2. JARDÍN BOTÁNICO DE BOGOTÁ
REVISTA DIGITAL DEL
REVISTA FLORA CAPITAL
Edición Relanzamiento 2023
CÓMITE EDITORIAL
Directora
Martha Liliana Perdomo Ramírez
Subdirectora Educativa y Cultural
Tania Elena Rodríguez Angarita
Subdirector Técnico y Operativo
Germán Darío Álvarez Lucero
Subdirectora Científica
Claudia Alexandra Pinzón Osorio
CÓMITE ACADÉMICO
Laura Camila Peña Tinjacá
Patricia Alexandra Velásquez Bernal
AGRADECIMIENTOS
Sandra Patricia Bohórquez Piña
Bibiana Esperanza Chiquillo
Nelson Valero Valero
Maria Fernanda Velandia
DISEÑO Y DIAGRAMACIÓN
Juan Carlos García Barreto
REVISIÓN Y APROBACIÓN
Comité Editorial Jardín Botánico de Bogotá
FOTOGRAFÍAS:
Archivo JBB
La revista Flora Capital nació en el año 1999 desde la Subdirección
Educativa y Cultural del Jardín Botánico de Bogotá José Celestino Mutis,
con el propósito de dar a conocer nuestro trabajo institucional y reflexionar
sobre diversos temas ambientales, así como incidir en cambios de cultura
ambiental en la ciudad. Sin embargo, este valioso medio de divulgación
dejó de publicarse en el 2018.
Conscientes de la necesidad de retomar esta iniciativa, es para mí un
honor invitarles a ser testigos del florecimiento de esta revista que busca
difundir el conocimiento acumulado en torno a la conservación de la flora
de los ecosistemas altoandinos y de páramo, no solamente desde el Jardín
Botánico de Bogotá, sino desde la ciudadanía en general, y que, sobre
todo, pretende educar para promover una cultura ambiental que aporte
al desarrollo sustentable y a la participación ciudadana, propiciando el
conocimiento de la biodiversidad, su valoración y cuidado, además
del diálogo y la resolución de conflictos respecto a la conservación de la
naturaleza de nuestros territorios, como parte de nuestra estrategia de
comunicación educativa.
Este relanzamiento es una apuesta por reactivar una valiosa herramienta
de comunicación para la apropiación social del conocimiento, cuya edición
aborda estrategias para el reverdecimiento de nuestra ciudad, una
nueva perspectiva frente a las coberturas de Bogotá y nuevas dinámicas
en términos de transformaciones sociales, creación de corredores de
polinizadores, generación de procesos de formación ambiental en espacios
no convencionales de educación, conformación de bosques urbanos y
promoción de entornos para la interacción entre naturaleza, salud y cultura.
Esperamos que disfruten esta nueva apuesta digital interactiva
donde podrán encontrar contenidos enriquecedores cuyos textos se
complementan con imágenes, fotografías y videos, y en un futuro con
INTRODUCCIÓN
3. 3
apuestas gráficas, ilustraciones, podcast, entre otras, que nos permitan como
usuarios un relacionamiento distinto y dinámico.
Nuestra condición como Centro de Investigación Científica, reconocido como
tal en el año inmediatamente anterior por el Gobierno Nacional a través del
Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación, nos exige retomar iniciativas
como Flora Capital y abrir las puertas al 2023 para que las y los ciudadanos,
colectivos, semilleros de investigación, docentes y grupos de interés del Jardín
Botánico se vinculen de manera activa compartiendo sus ensayos, crónicas y
demás tipos de artículos, ilustraciones, contenido audiovisual o fotográfico,
para aportar conocimiento y construir colectivamente una ciudadanía
ambiental más consciente y comprometida con su entorno.
En el año de la consolidación de los compromisos del Plan de Desarrollo
Distrital “Un Nuevo Contrato Social y Ambiental para la Bogotá del Siglo
XXI” que lidera nuestra alcaldesa Claudia López, nos complace retomar
proyectos editoriales como Flora Capital, que se convierten en una ventana de
oportunidades para el intercambio de ideas y experiencias con la comunidad.
Avanzar en la dirección correcta para entregar una Bogotá más verde y
comprometida es una de las banderas de esta Administración, que estamos
logrando gracias a estrategias de participación incidente como las redes de
cuidadoras y cuidadores, las de agricultoras y agricultores y el trabajo de miles
de colectivos, organizaciones y voluntarios.
Flora Capital hace parte de esta ruta para que de la mano con la ciudadanía
sigamos haciendo de nuestra Bogotá una ciudad cuidadora, incluyente,
sostenible y consciente de la cual, todos somos responsables.
• Martha Liliana Perdomo Ramírez
Directora Jardín Botánico de Bogotá
4. CONTENIDO
Cambio cultural y
transformación de las
representaciones sociales
de los árboles: del árbol
urbanístico al ritual de
despedida.
• Andrés E. Vargas Lamprea
El programa que
reverdeció a miles de
mujeres en Bogotá
• Jhon Barros
David Rivera Ospina
In Memoriam
• Orlando Vargas Ríos
Aprendiendo del Programa
Naturaleza, Salud y Cultura:
una apuesta conceptual y
sensorial, para restablecer la
relación que tenemos con la
naturaleza.
• Varios autores.
Corredores herbáceos de
polinizadores en la superficie y
subterráneos: la experiencia
de Bogotá.
• Sandra Patricia
Bohórquez Piña.
Los procesos de formación
ambiental desde un Espacio
No Convenicional de Educación
(ENCE) como el Jardín Botánico
de Bogotá.
• Tania Elena Rodríguez
Angarita.
Bosques Urbanos: Una
alternativa significativa en la
emergencia climática del
Siglo XXI.
• Fernando Gómez Paiba.
6. • Jhon Barros
EL PROGRAMA QUE
REVERDECIÓ A MILES DE
MUJERES EN BOGOTÁ
Cooperativa Zona Verde Bog
Mujeres que Reverdecen
7. 7
1.729 ciudadanas en condición de vulnerabilidad le ayudaron
al Jardín Botánico a reverdecer la capital a través de
“Mujeres que Reverdecen”, un programa de la Alcaldía
de Bogotá que las convirtió en jardineras, huerteras y
emprendedoras. Crónica de esta apuesta pionera que las
hizo florecer y sentirse valoradas.
Una nube negra y densa cubrió el cielo colombiano el 6 de
marzo de 2020. Ese día el Ministerio de Salud reportó el
primer caso de Covid-19 en el territorio nacional: una joven de
19 años procedente de Italia fue reportada en Bogotá.
Las medidas para contener los estragos del coronavirus, como
largos periodos de cuarentena y restricciones de movilidad,
cambiaron el día a día de los habitantes del país y desataron una
crisis económica y social por el cierre de miles de negocios y
empresas.
La capital del país fue una de las más afectadas durante la
pandemia. Según el Instituto Nacional de Salud, Bogotá reportó
más de 1,8 millones de contagios y 30.188 personas fallecidas. El
desempleo pululó en todas las localidades de la ciudad.
Las mujeres de Bogotá se vieron muy perjudicadas. La Secretaría
Distrital de la Mujer reveló que en 2020 el 28,5% de las
ciudadanas se dedicaron a trabajos de cuidado no remunerados,
cifra que en 2019 fue del 11%. También se incrementaron la
violencia familiar y los delitos sexuales.
En el segundo semestre de 2021, la alcaldesa de Bogotá Claudia
López lanzó un salvavidas para aumentar las oportunidades
laborales de la población femenina, además de avanzar en la
reactivación económica y las metas de reverdecimiento de la
ciudad.
Se trataba de “Mujeres que Reverdecen”, un programa
pionero que tuvo como objetivo formar teórica y prácticamente
a ciudadanas en condición de vulnerabilidad o sin empleo en
actividades de jardinería, agricultura urbana y mantenimiento de
espacios verdes.
Por ayudar a reverdecer Bogotá, estas mujeres cabeza de hogar,
víctimas de violencia, cuidadoras, pertenecientes a grupos
étnicos o sectores LGBTI, obtendrían transferencias mensuales
condicionadas de 560.000 pesos.
La Secretaría Distrital de Ambiente y el Jardín Botánico de
Bogotá estarían a cargo de esta apuesta novedosa. Luego
de la primera convocatoria y de corroborar que estuvieran en
la Base Maestra de Población Vulnerable del Distrito, más de
4.000 ciudadanas fueron seleccionadas para convertirse en las
primeras "Mujeres que Reverdecen" de la ciudad.
Aprender haciendo
El Jardín Botánico tendría a su cargo 1.119 mujeres de las 20
localidades de Bogotá, quienes durante seis meses ayudarían
a los profesionales y operarios de la entidad a mantener las
coberturas vegetales de arbolado, huertas urbanas y jardines.
Sin embargo, el JBB quiso ir más allá de brindarles una nueva
oportunidad económica a estas mujeres por su trabajo en las
coberturas vegetales de la ciudad y decidió apostarle a un
proceso de formación.
Sin embargo, el Jardín Botánico de Bogotá quiso ir más allá de
brindarles una nueva oportunidad económica a estas mujeres
por su trabajo en las coberturas vegetales de la ciudad y decidió
apostarle a un proceso de formación.
8. 8
“Queríamos que confiaran en ellas mismas, que se vieran
como protagonistas y se sintieran empoderadas. Por eso, este
programa se convirtió en una oportunidad para dar marcha a
una experiencia educativa y de vida”, aseguró Tania Rodríguez
Angarita, Subdirectora Educativa y Cultural.
Durante dos semanas, Rodríguez y su equipo consolidaron un
syllabus reflejado en un plan de trabajo establecido sobre tres
pilares estratégicos: el ser, el saber y el hacer. “El objetivo era
abordar otras dimensiones para que unas mujeres vulnerables y
maltratadas volvieran a confiar en sí mismas”.
Para hacer florecer a las mujeres, esta carta de navegación
mezcló contenidos conceptuales de jardinería, arbolado,
propagación en vivero, restauración ecológica y agricultura
urbana, con contenidos actitudinales y procedimentales.
“Fue un ejercicio maratónico donde diseñamos actividades,
juegos y una estructura articulada basada en el ser, el saber y el
hacer, lo que nos permitió bajar el discurso a una metodología
que nos permitiera el desarrollo de las capacidades”.
27 profesionales de distintas profesiones fueron seleccionados
por la Subdirección Técnica Operativa para liderar el proceso
de formación de las más de 1.000 “Mujeres que Reverdecen”
del Jardín Botánico de Bogotá durante la primera fase del
programa.
Según Rodríguez, estos formadores fueron capacitados para
manejar al derecho y al revés el syllabus, una metodología que
se iría fortaleciendo durante los seis meses que las mujeres iban
a ayudar a reverdecer Bogotá.
“La educación es dinámica y se fortalece entre todos. Una cosa
es lo que hacemos en el escritorio y otra lo que se evidencia en
campo; por eso, los nuevos formadores nos ayudarían a mejorar
el syllabus durante el desarrollo del programa”.
Inicia el reverdecer
Amediados de octubre de 2021, las más de 1.000 “Mujeres
que Reverdecen” del Jardín Botánico de Bogotá fueron
divididas en varios grupos distribuidos en las localidades de la
capital para comenzar con el proceso de formación educativo y
ambiental.
El compromiso era disponer de cuatro horas diarias de lunes
a viernes, en la mañana o en la tarde, tiempo en el que los
formadores serían sus docentes. Bosa, Ciudad Bolívar y Kennedy
fueron las localidades con mayor cantidad de mujeres inscritas.
