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El perro y su reflejo
Fábula de Esopo
Un perro muy hambriento caminaba de aquí para allá
buscando algo para comer hasta que un carnicero le
tiró un hueso. Llevando el hueso en el hocico tuvo que
cruzar un río. Al mirar su reflejo en el agua, creyó ver a
otro perro con un hueso más grande que el suyo, así
que intentó arrebatárselo de un solo mordisco. Pero
cuando abrió el hocico, el hueso que llevaba cayó al río
y se lo llevó la corriente. Muy triste quedó aquel perro
al darse cuenta de que había soltado algo que era real,
por perseguir lo que sólo era un reflejo.
Moraleja: Valora lo que tienes y no lo pierdas por envidiar a los
demás.
El honrado leñador
Adaptación de la fábula de Esopo
“El leñador y Hermes”
Érase una vez, un leñador que a diario cortaba leña
en el bosque para sostener a su familia.
Un atardecer, mientras cortaba un árbol en la orilla del
río, el hacha resbaló de sus manos y cayó al agua.
Desesperado, el leñador se sentó a llorar por su hacha
perdida.
En ese instante, apareció una ninfa frente a él y le
preguntó por qué lloraba. Cuando escuchó lo sucedido
sintió mucha lástima por el leñador.
—Espérame aquí buen hombre, creo que puedo
ayudarte —dijo la ninfa.
Entonces, se zambulló en el río y sacó del agua un
hacha de oro, se la mostró al leñador y le preguntó:
—¿Es esta tu hacha?
—No lo es —dijo el leñador.
Por segunda vez se sumergió la ninfa en el río, para
reaparecer con un hacha de plata.
—¿Es esta tu hacha? —preguntó la ninfa.
—No lo es —dijo el leñador nuevamente.
Entonces, la ninfa entró por tercera vez en el agua
trayendo el hacha perdida.
—¿Es esta tu hacha?
—¡Oh, gracias! ¡Esa es mi hacha! —dijo el leñador
llorando de alegría.
La ninfa estaba tan complacida con la honestidad del
leñador que le regaló las hachas de oro y plata.
Moraleja: Aquel que prefiere la honradez a la mentira, siempre será
ganador.
El hombre, el niño y el burro
Fábula de Esopo
Un hombre y su hijo se dirigían al mercado en
compañía de un burro que tenían en venta. En el
camino se encontraron con un campesino que les dijo:
—Amigos, ¿por qué caminan si tienen un burro que
pueden montar?
Entonces, el hombre montó al niño sobre el burro y
siguieron su rumbo. Pero pronto pasaron junto a un
grupo de hombres y uno de ellos dijo:
—Miren a ese niño tan perezoso, deja que su padre
camine mientras él monta el burro.
Al escucharlo, el hombre bajó al niño y se montó en el
burro. No iban muy lejos cuando pasaron junto a dos
mujeres; una de ellas le dijo a la otra:
—Mira a ese hombre tan egoísta, deja que su hijo
camine mientras él monta el burro.
Abrumado por los comentarios, el hombre pidió
nuevamente a su hijo que se subiera en el burro y
ambos continuaron el viaje montados en el lomo del
animal.
No tardaron en llegar al pueblo, y los transeúntes
comenzaron a reírse y señalarlos. El hombre se detuvo
para preguntarles de qué se burlaban, los transeúntes
respondieron:
—No les da vergüenza ponerle tanto peso a un pobre
burro?
El hombre y el niño se bajaron del burro para pensar
qué hacer. Pensaron y pensaron, hasta que finalmente
cortaron un palo y ataron las patas del burro a él. Cada
uno, sujetando un extremo del palo, levantaron el burro
hasta los hombros. Continuaron el camino en medio de
la risa de todos hasta que llegaron al puente que los
separaba del mercado. En ese momento, el burro
desató una de sus patas y le dio una patada al niño
haciéndolo soltar su extremo del palo. En la lucha, el
burro voló sobre el puente y fue a dar al fondo del río.
—Eso les enseñará —dijo un anciano que los había
seguido—. Dejando saber al padre y al hijo la siguiente
moraleja…
Moraleja: Trata de complacer a todos y no complacerás a nadie.
El pavo real y la grulla
Adaptación, fábula de Esopo
Érase una vez un pavo real muy engreído que tenía un
plumaje hermoso como ninguna otra ave.
Un día, se encontró con una grulla. El pavo real se
burló de las plumas descoloridas y apagadas de la
grulla e inmediatamente abrió su colorida cola para que
la grulla la admirara.
—Mira mi abanico de plumas— se jactó—, ¡cómo
brillan de todos los colores del arcoíris, mientras que
las tuyas son tan pálidas! Yo estoy vestido como un
rey.
—Es verdad, tus plumas son más bellas que las mías—
respondió la grulla—, pero gracias a mis plumas puedo
volar hasta llegar al cielo, y ver la belleza de la tierra en
todo su esplendor, mientras que tú solo puedes
caminar como cualquier pollo.
Moraleja: No menosprecies a los demás pues todos tenemos
nuestras propias cualidades.
El zorro y el armiño
Fábula de Leonardo da Vinci
Un zorro estaba comiendo cuando un elegante
armiño pasó junto a él.
— ¿Te apetece un poco de mi comida? – dijo el zorro.
— No, gracias – respondió el armiño con tono airoso—
, yo ya comí.
— ¡Ja, ja, ja! – rio el zorro —. Ustedes los armiños son
los animales más engreídos del mundo. Prefieren dejar
de comer antes que mancharse el pelaje.
En aquel momento llegaron unos cazadores. El zorro,
como un rayo, se refugió bajo tierra y el armiño, no
menos rápido que el zorro, corrió hacia su madriguera.
Pero había llovido y la madriguera estaba inundada; el
armiño, para no mancharse con el fango, titubeó y se
detuvo. Los cazadores lo atraparon al instante.
Moraleja: No dejes que la vanidad te aleje de lo que es en realidad
importante.
La hormiga y la paloma
Fábula de Esopo
Una paloma vio caer a una hormiga en un arroyo. La
hormiga luchó en vano por llegar a la orilla y,
compadecida, la paloma dejó caer la hoja de un árbol
junto a ella. Aferrándose a la hoja como un marinero
náufrago, la hormiga flotó a salvo hasta la orilla.
La hormiga estaba muy agradecida con la paloma por
salvarle la vida.
Al día siguiente, la hormiga vio a un cazador apuntando
a la paloma con una piedra. Sin pensarlo dos veces, se
metió dentro del zapato del cazador y le picó el pie,
haciéndolo perder el tiro del dolor. De esa manera, la
hormigua salvó la vida de la paloma.
Moraleja: Una buena acción es recompensada con otra buena
acción.
Ratón de Campo y Ratón de Ciudad
Fábula de Esopo
En un día soleado, Ratón de Campo recibió la visita
inesperada de su primo, Ratón de Ciudad.
Feliz de contar con la compañía de alguien, Ratón de
Campo sirvió la cena, la cual consistía de tres nueces
y unos pequeños restos de queso. Al llegar la noche,
preparó una cama con hojas secas en el sitio más
calientito y seguro de su humilde agujero.
