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EL BARCO
DE VAPOR
¡Guácala!
Óscar Martfnez Vélez
Ilustraciones de
Patricio Betteo
Martínez Vélez, áscar. ¡Guácala!; Ilustraciones de Patricio Betteo -1ª
ed.
- México: Ediciones SM, 2016
Formato digital- (El Barco de Vapor, Naranja) ISBN: 978-607-24-2437-1
1. Literatura mexicana - Literatura infantil 2. Humor -Literatura infantil 3.
Amistad -Literatura infantil 4. Aventura -Literatura infantil
Dewey M863 M37
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¡Guácala!
Portadilla
Que no lo toguen ni las moscas
¡Guácalal
El Gran Morlesín
Como P.ºmP.as de jabón
El serrucho me hace cosguillas
La caja mágica
Sin P.2P.ás
La casa de los Archundia
Los Archundia
Roberta
La caída
Los monstruosos
INDICE
Pelos relamidos ybaño sinjabón
El inventorysu sobrina
Los regalos
Tirulirulín
Al estilo Batman yRobin
La asociación de magos
La investigación
La casa del científico
..L.a.r.ersecución
Como las orejas de Dumbo
Una caja de sorP.resas
Abracadabra
La desP.edidagl!U!Q..J2Udo ser de r.elícula yel regreso
Sesos recalentados
Colorín colorado
fr.ilogQ
Créditos
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QUE NO LO TOQUEN NI LAS MOSCAS
AHORA QUE ESTOY v1EJO debo confesarlo: yo fui un niño insoportable.
Sí, consentido, grosero y llorón. De esos que escupen, pican los ojos
y muerden. Que le levantan la falda a sus compañeras del salón. Que
rompen los juguetes ajenos (y también los propios si ya están
aburridos). Que se meten los dedos a la nariz y hacen la tarea cuando les
da la gana. De esos que se introducen a la boca doce barras de chicle
para después pegarlos en la cola de un gato o en el pelo de un niño
gordo.
-¡Federico me pegó un chicle en la cabeza! -solían acusarme
señalando las pecas de mi nariz.
-¿Yo? No es cierto.
Me encantaba tocar los timbres del vecindario y salir corriendo.
Romper vidrios con la resortera. Y si se trataba de jugar con niñas les
metía unos buenos pellizcotes, aplastaba sus pastelillos de tierra o
pisaba sus muñecas. No era raro que alguien le fuera con el chisme a mi
mamá, pero al poco tiempo dejaron de hacerlo porque ella siempre
contestaba lo mismo.
-Creo que usted está diciendo una mentira, mi angelito no sería
capaz de hacer eso.
Y cuando se alejaba quien me había tratado de acusar, yo lo
alcanzaba, le sacaba la lengua y le hacía una sonora trompetilla.
Yo era el rey de la casa. Me compraban lo que quería, tenía un cuarto
lleno de juguetes donde había desde bicicletas, balones y rifles de
diábolos, hasta yoyos de todos los colores. Solo comía lo que se me
antojaba y, aunque era un glotón de lo peor, estaba tan flaco como una
lombriz pues mi dieta era a base de pastelillos, dulces y refrescos de
cola. Si a la hora de la comida me ponían un plato con sopa de verduras,
yo decía:
-¡Guácala!
De hígado encebollado.
-¡Guácala!
De pollo.
-¡Guácala!
Siempre contestaba lo mismo. Por si esto fuera poco, mis papás me
cuidaban igual que a un tesoro: me traían arropado con un suéter,
aunque hiciera calor, y desinfectaban cualquier cosa que tocara mi piel.
No dejaban que se me arrimara ningún perro, a menos que estuviera
vacunado, y estaban atentos de matar cualquier araña, cucaracha o
mosca que se me acercara.
Este libro es la historia de cómo cambió mi vida y me convertí en un
niño diferente.
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jGUÁCALA!
rooo COMENZÓ cuando yo iba a cumplir diez años, fecha que mi papá
planeaba festejar por una semana entera.
-Ya verás, Federico, iremos a un lugar distinto todos los días y para
tu cumpleaños haremos una gran fiesta con muchos globos, dulces y
payasos.
-¡Guácala! -Como ya saben, esa era mi contestación a todo.
Me atiborraron de juguetes: un trenecito eléctrico, un disfraz de piel
roja, dos cajas de soldaditos, un avión a control remoto, una pistola
espacial y un montón de cosas más. De todo eso algo que no me gustó,
que me pareció lo más aburrido, fue un regalo que no era juguete pero
después pasó a ser una cosa muy importante en esta historia. Venía
envuelto en un papel dorado y cuando lo abrí me dieron ganas de tirarlo.
-¿Qué es esto, papá?
-Es una agenda electrónica.
Aquello era como una pequeña televisión con un teclado.
-¿Y para qué la quiero?
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-Ahí puedes apuntar los teléfonos de tus amiguitos.
-No tengo amigos.
-Déjame buscar algún número para que la estrenes. -Abrió su
agenda, que era un cuadernillo viejísimo-. Aquí hay dos, son de tus
padrinos.
-No los conozco.
-Aunque últimamente no los hayamos visto, debes saber que tienes
dos padrinos.
Lo que en ese momento no me dijo mi papá, es que mis padrinos
eran los personajes más extraños que se puedan imaginar; gente
rarísima que, aún hoy, me pregunto dónde la pudo haber conocido.
Esos días estuvieron llenos de paseos) fuimos al zoológico, al circo,
a la casa de los espantos, al museo de cera y a remar al lago. Y
precisamente una noche antes del gran día, o sea el de mi cumpleaños,
papá dijo:
-Hoy vamos a ir a un lugar mejor que el de ayer.
-¡Guácalal
-Ya lo verás... es mejor que el de ayer.
-¿Vamos a ir a una juguetería?
-No.
-¿Al cine?
-No.
-Ya dime, papá, por favor.
-Vamos a ir a ver al Gran Morlesín.
-¿Y quién es ese señor, papá? Eso suena medio guácala.
-Es el mejor mago del mundo.
-Platícame de él.
-Dicen que es capaz de adivinar cualquier cosa, los pensamientos
de la gente, el futuro y el pasado. Que puede hacer levitar a un elefante o
a un camión de mudanzas sin importar su tamaño. Ve a través de las
paredes aunque estas sean muy gruesas. Y ha desaparecido de todo,
desde hormigas y lombrices hasta locomotoras y ballenas.
-¡Guauuuuuu! -dijo mi mamá, que siempre trataba de
animarme-. ¡Eso suena sensacional!
-A mí no me parece tanto.
En ese tiempo todo lo veía muy aburrido.
-Y no solo eso, también es capaz de comer cualquier cosa-mi
papá siguió.
-¿De verdad?
Aquello no me convencía.
-Sí, desde chinches y moscas hasta clavos y herraduras.
-Habrá que verlo.
-Tenemos que irnos ya) la función está por empezar.
Acompañados hasta por el Pirata, mi perro, y yo con mi cara de
guácala, nos montamos en el coche y nos fuimos al teatro.
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ELGRAN MORLESÍN
AQUELLA NOCHE CAÍA UNA tormenta que parecía el diluvio universal. Mis
papás y yo tuvimos que caminar, protegidos por un paraguas y saltando
entre los charcos, desde donde habíamos dejado el coche hasta la
entrada del teatro.
-Cuidado con el niño, que no se moje -dijo mi mamá-. Que no
le caiga ni una gotita.
-Aquí lo traigo cubierto con mi abrigo -le contestó mi papá.
Afuera había un letrero grandísimo y lleno de foquitos que decía:
SI NO LE TEME A LO DESCONOCIDO
Venga a vera
EL GRAN MORLESÍN
MENTALISTA, ESCAPISTA Y PRESTIDIGITADOR
-Estoy segura que esto le encantará al bebé.
Mi mamá siempre quería que yo estuviera contento.
De una bocina salía una música como de circo.
"¡Guarff... guarff...!" Todavía recuerdo que el Pirata ladraba de
emoción. No era para menos, arriba estaba pintada una tenebrosa cara
de más de dos metros: era el rostro del mago centrado en un marco de
relámpagos amarillos, con esa nariz semejante al pico de un cuervo, con
esa barba de chivo que le llegaba hasta el pecho, con ese turbante que
tenía una piedra verde en el centro y esos ojos de mirada severa bajo
unas cejas peludas como gusanos azotadores.
Yo no supe si eso me emocionaba o me daba miedo. Hubiera
querido verlo por más tiempo, pero la lluvia hizo que nos metiéramos
corriendo bajo la marquesina.
-Vente, muñequito lindo, está lloviendo y además todavía tenemos
que comprar los boletos -dijo mi mamá. Se veía preocupada porque en
la taquilla había una cola que casi llegabahasta la esquina.
-No hay problema -le contestó mi papá-, nosotros ya tenemos
lugares.
Y de la bolsa de su gabardina sacó tres boletos, eran dorados y en el
centro estaba impresa la cara del mago rodeada de estrellitas.
-¡Viva! -grité.
Cuando entramos al teatro lo primero que hicimos fue correr a la
tienda de golosinas.
-¿Qué vas a querer, bebé?
Pedí unos bombones cubiertos de chocolate.
Y mi papá, que en verdad quería agasajarme, además de eso me
compró dos mazapanes, un paquete de chicles, tres chupirules, unos
cacahuates garapiñados, dos muéganos, tres chiclosos de cajeta y un
refresco de uva. Mamá me ayudó a cargar todo aquello hasta nuestros
lugares en la primera fila.
-Fíjate bien por donde pisas, no te vayas a tropezar.
El telón de terciopelo estaba frente a nosotros. Había un murmullo
en las butacas que fue roto por un ladrido de emoción del Pirata.
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"¡Guarff!"
-Pirata, si la función no nos gusta, ladras mucho para molestar a la
gente -le aconsejé y le di un chicloso de cajeta. El Pirata era de los
pocos animales en este mundo que gustaban de comer chiclosos de
cajeta.
En eso se oyó la voz de un presentador.
-Tercera llamada... esta es la tercera llamada... ¡Comenzamos la
función!
Las luces se apagaron. Una música que daba miedo surgió de quién
sabe dónde. Y el haz de un refiector proyectó un círculo en el telón, que
poco a poco se fue abriendo hasta que se pudo ver el otro lado.
Todo el teatro estaba en silencio, esperando.
Se oyó un redoble de tambores, un platillazo y en seguida la voz del
presentador dijo:
-Señoras y señores, niñas y niños, ha llegado el momento
esperado. ¡Desde los exóticos parajes de Cacaratuca... conocedor del
secreto de la salamanquesa y la hipnosis chiriquitueca, con ustedes... el
Graaaaaan Morleeeeeeeeesín!
Hubo una explosión que provocó una nube de humo en el escenario;
cuando se disipó, al centro apareció una figura humana de espaldas.
Entonces ni siquiera las moscas volaban y hasta el Pirata había dejado
de mascar su chicloso de cajeta. Aquella silueta traía una capa color
violeta llena de estrellitas titilantes. La luz del círculo se hizo más
intensa. Y, como si el piso se moviera, empezó a girar lentamente hasta
quedar de frente al público. Se trataba del Gran Morlesín. Extendió una
mano y de ella surgieron algunas chispas que se transformaron en una
llama de fuego. Eso provocó en el público un:
-¡Ohhhhhhhhhhhhh!
La llama creció hasta casi llegar al techo. Con el resplandor que
producía se podían distinguir los rostros sorprendidos de los
espectadores. Extendió su otra mano y ahí surgió una segunda llama.
Después le salió una más arriba del turbante y a continuación lo rodeó
un círculo de fuego que solo duró unos segundos. En el momento que
estaba más brillante, se apagó... y al mismo tiempo desapareció el mago.
El público soltó otro:
-¡Ohhhhhhhhhhh!
Pero la sorpresa de todos fue mayor cuando atrás se oyeron unas
risas.
-¡Ja ja ja ja!
Sí, de alguna inexplicable manera, el mago ahora estaba en el pasillo
de atrás. El público soltó otro:
-¡Ohhhhhhhhhhhh!
El teatro se cimbró en una cascada de aplausos. Él hizo una caravana
de agradecimiento, levantó su capa y desapareció ante los ojos de los
espectadores. Se esfumó y apareció de nuevo, una fracción de segundo
después, en el escenario. Hubo más aplausos. Hizo otra caravana.
Lo que siguió fue tan impresionante que hasta me tragué el chicle.
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COMO POMPAS DE JABÓN
EL MAGO DIJO:
-Para el siguiente experimento voy a solicitar la cooperación de un
voluntario.
En las butacas se volteaban a ver unos a otros. Como nadie se
ofreció, él decidió escoger a una persona. Paseó por el público aquellos
ojos enmarcados en sus peludas cejas.
-¡Yo, señor, yo! -grité.
Pero el Gran Morlesín ni siquiera me oyó pues detuvo y clavó su
mirada en una señora gorda que estaba sentada a un lado de nosotros.
Señalándola, le dijo:
-¡Usted!
Ella volteó para los lados, se veía muy asustada.
-¿Yo? -preguntó.
Con un movimiento de cabeza, el Gran Morlesín le dijo que sí. La
señora estaba temblando.
-¿Yo? -volvió a preguntar.
Él asintió con la cabeza.
-No sea miedosa -le grité.
Del susto no se podía nimover.
-¿Yo?
Él se le quedó viendo y le contestó:
-Sí..., usted.
La señora se paró, caminó hasta las escaleras del escenario y entró
en el círculo luminoso donde estaba el mago. El teatro casi se cayó con
los aplausos que parecían ovacionar el valor de aquella mujer.
"¡Guarff...!", el Pirata ladró.
La señora hizo una caravana y el mago la volteó a ver evidentemente
molesto.
-¿Lista? -le preguntó él.
Ella dijo que sí con la cabeza, él tronó los dedos y entró en el
escenario otro personaje. Se trataba de un enano patizambo, de caminar
lento, con una nariz enorme, unas greñas tan erizadas que parecían las
cerdas de una escobilla y vestido con un traje de fantasía. En una mano
traía un banquito de madera.
-¡Déjalo ahí, Ñandú! -le ordenó el mago.
Al parecer aquel ayudante era medio tonto, porque después de la
orden se quedó viendo al mago sin moverse.
-¡Te digo que lo dejes ahí! -repitió.
El enano asintió con la cabeza, se rascó una oreja y le contestó:
-¡ Mhmmm!
Puso el banco en el suelo.
-¡Ahora, vete!
El enano salió del círculo de luz. La señora lo siguió con la mirada
hasta que desapareció. Con un pañuelito limpió el brillo de su cara y casi
en un cuchicheo le preguntó al mago:
-¿No me sucederá nada?
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-¡Siéntese ahí! -fue lo único que le dijo.
Obedeció.
Él se paró frente a ella, se cruzó de brazos, cerró los ojos y de su
boca salió un extraño sonido nasal. -¡Mhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!
La señora se veía muy asustada, tenía el pañuelito empapado. Y
sucedió algo extraordinario, empezó a despegarse del piso. Muy
lentamente. Como si fuera una pompa de jabón. Como si fuera más
liviana que el aire.
El público lanzó otro:
-¡Ohhhhhhhhhhhhhhh!
Ella se fue elevando hasta que llegó al techo. Allá se detuvo, igual a
los globos que a veces pierden los niños. Entonces le entró un ataque de
risa que fue subiendo de tono.
-¡A callar! -le ordenó el mago dando una palmada.
Y como si se hubiera olvidado de ella, volteó a ver al público y dijo:
-Ahora voy a solicitar la cooperación de otro voluntario.
Lo que sucedió después hizo que me tragara el segundo chicle de
esa noche.