Además de aprender sobre el manejo de las coberturas
vegetales y aplicar el conocimiento sobre arbolado, huertas y
jardines de la ciudad, el objetivo de la apuesta educativa del
Jardín Botánico de Bogotá era que estas ciudadanas potenciarán
sus capacidades.
“Uno de los mayores retos fue medir y cuantificar el impacto
en las capacidades. Somos seres humanos con motivaciones y
ritmos diferentes y, por eso, teníamos que encontrar la manera
de medir cómo estábamos impactando en las mujeres”,
manifestó Rodríguez.
En las reuniones quincenales con los 27 formadores se fueron
consolidando nuevos instrumentos que arrojaron un listado de
10. 10
capacidades desde el saber, el hacer y el ser: cómo montar una
huerta, cómo plantar un árbol y cómo trabajar en equipo.
“El formador anotaba en una bitácora las capacidades que
veían en las mujeres, como la capacidad de escucha, el trabajo
en equipo, la responsabilidad, el respeto y compromiso, y las
calificaban de uno a cinco. Toda la información fue consignada en
unas matrices de seguimiento trimestrales”.
Desde el inicio del programa, Rodríguez planteó trabajar con
las mujeres en varias actividades de transferencia, es decir que
diseñaran proyectos de vida propios basados en los conocimientos
ambientales.
“Al finalizar el programa debían entregar un proyecto que
estuviera relacionado con agricultura urbana, jardinería o arbolado,
algunos de los cuales se convirtieron en emprendimientos que les
generaron nuevos recursos económicos”.
Fase 2.0
En abril de 2022, las más de 1.000 ciudadanas que estuvieron
a cargo del Jardín Botánico de Bogotá recibieron un diploma
que las acreditaba como “Mujeres que Reverdecen” en una
ceremonia de graduación que estuvo llena de sonrisas, lágrimas
de felicidad y orgullo. Muchas de ellas participaban por primera
vez en una ceremonia similar y no podían ocultar la emoción y
solemnidad ante tal experiencia.
Todas presentaron bitácoras donde plasmaron los trabajos
ambientales que realizaron durante seis meses, la mayoría
relacionados con huertas urbanas comunitarias, jardines y
emprendimientos como aceites, esencias, vinagretas, jaleas y
jabones naturales.
Cinco meses después, en septiembre, la alcaldesa de Bogotá
anunció la segunda fase del programa, la cual beneficiaría a las
mujeres de la capital con transferencias mensuales condicionadas
de 600.000 pesos.
1.174 mujeres, entre participantes antiguas de la primera fase y
nuevas, se inscribieron para trabajar voluntariamente con el Jardín
Botánico de Bogotá. Sin embargo, la segunda etapa de “Mujeres
que Reverdecen” planteó un nuevo reto para los profesionales.
“La apuesta de formación no podía ser la misma, ya que la
mayoría de mujeres eran de la primera fase,por eso lo que hicimos
fue fortalecer el syllabus que creamos con ideas novedosas”,
indicó Rodríguez.
La nueva apuesta fue la creación de tres diplomados que
abordarían temáticas acerca de propagación, vivero y jardinería
(120 horas); agricultura urbana, el tema favorito de las mujeres
(159 horas) y, arbolado urbano y restauración (120 horas).
“Las mujeres estaban muy entusiasmadas y motivadas con los
diplomados porque, si por cuestiones externas debían retirarse
del programa, como mínimo se llevaban la certificación de un
diplomado”.
Mediante cuestionarios de entrada y salida en los diplomados,
Rodríguez y los formadores pudieron cuantificar, medir y
evaluar mejor el impacto en las capacidades de las mujeres y la
experiencia pedagógica desde el saber, el ser y el hacer.
“Seleccionamos las capacidades y a cada una de ellas le
formulamos indicadores y preguntas de selección múltiple para
poder medir cambios de entrada y salida. Fue un proceso arduo
porque diseñar preguntas es bastante complejo”.
11. 11
En el saber se trabajaron capacidades relacionadas con la
comprensión conceptual, el análisis de las problemáticas de
contexto y la apropiación de conocimiento; mientras que en el ser
se evaluaron la comunicación asertiva, el desarrollo de empatía,
la responsabilidad, la resolución de conflictos y el cuidado
ambiental.
“Para cada capacidad creamos tres indicadores, cada uno de
ellos asociado a un cuestionario de 15 preguntas, las cuales nos
permitieron medir los avances o retrocesos desde el ser, el saber
y el hacer”, apuntó Rodríguez.
Este syllabus 2.0 se complementó con la observación directa que
los formadores hacían a las mujeres durante los diplomados y las
actividades de campo en las huertas, jardines y arbolado urbano
de la ciudad.
“Aunque los cuestionarios arrojaron mucha información, lo
más valioso fue escuchar a las mujeres y observarlas en la
práctica. Verlas empoderadas y diciendo que se sentían útiles e
inteligentes, es el mayor regalo de este programa”, puntualizó la
Subdirectora Educativa y Cultural.
Experiencia técnica y social
Los resultados del programa de “Mujeres que Reverdecen”
en el Jardín Botánico de Bogotá hablan por sí solos: 1.729
ciudadanas beneficiadas en las dos fases, 142 emprendimientos
ambientales creados por ellas y el fortalecimiento de 185 huertas
urbanas en Bogotá.
Suyapa Barón fue la encargada de coordinar todos los aspectos
técnicos, operativos y administrativos del programa, desde
la selección de las mujeres en la Base Maestra de Población
Vulnerable hasta la ejecución de las actividades ambientales.
Tuvo a su cargo un equipo conformado por más de 40
profesionales, entre 27 formadores, 4 coordinadores, expertos
sociales, apoyos administrativos y personal de seguridad y salud
en el trabajo.
“La selección de las mujeres fue todo un reto. Montamos un
tipo de call center para llamar a las mujeres del listado que nos
envió la Secretaría de Ambiente, donde teníamos que constatar
que fueran ciudadanas vulneradas, sin empleo y con condiciones
físicas adecuadas”.
Este equipo aprendió a manejar minuciosamente el syllabus.
“Nos capacitaron en el manejo de las fichas y metodologías
de este plan de trabajo y los ingenieros del jardín Botánico de
Bogotá diseñaron un diplomado para que aprendiéramos de
coberturas vegetales; fue un ejercicio técnico y educativo”.
Con Germán Darío Álvarez, Subdirector Técnico Operativo del
Jardín Botánico de Bogotá, Barón lideró la selección de las zonas
en las localidades donde las mujeres iban a aprender sobre
coberturas vegetales y fortalecerlas con sus propias manos.
“La mayoría de inscritas vivían en Bosa, Ciudad Bolívar, Usme
y Kennedy, localidades donde formamos hasta cuatro grupos.
Pensábamos que iban a participar muchas ciudadanas de Suba,
por tratarse de una localidad grande y con altos índices de
población vulnerable”.
Coordinar las transferencias mensuales condicionadas para las
“Mujeres que Reverdecen” fue un reto apoteósico para el equipo.
“Nos tocó aprender a manejar las plataformas virtuales para los
pagos y luego replicarlas en las mujeres; muchas de ellas no
sabían manejar el celular”.
12.
13. 13
Aunque su trabajo se concentraba en el Jardín Botánico de
Bogotá, donde compilaba la información que generaba todo el
equipo desde los territorios, Barón visitaba constantemente los
sitios de las localidades donde las mujeres aprendían haciendo.
“En esas visitas tuve la oportunidad de conocer historias de vida
muy duras de nuestras mujeres, casos de violencia intrafamiliar,
desplazamiento por la violencia e incluso enfermedades como el
cáncer. También tuvimos varias mujeres de la comunidad LGBTI”.
Mientras las mujeres aprendían sobre coberturas vegetales y
aplicaban las enseñanzas sobre huertas, arbolado y jardines,
Barón y su equipo vieron cómo estas ciudadanas florecieron
y empezaron a dejar atrás la tristeza, timidez, el miedo y en
algunos casos, la agresividad.
“Ese era el verdadero espíritu del programa, que ellas
florecieran y se sintieran valoradas y empoderadas. No fue
un trabajo sencillo porque cada grupo tenía dinámicas y
condiciones distintas, dado que estaban ubicadas en zonas con
problemáticas sociales demasiado duras”.
El reto para los formadores y profesionales que estaban
en campo fue mayúsculo. Varios eran ingenieros, no tenían
experiencia en docencia y además vivían al otro extremo de los
territorios donde trabajaron con las mujeres.
“Además de enseñarles sobre coberturas vegetales, ellos se
encargaron de lidiar con toda la carga social y emocional de las
mujeres. En algunos grupos se presentaron peleas entre ellas y
varios estaban ubicados en inmediaciones de zonas con mucha
inseguridad”.
Para que lograran consolidar sus proyectos y emprendimientos,
los formadores y coordinadores hicieron uso de su creatividad
y talento. “Varios de ellos tenían experiencia en la elaboración
de productos con insumos naturales como velas, jabones y
vinagretas”.
Nuevas mujeres
Escuchar fue el verbo protagonista en el desarrollo de las dos
fases del programa en el Jardín Botánico de Bogotá. Los
formadores, coordinadores y demás personal de la Subdirección
Técnica Operativa destinaron largas horas para que las mujeres
desnudaran su alma.
“Podríamos escribir un libro bastante largo con las historias de
vida de estas maravillosas mujeres. Ver su evolución en el tiempo
que estuvieron vinculadas al programa es un tesoro que debería
ser documentado”, dijo Barón.
La coordinadora técnica del programa tiene vivo un recuerdo
agridulce de violencia intrafamiliar, una mujer joven que era
acosada y agredida por su pareja y amenazaba a todo el equipo
de trabajo.
“El señor llegaba donde ella estuviera y la agredía verbalmente.
Sus amigas y la formadora salieron en su defensa y la protegían
casi a diario. Casos como estos fueron atendidos con la ayuda
de la Secretaría de la Mujer”.
En uno de los grupos de Rafael Uribe Uribe, Barón conoció a una
llanera que se convirtió en uno de los íconos de “Mujeres que
Reverdecen” del Jardín Botánico de Bogotá. “Gloria Jiménez
14. 14
es una mujer luchadora y valiente que floreció en todo su ser,
montó una huerta y creó su emprendimiento”.
Gloria aprendió todos los secretos del trabajo de campo en una
finca en Villavicencio, donde tuvo una infancia maravillosa en
medio de los cultivos, el ganado y la naturaleza de la Orinoquia
colombiana.
“Tuve que salir de este paraíso a los siete años, cuando nos
fuimos a vivir a una casa humilde en Rafael Uribe Uribe, en el sur
de Bogotá. Me tocó interrumpir mis estudios porque mi papá
decía que las mujeres eran solo para las actividades del hogar”.
La joven llanera empezó a trabajar en casas de familia haciendo
oficio y con el dinero que ganaba se matriculó en un colegio
nocturno. “A los 16 años me enamoré, quedé embarazada y me
fui a vivir a la casa de mi suegra”.
La violencia intrafamiliar apareció en su vida. “Mi esposo era muy
mujeriego y me daba mala vida. Pero como no tenía para dónde
coger y era muy joven, soporté su maltrato por mucho tiempo”.
Con el paso de los años llegaron tres hijos más y Gloria se
vio obligada a dejar de trabajar por órdenes de su cónyuge.
“Me convertí en una mujer sumisa que solo le obedecía. Seguí
soportando su infidelidad y malos tratos”.