Ratón de Ciudad sorprendido por la pobreza en la que
vivía Ratón de Campo dijo:
—Primo, no entiendo cómo puedes comer unas
cuantas nueces y dormir en una cama de hojas secas.
Ven conmigo a la ciudad y te mostraré cómo debes
vivir. Ratón de Campo estaba tan feliz que no pudo
dormir esa noche
A la mañana siguiente, los dos ratones viajaron a la
ciudad escondidos en el baúl de un coche. Ya era de
noche cuando llegaron a la lujosa casa donde vivía
Ratón de Ciudad.
—Mira dónde duermo —dijo Ratón de Ciudad—,
señalando una cómoda cama hecha de algodón. —
Pero antes de dormir, busquemos algo de comer.
Ratón de Ciudad llevó a Ratón de Campo hacia la
cocina, al poco tiempo se encontraban comiendo
restos de pasta, pastel y helado de chocolate. De
repente, escucharon un alarmante gruñido.
—¡Es el gato de la casa! —dijo Ratón de Ciudad—. En
un abrir y cerrar de ojos, el gato se abalanzó sobre
ellos. Los dos ratones lograron escapar, atravesando
la enorme mesa hasta llegar a un hueco en la pared.
Ratón de Campo estaba tan asustado que sentía sus
patitas temblar:
—Apenas se vaya el gato, me devuelvo para mi casa—
dijo sin vacilar.
—¿Por qué quieres irte tan pronto? —preguntó Ratón
de Ciudad.
—Porque es mejor comer nueces en un lugar seguro,
que pastel con helado de chocolate y estar siempre en
peligro—respondió Ratón de Campo, todavía muy
tembloroso.
Moraleja: Si tener muchas cosas no te permite una vida
tranquila, es mejor tener menos y ser feliz.
La lechera y su cántaro
Fábula de Esopo
Había una vez una joven lechera que caminaba con un
cántaro de leche para vender en el mercado del pueblo.
Mientras caminaba pensaba en todas las cosas que
haría con el dinero de la venta:
—Cuando me paguen —se dijo—, compraré de
inmediato unas gallinas, estas gallinas pondrán
muchísimos huevos y los venderé en el mercado. Con
el dinero de los huevos me compraré un vestido y
zapatos muy elegantes. Luego, iré a la feria y como
luciré tan hermosa, todos los chicos querrán acercarse
a hablar conmigo.
Por andar distraída con sus pensamientos, la lechera
tropezó con una piedra y el cántaro se rompió
derramando toda la leche. Con el cántaro destrozado
se fueron las gallinas y los huevos, también el vestido
y los zapatos.
Moraleja: Nuestros sueños y planes no deben apartarnos de la
realidad.
El cascabel del gato
Adaptación de la fábula de Félix María Samaniego
Una familia de ratones vivía en la cocina de una enorme
casa, ellos eran muy felices hasta que un día la dueña del
hogar adoptó un lindo gatito. El gatito creció y se convirtió
en un gran cazador, que se encontraba siempre al acecho.
Cansados de vivir en peligro, los ratones se reunieron para
ponerle fin a tan difícil situación.
En la reunión se discutieron muchos planes, pero ninguno
parecía ser bueno. Por fin un joven ratoncito se levantó y
dijo:
—Tengo un plan muy sencillo, pero puede ser exitoso.
Atemos un cascabel al cuello del gato y por su sonido
sabremos siempre el lugar donde se encuentra. La
ingeniosa propuesta fue acogida por todos los ratones. De
repente, un viejo y sabio ratón se levantó y les preguntó:
– Muy bien, pero ¿quién de ustedes le pone el cascabel al
gato?
Todos los ratones se quedaron calladitos.
Moraleja: Es más fácil decir las cosas que hacerlas.
El ciervo, el manantial y el león
Había una vez un bello ciervo que se acercó a un
manantial a calmar su sed. El animal bebió de esa agua
cristalina hasta que se sintió satisfecho y luego, al ver su
reflejo en el límpido manantial, quedó maravillado de su
cornamenta, la cual lo convertía en un animal admirado
por todos debido a su belleza.
Sin embargo, el ciervo siguió contemplándose y al ver
sus delgadas patas pensó que sería aún más majestuoso
si la naturaleza le hubiese dado unas patas más gruesas
y vistosas, que fueran igual de imponentes que su
cornamenta.
Pensando en todo esto el ciervo se percató que desde un
arbusto lo acechaba un león, que estaba listo para ir a
atacarlo y convertirlo en su presa.
Sin dudarlo un segundo el ciervo se lanzó a la carrera y
logró sacar, gracias a su velocidad, una distancia
considerable al captor.
A medida que corría el ciervo se daba cuenta que su
fuerza radicaba en sus ligeras piernas y mientras el
terreno fue llano, mantuvo una distancia considerable
con respecto al león.
Sin embargo, la fuerza de este radica en el corazón y
nunca se dio por vencido a pesar de la distancia, razón
por la que cuando se adentraron en los matorrales del
bosque se vio premiado.
En ese escenario la cornamenta le hacía perder velocidad
al ciervo, pues se enredaba con cuanta rama y arbusto
aparecía en el camino.
De esa forma la distancia que separaba a ambas animales
se fue haciendo cada vez más corta hasta que al final el
ciervo quedó atrapado. Su cornamenta se había quedado
enredada con unas lienzas.
Ya a punto de morir bajo las garras del león el ciervo
comprendió cuán equivocado había estado en el
manantial. Su principal atributo eran sus delgadas
piernas y no la bella cornamenta, que al final le costaría
la vida.
Para el ciervo fue muy tarde, pero comprender que lo
esencial y más valioso no es precisamente lo más bello
es algo que nos puede ser de mucha utilidad a nosotros
a lo largo de nuestras vidas.
Fábula de animales: El cerdo maltratado
Érase una vez, hace mucho pero muchos años, se escapó de una granja
un cerdo que era muy maltratado por el resto de sus compañeros. Partió
de la granja y estuvo muchos días caminando sin encontrar un rumbo
hasta que encontró un gran rebaño de carneros que se encontraban
comiendo pacíficamente en un extenso prado.
El pobre cerdito se acerco muy despacio y sin hacer ruido, esperando
poder mezclarse con ellos si que lo dañaran. Los carneros no le hicieron
ningún daño y además le permitieron que se incorporara al rebaño como
si fuera otros de ellos.
Pasaron varios días y el cerdito continuó con los carneros hasta el día
que el pastor se dio cuenta de que estaba ahí y lo cogió y lo llevó a su
casa. Cuando él se vio atrapado por aquel hombre, comenzó a gruñir
fuertemente y hacer todo lo posible para tratar de liberarse de las manos
del pastor. Los carneros al ver esa situación comenzaron a reñirle
fuertemente al pobre cerdo:
– Oye amigo no hagas tanto escándalo. Nosotros también somos
agarrados por el pastor y no formamos tanta bulla.
El cerdo muy molesto les respondió:
– No comparen, pues la situación no es la misma ya que cuando el los
agarra a ustedes es solo para quitarle la lana, a mi me quiere para
quitarme la carne.
