en
efecto, muestra qué valor debe de tener a los ojos de Dios todo hombre, nuestro
hermano y hermana, si Cristo se ofrece a sí mismo de igual modo a cada uno, bajo las
especies de pan y de vino. Si nuestro culto eucarístico es auténtico, debe hacer aumentar
en nosotros la conciencia de la dignidad de todo hombre. La conciencia de esta dignidad
se convierte en el motivo más profundo de nuestra relación con el prójimo. .
Asimismo debemos hacemos particularmente sensibles a todo sufrimiento y miseria
humana, a toda injusticia y ofensa, buscando el modo de repararlos de manera eficaz.
Aprendamos a descubrir con respeto la verdad del hombre interior, porque precisamente
este interior del hombre se hace morada de Dios presente en la Eucaristía. Cristo viene a
los corazones y visita las conciencias de nuestros hermanos y hermanas. ¡Cómo cambia
la imagen de todos y cada uno, cuando adquirimos conciencia de esta realidad, cuando
la hacemos objeto de nuestras reflexiones¡ El sentido del misterio eucarístico nos
impulsa al amor al amor a todo hombre.
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Diversas celebraciones

  • 2. RITO PARA DAR LA COMUNIÓN A LOS ENFERMOS 1. Ritos iniciales Saludo de paz El ministro dice:”La paz del Señor este con todos ustedes” El enfermo y familiares responden: “Y con tu espíritu” Se deposita el Santísimo Sacramento El ministro deja el Santísimo en la mesita y lo adora haciendo una genuflexión sencilla, esto es, doblando una rodilla; y se purifica los dedos. NOTA: La mesita debe estar cubierta con un mantel limpio y en ella debe haber un vaso con agua, un purificador, un Cristo, una vela encendida; y si se puede, también un ramo de flores. Acto penitencial El ministro exhorta al arrepentimiento diciendo: Ministro: «Hermanos, reconozcamos nuestros pecados para disponemos a esta celebración» Todos: «Yo confieso.». NOTA: Se pueden usar también las otras dos fórmulas penitenciales: Ministro: «El Señor todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna». Todos: «Amén». 2. Breve lectura de la Palabra Ministro: «El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día». «Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida». Jn 6,5455 2
  • 3. NOTA: La lectura la puede hacer también alguno de los presentes y puede usar cual- quiera de las siguientes lecturas: Jn 6,5458: Jn 14,6; Jn 14,26; Jn 15,5; ICor 11,16, 3. Sagrada Comunión Ministro: «Ahora, todos unidos, imploremos a Dios con la oración que nuestro Señor Jesucristo nos enseñó». Todos: « Padre nuestro. . .». Se muestra el Santísimo y se da la Comunión Ministro: «Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor». Todos: «Señor, yo no soy digno de que vengas a mí, pero una palabra tuya bastará para sanarme». «El Cuerpo de Cristo» o «La Sangre de Cristo». Enfermo: «Amén» NOTA: El ministro se purifica los dedos. El ritual trae muchas oraciones conclusivas y se pueden usar indistintamente. Oración conclusiva «Oremos: Te rogamos Señor que este sacramento con que nos has alimentado, nos haga crecer en tu amor, y nos impulse a servirte en nuestro prójimo. Por Cristo, nuestro Señor». Todos: «Amén» 4. Rito de despedida Ministro: «Que el Señor nos bendiga, nos libre de todo mal, y nos lleve a la vida eterna». Todos: «Amén» . NOTA: Se pueden usar otras fórmulas de despedida. 3
  • 4. RITO ABREVIADO NOTAS: 1. Este rito se usa cuando son muchos enfermos en distintas habitaciones en los hospitales. 2. La ceremonia se inicia en la capilla o en la primera habitación con la antífona. 3. El ministro puede ser acompañado por otra persona llevando una vela encendida. 4. El ministro puede presentar la hostia a todos los enfermos de una sala o a cada uno en particular. 5. La oración final se puede decir en la última habitación visitada o en la capilla. 6. Si parece oportuno, se pueden añadir otros elementos tomados del Rito Ordinario. ANTÍFONA Ministro: «Este es el sagrado banquete en que Cristo se da como alimento, se renueva la memoria de su pasión, el alma se llena de gracia, y se nos da una prenda de la gloria futura». Se presenta la hostia y se da la comunión Ministro: «Hermanos, este es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo; dichosos los invitados a la mesa del Señor». Enfermos: «Señor, yo no soy digno de que vengas a mí, pero una palabra tuya bastará para sanarme». Ministro: «El Cuerpo de Cristo». Enfermos: «Amén» ORACIÓN FINAL Ministro: «Señor, Padre santo, omnipotente y eterno Dios, te suplicamos confiadamente que el sagrado Cuerpo, (la Sangre preciosa), de nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, sea para nuestros(as) hermanos(as) que lo acaban de recibir, un remedio sempiterno para el cuerpo y para el alma. Por Jesucristo, nuestro Señor». Enfermos: «Amén>. 4
  • 5. RITO DE LA EXPOSICIÓN DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO Exposición - El cantor o el pueblo entonará un canto eucarístico. - Mientras tanto el ministro hace genuflexión sencilla, doblando una rodilla, al sacar el - - Santísimo del sagrario, y lleva al Santísimo al altar o al manifestador. - De pié pone incienso en el incensario y se arrodilla para incensar el Santísimo. Inicia la adoración rezando o cantando la estación al Santísimo. - Hace inclinación de cabeza y se retira. - Puede organizarse: - Lecturas de la Sagrada Escritura. - Breves exhortaciones que promuevan el aprecio a la Sagrada Eucaristía. - Cantos eucarísticos. - Oraciones con el pueblo. - Rezo de la liturgia de las horas, según la hora que toque. - Oración en silencio. Reserva La reserva del santísimo Sacramento puede hacerse en la forma siguiente: - Se entona un cántico eucarístico por el cantor y el pueblo. - El ministro inciensa el santísimo Sacramento. - Reza una de las oraciones «colecta» propias del tiempo. Y/o reza las alabanzas al Santísimo: Bendito sea su santo nombre. Bendito sea Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Bendito sea el nombre de Jesús. Bendito sea su sacratísimo Corazón. Bendita sea su preciosísima Sangre. Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar Bendito sea el Espíritu Santo Paráclito. Bendita sea la gran Madre de Dios, María Santísima. Bendita sea su santa e inmaculada Concepción. Bendita sea su gloriosa Asunción. Bendito sea el nombre de María, Virgen y Madre. Bendito sea San José, su castísimo esposo. Bendito sea Dios en sus ángeles y en sus santos. - Luego guarda el Santísimo en el sagrario. - y hecha genuflexión sencilla, el ministro se retira a la sacristía. NOTA: El párroco o sacerdote encargado enseñará al MEC la forma práctica de la exposición y reserva asesorándolo en todos los detalles, como por ejemplo: cómo y 5
  • 6. dónde poner el corporal, genuflexión doble, cómo incensar, etc. 6
  • 7. MATERIALES PARA LAS HORAS SANTAS En esta segunda parte ofrecemos: - En primer lugar, cinco esquemas posibles de celebración ante el Santísimo, indicando solamente la estructura, que deberá ser rellenada oportunamente con los materiales que seguidamente se ofrecen o con otros que resulten adecuados. - En segundo lugar, una amplia selección de elementos utilizables para la celebración (himnos y cantos, antífonas, oraciones, lecturas bíblicas y patrísticas, preces, oraciones para la reserva), aptos para rellenar los esquemas anteriores. Este material no es el único posible, sino que está abierto a la creatividad según los criterios teológicos y pastorales expuestos en las páginas anteriores. En la elección de los diversos elementos del material, habrá que tener siempre presente el tiempo litúrgico, y las circunstancias y características de la comunidad adorante. ESQUEMAS DE CELEBRACIONES I - Exposición del Santísimo con su canto eucarístico apropiado. - Oración inicial. - Lectura patrística. - Salmo responsorial. - Silencio. - Lectura bíblica. - Exhortación u homilía. - Silencio. - Preces. - Oración del Padre nuestro. - Canto eucarístico para la reserva. - Oración (y bendición con el Santísimo). - Aclamación final. II - Exposición del Santísimo con su canto eucarístico apropiado. - Silencio. - Oración. - Repetición de alguna antífona (por ejemplo tres veces). - Lectura patrística o bíblica. - Meditación silenciosa. - Salmo responsorial o canto eucarístico. - Silencio. - Preces. - Oración del Padre nuestro. - Canto eucarístico para la reserva. - Oración (y bendición con el Santísimo). - Aclamación final. 7
  • 8. III - Exposición del Santísimo con su canto eucarístico apropiado. - Silencio. - Breve lectura patrística o bíblica. - Silencio. - Preces. - Oración del Padre nuestro. - Canto eucarístico para la reserva. - Oración (y bendición con el Santísimo). - Aclamación final. IV - Exposición del Santísimo con su canto eucarístico apropiado. - Antífona. - Salmo. - Silencio. - Oración. - Breve lectura patrística o bíblica. - Breve comentario. - Preces. - Oración del Padre nuestro. - Canto eucarístico para la reserva. - Oración (y bendición con el Santísimo). - Aclamación final. V - Exposición del Santísimo con su canto eucarístico apropiado. - Antífona repetida varias veces. - Silencio. - Segunda antífona repetidas varias veces. - Silencio. - Lectura patrística o bíblica. - Salmo. - Silencio. - Preces. - Oración del Padre nuestro. - Canto eucarístico para la reserva. - Oración (y bendición con el Santísimo). - Aclamación final. 8
  • 9. DIVERSOS ELEMENTOS PARA LA CELEBRACIÓN HIMNOS Y CANTOS EUCARÍSTICOS 1. En castellano: Cantemos al Amor de los amores. Beberemos la copa de Cristo. Oh buen Jesús, yo creo firmemente. Tú eres nuestra Pascua. Una espiga dorada por el sol. ¿Cómo pagarle al Señor? Acerquémonos todos al altar, Te conocimos al partir el pan. Donde hay caridad y amor. Donde hay verdadero amor. Comiendo del mismo pan. Quédate con nosotros. Quédate junto a nosotros. Antes de ser llevado a la muerte. Que la lengua humana cante este misterio. Gustad y ved. Los que comemos un mismo pan. Yo soy el pan de vida. Señor, danos el agua viva, Tú eres, Señor, el pan de vida. De rodillas, Señor, ante el sagrario. ANTÍFONAS 1. El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él. Permaneced en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. 2. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo. 3. Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron. Este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma y viva para siempre. 4. Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas. Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas. 5. Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, Y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor. 9