A los 45 años, la llanera volvió a quedar embarazada y a su
esposo no le gustó la buena nueva. “Regresé a la casa de mis
padres y me puse a trabajar como empleada doméstica. Juan
Pablo nació con síndrome de Down, una discapacidad que me
llenó de más fuerzas”.
En septiembre de 2021, Fanny Elsa, su mejor amiga, le comentó
de “Mujeres que Reverdecen” y ambas se inscribieron en el
programa… “Ingresamos a uno de los grupos de Rafael Uribe
Uribe, pero al poco tiempo, el Covid-19 se llevó a mi amiga”.
Con el corazón arrugado, Gloria aprendió de coberturas
vegetales y participó en el fortalecimiento de la huerta La
Carlota de la Fundación Hospital San Carlos. “Con el profe
Miguel Tobar y mis compañeras revivimos la huerta”.
Luego de tres meses de duro trabajo, este grupo entregó
una huerta próspera y llena de hortalizas, frutales y plantas
medicinales. “Con todo lo que hicimos en la huerta hice mi
proyecto de vida, una bitácora con fotos y textos que atesoro”.
Al terminar la primera fase del programa, Gloria aplicó todos
los conocimientos de agricultura urbana en su propia huerta, la
cual montó en la terraza de la casa de sus padres con ayuda de
Francisco Édgar, su hermano, y su hijo Juan Pablo.
“El ingeniero Miguel nos recomendó utilizar láminas y partes de
muebles para construir tres camas altas y cubrir la terraza con
plástico. Allí comencé a sembrar plantas aromáticas, cilantro,
zanahoria, arveja y cebollín”.
“La huerta de Juanpis” fue el nombre dado a su nuevo proyecto
de vida. “Con mi hermano acordamos llamarla así como un
homenaje a Juan Pablo, un niño de 13 años que ama sembrar y
regar las plantas”.
Con varias compañeras creó un emprendimiento ambiental de
compostaje, plantas y semillas para las huertas que fortalecieron
15. Jornada Simbólica de Graduación
Mujeres que Reverdecen
Jardín Botánico de Bogotá
16. 16
durante la segunda fase. “Hemos tenido la oportunidad de
presentarlo en varias ferias”.
Según esta llanera el programa le cambió la vida en todo
sentido. “Me convertí en huertera, me ayudó económicamente
y pude hacer grandes amistades. Sin embargo, lo más valioso
es que volví a sentirme útil y valorada como mujer, por eso digo
que florecí plenamente”.
Emprendedoras del Pacífico y Caribe
Los 142 emprendimientos ambientales que crearon las
“Mujeres que Reverdecen” del jardín Botánico de Bogotá
son variados: van desde jabones, champús, velas, jaleas, aceites,
esencias y vinagretas, hasta arepas con amaranto y dulces de
cubio.
Aunque todos son sumamente valiosos, algunos ocupan un
lugar especial en el corazón de Barón. “Soley Durán, con las
vinagretas de plantas de las huertas y las venezolanas Saray y
Yarinel Frías con sus jabones y champús naturales, consolidaron
productos de primera calidad que venden por toda la ciudad”.
Sin embargo, para esta ingeniera ambiental el emprendimiento
que más ha crecido desde que terminó el programa es el de
María Elsy Rivas, Dannis Sequeira y Alejandra Vivas, tres mujeres
del Pacífico y el Caribe colombiano.
“Le dieron vida a Rosemary Herbal Organic, aceites y esencias
que preparan con plantas medicinales de las huertas. Luego
de recibir recursos del Fondo Emprender, compraron un
deshidratador y un destilador y ahora quieren montar su propio
local”.
Este emprendimiento nació en el Centro de Encuentro para la
Paz y la Integración Local de Víctimas del Conflicto Armado de
la localidad de Bosa donde estas mujeres montaron una huerta
exclusiva de plantas medicinales.
“Nos tocó empezar de cero”, recuerda María Elsy, una chocoana
amante del atletismo. “Con ayuda de nuestra formadora, Sara
Sofía Reyes, lo primero que hicimos fue adecuar la zona, un
rectángulo que estaba lleno de piedras”.
Con el terreno limpio, las mujeres esparcieron tierra con abono y
comenzaron a sembrar ruda, manzanilla, albahaca, hierbabuena,
cilantro, lavanda, romero, toronjil, canelón y caléndula.
“El objetivo de la huerta era contar con materia prima para el
emprendimiento de aceites, pomadas, ungüentos y jabones
naturales. Luego de limpiar las plantas, las maceramos entre 30
y 60 días y luego las fusionamos con aceites neutros y colorantes
naturales”.
Por ahora, toda la producción se hace en la casa de alguna
de las mujeres, donde también envasan los productos. “Son
productos benditos para la salud. El aceite de ruda sirve para
combatir los calambres y dolores musculares y, el de manzanilla,
combate el estrés y las alergias”.
María Elsy, Dannis y Alejandra ofrecen sus productos en varias
cuentas de redes sociales. Hacen domicilios por toda la ciudad
y también participan en ferias como los Mercados Campesinos
Agroecológicos del Jardín Botánico de Bogotá.
“Los mayores regalos que me dejó este programa son la huerta,
la amistad con mis compañeras y el emprendimiento. Somos
mujeres echadas para adelante que ya estamos viviendo de la
17.
18. 18
venta de aceites y pomadas, un negocio que siempre tendrá el
sello de las Mujeres que reverdecen”, asegura María Elsy.
Alejandra, una morena nacida en Tumaco, concuerda con su
amiga. “La huerta en el centro para las víctimas de Bosa es un
regalo del cielo. No tengo palabras para agradecerle al Jardín
Botánico por motivarnos a hacer los aceites, pomadas y jabones
con las plantas medicinales”.
A Dannis, una costeña de El Plato (Magdalena), la huerta y sus
amigas le ayudaron a sanar las heridas del pasado. “Jamás
olvidaré que fui víctima de feminicidio, pero el trabajo con la
tierra y la ayuda de mis compañeras me han ayudado a que las
heridas no sean tan dolorosas”.
Cierre con broche de oro
“Mujeres que Reverdecen” culminó en diciembre de 2022.
Según Rodríguez y Barón, fue un programa que dejó miles de
experiencias y aprendizajes técnicos y educativos, pero más que
todo, transformó la vida de las ciudadanas.
“El cambio en estas hermosas mujeres fue impresionante. Todas
florecieron, olvidaron un poco sus tristezas, se convirtieron
en mejores personas y ahora están empoderadas y valoradas
porque ayudaron a reverdecer Bogotá”.
Fue tal el éxito del programa que el Centro Comercial Gran
Estación y el Jardín Botánico de Bogotá decidieron incluir
a algunas de las mujeres en una alianza estratégica que
suscribieron para embellecer las zonas verdes del centro
comercial.
“Nos planteamos crear una cooperativa femenina de jardineras
y huerteras conformada por 10 “Mujeres que Reverdecen”,
las cuales fueron seleccionadas por su buen desempeño y
dedicación durante el programa”, informó la directora del Jardín
Botánico de Bogotá Martha Liliana Perdomo.
Claudia Arévalo, Aleida Ospina, Carolina Parra, Martha Fandiño,
Jenny Morales, Merlys Trujillo, Mariela Medina, Luz Adriana
Arias, Omaira Ojeda y Georgina Osorio fueron capacitadas en
este centro comercial en temas de cooperativismo, propuestas
financieras, proyección de costos y elaboración de cotizaciones.
También fortalecieron sus conocimientos técnicos sobre
jardinería, arbolado y agricultura urbana gracias a los
profesionales del Jardín Botánico de Bogotá. Luego de las
capacitaciones, acordaron nombrar su emprendimiento como
Cooperativa Zona Verde Bog.
“Esta cooperativa ofrecerá sus servicios de montaje de huertas
urbanas y jardines. Ellas mismas se encargaron de diseñar el logo
y los uniformes y el centro comercial Gran Estación lideró todo
el proceso jurídico y el trámite ante la Cámara de Comercio”,
afirmó Yenny Rosas, profesional del Jardín Botánico de Bogotá.
Gran Estación ya contrató los servicios ambientales de esta
cooperativa para que las 10 mujeres realicen mantenimiento a
los jardines. Sin embargo, el ideal es que luego trabajen para
otros centros comerciales y empresas privadas.
“Estoy muy agradecida porque volví a ejercer la publicidad y
ahora la fusiono con los conocimientos ambientales. Con esta
cooperativa queremos beneficiar a más mujeres”, dijo Claudia
Arévalo, encargada de diseñar el logo y los uniformes.
19. 19
Para Georgina Osorio, el proceso para constituir la cooperativa
fue muy novedoso. “Estoy feliz porque amo aprender y
enriquecer el conocimiento. Ya estamos listas para que nos
contraten y así seguir reverdeciendo la ciudad”.
Un legado con rostro de mujer
Bogotá ha sido escenario de una iniciativa sin precedentes en
la historia de la ciudad. La suma de factores, oportunidades
y voluntades permitió que madres, hermanas, hijas y
particularmente, cuidadoras, transformaran con sus manos,
dedicación y compromiso un importante número de zonas
verdes, parques, andenes, separadores y jardines de la capital.
“Esta iniciativa incluyente y solidaria de nuestra alcaldesa
Claudia López pasará a la historia como un programa destinado
a brindar oportunidades a uno de los grupos sociales más
afectados por la pandemia: las mujeres vulnerables, cabezas
de hogar, cuidadoras, adultas mayores que encontraron en una
oportunidad de obtener ingresos y sentirse productivas”: Martha
Liliana Perdomo Ramírez, directora del Jardín Botánico.
Si bien la administración de la alcaldesa Claudia López dio
vida a este programa, que en adelante liderará la Secretaría
Distrital de Ambiente, y lo alineó a sus diversas políticas públicas
con enfoque de género, en el Jardín Botánico de Bogotá se
guardará en la memoria de quienes hicieron de esta iniciativa
una experiencia memorable para miles de mujeres, que honraron
su capacidad de enfrentar la vida con resiliencia para “aprender
haciendo” y con ganas de seguir aportando al mejoramiento de
nuestra ciudad.
20. CAMBIO CULTURAL Y
TRANSFORMACIÓN DE
LAS REPRESENTACIONES
SOCIALES DE LOS ÁRBOLES:
DEL ÁRBOL URBANÍSTICO
AL RITUAL DE DESPEDIDA
• Andrés E. Vargas Lamprea
21. 21
Resumen
En el presente artículo se discutirá el proceso de cambio
cultural que se ha venido desarrollando en torno al arbolado
en la ciudad de Bogotá, proponiendo que tanto sectores
de la ciudadanía como algunas de las instituciones públicas
han transformado sus discursos y prácticas a partir de un
reconocimiento cada vez más amplio de los árboles, como seres
con dimensiones ecológicas y sociales tanto a nivel de grupo
como de individuo.
Seres con los cuales se establecen vínculos afectivos y culturales
de distinto grado que deben abordarse adecuadamente en
las diversas etapas de la vida de los árboles; particularmente
en los casos de intervenciones que requieren procesos de tala,
en donde afloran emociones y reflexiones que evidencian la
profundidad de las representaciones sociales y las relaciones
existentes entre las personas y los árboles.
Palabras clave: árbol, cambio cultural, representaciones, tala.