Moraleja: Hay cosas que ya no puedes volver a tener y por eso si
merece la pena llorar pero no debes llorar por aquello que puedes
reparar.
Los pecados de un león enamorado
Hubo una vez un león que enamorado de la hija de un labrador
pidió su mano en matrimonio. El labrador desconcertado ante tal
situación sabía que no podía aceptar porque le estaría dando a su hija a
un feroz animal y al mismo tiempo temía de lo que pudiese suceder si
se la negaba.
Fue entonces cuando se le ocurrió la siguiente idea: era tanta la
insistencia del león que le dijo que parecía ser un esposo merecedor de
su hija pero que si quería casarse con ella debía arrancarse los dietes y
cortarse muy las afiladas uñas pues su hija le temía muchísimo a eso.
Era tanto el amor que sentía que el león aceptó las condiciones y llevó a
cabo lo pedido. Cuando volvió a ver al labrador sin sus dientes no garras,
este sin piedad ninguna lo echó de su casa a golpes.
Moraleja: Tu defensa es lo único que te permite que te respeten así que
nunca confíes como para despojarte de ella pues todos los que te
respetaban entonces podrán vencerte.
El sapo ladrón
Esta es la historia de un sapo llamado Elbert, que tenía la fea costumbre
de robar siempre a sus amigos.
Un día no controló sus impulsos y realmente robó más de lo que siempre
lo hacía, por lo que por mucho que se esforzase, tendría que terminar
siendo descubierto más pronto que tarde.
Ese día robó la melena a su amigo Thigart el león, mientras jugaban a
las escondidas y a este descuidadamente se le cayó. Luego sustrajo el
almuerzo de sus amigos Rick y Rosa, cebra y osa respectivamente.
Sus amigos, una vez se percataron de todo lo que les faltaba comenzaron
a preocuparse. Creían que podrían haber sido robados por alguien de
fuera del bosque, por lo que acudieron consternados a casa de su amigo
el sapo Elbert, a ver si a él también se le había perdido algo.
Por mucho que llamaron a la puerta de Elbert, este no respondió, pues
andaba fuera de casa roba que te roba a otras criaturas del bosque.
Una vez se cansaron de llamar a la puerta los tres animales se asomaron
a la ventana a ver si Elbert dormía o había sido víctima de algún delito
mayor. Para su sorpresa vieron que sus pertenencias preciadas habían
sido sustraídas por su llamado amigo, por lo que, muy indignados,
decidieron tomar venganza.
Así, cuando Elbert llegó a su casa vio cómo sus preciadas hojas, con las
que jugueteaba en el pantano, ya no estaban, al igual que otras de sus
pertenencias.
Muy triste entendió todo el mal que había provocado con todo lo que
había robado a lo largo de su vida, aunque su arrepentimiento no fue
motivo suficiente para que recuperase sus preciadas hojas, que aún no
aparecen.
El león y el delfín
Dicen que un día un león caminaba tranquilamente por la costa
y vio como asomaba en el agua un bello y vigoroso delfín.
El león sabía que este era el rey de los animales acuáticos, por lo que
pensó que él, rey de la selva, haría bien en aliarse con el ágil mamífero.
Así, le propuso al delfín sellar un pacto de alianza, mediante el que se
defenderían entre ellos dado el caso. El delfín aceptó gustoso, pues
también apreciaba la fuerza y destreza del león en la tierra y también
creyó que esto podría serle útil.
Sin embargo, un día el león estaba batiéndose con un toro salvaje que le
estaba costando más trabajo de lo habitual y hacía peligrar su integridad.
La pelea se tornaba más fiera por segundo y se fue trasladando a la costa,
donde el león llamó a su aliado y le pidió ayuda.
El delfín trató de cumplir su pacto y defender, pero por mucho que saltó
se vio imposibilitado de intervenir en la pelea que estaba teniendo lugar
en la orilla. En definitiva, era un delfín y sus dominios no iban más allá
del agua.
Molesto, el león exclamó:
-Vaya pacto más tonto he hecho contigo, que a la primera que te necesito
no puedas ayudarme.
Esto incomodó mucho al delfín, que más inteligentemente que el león
analizó y dijo:
-No debemos culparnos el uno al otro, pues la culpa es de la naturaleza,
que nos hizo a uno para el agua y a otro para la tierra. Luego de esto,
somos culpables los dos por pretender ser más de los que nos
corresponde.
De esta forma, tanto el león como el delfín comprendieron su error
estratégico y no olvidaron nunca más que lo mejor es hacer amigos y
alianzas con aquellas personas que realmente podrán estar a nuestro lado
cuando les necesitemos.
La zorra y las uvas
Había una vez una zorra que estaba tomando un descanso bajo una bella
viña.
De pronto le sonaron las tripas del hambre y le dio por elevar la mirada,
para descubrir un bello racimo de uvas que colgaba en una de las plantas
más bellas.
Pensó que aquellas uvas serían un espléndido alimento no solo para
saciar su apetito, sino también para saborear algo distinto, refrescante y
exclusivo.
Así la zorra se dispuso a tomar las uvas, pero había un pequeño
problema. El racimo que le apetecía, y otros iguales de bellos, estaban
demasiado alto como para que pudiera alcanzarlos.
De ello se percató apenas dio tres saltos. Por mucho que intentaba,
apenas se acercaba.
Incluso cuando buscó algo para apoyarse y ganar un poco en altura, vio
cómo todo su esfuerzo era vano. Siempre se quedaba unos centímetros
por debajo, lo suficiente como para que las uvas siguiesen
embelleciendo la planta y no saciando su apetito.
Tras mucho intentarlo la zorra desistió. Sin embargo, se percató que un
pájaro había contemplado toda la escena de su esfuerzo desde lejos. Esto
no le gustó, pues no toleraba el fracaso ni mucho menos ser comidilla
de los demás, razón por la que se inventó una excusa y le dijo al ave:
-Intenté con esfuerzo hacerme con esas uvas porque pensé que estaban
maduras y serían un plato delicioso para un paladar exclusivo y refinado
como el mío. Sin embargo, a medida que me fui acercando con mis
saltos me di cuenta que no estaban maduras, sino verdes, por lo que ya
no hallé motivo para ello, pues no me interesa comer uvas verdes. Sólo
por eso dejé de saltar.
Y de esta forma, con su orgullo en alto, la zorra dio la espalda al ave y
emprendió camino, segura de que no probó las uvas no por su falta de
esfuerzo, sino porque dejaron de interesarle y ya.
El gato y su sardine
Había una vez un gato amante de las sardinas,
cuya torpeza le imposibilitaba obtener a gusto su
preciado alimento.
Un día, al no poder ingerir sardinas en casa decidió ir a
la feria de la plaza, donde había varios vendedores que
ofertaban el sabroso pescado. Calculador, el gato se
agazapó tras un muro y esperó a que un vendedor se
descuidase para saltar sobre una de las cestas y robar
tantas sardinas como pudiera.
Llegado el momento el felino saltó, pero su torpeza hizo
que el hombre se percatase enseguida y lo azorase con
un palo, permitiéndole coger solo una pequeña sardina.