  • 10. 6 ¡Qué bueno es, Señor, tu Espíritu! Para demostrar a tus hijos tu ternura, les has dado un pan delicioso bajado del cielo, que colma de bienes a los hambrientos y deja vacíos a los ricos. 7. Durante la cena, Jesús tomó pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo: «Tomad y comed, esto es mi cuerpo». 8. Un hombre preparó un gran banquete y envió a sus criados para que avisaran a los invitados. 9. El cáliz de nuestra Acción de Gracias, ¿no nos une a todos en la sangre de Cristo? y el pan que partimos, ¿no nos une a todos en el cuerpo de Cristo? 10. El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan. 11. El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre. El que come mi carne vivirá por mí. 12. Guarda los preceptos del Señor tu Dios y los mandatos que yo te mando hoy, para tu bien. 13. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios mandó al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él. 14. Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has revelado los misterios del Reino a la gente sencilla. 15. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré, dice el Señor. 16. Cargad con mi yugo, dice el Señor, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón. . 17. Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor, dice el Señor. . 18. Dios nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. 19. Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. 20. El Señor nos alimentó con flor de harina y nos sació con miel silvestre. ORACIONES 1. Señor, te has quedado con nosotros y nos ofreces tu Cuerpo, Pan partido, y tu Sangre, cáliz de la salvación, hechos sacramentos de amor; concédenos que al venerar ahora tu Presencia santa y sacramental avivemos nuestra fe en tu misterio pascual y te sirvamos en los hermanos más necesitados. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. 10
  • 11. 2. Señor Jesús, por amor a los hombres has querido permanecer sacramentalmente entre nosotros; haz que experimentemos tu presencia, abramos nuestro corazón a tu palabra y misterio, y te adoremos con espíritu filial para que, rogando por la paz y salvación de los hombres, aumentes nuestra fe, esperanza y caridad, y suscites en nosotros el deseo de participar en la Eucaristía, y de adorarte sin fin en el cielo. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. 3. Señor Jesús, ante tu presencia sacramental, te pedimos una fe firme, sin dudas ni vacilaciones, una fe alegre y portadora de paz y alegría en un mundo en guerras Y odios, una fe hecha oración ante tu presencia y una fe que nos haga adoradores en espíritu y en verdad. Aumenta nuestra fe en el misterio que celebramos y adoramos, ayúdanos a crecer y testimoniar nuestra fe en la vida para que un día contemplemos tu rostro para siempre. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. 4. Señor Jesús, te damos gracias porque antes de volver al Padre quisiste en el Cenáculo partir y repartir el pan de tu Cuerpo a tus apóstoles y les diste a beber el cáliz de la salvación. La tarde de tu resurrección te hiciste compañero de camino con los peregrinos de Emaús. Tus palabras hicieron arder sus corazones y te reconocieron a partir el pan. Haz que también nosotros te encontremos en el camino, escuchemos tus palabras de verdad y experimentemos tu presencia sacramental para confesar nuestra fe, adorarte con limpio corazón y anunciarte a los hermanos con nuestras buenas obras. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. 5. Señor Jesús, en esta hora de la tarde queremos hacer memoria de la Eucaristía celebrada y adorar tu presencia bajo las especies de pan y vino. Tú, que eres Profeta, haz que tu Palabra resuene en nuestro corazón y nuestra palabra sea eco de la tuya. Tú, que eres Sacerdote, haz que nuestra ofrenda y oración lleguen al Padre, como incienso, y le ofrezcamos el gozo y el llanto de la humanidad de hoy. Tú, que eres Rey, haz que nuestro entrega a ti sea servicio generoso a nuestros hermanos necesitados. Señor Jesús, haz que seamos evangelizados por tu Palabra y evangelizadores de tu mensaje para que nuestra intercesión y ofrenda nos haga servidores de tu Reino de justicia y de paz. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. 6. Señor Jesús, nuestro Maestro, enséñanos a descubrir en los signos de los tiempos y en los hermanos tu presencia; enséñanos a comprender tu misterio pascual y adorarte y venerarte con firme fe. Cada vez que nos reunimos junto a ti, hecho sacramento y presencia, venimos agobiados y cansados por los afanes cotidianos. Venimos a ti, a tu encuentro, para desahogar nuestros corazones y encontrar descanso y alivio a nuestras fatigas. Haz que escuchemos tu voz y escucha nuestras palabras de acción de gracias y de súplica. Tu que vives y reinas por los siglos de los siglos. 7. Señor Jesús, reunidos ante tu altar, queremos orar ante tu Presencia santa, confesar nuestra fe en tu misterio pascual y adorarte con corazón reverente. Queremos estar contigo, escuchar atentamente tu Palabra, siempre nueva, hacer memoria de la Eucaristía celebrada, adorar tu Presencia sacramental entre nosotros y pedirte por nuestros hermanos que están en el mundo, destrozado por la metralla de las guerras y odios, de la increencia e indiferencia, de las injusticias e intereses, del hambre y la marginación. Haz que tu Presencia santa nos convierta y nos renueve interiormente, nos 11
  • 12. estimule a obrar el bien y alejamos del mal y nos impulse a amamos los unos a los otros para construir un mundo fundamentado en el mandamiento nuevo. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. 8. Señor Jesús, tú nos dijiste: «Venid a mí los agobiados y cansados y yo os aliviaré.» Venimos a ti, Señor, con nuestras preocupaciones y dificultades, nuestras alegrías y tristezas, nuestros afanes y desilusiones, nuestras cobardías y pecados, nuestras ansiedades y fracasos. Queremos que en esta oración delante de tu Presencia alivies nuestros corazones para que te adoremos y veneremos en el silencio, nos inflames en tu caridad, y nos fortalezcas en la fe para testimoniar tu amor ante los hombres. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. 9. Señor Jesús, tus discípulos de Emaús te rogaron que te quedases con ellos porque al escuchar tus palabras en el camino sus corazones tristes se llenaron de vida y te reconocieron al partir el pan. También te has quedado con nosotros hecho sacramento Y Presencia santa; haz que nuestros corazones ardan a la escucha de tu Palabra y volvamos a nuestros quehaceres cotidianos con la alegría de haber estado contigo y anunciemos que estás vivo y presente para dar vida a nuestro mundo muerto. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. 10. Señor Jesús, ante tu Presencia santa te pedimos que robustezcas nuestra fe, zarandeada por el viento de la increencia e indiferencia; queremos, lejos de los ruidos y afanes, recogemos en el silencio para contemplar tu misterio pascual y adorar tu Presencia. Queremos, como los apóstoles, avivar la experiencia del Cenáculo, hacer memoria de la Eucaristía instituida y del mandamiento de amamos los unos a los otros. Haz que nuestra oración abierta sea súplica por todas las necesidades de la Iglesia y de la humanidad para que todos los hombres se postren de rodillas y te adoren como Señor y Salvador. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. 11. Reunidos, Señor, junto a ti, recordamos el misterio de tu Pascua y adoramos tu santa Presencia. Tú eres la luz que ilumina, la gracia que renueva, la verdad que convence, la vida que transforma, el camino que conduce; derrama abundantemente tu bendición sobre tus adoradores y tu gracia sobre todos los hombres. Haz que tu Presencia santa sea don para todos, alivio para los agobiados, consuelo para los tristes, seguridad para los vacilantes, fuerza para los débiles. Señor Jesús, haz que nuestra oración ante ti, nos estimule a renovamos y a crear un mundo más justo y fraternal para que te alabe y te bendiga para siempre. Tu que vives y reinas por los siglos de los siglos. 12. Señor Jesús, te damos gracias por el misterio de la Eucaristía, por tu Presencia santa, por tu amor infinito. Haz que en todos los altares del mundo seas celebrado y venerado y en todos los corazones seas alabado y bendecido ahora y por siempre. Tú que vives y reinas por tos siglos de los siglos. 13. Señor Jesús, nuestros ojos te miran con fe y te contemplan bajo las especies de Pan y Vino. Contigo queremos andar el camino de tu evangelio y de tu misterio pascual. Tú eres el camino, la verdad y vida, tú nuestra esperanza firme. Levantamos nuestras manos en oración y en búsqueda de tu gracia: haz que nuestros corazones inquietos te encuentren siempre también entre los hermanos. Tú traes la alegría y la vida para que la tristeza y la muerte no nos invadan; concédenos, Señor, alabarte y bendecirte por los siglos de los siglos. 12