Abstract
This article will discuss the process of cultural change that has
been developing around trees in the city of Bogotá, propo-
sing that both sectors of the citizenry and some of the public ins-
titutions have transformed their discourses and practices based
on a recognition an ever broader recognition of trees as beings
with ecological and social dimensions, both at the group and
individual level, with which affective and cultural ties of different
degrees are based, which must be adequately addressed in the
various stages of the life of the trees; particularly in cases of cri-
ses that require felling processes, where emotions and reflections
emerge that show the depth of social representations and the
relationships between people and trees.
Keywords: tree, cultural change, representations, felling, environ-
mentalism, territory.
Introducción
Para la discusión se hará un repaso respecto a algunos
antecedentes que evidencian la relación de larga duración
entre la sociedad humana y las plantas, mostrando la
importancia cultural que han tenido algunas especies para
los habitantes del territorio de la actual ciudad de Bogotá.
Posteriormente, se analizará la visión más instrumental que se ha
establecido respecto a los árboles en el proceso de urbanización
y cómo el choque de representaciones constituyó una tensión
entre el gobierno de la ciudad y algunos grupos de ciudadanos,
lo que contribuyó a la generacion de herramientas que
permitieran el diálogo entre los distintos enfoques, evidenciando
el reconocimiento a las personas y grupos que perciben
los árboles, y las plantas en general, como seres complejos
con los que se establecen relaciones ecológicas, sociales y
culturales que deben ser reconocidas y respetadas desde las
instituciones públicas.
Visiones iniciales de la naturaleza:
árboles abuelos y hierbas sagradas
De acuerdo con el trabajo de Correal, Van der Hammen y Hurt
(1977), es posible establecer la presencia del ser humano en
La Sabana de Bogotá desde hace unos 12.500 años. Durante
milenios, los cazadores/recolectores tuvieron que enfrentar
variaciones climáticas que presumiblemente dificultaron el
22. 22
establecimiento de sociedades complejas, lo que no implica que
no se conformaran procesos culturales profundos e interacciones
sociales elaboradas, como lo plantea Harari (2019) para las
comunidades de cazadores recolectores, proponiendo que en
este periodo pudo darse el mayor grado de conocimiento del
entorno por parte de cualquier tipo de sociedad humana, por el
hecho de requerir la generación de un saber profundo respecto
a la mayor cantidad de especies posible y sus potencialidades
alimenticias, medicinales, aromáticas, artesanales y culturales,
que permitieran garantizar la provisión necesaria para la
supervivencia.
Al respecto, nuestra incapacidad para acceder a registros
arqueológicos de este periodo y el deterioro de los rastros de
estas sociedades, nos impiden conocer los procesos históricos
y culturales que ocurrieron a lo largo de más de 10.000 años.
Por comparación, nuestra vida como país apenas supera los
200 años, por ello esperamos ser prudentes en las afirmaciones
y planteamientos para evitar generalizar las conclusiones del
presente ensayo.
Según la evidencia arqueológica encontrada, aproximadamente
hace 5.000 años comenzó el proceso que llevó a los cazadores
- recolectores de la sabana a incorporar hábitos de vida más
sedentarios, coincidiendo con las primeras evidencias de cultivo
del maíz - Zea maiz, (Van der Hamen, Correal, van Klinken, 1990).
Dado que es conocido con suficiente evidencia que el proceso
de domesticación del maíz se inició hace aproximadamente
10.000 años en Mesoamérica, esta transformación sugiere
procesos migratorios que llegaron al territorio de La Sabana
promoviendo prácticas de cultivo para aportar la agricultura a
los habitantes locales. Esta evidencia arqueológica del encuentro
de sociedades de cazadores - recolectores con grupos de
agricultores se manifiesta en el mito de Bochica, padre civilizador
que llegó de la región de oriente y enseñó el trabajo de las
telas y el cultivo del maíz, por lo que se le reconoce como un
referente de la cultura dentro de la sociedad muisca (Ocampo,
1988).
Hoy sabemos que las sociedades tradicionales tuvieron
tensiones ambientales, lo cual no solo se evidencia por fuentes
históricas documentales y estudios geológicos y arqueológicos,
sino que también está presente en los mitos y en la tradición
oral que ha sobrevivido en las distintas culturas. De la historia
de México - Tenochtitlán sabemos de dos graves inundaciones,
en los años 1446 y 1499, además de otras probables de menor
escala, por la ubicación de la ciudad en el Lago de Texcoco. En
cuanto a los muiscas, el mito de Chibchacun alude directamente
a inundaciones por los desbordamientos de los Ríos Sopó y
Tibitó, según recoge Ocampo (1988) de la obra de Noticias
Historiales de Fray Pedro Simón, donde se narra el origen
mítico del Salto del Tequendama como obra de Bochica para
controlar la inundación provocada por Chibchacun, drenando las
aguas de la Sabana y recuperando las tierras de cultivo de los
muiscas, además de castigar al dios Chibchacun por su dureza
con el pueblo, decretando que debería soportar la tierra que
antes reposaba sobre troncos de Guayacán.
Por la mitología de los pueblos andinos también sabemos de
fuertes periodos de sequía que afectaron a poblaciones de La
Sierra, como lo refleja el relato La misión del colibrí, reconocido
en la tradición oral desde Perú hasta Chile y Argentina, así como
otras piezas de tradición oral que hablan de retos permanentes
que debieron afrontar las sociedades prehispánicas en su
relación con la naturaleza.
Pese a ello, también es evidente una cosmovisión y una
espiritualidad más armónica con la naturaleza en la gran
23. Árbol Nogal
Juglans neotropicans
mayoría de las sociedades indígenas tradicionales. Para los
cronistas de Indias y los autores de La Colonia era evidente
que la espiritualidad de los pueblos nativos estaba ligada a
los espacios naturales como un todo y a muchas especies de
animales y plantas en particular (Bohórquez, 2008). El agua
representa el origen de la vida en la laguna de Iguaque, de
donde salió Bachué como madre del pueblo muisca y a donde
regresó con su esposo a convertirse en serpientes, como seres
mágicos y guardianes de las lagunas sagradas, marcando todo
el conjunto de la espiritualidad de esta cultura, junto con los
bosques, las montañas y las piedras sagradas, entre otros
atributos mágicos y religiosos asociados a la naturaleza.
En los textos de los cronistas se encuentran alusiones a nogales
(Juglans neotropica), guayacanes (Lafoensia speciosa), cedros
(Cedrela montana), robles (Quercus humboldti), maíz (Zea maiz),
tabaco (Nicotiana tabacum) y en menor medida al borrachero
(Brugmansia sp), como parte de la vida cotidiana del pueblo
muisca y como plantas sagradas por sus usos rituales y por sus
beneficios medicinales, alimenticios y culturales.
Dentro de nuestra narrativa actual se da como un hecho la tala
de nogales por parte de las autoridades coloniales en el año
1575, dada su importancia cultural para el pueblo muisca y
la necesidad de deconstruir los elemento simbólicos propios
de la cosmovisión indígena, percibidos como ritos paganos por
parte de la mentalidad colonial. Tanto documentos públicos
como trabajos de investigación académica recogen este hecho
como prueba de las arbitrariedades del régimen español, sin
embargo no fue posible encontrar una fuente primaria que
confirmara estas medidas. De lo que no queda duda es de la
drástica transformación de las coberturas vegetales del territorio,
incluyendo la introducción de numerosas especies exóticas
que sustituyeron las variedades nativas, en parte por los
24. 24
procesos de imposición cultural del poder español y en parte
por las necesidades y características del modelo económico y
social basado en la hacienda que se impuso a partir del proceso
de conquista y que no se detuvo en La Independencia, sino
que se mantuvo hasta bien entrado el siglo XX, marcando
la composición de las coberturas vegetales y su proceso de
apropiación, reconocimiento y representaciones en la población
de La Sabana de Bogotá.
Del territorio anfibio dominado por llanuras inundables que
encontraron los primeros habitantes de La Sabana tras el drenaje
natural del lago Humboldt (Van der Hammen, 1986), surgieron
sucesivas sociedades marcadas por su relación con el agua.
Tanto el mito de origen se asociaba con las lagunas bravas o
de montaña, por el lugar de nacimiento de Bachué y su esposo
con la laguna de Iguaque, como la sociedad en su conjunto se
organizaba en torno al agua, tanto en lo simbólico como en lo
funcional.
De la etimología de las localidades y poblaciones de la región
podemos dibujar la matriz demográfica del zipazgo de Bacatá:
Cajicá, Cota, Chía, Suba, Engativá, Fontibón, Bosa, Funza
(el centro político) y Soacha, entre otros centros poblados,
recuerdan a los antiguos asentamientos que sobrevivieron
durante La Colonia y que albergaban el núcleo poblacional
del país indígena a lo largo del Río Bogotá; en su cercanía
se construían poblaciones y zonas de cultivo y más allá se
mantenían los bosques sagrados, donde vivían los animales para
la caza y en los que los muiscas se abstenían de turbar el orden
de lo natural (Bohórquez, 2008). En el límite entre la cultura y la
naturaleza había una interdependencia en la que el conocimiento
y el saber técnico y cotidiano estaban armonizados con una
concepción espiritual que se originaba en el mundo natural y en
elementos centrales de los ecosistemas. El agua era el origen
de la sociedad y las lagunas el templo máximo para acercarse
a los ancestros y al mundo espiritual (Carrillo, 1997). En ese
orden, las plantas eran parte integrante del equilibrio para la
alimentación, la medicina, la construcción de viviendas, templos
e infraestructura, y para entrar en contacto con el conocimiento,
en el que no se separaban el saber práctico del componente
religioso y espiritual, conformando un cuerpo donde los distintos
elementos se integraban en la cosmovisión. Para ello se tenían
las plantas sagradas como el tabaco (Nicotiana tabacum) y
el cacao sabanero (Brugmansia sp.), de las que se valían los
sabedores para guiar a la sociedad en la dimensión espiritual,
siendo estas plantas la puerta de entrada a una dimensión
mágica que convivía y explicaba el mundo físico cotidiano. En
otras culturas esta función la cumplen el peyote (Lophophora
williamsii) o la ayahuasca (Banisteriopsis caapi) entre muchas
otras plantas de poder a las que se atribuye un espíritu sagrado
y propio (Schultes, 2006).
Con la dominación española los saberes por fuera del nuevo
orden resultaron marginados, cuando no perseguidos, y
las representaciones se transformaron con la intención de
empobrecer la cultura indígena, en detrimento de los nuevos
referentes culturales impuestos por la colonia. Al tiempo que
se apropiaron los terrenos y se talaron los bosques de robles
(Quercus humboldtii) y alisos (Alnus acuminata), se introdujeron
variedades forrajeras para el ganado que transformaron los
suelos y restaron área a las planicies inundables (Mora, 2013),
secando las chucuas (humedales), construyendo canales de
drenaje y elevando jarillones, alterando todo el sistema hídrico
que durante 10.000 años había sido el soporte de sociedades
capaces de vivir junto al río. El proceso inició al momento de la
conquista pero continuaba entrado el siglo XX, considerando
que el pasto kikuyo llegaba al país recién en 1928 (Acero, 2019).
25. 25
Además de la reducción de los bosques para adaptarse a la
hacienda como modelo económico y social, llegaron especies
como el eucalipto (Eucalyptus glóbulus), el pino (Pinus pátula),
el ciprés (Cupressus macrocarpa), la palma Fenix (Phoenix
canariensis) y la acacia (Acacia decurrens), sin contar decenas
de plantas de base alimenticia que se integraron a la dieta de
los habitantes del territorio, desplazando en muchos casos las
variedades propias; a esto se suman las especies como el urapán
(Fraxinus chinensis), árbol privilegiado en los proyectos de
renovación urbanística y en las alamedas de estilo europeo de
los años 30 y 40.