Frustrado, pero no del todo, el gato fue hasta un lago a
calmar su sed. Tanto había corrido para huir de los
golpes, que antes de degustar el pescadillo sintió la
necesidad de beber del preciado líquido.
Cuando se disponía a hacerlo vio la imagen de otro gato
en el agua con una sardina más grande que la suya, lo
cual le disgustó mucho y lo hizo lanzarse para atrapar
aquella.
Sin embargo, tras mucho pelear comprendió que solo
había visto su reflejo distorsionado y agrandado, y que
por la codicia había perdido hasta su sardina pequeña.
Otro día que pasaría sin degustar su alimento favorito.
El Niño y los Dulces
Pedro no sabía de la avaricia o la ambición, ni de todo el daño que
esto podía hacer a las personas.
Era un niño sano y juguetón como otro cualquiera, pero su glotonería y
su afición por los dulces eran los atributos por los que más se le conocía.
Un día descubrió un recipiente repleto de dulces y sin pensarlo ni
averiguar de quién eran, introdujo su mano y agarró tantas golosinas
como pudo. Cuando trató de retirar su mano se dio cuenta que no podía
y como no quería dejar escapar ningún dulce de los que había cogido, lo
cual le permitiría sacar la mano, empezó a llorar desconsoladamente.
Su amigo Juan lo vio y le dijo:
-Pedro, si te conformas con la mitad o un poco menos de lo que has
tomado podrás sacar tu mano de ahí y disfrutar algunos dulces. La
avaricia no te permitirá hacer ni lo uno ni lo otro.
Así, Pedro siguió el consejo y disfrutó de sabrosos dulces. Desde ese día
comprendió que la ambición y la avaricia pueden ser verdaderamente
dañinas y prohibitivas para el desarrollo y crecimiento de un ser
humano.
Las Patas de un Elefante
Los animales de la selva que tomaban clases estaban
sorprendidos con la irrupción de un nuevo alumno en el aula: el elefante.
Era tan grande ese animal, sobre todo sus patas, que la mayor parte de
ellos creyeron que debía ser realmente torpe y que no podría ni escribir
su nombre. ¿Cómo agarraría el lápiz para escribir teniendo tamañas
extremidades?
Este pensamiento común provocó la risa y las burlas de todos. Sin
embargo, apenas el profesor comenzó su habitual dictado, todos
quedaron maravillados al comprobar la destreza con la que el elefante
manejaba el lápiz.
Se valía para ello de su trompa y demostró al final ser el más hábil de
todos los animales, a pesar de sus grandes patas.
La liebre y las ranas
Érase una vez una liebre que vivía apesadumbrada por ser un
animal tan tímido y miedoso.
Creía que le había tocado ser muy desgraciada, pues siempre, ante el
mínimo ruido o batir del viento, sentía un profundo temor y corría a
guarecerse en su madriguera.
Esta combinación de timidez y miedo la tenía muy harta, pero al final
no tenía valor para hacer nada más y el pesar seguía haciendo mella en
su vida.
Un día como otro cualquiera salió a dar un pequeño paseo, sin alejarse
mucho de su refugio, y ante un ruido extraño corrió como de costumbre
a guarecerse. Tal velocidad desarrolló que no se percató que iba directo
a un charco de ranas, hasta que al final lo pisó.
Las habitantes de la charca se asustaron mucho y corrieron despavoridas
ante la irrupción de la liebre, que ya en su escondite, y llena de
arrepentimiento por asustar a otros animales, comprendió que no era la
única que experimentaba miedo ante determinados sucesos de la vida.
El dueño del cisne
Dicen que los cisnes son capaces de entonar bellas y melodiosas
notas, pero sólo justo antes de morir.
Desconocedor de esto, un hombre compró un día un magnífico cisne, el
cual se decía no sólo que era el más bello, sino también uno de los que
mejor cantaba.
Pensó que con este animal agasajaría a todos los invitados que
frecuentemente tenía en su casa y sería motivo de envidia y admiración
para sus compañeros.
La primera noche que lo tuvo en su casa organizó un festín y lo sacó
para exhibirlo, cual preciado tesoro. Le pidió que entonase un bello
canto para amenizar el momento, pero para su molestia y decepción, el
animal permaneció en el más absoluto y férreo silencio.
Así fueron pasando los años y el hombre pensó que había malgastado
dinero en la compra del cisne.
Sin embargo, cuando ya el bello animal se sentía viejo y a punto de partir
para otra vida, entonó el más bello canto que oídos humanos hayan
escuchado.
Al escucharlo en el más absoluto deleite el hombre comprendió su error
y pensó:
-Que tonto fui cuando pedí a mi bello animal que cantara en aquel
entonces. Si hubiera conocido lo que el canto anuncia, la petición
hubiese sido bien distinta.
De esta forma, el hombre y todos lo que le conocían comprendieron que
las cosas en la vida, incluso las más bellas y anheladas, no pueden
apurarse. Todo llega en el momento oportuno.
El hijo del rey y el león pintado
Había una vez un poderoso rey que tenía un solo hijo, al cual
protegía mucho a pesar de que este era experto en las artes marciales y
otras disciplinas de defensa.
Así, el monarca soñó un día que su hijo moría por culpa de un león, la
más poderosa de las criaturas de esos lares.
Producto de su visión el rey no se detuvo a pensar y ordenó construir un
gran castillo para su hijo. En él colocó todas las comodidades que este
pudiese desear y pintó en paredes y murales todas las imágenes que
quizás necesitase ver para no perder todos sus vínculos con el mundo
exterior.
Entre esas pinturas había una que recreaba a un fiero león, la cual
despertó la ira del príncipe, cuando se vio confinado entre las paredes
del castillo, apartado de sus dinámicas habituales y de sus amigos.
-Por culpa tuya, abominable criatura –dijo el príncipe al león-, mi padre
me ha encerrado en estas paredes. Te vio atacándome en un sueño y
temeroso de que se hiciese realidad esa tonta visión, no se le pudo
ocurrir otra cosa salvo esta prisión.
Cada vez más molesto el joven hizo por agarrar un palo de las ramas de
uno de los árboles que rodeaban la pared con la pintura del león. Sin
embargo, el palo que hizo por tomar tenía espinos que lo hincaron e
hicieron sangrar de inmediato.
Lo que parecía un ligero pinchazo fue agravándose rápidamente, pues el
árbol era letalmente venenoso. Así, el príncipe contrajo una repentina
fiebre que tras pocas horas acabó con su vida.
De cierta forma, aunque no como imaginó su padre, había muerto por
culpa de un león y su propia temeridad.
El rey comprendió con mucho pesar ese día que incluso los temores más
grandes no pueden hacernos decidir a la ligera.
El Asno Juguetón
Este era un asno muy juguetón, que no había experiencia a la que
se resistiese. Todo lo divertido que veía, quería hacerlo sin detenerse a
pensar si era algo idóneo para hacer.
Así, un día le dio por encaramarse al tejado de la casa de su amo y
empezar a brincar de aquí para allá juguetonamente.
Tanto brincó que terminó por romper el techo, lo cual disgustó mucho a
su amo.