  • 13. 14. Cada vez que nos reunimos, Señor Jesús, ante tu Presencia santa proclamamos tu muerte y resurrección, te damos gracias por el Pan de tu Cuerpo y te adoramos bajo las especies sacramentales. Enséñanos a vivir tu muerte y resurrección, a participar activa Y fructuosamente en la Eucaristía, a adorarte con espíritu de fe y a gastar nuestra vida en la construcción de tu Reino haciendo el bien a todos. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. 15. Señor Jesús, por amor a los hombres te has dignado hacernos partícipes de tu Cuerpo y Sangre y nos permites adorarte en estos santos misterios; concédenos tu gracia renovadora, bendícenos con tu protección, purifícanos con tu gracia, consérvanos libres de pecado: así aceptarás ahora nuestra alabanza y veneración y un día te glorificaremos en compañía de los ángeles y santos. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. 16. Señor Jesucristo: tú, inmolado en la cruz, diste cumplimiento a lo que anunciaban los sacrificios de la antigua alianza y te ofreciste por la reconciliación y la paz: te alabamos y te bendecimos. En la Eucaristía te das como alimento de vida eterna y nos unes a tu inmenso amor: te alabamos y te adoramos. En tu presencia santa te experimentamos cercano y te adoramos con fe. Te pedimos que ilumines con tu luz nuestros ojos, purifiques nuestras mentes y corazones y nos hagas instrumentos de tu paz en un mundo dividido por las guerras y los odios. Concédenos caminar siempre a la luz de tu Luz, para que un día la, podamos contemplar sin velo alguno y adorarte y glorificarte sin fin. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. 17. Señor Jesús, al instituir el sacrificio de la eterna alianza te ofreciste como víctima de salvación, y nos mandaste perpetuar tu muerte y resurrección en la celebración de la Eucaristía; haz que tu Carne inmolada sea alimento que nos fortalezca, y tu Sangre derramada sea bebida que nos salve. Tu presencia, Señor, en medio de nosotros estimule nuestro espíritu de adoración en la tierra y un día podamos adorarte para siempre. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. 18. Señor Jesús, en la intimidad con tus apóstoles en la última Cena perpetuaste tu muerte y resurrección en el sacramento, como Cordero inmaculado y Eucaristía perfecta; haz que este sacramento de amor nos alimente y santifique, para que un mismo amor congregue a todos los hombres en torno a u mesa eucarística No falte nunca nuestra oración delante de tu Presencia, anticipo de nuestra adoración en el cielo. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. 19. Señor, que por el misterio pascual realizaste la salvación de los hombres, concédenos la gracia de adorarte presente en el Sacramento y haz que proclamemos con fe lo que adoramos y veneramos. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. 20. Señor, nos has santificado con la participación en la Eucaristía misterio de tu Cuerpo y Sangre, concédenos tu gracia de adorarte ahora con fe firme y glorificarte un día en el cielo para siempre. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. 21. Señor, que nos has hecho partícipes de un mismo pan y un mismo cáliz, concédenos que, unidos a ti como los sarmientos a la vid, demos frutos de santidad y de justicia ante el mundo para que crean en ti, único Salvador. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. 13
  • 14. 22. Señor, nos has saciado con el pan del cielo en la Eucaristía, y nos concedes ahora la gracia de estar ante tu Presencia santa, te pedimos que nos fortalezcas para que no dudemos, para que no nos enfriemos con la indiferencia religiosa que nos rodea, para que no nos engañemos, ni engañemos a los demás, para que no despreciemos a los hermanos, para que no busquemos los afanes mundanos en desprecio de os divinos, para que no caigamos en tentación de abandonarte, para que no destruyamos la vida, para que no despreciemos el Evangelio. Haz que te adoremos con corazón pobre y limpio, misericordioso y manso, para construir tu Reino y alcanzar la bienaventuranza eterna. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. 23. Te damos gracias, Padre santo, porque nos revelas en Cristo, luz de los pueblos, el misterio de nuestra salvación. Él, verdadero cordero pascual, con su muerte quitó el pecado del mundo y resucitando restauró nuestra vida. En memoria de su entrega por nosotros nos dejó como alimento el sacramento de la eucaristía que nos hace partícipes, ya en este mundo, de los bienes eternos de tu reino. Derrama, Señor, tu Espíritu sobre los que adoramos y proclamamos la presencia de tu Hijo en el misterio de nuestra fe para que vivamos en generosa solidaridad con todos los hombres. y así, adoradores en espíritu y en verdad, demos testimonio del Evangelio imitando a María, la Madre de Jesús, servidora obediente y humilde de la obra de la salvación. Por Jesucristo nuestro Señor. LECTURAS BÍBLICAS Las lecturas que se proponen a continuación pertenecen todas al leccionario dominical, en sus diferentes ciclos. Si las lecturas que se escogen pertenecen al mismo ciclo, se leen del leccionario correspondiente; si pertenecen a ciclos distintos, para no tener que manejar varios libros, será mejor leerlas de los misales festivos manuales existentes. a) Lecturas del Antiguo Testamento Gn 14,18-20: «Melquisedec ofreció pan y vino» (Corpus ciclo C). Ex 16, .2-4.12-15: « Yo haré llover pan del cielo» (Dom. 18 del tiempo ordinario ciclo B). Ex 24,3-8: «Ésta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros» (Corpus ciclo B). Dt 8, 2-3.14b-16a: « Te alimentó con el maná, que tú no conocías ni conocieron tus padres» (Corpus ciclo A). 1 Re 19,4-8: «Con la fuerza de aquel alimento caminó hasta el monte de Dios» (Dom. 19 del tiempo ordinario ciclo B). Pr 9, 1-6: «Venid a comer mi pan ya beber el vino que he mezclado» (Dom. 20 del tiempo ordinario ciclo B) Is 25, 6-10: «El Señor preparará un festín; enjugará las lágrimas de todos nosotros» (Dom. 28 del tiempo ordinario ciclo A) Is 55, 1-3: «Venid, daos prisa y comed» (Dom. 18 del tiempo ordinario ciclo A) b) Salmos responsoriales Sal 22: «El Señor es mi pastor, nada me falta» (Domo 4 de Cuaresma ciclo A) Sal 24: «Acuérdate Señor, de tus misericordias» (Domo 1 de Cuaresma ciclo B). 14
  • 15. Sal 32: «La misericordia del Señor llena la tierra» (Domo 29 del tiempo ordinario, ciclo B) Sal 33: «Gustad y ved que bueno es el Señor» (Dom. 19 del tiempo ordinario ciclo B) Sal 77: «Él les dio pan del cielo». (Dom. 18 del tiempo ordinario ciclo B). Sal 102: «La misericordia del Señor dura siempre» (Sagrado Corazón ciclo A) Sal 109: «Tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec» (Corpus ciclo C) Sa1115: «La copa de bendición nos une en la sangre de Cristo» (Corpus ciclo B) Sal 144: «Abres tu mano, Señor, y nos sacias» (Dom. 1? del tiempo ordinario ciclo B) Sal 143: «El que come de este pan vivirá para siempre» (Dom. 17 del tiempo ordinario ciclo B) Is 12,2-6: «Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación» (Dom. 3 de Adviento ciclo C) c) Lecturas del Nuevo Testamento Hch 2, 42-47: «Eran constantes en la fracción del pan» (Dom. 2 de Pascua ciclo A) Hch 10, 34a.37-43: «Nosotros hemos comido y bebido con él después de la resurrección» (Dom. de Pascua) 1Co 10,16-17: «El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo» (Corpus ciclo A) 1Co 11, 23-26: «Cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor» (Jueves Santo) Hb 9,11-15: «La sangre de Cristo podrá purificar nuestra conciencia» (Corpus ciclo B) d) Evangelios Mc 14, 12-13.22-26: «Esto es mi Cuerpo; ésta es mi Sangre» (Corpus ciclo B) Lc 9, 11b-17: «Comieron todos y se saciaron» (Corpus ciclo C) Lc 24, 13-35: «Lo reconocieron al partir el pan» (Dom. 3 de Pascua ciclo A) Jn .6, 1-15: «Repartió a todos los que estaban sentados todo lo que quisieron» (Dom. 17 del tiempo ordinario ciclo B) Jn 6,24-35: «El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed» (Dom. 18 del tiempo ordinario ciclo B) Jn 6,41-51: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo» (Dom. 19 del tiempo ordinario ciclo B) Jn 6,51-59 « Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida» (Dom. 20 del tiempo ordinario ciclo B) Jn 13, 1-15: «Los amó hasta el extremo» (Jueves Santo) Jn 15, 1-8: «El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante» (Dom. 5 de Pascua ciclo B) Jn 21, 1-14: «Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado» (Dom. 3 de Pascua ciclo e, versión breve). 15
  • 16. LECTURAS PATRÍSTICAS 1. Del comentario de san Gregario de Agrigento, obispo, sobre el libro del Eclesiastés (Libro 8,5: PG 98, 1071-1074) Mi corazón se alegra en el Señor Anda, come tu pan con alegría y bebe contento tu vino, porque Dios ya ha aceptado tus obras. Si queremos explicar estas palabras en su sentido obvio e inmediato, diremos, con razón, que nos parece justa la exhortación del Eclesiastés, de que, llevando un género de vida sencillo y adhiriéndonos a las enseñanzas de una fe recta para con Dios, comemos nuestro pan con alegría y bebemos contentos nuestro vino, evitando toda maldad en nuestras palabras y toda sinuosidad en nuestra conducta, procurando por el contrario hacer objeto de nuestros pensamientos todo aquello que es recto y procurando, en cuanto nos sea posible, socorrer a los necesitados con misericordia y liberalidad; es decir, entregándonos a aquellos afanes y obras en que Dios se complace. Pero la interpretación mística nos eleva a consideraciones más altas Y nos hace pensar en aquel pan celestial y místico que baja del cielo Y, da la vida al mundo; y nos enseña asimismo a beber contentos el vino espiritual, aquel que manó del costado del que es la vid verdadera, el tiempo de su pasión salvadora. Acerca de los cuales dice el Evangelio de nuestra salvación: Jesús tomó pan, dio gracias y dijo a sus santos discípulos y apóstoles: Tomad y comed: es mi cuerpo, que será entregado por vosotros para el perdón de los pecados. Del mismo modo, tomó el cáliz, y dijo: Bebed todos de él, éste es el cáliz de mi sangre, de la alianza nueva, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados. En efecto, los que comen de este pan y beben de este vino se llenan verdaderamente de alegría y de gozo y pueden exclamar: Has puesto alegría en nuestro corazón. Además, la Sabiduría divina en persona, Cristo, nuestro salvador, se refiere también a este pan y este vino, cuando dice en el libro de los Proverbios: Venid a comer de mi pan ya beber el vino que he mezclado, indicando la participación sacramental del que es la Palabra. Los que son dignos de esta participación tienen en toda sazón sus ropas, es decir, las obras de la luz, blancas como la luz, tal como dice el Señor en el evangelio: Alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo. Y tampoco faltará nunca sobre su cabeza el ungüento rebosante, es decir, el Espíritu de la verdad, que los protegerá y los preservará de todo pecado. 2. Del antiguo opúsculo denominado Doctrina de los Doce Apóstoles (Caps. 9,1-10,6; 14, 1-3: Funk 2, 19-22.26) Acerca de la Eucaristía Respecto a la acción de gracias, lo haréis de esta manera: Primeramente sobre el cáliz: «Te damos gracias, Padre nuestro, por la santa viña de David, tu siervo, la que nos diste a conocer por medio de tu siervo Jesús. A ti sea la gloria por los siglos». 16
