El documento resume el cuento "El almohadón de plumas" de Horacio Quiroga. Describe cómo el cuento narra el rápido deterioro de la salud de Alicia hasta su muerte, aparentemente inexplicable. Sin embargo, al final se revela que la causa fue un parásito viviendo en la almohada de Alicia. El documento argumenta que a través de la estructura y el lenguaje, el cuento en realidad sugiere sutilmente que el verdadero asesino de Alicia fue su frío y hostil marido Jordán.
El almohadón de plumas revela la verdadera causa de la muerte de Alicia
1. “El almohadón de plumas” reúne los tres tópicos: amor, locura y muerte, en ese mismo orden.
“El almohadón de plumas” es un cuento breve, y posee un hecho único (la enfermedad de
Alicia). Cada frase y cada palabra están dotadas de la mayor fuerza expresiva (por ejemplo los
adjetivos utilizados en el primer párrafo: escalofrío, angelical, estremecimiento), y además, no
son meramente decorativas, si no que nos introducen en la atmósfera creada por esta unidad
de efecto que causará una primera impresión en el lector.
“El almohadón de pluma”, cuento del escritor uruguayo Horacio Quiroga (1878-1937),
describe, en poco más de cuatro páginas, el rápido y aparentemente inexplicable
deterioro de la salud de Alicia, que acaba muriendo, ante la impotencia de su marido y
los médicos. Por el desarrollo de la trama, podría clasificarse como un cuento
fantástico: desde el principio, la enfermedad de Alicia es un misterio para los
habitantes de la casa y para la medicina; sin embargo, en el último párrafo, justo
cuando el ser misterioso causante de la muerte de la mujer aparece, el narrador nos
ofrece una explicación científica que aparta al cuento del género fantástico: un
parásito chupasangre que vivía en la almohada de la protagonista. El deterioro de la
salud de Alicia es “aparentemente inexplicable” porque, en realidad, el cuento
esconde tanto como muestra. Es fácil creer que el final desvela la causa de la muerte
de la mujer, como efectivamente ocurre, pero la narración deja rastros de otra historia
contada entre líneas.
Este cuento, publicado en Cuentos de amor, de locura y de muerte (1917), tiene un
narrador en tercera persona, omnisciente, que informa, precisa y puntualmente, lo que
está pasando entre Alicia y Jordán, una joven pareja de recién casados. Aquel no
parece ocultarnos mucho, lo cual podría ir en detrimento del factor sorpresa de la
literatura fantástica (es sólo en el final en donde por fin descubrimos que no hay nada
de fantástico en la muerte de Alicia). A través de un léxico directo, claro y, en general,
con connotaciones negativas, se presentan muchos de los elementos típicos de la
narrativa fantástica: una protagonista típicamente “rubia, angelical y tímida”, una
“sensación de desapacible frío”, “un extraño nido de amor”, una “casa hostil”, un
“espanto callado”, estremecimientos, desvanecimientos, alucinaciones, alaridos de
horror y una protagonista que se desangra; en definitiva, una mujer debilitada cuya
vida se extingue incomprensiblemente en un ambiente hostil. El narrador va aún más
lejos y adelanta, en la segunda página, el final del cuento: “se iba visiblemente a la
muerte”.
Es difícil que, con esta cantidad de información sobre el desenlace tan claramente
desplegada en todas las páginas y desde el principio, el lector se vea sorprendido por
sucesos extraños o terribles. Entonces, ¿por qué incluir a Jordán contar la historia de
Alicia e incluir a Jordán? ¿Qué quiere revelar el narrador?
La clave se presenta desde el título: un almohadón de plumas –algo apacible y
suave– para inmediatamente después incluir en la primera oración del cuento “luna de
miel” y “largo escalofrío”. Este es el primer indicio de que detrás de lo que el cuento
relata hay algo que no se ve a simple vista: las apariencias engañan. A todo ello se
suman múltiples referencias al silencio: “Jordán, mudo desde hacía una hora”, “sin
pronunciar una palabra”; existe incluso un fragmento de siete líneas en las que
podemos encontrar cuatro alusiones al silencio: “en pleno silencio”, “pasábanse horas
2. sin que se oyera el menor ruido”, “la alfombra ahogaba sus pasos” y “su mudo
vaivén”. Lo máximo que se llega a oír son “los pasos” de Jordán que “hallaban eco en
toda la casa” o “el sordo retumbo de los eternos pasos de Jordán”. Ni siquiera se oyen
las voces de los protagonistas: la primera y única intervención de Alicia es para
clamar, “rígida de espanto”, el nombre de su marido; la primera de Jordán, para
identificarse cuando ella parece no reconocerlo en sus alucinaciones: “¡Soy yo, Alicia,
soy yo!”.
En realidad, el último párrafo no descubre –no explícitamente– la realidad de la
tragedia de Alicia. Hay que buscar la causa de su muerte más allá del parásito: en la
estructura del cuento y en el uso de la sintaxis (yuxtaposición, principalmente) y las
imágenes. El narrador presenta la información de tal manera que deja ver entre líneas
que el verdadero asesino es un Jordán frío, silente, hostil. Cuatro fragmentos del texto
nos presentan, de forma gradual, esta idea.
En el primero, la alusión y yuxtaposición no es directa, sino que se presenta más bien
como un cambio brusco en el discurso: “vivía dormida en la casa hostil sin querer
pensar en nada hasta que llegaba su marido”. Justo en ese momento en el que
parece que el narrador va a dar más detalles sobre el marido o, al menos, sobre la
relación, aparece un punto y aparte, y un nuevo párrafo que comienza: “No es raro
que adelgazara”. “No es raro que adelgazara” queda unido estructuralmente a “su
marido”, por contigüidad discursiva.
En el segundo fragmento, la identificación de Jordán con el ser misterioso (ahora
todavía considerado una alucinación) es más directa: “La joven no hacía sino mirar la
alfombra”, y después Alicia grita: “¡Jordán! ¡Jordán!”. En el tercer fragmento, se
presenta un paralelismo (e identificación) más fuerte, que de nuevo tiene a la alfombra
como lugar de ocurrencia (Jordán daba paseos por esa alfombra que continuamente
ahogaba sus pasos). Primero oímos a Jordán: “¡Soy yo, Alicia, soy yo!”; después
leemos que los “monstruos avanzaban ahora y se arrastraban [por la alfombra] hasta
la cama”: las únicas menciones sobre la alfombra se refieren a los monstruos y a
Jordán. “Alicia lo miró con extravío, miró la alfombra, volvió a mirarlo”: Alicia mira la
alfombra y en el mismo lugar donde antes vio monstruos está ahora Jordán. El grado
de identificación de Jordán con el monstruo que parece acechar a Alicia (en este
punto del relato todavía no se sabe si las alucinaciones de Alicia son reales o no) llega
a su grado máximo, por fin, en las siguientes líneas: “hubo un antropoide apoyado en
la alfombra”. El monstruo que la acecha tiene características antropoides.
El final cierra exactamente con el título; el autor no deja que olvidemos que las
apariencias engañan: si bien las palabras del título son engañosas con respecto al
contenido del mismo, de igual manera nos engaña la trama del parásito. Así como
dentro de un almohadón de pluma, suave y acogedor, puede vivir un parásito asesino,
también dentro de un marido “que amaba [a su mujer] profundamente” puede
esconderse un monstruo.
3. Quiroga, Horacio (1993), “El almohadón de pluma”, en Todos los cuentos, ed. crítica
coordinada por Napoleón Baccino Ponce de León y Jorge Lafforgue. Madrid: ALLCA
XX (Archivos, 26), pp.97-102.