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EL SERRUCHO ME HACE
COSQUILLAS
EL MAGO HABÍA PEDIDO la cooperación del segundo voluntario de esa
noche, pero como la gente estaba impresionada por lo sucedido con el
primero, permanecía en silencio.
Aprovechando, grité:
-¡Yo!¡Yo!¡Yo!
No tuve suerte, me ignoró y señaló a una señorita de las últimas
filas.
-¡Usted!-dijo.
-¿Yo? -preguntó ella.
-¡Sí! -le respondió-, usted. ¡Venga en este momento!
Ella se paró, caminó por el pasillo y subió al escenario.
-¡Ñandú!-gritó el mago.
El enano entró empujando una caja montada sobre una mesa con
ruedas, que tenía la misma forma de un ataúd.
-¡Detente en este lugar!-le ordenó el mago.
La señorita estaba pálida, todo el tiempo se quitaba un mechón de
pelo que le caía sobre la cara. El enano abrió la caja y se retiró. El mago
señaló hacia el interior.
-Si me hace favor -le dijo.
Ella se metió.
-Gracias.
Al mismo tiempo que él cerraba la caja, ella sacó los pies por un
extremo y su cabeza por el otro.
-¡Ñandú!-gritó de nuevo.
El enano entró por donde había desaparecido, esta vez traía un
enorme y resplandeciente serrucho, casi lo arrastraba.
-Puedes retirarte, Ñandú-le dijo cuando tuvo el serrucho entre
sus manos.
Pero el ayudante parecía no haber escuchado.
-¡Que te retires! -le volvió a ordenar.
Ñandú se dio la media vuelta y desapareció por un extremo.
-¿Lista? -le preguntó a la señorita. Pero antes de oír su respuesta
puso los dientes de la hoja justo en medio de la caja, y empezó a
serruchar con fuerza. En el piso se formó una montañita de aserrín.
Cuando el público estaba más atento a lo que sucedía, ella soltó un
grito.
-¡Ahhhhhh!
Eso en nada le importó al mago, que seguía serruchando.
-¡Uhhhhhh! -se volvió a quejar la muchacha-. ¡Me duele!
Aquello, en vez de parar el movimiento que el mago con el serrucho,
aumentaba su velocidad y le provocaba una sonrisa muy similar a la de
los jugadores de baraja que se saben ganadores.
-¡Por fin!-dijo cuando la hoja atravesó la caja.
Se agachó para observar el corte realizado y lanzó un grito.
-¡Ñandú, ven acá!
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Volvió a entrar el enano.
-¡Toma la caja por aquel lado!
El enano cogió el extremo por donde salían los pies, el mago tomó la
parte por donde salía la cabeza.
-¡Ahora!
A esta orden cada quien jaló de su lado, partiendo en dos el cuerpo
de la muchacha.
Hubo una explosión de aplausos. El Gran Morlesín hizo una
caravana. Ella volteaba en todas direcciones, y sus piernas, separadas
varios metros, no paraban de patalear.
-Viene lo más interesante del experimento -anunció el gran
Morlesín-. Uniré las dos mitades del cuerpo.
El público aplaudió. El mago empujó el extremo de la cabeza hasta
que se juntó al de los pies, y el ayudante le dio una mascada color uva. Él
la extendió y la mostró por sus dos lados, después cubrió con ella esa
parte de la caja donde se partía en dos.
-¡Polvos mágicos! -gritó.
El enano se fue a un extremo y enseguida volvió cargando un frasco
de cristal, que en su interior tenía una extraña fluorescencia verde. El
mago destapó la botella, metió una mano, tomó un puñado de polvo y lo
lanzó sobre la mascada, diciendo al mismo tiempo:
-¡Sim salabim, que se una de nuevo este cuerpesín!
Después de eso quitó la mascada... y casi se le salen los ojos al ver
que la rajada hecha con el serrucho aún seguía sin cerrar.
-No pasa nada -murmuró.
Acomodó nuevamente la mascada sobre la caja, tomó un puñado de
polvos y dijo las palabras mágicas.
-¡Sim salabim... que se una de nuevo este cuerpesín!
Quitó la mascada y casi se cae del susto al descubrir que el cuerpo
seguía separado.
-No pasa nada -murmuró.
Colocó la mascada sobre la caja y echó los polvos mágicos. Pero no
un puñado, como las otras dos veces, en esta ocasión vertió todo el
contenido de la botella.
-¡Sim salabim, que se una este cuerpesín!
En el teatro se hizo un gran sileli1cio.
Levantó por un extremo la mascada, se asomó y le ordenó al enano:
-Llévate esto.
Su ayudante empujó la caja mientras la señorita reclamaba.
-¡Oiga, no me puede dejar así! ¿Cómo voy a ir a trabajar partida en
dos?
-¡Música, maestro! -ordenó el mago.
Las trompetas y los tambores empezaron a sonar al mismo tiempo
que la muchacha desaparecía por uno de los lados; poco a poco sus
gritos se oyeron más lejos.
Lo que sucedió a continuación provocó que me tragara el tercer
chicle de la noche y que casi me hiciera pipí.
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LA CAJA MÁGICA
. -
MORLESIN EXCLAMO:
-Para el último experimento de esta noche voy a solicitar la
colaboración de una familia entera.
En ese momento yo me di cuenta que se trataba de una oportunidad
y levanté la mano. El Pirata me veía tan emocionado que lanzó un
ladrido.
"¡Guarff..!"
Ese ladrido hizo que por vez primera el mago volteara y posara sus
ojos sobre nosotros.
-¡Nos está viendo!-grité.
Extendió uno de sus brazos y nos llamó al escenario. Así, papá,
mamá, mi perro y yo subimos en fila.
-¡Qué emoción!-volví a gritar.
El público aplaudió. El mago tronó los dedos y de nuevo apareció el
enano por un lado. Venía empujando una enorme caja, mucho más
grande que la otra. Estaba decorada con dibujos de lunas, estrellas Y
cometas. Cuando la puso en el centro, con una mirada el mago le indicó
que se retirara.
-¡Mhmmm! -le contestó. Se rascó la cabeza y se fue.
Después el mago abrió por un lado la caja, metió una mano para que
se notara que adentro no había truco, y enseguida nos invitó a pasar.
-¿Quiere que entremos ahí?-preguntó mi papá un poco nervioso.
Él movió la cabeza afirmativamente.
Mi mamá estaba muy seria.
-¿De verdad quiere que entremos ahí?-preguntó ella con miedo.
Y el público, que ya se estaba aficionando a ver cosas extrañas,
empezó a gritar:
-¡Que entren! ¡Que entren! ¡Que entren! ¡Que entren! ¡Que entren!
Aunque a mis papás no les gustaba mucho la idea, fue tanta la
insistencia que ya no pudieron hacer otra cosa, y la primera en poner un
pie ahí fue mi mamá. Hubo aplausos como si estuviéramos por partir a
la luna. A ella la siguió mi papá, lo que provocó más ovaciones. Y casi
por instinto el Pirata se metió corriendo a un rincón, aquello fue tan
gracioso que se oyeron varias risas.
-Ahora sigo yo -dije. Pero cuando estaba por entrar me di cuenta
que ya no cabía y traté de meterme a la fuerza.
-Muévete un poco, mamá, no quepo -supliqué---. Hazte para allá,
Pirata.
El mago me observó y movió la cabeza negativamente.
-¿Qué?-pregunté.
Volvió a negar con la cabeza y dijo:
-Tú no cabes.
-Pero...
-Tendrás que esperarlos afuera.
Mi papá se puso muy serio.
-Oiga, yo quiero que mí hijo nos acompañe.
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-Ya no cabe, y el que dice aquí cómo se hacen las cosas soy yo.
Esa era la primera vez en la vida que alguien no le cumplía sus
caprichitos a ese chamaco consentido... que era yo.
-El baby quiere venir con nosotros -insistió mi papá-, y mañana
es su cumpleaños.
En ese momento intervino mi mamá, a quien ya le urgía terminar con
aquello.
-Deja de discutir, hagámosle caso. Después vamos a regresar con
Federico allá aba...
No se terminó de oír lo que ella decía, el mago cerró de un portazo la
caja. Yo me quedé ahí paradosin saber qué hacer.
-¿Qué esperas? -me preguntó.
-Solo quería despedirme de ellos -le contesté.
Abrió una ventanita por donde aparecieron las sonrientes caras de
mis papás.
-No te mortifiques, mi rey. No tardamos nada -gritó mi mamá.
-Cuando salgamos te voy a comprar más dulces -gritó mi papá.
-Ya fue suficiente.
El mago se estaba poniendo de malas.
-¡Adióóóós! -se despidieron mis padres moviendo los dedos de la
mano.
Después se abrió otra puertecita abajo, por ahí se asomó el Pirata.
"¡Guarff!"
-Adiós -les contesté y les mandé un beso.
-Te queremos much...
El Gran Morlesín cerró las ventanitas de un golpe, levantó una mano
y señaló hacia las butacas.
-Regresa a tu lugar.
Ante la mirada del público caminé a las escaleras, bajé del escenario
y me fui a mi asiento.
-Ahora continuaremos con esta magia -anunció parándose detrás
de la caja. Extendió los brazos y, moviendo ligeramente la punta de los
dedos, cerró los ojos.
El Gran Morlesín parecía muy concentrado.
Pronunció las siguientes palabras:
-¡Chirriscuquiscuquis!
Enseguida caminó alrededor de la caja con los brazos extendidos, se
paró frente a la puerta y la abrió. Aquello dejó al público tan
impresionado que lanzó un grito.
-¡Ohhhhhhhhhhhhhhhhhh!
Quizá el más impresionado era yo: la caja estaba vacía. Mi familia
había desaparecido. Hubo una explosión de aplausos que el mago
agradeció con una inclinación de cabeza.
-Ahora viene lo más difícil -dijo-: aparecer de nuevo estos
cuerpos.
Se oyó la voz del presentador.
-Pedimos a nuestro amable público que durante la siguiente parte
de la función guarde silencio, ya que puede ser muy riesgoso para el
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mago y para los voluntarios.
Sonó un redoble de tambores. El Gran Morlesín cerró los ojos.
Extendió los brazos hacia la caja y trató de pronunciar las palabras
mágicas.
-Chis... Chis... Chis... -pero ellas no venían a su mente-. Chis...
-Se rascó la cabeza, las había olvidado.
Después de unos segundos la tensión fue rota por un platillazo.
Caminó hasta la caja, la abrió... aún seguía vacía. Todos guardaban
silencio.
El mago hizo un gesto. De nuevo se paró junto a la caja. Cerró los
ojos. Trató de traer las palabras a la memoria y no pudo. Extendió los
brazos. Sonó el redoble de tambores. El platillazo. Caminó hasta la
puerta, la abrió y... nada.
Seguía el silencio.
Hizo una sonrisa como no se le había visto antes, más parecía de
preocupación que de otra cosa. Aventó la puerta. Dio dos vueltas
alrededor de la caja. Se paró. Tomó aire. Cerró los ojos. Extendió los
brazos. Se oyó el redoble de tambores. El platillazo. Abrió la puerta y...
nada. El interior de la caja seguía vacío.
Entonces se escuchó la voz del presentador:
-Les agradecemos el honor de su presencia... La función se da por
terminada.
Casi al mismo tiempo que daban este anuncio, se corrió de golpe el
telón y se prendieron las luces para que la gente se fuera. Yo estaba ahí
parado, viendo cómo el teatro se empezaba a vaciar. A nadie le
importaba que mis papás no hubieran aparecido.
-¡No se vayan, esperen! ¿Qué, no se dieron cuenta que ese señor
desapareció a mis papás?
La gente me volteaba a ver extrañada.
-¡Vente, vente! -oí que una señora le decía a su hija-. No le hagas
caso a ese niño.
En ese momento lo único que se me ocurrió fue correr hacia el
escenario.
-¿A dónde crees que vas?-gritó un guardia que me vio brincando
de una butaca a otra. En el pasillo se había hecho un congestionamiento
con la salida de la gente.
Yo no le hice caso, ni siquiera lo volteé a ver.
"¡Priiiiiiiiiiiiiiiiii!" El guardia tocó su silbato.
Llegué hasta el escenario, me agarré de la orilla para impulsarme, di
un brinco y atravesé la cortina por abajo. Del otro lado seguía oyendo los
gritos del guardia.
-¡Alto, en nombre de la ley!
A mí no me importó. Tenía que encontrar a ese mago para que me
regresara a mi familia. El escenario estaba en penumbras. en el centro
aún se podía ver la caja. La revisé. Estaba vacía. En eso oí una voz atrás
de mí.
-Por fin te atrapé, pilluelo -sí, era el guardia-. Creías que te ibas a
escapar.
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Como me di cuenta que ahíno había nada que me sirviera, decidí
examinar la parte de atrás del teatro.
-¡Espera!-gritó cuando me vio salir corriendo.
Así llegué hasta una puerta que tenía pintada una estrella plateada y
decía:
El GRAN MORLESIN
Era el camerino del mago. Traté de abrirlo, pero estaba cerrado con
llave. Los pasos del guardia se oían cada vez más cerca. Entonces, como
en las películas de espías, le di una patada a la puerta, pero estaba vacío.
-Ahora sí, te atrapé.
El guardia ya estaba en el camerino y me tapaba la puerta. Esto no
fue ninguna barrera, me deslicé por el piso pasando bajo sus piernas y
corrí hasta una salida que daba directamente al estacionamiento. Desde
ahí alcancé a ver al mago que se trepaba en un Cadillac negro. Era un
viejo coche que en la parte de atrás tenía dos aletas parecidas a las de un
tiburón. Al volante iba el enano.
-¡Oiga!-grité-. ¡No se puede ir y dejarme sin mis papás!
El mago volteó, me reconoció y de un brinco se metió al coche
cerrando la portezuela.
-¡En marcha, Ñandú!
Aunque corrí ya no los alcancé, desaparecieron chillando llanta en la
esquina.
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SIN PAPAS
ME QUEDÉ MIRANDO la esquina por donde huyó el culpable de haber
desaparecido a mis papás.
Por la puerta salió el guardia que me venía correteando.
-Has tenido suerte de agarrarme de buenas, si no te hubiera dado
tu merecido.
Después de esto se volvió a meter al teatro.
-¡Señor! -le grité-.¡Espérese!
El guardia se asomó.
-¿Qué quieres?
-Necesito que me ayude.
-¿A qué?
-El mago desapareció a mi papá, a mi mamá y hasta a mi perro.
-¿Y qué quieres que haga? Yo no tengo la culpa de su mala
memoria.
-¿Mala memoria?
-A ese mago siempre se le olvidan las palabras mágicas.
-Tiene que atraparlo.
-A mí solo me pagan por atrapar ladrones... y a niños que se meten
en donde no les importa. Mejor vete si no quieres que te dé tu merecido.
Me dieron ganas de hacer berrinche: era la segunda vez en mi vida
que alguien no cumplía mis deseos. Entonces supe que no tenía caso
seguirdiscutiendo y empecé a caminar por la banqueta. Ya había parado
de llover, solo quedaban los charcos donde se reflejaban los postes del
alumbrado. Parecía que una parte de la ciudad se había derretido y se
había quedado ahí estancada.
Así llegué a mi casa. Traté de entrar por la ventana de la sala, por la
cocina y por el baño; de haber tenido una escalera lo hubiera intentado
por la chimenea como Santa Claus. Cuando mi papá decía que la casa
era a prueba de ladrones, en verdad tenía razón. La luz de la puerta
estaba encendida, él siempre la dejaba asícuando salíamos. Todo lo
demás permanecía en completa oscuridad.
Después de muchos intentos, me fui a sentar a la banqueta.
-Ni modo, tal parece que esta noche tendré que dormir en la calle
-me dije.
Y cuando estaba por escoger el lugar menos mojado del jardín
recordé algo:
-Mis padrinos, el teléfono de mis padrinos.
