El documento describe los síntomas de un estado totalitario, incluyendo un líder todopoderoso, una ideología oficial, un partido único, control de los medios de comunicación y un estado policial. Explica que los líderes totalitarios como Mussolini, Stalin, Hitler y Mao son elevados por la propaganda pero que en realidad son psicópatas charlatanes e incompetentes que solo mantienen el poder aprovechando las circunstancias. Además, su megalomanía les hace creerse encarnaciones de héroes y terminan creyéndose su
1. EL ESTADO TOTALITARIO
EL ESTADO TOTALITARIO o reflexiones desde el umbral....
Cuando una nación se enferma, puede caer víctima del totalitarismo, mal que
afecta por igual -aunque con diferentes matices- tanto a estados fascistas como
comunistas. Carl J. Friedrich define a esta patología política como una
enfermedad de 6 síntomas: un líder todopoderoso, una ideología oficial, un
partido único, monopolio de las armas, control de los medios de comunicación
y un estado policial, basado en la coacción por medio del terrorismo físico o
psicológico.
Los líderes totalitarios, llámense Mussolini, Stalin, Hitler, Mao o Fidel, son seres
que gracias a la maquinaria propagandística, son elevados a posiciones muy
por encima del común de los mortales; pero que despojados de la parafernalia
grandilocuente, del fraude y la hipnosis masiva, no son mas que psicópatas
sórdidos, que se revelan como individuos charlatanes, embaucadores y muy a
menudo incompetentes para todo, excepto en el arte de mantenerse en el
poder.
Estos líderes frecuentemente solo triunfan porque las circunstancias que un
momento y un lugar precisos le ofrecieron para hacerse del poder. La
megalomanía de estos autócratas es tan potente que incluso llegan a creerse
encarnaciones el algún héroe epónimo ¿Cuántas lágrimas se habría ahorrado
Italia si Mussolini no se hubiese creído un Cincinato, Régulo o Julio César? A
su vez, este tipo de tiranos es víctima de sus propios fanáticos, de su aparato
propagandístico y de una corte de aduladores, terminando por creerse a pies
juntillas el cuento, retroalimentando así su vanidad, su sectarismo y su
desconexión con la realidad circundante.