  • 17. Luego sobre el pan partido: «Te damos gracias, Padre nuestro, por la vida y el conocimiento que nos manifestaste por medio de tu siervo Jesús. A ti sea la gloria por los siglos. Como este pan estaba disperso por los montes y después, al ser reunido, se hizo uno, así sea reunida tu Iglesia de los confines de la tierra en tu reino. Porque tuya es la gloria y el Poder por Jesucristo eternamente.» Pero que de vuestra acción de gracias coman y beban sólo los bautizados en el nombre del Señor, pues acerca de ello dijo el Señor: No deis lo santo a los perros. Después de saciaros, daréis gracias de esta manera: «Te damos gracias, Padre santo, por tu santo nombre, que hiciste morar nuestros corazones, y por el conocimiento y la fe y la inmortalidad que nos diste a conocer por medio de Jesús, tu siervo. A ti sea la gloria por los siglos. Tú, Señor omnipotente, creaste todas las cosas por causa de tu nombre y diste a los hombres comida y bebida para que disfrutaran de ellas. Pero, además, nos has proporcionado una comida y bebida espiritual y una vida eterna por medio de tu Siervo. Ante todo, te damos gracias porque eres poderoso. A ti sea la gloria por los siglos. Acuérdate, Señor, de tu Iglesia, para librarla de todo mal y hacerla perfecta en tu amor, y congrégala de los cuatro vientos, ya santificada, en el reino que has preparado para ella. Porque tuyo es el poder y la gloria por siempre. Que venga tu gracia y que pase este mundo. ¡Hosanna al Dios de David! El que sea santo, que se acerque. El que no lo sea, que se arrepienta. Maranatha. Amén». Pero todo aquel que tenga alguna contienda con su compañero, no se reúna con vosotros, sin antes haber hecho la reconciliación, a fin de que no se profane vuestro sacrifico. Porque éste es el sacrificio del que dijo el Señor: En todo lugar y en todo tiempo se me ofrecerá un sacrificio puro, porque soy rey grande, dice el Señor, y mi nombre es admirable entre las naciones. 3. Del tratado de san Ambrosio, obispo, sobre los misterios (Núms. 43.47-49: es 25 bis, 178-180. 182) Instrucción a los recién bautizados sobre la Eucaristía Los recién bautizados, enriquecidos con tales distintivos, se dirigen al altar de Cristo, diciendo: Me acercaré al altar de Dios, al Dios que alegra mi juventud. En efecto, despojados ya de todo resto de sus antiguos errores, renovada su juventud como un águila, se apresuran a participar del convite celestial. Llegan, pues, y, al ver preparado el sagrado altar, exclaman: Preparas una mesa ante mí. A ellos se aplican aquellas palabras del salmista: El Señor es mi pastor, nada me falta; en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas Y repara mis fuerzas. Y más adelante: Aunque camine por cañada; oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan. Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume y mi copa rebosa. Es ciertamente admirable el hecho de que Dios hiciera llover el maná para los padres y los alimentase cada día con aquel manjar celestial, del que dice el salmo: El hombre 17
  • 18. comió pan de ángeles. Pero los que comieron aquel pan murieron todos en el desierto; en cambio, el alimento que tú recibes, este pan vivo que ha bajado del cielo, comunica el sostén de la vida eterna, y todo el que coma de él no morirá para siempre, porque es el cuerpo de Cristo. Considera, pues, ahora qué es más excelente, si aquel pan de ángeles o la carne de Cristo que es el cuerpo de vida. Aquel maná caía del cielo, éste está por encima del cielo; aquél se corrompía si se guardaba para el día siguiente, éste no sólo es ajeno a toda corrupción, sino que comunica la incorrupción a todos los que lo comen con reverencia. A ellos les mandó agua de la roca, a ti sangre del mismo Cristo; a ellos el agua los sació momentáneamente, a ti la sangre que mana de Cristo te lava para siempre. Los judíos bebieron y volvieron a tener sed, pero tú, si bebes, ya no puedes volver a sentir sed, porque aquello era la sombra, esto la realidad. Si te admira aquello que no era más que una sombra, mucho más debe admirarte la realidad. Escucha cómo no era más que una sombra lo que acontecía con los padres: Bebían -dice el Apóstol- de la roca que los seguía, y la roca era Cristo; pero la mayoría de ellos no agradaron a Dios, pues sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto. Estas cosas sucedieron en figura para nosotros. Los dones que tú posees son mucho más excelentes, porque la luz es más que la sombra, la realidad más que la figura, el cuerpo del Creador más que el maná del cielo. 4. De los tratados de san Gaudencio de Brescia, obispo (Tratado 2: CSEL 68, 26. 29-30) La Eucaristía, Pascua del Señor Uno .solo murió por todos; y este mismo es quien ahora por todas las iglesias, en el misterio del pan y del vino, inmolado, nos alimenta; creído, vivifica; consagrado, santifica a los que lo consagran, Esta es la carne del Cordero, ésta la sangre. El pan mismo que descendió del cielo dice: El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo. También su sangre está bien significada bajo la especie del vino, porque, al declarar él en el evangelio: Yo soy la verdadera vid, nos da a entender a las claras que el vino que se ofrece en el sacramento de la pasión es su sangre; por eso, ya el patriarca Jacob había profetizado de Cristo, diciendo: Lava su ropa en vino y su túnica en sangre de uvas. Porque habrá de purificar en su propia sangre nuestro cuerpo, que es como la vestidura que ha tomado sobre sí. . El mismo Creador y Señor de la naturaleza, que hace que la tierra produzca pan, hace también del pan su propio cuerpo (porque así lo prometió y tiene poder para hacerlo), y el que convirtió el agua en vino hace del vino su sangre. Es la Pascua del Señor, dice la Escritura, es decir, su paso, para que no se te ocurra pensar que continúa siendo terreno aquello por lo que pasó el Señor cuando hizo de ello su cuerpo y su sangre. Lo que recibes es el cuerpo de aquel pan celestial y la sangre de aquella sagrada vida. Porque, al entregar a sus discípulos el pan y el vino consagrados, les dijo: Esto es mi 18
  • 19. cuerpo; ésta es mi sangre. Creamos, pues, os pido, en quien pusimos nuestra confianza. La verdad no sabe mentir. Por eso, cuando habló a las turbas estupefactas sobre la obligación de comer su cuerpo y beber su sangre, y la gente empezó a murmurar, diciendo: Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacer/e caso?, para purificar con fuego del cielo aquellos pensamientos que, como dije antes, deben evitarse, añadió: El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. 5. De las Catequesis de Jerusalén (Catequesis 22 (Mistagógicas 4), 1. 3-6.9: PG 33, 1098-1106) El pan celestial y la bebida de salvación Nuestro Señor Jesucristo, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomad, comed; esto es mi cuerpo». Y, después de tomar el cáliz y pronunciar la acción de gracias dijo: « Tomad, bebed; ésta es mi sangre». Si fue él mismo quien dijo sobre el pan: Esto es mi cuerpo, ¿quién se atreverá en adelante a dudar? Y si él fue quien aseguró y dijo: Esta es mi sangre, ¿quién podrá nunca dudar y decir que no es su sangre? por lo cual estamos firmemente persuadidos de que recibimos como alimento el cuerpo y la sangre de Cristo. Pues bajo la figura del pan se te da el cuerpo, Y bajo la figura del vino, la sangre; para que, al tomar el cuerpo y la sangre de Cristo, llegues a ser un solo cuerpo y una sola sangre con él. Así, al pasar su cuerpo y su sangre a nuestros miembros, nos convertimos en portadores de Cristo. Y como dice el bienaventurado Pedro, nos hacemos partícipes de la naturaleza divina. En otro tiempo, Cristo, disputando con los judíos, dijo: Si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre, no tenéis vida en vosotros. Pero como no lograron entender el sentido espiritual de lo que estaban oyendo, se hicieron atrás escandalizados, pensando que se les estaba invitando a comer carne humana. En la antigua alianza existían también los panes de la proposición: pero se acabaron precisamente por pertenecer a la antigua alianza. En cambio, en la nueva alianza, tenemos un pan celestial y una bebida de salvación, que santifican alma y cuerpo. Porque del mismo modo que el pan es conveniente para la vida del cuerpo, así el Verbo lo es para la vida del alma. . No pienses, por tanto, que el pan y el vino eucarísticos son elementos simples y comunes: son nada menos que el cuerpo y la sangre de Cristo, de acuerdo con la afirmación categórica del Señor; y aunque los sentidos te sugieran lo contrario, la fe te certifica y asegura la verdadera realidad. La fe que has aprendido te da, pues, esta certeza: lo que parece pan no es pan, aunque tenga gusto de pan, sino el cuerpo de Cristo; y lo que parece vino no es vino, aun cuando así lo parezca al paladar, sino la sangre de Cristo; por eso, ya en la antigüedad, decía David en los salmos: El pan da fuerzas al corazón del hombre y el aceite da brillo a su rostro; fortalece, pues, tu corazón comiendo ese pan espiritual, y da brillo al rostro de tu alma. 19
  • 20. Y que con el rostro descubierto y con el alma limpia, contemplando la gloria del Señor como en un espejo, vayamos de gloria en gloria, en Cristo Jesús, nuestro Señor, a quien sea dado el honor, el poder y la gloria por los siglos de los siglos. Amén. 6. De los sermones de san Agustín (Sermón 57,7) La Eucaristía es nuestro pan de cada día Restan las peticiones que se refieren a nuestra vida de peregrinos. Por eso, sigue así: danos hoy nuestro pan de cada día (Mt 6,11). Danos los bienes eternos, danos los temporales. Prometiste el reino, no nos niegues el auxilio. Nos darás la gloria eterna en tu presencia; danos en la tierra el alimento temporal. Por esto decimos de cada día; por esto hoy, es decir, en este tiempo. Cuando haya pasado esta vida, ¿pediremos acaso el pan de cada día? Entonces no se nos hablará de cada día, sino de hoy. Se habla de cada día ahora, cuando a un día que pasa sucede otro. ¿Se hablará de cada día cuando ya no haya más que un único día eterno? Esta petición sobre el pan de cada día ha de entenderse de dos maneras: pensando en el alimento necesario para la carne o también en la necesidad de alimento para el alma. El alimento carnal para el sustento de cada día, sin el cual no podemos vivir. El sustento incluye también el vestido, pero aquí se toma la parte por el todo. Cuando pedimos pan recibimos con él todas las cosas. Los bautizados conocen también un alimento espiritual que también vosotros estáis seguros de recibirlo en el altar de Dios. También él será pan de cada día, necesario para esta vida. ¿O acaso hemos de recibir la Eucaristía cuando hayamos llegado a Cristo y comencemos a reinar con él por toda la eternidad? La Eucaristía, en consecuencia, es nuestro pan de cada día; pero recibámoslo de manera que no sólo alimentemos el vientre sino también la mente. La fuerza que en él se simboliza es la unidad, para que agregados a su cuerpo, hechos miembros suyos, seamos lo que recibimos. Entonces será efectivamente nuestro pan de cada día. Lo que yo os expongo es pan de cada día. Pan de cada día es el escuchar diariamente las lecturas en la Iglesia; pan de cada día es también el oír y cantar himnos. Cosas todas que son necesarias en nuestra peregrinación ¿Acaso cuando lleguemos allá hemos de escuchar la lectura del libro? A la Palabra misma hemos de ver, a ella oiremos, ella seré nuestra comida Y nuestra bebida como lo es ahora para los ángeles. ¿Acaso necesitan los ángeles libros o quien se los exponga o lea? De ningún modo. Su leer es ver; ven la Verdad misma y se sacian de aquella fuente de la que a nosotros nos llegan unas como gotas de rocío solamente. Hemos hablado ya del pan, de cada día, porque en esta vida nos es necesario hacer esta petición. 7. De los sermones de san Agustín (Sermón 229, 1-2) La Palabra se hizo carne Lo que estáis viendo sobre la mesa del Señor es pan y vino; pero este pan y este vino se convierten en el Cuerpo y Sangre de la Palabra cuando se les aplica la palabra. En efecto, el Señor era la Palabra en el principio, y la Palabra estaba en Dios y la Palabra era Dios (Jn 1,1). Debido a su misericordia que le impidió despreciar lo que había 20