Saqué mi agenda electrónica, la traía en una bolsa del pantalón. La
encendí y en la pantalla aparecieron los dos números que había escrito
mi papá.
Padrino Ciro Montoya: 54 88 78 35
Padrino Tiburcio Archundia: 55 36 07 21
Caminé hasta la esquina, donde había un teléfono público.
Descolgué el auricular y metí una tarjeta por la ranura. Marqué el primer
número, el de mi padrino Ciro. Solo había que esperar. Me froté las
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manos. Pasó más de un minuto.
-Parece que no hay gente en casa, voy a llamar al otro.
Colgué, volví a descolgar y marqué el teléfono de mi padrino
Tiburcio. Me froté la manos. Al segundo timbrazo descolgaron la bocina
y una voz lenta, grave como el sonido de un tambor, que casi parecía de
ultratumba, dijo:
-Bueno...
Me quedé callado, tenía un sentimiento que no sabía si era de
emoción o de miedo.
-Bueno... -volvió a decir la horrñble voz-. ¡Contesten!
Y justo cuando yo estaba por decir hola, colgaron.
-¡Padrino! -grité.
Después de eso volví a marcar el número. Esta vez tardaron un poco
más en contestar. Después de un rato se oyó de nuevo aquella voz que
parecía de monstruo.
-Bueno...
-Hola, padrino.
Del otro lado se hizo un silencio.
-¿Padrino? -repetí.
Seguía el silencio. Yo también me quedé callado.
-¿Con quién quieres hablar? -me preguntó la siniestra voz.
-Con mi padrino, soy Federico.
Se oyó un cuchicheo, la persona que había contestado estaba
hablando con alguien más.
-¿Buscas a don Tiburcio?
-Sí, a mi padrino Tiburcio. ¿No es usted mi padrino Tiburcio?
-No..., yo soy su hija.
Aquello me desconcertó. Si difícilmente se podría creer que esa era la
voz de un hombre, más difícilmente se creería que era la de una niña. Me
recordaba la de esos mayordomos que salen en las películas de miedo.
-Disculpa, ¿me podrías comunicar con mi padrino?
-Espera un momento.
Se volvieron a oír más cuchicheos. Después de un rato, por fin
contestaron:
-Bueno...
Esta voz era todo lo contrario a la otra. Tenía el mismo timbre agudo
de las ventiscas cuando chifian por entre los cristales o de las ratas
cuando chillan o de los cochinos cuando tienen mucha hambre. Yo
estaba aún más sorprendido.
-¿Quién habla? -pregunté.
-Don Tiburcio.
Aunque la voz tenía ese tono agudo que se podía atribuir a cualquier
personaje de las caricaturas, quizá la severidad con que pronunció estas
palabras me convenció que en el auricular estaba un adulto.
-Hola... -dije.
-¿Quién habla? -volvió a preguntar.
-Soy su ahijado...
-¿Mi ahijado?
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-Sí, Federico.
Al otro lado se hizo un silencio que después fue roto por un sonoro:
-¡Ahhhhhhhhhh! Ya sé quién eres. ¿Y para qué me estás hablando a
esta hora?
-Quería ver si me podía ir a dormir con ustedes.
-¿Con nosotros?
-Sí, con ustedes.
-Oye, niño, hace más de diez años que no veo a tu papá; y a ti si te
encontrara en la calleni siquiera te reconocería. Y de repente me llamas a
las doce de la noche para ver si te puedes quedar a dormir en mi casa.
¿No te parece muy extraño?
-No, porque usted es mi padrino. Y se supone que los padrinos
siempre ven por sus ahijados.
-¿Y tus papás?
-No están aquí.
-¿Dónde están?
-Sé que no me lo va a creer y que suena muy fantástico, pero los
desapareció un mago.
-¿Quieres decirme que no estás con tus papás porque los
desapareció un mago?
-Así es, a ellos junto con el Pirata.
-¿El Pirata? ¿Quién es el Pirata?
-Así se llama mi perro.
-O sea que tú no estás con tus papás porque los desapareció un
mago junto con tu perro.
-Sí.
-¿Crees que me chupo el dedo?
-No, es verdad.
-¿Y lo único que quieres es dormir aquí esta noche?
-Sí.
-Está bien, no me gusta mucho la idea, pero vente para la casa.
Aquí veremos en qué puedes ayudar.
-¿Y cómo le hago para llegar?
-Muy fácil, hazle la parada al primer camión de la basura que veas y
dile que te lleve a casa de los Archundia.
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LA CASA DE LOS ARCHUNDIA
NO TARDÓ MUCHO en pasar el primer camión de la basura, a esas horas
ya venían de regreso, cargados hasta casi desbordarse después de un
largo día en la ciudad. Le hice la parada como si se tratara de un camión
urbano. El armatoste detuvo su marcha junto a mí, parecía un enorme
dinosaurio. Sacaba humo de los lados.
-¡Guácala! -dije instintivamente. Aquel camión estaba lleno de
moscas, miles volaban alrededor de él.
-¿Qué quieres, niño? -me preguntó el chofer, que era un señor
con la cara forrada de pelos igual que un hombre lobo. De momento
tuve miedo y me costó trabajo articular las primeras palabras.
-Me... Me... Me... -No quería ni abrir la boca, sentía que se me
iban a meter las moscas-. ¿Me puede llevar a casa de los Archundia?
Al oír aquel apellido, el rostro del hombre se transformó en una
enorme sonrisa.
-¿Vas a casa de los Archundia? -preguntó.
-Sf, señor.
-Con gusto te llevo.
De un salto me trepé a la cabina del camión. Después de las moscas,
lo siguiente que me recibió en el interior fue un penetrante olor a leche
cortada que me hizo llevar las manos a la nariz.
-Entonces vas a la casa de los Archundia.
-Sf. ¿Usted los conoce?
Yo no quería ni respirar.
-Claro que los conozco, quién no los conoce.
Me impresionó la popularidad de mi padrino.
-¿Y de dónde los conoce?
El chofer me volteó a ver, bajó la velocidad del camión, se sacó un
cigarrillo que tenía en la boca y me contestó.
-De donde todo mundo los conoce.
Se metió de nuevo el cigarrillo a la boca, dio una chupada que hizo
más intenso el anaranjado resplandor de la punta y hundió el pie en el
acelerador. Traté de pensar alguna pregunta que me dijera más de mi
padrino.
-¿Y qué es lo que le agrada a usted de los Archundia?
Exhaló una voluta de humo que se deshizo en el aire y dijo:
-Los monstruosos.
Yo me quedé con la boca muy abierta.
-¿Los monstruosos?
Sonrió al mismo tiempo que hada un cambio en la palanca de
velocidades.
-Me encantan.
-¿Le encantan?
El hombre se rascó los pelos de la cara y me volteó a ver con
curiosidad.
-Qué preguntas me hace... ¿A ti no te gustan?
Sentí ganas de estornudar. Eso, aún hoy, me sigue sucediendo
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cuando me pongo nervioso.
-¿Qué cosa?
-Pues de qué estamos hablando.
-De... los monstruosos.
-¿A ti no te gustan?
Tuve que contestar con una mentira.
-Sí, sí me gustan.
El chofer sonrió como si a su mente hubiera llegado un grato
recuerdo.
-Son maravillosos.
Así el camión recorrió varias calles, hasta la orilla de la ciudad, yo
había estado muy atento de la ruta que seguíamos. Me di cuenta de que
estábamos lejos de mi casa.
-¿Falta mucho para llegar?
-No.
Tiró a la calle lo que restaba de su cigarrillo.
Las casas cada vez eran menos y en su lugar se podían ver las
formas de un bosquecillo de árboles recortado contra la luna, esa luna
que nos miraba como un inmenso ojo amarillo, como un foco viejo. De
pronto los árboles desaparecieron y dieron lugar a unas montañas muy
raras.
-¿Qué es eso?-le pregunté al chofer.
-Nuestro negocio.
No necesité más explicaciones para entender que eran montañas de
basura.
Y así, mientras observaba esas siluetas que se levantaban como lo
que parecía un paisaje marciano, el chofer anunció:
-Hemos llegado.
El camión se detuvo. Me asomé por la ventanilla, el corazón se me
aceleró.
-¿Aquí es?-le pregunté.
-Sí.
Sentí un escalofrío que solo recordaba haber experimentado en el
cine: en las peores escenas de las películas de terror. Ante mí se
levantaba una siniestra mansión.
-¿Está seguro que es aquí?-volví a preguntar.
-Claro, esta es la casa de los monstruosos.
Me rasqué la nariz. Pensé que los monstruosos quizá eran los hijos
de mi padrino. Quise encontraralgún pretexto para no quedarme ahí,
algo que conmoviera al hombre.
-Este lugar está muy tenebroso.
-Mira, niño, no tengo tu tiempo. Ya tengo que irme.
Viendo que no podía hacer otra cosa, me tuve que bajar del camión.
En el suelo me arrepentí.
-¡Oiga! ¡Espere!
Por más que grité, el chofer no me hizo caso y arrancó expulsando
una nube de humo que me dejó tosiendo.
Cuando se disipó la nube, me tallé los ojos y volví a ver la
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construcción que se levantaba frente a mí.
-Vaya, en qué casa tan fea vive mi padrino-me dije.
Y tenía razón, en verdad era feo ese lugar que parecía estar a punto
de derrumbarse con su torreón donde revoloteaba un grupo de
murciélagos que piaban como pollos; sus ventanas de cristales
estrellados; la reja semiderruida que la maleza se empezaba a tragar, y
aquel bosquecillo de árboles secos que a la luz de la luna semejaba un
ejército de monstruos.
Sentí un sudor frío.
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El viento me embarraba los pelos en la cara. Me froté las manos.
Miré para los dos lados de la calle, estaba desierta, y caminé con pasos
cautos hacia la puerta de la casona. Busqué un timbre, pero lo único que
encontré fue el agujero en donde alguna vez hubo uno.
Desde ahí, el interior del jardín se veía más feo: las plantas estaban
tan crecidas que daban la impresión de haber devorado la casa; las
raíces de un árbol la levantaban por un lado; las escaleras tenían
cuarteaduras, y los matorrales trepaban las paredes como si fueran
náufragos agarrándose de un barco que se hundía.
Observé que la puerta de la reja estaba entreabierta y decidípasar.
Así atravesé el caminito, brincando algunas arañas peludas, una que otra
lagartija y lo que parecía la cola de una víbora, hasta llegar a la puerta de
la casa. Subí al porche construido con madera que ya estaba podrida y
que crujía bajo mis pies a cada paso. Toqué.
Se oyeron unas pisadas lentas que se acercaban por el otro lado. Me
eché un salivazo en la palma de la mano y me la pasé por el pelo para
darle una rápida peinada. Tronaron los fierros de la chapa, estaba dando
vuelta. La puerta se fue abriendo muy lentamente, con un crujir de
goznes oxidados igualito al de las películas de terror, mientras se
proyectaba en el piso una luz anaranjada y una sombra.
Descubrí que esa sombra pertenecía a una de las criaturas más
horripilantes que había visto en mi vida.
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LOS ARCHUNDIA
sí, ESE N1Ño QUE FUI vo hace muchos años estaba aterrado ante la
criatura más fea que había visto en su vida. Pero aquí es necesario hacer
una corrección: yo no estaba aterrado ante la criatura más fea que había
visto en mi vida, estaba horrorizado ante el grano más feo que había
visto en mi vida.
Aquel ser que abrió la puerta lo tenía en la punta de la nariz, y no se
trataba de un grano como cualquiera. Se trataba de un grano muy
grande, casi tan grande como una uva. De color amarillo y con una
punta verde. Alguien con imaginación lo hubiera visto como un ojo.
-Es un grano-aclaró la criatura que estaba parada en la puerta.
Yo moví lentamente la cabeza, sin despegar los ojos de ahí.
-Tú has de ser Federico -agregó.
Me di cuenta que esa era la misma voz que había oído por el
auricular del teléfono: voz aflautada, como de ratón, voz de caricatura.
En la escuela hubieran dicho que tenía voz de pito.
El dueño de la voz en verdad era siniestro pues, además de tener ese
enorme grano en la nariz que brillaba como una manzana, tenía la
cabeza hundida entre los hombros de un cuerpo similar a un tonel, Y
una maraña de pelo donde cualquier piojo se hubiera perdido igual que
en el Amazonas.
-Tú has de ser Federico -volvió a decir.
-Sí, soy yo.
La criatura hizo una sonrisa que dejó ver la ausencia de varios
dientes y extendió los brazos para estrecharme entre ellos.
-Yo soy tu padrino don Tiburcio.
Entre los brazos del que acababa de presentarse como mi padrino,
percibí un fuerte olor a salami. Con el paso de los días ese olor sería
parte de mi vida diaria.
-¡Qué gusto! -dije tapándome la nariz.
Mi padrino estaba en camiseta, y cuando le toqué la espalda con una
mano sentí que algo aguado y pegajoso se me embarró en la palma.
Después de eso se dio media vuelta y me dijo:
-Sígueme.
Caminé atrás de él por un pasillo que estaba en penumbras. Traía
unas pantuflas de peluche gris con forma de garra. "Trunch... trunch..."
A cada paso que daba, sus pantuflas rechinaban. Así subimos por unas
escaleras y pasamos junto a un cuarto que tenía la puerta entreabierta,
de donde salía un ruido parecido al de una trompeta con gripa.
Don Tiburcio volteó y dijo.
-Es mi hijo Bartolo.
Supuse que el tal Bartolo estaba dormido y esos eran sus ronquidos.
Después llegamos a otra puerta; frente a ella, en el piso, había un
agujero.
-Cuidado -me advirtió-, no te vayas a caer. Pega un buen brinco.
Brinqué.
Adentro se oían otros ronquidos.
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-Por ahí busca donde dormirte -me dijo desde la puerta.
-Pero si no veo nada.
-No es necesario que veas mucho. Solo camina con cuidado y
encontrarás una cama o un cojín, ahíte acuestas. Y no prendas la luz
porque puedes despertar a la niña.
-¿La niña?
-Sí, mi hija.
El hombrecillo desapareció por el marco de la puerta. "Trunch...
trunch..." El sonido de sus pantuflas cada vez se oyó más lejos.
Yo me quedé ahí parado, sin saber qué hacer. Los ronquidos en
verdad eran fuertes, difícilmente podría dormir con ese ruido a un lado.
La única luz era un rayito lunar que se colaba por la ventana, apenas me
dejaba distinguir una enorme silueta que estaba frente a mí. Eso debía
ser la niña.
Di un paso al frente y sentí el aliento tibio de esos ronquidos. Decidí
mejor caminar hacia el otro lado. Cuando llegué a la pared y la toqué, me
recosté en el piso, puse las dos manos bajo la cabeza y cerré los ojos.
Quién sabe cuánto tiempo tardé en dormirme. No me di cuenta. Pero
mis sueños estuvieron llenos de monstruos.
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ROBERTA
ESA MAÑANA, cuando abrí los ojos, no supe si aún soñaba o ya me había
despertado.
-¿Dónde estoy?
Por un momento había olvidado todo lo de la noche anterior. Me
sentí muy aturdido, igual a un astronauta que por algún error hubiera
caído en un planeta desconocido.
Ni siquiera recordaba que ese era el día de mi cumpleaños.
-¿Moscas?-me dije cuando vi los cientos de bichos que volaban
en el aire.
-¿Basura?-me dije al descubrir las envolturas de dulces, los
montones de latas y los pedazos duros de pastel que había en el piso.
-Me voy a enfermar -se dijo angustiado ese niño delicado que era
yo y que estaba muy acostumbrado a los mimos de su mamá.
Pero lo que más llamó mi atención fue la montaiia que se levantaba
frente a mí.