A medida que el aparato institucional asumió el rol principal
en la gestión del territorio, las especies utilizadas estuvieron
cada vez más alejadas de procesos culturales propios, donde
las bases de la ciudadanía contaran con alguna incidencia
o se reflejaran proyectos nacionales o populares, siendo
reemplazadas por variedades reconocidas por su potencial
paisajístico y ornamental, por sus beneficios en el drenaje de
suelos, la velocidad de crecimiento o la potencialidad para la
industria y la construcción.
El árbol perdió su integridad como parte de un sistema
de relaciones naturales y culturales, y se convirtió en un
elemento valorado por su funcionalidad a la luz de los procesos
económicos de los espacios urbanos y rurales. A pesar de ello,
los árboles continuaron allí, como habitantes del territorio,
ofreciendo siempre los beneficios de su aire, su sombra, su
humedad y su importancia cultural. Al arrayán (Myrcianthes
leucoxyla) se le tiene aún como el árbol de la libertad por lo
que significó en la lucha de La Independencia, categoría en la
que lo acompaña la ceiba de Gigante, plantada hace más de
170 años en honor a la libertad de los esclavos y despedida
entre lágrimas por los huilenses cuando se desplomó en 2021.
En la moneda de 500 pesos estuvo durante varios años el árbol
de Guacarí, en honor al Samán (Samanea saman) que reinaba
en la plaza de este municipio del Valle y que se desplomó en
agosto de 1989 dejando un vacío en la plaza y en el corazón de
los habitantes.
En nuestra ciudad el nogal (Juglans neotropica) fue declarado
árbol insignia de Bogotá en el año 2002, reemplazando en
este reconocimiento al caucho sabanero (Ficus soatensis), que
había tenido esta categoría desde 1989; a su vez la resolución
6971 de 2011 de la Secretaría Distrital de Ambiente reconoce
e identifica 19 árboles patrimoniales y 24 árboles de interés
público de la ciudad, contando nogales, cedros, palmas de
cera, sangregados y especies introducidas como palmas Fénix,
cipreses y casuarinas, que por su importancia histórica recibieron
esta categoría. En el año 2015 la Secretaría Distrital de Ambiente
lanzó el concurso “Árbol notable” donde la ciudadanía tuvo la
oportunidad de inscribir los árboles más significativos de sus
localidades, lo que evidencia un cambio de enfoque al tratar de
superar la centralidad e institucionalidad que tenía la selección
del año 2011.
En la actualidad hay al menos dos árboles calificados como
abuelos por comunidades e instituciones, pese a no tener
una distinción especial. Esta denominación responde a su
antigüedad y representatividad en la ciudad. El primero es
el “abuelo cedro” ubicado en el bosque Las Mercedes en la
reserva Thomas van der Hammen, correspondiendo a un
individuo de la especie Cedrela montana del que se calcula
que tiene más de 300 años de edad; el segundo es el Nogal
- Juglans neotropica -, que da nombre al barrio El Nogal en la
localidad de Chapinero, con casi 200 años de vida; esto sin
contar los muchos árboles que son queridos y apreciados en
barrios y plazas por sus humanos más próximos.
26. 26
Para las comunidades indígenas, grupos étnicos y poblaciones
afines a la cosmovisión indígena o al pensamiento intercultural, el
tabaco - Nicotiana tabacum - y el borrachero o cacao sabanero
- Brugmansia sp. son especies con importancia cultural y ritual
en las culturas de La Sabana y muchas personas los denominan
abuelos por su significado en la recuperación de las tradiciones y
saberes ancestrales propios de los pueblos nativos del territorio.
En cuanto a su presencia en la toponimia de nuestra ciudad del
listado de 831 barrios que identifica la base de datos de Salud
Capital, 70 corresponden a nombres de especies de plantas,
tipos de coberturas o formaciones vegetales, esto sin contar que
sectores reconocidos como Hayuelos en Fontibón o el proyecto
urbanístico Ciudadela Colsubsidio en Engativá, donde la mayoría
de sus unidades residenciales tienen el nombre de una especie
de árbol no se incluyen en el listado de referencia.
Para el año 1993, la Cartilla del espacio público incluía un anexo
de especies priorizadas para las intervenciones en la ciudad,
donde ya se contaban especies nativas y frutales, entre otras,
avanzando en la transformación del referente técnico que imperó
en las plantaciones del siglo XX, cuando predominaban las
especies exóticas.
Posteriormente, en el año 1998, se creó la Oficina de
Arborización Urbana del Jardín Botánico de Bogotá; acción
institucional que puede ser interpretada de dos maneras. La
primera, como un desarrollo de la gestión del Distrito para
fortalecer el manejo del arbolado desde un punto de vista
técnico, la segunda como un mecanismo que buscaba controlar
la movilización ciudadana que venía adelantando acciones de
plantación en torno a los humedales de la localidad de Suba1
, en
el marco de un proceso de tensión con la primera administración
del alcalde Enrique Peñalosa y de fortalecimiento de las
capacidades y procesos ambientales y comunitarios.
1
Conversación personal en recorrido por el Jardín Botánico con grupo de
estudiantes y docente Catalina Toro de la asignatura Antropoceno, justicia
ambiental y política ecología de la maestría en Políticas públicas de la
Universidad Nacional de Colombia 15 de septiembre de 2022.
27. 27
Si bien es difícil decantarse por cuál pudo ser la motivación
principal, esta decisión de vincular al Jardín Botánico al manejo
del arbolado, así como la determinación de priorizar el enfoque
técnico para las intervenciones en la ciudad, marcaría la dinámica
en la conformación de las coberturas vegetales para las primeras
dos décadas del siglo XXI, como veremos a continuación.
El árbol en el centro de la
lucha política
Siguiendo el proceso histórico del ambientalismo, a finales
de los años 90s el centro del debate en la ciudad estaba en
torno a la lucha por los humedales, conformándose un núcleo
de organizaciones a las que no solo se les debe la Política
Distrital de Humedales, sino el haber salvado las poco más
de 500 hectáreas que se mantienen de estos ecosistemas,
luchando contra décadas de abandono, depredación, expansión
urbana, rellenos ilegales y pérdida del reconocimiento cultural
sobre estos espacios. Gracias a este proceso, el ambientalismo
se posicionó como un movimiento legítimo, reconocido y capaz
de emprender luchas a escala distrital, articulando dinámicas de
distintas localidades y territorios y construyendo conocimiento
desde las comunidades, recuperando la capacidad de proponer
una ciudad distinta, desde abajo, con recursos materiales y
simbólicos que con el tiempo se plantearían como alternativa a la
ciudad construida desde arriba para el beneficio de los intereses
económicos y, aunque faltaban unos años para que esto fuera
evidente, ya a finales de los años 90 las visiones ambientalista y
desarrollista comenzaban a enfrentarse.
De la lucha por los humedales surgieron puntos de encuentro
entre el movimiento ambiental y la academia más comprometida
con los procesos territoriales, que pronto lograron avanzar
en ejercicios de representación política e interlocución con
procesos de escala nacional. Las reivindicaciones ambientales
se posicionaron como componente esencial de los planes de
gobierno, las campañas políticas y los planes de desarrollo,
y en general se alinearon con las fuerzas que planteaban las
reformas que permitieran el fin del conflicto interno, la solución
al problema de la tenencia de la tierra, la construcción de
procesos de desarrollo con enfoque nacional, las garantías
económicas y sociales y la participación de sectores emergentes
como las mujeres, los jóvenes, los grupos étnicos y los
movimientos sociales. En estos procesos se pueden identificar
referentes epistemológicos que integran las luchas sociales con
reivindicaciones ambientales como expresiones de las luchas
por los derechos y la búsqueda de justicia en las relaciones
históricas y sociales de la ciudad.
En esa medida, encontramos enfoques desde el marxismo
que exploraban la relación entre la degradación ambiental,
los procesos de ocupación del territorio, la expansión de
la ciudad y la distribución de la población, a la par de las
carencias y vulnerabilidades que acompañaban los modelos de
desarrollo que se implementaban en el país y particularmente
en Bogotá, tomando una narrativa propia a partir de las luchas
ambientales de finales de los años 90s. También se cuenta
con la investigación y la acción participativa como formas más
estructuradas de la movilización social y algunos elementos de
la educación popular que si bien la mayoría de las veces no se
han planteado de manera explícita, se reflejan cada vez más en la
práctica social y comunitaria de los sectores ambientalistas de la
ciudad.
De manera general el proceso ambiental de Bogotá se inscribe
dentro de los nuevos movimientos ambientales latinoamericanos,
que integran las luchas ambientales dentro de una comprensión
28. 28
más amplia de los impactos sociales, ecológicos y culturales
de las desigualdades causadas por la imposición de modelos
de desarrollo propios de países periféricos dentro del sistema
capitalista, con democracias deficitarias en la materialización
de derechos y autoritarias en sus formas de interacción con
los ciudadanos. A esta visión general podemos agregar
propuestas decoloniales cada vez más estructuradas, a partir
de la aproximación a referentes ancestrales y de construcción -
deconstrucción de las relaciones económicas y de género y a un
acción cada vez más directa desde la comprensión política de
los procesos ambientales, en el marco de la transformación que
vive el país en la relación ciudadanía - estado, acelerada desde
la firma del Proceso de Paz con las FARC; dinámicas que pueden
rastrearse en los vínculos discursivos y en las reivindicaciones
y prácticas de los jóvenes que participaron en el paro nacional
de 2021 y en los sectores que acompañaron la campaña
presidencial del año 2022.
A finales de la década de los 80, los procesos sociales
pasaron de la lucha por los humedales al reconocimiento de
los sistemas hídricos como espacios interconectados que
vinculaban las zonas de nacimiento con las desembocaduras
y donde se fortalecieron los procesos de cuencas en torno a
los ríos Tunjuelo, Fucha y Salitre. En la ciudad se encontraron
en la formulación de los Planes de Ordenamiento y Manejo de
Cuencas -POMCAS- y se plantearon estrategias que permitieran
la participación ciudadana en el ordenamiento de los territorios
alrededor del agua (Vargas, 2012).
Sin embargo, este enfoque planteaba límites a las posibilidades
de acción de los grupos y organizaciones; los procesos
de acceso al agua potable y al saneamiento, la solución
a vertimientos y conexiones “erradas” y el cuidado de las
zonas de recarga y nacimientos están altamente centralizados
administrativamente y presentan barreras en cuanto a los costos
de las intervenciones requeridas, así como fuertes niveles de
tecnificación. Por ello, muchas de las iniciativas comunitarias se
estrellaban con extenuantes ejercicios de diálogos que no se
veían reflejados en los proyectos, lo cual podía desestimular a
los procesos organizativos y a la Empresa de Acueducto, -una
institución centenaria de la ciudad-, privilegiando en la práctica
un enfoque de ingeniería sobre otros aspectos de los proyectos
y generando una fractura entre lo ecológico, lo técnico y lo
social. En medio de estas dinámicas afectadas por el cambio de
la categoría de las cuencas categoría de las cuencas y la pérdida
de incidencia de los POMCA, llegó el segundo gobierno de
Enrique Peñalosa.