  • 21. creado a su imagen, la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros (J n 1,14). Como sabéis, pues, la Palabra misma asumió al hombre, es decir, al alma y la carne del hombre, y se hizo hombre permaneciendo Dios. Y puesto que sufrió por nosotros, nos confió en este sacramento su cuerpo y sangre, en que nos transformó también a nosotros mismos, pues también nosotros nos hemos convertido en su cuerpo y por su misericordia, somos lo que recibimos. Recordad lo que era antes en el campo este ser creado; cómo lo produjo la tierra, lo nutrió la lluvia, y lo llevó a convertirse en espiga; a continuación lo llevó a la era el trabajo humano, lo trilló, lo aventó, lo recogió, lo sacó, lo molió, lo amasó, lo coció y, finalmente, lo convirtió en pan. Centraos ahora en vosotros mismos: no existíais, fuisteis creados, llevados la era del Señor y trillados con la fatiga de las predicaciones del evangelio. Mientras permanecisteis en el catecumenado estabais como guardados en el granero; cuando disteis vuestros nombres comenzasteis a ser molidos con el ayuno y los exorcismos. Luego os acercasteis al agua. Fuisteis amasados y hechos unidad; os coció el fuego del Espíritu Santo, y os convertisteis en pan del Señor. He aquí lo que habéis recibido. Veis cómo el conjunto de muchos granos se ha transformado en un solo pan; de idéntica manera, sed también vosotros una sola cosa amándoos, poseyendo una sola fe, una única esperanza y un solo amor. 8. De los sermones de san Agustín (Sermón 272) Sed lo que veis y recibid lo que sois Lo que estáis viendo sobre el altar de Dios, lo visteis también la pasada noche, pero aún no habéis escuchado qué es, qué significa, ni el gran misterio que encierra. Lo que veis es un pan y un cáliz; vuestros ojos así os lo indican. Mas según vuestra fe, que necesita ser instruida, el pan es el cuerpo de Cristo y el cáliz la sangre de Cristo. Esto dicho brevemente lo que quizá sea suficiente a la fe; pero la fe exige ser documentada: Dice, en efecto el profeta: Si no creéis, no comprenderéis (Is 7,9 LXX). Ahora podéis decirme: «Nos mandas que lo creamos; explícanoslo para que lo entendamos». En efecto, puede surgir en la mente de cualquiera el siguiente pensamiento: «Sabemos de dónde tomó carne nuestro Señor Jesucristo: de la Virgen María. Siendo pequeño, tomó el pecho, fue alimentado, creció, llegó a la edad madura, fue perseguido por los judíos, colgado en un madero, muerto en el madero y bajado del madero; fue sepultado, resucitó al tercer día y cuando quiso subió al cielo, llevándose allí su cuerpo; de allí ha de venir a juzgar a vivos y a muertos, y allí está sentado ahora a la derecha del Padre. ¿Cómo este pan es su cuerpo y cómo este cáliz, o lo que él contiene, es su sangre?». A estas cosas, hermanos míos, las llamamos sacramentos, porque una cosa es la que se ve y otra la que se entiende. Lo que se ve tiene forma corporal: lo que se entiende, posee fruto espiritual. Por tanto, si quieres entender el cuerpo de Cristo, escucha al Apóstol que dice a los fieles: Vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros (1Co 12,27). En consecuencia, si vosotros sois el cuerpo y los miembros de Cristo, sobre la mesa del Señor está el misterio que sois vosotros mismos y recibís el misterio que sois. A lo que sois respondéis con el amén, y vuestra respuesta es vuestra rúbrica. Se te dice: «El 21
  • 22. cuerpo de Cristo», y respondes: «Amén». Sé miembro del cuerpo de Cristo para que sea auténtico el Amén. ¿Por qué precisamente en el pan? No aportemos nada personal respecto; escuchemos de nuevo al Apóstol, quien, hablando del mismo sacramento dice: Siendo muchos, somos un único pan, un único cuerpo" (1Co 10,17). Comprendedlo y llenaos de gozo: unidad, verdad, piedad caridad. Un Solo pan ¿Quién es este único pan? Siendo muchos somos un único cuerpo. Traed a la memoria que el pan no se elabora de un único grano, sino de muchos. Cuando recibíais los exorcismos, erais como molidos; cuando fuisteis bautizados, como asperjados; cuando recibisteis el fuego del Espíritu Santo fuisteis como cocidos. Sed lo que veis y recibid lo que sois. Esto es lo que dijo el Apóstol a propósito del pan. Lo que hemos de decir respecto al cáliz, aún sin indicarlo expresamente, lo mostró con suficiencia. Para que exista esta especie visible del pan se han aglutinado muchos granos en una sola masa, como si sucediera aquello mismo que dice la Escritura a propósito de los fieles: Tenían una sola alma y un solo corazón hacia Dios (Hch 4,32). Lo mismo ha de decirse del vino. Recordad, hermanos, cómo se hace el vino. Son muchas las uvas que penden del racimo, pero el zumo de las mismas se mezcla, formando un único vino. Así también nos simbolizó a nosotros Cristo el Señor; quiso que perteneciéramos a él, y consagró en su mesa el misterio de nuestra paz y unidad. El que recibe el misterio de la unidad y no posee el vínculo de la paz, no recibe el misterio para su provecho, sino que se convierte en un testimonio contra él. 9. De los sermones de san Agustín (Sermón 132 A) Cuando se come a Cristo se come la vida ¿Qué palabras habéis oído de boca del Señor que nos invita? ¿Quién nos invita? ¿A quiénes invitó y qué preparó? Fue el Señor quien invitó a sus siervos y les preparó como alimento a sí mismo. ¿Quién se atreverá a comer a su Señor? Con todo, dice: “Quien me come vive por mí" (Jn 6,58). Cuando se come a Cristo, se come la vida. No se le da muerte para comerlo; al contrario, él da la vida a los muertos. Cuando se come, da fuerzas, pero él no mengua. Por tanto, hermanos, no tenemos que comer este pan por miedo a que se acabe y no encontremos después que tomar Comamos a Cristo: aunque comido, vive, puesto que habiendo muerto resucitó. Ni siquiera lo partimos en trozos cuando lo comamos. Así acontece, en efecto, en el sacramento. Los fieles saben como comen la carne de Cristo: cada uno recibe su parte en porciones, pero permanece todo entero: en el sacramento se le come en porciones, pero permanece íntegro en el cielo, íntegro en tu corazón. Integro estaba junto al Padre cuando vino a la Virgen; la llenó, pero sin apartarse de él. Venía a la carne para que los hombres lo comieran, y, a la vez, permanecía íntegro en el Padre para alimentar a los ángeles. Para que lo sepáis, hermanos -los que y lo sabéis; y quienes no lo sabéis debéis saberlo-, cuando Cristo se hizo hombre, el hombre comió pan de los ángeles (Sal 77,25). ¿En base a qué, cómo, por qué camino, por mérito de quién, por qué dignidad iba a comer el hombre pan de los ángeles si no se hubiera hecho hombre el creador de los ángeles? Comámosle, pues, tranquilos; no se agota lo que comemos; comámoslo para no agotamos nosotros. ¿En qué consiste comer a Cristo? No consiste sólo en comer su 22
  • 23. cuerpo en el sacramento, pues son muchos los que lo reciben indignamente. De ellos dice el Apóstol: Quien come el pan y bebe el cáliz del Señor indignamente, come y bebe su condenación (1 Co 11,29). Pero, ¿cómo ha de ser comido Cristo? Como él mismo lo indica: Quien come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él (Jn 6,57). Así, pues, si él permanece en mí y yo en él, es entonces cuando me come y me bebe; quien, en cambio, no permanece en mí ni yo en él, aunque reciba el sacramento, lo que consigue es un gran tormento. Esto que aquí ha dicho: Quien permanece en mí, lo repite en otro lugar: Quien cumple mis mandamientos, permanece en mí y yo en él (1 Jn 3,24). Ved, hermanos, que si los fieles os separáis del cuerpo del Señor, es de temer que os muráis de hambre. Él mismo dijo: Quien no come mi carne y no bebe mi sangre, no tendrá vida en sí (Jn 6, 54). Si, pues, os separáis hasta el punto de no tomar el cuerpo ni la sangre del Señor es de temer que muráis; en cambio, si lo recibís y bebéis indignamente, es de temer que comáis y bebáis vuestra condenación. Os halláis en grandes estrechez; vivid como es debido y esas estrecheces dejarán de serio. No os prometáis vida, si vivís mal: el hombre se engaña cuando se promete a sí mismo lo que no promete. Dios. Mal testigo, te prometes a ti mismo lo que la verdad te niega. Dice la Verdad: «Si vivís mal, moriréis por siempre». ¿Y dices tú: «Vivirá ahora mal, pero viviré por siempre con Cristo»? ¿Cómo puede ser posible mienta la Verdad y digas tú verdad? Todo hombre es mentiroso (115,11). Por tanto, no podéis vivir bien si él no os ayuda, si él no os lo otorga, si él no os lo concede. Orad y comed de él. Orad y comed de él. Orad y os libraréis de esas estrecheces. Al obrar el bien y al vivir bien, él os llenará. Examinad vuestra conciencia. Vuestra boca se llenará de alabanza y gozo de Dios, y, una vez liberados de tan grandes estrecheces le diréis: Ensanchaste el camino ante mis pasos, y no flaquearon mis pies (Sal 17,37). 10. De los sermones de san Agustín (Sermón 112, 4-5) No prepares el paladar, sino el corazón Bienaventurados los que no ven y creen (Jn 20,29). Hermanos míos, nosotros, llamados a esta cena, no nos sentimos impedidos por las cinco parejas de bueyes como el hombre aquel de la parábola, no hemos deseado ver el rostro carnal del Señor, ni hemos anhelado oír con nuestros oídos la palabra procedente de su boca corporal, ni hemos buscado en él aquel aroma que se desprendió del preciosísimo ungüento que derramó sobre Jesús cierta mujer, y que llenó de perfume toda la casa. Nosotros no estábamos allí. No percibimos su olor y, sin embargo, creemos. Dio a sus discípulos la cena consagrada con sus manos. No estuvimos sentados a la mesa en aquel banquete. Sin embargo, a través de la fe, participamos a diario de la misma cena. Y no tengáis por algo grande el haber asistido, sin fe, a la cena ofrecida por las manos del Señor, puesto que es mejor la fe posterior que la incredulidad de entonces. Allí no estuvo Pablo, que creyó; estuvo sin embargo Judas, que lo entregó. ¡ Cuántos ahora, en la misma cena -aunque no vean la mesa de entonces, ni perciban con sus ojos, ni gusten con su paladar el pan que el Señor tuvo en sus manos-, cuántos aún ahora comen y beben su propia condenación, puesto que la cena que hoy se prepara es idéntica a aquélla ! . 23