-¿Qué es eso?
Era un bulto grandísimo cubierto por una cobija de color rosa y que
tenía inscrito con letras garigoleadas un nombre:
Lo observé. Aquello estaba embarrado con viejas manchas de
chocolate, cátsup y mayonesa.
-¡Guácala!
En eso descubrí algo que me paralizó: la montaria tenía vida. Sí, noté
un ligero movimiento.
Me paré y lentamente caminé hasta quedar junto al misterioso bulto.
Me dieron ganas de estornudar. Bajo esa cobija se ocultaba un ser vivo.
¿Acaso se trataba de uno de los monstruosos?¿Al permanecer tan cerca
de aquello estaría poniendo mi vida en juego?¿Esa criatura ya se habría
dado cuenta de mi presencia?
No quise seguir pensando y acerqué mi cara lo más que pude hasta
que mi nariz casi rozó la superficie de la cobija. Tomé por uno de los
extremos la tela y la jalé, dejando al descubierto algo que me paró los
pelos de punta:
-¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhlih!-mi grito se oyó hasta la calle
Acababa de ver la segunda cosa fea de esos días: la niña. Si hubiera
una manera de definirla sería como puro cachete. Era tan gorda como un
hipopótamo, sus ojillos bizcos se perdían entre las masas de carne, y su
pelo era un mazacote opaco donde vivían grandes y ponzoriosos piojos.
Otra manera de describirla sería esta: era igualita a donTiburcio pero
con el pelo largo.
-¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhl,! -la gorda también gritó.
Yo, que en ese momento quise poner a salvo mi vida, salí corriendo
del cuarto. Pero ya no me acordaba que junto a la puerta había un
agujero, donde caí.
-¡Auxilio!
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Mi cuerpo se quedó con la mitad de arriba por fuera. Desde ahí la vi
levantarse de su cama y con pasos lentos caminar hacia donde yo
estaba.
-Hola -me dijo.
De cerca era más fea, tenía los brazos llenos de pelos y su cabeza
estaba hundida entre los hombros.
-¡Auxilio! -yo no paraba de gritar.
Ella se limpió la baba que le escurría por la comisura de los labios y
me dio un coscorrón.
-Ya cállate, chamaco. ¿Por qué gritas?
Me le quedé viendo.
-Por favor, no me hagas daño.
La niña se acercó más. Cerré los ojos pensando que me sucedería
una cosa horrible.
-¡Buhhh! -hizo ella. Después lanzó una carcajada que le hacía
abrir la boca como una tina y detenerse la barriga como Santa Claus. Yo
temblaba.
Cuando su risa se calmó, me preguntó:
-¿Y tú quién eres, lombriz de agua puerca?
-Yo soy ahijado de don Tiburcio.
-¿Eres ahijado de mi papá? ¿El que habló ayer por teléfono?
-Sí.
-Qué raro, él nunca me había dicho que tuviera un bicho por
ahijado.
La niña se limpió más baba que tenía en la barbilla, y yo le pregunté:
-¿Có... Có...Cómo te llamas?
-Roberta. ¿Qué, no lo has notado? Mi nombre está escrito por
todas partes.
Miré el cuarto y leí ese nombre en las cortinas, en la lámpara, en la
pared y en unos calzones que estaban secándose en la ventana, eran
enormes.
-¿Me podrías ayudar a salir de aquí?
La niña me tomó entre sus manos gordas y me jaló, zafándome de
ahí. Cuando estuve a su lado se me quedó viendo con sus ojos bizcos.
-Ya sé para qué te trajo mi papá.
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-¿Para qué?-le pregunté.
-Me vas a suplir con los monstruosos.
Tuve un susto que me hizo sentir los latidos del corazón en la
garganta.
-¿Con los mon... mon... monstruosos?-repetí lentamente.
-Sí.
-Pero yo...
No terminó de oírme y salió corriendo.
-¡Papá! -gritaba por el pasillo-. ¿Papá, me trajiste a ese ratoncillo
para que ahora él se encargue de los monstruosos?
Caminé hasta el barandal de la escalera y desde ahí vi a ese hombre
que era mi padrino y a la gorda. Ella brincaba alrededor de él
alborotando su opaca melena de monstruillo.
-Papi, papi, papi, me trajiste una mascota.
-¿Una mascota?-le preguntó él.
-Sí, la lombriz de agua puerca que encontré esta mañana en mi
cuarto.
-¿Lombriz de agua puerca?
-Sí. ¿Acaso es mi regalo de Navidad?¿Te acuerdas que no me
regalaste nada?
El señor se rascó la cabeza, volteó hacia arriba y me descubrió. Al
mismo tiempo se le ocurrió lo que parecía una gran idea.
-¿Es una mascota que me has comprado ?-le volvió a insistir la
niña
-Sí -le contestó él-, sí. Es una mascota.
Yo pensé que ese era el peor momento de mi vida.
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-¿Y puedo hacer lo que quiera con él?
Decidí huir. ¿Pero en qué dirección? Por las escaleras solo podía ir
hacia la parte de abajo, donde estaban don Tiburcio y su hija. Parecía
que no había escapatoria.
-Sí, puedes hacer lo que quieras con él.
En eso ella volteó para arriba.
-¡Ahí está! -dijo, señalándome.
Pegué un brinco y salí corriendo hacia los cuartos.
"¡Pomm pomm pomm!"
Los pasos de la gorda se oían subiendo por la escalera.
-¿Qué hago? -me dije jalándome los pelos.
Así llegué a su cuarto y me deslicé bajo la cama. Ahí no pude
soportar más de dos segundos: el lugar estaba lleno de trozos de
salchicha, chocolates mordisqueados, pedazos de jamón y otras cosas
que se empezaban a descomponer.
-¡Guácala!
La única opción que encontré fue la ventana.
-Mascotitaaa. -La niña se acercaba.
Abrí la ventana, me asomé y tuve un súbito mareo cuando vi el suelo
dos pisos abajo: no soportaba las alturas.
-Ratoncitooo. -Roberta estaba más cerca.
Vi una delgada marquesina de madera; antes que trabajar como
mascota de esa niña preferí poner mi vida en juego. Saqué un pie por la
ventana, lo apoyé en ese Jugar, me aferré con las dos manos y saqué el
resto de mi cuerpo.
-¡Ven aquí, rorro! -me gritó, desde dentro del cuarto.
Entonces tuve un ataque de terror, me empezaron a temblar las
manos y las piernas. Seguro hasta traía los pelos parados y me había
orinado. Sin fijarme dónde pisaba traté de correr por ese angosto pedazo
de madera. En esas estaba cuando sentí que la superficie se me iba de
los pies... Me resbalé.
-¡ Auxiliooooooooooooooooo!
Y si en ese momento no hubiera sido por sus gordas y fuertes
manos, este sería el final de nuestra historia. Roberta logró pescarme del
pantalón y de la camisa.
-No me vayas a soltar, por favor.
Ella se reía.
-¿Haráslo que yo te diga?
-Sí.
Se le escurrió una gota de baba que me cayó sobre la frente.
-¿Lo juras?
Volteé al suelo, sentíun escalofrío.
-Lo juro.
-¡Mhhhhhhhhhhhhh! Tengo que ponerte una prueba.
-Ponme la prueba que gustes, pero no me vayas a soltar.
-Se me acaba de ocurrir algo: quiero que seas mi novio.
Ya tenía una segunda razón para estar aterrado.
-¿Quéééé? Yo no puedo ser tu novio. Soy muy chico para eso.
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-Bueno, como quieras. Entonces te voy a soltar.
-¡No! ¡Espera!
El suelo se veía lejos y muy duro.
-¿Ya lo pensaste?
-Está bien.
-¿Está bien qué?
-Voy a ser tu... novio.
Me cayó otra gota de baba, esta vez se reventó en una de mis
mejillas.
-¿Y sabes qué es lo que hacen los novios con sus novias?
Presintiendo lo peor, le contesté.
-No me acuerdo.
-Pues más vale que te acuerdes si no quieres terminar ahí abajo.
-Les regalan flores.
-¿Qué más?
-Les regalan chocolates.
-¡Mhhhh!, qué rico. ¿Qué más?
-Las invitan al cine.
-Te voy a dar una recordada... ¿Qué hacen con su boquita los
enamorados?
Me dieron ganas de llorar.
-Juro que ya no me acuerdo.
-Necesitas otra ayudadita. -Roberta apretó los labios y los levantó,
parecía un cochinito con la trompa parada.
-¡Guácala!
-¿Qué dijiste? Te voy a dejar caer, grosero. Por última vez. ¿Qué
hacen con su boquita los enamorados?
-No lo sé, la verdad no lo sé.
La niña se puso roja de coraje.
-Escucha, porque tú pareces un poco tonto: los novios se dan
be-si-tos.
-¡Ahhhhh!, era eso. Me lo hubieras dicho desde un principio.
Ahora, por favor, quiero que me deposites ahí dentro.
-Qué chistoso, antes tienes que darme un besito.
-Eso no estaba en el trato.
-¿Cuál trato? ¿Somos novios, no? Claro que si prefieres ir a parar al
suelo dímelo de una vez.
Sabía que mi vida estaba en juego y no quería terminar como un
huevo estrellado. Me tapé la nariz como si me fuera a comer algo
horrible, cerré los ojos y acerqué mis labios a su cara.
"¡Smuack!"
Su cachete estaba rasposo. Me dieron ganas de decir guácala.
-¡Ah no, así no se vale! -reclamó ella-. Ese no fue un besito
como los de la televisión.
Yo, que aún no me reponía de la sensación, le pregunté.
-¿Cómo son esos?
-En la boquita.
En ese momento desesperado traté de usar un poco de psicología.
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-No sería correcto. Un caballero nunca besa a una dama en la boca
cuando la acaba de conocer.
Esas últimas palabras le hicieron gracia a ella. Sonrió.
-Tienes razón.
-Ahora podrías hacer el favor de subirme.
-Claro, amor mío.
Pero cuando estaba por levantarme para meterme al cuarto, tronó la
tela de mi playera desgarrándose hasta partirse en dos. Roberta se quedó
con un pedazo en la mano. Yo estaba de cabeza, ella me sostenía por
una de las piernas del pantalón.
-¡Auxilioooooooooo!
-No te asustes, amor. No te pasará nada.
Veía cómo el piso me daba vueltas.
-Por favor no me vayas a soltar.
-Claro que no, ahora te voy a subir.
Y con el primer jalón que dio para subirme a la ventana, el pantalón
se me empezó a zafar.
-¡Mi pantalón!
Ya lo tenía hasta las rodillas.
-¡Qué chistosos calzones usas! -gritó ella.
Mis calzones eran rojos con bolitas blancas.
-¡Cierra los ojos! ¡No veas!
-Tus calzones se parecen a los de Popeye.
-¡Te dije que cerraras los ojoooooooooooooos!
Esto último lo grité mientras iba cayendo por los aires.
La gorda me observaba con la boca abierta, en sus manos tenía mi
pantalón.
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LA CAÍDA
MIENTRAS ME IBA PRECIPITANDO al suelo, sentía cómo el aire alborotaba
los pelos de mi cabellera y me embarraba la ropa en el cuerpo, vi las
montañas de basura que se levantaban más allá de la reja de la casa y las
plantas de carnívora apariencia que había en el jardín.
-¡Amor míoooo!
Ese grito me hizo voltear para atrás, era Roberta. Se asomaba por la
ventana sosteniendo mi pantalón, haciéndose cada vez más pequeña.
Después volteé al suelo, me dirigía a unos matorrales llenos de espinas.
Preferí cerrar los ojos.
¡Pácatelas!
El golpe me hizo perder el conocimiento.
Cuando desperté tenía un fuerte dolor de cabeza. Por segunda vez
me pregunté:
-¿Dónde estoy?
Aquel era un lugar extraño, había pan en todas partes. Sí, pan. Piezas
de pan. Montañas de pan. Yo reposaba sobre un montón. Miré mis
piernas, me di cuenta que estaba en calzones y a un lado descubrí mi
pantalón, me lo puse a toda prisa. Después volteé al frente y vi lo que me
parecía la espalda de un jugador de futbol americano o la de un mafioso
de película de gángsters.
-Somos noviooos... mantenemos un cariño limpio y purooo...
Cuando oí esa voz cantando supe de quién se trataba.
-... como todos procuramos... el momento más oscurooo...para
hablarnos...
Me llevé una mano a la frente, tenía un chichón.
-...para darnos el más dulce de los besooos... y recordar de qué color son
los cerezooos...
Era Roberta.
-...sin hacer más comentarios... somos noviooos...
La canción era horrible. Con el dolor no la soportaba. Me paré
lentamente, caminé hasta quedar a su lado y le pregunté:
-¿Qué haces?
Ella volteó y vi la tercera cosa fea de aquella semana.
-¡Ahhhhhhhhhhhhhh! -pegué un grito de terror. Su cara se había
deformado. Tenía el mismo color verde de los mocos viejos y parecía
que se estaba cayendo a pedazos.
-Ven acá, amor mío -gritó ella.
Me fui corriendo hasta una de las esquinas del cuarto, entre el pan
duro que había por todas partes.
-¿Qué te pasó en la cara?
-Nada, me puse una mascarilla de aguacate para estar más bonita.
Roberta se empezó a desprender esa costra con los dedos.
Entonces yo sentí comezón en la cabeza y me rasqué, sin saber que
eso era el principio de algo que no olvidaría por mucho tiempo.
-Me pica -dije.
-Han de ser los piojos de mi espectáculo.
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-¿Cuál espectáculo?
-Mi circo de piojos.
-¡Guácala! Quítame esos animalejos de la cabeza.
-Más tarde. En este momento me voy a desprender la mascarilla y
tú, por mientras, te vas a encargar de los monstruosos.
-¿Yo?
-Sí, tú. Y más te vale que aprendas bien porque me están dando
ganas de que estés todo el tiempo con ellos.
-Yo no sé nada de eso.
-No te preocupes.
-¿Y este lugar qué es?
-Digamos que la bodega.
-Pero si está llena de pan.
-Ya deja de preguntar y sígueme.
Roberta me tomó de una mano, salimos de ahí caminando y me di
cuenta que estábamos en un cuarto de la casa. Nos fuimos por un
pasillo.
-Me gusta que caminemos juntos, tomaditos de la mano como un
par de novios -dijo ella.
Pensé que todo estaba bien mientras no me pidiera un beso. Así
llegamos hasta otra puerta y la abrió.
-¿Aquíqué es? -pregunté.
-El lugar donde hacemos los monstruosos.
Aquel cuarto parecía el laboratorio de un científico loco: había
cazuelas que humeaban, manchas de colores fluorescentes y un olor
muy penetrante. Llamó mi atención otra puerta que estaba en la pared de
enfrente, tenía una ventanita redonda.
-¿Y esa puerta a dónde va a parar?
La niña sonrió.
-Esa es la parte más interesante.
-¿Hay algo feo ahí?
-Te voy a enseñar. -Me tomó por una mano.
-¡Suéltame!-grité.
Me agarré de una mesa, de una silla y de un costal de papas. Pero era
tal su fuerza que con todo me llevó arrastrando.
-Suéltame, suéltame te digo, cochina.
-¿Cómo me dijiste?
Me quedé callado.
-Te oí bien, me dijiste cochina. Esto te va a pesar.
Sin más me siguió jalando. Le aventé todo lo que encontré a la mano:
jitomates, cucharones y un plato. Así llegamos a la puerta. Ella la empujó
de una patada. Y yo, que había cerrado los ojos preparándome para lo
peor, cuando los abrí me quedé muy sorprendido.
-¿Dónde estamos?
-En los dominios de los monstruosos.
Aquello no era otra cosa que un restaurantillo muy sucio. Sí, un
vulgar restaurante igual a esos que hay a la mitad de una carretera.
