El documento narra la historia de cuando el padre del autor era niño y vivía en una chacra con su abuelo. Un día, vio salir a un cerdito rosado de una huaca cercana que lo llamaba insistentemente. Su abuelo lo regañó porque sabía que era en realidad un duende que quería llevarse al niño. Desde entonces, el duende visitaba al niño por las noches llamándolo, hasta que dejaron de mudarse a la ciudad y el niño fue bautizado, alejando al duende para siempre.

1. El duendecito de la huaca
Hace tiempo, cuando mi papá José en su niñez vivía con su abuelo “mojito” en
la chacra, ubicada en el caserío llamado Corral de Hoyos. Un lugar hermoso
donde sembraban en la chacra maíz, yuca, camote, chilenos y criaban animales
para alimentar a la familia.
Por las mañanas, disfrutaba madrugar para tomar leche fresca que ordeñaba de
la vaca llamada globita. Con sólo escuchar el sonido que emitía la caída de la
leche al balde de latón, brincaba de su cama y sin pensar más, estaba parado
frente a su abuelo, globita y la deliciosa leche fresca que salía de sus ubres.
Eso sucedía a diario, mi padre tenía apenas 5 años, y disfrutaba la naturaleza,
la compañía de mi abuelo Fermín, comer delicioso y sobre todo tomar la rica
leche de globita.
Frente a la casita hecha de quincha pasaba un riachuelo de agua manantial y el
recuerda que disfrutaba ver a los pececitos medios transparentes llamados
“cascafes” que pasaban entre sus piernas y le producían cosquillitas pero nunca
se dejaban cazar. También había otros peces no tan amigables llamados “lifes”,
ellos tenían unos bigotes largos que en contacto con la piel producía fiebre alta
y dolor de cuerpo. Detrás de la casa de mi abuelo, a unos 50 metros de la chacra
había una huaca.
Cierta mañana, cuando mi papá se levantó para disfrutar de la deliciosa leche de
globita, miró que de la huaca salió un lindo chanchito de color rosadito y con la
cabecita lo llamaba y lo llamaba de forma insistente. La piel de mi papá se puso
escarpada producto del escalofrío que sintió al ver al lindo animalito, pero a la
vez extrañado por la forma como lo llamaba. Mi padre abrió los brazos y lo
llamaba: ¡ven!, ¡ven tú!, ¡vamos! ven lindo chanchito..
Mi abuelo al escuchar el llamado de mi padre al chanchito rosadito, miró al corral
de los chanchos y observó que todos estaban dentro. Asustado y muy molesto
comenzó a insultar y pedirle que se largue al chanchito rosado, y este no hacía
caso a las órdenes de mi abuelo. El chanchito se detuvo por un momento, pero
no se iba. El abuelo corrió hacia el interior de la casa y el chanchito continuó
corriendo hacia mi papá. Mi abuelo apareció con un machete muy grande y lo
frotó muy fuerte en las piedras haciéndolo sonar, a la vez insultaba al animal. De
pronto observó una especie de humo. El chanchito corrió más lento hasta
desaparecer en el interior de la tierra.
Mi abuelo corrió hacia mi padre y le dio dos fuertes palmazos en las nalgas,
haciéndolo doler y llorar. Y diciéndole, hijo mío no es un chancho eso que viste.
Fue un duende, no te dejará tranquilo, pues tú le abriste los brazos en señal de
querer tenerlo contigo. Esa huaca está encanta y habitan muchos duendes que
tomaban la forma de algunos animales y que les gustaba jugar con los niños
hasta llevárselos. Al oír de mi abuelo aquella explicación, mi padre quedó
asustado.

2. Pero estaba encantado de tener ese lindo animalito consigo, los chanchitos
pequeños y rosados eran su adoración.
Por las noches, mientras dormía soñaba con el lindo chanchito y escuchaba
silbidos muy suaves, que lo llamaban. Se escuchaba debajo de la cama y cada
día era más seguido. Mi abuelo al sentir que mi padre llamaba al chanchito se
despertaba e insultaba al chancho, que en realidad era un duende. Esas
constantes visitas ocurrieron durante varios meses.
Mi abuelo le contó a una tía de lo que estaba sucediendo, con el bendito duende.
Esta le recomendó que le ponga a mi padre en el cuerpo heces de niño. Mi
abuelo no quiso hacerlo porque era asqueroso hacer eso. Pero, si prometió
hacerlo rezar todas las noches y dormir con el machete al lado de su cama. Los
hermanitos de mi papá no sabían de lo que pasaba, ellos eran bautizados y el
duende no los molestaba. Mi papá era moro, es decir no era bautizado.
El duende desapareció de la vida de mi padre, cuando se mudaron a la ciudad
de Chiclayo y asistía a la iglesia católica, todos los domingos a la misa, cuenta
mi papá que extrañaba al chanchito rosadito.
Eric Mathias Cruzalegui Díaz
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