  • 24. ¿Cómo se le presentó al Señor la ocasión para hablar de esta cena? Al decir uno de los que estaban a la mesa -pues se hallaba en un banquete al que había sido invitado- estas palabras: Bienaventurado quien coma el pan en el reino de Dios (Lc 14 15) Éste suspiraba como a larga distancia a pesar de que el mismo Pan estaba a la mesa ante él. Pues ¿quién es el pan del reino de Dios, sino el que dice: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo»? (Jn 641) No Prepares el p aladar sino el corazón. Allí se recomendó esta cena. He aquí que creemos en Cristo; le recibimos, por tanto, en la fe. Al recibirlo, conocemos lo que pensamos. Recibimos poca cosa, pero el corazón queda saciado. No es lo que se ve, sino lo que se cree lo que alimenta. Por eso no hemos pedido el testimonio del sentido exterior, ni hemos dicho: «Está bien que hayan creído quienes vieron con sus ojos y palparon con sus manos al mismo Señor resucitado -si es verdad lo que se dice-; nosotros que no lo hemos tocado ¿cómo vamos a creer?». Si pensásemos esto, nos estarían impidiendo el asistir a la cena las cinco parejas de bueyes... 11. De los sermones de san Agustín (Sermón 131,1) Coman la Vida, beban la Vida Acabamos de oír al Maestro de la verdad, Redentor divino y Salvador humano, encarecemos nuestro precio: su sangre. Nos habló, en efecto, de su cuerpo y su sangre; al cuerpo le llamó comida; a la sangre, bebida. Los fieles saben que se trata del sacramento de los fieles; para los demás oyentes, estas palabras tienen su sentido vulgar. Cuando, por ende, para realzar a nuestros ojos una tal vianda y una tal bebida, decía: Si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre, no tendréis vida en vosotros (Jn 6, 54) -¿y quién sino la Vida podría decir esto de la Vida misma? Este lenguaje, pues, será muerte, no vida, para quien juzgare mendaz a la Vida-, se escandalizaron los discípulos; no todos, a la verdad, sino muchos, diciendo entre sí: ¡Qué duras son estas palabras! ¿Quién puede aguantarlas? (Jn 6, 61). Y el Señor, habiendo conocido esto dentro de sí mismo, y habiendo percibido el runrún de los pensamientos, respondió a los que tal pensaban, aunque nada decían con la boca, para que supieran que los había oído y desistiesen de seguir pensando lo que pensaban. ¿Qué les respondió? ¿Os escandaliza esto? Pues ¿qué será el ver al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? (Jn 6, 62-63). ¿Que significa os escandaliza esto? ¿Pensáis que de este cuerpo mío, que vosotros veis, he de hacer partes y seccionarme los miembros para dároslo a vosotros? Pues, ¿qué será el ver al Hijo del hombre subir donde estaba antes? Está claro: si pudo subir íntegro, no pudo ser consumido. Así pues, nos dio en su cuerpo y sangre un saludable alimento, y, a la vez, en dos palabras resolvió la cuestión de su integridad. Coman, por tanto, quienes lo comen y beban los que lo beben; tengan hambre y sed; coman la Vida, beban la Vida. Comer esto es rehacerse; pero de tal modo te rehaces, que no se deshace aquello con que te rehaces. Y beber aquello, ¿qué cosa es sino vivir? Cómete la vida, bébete la vida; tú tendrás vida sin mengua de la Vida. Entonces será esto, es decir, el cuerpo y la sangre de Cristo será vida para cada uno, cuando se coma espiritualmente lo que en este sacramento se toma visiblemente, Y se beba espiritualmente lo que significa. Porque se lo hemos oído decir al Señor: El espíritu es el que da vida, la carne no aprovecha nada. Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida. Pero hay entre vosotros, dice, algunos que no creen (Jn 6,64-65). Eran los que decían: ¡Cuán duras palabras son éstas!, ¿quién las 24
  • 25. puede aguantar? (Jn 6,62). Duras, sí, pero para los duros; es decir, son increíbles, pero para los incrédulos. 12. De san Agustín (Comentario al Salmo 134,5) La suavidad del Pan de los ángeles ¿Cuánto tiempo emplearemos en hablar de su bondad? ¿Qué corazón será capaz de concebir y abarcar la bondad del Señor? Mas entremos en nuestro interior, reconozcámosle en nosotros mismos y alabemos al Artífice en sus obras, puesto que somos incapaces de contemplarlo en el mismo; y si alguna vez conseguimos tal capacidad, será después de haber purificado el corazón mediante la fe, para que luego halle su gozo en la Verdad. Como ahora no podemos verle a él directamente, veamos sus obras, para no callar sus alabanzas. He dicho, pues: Alabad al Señor, porque es bueno; entonad salmos a su nombre, porque es suave (Sal 134,3). Podría darse que fuese bueno y no lo encontrases suave en el caso de que se te concediese el poder gustarle. Sin embargo se presento a los hombres de tal manera que hasta les envió el pan del cielo (Jn 6, 32-51): Entregó a los hombres a su Hijo, igual a sí mismo, que lo que es el mismo, para que se hiciese hombre y sufriese la muerte en beneficio de los hombres, para que de esta manera, comenzando por lo que eres tú mismo, llegues a gustar de lo que no eres. Era demasiado para ti el gustar la suavidad de Dios: estaba alejada y demasiado alta, a la vez que tú eras vil y te hallabas postrado en lo más bajo. A colmar este gran abismo fue enviado el Mediador. Como hombre no podías llegar hasta Dios: Dios se hizo hombre, para que del mismo modo que como hombre puedes llegar al hombre, tú que no puedes llegar a Dios, por el hombre llegases a Dios. Y así el hombre Cristo Jesús fue constituido Mediador entre Dios y los hombres (1 Tim 2,5). Pero si él fuese solamente hombre, siguiendo su ser humano, nunca llegarías a Dios; si sólo fuese Dios, al no abarcar lo que no eres tú mismo, tampoco llegarías. En consecuencia, Dios se hizo hombre para que siguiendo al hombre, lo cual está dentro de tus posibilidades, llegues a Dios, cosa que te era imposible. Él es el Mediador; por ese motivo se hizo suave. ¿Qué hay más suave que el Pan de los ángeles? ¿Cómo no será suave el Señor para el hombre que ha comido el Pan de los ángeles? (Sal 77,25). No se alimentan de cosas distintas los ángeles y el hombre. Ese alimento es la Verdad, la Sabiduría, el Poder de Dios. Pero tú no puedes disfrutar de él al modo de los ángeles. ¿Cómo lo disfrutan los ángeles? Tal cual es: En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba en Dios y la Palabra era Dios (Jn 1,1). Tú, en cambio, ¿cómo lo focas? En cuanto que la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1,14). Así, pues, para que el hombre comiese el pan de los ángeles se hizo hombre el creador de los ángeles. Entonad salmos a su nombre, porque es suave. Si lo habéis saboreado: entonad salmos; si habéis gustado cuán suave es, entonad salmos; SI tiene buen sabor eso que habéis probado, alabad lo. ¿Quién es tan ingrato para con el cocinero o para quien le ha invitado, que tras haber sido alimentado con algún manjar, no muestre su gratitud alabando: que le gusta? Y si no callamos cuando se trata de estas personas ¿Callaremos cuando se trata de aquel que nos ha dado todas las cosa?, Entonad salmos a su nombre, porque es suave. 25
  • 26. 13. De san Agustín (Comentario sobre el evangelio de san Juan, 26) Este manjar y esta bebida significan la unidad social del cuerpo de Cristo Los judíos discutían entre sí, y se decían: ¿Cómo puede éste damos a comer su carne? (Jn 6,53). Litigaban entre sí porque no comprendían el pan de la concordia; mas aún, no querían comerlo, pues quienes comen tal pan no litigan entre sí. En efecto, siendo un único pan, aunque somos muchos, somos un único cuerpo. Por medio de este pan, Dios hace habitar en la casa en concordia. Ellos no obtienen inmediatamente la respuesta a la pregunta objeto de sus litigios: cómo puede el Señor damos a comer su carne. Antes bien, aún les dice: En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros (Jn 6,54). No sabéis cómo se come este pan ni el modo especial de comerlo; sin embargo, si no coméis la carne del Hijo del hombre y si no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. Estas cosas no las decía a gente muerta, sino a seres vivos. Y así, para que no entendiesen que hablaba de esta vida y siguiesen discutiendo sobre ello, añadió enseguida: Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene la vida eterna (Jn 6,55). Ésta es, pues, la vida que no tiene quien no come este pan y no bebe esta sangre. Ciertamente los hombres pueden tener vida temporal sin este pan; mas es imposible que tengan la vida eterna. Luego, quien no come su carne ni bebe Su sangre no tiene en sí la vida; sí la tiene, en cambio, quien come su carne y bebe su sangre. En ambos casos se trata de la vida eterna. No es así el alimento que tomamos para sustentar esta vida temporal. Es verdad que quien no lo toma no puede vivir; pero también lo es que no todos los que lo toman vivirán. Sucede, en efecto, que muchos que lo toman mueren, sea por vejez o por enfermedad o por cualquier otro accidente. Eso no sucede con este alimento y bebida, es decir, con el cuerpo y la sangre del Señor, pues quien no lo toma no tiene vida y quien lo toma tiene vida, y vida eterna. Este manjar y esta bebida significan la unidad social entre el cuerpo y sus miembros, que es la Iglesia santa, con sus predestinados, y llamados, y justificados y santos ya glorificados, y con los fieles. La primera de las condiciones, la predestinación, ya tuvo lugar; la segunda y la tercera, la vocación y la justificación, se están realizando; la cuarta y última, la glorificación, se realiza ahora sólo en esperanza, pero en el futuro será una realidad. El sacramento de esta realidad, es decir, de la unidad del cuerpo y sangre de Cristo, se prepara en el altar del Señor; en algunos lugares, todos los días, y en otros, a intervalos. Se recibe de la mesa del Señor, recibiéndolo unos para la vida y otros para la muerte. Pero la realidad misma contenida en este sacramento procura a cuantos participan de él la vida, nunca la muerte. Y para que no se les ocurriese pensar que con este manjar y bebida se promete la vida eterna, en el sentido de que quienes lo comen no mueren ni siquiera corporalmente, el Señor se dignó adelantarse a este posible pensamiento. Después de haber dicho: Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene la vida eterna, añadió inmediatamente: Y yo lo resucitaré en el último día (Jn 6,55), para que entretanto tenga la vida eterna según el espíritu y viva en la paz reservada al espíritu de los santos; en cuanto al cuerpo, no se 26