-¿Y dónde están los monstruosos? -pregunté.
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-En un momento los vas a conocer.
La niña salió por la misma puerta por la que habíamos entrado. Se
oyeron algunos ruidos como de fierros pesados arrastrándose y...
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LOS MONSTRUOSOS
ROBERTA REGRESÓ DE LA COCINA con un platón cubierto por una
servilleta; en su interior ocultaba algo que hacía un pequeño bulto.
-¿Qué es eso? -le pregunté.
�Calma, no comas ansias. En un momento lo vas a descubrir.
Puso aquello en una de las mesas.
Di un paso hacia atrás.
-Quítalo de ahí.
-¿Qué te pasa?
-Aleja esa cosa de mí.
Yo estaba pegado a la pared.
-No voy a quitar nada, y ahora lo vas a destapar. -Destápalo tú.
Movió la cabeza negativamente.
-Por favor, no seas malita.
Seguía moviendo la cabeza con una sonrisa.
class="indent"-No voy a levantar nada, porque tú y yo somos novios.
-¿Y eso qué?
-El novio siempre hace lo que le dice la novia.
Como me aterraba que ella tocara el tema de los novios, decidí
hacerme de valor, no pensarlo mucho y actuar.
-Está bien -dije.
Levanté la servilleta. Lo que apareció ahí me dejó más sorprendido
que todo lo demás.
-¿Qué es esto? -pregunté en voz alta.
-Un monstruoso �ontestó Roberta mientras se pasaba la lengua
por la comisura de los labios.
Me tallé los ojos para ver mejor eso, que no era otra cosa que un
pedazo de pan partido por la mitad y relleno de jamón, queso, jitomate,
mayonesa y otros ingredientes que se le desbordaban por los lados.
Arriba tenía una aceituna clavada con un palillo.
-Esto es un sándwich, un sandwichón, o como quieras llamarle.
-Aquí le llamamos monstruoso.
En eso oímos que alguien golpeaba uno de los cristales de la puerta
que daba a la calle.
-Y más vale que te pongas a trabajar -me amenazó-, están
llegando los primeros clientes de la mañana.
Volvieron a golpear la puerta.
-¡Queremos servicio! -gritó alguien desde afuera.
-Ya voy -dijo Roberta caminando en esa dirección-, ya voy.
Me fijé por la ventana y me di cuenta de que no reconocía la calle. No
se veían las montañas del basurero. Pensé que estaba del otro lado de la
manzana, en la parte de atrás.
-¡Ándale, que te pongas a trabajar! -gritó ella mientras abría la
puerta-. Ya se nos vino el tiempo encima. ¿Sabes despellejar pollos?
-¡Guácala!
-¿Sabes pelar ajos?
-¡Guácala!
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-¿Alguna vez has desangrado carne?
-¡Guácala!
-¡Ay, chamaco, ya no digas guácala! ¡Nada sabes hacer!
Para entonces habían entrado los dos clientes que estaban tocando
el cristal de la puerta. Se acomodaron en una de las mesas.
-Yo no tengo la culpa de... -le contesté, pero ella me interrumpió.
-Cállate. Ve a esa mesa y tómales el pedido a los señores en lo que
voy a la cocina.
Me aventó a la cara un delantal que olía a trapeador.
-¿Y después qué?
-¿Cómo que qué?Pues el pedido lo llevas a la cocina, menso.
-Está bien -le contesté cogiendo la libreta y el lápiz que me
extendió.
Esos clientes me recordaron a los prófugos de la cárcel que salen en
las películas: parecían no haberse rasurado en semanas, uno tenía la
nariz chueca y el otro una cicatriz en la mandíbula. Con una sonrisa fui
hasta su mesa.
-¿En qué los puedo servir?
Ellos se me quedaron viendo como si yo fuera un extraterrestre.
-¿De qué te ríes, escuincle?-me preguntó uno.
-¿Por qué pones esa cara de tonto?-me preguntó el otro.
No supe qué contestar.
-¿Por qué no hablas, te comieron la lengua los ratones?-me dijo
el de la nariz chueca.
-No.
-¿No qué?
-No me comieron la lengua los ratones.
-¿Y por qué pones esa sonrisa de bobalicón?
-Solo trataba de ser amable con ustedes.
Los dos hombres lanzaron una carcajada. Tenían los dientes
picados.
-Solo trataba de ser amable... -me remedó uno de ellos fingiendo
una voz de niño mimado.
Me les quedé viendo.
-Míralo -el otro señaló mi cara-, quiere llorar.
Con el dorso de la mano limpié una lágrima que me estaba brotando
del ojo derecho.
-¿Qué desean comer?-les pregunté después de tragar saliva.
-¡Hable como hombre! -gritó el de la cicatriz.
Volví a pasar saliva. Desabroché el cuello de mi camisa y pregunté:
-¿Qué desean comer?
El de la nariz chueca golpeó con un puño sobre la mesa y repitió.
-¡Que hables como hombrel
Pasé saliva de nuevo, carraspeé, tomé aire y grité:
-¡Qué quieren de comer!
Aquel grito hizo que Roberta se asomara por la puerta.
-¿Qué pasó?-preguntó. Se había puesto un delantal rojo tan lleno
de mugre que casi era café, en medio decía / /ove Tampico.
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-Nada -le contestaron los dos hombres muertos de la risa-, solo
estábamos platicando con este amiguito tan simpático.
-Deja de estar jugando con la clientela y apúrate a tomar ese
pedido, tienes que venir a lavar todas las cazuelas y los platos.
-¿Por qué?
-Hace medio año que no los lavo. ¿Creíste que solo ibas a estar ahí
apuntando lo que te pidieran? Además hay que barrer, trapear, sacudir
las mesas, limpiar los vidrios, tirar la basura... y si nos alcanza el tiempo
me gustaría un masajito en los pies.
Cerró la puerta. Los señores seguían atacados de la risa.
-Entonces qué van a querer.
-Como hombre -me recordó el de la cicatriz.
-¡Entonces qué van a querer! -grité.
-A mí dame un monstruoso y un agua de horchata.
-¿Y a usted qué le damos? -le pregunté al otro.
-A mí tráeme también un monstruoso y un agua de tamarindo.
Anoté la orden en la libretita, di media vuelta y entré a la cocina.
-Dos monstruosos, un agua de tamarindo y otra de horchata -le
dije a Roberta, que estaba concentrada en el movimiento de un cucharón
adentro de una olla. Su aspecto en verdad era impresionante: entre los
vapores de aquellos caldos y con el greñerío alborotado parecía salida de
una película de Frankenstein.
-¿Qué me ves, menso?
-Yo, nada.
-Quita esa cara de menso y vente a trabajar.
-Tengo hambre, desde ayer no he comido nada.
-Aquí puedes comer lo que gustes -me contestó sin despegar los
ojos del horrible y burbujeante caldo que meneaba-. Y que sea rapidito
porque tienes muchas cosas que hacer.
-Todo está muy feo.
-¿Y qué quieres que haga? Ve al refrigerador y saca lo que se te
antoje.
Puse la mano en la jaladera del aparato, sentí en la palma la mucha
grasa que por años había estado ahí sin limpiarse, y lo abrí. De adentro
salió una nube que parecía el aliento de un dragón, abaniqué los brazos
para poder ver. Las gavetas estaban llenas con bolsas de plástico,
algunas eran grises, otras verdes.
-Roberta, esto se ve asqueroso.
Aquello me recordaba esas películas de muertos vivientes que se
escapan de la morgue.
-Ya deja de quejarte. Si no quieres comer, saca una bolsa de jamón
y ponte a preparar los monstruosos que te pidieron.
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-¿Y cuál es la bolsa del jamón?
-Cualquiera de las que están arriba.
Tomé una de las bolsas, estaba sebosa, y la puse sobre una mesa.
-¿Ahora qué hago?
-Ábrela y saca unas rebanadas.
Desgarré el plástico. Así el color verde era más intenso. Desprendí
las rebanadas como me había dicho Roberta.
-¿Y ahora?
-Ve por unas piezas de pan, de las que están en el otro cuarto.
Allá tomé un pan, lo sentí tan duro como un ladrillo. Golpeé con él
en mis zapatos, en la pared y en mi cabeza. Esta última prueba me dolió.
Escogí las piezas que, según yo, estaban más blandas.
-El pan está muy duro -dije c.uando regresé.
Roberta se estaba chupando de los dedos algo color caramelo.
-Dura tienes la cabeza. Déjame ver -me contestó, tomó uno, se lo
acercó a la boca y le hincó una de sus muelas.
Esa niña tenía una mandíbula poderosa.
-¿Qué opinas?
-Lo encuentro muy bueno.
-Ese pan ya no lo vamos a usar, ¿verdad?
-¿Por qué no?
-Lo mordiste.
-¿Y qué tiene? Ni que estuviera enferma.
-Sé que no estás enferma, pero sería una cochinada si
preparáramos un monstruoso con él.
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Roberta tronó los dientes.
-¿Sabes qué?, eres muy delicadito. Ya no quiero que te estés
quejando de todo y que me estés preguntando a cada rato. Si quieres
aprender a hacer los monstruosos, ahí está la receta. -Señaló a una
pared.
Caminé hasta tener el papel frente a los ojos. Leí en voz alta:
-Primero se parte un pan a la mitad, después se le unta mayonesa,
mostaza, salsa cátsup, crema; y enseguida va una rebanada de jamón,
otra de queso....
-¿No podrías leer eso en silencio?-se quejó ella.
Cuando terminé la volteé a ver.
-¿Sabes una cosa?
-Dime-contestó.
-Hoy es mi cumpleaños.
-¿De verdad?
-Sí.
-En la noche te voy a preparar un pastel.
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PELOS RELAMIDOSY BAÑO SIN JABÓN
POR LA NOCHE, después de barrer y trapear la cocina, de lavar ochenta
platos y quince cazuelas. solo podía pensar en una cosa: PASTEL.
Tenía tanta hambre que mis tripas habían empezado a gruñir:
"¡Grrr!". Cuando cerramos el restaurante me fui corriendo al baño que
estaba junto al cuarto de Roberta. Me quería lavar la cara y dar una
relamida en los pelos para la fiesta. No tenía ropa que estrenar, como en
todos mis cumpleaños pasados, así quetraté de limpiar mi camisa de
algunas manchas de frijoles, salsa y caldo que me cayeron en la cocina.
-listo -dije cuando creí que se notaba menos.
Entonces, mientras me observaba en el espejo, sentí que de nuevo
me picaba la cabeza y por primera vez vi uno de los bichos de Roberta.
Era una bolita verde que saltaba de un pelo a otro. Traté de aplastarlo,
pero se escabulló entre mi cabellera.
-¡Lombriz de agua puerca!-0í que me gritaba ella-. ¡Baja ya, te
estamos esperando!
En eso recordé algo. Salí corriendo del baño y me paré junto al
barandal de las escaleras.
-Padrino-grité-.¿Me da permiso de hacer una llamada por
teléfono?
En la penumbra, con sus ojos saltones, se asomó don Tiburcio.
-¿A dónde quieres hablar?
El enorme grano de su narizresplandecía en la oscuridad.
-Me gustaría invitar a alguien a mi fiesta.
-Está bien, hazla. Pero solo invita a una persona más.
Saqué la agenda electrónica y busqué el teléfono de mi otro padrino,
el que había estado ocupado la noche anterior. Corrí hasta la mesita del
aparato y marqué el número.
En la bocina del auricular sonó el timbre, estaba llamando. Me froté
las manos emocionado. Descolgaron y se oyó un:
-Bueno...
Esa voz era tan diferente a todas las que había oído ese día, que hasta
me pareció extraña y me quedé callado.
-Bueno... -volvió a decir la voz.
Imaginaba que ese era el tono que utilizaría para hablar un maestro
de matemáticas o un ingeniero de naves espaciales; pausado, tranquilo,
y con un ligerísimo toque titubeante que denotaba una personalidad
distraída.
-Bueno... -dijo por tercera vez la voz.
Sacudí la cabeza y contesté.
-Hola.
-Hola-dijeron del otro lado-. ¿Quién habla?
-Soy Federico.
-¿Federico?
-Sí, Federico. ¿Habla el señor Ciro?
-Sí, soy yo.
-¡Qué felicidad!¡Soy Federico, tu ahijado!
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Del otro lado se hizo el silencio, un silencio parecido al que hacen
algunas máquinas modernas cuando están realizando complicadas
operaciones. Después de algunos segundos se oyó un:
-¡Ohhhhhhhhhhhl Ya sé quién eres, ya me acordé. Tienes que
disculparme porque soy muy olvidadizo. ¿Cómo has estado, ahijado?
-Muy bien... bueno, no tan bien.
-¿Por qué? ¿Qué te sucede?
-Es una historia muy larga.
-Tenemos mucho que platicar, no te veo desde que eras un bebé.
-Sí.
-Y dime, ¿tus papás cómo han estado?
-Eso es parte de la historia que debo platicarte.
-¿Por qué?
Algo en mí se resistía a seguir contando la extraña vivencia que había
tenido en las últimas horas.
-Los desapareció un mago.
-¿Qué dijiste?
-Eso. Los desapareció un mago y después, al no recordar las
palabras mágicas para aparecerlos de nuevo, huyó.
-¿Pero cómo fue?
-Para platicar de eso quiero verte en unos cuantos minutos.
-Por supuesto, ¿dónde quieres que nos veamos? Ven a mi casa para
que la conozcas.
En ese momento mi padrino me dio su dirección, que yo apunté en
mi agenda. Pero tuve que decirle que no podía ir.
-Me van a hacer una fiesta de cumpleaños.
-¿Hoy cumples años?
Me di cuenta que sonaba mal lo de la fiesta cuando no hacía ni
veinticuatro horas que habían desaparecido a mis papás; no quise darle
más detalles al respecto.
-Sí, hoy es mi cumpleaños. Y para llegar al lugar donde me lo van a
festejar lo único que tienes que hacer es preguntarle a un basurero por la
casa de los Archundia. -Luego de eso, me picó la cabeza-. ¿De
casualidad conoces algo que mate los piojos?
-¿Piojos?
De nuevo me sentí ridículo.
-No, olvídalo. Recuerda que para llegar aquí lo único que tienes que
hacer es preguntarle a un basurero por la casa de los Archundia.
-Está bien, en este momento salgo para allá.
Después de esto colgó. Me quedé oyendo el timbre del auricular y
rascándome para acabar con la comezón que me provocaban los artistas
del circo de Roberta.
-¡Lombriz de agua puerca, baja ya! -ella gritó desde el piso de
abajo.
Regresé al baño a darme otra peinada.
-¡Que bajes ya, sabandija de basurero!
-¡Ya voy, gordota! -le contesté desde el baño.
Y desde ahí la oí subir a toda velocidad por las escaleras; sus pasos
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hacían que el piso temblara.
-¿Cómo me dijiste?
Su cara surgió atrás de la mía en el espejo. Traía un enorme moño
rojo que se había puesto para la celebración, y que parecía un detalle
fuera de lugar. Era un moño que se hubiera visto mejor arriba de un
arbolito de Navidad.
-¿Qué me ves? -me preguntó Roberta, que estaba esperando la
respuesta de su primera pregunta.
Como hipnotizado ante la fealdad del adorno que se balanceaba en la
punta de su cabeza, le dije:
-Estoy viendo tu moño.
-Verdad que es lindo.
No supe qué contestar. Ella interpretó ese silencio como un sí.
-Fui al salón de belleza, me lo puse pensando en ti. Y dime por qué
me gritaste eso.
-¿Qué?
-Cordata. Solo por ser hoy tu cumpleaños te lo voy a perdonar,
pero ya no lo vuelvas a hacer. Ahora quiero que tú me des algo.