Casi 20 años después de los conflictos entre las visiones
de lo urbano y lo natural que enfrentaron al movimiento
ambientalista con la Administración Distrital, el alcalde Peñalosa
planteó un enfoque que buscaba dar orden y estructura a las
coberturas vegetales priorizando el diseño y la visión paisajística
como factores centrales. Para la implementación de esta visión,
la administración distrital requería la tala de árboles que no
correspondían a los estándares buscados por su forma, por
su desarrollo vegetativo o por su origen como plantaciones
comunitarias. La propuesta planteaba la construcción de
alamedas, la conformación de unidades paisajísticas, la
sustitución por especies que atendieran al enfoque propuesto y
la implementación eficiente de esta visión, lo que era entendido
desde la administración como un ejercicio sin procesos de
mediación, interlocución o construcción colectiva. Este escenario
era un caldo de cultivo para el conflicto pues los procesos
ambientales y la sensibilidad de la mayoría de la población
respecto a la naturaleza se habían fortalecido en los últimos
años, integrando conceptos, valores y procesos que se sentían
excluidos e invisibilizados en sus expectativas y enfoques. El
29. consenso sobre el uso de especies nativas se había extendido,
tanto para los escenarios de restauración ecológica, donde
actualmente no existe prácticamente nadie, ni desde la
academia, ni desde las instituciones, ni desde las comunidades,
que proponga el uso de especies exóticas en ecosistemas
naturales, hasta en los espacios urbanos en los que la ciudadanía
cada vez requiere mayor argumentación técnica sobre el uso
de especies introducidas y en donde el ejercicio institucional
actual plantea una integración de especies entre propias y
exóticas. Este debate no está cerrado aún e incluso hay especies
exóticas más valoradas que otras. Casi nadie cuestiona el uso del
eucalipto pomarroso (Corymbia ficifolia) originario de Australia y
que brinda una preciosa flor roja apreciada por los polinizadores
y los vecinos de la ciudad, sin embargo otras especies cargan
con el lastre de ser consideradas caprichos institucionales, como
el Liquidámbar (Liquidambar styraciflua), especie melífera y útil
para los polinizadores originaria de Norteamérica y caracterizada
por el cambio de tonalidad de sus hojas al compás de los
cambios estacionales2
, sin embargo en nuestro país este valor
estético no se presenta porque no tenemos estaciones, por
lo que la especie ha terminado asociada a una intención por
reproducir en Colombia paisajes ajenos a nuestros ecosistemas y,
para los estándares actuales, transgresores de nuestra cultura.
Para la mayoría de las personas interesadas en la gestión
ambiental de la ciudad, el saber técnico del estado ya no era un
elemento disuasivo que permitiera legitimar sus acciones y en
todas partes había ciudadanos que sabían o creían saber tanto
o más que los actores institucionales. Para muchas personas
el árbol había superado la fragmentación a la que lo había
sometido el proceso urbanístico, y ahora se le entendía como
parte de un conjunto de relaciones mucho más amplio. Mientras
2
Conversación personal con Carlos Magdalena en visita
al páramo de Sumapaz, 2019.
30. 30
la Secretaría Distrital de Ambiente y el Jardín Botánico emitían
resoluciones que permitían la tala de especies sin concepto
técnico, algunas de ellas con importancia cultural para los grupos
étnicos, en el año 2012 la Mesa Interlocal de la Cuenca del Río
Salitre, un espacio comunitario que en su origen defendía la
participación ciudadana en la gestión del Río Arzobispo - Salitre
o Neuque, convocaba a la Mesa de Arborización y Ecosistemas
de Bogotá y al primer Cabildo de Arborización con propuestas
orientadas al fortalecimiento del arbolado con especies nativas y
al cuidado y mantenimiento adecuado del arbolado existente.
Simultáneamente y de manera independiente, surgía el grupo
“Sembradores de Teusaquillo” y en muchas localidades
personas y colectivos comenzaban a plantar árboles de manera
casi espontánea, organizándose en jornadas, propagando
individualmente o en viveros improvisados o solicitando cada vez
más procesos de plantación por parte de las entidades. Para el
Jardín Botánico se convirtió en una prioridad lograr controlar y
asimilar este movimiento ciudadano, pues a dificultades propias
de acciones que no estaban en capacidad de atender los
lineamientos técnicos se sumaban falencias en la implementación
y pérdida de la capacidad del Jardín para liderar el rol que le
había sido asignado en el año 1998.
En este contexto de movilización, aprendizaje y acción
directa de muchos grupos y colectivos, la visión paisajística
de la administración era un retorno de casi 20 años en la
comprensión de los árboles y los ecosistemas urbanos; para la
mayoría de los grupos, colectivos e incluso para un sector amplio
de la ciudadanía sin aproximaciones previas a los procesos
ambientales, la visión modernizadora parecía retrógrada
y arrogante frente a una postura mayoritaria que ya había
apropiado valores mucho más ricos respecto a la importancia
y el papel de los árboles en los espacios urbanos. Este choque
de representaciones fue violento en varios casos, llegando a
involucrar a la policía en las intervenciones, además de generar
un debate permanente sobre la gestión, alcance, importancia y
características de los árboles en la ciudad.
La imagen del Jardín se vio afectada en este periodo y su
reconocimiento técnico fue cuestionado por diversos sectores
que consideraban que se estaban priorizando elementos
estéticos, técnicos y paisajísticos sobre los enfoques ambientales
y de diálogo y concertación con las comunidades. Calificativos
como “taladores” y otros apelativos se lanzaron contra la
Administración Distrital afectando particularmente al Jardín,
que debía asumir varias de las intervenciones silviculturales; solo
un esfuerzo enorme por recuperar la confianza y el diálogo ha
permitido que la imagen de la Entidad vuelva a ser apreciada
por la mayor parte de la ciudadanía.
Huertas y pacas como espacios de
organización y resiliencia
Durante este periodo los procesos de agricultura urbana,
que venían teniendo su propia dinámica de transformación
cultural, se vieron desestimados por parte de la administración
debido a percepciones sobre la práctica agroecológica y el tipo
de coberturas que generaban, entendidas como espacios poco
organizados y paisajísticamente inadecuados que aumentaban
el riesgo de conflictos por la apropiación y uso del espacio
público, desconociendo el movimiento comunitario que se venía
gestando en torno a las huertas.
Mientras tanto, para muchas comunidades las huertas estaban
pasando de ser consideradas espacios funcionales para la
31. 31
provisión de alimentos para población con carencia de recursos,
a convertirse en espacios de encuentro, ricos cultural y
socialmente, con el potencial de mejorar entornos, promover
el diálogo intergeneracional e intercultural y dinamizar los
procesos de construcción del tejido social. Ahora no solo eran
implementadas y aceptadas en comunidades de bajos ingresos
o ascendencia rural, sino que comenzaba a interesar a sectores
de ingresos medios y altos que no percibían la agricultura urbana
como una alternativa a la falta de alimentos, sino como un
proceso cultural y social cada vez más aceptado como práctica
cotidiana, con intención de arraigo y afirmación de la identidad.
Durante estos años (2016 - 2019) parecía que las instituciones
no lograban entender la velocidad de los cambios que estaban
ocurriendo, la ciudad avanzaba hacia una nueva visión que se
estaba construyendo en barrios y territorios desde los colectivos,
grupos de jóvenes, vecinos y personas que a partir de su
sensibilidad por la naturaleza rechazaban conscientemente la
visión de la administración y, en muchos casos, participaban
activamente en la construcción de otra propuesta de ciudad,
llenando de significado cultural y político su oposición al enfoque
institucional.
Las plantaciones desde las comunidades, la implementación de
pacas y las protestas contra las talas mostraban la profundidad
de los cambios culturales que estaban ocurriendo, tanto en el
conocimiento y las representaciones sobre la naturaleza, como
en la relación con el Estado. Estas rupturas y diferencias se
manifestaron durante el paro nacional del 2021, cuando parte
de los jóvenes que venían trabajando en huertas y pacas en
espacio público se vincularon al movimiento que hizo parte del
estallido social contra el gobierno, reflejando nuevas formas de
ser y de entender que habían surgido en las comunidades en los
últimos años.
Motivado por estas transformaciones, el Jardín Botánico ha
generado cambios en sus procedimientos, de manera que pueda
construir un diálogo con estas nuevas representaciones. A los
procesos de recuperación y tejido de confianza, orientados a la
construcción conjunta de estrategias de manejo y gestión de las
coberturas vegetales, se suman las redes de cuidadores como
ejercicios de acompañamiento, diálogo y formación comunitaria
en conceptos, contenidos y prácticas relacionadas con el
arbolado, la jardinería y los ecosistemas, y quizás el cambio
más significativo, por su alcance simbólico y narrativo ha sido la
implementación de un ritual de despedida de los árboles que
requieren ser talados por condiciones de riesgo.
El ritual es un ejercicio que entiende los vínculos emocionales
de las personas hacia algunos de los árboles de la ciudad
y busca integrarlos en los procesos de duelo. Como vimos
anteriormente, el duelo hacia árboles con vínculos fuertes ha
existido siempre, como lo relatan las despedidas a los árboles
patrimoniales de Guacarí en 1989 y Gigante en 2021 y como se
evidencia en muchas de las intervenciones de manejo silvicultural
que adelanta el Jardín en la ciudad. En esa medida, es propio de
la gestión institucional de una entidad conocida por promover
el cuidado y conservación de las distintas coberturas vegetales,
el reconocer estas relaciones y vínculos afectivos y mostrar
respeto y empatía por las personas y por los árboles, como
seres que hacen parte de las comunidades. A partir de esta
sensibilidad, además, se plantea generar diálogos y acciones
conjuntas que contribuyan al cuidado y acompañamiento a los
árboles en su ciclo de vida con nosotros, mejorando la calidad
de vida de toda la comunidad, tanto de personas como de
plantas.
32. El protocolo de tala consta de cuatro fases y el paso del ritual
de despedida se implementa a petición de las personas más
cercanas afectivamente al árbol; cada uno de los momentos del
protocolo está diseñado para abordar con respeto el proceso
de intervención, pues se entiende que se trata de seres vivos, y
en la implementación se busca fortalecer el diálogo, la gestión
conjunta y la formación ambiental a partir del intercambio
de saberes con los participantes. Los pasos diseñados son los
siguientes:
1. Reconocimiento del riesgo con la comunidad que desea
participar, fortaleciendo el conocimiento de los asistentes y las
prácticas de cuidado del arbolado.
2. Realización de un ritual de despedida, en los casos que
la ciudadanía lo requiera y manifieste su interés en este acto
simbólico.
3. Socialización de la compensación o de proyectos de
plantación identificados en el territorio, y vinculación de la
ciudadanía a las jornadas de plantación.
4. Acompañamiento a la jornada de plantación y a la
corresponsabilidad con los nuevos árboles plantados.
El ritual de despedida ha sido implementado en Tunjuelito,
Suba, Usaquén y Teusaquillo, y ha generado espacios donde
el afecto y el agradecimiento a los árboles por parte de
vecinos y amigos contribuyen no solo al logro efectivo de
las intervenciones sino al fortalecimiento de las relaciones y
los vínculos con los árboles, respetando los procesos de las
comunidades y promoviendo el aprecio y la apropiación por
estos habitantes de la ciudad. En este sentido, se plantea
un cambio cultural pues se evidencian modificaciones en los
conocimientos, las emociones, las actitudes y las prácticas, en
33. donde se enriquece el ámbito de los miembros de la comunidad,
dando cabida a individuos de otras especies y reconociendo
el rol que tienen en nuestra ciudad, no solo por los servicios
que nos prestan sino por su valor intrínseco como seres y por
la generación de afectos que se construye en torno a ellos.