  • 27. encuentre defraudado tampoco de la vida eterna, sino que la tenga en el día último, en la resurrección de los muertos. Dice: Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre verdadera bebida (Jn 6,56). Con la comida y bebida, los hombres buscan apagar su hambre y su sed; pero eso no lo logran en verdad sino con este alimento y bebida, que hace inmortales e incorruptibles a los que lo toman, haciendo de ellos la sociedad misma de los santos, donde existe la paz y unidad plena y perfecta. Por esto -y ya lo han visto antes algunos hombres de Dios- nuestro Señor Jesucristo nos dejó su cuerpo y sangre bajo realidades que se hacen unidad a partir de muchos elementos. En efecto, una de ellas se elabora a partir de muchos granos de trigo y la otra de muchos granos de uva. Finalmente, explica ya cómo se efectúa ese comer su cuerpo y beber su sangre. Quien come mi carne y bebe mi sangre, está en mí y yo en él ( Jn 6,57). Comer ese manjar y beber esa bebida es lo mismo que permanecer en Cristo y tener a Jesucristo que permanece en sí mismo. Por eso quien no permanece en Cristo y aquel en quien no permanece Cristo, Sin duda alguna no come ni bebe espiritualmente su cuerpo y sangre aunque material y visiblemente toque con sus dientes el sacramento del cuerpo y la sangre de Cristo. Por el contrario, come y bebe para su perdición el sacramento de realidad tan augusta, ya que, impuro como es osa acercarse a los sacramentos de Cristo, que sólo los limpios pueden recibir dignamente De ellos se dice: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5,8). 14. De san Agustín (Comentario sobre el evangelio de san Juan, 27) La gracia no se toma a bocados El evangelio que hemos escuchado trata del cuerpo del Señor, que E Señor decía que nos entregaba para que lo comiéramos y obtuviésemos la vida eterna. Nos ha explicado cómo distribuirá este don suyo y cómo nos dará su carne para que la comamos, diciendo: Quien come mi carne y bebe mi sangre, está en mí y yo en él. La señal para saber si alguien come y bebe ese alimento y bebida es s Cristo permanece en él y él en Cristo; si Cristo habita en él y él en Cristo y si está unido a él sin ser abandonado. Con palabras grávidas de misterio nos ha enseñado y nos ha exhortado a estar en su cuerpo unidos a sus miembros bajo la misma cabeza, comiendo su carne y no abandonando su unidad. Muchos de los entonces presentes no entendieron y se escandalizaron; al oír esas cosas sólo pensaban en la carne porque ellos mismos eran carnales. El apóstol dice con verdad: Entender según la carne es muerte (Rom 8,6). El Señor nos entrega su carne para que la comamos, y entender esto según la carne es muerte, no obstante que él diga de su carne que en ella está la vida eterna. Luego no debemos entender la carne carnalmente, como se deduce de las palabras siguientes. Muchos de los que le escuchaban, discípulos, no enemigos, dijeron: ¿Qué discurso tan duro es éste! ¿Quién puede oírlo? (Jn 6,61), Si los mismos discípulos juzgaron duras esas palabras, ¿cómo las juzgarían los enemigos? Pero era necesario que se expresase de modo tal que no todos lo entendieran. Los secretos de Dios deben despertar nuestra atención no nuestra aversión. Ellos desfallecieron luego, tan pronto como oyeron sus palabras. No dieron crédito al que les decía algo sublime ni al que ocultaba gracias inefables en sus palabras. Ellos las entendieron a su aire, muy humano, a saber: que 27
  • 28. Jesús quería o se disponía a dar, convertida en pedazos, a quien creyese, la carne de que se había revestido la palabra. ¡Qué duras son estas palabras! ¿Quién puede soportarlas? Dicen: Conociendo Jesús lo que murmuraban sus discípulos. Eso lo hablaban entre sí, de modo que él no lo oyese, pero a él nada se le ocultaba y oía en sí mismo lo que decían. Conociéndolo, les respondió con estas palabras: «¿Os escandalizáis porque os he dicho que os daré a comer mi carne ya beber mi sangre? ¿Es eso lo que os escandaliza? ¿ y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes?» (Jn 6,63). ¿Qué significa esto? ¿Elimina su dificultad? ¿Les abre el significado de lo que les escandalizaba? Sí, en verdad, en el caso de que lo comprendiesen. Ellos creían que les iba a dar su cuerpo, y él les dice que subirá al cielo, todo entero. Cuando veáis al Hijo del hombre subir a donde estaba antes, entonces os daréis cuenta de que no os da a comer su cuerpo como vosotros pensáis; os daréis cuenta de que su gracia no se come a bocados. ¿Cuál es el sentido de las palabras que siguen: El Espíritu es el que da la vida, la carne no sirve de nada. Digámosle -él nos lo consiente siempre que sea con ánimo de aprender, no de contradecirle-; digámosle: « ¡Oh Señor!, Maestro bueno, ¿cómo es que la carne no sirve de nada, diciendo tú: Si no coméis la carne del Hijo del nombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros? ¿No sirve de nada la vida? ¿No somos lo que somos para alcanzar la vida eterna que nos prometes con tu carne? ¿Qué significa la carne no sirve de nada?». No sirve de nada en el sentido en que lo entendieron ellos: carne muerta, hecha pedazos o como se vende en la carnicería, no la carne vivificada por el Espíritu. Se dice que la carne no sirve de nada igual que se afirma que la ciencia hincha (1 Co 8,1). ¿Por eso se debe odiar ya la ciencia? No, ¿Qué significa la ciencia hincha? Cuando está sola, sin la caridad. Por eso añadió: la caridad edifica. Junta la caridad a la ciencia y la ciencia será útil; no por sí sola, sino por la caridad. Lo mismo aquí. La carne no sirve de nada, es decir, la carne sola; pero júntese el Espíritu con la carne como se junta la caridad con la ciencia, y entonces vale muchísimo. Porque si la carne no valiese nada, la Palabra no se hubiese hecho carne para vivir con nosotros. Si Cristo nos valió mucho gracias a su carne ¿cómo la carne no sirve de nada? Sirviéndose de la carne el Espíritu. realizó nuestra salvación. La carne es un recipiente; mira lo que contiene, no lo que ella es. Los apóstoles, fueron enviados; su carne ¿no nos sirvió de nada? Si la carne de los apóstoles nos sirvió de algo, ¿es posible que la carne del Señor no nos sirva de nada? ¿Cómo nos llega el sonido de su palabra sino por la voz de la carne? ¿De dónde la pluma y de dónde la escritura? Todo esto lo hace la carne, pero moviéndola el Espíritu como órgano e instrumento suyo. El Espíritu es, pues, quien vivifica, la carne no sirve de nada: pero se trata de la carne como ellos la entendieron. Yo no doy a comer mi carne en ese sentido. 15. De santo Tomas de Aquino (Opúsculo 57, en la fiesta del Cuerpo de Cristo, lect. 1-4). ¡Oh banquete precioso y admirable! El Hijo único de Dios, queriendo hacemos partícipes de su divinidad, tomó nuestra naturaleza, a fin de que, hecho hombre, divinizase a los hombres. Además, entregó por nuestra salvación todo cuanto tomó de nosotros. Porque, por nuestra reconciliación, ofreció, sobre el altar de la cruz, su cuerpo como víctima a Dios, 28
  • 29. su Padre, y derramó su sangre como precio de nuestra libertad y como baño sagrado que nos lava, para que fuésemos liberados de una miserable esclavitud y purificados de todos nuestros pecados. Pero, a fin de que guardásemos por siempre jamás en nosotros la memoria de tan gran beneficio, dejó a los fieles, bajo la apariencia de pan y de vino, su cuerpo, para que fuese nuestro alimento, y su sangre, para que fuese nuestra bebida. 1Oh banquete precioso y admirable, banquete saludable y lleno de toda suavidad! ¿Qué puede haber, en efecto, más precioso que este banquete el cual no se nos ofrece, para comer, la carne de becerros o de machos cabrios, como se hacía antiguamente, bajo la ley, sino al mismo verdadero Dios? No hay ningún sacramento más saludable que éste, pues por él se borran los pecados, se aumentan las virtudes y se nutre el alma con la abundancia de todos los dones espirituales. Se ofrece, en la Iglesia, por los vivos y por los difuntos, para que a todos aproveche, ya que ha sido establecido para la salvación de todos. Finalmente, nadie es capaz de expresar la suavidad de este sacramento, en el cual gustamos la suavidad espiritual en su misma fuente y celebramos la memoria del inmenso y sublime amor que Cristo mostró en su pasión. Por eso, para que la inmensidad de este amor se imprimiese más profundamente en el corazón de los fieles, en la última cena, cuando después de celebrar la Pascua con sus discípulos, iba a pasar de este mundo al Padre, Cristo instituyó este sacramento como el memorial perenne de su pasión, como el cumplimiento de las antiguas figuras y la más maravillosa de sus obras; y lo dejó a los suyos como singular consuelo en las tristezas de su ausencia. 16. Del papa Pablo VI (Mysterium Fidei) El misterio de la fe Queremos recordar una verdad de todos bien sabida, pero muy necesaria para eliminar todo veneno de racionalismo, verdad que muchos católicos han sellado con su propia sangre y que célebres Padres Y Doctores de la Iglesia han profesado y enseñado constantemente, esto es, que la Eucaristía es un altísimo misterio, más aún, hablando con propiedad, como dice la sagrada liturgia, el misterio de la fe. Es, pues, necesario que nos acerquemos, particularmente a este misterio, con humilde reverencia, no buscando razones humanas que deben callar, sino adhiriéndonos firmemente a la revelación divina, San Juan Crisóstomo, quien, como sabéis, trató con palabra, tan elevadas y con tanta penetración de piedad del misterio eucarístico, instruyendo en una ocasión se expresó en estos apropiados términos: “Inclinémonos ante Dios; y no le contradigamos aun cuando lo que El dice pueda parecer contrario a nuestra razón ya nuestra inteligencia. Observemos esta misma conducta respecto al misterio eucarístico, no considerando solamente lo que cae bajo los sentidos, sino atendiendo a sus palabras. Porque su palabra no puede engañar». 29