Yo, que imaginaba por donde iba la cosa, le contesté.
-Vamos a bajarnos ya.
-No, lombricita, aún no.
-¿Por qué?
-Tienes que darme algo.
Pegándome a la pared y caminando lentamente, le susurré.
-A que no me alcanzas.
Y salí corriendo por el pasillo hasta las escaleras, de la misma forma
que había visto hacerlo a los corredores de las olimpiadas por televisión
el verano pasado.
-Ni creas que vas a escapar de mí-oí que gritaba; en seguida sentí
el retumbar de sus patas de elefante en la madera del piso.
Cuando llegué al comedor, lugar a donde no había entrado antes, me
sorprendí de dos cosas. Lo primero, fue su aspecto de casa del terror; del
techo colgaba un siniestro candelabro, la mesa y las sillas estaban tan
llenas de polvo como si en cientos de años no les hubieran pasado un
trapazo, por todas partes había telarañas que se mecían ligeramente. Lo
segundo fue la persona que estaba sentada junto a mi padrino.
-Este es mi hijo Bartolo -dijo el señor.
Aquel muchacho en verdad tenía un aspecto singular. Sus dos
dientes de enfrente eran tan largos como los de un conejo, sus ojillos
parecían los de un roedor; similares a los de Roberta, y de su nariz salía
un constante ruido de ahogo, como si estuviera llena de mocos.
-¡Guácala!
Me dio asco.
Don Tiburcio señaló a su hijo y me dijo:
-Aquí donde lo ves, este muchacho es el orgullo de la familia.
-Qué bien.
-Tiene un taller de licuadoras.
-Cuando se me descomponga una lo visitaré.
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-Ahora ha llegado el momento esperado -anunció Roberta-,
vamos a partir el pastel.
"¡Grrrr!", con solo escuchar eso mis tripas sonaron.
-¿Oyeron? Parece que por ahí hay un gato -dijo don Tiburcio.
-Tienes razón, papá.
La niña se asomó debajo de la mesa. Yo tuve que aguantarme.
-¿No podríamos esperar un poco? -pregunté-. Invité a una
persona.
-¿A quién? -me interrogó ella.
-A mi otro padrino.
-¿Tienes dos padrinos?
-Sí, uno es tu papá y el otro es mi padrino Ciro, que no ha de tardar
en llegar.
-Pues más vale que se apure, porque si no vamos a tener que
empezar sin él.
-Voy a estar en la puerta para recibirlo.
-Si no llega en diez minutos, partimos el pastel.
Corrí a la puerta. La abrí, salí al porche de madera y desde ahí
observé la calle.
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EL INVENTOR Y SU SOBRINA
coN su RESPLANDOR, la luna pintaba de azul las montañas de basura al
otro lado de la calle.
No había estado ahí más de dos minutos cuando escuché el sonoro
rugido de un camión. Pasó frente a la casa, pero no se detuvo. Ya me
sentía desilusionado, entonces frenó en la esquina. Volteé a donde se
había parado y en eso oí otro motor: un extraño automóvil apareció
frente al portón del jardín.
-¡Guauuuuuu! -exclamé.
Aquel coche tenía la forma de un insecto, pero de metal y
aerodinámico. Lleno de luces que se prendían y apagaban, su motor
sonaba como la turbina de un avión. Uno de los hombres del camión de
la basura gritó hacia donde se había estacionado.
-¡Esa es la casa de los Archundia!
Después se oyó un zumbido eléctrico y una de las portezuelas del
auto se empezó a levantar como si fuera el mecanismo de una nave
espacial. De ahí salieron dos siluetas, una era la de un señor, la otra
apenas la alcancé a distinguir, parecía la de una niña. Caminaron hasta la
puerta del jardín y lo atravesaron, llegando así al porche.
Me sorprendió el aspecto de aquel hombre, era muy diferente a lo
que había visto en las últimas horas. Traía un paquete en las manos.
-Hola-me dijo-. Tú has de ser Federico.
Me quedé callado. Observaba su pelo verde, esos lentes redondos Y
grandes como lupas para examinar insectos, su chamarra de un violeta
fluorescente.
-¿Me oíste?-preguntó.
Moví la cabeza afirmativamente.
-¿Tú eres Federico?
-Sí, tú eres mi padrino.
-Pues sí, creo que sí.
-¡Guauuuuuuu!-grité.
-¿Qué te pasa?
-Estoy muy emocionado, no sabía que tuviera un padrino así.
-¿Así cómo?
-Tan especial... ¿A qué te dedicas?
-Yo soy inventor.
Mis ojos estaban más abiertos que cuando tenía ocho años Y me
llevaron a un centro comercial para saludar a Santa Claus.
-¿Y qué has inventado?
-Muchas cosas.
-¿Cómo qué?
-He inventad... -En este momento me sucedió algo extraordinario:
dejé de oír.
Y es que la otra silueta se había acercado al resplandor del foco que
iluminaba el porche. Era una niña. Esta situación me dejó en un extraño
aturdimiento que nunca antes había experimentado. Su cabellera, más
dorada que los atardeceres de ese verano, le caía en caireles hasta los
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hombros; sus ojos no eran ni verdes ni cafés y en las mejillas se le
hacían dos hoyuelos que hubiera podido mirar por horas.
-Hola -<lijo ella.
Mi padrino interrumpió la crónica de sus logros científicos y la
volteó a ver.
-¡Oh! Perdón, había olvidado presentarte a mi sobrina Keny.
Ella me extendió la mano, pero ese niño que fui yo hace muchos
años, estaba muy muy lejos de ahí. Había subido hasta el cielo, casi
hasta la luna. Desde allá contempló una nave espacial, con sus
astronautas que lo miraron sorprendidos, y la ciudad llena de coches
que circulaban por la calle con esos focos que los hacía parecer
luciérnagas.
Extendí mi mano y en eso salió ¡por una de las ventanas un grito de
Roberta que ya no le permitió a Ciro continuar con la presentación.
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-¡Vamos a partir el pastel!
-Parece que nos llaman -dijo él.
-Sí... es esa gorda -murmuré.
-¿Qué dijiste?-me preguntó el inventor.
-Nada, nada. Hay que pasar. Ya está el pastel y tengo mucha
hambre.
Cuando entramos a la sala, Roberta estaba por reclamarme la
tardanza. Pero en vez de eso, llena de curiosidad, me preguntó:
-¿Y este quién es?
No podía quitarle los ojos de encima a mi invitado.
-Es mi padrino Ciro.
-¿Él es tu padrino?-repitió Roberta observando esos pelos verdes
y parados como los de un puercoespín.
-Sí.
-¿Y esta?-señaló a la niña que nos acompañaba
-Keny, la sobrina de mi padrino.
-¿Ella quién es?-preguntó l<eny sin disimular la fascinación que le
inspiraba la casa de los Archundia, seguro sentía que estaba en una
película de terror.
-Soy su novia -contestó Roberta.
-¿Su novia?-La niña se nos quedó viendo como si fuéramos un
par de bichos raros.
-Es una larga historia... -los piojos de la sucursal circense que se
había instalado en mi cabeza me provocaron comezón, me rasqué- que
yo podría expli...
-No hace falta ninguna explicación -me interrumpió Roberta-. Y
recuerda que nada más te permitimos traer a un invitado.
-Te espero afuera, tío.
La niña se dio media vuelta y caminó de regreso.
-En un momento te alcanzo, l<eny -le dijo el científico-. Solo
quiero que mi ahijado me explique cómo fue que desaparecieron sus
papás.
-Estaré en el coche.
Keny cerró la puerta.
Yo me quedé mirando la oscuridad por donde había desaparecido.
-Bueno, mi hija -dijo don Tiburcio, sin saludar al invitado-,
tráenos ya el pastel.
"¡Grrrl", mis tripas volvieron a gruñir con solo oír eso. Ella se metió
en la cocina, que era la misma del restaurante, y salió con el pastel más
chico que había visto en mi vida.
-¿Qué es eso?-pregunté desconcertado.
-Tu pastel, cucaracha de lavadero.
Aquello era más chico que un bizcocho de los que venden por
cincuenta centavos en cualquier panadería.
-Eso no es un pastel de cumpleaños -reclamé.
-Tienes razón -dijo Roberta, ensartando una velita en la
superficie-. Lo olvidaba.
En seguida la prendió con un cerillo y después fue corriendo hasta
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una esquina donde estaba un fonógrafo. Colocó un disco, le dio cuerda
con la manivela, acomodó la aguja y, al mismo tiempo que por la bocina
metálica en forma de fior salía una música viejísima, se puso una mano
en el abdomen como si fuera una cantante de ópera, abrió su boca igual
que un hipopótamo y empezó a cantar.
fea.
-Estas son las mañanitas que cantaba el rey David...
Yo la veía con horror, pensé que nunca había tenido una fiesta tan
-...a los chamacos sonsitos se las cantamos así...
Con cada estrofa de la canción, Roberta se iba acercando a mí.
-...despierta mi bien despierta...
Siguió interpretando la canción hasta quedar frente a mi cara.
-...mira que ya amaneció...
Descubrí que en una de sus muelas había un chícharo atorado.
-...ya los gusanillos cantan...
En verdad era grande ese chícharo, hasta me dieron ganas de sacarlo
con una pinza.
-...la luna ya se metió. Tan tan.
Cuando la niña terminó de cantar, su papá, su hermano y Ciro
aplaudieron. Ella agradeció con una caravana.
-Ahora tienes que apagar la velita, pero antes hay que pedir un
deseo.
Me llevé un dedo a la boca para concentrarme, soplé y pensé en mi
deseo: recuperar a mis papás. Todos aplaudieron.
-Yo ya quiero mi rebanada de pastel -gritó don Tiburcio.
-¡Mhhhhhhh! -Bartolo se expresaba con sonidos guturales.
-Calma -pidió Roberta sacando un cuchillo cebollero con el que
partió en tres el pastelillo-; uno para mi papá, otro para Bartolo y otro
para mí.
-¿Y qué pasó con el pedazo de mi padrino Ciro y con el mío?
-pregunté.
-¡Perdón, lo olvidaba! -dijo ella cortando unas delgadísimas
rebanadas al suyo-.Uno para ti y otro para tu padrino Ciro.
Aquellos pedazos eran tan delgados que una ventisca los podría
levantar.
Los tres anfitriones ya se habían devorado su ración. Mi padrino y yo
nos comimos la nuestra muy lentamente. Ese pastel tenía un ligero
sabor a mole verde.
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LOS REGALOS
ROBERTA DIJO:
-Ahora hemos llegado al momento lindo de la noche, le vamos a
dar sus regalos a la cucaracha de lavadero.
Sacó una cajita que tenía oculta en su espalda.
Todos aplaudieron.
-Gracias -contesté recibiendo aquel paquete envuelto en un
siniestro papel negro, parecía el adorno de una funeraria.
-¿Qué esperas para desenvolverlo? -preguntó ella.
Yo veía con desconfianza la caja.
-Prefiero esperarme, lo abriré después.
-No, cuándo se ha visto que los regalos se abran después de la
fiesta. Eso tiene que ser en el momento.
Me llevé la caja hasta una de mis orejas. Adentro se oía ruido.
-Creo que algo se mueve aquí -dije aterrado.
-Pues no lo vas a saber si no lo abres.
-Me gustaría desenvolverlo más tarde.
-No -Roberta se estaba enojando-, eso no se vale. Es una
grosería, y bien sabes que a la novia no se le hacen groserías.
Ese era el tema que me hacía temblar, así que mejor decidí abrir la
caja antes de seguir con aquello.
-Está bien -dije.
Volví a llevármela junto a la oreja. Parecía que la caja era la guarida de
alguna criatura viva, se oían sus pasitos.
Primero quité el listón gris que estaba amarrado con un moño. Ya
que la caja se vio libre de eso, desgarré el papel negro hasta dejarla
descubierta, era de galletas. Tenía unos agujeritos arriba, seguramente
para que respirara lo que estaba guardado ahí.
-¡Ahora destápala! -me ordenó Roberta.
-No quiero, gorda.
-¿Cómo me dijiste? Voy a imaginar que no oí esa cosa fea que me
dijiste. Ahora destápala.
Ya estaba cansado de discutir, decidí llenarme de valor y abrí !a caja...
pero sin ver lo que había en su interior.
-Saca lo que hay ahí -me ordenó ella.
-No.
-Me estás haciendo enojar.
Y antes que le pudiera contestar algo, ella me tomó una mano con la
suya, de dedos gordos y fuertes que parecían de marinero, y me la metió
a la caja.
-¡Nooooooo! -grité.
Don Tiburcio y Bartolo estaban atacados de la risa. Ciro estaba serio.
-¿Qué sientes? -me preguntó la niña.
-Algo peludo.
-¿Qué más?
-Tiene unas como patitas.
-Ahora sácalo. -Y al mismo tiempo que Roberta, decía esto saqué
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la mano de la caja.
Traía pescada una horrible araña tan grande como una torta y tan
peluda como la cabellera de un cantante de rock.
-¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhl -grité.
-Que no sea para tanto -dijo molesto don Tiburcio. Le parecía que
yo me asustaba con cualquier cosa.
Cuando dejaron de reírse, Bartolo levantó la mano.
-A ver -lo señaló Roberta-, parece que mi hermanito quiere algo.
Entonces Bartolo, con una lúgubre sonrisa, sacó una caja que tenía
guardada bajo la mesa. En ese momento me la dio.
-Gracias -le dije con desconfianza, ya que todavía no me reponía
del susto anterior.
Esa era una caja extraña para dar en una fiesta de cumpleaños, en
lugar de estar envuelta en un papel de colores, lo habían hecho con la
sección deportiva de un periódico tan viejo que tenía un tono
amarillento. Roberta y don Tiburcio aplaudían.
-¡Que lo abra! ¡Que lo abra! ¡Que lo abra! -coreaban los dos.
Sostuve aquello entre mis manos. Pensaba que si Roberta había sido
capaz de regalarme una horrible araña peluda, ¿qué cosa sería capaz de
regalarme aquel extraño ser que se la pasaba moqueando todo el
tiempo?
-¿Qué esperas? -me preguntó ella.
No le contesté, estaba pasmado, tan impresionado como alguien que
se acaba de encontrar un paquete que contiene una bomba y no sabe
qué hacer con él.
-¿Qué esperas, chamaco? -me preguntó don Tiburcio.
Los volteé a ver, después miré a mi otro padrino. Este puso una cara
con la que me trataba de decir que él no podía hacer nada.
-No quiero otro animal -dije.
Bartolo movió la cabeza negativamente.
-Ese no es otro animal -aclaró Roberta interpretando el
movimiento de cabeza de su hermano.
Viendo que no tenía escapatoria, rompí el periódico que envolvía ese
paquete dejando al descubierto una caja de zapatos; en la tapadera decía
"El Taconazo Popis S.A".
-Bueno, así la voy a guardar para verla después -anuncié tratando
de poner una sonrisa en la cara.
-No trates de hacerte el gracioso -sentenció la niña-, ábrelo.
Tenía ganas de llorar.
-Con gusto lo abriré después.
-Ahora.
-No.
-Mira, para que veas que soy buena, te voy a dar una ayudadita.
Se estiró hasta la caja y la destapó. Yo tenía los ojos cerrados.
-Ábrelos, ratón de coladera -oí su voz.
Entreabrí los ojos. Vi las caras de Roberta, de Bartolo, de mi padrino
Tiburcio y de mi padrino Ciro. Incliné la cabeza en dirección a la caja. En
un principio me costó trabajo distinguir de qué se trataba.
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-¿Qué es esto? -me pregunté en voz alta rascándome la cabeza.
Roberta se asomó a la caja.
-¡Pero qué detalle tan original!
Don Tiburcio también se asomó.