Molesto, este buscó un leño y castigó con severidad al asno, que no
comprendía por qué era castigado.
El día anterior había visto a un mono hacer exactamente lo mismo y
cuando terminó, en vez de recibir golpes, recibió aplausos de todo aquel
que lo había observado.
Pero resulta que los golpes no tardaron en enseñar al asno. Desde ese
día comprendió que no se debe imitar todo lo que se ve, pues cada cual
es bueno para algo o varias cosas específicas, y no necesariamente para
todo aquello que se ve a menudo.
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  • 1. El perro y su reflejo Fábula de Esopo Un perro muy hambriento caminaba de aquí para allá buscando algo para comer hasta que un carnicero le tiró un hueso. Llevando el hueso en el hocico tuvo que cruzar un río. Al mirar su reflejo en el agua, creyó ver a otro perro con un hueso más grande que el suyo, así que intentó arrebatárselo de un solo mordisco. Pero cuando abrió el hocico, el hueso que llevaba cayó al río y se lo llevó la corriente. Muy triste quedó aquel perro al darse cuenta de que había soltado algo que era real, por perseguir lo que sólo era un reflejo. Moraleja: Valora lo que tienes y no lo pierdas por envidiar a los demás. El honrado leñador Adaptación de la fábula de Esopo “El leñador y Hermes” Érase una vez, un leñador que a diario cortaba leña en el bosque para sostener a su familia. Un atardecer, mientras cortaba un árbol en la orilla del río, el hacha resbaló de sus manos y cayó al agua. Desesperado, el leñador se sentó a llorar por su hacha perdida. En ese instante, apareció una ninfa frente a él y le preguntó por qué lloraba. Cuando escuchó lo sucedido sintió mucha lástima por el leñador. —Espérame aquí buen hombre, creo que puedo ayudarte —dijo la ninfa. Entonces, se zambulló en el río y sacó del agua un hacha de oro, se la mostró al leñador y le preguntó: —¿Es esta tu hacha? —No lo es —dijo el leñador. Por segunda vez se sumergió la ninfa en el río, para reaparecer con un hacha de plata. —¿Es esta tu hacha? —preguntó la ninfa.
  • 2. —No lo es —dijo el leñador nuevamente. Entonces, la ninfa entró por tercera vez en el agua trayendo el hacha perdida. —¿Es esta tu hacha? —¡Oh, gracias! ¡Esa es mi hacha! —dijo el leñador llorando de alegría. La ninfa estaba tan complacida con la honestidad del leñador que le regaló las hachas de oro y plata. Moraleja: Aquel que prefiere la honradez a la mentira, siempre será ganador. El hombre, el niño y el burro Fábula de Esopo Un hombre y su hijo se dirigían al mercado en compañía de un burro que tenían en venta. En el camino se encontraron con un campesino que les dijo: —Amigos, ¿por qué caminan si tienen un burro que pueden montar? Entonces, el hombre montó al niño sobre el burro y siguieron su rumbo. Pero pronto pasaron junto a un grupo de hombres y uno de ellos dijo: —Miren a ese niño tan perezoso, deja que su padre camine mientras él monta el burro. Al escucharlo, el hombre bajó al niño y se montó en el burro. No iban muy lejos cuando pasaron junto a dos mujeres; una de ellas le dijo a la otra: —Mira a ese hombre tan egoísta, deja que su hijo camine mientras él monta el burro. Abrumado por los comentarios, el hombre pidió nuevamente a su hijo que se subiera en el burro y
  • 3. ambos continuaron el viaje montados en el lomo del animal. No tardaron en llegar al pueblo, y los transeúntes comenzaron a reírse y señalarlos. El hombre se detuvo para preguntarles de qué se burlaban, los transeúntes respondieron: —No les da vergüenza ponerle tanto peso a un pobre burro? El hombre y el niño se bajaron del burro para pensar qué hacer. Pensaron y pensaron, hasta que finalmente cortaron un palo y ataron las patas del burro a él. Cada uno, sujetando un extremo del palo, levantaron el burro hasta los hombros. Continuaron el camino en medio de la risa de todos hasta que llegaron al puente que los separaba del mercado. En ese momento, el burro desató una de sus patas y le dio una patada al niño haciéndolo soltar su extremo del palo. En la lucha, el burro voló sobre el puente y fue a dar al fondo del río. —Eso les enseñará —dijo un anciano que los había seguido—. Dejando saber al padre y al hijo la siguiente moraleja… Moraleja: Trata de complacer a todos y no complacerás a nadie. El pavo real y la grulla Adaptación, fábula de Esopo Érase una vez un pavo real muy engreído que tenía un plumaje hermoso como ninguna otra ave. Un día, se encontró con una grulla. El pavo real se burló de las plumas descoloridas y apagadas de la grulla e inmediatamente abrió su colorida cola para que la grulla la admirara. —Mira mi abanico de plumas— se jactó—, ¡cómo brillan de todos los colores del arcoíris, mientras que las tuyas son tan pálidas! Yo estoy vestido como un rey. —Es verdad, tus plumas son más bellas que las mías— respondió la grulla—, pero gracias a mis plumas puedo volar hasta llegar al cielo, y ver la belleza de la tierra en todo su esplendor, mientras que tú solo puedes caminar como cualquier pollo. Moraleja: No menosprecies a los demás pues todos tenemos nuestras propias cualidades.
  • 4. El zorro y el armiño Fábula de Leonardo da Vinci Un zorro estaba comiendo cuando un elegante armiño pasó junto a él. — ¿Te apetece un poco de mi comida? – dijo el zorro. — No, gracias – respondió el armiño con tono airoso— , yo ya comí. — ¡Ja, ja, ja! – rio el zorro —. Ustedes los armiños son los animales más engreídos del mundo. Prefieren dejar de comer antes que mancharse el pelaje. En aquel momento llegaron unos cazadores. El zorro, como un rayo, se refugió bajo tierra y el armiño, no menos rápido que el zorro, corrió hacia su madriguera. Pero había llovido y la madriguera estaba inundada; el armiño, para no mancharse con el fango, titubeó y se detuvo. Los cazadores lo atraparon al instante. Moraleja: No dejes que la vanidad te aleje de lo que es en realidad importante. La hormiga y la paloma Fábula de Esopo Una paloma vio caer a una hormiga en un arroyo. La hormiga luchó en vano por llegar a la orilla y, compadecida, la paloma dejó caer la hoja de un árbol junto a ella. Aferrándose a la hoja como un marinero náufrago, la hormiga flotó a salvo hasta la orilla. La hormiga estaba muy agradecida con la paloma por salvarle la vida. Al día siguiente, la hormiga vio a un cazador apuntando a la paloma con una piedra. Sin pensarlo dos veces, se metió dentro del zapato del cazador y le picó el pie, haciéndolo perder el tiro del dolor. De esa manera, la hormigua salvó la vida de la paloma. Moraleja: Una buena acción es recompensada con otra buena acción.