  • 30. Más aún, san Buenaventura afirma: «Que Cristo esté en el Sacramento como signo, no ofrece ninguna dificultad; pero que esté verdaderamente en el Sacramento, como en el cielo, he aquí la grandísima dificultad; creer esto es, por tanto, muy meritorio». Por lo demás, esto mismo insinúa el evangelio cuando cuenta que muchos de los discípulos de Cristo, después de haber oído que habían de comer su Carne y beber su Sangre volvieron la espalda al Señor diciendo: «Duro es este lenguaje, ¿quién puede escucharlo?». Pero Pedro, por el contrario, al preguntarle Jesús si también los Doce se querían marchar, afirmó pronta y firmemente su fe y la de los Apóstoles, dando esta admirable respuesta: «Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna». 17. Del papa Pablo VI (Mysterium Fidei) Dios con nosotros La divina Eucaristía confiere al pueblo cristiano una incomparable dignidad. Ya que no sólo mientras se ofrece el Sacrificio y se realiza el Sacramento, sino también después, mientras la Eucaristía es conservada en las iglesias y oratorios, Cristo es verdaderamente el Emmanuel, es decir, «Dios con nosotros». Pues día y noche está en medio de nosotros, habita con nosotros lleno de gracia y de verdad; ordena las costumbres, alimenta las virtudes, consuela a los afligidos, fortalece a los débiles, incita a su imitación a todos los que se acercan a Él, a fin de que con su ejemplo aprendan a ser mansos y humildes de corazón, y buscar no las cosas propias sino las de Dios. Cualquiera, pues, que se dirige al augusto Sacramento Eucarístico con particular devoción y se esfuerza en amar a su vez con prontitud y generosidad a Cristo, que nos ama infinitamente experimenta y comprende a fondo, no sin grande gozo y aprovechamiento del espíritu, cuán preciosa es la vida escondida con Cristo en Dios y cuánto vale entablar conversaciones con Cristo: no hay cosa más suave que esta, nada más eficaz para recorrer el camino de la santidad. Puesto que el sacramento de la Eucaristía es signo y causa de la unidad del Cuerpo Místico y en aquellos que con mayor fervor lo veneran excita un activo espíritu eclesial, no ceséis de persuadir a los fieles que, acercándose al misterio Eucarístico, aprendan a hacer propia la causa de la Iglesia, a orar a Dios sin intermisión, a ofrecerse a sí mismos al Señor como agradable sacrificio por la paz y la unidad de la Iglesia; a fin de que todos los hijos de la Iglesia sean una sola cosa y tengan el mismo sentimiento, ni haya entre ellos cismas, sino que sean perfectos en una misma manera de sentir y de pensar. 18. Del papa Pablo VI (Eucharisticum mysterium, n. 50). La oración ante el Santísimo Sacramento Los fieles cuando veneran a Cristo presente en el Sacramento recuerden que esta presencia proviene del sacrificio y se ordena a la comunión al mismo tiempo sacramental y espiritual. 30
  • 31. Así pues, la piedad que impulsa a los fieles a acercarse a la sagrada comunión los lleva a participar más plenamente en el misterio pascual ya responder con agradecimiento al don de aquel que por medio de su humanidad infunde continuamente la vida divina en los miembros de su cuerpo. Permaneciendo ante Cristo, el Señor, disfrutan de su trato íntimo, le abren su corazón pidiendo por sí mismos y por todos los suyos y ruegan por la paz y salvación del mundo. Ofreciendo con Cristo toda su vida al Padre en el Espíritu Santo, sacan de este trato admirable un aumento de su fe, su esperanza y su caridad. Así fomentan las disposiciones debidas que les permitan celebrar con la devoción conveniente el memorial del Señor y recibir frecuentemente el pan que nos ha dado el Padre. Traten, pues los fieles de venerar a Cristo, el Señor, en el Sacramento, de acuerdo con su propio modo de vida. Y los pastores en este punto vayan delante con su ejemplo y exhórtenlos con sus palabras. 19. Del papa Juan Pablo II (Dominica e Cena e, n. 3) El culto a la Eucaristía El culto al misterio eucarístico está dirigido a Dios Padre por medio de Jesucristo en el Espíritu Santo. Ante todo al Padre, como afirma el evangelio de san Juan: «Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna». Se dirige también en el Espíritu Santo a aquel Hijo encarnado, según la economía de la salvación, sobre todo en aquel momento de entrega suprema y de abandono total de sí mismo, al que se refieren las palabras pronunciadas en el cenáculo: esto es mi Cuerpo, que será entregado por nosotros... éste es el cáliz de mi Sangre que será derramada por vosotros. La aclamación litúrgica: «Anunciamos tu muerte», nos hace recordar aquel momento. Al proclamar a la vez su resurrección, abrazamos en el mismo acto de veneración a Cristo resucitado y glorificado a la derecha del Padre, así como la perspectiva de su venida con gloria. Sin embargo es su anonadamiento voluntario, agradable al Padre y glorificado con la resurrección, lo que, al ser celebrado sacramentalmente junto con la resurrección, nos lleva a la adoración del Redentor que se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Esta adoración nuestra contiene otra característica particular: está compenetrada con la grandeza de esa muerte humana, en la que el mundo, es decir, cada uno de nosotros, es amado hasta el fin. Así pues, esta adoración es también una respuesta que quiere corresponder a aquel Amor inmolado que llega hasta la muerte en la cruz: es nuestra “eucaristía” es decir nuestro agradecimiento, nuestra alabanza por habernos redimido con su muerte y hecho partícipes de su vida inmortal mediante su resurrección. Tal culto, tributado así a la Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, acompaña y se enraíza ante todo en la celebración de la liturgia eucarística. Pero debe asimismo llenar nuestros templos, incluso fuera de los horarios de las misas. En efecto, dado que el misterio eucarístico ha sido instituido por amor y nos hace presente sacramentalmente a Cristo, es digno de acción de gracias y de culto. Este culto debe manifestarse en todo 31
  • 32. encuentro nuestro con el Santísimo Sacramento, tanto cuando visitamos las iglesias como cuando las Sagradas Especies son llevadas o administradas a los enfermos. La adoración a Cristo en este sacramento de amor debe encontrar expresión en diversas formas de devoción eucarística: plegarias personales ante el Santísimo, horas de adoración, exposiciones breves prolongadas, anuales, bendiciones eucarísticas, procesiones, congresos. La animación y robustecimiento del culto eucarístico son una prueba de esa auténtica renovación que el Concilio se ha propuesto y de la que es el punto central. La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. 20. Del papa Juan Pablo 11 (Dominica e Cenae, n. 5) Eucaristía y caridad El culto eucarístico constituye el alma de toda vida cristiana. En efecto, si la vida cristiana se manifiesta en el cumplimiento del principal mandamiento, es decir, en el amor a Dios y al prójimo, este amor encuentra su fuente precisamente en el Santísimo Sacramento, llamado generalmente Sacramento del amor. La Eucaristía significa esta caridad, y por ello la recuerda, la hace presente, y al mismo tiempo la realiza. Cada vez que participamos en ella de manera consciente, se abre en nuestra alma una dimensión real de aquel amor inescrutable que encierra en sí todo lo que Dios ha hecho por nosotros los hombres y que hace continuamente, según las palabras de Cristo: «Mi Padre sigue actuando y yo también actúo». Junto con este don insondable y gratuito, que es la caridad revelada hasta el extremo en el sacrificio salvífico del Hijo de Dios -del que la Eucaristía es señal indeleble-, nace en nosotros una viva respuesta de amor. No sólo conocemos el amor, sino que nosotros mismos comenzamos a amar. Entramos, por así decirlo, en la vía del amor y progresamos en este camino. El amor que nace en nosotros de la Eucaristía, se desarrolla gracias a ella, se profundiza, se refuerza. El culto eucarístico es, pues, precisamente expresión de este amor, que es la característica auténtica y más profunda de la vocación cristiana. Este culto brota del amor y sirve al amor, al cual todos somos llamados en Cristo Jesús. Fruto vivo de este culto es la perfección de la imagen de Dios que llevamos en nosotros, imagen que corresponde a la que Cristo nos ha revelado. Convirtiéndonos así en adoradores del Padre «en espíritu y verdad», maduramos en una creciente unión con Cristo, estamos cada vez más unidos a El, y -si podemos emplear esta expresión- somos más solidarios con El. 21. Del papa Juan Pablo 11 (Dominica Cenae, n. 6) Eucaristía y prójimo El auténtico sentido de la Eucaristía se convierte de por sí en escuela de amor activo al prójimo. Sabemos que es este el orden verdadero e integral del amor que nos ha 32
  • 33. enseñado el Señor: «En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si tenéis amor unos para con otros». La Eucaristía nos educa para este amor de modo más profundo; en efecto, muestra qué valor debe de tener a los ojos de Dios todo hombre, nuestro hermano y hermana, si Cristo se ofrece a sí mismo de igual modo a cada uno, bajo las especies de pan y de vino. Si nuestro culto eucarístico es auténtico, debe hacer aumentar en nosotros la conciencia de la dignidad de todo hombre. La conciencia de esta dignidad se convierte en el motivo más profundo de nuestra relación con el prójimo. . Asimismo debemos hacemos particularmente sensibles a todo sufrimiento y miseria humana, a toda injusticia y ofensa, buscando el modo de repararlos de manera eficaz. Aprendamos a descubrir con respeto la verdad del hombre interior, porque precisamente este interior del hombre se hace morada de Dios presente en la Eucaristía. Cristo viene a los corazones y visita las conciencias de nuestros hermanos y hermanas. ¡Cómo cambia la imagen de todos y cada uno, cuando adquirimos conciencia de esta realidad, cuando la hacemos objeto de nuestras reflexiones¡ El sentido del misterio eucarístico nos impulsa al amor al amor a todo hombre. 33