-Mi hijo siempre tan maravilloso.
Cuando Ciro se asomó al interior de la caja, se quedó tan
sorprendido como si hubiera hecho un descubrimiento científico.
-Eso es un... un chicle -dijo el inventor.
-¿Un chicle? -pregunté.
-¡Y parece un chicle masticado!
-Y creo que es de tuttifrutti-agregó Roberta con una sonrisa.
Miré a todos y pregunté.
-¿Para qué quiero yo un chicle masticado?
-Qué detallazo -dijo don Tiburcio.
En ese momento hice un veloz razonamiento: "Si no actúo con
inteligencia -pensé-, van a querer que empiece a mascar el chicle".
Entonces, aguantándome el asco, metí una mano en la caja, cogíel
chicle y me lo guardé en una bolsa de la camisa.
-Muchas gracias, Bartolo. Prometo que esta noche voy a mascar
ese chicle que me regalaste.
Bartolo sonrió.
-Ahora yo quiero entregarle mis regalos a mi ahijado -dijo don
Tiburcio, como si nada hubiera sucedido.
Seguramentehice cara de desesperación, ya no quería recibir más
regalos.
Don Tiburcio puso dos cajitas sobre la mesa, estas eran más chicas
que las anteriores.
-¡Qué felicidad, dos regalitos! -gritó Roberta.
Bartolo aplaudió.
-Cállate, panzona -esto lo dije tan bajo que no lo alcanzó a
escuchar.
-¡Que los abra! ¡Que los abra! ¡Que los abra! -la niña acompañaba
estos gritos con palmadas.
-No los quiero abrir.
Roberta se me quedó viendo, empujó las dos cajitas sobre la
superficie de la mesa hasta que las dejó junto a mí, y en voz baja me
advirtió:
-No vuelvas a decir eso, lo bueno fue que no te oyó papi. Déjate de
niñadas y abre esos regalos ahora.
-Yo no quiero más cosas vivas.
-Él no te regalaría una cosa viva.
-Ni quiero chicles masticados.
-Tampoco te regalaría chicles masticados. A él le gusta regalar
cosas buenas. Sus regalos siempre son de tiendas caras.
-¿De verdad?
-Ya no lo pienses más y ábrelo.
Después de esto, Roberta anunció.
-Ahora Federico abrirá los dos regalos que le dio mi papi.
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Hubo aplausos.
Poniendo la misma cara que cuando estaba por meterme a la boca
una cucharada de alguna sopa que no me gustaba, tomé uno de los
paquetitos que estaba forrado con un papel muy parecido a los que usan
en las carnicerías para envolver los filetes. Lo rasgué y quedó al
descubierto una cajita de comida para gatos.
Don Tiburcio dijo.
-No, no creas que te regalé alimento para gatos, de ninguna
manera. Sucede que no encontré otra caja para envolver tu regalo, pero
ábrelo para que descubras lo que viene adentro.
Dudé.
-Anda -me alentó Roberta-, ábrelo. Papi siempre regala cosas
bonitas.
Como si se tratara de la tapadera de un caño, lentamente abrí la caja.
Lo que encontré ahí me dejó sin aire.
-¿Una dentadura postiza?-dije en voz alta-. ¡Guácala!
-Sí -don Tiburcio se veía contento-, era mía.
-¡Una dentadura postiza -repetí lentamente-... y usada!
-Así es �n estas palabras don Tiburcio tenía la misma
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satisfacción que los vendedores de autos viejos-, pero todavía sirve. A
mí me salió muy buena y es de importación.
-¿Pero yo para qué quiero eso?
-Podría ser como pisapapeles, para presumirla con los amigos...
-O simplemente para jugar -dijo Roberta.
Hubo más aplausos. Ciro seguía callado.
-Ahora tienes que abrir el otro -dijo don Tiburcio.
Yo, que ya deseaba salir de eso, me lancé a desenvolver el regalo. Lo
hice de la misma forma como una vez que me aventé del trampolín más
alto de una alberca donde me estaban enseñando a nadar: sin pensarlo.
Lo que descubrí adentro me hizo sentir burbujas en el estómago.
-¿Una cucaracha?-dije.
-Sí -me contestó don Tiburcio-, una linda cucaracha. Fue la más
grande que encontré en la cocina. Lástima que tuve que darle un
chanclazo para podértela regalar, me hubiera gustado entregártela viva.
Roberta metió la mano en la caja y la sacó de una patita, parecía un
zapato.
-En verdad es una cucaracha grande -agregó ella-, es una pena
que la hayas tenido que apachurrar.
Cuando volvió a poner el bicho en la caja yo me sentía mareado. En
ese momento don Tiburcio se paró de la silla y anunció:
-Creo que la fiesta ya se terminó, estos han sido todos los regalos
de la noche.
Entonces Ciro, mi otro padrino, se apresuró a decir:
-No.
-¿No qué?-le preguntó de forma retadora don Tiburcio mientras
miraba con desprecio sus gruesos lentes de científico.
-No es el último regalo. Yo también le he traído uno a mi ahijado.
Bartolo, Roberta y don Tiburcio se voltearon a ver entre sí, parecían
sorprendidos.
-Pues a ver si es un regalo tan bonito como alguno de los que le
hemos dado -aclaró ella.
Sin hacer caso a lo que decían, Ciro quitó el papel de estraza al
paquete que cargaba entre las manos, dejando al descubierto una
brillante envoltura de colores.
Yo lo miré con emoción, y ya estaba por abrirlo cuando don Tiburcio
dijo:
-Chamaco, ese regalo lo abres después, ya es tarde y tenemos que
levantarnos temprano para trabajar. La fiesta se da por terminada. -Se
paró y caminó hasta donde estaba Ciro-. Lo acompaño a la salida.
-Pero yo quería platicar con mi ahijad. -El científico se rascó la
cabeza, adiviné que sus pelos verdes ya albergaban varios de los piojos
del circo.
-Nada, nada, ya es muy tarde. Además afuera está su sobrina.
-Ahora lo más importante es hablar con mi ahijado, ella me puede
esp.
Arrastrado por don Tiburcio, mi padrino Ciro ya había llegado hasta
la puerta. Entonces quise pararme y salir corriendo para irme con él,
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pero en ese momento Roberta me pescó de la camisa y me dijo algo que
me dejó inmovilizado.
-Ahora que nadie nos ve, dame un besito.
-¡Suéltame! -Le di un empujón, pero ya era tarde, mi padrino
estaba afuera.
-¡Adiós! -esto último se lo gritó don Tiburcio antes de cerrar la
puerta de la casa con un sonoro azotón.
Pocos minutos después se oyó el motor de su peculiar coche
alejándose por la noche.
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TIRULIRULIN
ESA NOCHE, con mis regalos entre las manos y sintiendo las acrobacias
circenses de los bichos de Roberta en mi cabeza, recibí una noticia que
sería lo mejor que me había sucedido en aquellas horas.
-Vas a dormir en la vieja casa del perro-dijo mi padrino.
-¿Tienen perro?
-Solo tenemos la casa, el perro murió hace un año.
-¿De qué murió?
-Roberta le hizo un pastel.
-Qué pena.
Para mí eso era mucho mejor que dormir en donde lo había hecho la
noche anterior.
-Ella está muy ofendida contigo por el comportamiento que tuviste
durante la fiesta que te organizó -agregó-, y no te quiere ver.
Después de eso caminamos a la puerta de la entrada. Mi padrino
traía sus pantuflas de peluche "Trunch... trunch...", a cada paso que daba
rechinaban. Desde ahí señaló, entre la espesura del jardín, lo que parecía
la casita de una mascota. La verde luz de la luna la hacía muy similar a
una tumba.
-Gracias -le dije al mismo tiempo que me entregaba una vela.
-Esto es para que puedas alumbrarte hasta ese lugar, ten cuidado
porque hay muchos animales ponzoñosos.
Y cuando estaba por caminar de regreso, lo detuve.
-Padrino, tengo mucha hambre.
-¿Por qué? ¿Acaso no te llenó el pastel?
-No, era muy poquito.
-Pues lo siento mucho.
Se dio la media vuelta. "Trunch... trunch...", se fue hasta la puerta y
desapareció cerrándola de un trancazo.
-Esto no se ve muy seguro -me dije, rascándome con más fuerza.
Llegando a la casucha, lo primero que me recibió fue un penetrante
olor a orines, me tapé la nariz. El lugar era idéntico al calabozo que salió
en la película de El Conde de Montecristo. Lo único que había adentro era
un viejo colchón y una cobija.
Ya con la vela encendida sentí cómo se calentaba mi nueva casa.
Puse los regalos en una esquina, y en eso noté un destello de colores
que llamó mi atención. Era el papel con que estaba envuelto el regalo
que me había dado mi padrino Ciro.
-¿Qué será esto? ¿Se tratará de una caja de chocolates? ¿De un pay
de fresa? ¿De unas galletas? ¿O quizá algo que me sirva para encontrar a
mis papás?
Me acerqué al resplandor de la vela y jalé el listón del moño.
Después rompí el papel que lo envolvía. Estaba muy emocionado. Pero
cuando descubrí lo que decía en la parte superior, me desilusioné:
TIRULIRULIN
(INVENCIÓN PARA CALENTAR NEURONAS)
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-Más cosas raras -me dije-. Esto ni siquiera es un juguete, yo me
estoy muriendo de hambre. -Me rasqué-. Y ya no aguanto la cabeza.
"¡Grrr!", las tripas me seguían tronando.
Observé la caja desde diferentes ángulos. Le quité la tapa, metí las
manos y saqué un casco de color pistache, parecido en tamaño a los que
usan los corredores de bicicletas, pero con un aspecto rarísimo: tenía
alambres por todas partes, engranes de reloj, y unos bulbos iguales a los
de la televisión de mi abuelita. Por un lado descubrí dos botoncitos con
una leyenda:
Para recuperar memoria
Para aumentar inteligencia
Sin entender la función de aquel aparato, lo puse en el suelo, me
recosté en el colchón y pensé en mis papás. Entonces me di cuenta que
había sido inútil recurrir a mis padrinos para tratar de encontrarlos, solo
había perdido el tiempo. A quien debía localizar era al mago.
-¿Por dónde empezaré?
Así fue como se me ocurrió lo de la guía telefónica.
De un brinco me paré, salí al jardín y lo atravesé hasta la puerta de la
casona; don Tiburcio la había dejado abierta, solo tuve que dar unos
cuantos pasos para llegar a la mesita donde estaba el teléfono y tomar el
directorio. Cuando salí de ahí, desde el porche, vi una silueta rondando
entre los matorrales. Me acerqué sigilosamente, ocultándome tras la
barda.
-¿De quién se tratará? -me pregunté.
56/88
Aquella sombra revisaba los alrededores. Parecía que buscaba algo.
Me dieron ganas de estornudar, me estaba poniendo nervioso. La vi
entrar a mi cuarto, o sea a la vieja casucha del perro, y después salir
corriendo hasta perderse entre los hierbajos del jardín. Por más que traté
de ir tras el intruso, no pude; mi camisa se había enredado con unas
ramas.
Lo único que se me ocurrió fue mantenermeoculto, para ver si
regresaba, y revisar el directorio telefónico. En esas amarillentas páginas
encontré algo que me aceleró el corazón.
ASOCIACIÓNINDEPENDIENTE
DE MAGOS, PRESTIDIGITADORES
Y ESCAPISTAS
Calle Mier y Pesado #309
Para entonces ya habían pasado unos diez minutos y parecía que el
visitante no iba a regresar. Corrí hacia la casucha del perro y cuando
llegué lo encontré todo revuelto: el colchón al revés, la cobija tirada en
un rincón, y lo peor: la agenda electrónica, donde traía el teléfono y la
dirección de mi padrino Ciro, había desaparecido junto con todos mis
regalos, entre ellos el Tirulirulín.
-Esto es obra de Roberta -me dije.
Sin más pérdida de tiempo atravesé el jardín y llegué hasta la puerta
de la casa. Pero cuando traté de abrirla me di cuenta que estaba cerrada
con el seguro. Yo mismo lo había puesto sin darme cuenta. Le di un
empujón con el hombro, igual que en las películas policiacas, pero
tampoco así la pude abrir. Salí del porche y observé las enredaderas que
subían por todas partes, como si fueran la mano de un monstruo; el
techo con sus muchos agujeros, el torreón sobrevolado por murciélagos
y la ventana del cuarto de Roberta. Sus ronquidos se oían hasta el jardín.
-Podría treparme por alguna de las lianas hasta su cuarto -me
dije-, así lo hacen Batman y Robin.
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AL ESTILO BATMAN Y ROBIN
ASÍ, ESE NIÑo que era yo hace muchos años decidió escalar la mansión
como lo había visto en el cine. Me di una buena rascada en la cabeza,
me froté las manos, caminé hasta la pared, tomé una de las lianas y
empecé a trepar, tratando que a cada paso mis pies quedaran lo más
firmes posible sobre esa superficie.
Pasé por una ventana que estaba en el primer piso, donde se oían
otros ronquidos. Estos eran más parecidos al sonido de una flauta. Me
asomé y descubrí a Bartolo dormido en su cama; a cada ronquido se le
inflaba una burbuja de moco en la nariz que desaparecía cuando
aspiraba.
-¡Guácala! -me dije.
y justo en ese momento resbaló de tal forma mi zapato, que me hizo
perder el punto de equilibrio. Aunque no me solté, mi propio peso me
desplazó al interior del cuarto de Bartolo. Caí a un lado de la cama, entre
un montón de calcetines que olían a queso gruyer.
-Tengo que salir de aquí, no quiero morir de asfixia.
Ya en el pasillo subí por las escaleras hasta el otro piso, en donde
estaba el cuarto de Roberta. Brinqué el agujero de la entrada, empujé la
puerta y la vi. Los rayos de la Luna recortaban su silueta, parecida a una
montaña.
-Ahora solo necesito explorar -murmuré y prendí la vela.
Como si estuviera penetrando en un panteón, o en otro lugar
horroroso, y tratando de no hacer ruido en cada paso, llegué hasta su
cama.
-¡Trrrr... fuiiiiiiiii! -Roberta roncaba.
y sucedió lo peor: pisé una vieja galleta que estaba en el piso, seguro
llevaría ahí unos cien años, y tronó.
El ritmo de sus ronquidos se detuvo. Estiró los brazos. Abrió la boca
como una fiera y giró su cuerpo, parecía que iba a despertarse.
-Duérmete niñaaa -en ese momento desesperado, lo único que se
me ocurrió fue entonar una canción de cuna-, duérmete yaaa, que viene
el coco y te comerááá...
Ella sonrió y, dormida, me atrapó de una mano. "Suéltame", yo
quería gritar. Pero lo único que pude hacer fue seguir cantando.
-Duérmete gordaaa... duérmete y aaa...
Poco a poco los ronquidos de Roberta retomaron su ritmo.
-¡Trrrr... fuiiiiiiiii!
Con todas mis fuerzas abrí sus dedos que me sujetaban por una
manga de la camisa, y bajo su almohada descubrí algo.
-¡Lotería, mi agenda electrónica!
Ahí estaba, aprisionada por sus greñas.
Igual que un cirujano, controlando el pulso de mis manos, la tomé Y
con un jalón la desprendí de su cabeza.
-Ahora necesito recuperar el Tirulirulín.