  • 5. Ratón de Campo y Ratón de Ciudad Fábula de Esopo En un día soleado, Ratón de Campo recibió la visita inesperada de su primo, Ratón de Ciudad. Feliz de contar con la compañía de alguien, Ratón de Campo sirvió la cena, la cual consistía de tres nueces y unos pequeños restos de queso. Al llegar la noche, preparó una cama con hojas secas en el sitio más calientito y seguro de su humilde agujero. Ratón de Ciudad sorprendido por la pobreza en la que vivía Ratón de Campo dijo: —Primo, no entiendo cómo puedes comer unas cuantas nueces y dormir en una cama de hojas secas. Ven conmigo a la ciudad y te mostraré cómo debes vivir. Ratón de Campo estaba tan feliz que no pudo dormir esa noche A la mañana siguiente, los dos ratones viajaron a la ciudad escondidos en el baúl de un coche. Ya era de noche cuando llegaron a la lujosa casa donde vivía Ratón de Ciudad. —Mira dónde duermo —dijo Ratón de Ciudad—, señalando una cómoda cama hecha de algodón. — Pero antes de dormir, busquemos algo de comer. Ratón de Ciudad llevó a Ratón de Campo hacia la cocina, al poco tiempo se encontraban comiendo restos de pasta, pastel y helado de chocolate. De repente, escucharon un alarmante gruñido. —¡Es el gato de la casa! —dijo Ratón de Ciudad—. En un abrir y cerrar de ojos, el gato se abalanzó sobre ellos. Los dos ratones lograron escapar, atravesando la enorme mesa hasta llegar a un hueco en la pared. Ratón de Campo estaba tan asustado que sentía sus patitas temblar: —Apenas se vaya el gato, me devuelvo para mi casa— dijo sin vacilar. —¿Por qué quieres irte tan pronto? —preguntó Ratón de Ciudad. —Porque es mejor comer nueces en un lugar seguro, que pastel con helado de chocolate y estar siempre en peligro—respondió Ratón de Campo, todavía muy tembloroso. Moraleja: Si tener muchas cosas no te permite una vida tranquila, es mejor tener menos y ser feliz.
  • 6. La lechera y su cántaro Fábula de Esopo Había una vez una joven lechera que caminaba con un cántaro de leche para vender en el mercado del pueblo. Mientras caminaba pensaba en todas las cosas que haría con el dinero de la venta: —Cuando me paguen —se dijo—, compraré de inmediato unas gallinas, estas gallinas pondrán muchísimos huevos y los venderé en el mercado. Con el dinero de los huevos me compraré un vestido y zapatos muy elegantes. Luego, iré a la feria y como luciré tan hermosa, todos los chicos querrán acercarse a hablar conmigo. Por andar distraída con sus pensamientos, la lechera tropezó con una piedra y el cántaro se rompió derramando toda la leche. Con el cántaro destrozado se fueron las gallinas y los huevos, también el vestido y los zapatos. Moraleja: Nuestros sueños y planes no deben apartarnos de la realidad. El cascabel del gato Adaptación de la fábula de Félix María Samaniego Una familia de ratones vivía en la cocina de una enorme casa, ellos eran muy felices hasta que un día la dueña del hogar adoptó un lindo gatito. El gatito creció y se convirtió en un gran cazador, que se encontraba siempre al acecho. Cansados de vivir en peligro, los ratones se reunieron para ponerle fin a tan difícil situación. En la reunión se discutieron muchos planes, pero ninguno parecía ser bueno. Por fin un joven ratoncito se levantó y dijo: —Tengo un plan muy sencillo, pero puede ser exitoso. Atemos un cascabel al cuello del gato y por su sonido sabremos siempre el lugar donde se encuentra. La ingeniosa propuesta fue acogida por todos los ratones. De repente, un viejo y sabio ratón se levantó y les preguntó: – Muy bien, pero ¿quién de ustedes le pone el cascabel al gato? Todos los ratones se quedaron calladitos. Moraleja: Es más fácil decir las cosas que hacerlas.
  • 7. El ciervo, el manantial y el león Había una vez un bello ciervo que se acercó a un manantial a calmar su sed. El animal bebió de esa agua cristalina hasta que se sintió satisfecho y luego, al ver su reflejo en el límpido manantial, quedó maravillado de su cornamenta, la cual lo convertía en un animal admirado por todos debido a su belleza. Sin embargo, el ciervo siguió contemplándose y al ver sus delgadas patas pensó que sería aún más majestuoso si la naturaleza le hubiese dado unas patas más gruesas y vistosas, que fueran igual de imponentes que su cornamenta. Pensando en todo esto el ciervo se percató que desde un arbusto lo acechaba un león, que estaba listo para ir a atacarlo y convertirlo en su presa. Sin dudarlo un segundo el ciervo se lanzó a la carrera y logró sacar, gracias a su velocidad, una distancia considerable al captor. A medida que corría el ciervo se daba cuenta que su fuerza radicaba en sus ligeras piernas y mientras el terreno fue llano, mantuvo una distancia considerable con respecto al león. Sin embargo, la fuerza de este radica en el corazón y nunca se dio por vencido a pesar de la distancia, razón por la que cuando se adentraron en los matorrales del bosque se vio premiado. En ese escenario la cornamenta le hacía perder velocidad al ciervo, pues se enredaba con cuanta rama y arbusto aparecía en el camino. De esa forma la distancia que separaba a ambas animales se fue haciendo cada vez más corta hasta que al final el ciervo quedó atrapado. Su cornamenta se había quedado enredada con unas lienzas. Ya a punto de morir bajo las garras del león el ciervo comprendió cuán equivocado había estado en el manantial. Su principal atributo eran sus delgadas piernas y no la bella cornamenta, que al final le costaría la vida. Para el ciervo fue muy tarde, pero comprender que lo esencial y más valioso no es precisamente lo más bello es algo que nos puede ser de mucha utilidad a nosotros a lo largo de nuestras vidas.
  • 8. Fábula de animales: El cerdo maltratado Érase una vez, hace mucho pero muchos años, se escapó de una granja un cerdo que era muy maltratado por el resto de sus compañeros. Partió de la granja y estuvo muchos días caminando sin encontrar un rumbo hasta que encontró un gran rebaño de carneros que se encontraban comiendo pacíficamente en un extenso prado. El pobre cerdito se acerco muy despacio y sin hacer ruido, esperando poder mezclarse con ellos si que lo dañaran. Los carneros no le hicieron ningún daño y además le permitieron que se incorporara al rebaño como si fuera otros de ellos. Pasaron varios días y el cerdito continuó con los carneros hasta el día que el pastor se dio cuenta de que estaba ahí y lo cogió y lo llevó a su casa. Cuando él se vio atrapado por aquel hombre, comenzó a gruñir fuertemente y hacer todo lo posible para tratar de liberarse de las manos del pastor. Los carneros al ver esa situación comenzaron a reñirle fuertemente al pobre cerdo: – Oye amigo no hagas tanto escándalo. Nosotros también somos agarrados por el pastor y no formamos tanta bulla. El cerdo muy molesto les respondió: – No comparen, pues la situación no es la misma ya que cuando el los agarra a ustedes es solo para quitarle la lana, a mi me quiere para quitarme la carne. Moraleja: Hay cosas que ya no puedes volver a tener y por eso si merece la pena llorar pero no debes llorar por aquello que puedes reparar.