Para el Jardín Botánico de Bogotá, la posibilidad de abordar
sus responsabilidades normativas con estas herramientas es
un factor que contribuye a su naturaleza como institución y le
permite construir un diálogo con las comunidades desde
valores compartidos, recuperando la confianza y vinculando a sus
miembros a estos tejidos colectivos.
Para las nuevas plantaciones se viene implementando un
compromiso de corresponsabilidad, que busca promover
la percepción de los árboles como seres objeto de cuidado
y aprecio que llegan a formar parte de las comunidades y de
las relaciones ecológicas y sociales que se establecen en los
territorios.
ACUERDO DE CORRESPONSABILIDAD
Nosotros la comunidad del territorio,
líderes de los conjuntos residenciales, las juntas de acción
comunal y la ciudadanía participante en la jornada de plantación
de realizada el día de de 202_,
nos comprometemos a trabajar por estos nuevos árboles que
llegan a nuestro territorio. Los cuidaremos para que todos
crezcan en el mejor entorno posible, les daremos agua en
temporadas secas, los acompañaremos y protegeremos durante
su desarrollo, estaremos atentos para que no sean maltratados
o afectados por animales o personas y fomentaremos el cariño
y el aprecio por ellos mediante la sensibilización y la educación
ambiental, con el apoyo de las entidades.
Nuestro reto es que cada uno de estos árboles llegue a
ser un árbol adulto y que pueda desarrollar al máximo sus
34. 34
potencialidades, ser hábitat para aves, insectos,
microorganismos y otras especies de plantas;
respirar y producir el mejor aire posible, para
beneficio de todas y todos; ayudar a mantener
el ciclo del agua y mejorar el paisaje de nuestra
localidad y ser un amigo y compañero de nosotros,
nuestras familias y nuestros vecinos.
Nos comprometemos a participar en las
jornadas de trabajo común para el cuidado y
mantenimiento de los árboles, a buscar siempre
un espacio libre de residuos y escombros, a pedir
apoyo oportuno si percibimos enfermedades
propias de las especies plantadas y a avisar a las
entidades cuando encontremos temas que no
podemos atender nosotros mismos.
Firmamos este compromiso de cuidado y aprecio y
ratificamos nuestra corresponsabilidad en el día de
su plantación como integrantes de la red de apoyo
que buscará las mejores condiciones de vida para
estos arbolitos que desde ahora hacen parte de
nuestra comunidad3
.
Conclusiones
Con este recorrido que recoge algunos
elementos de la relación entre árboles,
plantas y sociedades humanas que se han
establecido en el territorio de la actual ciudad
de Bogotá, consideramos que se evidencia
una interacción de larga duración con diversas
miradas construidas a lo largo del tiempo, en
donde las especies vegetales se han integrado
como elementos significativos dentro de la cultura.
Las representaciones construidas en torno a las
especies vegetales en general y en torno a algunas
especies con mayor significancia cultural, en
particular, han variado a lo largo del tiempo y están
definidas por la visión que tiene de la naturaleza
cada una de las sociedades y actores identificados.
En esa medida podemos plantear que las
sociedades tradicionales, por su cosmovisión
particular y sus modos de producción, construyeron
relaciones más cercanas y orgánicas; también
debemos reconocer que por falta de evidencia nos
es imposible calcular el impacto de las sociedades
tradicionales en los ecosistemas del territorio.
Si bien no se puede asegurar que no se dieran
impactos negativos, la cosmovisión predominante
en este periodo contribuyó a sostener unas
relaciones más sustentables, prueba de ello es la
conservación de los ecosistemas de humedal
durante más de 10.000 años de poblamiento, en
comparación con la pérdida de estos ecosistemas
en los últimos 100 años.
Durante el proceso de urbanización, los árboles
y otras especies vegetales integraron variedades
nativas con especies introducidas, fruto de la
priorización de saberes y técnicas construidas
fuera del país en un momento en que no se
había alcanzado el reconocimiento respecto a la
riqueza de los ecosistemas andinos ni se tenían
claras las potencialidades de las especies propias.
Estos enfoques implementados durante el siglo
3
Texto del acuerdo de
corresponsabilidad para plantaciones
nuevas adelantadas por el Jardín
Botánico en articulación con la
ciudadanía. 2022
35. 35
XX determinaron buena parte del arbolado más maduro que
se encuentra en parques y avenidas de la ciudad actualmente,
conviviendo con especies nativas que por su representatividad,
beneficios y apropiación de las comunidades, mantuvieron
presencia en la ciudad, principalmente en los límites urbanos
y sociales del desarrollo. También es necesario indicar que el
fraccionamiento de los ecosistemas, la funcionalidad de los
procesos urbanos en detrimento de las interacciones ecológicas
y la priorización de servicios ambientales en lugar de enfoques
sistémicos llevaron a la individualización de los árboles, a la
fragmentación de los componentes de las coberturas y a
la percepción de los árboles como parte del mobiliario de
la ciudad. Esta visión promovida institucionalmente entró
en conflicto con los valores y enfoques construidos por las
comunidades, procesos y actores ciudadanos, alcanzando un
punto crítico durante la administración del alcalde Enrique
Peñalosa (2016 - 2019), generando graves afectaciones a la
relación del Jardín Botánico con la ciudad. Sin embargo, como
respuesta a esta problemática se han formulado estrategias
de intervención que reconocen y atienden los vínculos de las
comunidades en su relación con el arbolado, promoviendo
los procesos de apropiación y de corresponsabilidad, y
acompañando estos procesos de cambio cultural incluyendo
enfoques de empatía y proximidad en los procedimientos
institucionales que responden a las creencias, visiones y
expectativas de las comunidades. En esa medida, el ritual de
despedida es una herramienta de cambio cultural que debe
ser tenida en cuenta como una experiencia significativa de
transformación institucional para responder a los avances y
las necesidades de la ciudad y de sus habitantes, incluidos los
árboles.
En cuanto a los elementos epistemológicos presentes en los
procesos de transformación cultural se han recogido enfoques
que integran la desigualdad social y la degradación ambiental
propios del ambientalismo latinoamericano abordado por
autores como Leff y Escobar. También se encuentra la IAP
como metodología preferida para entender la acción social del
movimiento ambiental y en menor medida la educación popular,
para darle forma a los procesos comunitarios ambientales.
Todo ello se ha venido integrando para construir una narrativa
que cuestiona los saberes y las estructuras coloniales y
postcoloniales en una suerte de proceso decolonial no
totalmente consciente pero cada vez más presente en las
narrativas y representaciones de los movimientos de la ciudad
donde el interés por lo ancestral, el cuestionamiento de los
saberes normados y la legitimidad social están cambiando
en medio de la acelerada transformación social y de la nueva
relación entre el estado y los ciudadanos que vive el país desde
la firma del Proceso de Paz con las Farc y la visibilización de
dinámicas que no encontraban el espacio para expresarse por las
dinámicas de la guerra.
Frente a los factores culturales que evidencian transformaciones
en las representaciones de los árboles y en general de la relación
con la naturaleza encontramos la visibilización y legitimidad
de emociones como el afecto, la admiración y el aprecio por
los árboles, en la ciudad hace unos años estas expresiones
eran exóticas o aisladas pero hoy en día las muestra un amplio
sector de los habitantes. Frente al conocimiento se evidencia
una cualificación del saber ciudadano y un cuestionamiento
del enfoque técnico institucional, lo que ha obligado a construir
más y mejores herramientas conceptuales, así como a revisar
permanentemente la vigencia del conocimiento técnico
favoreciendo un enfoque de diálogo de saberes que valora
tanto el conocimiento académico como los saberes locales,
tradicionales y ancestrales y relativiza las relaciones de poder
basadas en la legitimidad del saber avalado institucionalmente.
36. 36
En las actitudes y prácticas se identifican acciones permanentes
de cuidado, acompañamiento y fortalecimiento de los árboles,
tanto a nivel directo sobre los árboles en parques y avenidas
como en la generación de herramientas que permitan la
gestión, conocimiento y apropiación como documentos de
política o elaboración y difusión de documentos y piezas de
referencia para aportar al conocimiento colectivo. Los grupos
de vecinos y vecinas dedicadas a la plantación de árboles, con
apoyo institucional o sin él, la organización en torno a huertas y
pacas y la actitud permanente de vigilancia y cuidado frente a la
vandalización o el daño de los árboles reflejan la visibilidad que
tienen hoy como miembros de una comunidad que crece y se
reconoce en y con ellos.
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• Manual de coberturas vegetales, Jardín Botánico de Bogotá.
38. EL PROGRAMA NATURALEZA,
SALUD Y CULTURA: UNA
APUESTA CONCEPTUAL Y
SENSORIAL PARA RESTABLECER
LA RELACIÓN QUE TENEMOS
CON LA NATURALEZA
• Autores: Didyme -Dome F. Dominique. a, López
R. John. b, Rodríguez. S. Paola c,
• Coautores: d. Castro C. Silvia. e Moreno S. John
Fredy. f, Rodríguez S. Nelson. g, Zuluaga. Layda.
39. 39
Resumen
Conceptualizar el Programa Naturaleza, Salud y Cultura del
Jardín Botánico de Bogotá, permite establecer un contexto
y sustento materialista; sin embargo, el componente que
representa este programa no se puede comprender desde la
unión de las partes, sino desde la integralidad que se considera
en la naturaleza-salud y cultura. Iniciando con un ejemplo en el
relato de una terapia de naturaleza, el documento busca recrear
la propia naturaleza del ser humano en su búsqueda del ser
integral, su relación con el entorno vital y la corresponsabilidad
de su esencia, para así pasar a la disertación de la naturaleza
como concepto y su percepción en la integralidad de un
conocimiento empírico y construido desde la otredad y la cultura
del buen vivir; y por lo tanto, a la respuesta a una calidad de vida
que consiente ser, estar y tener en el aquí y ahora en comunión
con la naturaleza. De forma que se plantea la necesidad de
evolucionar hacia el restablecimiento de una relación más
corporal-sensorial y menos mental-intelectual con el mundo
natural, y tras ello, experimentar el poder terapéutico del sentido
de pertenencia y unidad del reencuentro con la naturaleza.
Palabras clave:
Terapia de Naturaleza, cultura del cuidado, biofilia, naturaleza
urbana, salud, inmersión en la naturaleza
Abstract
Conceptualizing the Nature, Health and Culture Program of
the Botanical Garden of Bogotá, allows the establishment
of a context and materialistic support; however, the component
that this program represents cannot be understood from the
union of the parts, but from the integrality that is considered in
nature-health and culture. Starting with an example in the story
of a Nature Therapy, the document seeks to recreate the very
nature of the human being in his search for the integral being, his
relationship with the vital environment and the co-responsibility
of his essence. Then it runs into a dissertation of nature as a
concept and its perception in the integrality of an empirical
knowledge, built from otherness and the culture of good living
(“buen vivir”); and therefore, to the response to a quality of
life that allows being here and now in communion with nature.
Thus, the need to evolve towards the reestablishment of a more
bodily-sensory and less mental-intellectual relationship with
the natural world, and with that, experiencing the therapeutic
power of the sense of belonging, wholeness and unity of nature.