  • 9. Los pecados de un león enamorado Hubo una vez un león que enamorado de la hija de un labrador pidió su mano en matrimonio. El labrador desconcertado ante tal situación sabía que no podía aceptar porque le estaría dando a su hija a un feroz animal y al mismo tiempo temía de lo que pudiese suceder si se la negaba. Fue entonces cuando se le ocurrió la siguiente idea: era tanta la insistencia del león que le dijo que parecía ser un esposo merecedor de su hija pero que si quería casarse con ella debía arrancarse los dietes y cortarse muy las afiladas uñas pues su hija le temía muchísimo a eso. Era tanto el amor que sentía que el león aceptó las condiciones y llevó a cabo lo pedido. Cuando volvió a ver al labrador sin sus dientes no garras, este sin piedad ninguna lo echó de su casa a golpes. Moraleja: Tu defensa es lo único que te permite que te respeten así que nunca confíes como para despojarte de ella pues todos los que te respetaban entonces podrán vencerte. El sapo ladrón Esta es la historia de un sapo llamado Elbert, que tenía la fea costumbre de robar siempre a sus amigos. Un día no controló sus impulsos y realmente robó más de lo que siempre lo hacía, por lo que por mucho que se esforzase, tendría que terminar siendo descubierto más pronto que tarde. Ese día robó la melena a su amigo Thigart el león, mientras jugaban a las escondidas y a este descuidadamente se le cayó. Luego sustrajo el almuerzo de sus amigos Rick y Rosa, cebra y osa respectivamente. Sus amigos, una vez se percataron de todo lo que les faltaba comenzaron a preocuparse. Creían que podrían haber sido robados por alguien de fuera del bosque, por lo que acudieron consternados a casa de su amigo el sapo Elbert, a ver si a él también se le había perdido algo. Por mucho que llamaron a la puerta de Elbert, este no respondió, pues andaba fuera de casa roba que te roba a otras criaturas del bosque.
  • 10. Una vez se cansaron de llamar a la puerta los tres animales se asomaron a la ventana a ver si Elbert dormía o había sido víctima de algún delito mayor. Para su sorpresa vieron que sus pertenencias preciadas habían sido sustraídas por su llamado amigo, por lo que, muy indignados, decidieron tomar venganza. Así, cuando Elbert llegó a su casa vio cómo sus preciadas hojas, con las que jugueteaba en el pantano, ya no estaban, al igual que otras de sus pertenencias. Muy triste entendió todo el mal que había provocado con todo lo que había robado a lo largo de su vida, aunque su arrepentimiento no fue motivo suficiente para que recuperase sus preciadas hojas, que aún no aparecen. El león y el delfín Dicen que un día un león caminaba tranquilamente por la costa y vio como asomaba en el agua un bello y vigoroso delfín. El león sabía que este era el rey de los animales acuáticos, por lo que pensó que él, rey de la selva, haría bien en aliarse con el ágil mamífero. Así, le propuso al delfín sellar un pacto de alianza, mediante el que se defenderían entre ellos dado el caso. El delfín aceptó gustoso, pues también apreciaba la fuerza y destreza del león en la tierra y también creyó que esto podría serle útil. Sin embargo, un día el león estaba batiéndose con un toro salvaje que le estaba costando más trabajo de lo habitual y hacía peligrar su integridad. La pelea se tornaba más fiera por segundo y se fue trasladando a la costa, donde el león llamó a su aliado y le pidió ayuda. El delfín trató de cumplir su pacto y defender, pero por mucho que saltó se vio imposibilitado de intervenir en la pelea que estaba teniendo lugar en la orilla. En definitiva, era un delfín y sus dominios no iban más allá del agua.
  • 11. Molesto, el león exclamó: -Vaya pacto más tonto he hecho contigo, que a la primera que te necesito no puedas ayudarme. Esto incomodó mucho al delfín, que más inteligentemente que el león analizó y dijo: -No debemos culparnos el uno al otro, pues la culpa es de la naturaleza, que nos hizo a uno para el agua y a otro para la tierra. Luego de esto, somos culpables los dos por pretender ser más de los que nos corresponde. De esta forma, tanto el león como el delfín comprendieron su error estratégico y no olvidaron nunca más que lo mejor es hacer amigos y alianzas con aquellas personas que realmente podrán estar a nuestro lado cuando les necesitemos. La zorra y las uvas Había una vez una zorra que estaba tomando un descanso bajo una bella viña. De pronto le sonaron las tripas del hambre y le dio por elevar la mirada, para descubrir un bello racimo de uvas que colgaba en una de las plantas más bellas. Pensó que aquellas uvas serían un espléndido alimento no solo para saciar su apetito, sino también para saborear algo distinto, refrescante y exclusivo. Así la zorra se dispuso a tomar las uvas, pero había un pequeño problema. El racimo que le apetecía, y otros iguales de bellos, estaban demasiado alto como para que pudiera alcanzarlos. De ello se percató apenas dio tres saltos. Por mucho que intentaba, apenas se acercaba. Incluso cuando buscó algo para apoyarse y ganar un poco en altura, vio cómo todo su esfuerzo era vano. Siempre se quedaba unos centímetros
  • 12. por debajo, lo suficiente como para que las uvas siguiesen embelleciendo la planta y no saciando su apetito. Tras mucho intentarlo la zorra desistió. Sin embargo, se percató que un pájaro había contemplado toda la escena de su esfuerzo desde lejos. Esto no le gustó, pues no toleraba el fracaso ni mucho menos ser comidilla de los demás, razón por la que se inventó una excusa y le dijo al ave: -Intenté con esfuerzo hacerme con esas uvas porque pensé que estaban maduras y serían un plato delicioso para un paladar exclusivo y refinado como el mío. Sin embargo, a medida que me fui acercando con mis saltos me di cuenta que no estaban maduras, sino verdes, por lo que ya no hallé motivo para ello, pues no me interesa comer uvas verdes. Sólo por eso dejé de saltar. Y de esta forma, con su orgullo en alto, la zorra dio la espalda al ave y emprendió camino, segura de que no probó las uvas no por su falta de esfuerzo, sino porque dejaron de interesarle y ya. El gato y su sardine Había una vez un gato amante de las sardinas, cuya torpeza le imposibilitaba obtener a gusto su preciado alimento. Un día, al no poder ingerir sardinas en casa decidió ir a la feria de la plaza, donde había varios vendedores que ofertaban el sabroso pescado. Calculador, el gato se agazapó tras un muro y esperó a que un vendedor se descuidase para saltar sobre una de las cestas y robar tantas sardinas como pudiera. Llegado el momento el felino saltó, pero su torpeza hizo que el hombre se percatase enseguida y lo azorase con un palo, permitiéndole coger solo una pequeña sardina. Frustrado, pero no del todo, el gato fue hasta un lago a calmar su sed. Tanto había corrido para huir de los
  • 13. golpes, que antes de degustar el pescadillo sintió la necesidad de beber del preciado líquido. Cuando se disponía a hacerlo vio la imagen de otro gato en el agua con una sardina más grande que la suya, lo cual le disgustó mucho y lo hizo lanzarse para atrapar aquella. Sin embargo, tras mucho pelear comprendió que solo había visto su reflejo distorsionado y agrandado, y que por la codicia había perdido hasta su sardina pequeña. Otro día que pasaría sin degustar su alimento favorito. El Niño y los Dulces Pedro no sabía de la avaricia o la ambición, ni de todo el daño que esto podía hacer a las personas. Era un niño sano y juguetón como otro cualquiera, pero su glotonería y su afición por los dulces eran los atributos por los que más se le conocía. Un día descubrió un recipiente repleto de dulces y sin pensarlo ni averiguar de quién eran, introdujo su mano y agarró tantas golosinas como pudo. Cuando trató de retirar su mano se dio cuenta que no podía y como no quería dejar escapar ningún dulce de los que había cogido, lo cual le permitiría sacar la mano, empezó a llorar desconsoladamente. Su amigo Juan lo vio y le dijo: -Pedro, si te conformas con la mitad o un poco menos de lo que has tomado podrás sacar tu mano de ahí y disfrutar algunos dulces. La avaricia no te permitirá hacer ni lo uno ni lo otro.