Key Words: Nature therapy, culture of care, biophilia, urban
nature, health, nature immersions
Tesis
Si comprendemos y nos relacionamos con la naturaleza y
los elementos que la componen desde una manera menos
cognitiva y más sensorial, recordaremos que somos parte de esa
red vital que es la naturaleza, y por tanto, avanzaremos sobre
la creación de una cultura de cuidado que protege y enaltece la
vida misma.
Introducción
Pocos son los lugares que generan tanta expectativa ambiental
como lo es el Jardín Botánico de Bogotá. Desde pequeño, ir
al Jardín Botánico era prepararme para encontrarme con miles
de árboles y cientos de especies vegetales desconocidas para
40. 40
mí. El antejardín de mi abuela en el barrio Palermo era lo más
cercano que tenía para contemplar la vegetación.
Esa mañana soleada de sábado, Silvia me pidió que le
acompañara. Según ella, tendría una actividad con los de
su empresa. ¿Actividad? Pregunté. Silvia contestó: - Sí, una
actividad. Mi jefe nos invitó, o mejor, casi nos obligó. Según ella,
recibiremos una terapia de naturaleza. Ya sé que suena extraño,
pero anímate y me acompañas. Necesito llevar un invitado y a ti
te gusta el Jardín Botánico.
Mis ojos se abrieron un poco más, mis manos se extendieron
y en una actitud de, no comprendo nada, dije: ¿En serio? De
seguro son esas cosas medio hippies de yoga a las que me
invitas. ¡Olvídalo!
Luego de un par de cafés y una sonrisa, hemos llegado.
El guía se ve como los otros guías. Esos que te llevan de
recorrido. No parece hippie – pensé. Lleva al grupo al bosque
de robles para realizar la terapia. Allí nos habla acerca de
disponernos a la actividad. Acto seguido, propone que
sentados, acostados o de pie, apaguemos los celulares para
no distraer la experiencia del otro, nos despojemos de los
zapatos, teniendo en cuenta las ventajas de estar descalzo en
el prado, y a que nos adecuemos a vivir una experiencia desde
el sentir para aprovechar el potencial terapéutico que ofrece la
naturaleza. Justo en este momento, miro a todos que empiezan
a descalzarse. Yo no lo haré. ¿Por qué lo haría?
El guía explica: “Los compuestos aromáticos que desprenden los
árboles, las plantas y las flores, van a despertar nuestro olfato y
de la mano nuestros recuerdos; el olor del bosque y sus colores
producen efectos positivos sobre el cuerpo y la mente. Vamos a
reconectarnos con la naturaleza y, por qué no, con nuestro
interior. La naturaleza nos invita a sentirla y disfrutarla en todo su
esplendor”.
Mi mente continúa confusa. Yo quiero ir al Tropicario a ver las
especies que recuerdo de niño. No quiero estar con los ojos
cerrados, con gente que no conozco. Pero Silvia me mira y me
sonríe. Sus ojos suplican que me quede. Asienta con su cabeza
y baja su mirada a mis pies, tratando de decirme: quítate los
zapatos y haz caso. No comprendo por qué o en qué momento
lo hice.
De repente, el guía, con un tono de voz afectuoso, invita a
integrarse a la actividad para calmar los sentidos y dice: “En
esta inmersión van a aprender el valor de la respiración como
proceso que ayuda a estar en el momento presente, disfrutando
del aquí y el ahora, y a la vez nos concientiza sobre la necesidad
de nutrir las células con el oxígeno que se necesita para vivir
y así hacerse consciente que la naturaleza cuida, provee y
sana. Vamos a realizar una respiración profunda y consciente,
en la contracción y expulsión del aire por estómago o parte
abdominal. Siente y percibe la respiración, el aire que entra, el
aire que sale. Siente y percibe las fosas nasales, la parte más alta
del labio superior. Siente y percibe la respiración, el aire que
entra, el aire que sale. Siente y percibe el espacio que ocupan
las fosas nasales y la parte más alta del labio superior en el
espacio…”
La voz de guía se torna afable y tranquila. Cierro los ojos. los
sonidos son más agudos. El turpial está cantando a lo lejos.
La brisa desciende en mi rostro y el olor se torna conocido.
Pareciera que estuviera en el jardín de mi abuela.
“Siente y percibe la respiración, el aire que entra, el aire que sale.
Siente y percibe el entrecejo. Siente y percibe la respiración,
41.
42. 42
el aire que entra, el aire que sale. Siente y percibe el espacio que
ocupa el entrecejo…”
Nunca había sentido tan lenta mi respiración. Nunca había
sentido mi respiración. Por un momento pienso si aún siguen las
personas que acompañan a Silvia. El guía continuó:
“Siente y percibe la respiración, el aire que entra, el aire que
sale. -Siente y percibe los orificios de los oídos. Siente y percibe
el espacio que ocupan los orificios de los oídos. Siente y percibe
la respiración, el aire que entra, el aire que sale, la saliva que
pasa a través de la garganta. Siente y percibe el espacio que
ocupa la garganta y la saliva que pasa a través de la garganta en
el espacio…”
Es como si pudiera saborear el aire. Mi lengua asemeja un
festín de impresiones. Mi cuerpo está extraordinariamente
relajado…
“Coloca el dedo índice y el dedo anular de la mano izquierda
en el corazón. Siente y percibe la respiración, el aire que entra,
el aire que sale. Siente y percibe el pecho y el corazón. Siente
y percibe el espacio que ocupa el pecho y el corazón en el
espacio…”
Mi corazón. El latido de mi corazón… tac, tac, tac. Una y otra vez.
Le escucho, le percibo….
“Siente y percibe la respiración, el aire que entra, el aire que sale.
Siente y percibe las huellas digitales de los dedos de la mano
derecha. Siente y percibe el espacio que ocupan las huellas
digitales de los dedos de la mano derecha en el espacio…”
Siento hormigueo por mis manos. ¿Será normal? Aun así, no
deseo abrir los ojos….
“Siente y percibe la respiración, el aire que entra, el aire que
sale. Siente y percibe el cuerpo. Siente y percibe el espacio que
ocupa el cuerpo en el espacio, ese espacio que está encima,
debajo, a los lados, al frente y por detrás de ti”.
El guía se ha quedado en silencio. Escucho cómo los pájaros
hacen crujir las hojas de los árboles que se encuentran en el
suelo. Mi respiración es lenta y profunda. Hace mucho no sentía
tanta calma. Decido recostarme y el sol tímidamente toca mis
mejillas. Siento que mi torrente sanguíneo se mueve al ritmo del
viento. El suelo me engancha, me hundo. Toco la textura de las
hojas. Me siento cuidado, protegido y amado.
Luego de un rato el silencio se torna acogedor, casi excelso.
Escucho a lo lejos al guía. Quiere que dibujemos una sonrisa en
nuestra frente y rostro, frotarnos las manos y colocarlas cerca
a los ojos. Luego nos invita a abrir gradualmente los ojos para
visualizar el entorno en el que nos encontramos inmersos. No
quiero levantarme, no quiero abrir los ojos. Todos los presentes
sonríen. Yo me siento como si hubiera dormido mil horas. La
primera sonrisa con que me encuentro es la del guía. Mi mirada
se queda allí. Digo gracias en voz alta e inmediatamente busco
entre los presentes la mirada de Silvia. Todo está en calma, mi
cuerpo, mi mente, el mundo, todo está en calma.
El guía permanece inmóvil, taciturno y su voz acompasada nos
recomienda acercarnos a tocar, oler, sentir, abrazar y observar
lo que más nos llame la atención del entorno y, en lo posible,
dejarnos llevar por la belleza imperfecta de la naturaleza y de
la improvisación, acompañados del silencio que consume el
lugar. Sus palabras resuenan, me levanto casi al unísono. Camino
43. 43
descalzo. Las cosquillas en mis pies son tolerables. Cada rama
o sensación de humedad son escaneadas por mis pies. Levanto
la mirada y es extraño ver a otros seres humanos caminando
entre el bosque, dejándose llevar sin guía, sin mapa digital
o indicación que interrumpa el momento. Así me quedé un
tiempo. Toqué la corteza de un árbol de una forma sutil, casi
buscando su aprobación. No lo abracé. Aun no comprendo
esa acción que he visto en varias ocasiones, pero el resto de
las personas lo hacía. Silvia lo hacía. Con sus ojos cerrados, se
encontraba envolviendo con sus brazos un árbol. Sonriendo
de nuevo, la miré. Contemplé su extraordinario momento de
admiración y respeto por ese árbol.
El guía interrumpe el silencio con un prolongado toque de una
campana. Nunca lo dijo, pero todos los presentes sospechamos
que era momento de regresar al círculo. La belleza imperfecta
de la naturaleza y de la improvisación, palabras que seguían
en mi mente… Regresé, me senté, mi sonrisa seguía dibujada
en mi rostro y contagiaba a quien miraba. La jefe de Silvia, el
muchacho que llegó tarde, la mujer mayor que tenía sus ojos
encharcados de lágrimas, el ejecutivo que llegó con ropa de
oficina porqué tenía una reunión luego de esta actividad. Todos,
absolutamente todos, dibujaban una sonrisa. Y yo también
sonreía.
El guía preguntó: ¿Cómo se sintieron? Esa pregunta atravesó mi
corazón y mi razón. Mis ojos miraron a Silvia en busca de una
respuesta coherente, digna de compartir. Pero Silvia habló y dijo:
“Extraordinaria, relajada. Quiero compartirles una experiencia.
Sucede que, al caminar sobre las hojas secas, me pareció
incómodo, desagradable y molesto. Decidí quedarme quieta,
pero cuando miré más allá, vi el prado, abullonado y confortable.
Caminé un poco más, soportando la molestia y la sorpresa fue
increíble. Se sentía como un tapete. Pensé entonces, ¿cuántas
veces nos quedamos inmóviles ante las adversidades y solo es
cuestión de desplazar la mente y las emociones? Encontrar el
camino.
Mis ojos se abrieron en actitud de sorpresa. ¡Vaya reflexión,
Silvia! Ella que se hunde en un vaso de agua con cada conflicto.
Cada vivencia de ella es una novela llena de drama con llanto
descomunal, pero hoy pareciera haber encontrado alivio y
resiliencia. Los comentarios de los demás también reflejaban
calma, relajación y reflexiones profundas. El mío no lo era
tanto, o eso creía. Mi inmersión en la naturaleza, más allá de
mi sensación de plenitud y la concomitante sonrisa, me llevó
después a una serie de preguntas racionales, que, desde mi
mente de promotor de bienestar, empezaban a resonar y que
le darían continuidad al propósito que me traía hoy: conocer el
potencial terapéutico de la naturaleza…
¿Es posible comprender y relacionarnos con la naturaleza de
otra forma? ¿aumentar el contacto con la naturaleza conlleva a
una cultura del cuidado mío y del ambiente? ¿por qué relacionar
salud humana con naturaleza? Estas son las preguntas que nos
hacíamos con mi amiga Silvia, mientras caminábamos por el
Jardín Botánico después de nuestra terapia de naturaleza. ¡Por
supuesto vamos camino al Tropicario, pero ahora dispuestos
a recorrerlo de una manera distinta, queremos olerlo, tocarlo,
sentirlo, vivirlo!
La experiencia me impactó tan positivamente, que no esperé
para unirme al equipo interdisciplinario que desde el Jardín venía
trabajando en estos temas; y unos meses después, conociendo
más sobre las terapias de naturaleza inspiradas en los baños
de bosque, profundizando sobre el marco teórico y científico
de las inmersiones consientes en ambientes naturales, encontré
respuesta a mis preguntas y otras más que habían motivado a