  • 14. Así, Pedro siguió el consejo y disfrutó de sabrosos dulces. Desde ese día comprendió que la ambición y la avaricia pueden ser verdaderamente dañinas y prohibitivas para el desarrollo y crecimiento de un ser humano. Las Patas de un Elefante Los animales de la selva que tomaban clases estaban sorprendidos con la irrupción de un nuevo alumno en el aula: el elefante. Era tan grande ese animal, sobre todo sus patas, que la mayor parte de ellos creyeron que debía ser realmente torpe y que no podría ni escribir su nombre. ¿Cómo agarraría el lápiz para escribir teniendo tamañas extremidades? Este pensamiento común provocó la risa y las burlas de todos. Sin embargo, apenas el profesor comenzó su habitual dictado, todos quedaron maravillados al comprobar la destreza con la que el elefante manejaba el lápiz. Se valía para ello de su trompa y demostró al final ser el más hábil de todos los animales, a pesar de sus grandes patas. La liebre y las ranas Érase una vez una liebre que vivía apesadumbrada por ser un animal tan tímido y miedoso. Creía que le había tocado ser muy desgraciada, pues siempre, ante el mínimo ruido o batir del viento, sentía un profundo temor y corría a guarecerse en su madriguera. Esta combinación de timidez y miedo la tenía muy harta, pero al final no tenía valor para hacer nada más y el pesar seguía haciendo mella en su vida. Un día como otro cualquiera salió a dar un pequeño paseo, sin alejarse mucho de su refugio, y ante un ruido extraño corrió como de costumbre a guarecerse. Tal velocidad desarrolló que no se percató que iba directo a un charco de ranas, hasta que al final lo pisó.
  • 15. Las habitantes de la charca se asustaron mucho y corrieron despavoridas ante la irrupción de la liebre, que ya en su escondite, y llena de arrepentimiento por asustar a otros animales, comprendió que no era la única que experimentaba miedo ante determinados sucesos de la vida. El dueño del cisne Dicen que los cisnes son capaces de entonar bellas y melodiosas notas, pero sólo justo antes de morir. Desconocedor de esto, un hombre compró un día un magnífico cisne, el cual se decía no sólo que era el más bello, sino también uno de los que mejor cantaba. Pensó que con este animal agasajaría a todos los invitados que frecuentemente tenía en su casa y sería motivo de envidia y admiración para sus compañeros. La primera noche que lo tuvo en su casa organizó un festín y lo sacó para exhibirlo, cual preciado tesoro. Le pidió que entonase un bello canto para amenizar el momento, pero para su molestia y decepción, el animal permaneció en el más absoluto y férreo silencio. Así fueron pasando los años y el hombre pensó que había malgastado dinero en la compra del cisne. Sin embargo, cuando ya el bello animal se sentía viejo y a punto de partir para otra vida, entonó el más bello canto que oídos humanos hayan escuchado. Al escucharlo en el más absoluto deleite el hombre comprendió su error y pensó: -Que tonto fui cuando pedí a mi bello animal que cantara en aquel entonces. Si hubiera conocido lo que el canto anuncia, la petición hubiese sido bien distinta. De esta forma, el hombre y todos lo que le conocían comprendieron que las cosas en la vida, incluso las más bellas y anheladas, no pueden apurarse. Todo llega en el momento oportuno.
  • 16. El hijo del rey y el león pintado Había una vez un poderoso rey que tenía un solo hijo, al cual protegía mucho a pesar de que este era experto en las artes marciales y otras disciplinas de defensa. Así, el monarca soñó un día que su hijo moría por culpa de un león, la más poderosa de las criaturas de esos lares. Producto de su visión el rey no se detuvo a pensar y ordenó construir un gran castillo para su hijo. En él colocó todas las comodidades que este pudiese desear y pintó en paredes y murales todas las imágenes que quizás necesitase ver para no perder todos sus vínculos con el mundo exterior. Entre esas pinturas había una que recreaba a un fiero león, la cual despertó la ira del príncipe, cuando se vio confinado entre las paredes del castillo, apartado de sus dinámicas habituales y de sus amigos. -Por culpa tuya, abominable criatura –dijo el príncipe al león-, mi padre me ha encerrado en estas paredes. Te vio atacándome en un sueño y temeroso de que se hiciese realidad esa tonta visión, no se le pudo ocurrir otra cosa salvo esta prisión. Cada vez más molesto el joven hizo por agarrar un palo de las ramas de uno de los árboles que rodeaban la pared con la pintura del león. Sin embargo, el palo que hizo por tomar tenía espinos que lo hincaron e hicieron sangrar de inmediato. Lo que parecía un ligero pinchazo fue agravándose rápidamente, pues el árbol era letalmente venenoso. Así, el príncipe contrajo una repentina fiebre que tras pocas horas acabó con su vida. De cierta forma, aunque no como imaginó su padre, había muerto por culpa de un león y su propia temeridad. El rey comprendió con mucho pesar ese día que incluso los temores más grandes no pueden hacernos decidir a la ligera.
  • 17. El Asno Juguetón Este era un asno muy juguetón, que no había experiencia a la que se resistiese. Todo lo divertido que veía, quería hacerlo sin detenerse a pensar si era algo idóneo para hacer. Así, un día le dio por encaramarse al tejado de la casa de su amo y empezar a brincar de aquí para allá juguetonamente. Tanto brincó que terminó por romper el techo, lo cual disgustó mucho a su amo. Molesto, este buscó un leño y castigó con severidad al asno, que no comprendía por qué era castigado. El día anterior había visto a un mono hacer exactamente lo mismo y cuando terminó, en vez de recibir golpes, recibió aplausos de todo aquel que lo había observado. Pero resulta que los golpes no tardaron en enseñar al asno. Desde ese día comprendió que no se debe imitar todo lo que se ve, pues cada cual es bueno para algo o varias cosas específicas, y no necesariamente para todo aquello que se ve a menudo.