Luego, con la vela, recorrí todos los rincones del cuarto. Y aunque
encontré bolsas de papitas, pedazos de pizza, una muñeca sin cabeza Y
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  • 2. EL BARCO DE VAPOR ¡Guácala! Óscar Martfnez Vélez Ilustraciones de Patricio Betteo Martínez Vélez, áscar. ¡Guácala!; Ilustraciones de Patricio Betteo -1ª ed. - México: Ediciones SM, 2016 Formato digital- (El Barco de Vapor, Naranja) ISBN: 978-607-24-2437-1 1. Literatura mexicana - Literatura infantil 2. Humor -Literatura infantil 3. Amistad -Literatura infantil 4. Aventura -Literatura infantil Dewey M863 M37 2/88
  • 3. ¡Guácala! Portadilla Que no lo toguen ni las moscas ¡Guácalal El Gran Morlesín Como P.ºmP.as de jabón El serrucho me hace cosguillas La caja mágica Sin P.2P.ás La casa de los Archundia Los Archundia Roberta La caída Los monstruosos INDICE Pelos relamidos ybaño sinjabón El inventorysu sobrina Los regalos Tirulirulín Al estilo Batman yRobin La asociación de magos La investigación La casa del científico ..L.a.r.ersecución Como las orejas de Dumbo Una caja de sorP.resas Abracadabra La desP.edidagl!U!Q..J2Udo ser de r.elícula yel regreso Sesos recalentados Colorín colorado fr.ilogQ Créditos 3/88
  • 4. QUE NO LO TOQUEN NI LAS MOSCAS AHORA QUE ESTOY v1EJO debo confesarlo: yo fui un niño insoportable. Sí, consentido, grosero y llorón. De esos que escupen, pican los ojos y muerden. Que le levantan la falda a sus compañeras del salón. Que rompen los juguetes ajenos (y también los propios si ya están aburridos). Que se meten los dedos a la nariz y hacen la tarea cuando les da la gana. De esos que se introducen a la boca doce barras de chicle para después pegarlos en la cola de un gato o en el pelo de un niño gordo. -¡Federico me pegó un chicle en la cabeza! -solían acusarme señalando las pecas de mi nariz. -¿Yo? No es cierto. Me encantaba tocar los timbres del vecindario y salir corriendo. Romper vidrios con la resortera. Y si se trataba de jugar con niñas les metía unos buenos pellizcotes, aplastaba sus pastelillos de tierra o pisaba sus muñecas. No era raro que alguien le fuera con el chisme a mi mamá, pero al poco tiempo dejaron de hacerlo porque ella siempre contestaba lo mismo. -Creo que usted está diciendo una mentira, mi angelito no sería capaz de hacer eso. Y cuando se alejaba quien me había tratado de acusar, yo lo alcanzaba, le sacaba la lengua y le hacía una sonora trompetilla. Yo era el rey de la casa. Me compraban lo que quería, tenía un cuarto lleno de juguetes donde había desde bicicletas, balones y rifles de diábolos, hasta yoyos de todos los colores. Solo comía lo que se me antojaba y, aunque era un glotón de lo peor, estaba tan flaco como una lombriz pues mi dieta era a base de pastelillos, dulces y refrescos de cola. Si a la hora de la comida me ponían un plato con sopa de verduras, yo decía: -¡Guácala! De hígado encebollado. -¡Guácala! De pollo. -¡Guácala! Siempre contestaba lo mismo. Por si esto fuera poco, mis papás me cuidaban igual que a un tesoro: me traían arropado con un suéter, aunque hiciera calor, y desinfectaban cualquier cosa que tocara mi piel. No dejaban que se me arrimara ningún perro, a menos que estuviera vacunado, y estaban atentos de matar cualquier araña, cucaracha o mosca que se me acercara. Este libro es la historia de cómo cambió mi vida y me convertí en un niño diferente. 4/88
  • 5. jGUÁCALA! rooo COMENZÓ cuando yo iba a cumplir diez años, fecha que mi papá planeaba festejar por una semana entera. -Ya verás, Federico, iremos a un lugar distinto todos los días y para tu cumpleaños haremos una gran fiesta con muchos globos, dulces y payasos. -¡Guácala! -Como ya saben, esa era mi contestación a todo. Me atiborraron de juguetes: un trenecito eléctrico, un disfraz de piel roja, dos cajas de soldaditos, un avión a control remoto, una pistola espacial y un montón de cosas más. De todo eso algo que no me gustó, que me pareció lo más aburrido, fue un regalo que no era juguete pero después pasó a ser una cosa muy importante en esta historia. Venía envuelto en un papel dorado y cuando lo abrí me dieron ganas de tirarlo. -¿Qué es esto, papá? -Es una agenda electrónica. Aquello era como una pequeña televisión con un teclado. -¿Y para qué la quiero? 5/88
  • 6. -Ahí puedes apuntar los teléfonos de tus amiguitos. -No tengo amigos. -Déjame buscar algún número para que la estrenes. -Abrió su agenda, que era un cuadernillo viejísimo-. Aquí hay dos, son de tus padrinos. -No los conozco. -Aunque últimamente no los hayamos visto, debes saber que tienes dos padrinos. Lo que en ese momento no me dijo mi papá, es que mis padrinos eran los personajes más extraños que se puedan imaginar; gente rarísima que, aún hoy, me pregunto dónde la pudo haber conocido. Esos días estuvieron llenos de paseos) fuimos al zoológico, al circo, a la casa de los espantos, al museo de cera y a remar al lago. Y precisamente una noche antes del gran día, o sea el de mi cumpleaños, papá dijo: -Hoy vamos a ir a un lugar mejor que el de ayer. -¡Guácalal -Ya lo verás... es mejor que el de ayer. -¿Vamos a ir a una juguetería? -No. -¿Al cine? -No. -Ya dime, papá, por favor. -Vamos a ir a ver al Gran Morlesín. -¿Y quién es ese señor, papá? Eso suena medio guácala. -Es el mejor mago del mundo. -Platícame de él. -Dicen que es capaz de adivinar cualquier cosa, los pensamientos de la gente, el futuro y el pasado. Que puede hacer levitar a un elefante o a un camión de mudanzas sin importar su tamaño. Ve a través de las paredes aunque estas sean muy gruesas. Y ha desaparecido de todo, desde hormigas y lombrices hasta locomotoras y ballenas. -¡Guauuuuuu! -dijo mi mamá, que siempre trataba de animarme-. ¡Eso suena sensacional! -A mí no me parece tanto. En ese tiempo todo lo veía muy aburrido. -Y no solo eso, también es capaz de comer cualquier cosa-mi papá siguió. -¿De verdad? Aquello no me convencía. -Sí, desde chinches y moscas hasta clavos y herraduras. -Habrá que verlo. -Tenemos que irnos ya) la función está por empezar. Acompañados hasta por el Pirata, mi perro, y yo con mi cara de guácala, nos montamos en el coche y nos fuimos al teatro. 6/88
  • 7. ELGRAN MORLESÍN AQUELLA NOCHE CAÍA UNA tormenta que parecía el diluvio universal. Mis papás y yo tuvimos que caminar, protegidos por un paraguas y saltando entre los charcos, desde donde habíamos dejado el coche hasta la entrada del teatro. -Cuidado con el niño, que no se moje -dijo mi mamá-. Que no le caiga ni una gotita. -Aquí lo traigo cubierto con mi abrigo -le contestó mi papá. Afuera había un letrero grandísimo y lleno de foquitos que decía: SI NO LE TEME A LO DESCONOCIDO Venga a vera EL GRAN MORLESÍN MENTALISTA, ESCAPISTA Y PRESTIDIGITADOR -Estoy segura que esto le encantará al bebé. Mi mamá siempre quería que yo estuviera contento. De una bocina salía una música como de circo. "¡Guarff... guarff...!" Todavía recuerdo que el Pirata ladraba de emoción. No era para menos, arriba estaba pintada una tenebrosa cara de más de dos metros: era el rostro del mago centrado en un marco de relámpagos amarillos, con esa nariz semejante al pico de un cuervo, con esa barba de chivo que le llegaba hasta el pecho, con ese turbante que tenía una piedra verde en el centro y esos ojos de mirada severa bajo unas cejas peludas como gusanos azotadores. Yo no supe si eso me emocionaba o me daba miedo. Hubiera querido verlo por más tiempo, pero la lluvia hizo que nos metiéramos corriendo bajo la marquesina. -Vente, muñequito lindo, está lloviendo y además todavía tenemos que comprar los boletos -dijo mi mamá. Se veía preocupada porque en la taquilla había una cola que casi llegabahasta la esquina. -No hay problema -le contestó mi papá-, nosotros ya tenemos lugares. Y de la bolsa de su gabardina sacó tres boletos, eran dorados y en el centro estaba impresa la cara del mago rodeada de estrellitas. -¡Viva! -grité. Cuando entramos al teatro lo primero que hicimos fue correr a la tienda de golosinas. -¿Qué vas a querer, bebé? Pedí unos bombones cubiertos de chocolate. Y mi papá, que en verdad quería agasajarme, además de eso me compró dos mazapanes, un paquete de chicles, tres chupirules, unos cacahuates garapiñados, dos muéganos, tres chiclosos de cajeta y un refresco de uva. Mamá me ayudó a cargar todo aquello hasta nuestros lugares en la primera fila. -Fíjate bien por donde pisas, no te vayas a tropezar. El telón de terciopelo estaba frente a nosotros. Había un murmullo en las butacas que fue roto por un ladrido de emoción del Pirata. 7/88
  • 8. "¡Guarff!" -Pirata, si la función no nos gusta, ladras mucho para molestar a la gente -le aconsejé y le di un chicloso de cajeta. El Pirata era de los pocos animales en este mundo que gustaban de comer chiclosos de cajeta. En eso se oyó la voz de un presentador. -Tercera llamada... esta es la tercera llamada... ¡Comenzamos la función! Las luces se apagaron. Una música que daba miedo surgió de quién sabe dónde. Y el haz de un refiector proyectó un círculo en el telón, que poco a poco se fue abriendo hasta que se pudo ver el otro lado. Todo el teatro estaba en silencio, esperando. Se oyó un redoble de tambores, un platillazo y en seguida la voz del presentador dijo: -Señoras y señores, niñas y niños, ha llegado el momento esperado. ¡Desde los exóticos parajes de Cacaratuca... conocedor del secreto de la salamanquesa y la hipnosis chiriquitueca, con ustedes... el Graaaaaan Morleeeeeeeeesín! Hubo una explosión que provocó una nube de humo en el escenario; cuando se disipó, al centro apareció una figura humana de espaldas. Entonces ni siquiera las moscas volaban y hasta el Pirata había dejado de mascar su chicloso de cajeta. Aquella silueta traía una capa color violeta llena de estrellitas titilantes. La luz del círculo se hizo más intensa. Y, como si el piso se moviera, empezó a girar lentamente hasta quedar de frente al público. Se trataba del Gran Morlesín. Extendió una mano y de ella surgieron algunas chispas que se transformaron en una llama de fuego. Eso provocó en el público un: -¡Ohhhhhhhhhhhhh! La llama creció hasta casi llegar al techo. Con el resplandor que producía se podían distinguir los rostros sorprendidos de los espectadores. Extendió su otra mano y ahí surgió una segunda llama. Después le salió una más arriba del turbante y a continuación lo rodeó un círculo de fuego que solo duró unos segundos. En el momento que estaba más brillante, se apagó... y al mismo tiempo desapareció el mago. El público soltó otro: -¡Ohhhhhhhhhhh! Pero la sorpresa de todos fue mayor cuando atrás se oyeron unas risas. -¡Ja ja ja ja! Sí, de alguna inexplicable manera, el mago ahora estaba en el pasillo de atrás. El público soltó otro: -¡Ohhhhhhhhhhhh! El teatro se cimbró en una cascada de aplausos. Él hizo una caravana de agradecimiento, levantó su capa y desapareció ante los ojos de los espectadores. Se esfumó y apareció de nuevo, una fracción de segundo después, en el escenario. Hubo más aplausos. Hizo otra caravana. Lo que siguió fue tan impresionante que hasta me tragué el chicle. 8/88
  • 9. COMO POMPAS DE JABÓN EL MAGO DIJO: -Para el siguiente experimento voy a solicitar la cooperación de un voluntario. En las butacas se volteaban a ver unos a otros. Como nadie se ofreció, él decidió escoger a una persona. Paseó por el público aquellos ojos enmarcados en sus peludas cejas. -¡Yo, señor, yo! -grité. Pero el Gran Morlesín ni siquiera me oyó pues detuvo y clavó su mirada en una señora gorda que estaba sentada a un lado de nosotros. Señalándola, le dijo: -¡Usted! Ella volteó para los lados, se veía muy asustada. -¿Yo? -preguntó. Con un movimiento de cabeza, el Gran Morlesín le dijo que sí. La señora estaba temblando. -¿Yo? -volvió a preguntar. Él asintió con la cabeza. -No sea miedosa -le grité. Del susto no se podía nimover. -¿Yo? Él se le quedó viendo y le contestó: -Sí..., usted. La señora se paró, caminó hasta las escaleras del escenario y entró en el círculo luminoso donde estaba el mago. El teatro casi se cayó con los aplausos que parecían ovacionar el valor de aquella mujer. "¡Guarff...!", el Pirata ladró. La señora hizo una caravana y el mago la volteó a ver evidentemente molesto. -¿Lista? -le preguntó él. Ella dijo que sí con la cabeza, él tronó los dedos y entró en el escenario otro personaje. Se trataba de un enano patizambo, de caminar lento, con una nariz enorme, unas greñas tan erizadas que parecían las cerdas de una escobilla y vestido con un traje de fantasía. En una mano traía un banquito de madera. -¡Déjalo ahí, Ñandú! -le ordenó el mago. Al parecer aquel ayudante era medio tonto, porque después de la orden se quedó viendo al mago sin moverse. -¡Te digo que lo dejes ahí! -repitió. El enano asintió con la cabeza, se rascó una oreja y le contestó: -¡ Mhmmm! Puso el banco en el suelo. -¡Ahora, vete! El enano salió del círculo de luz. La señora lo siguió con la mirada hasta que desapareció. Con un pañuelito limpió el brillo de su cara y casi en un cuchicheo le preguntó al mago: -¿No me sucederá nada? 9/88
  • 10. -¡Siéntese ahí! -fue lo único que le dijo. Obedeció. Él se paró frente a ella, se cruzó de brazos, cerró los ojos y de su boca salió un extraño sonido nasal. -¡Mhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh! La señora se veía muy asustada, tenía el pañuelito empapado. Y sucedió algo extraordinario, empezó a despegarse del piso. Muy lentamente. Como si fuera una pompa de jabón. Como si fuera más liviana que el aire. El público lanzó otro: -¡Ohhhhhhhhhhhhhhh! Ella se fue elevando hasta que llegó al techo. Allá se detuvo, igual a los globos que a veces pierden los niños. Entonces le entró un ataque de risa que fue subiendo de tono. -¡A callar! -le ordenó el mago dando una palmada. Y como si se hubiera olvidado de ella, volteó a ver al público y dijo: -Ahora voy a solicitar la cooperación de otro voluntario. Lo que sucedió después hizo que me tragara el segundo chicle de esa noche. 10/88
  • 11. EL SERRUCHO ME HACE COSQUILLAS EL MAGO HABÍA PEDIDO la cooperación del segundo voluntario de esa noche, pero como la gente estaba impresionada por lo sucedido con el primero, permanecía en silencio. Aprovechando, grité: -¡Yo!¡Yo!¡Yo! No tuve suerte, me ignoró y señaló a una señorita de las últimas filas. -¡Usted!-dijo. -¿Yo? -preguntó ella. -¡Sí! -le respondió-, usted. ¡Venga en este momento! Ella se paró, caminó por el pasillo y subió al escenario. -¡Ñandú!-gritó el mago. El enano entró empujando una caja montada sobre una mesa con ruedas, que tenía la misma forma de un ataúd. -¡Detente en este lugar!-le ordenó el mago. La señorita estaba pálida, todo el tiempo se quitaba un mechón de pelo que le caía sobre la cara. El enano abrió la caja y se retiró. El mago señaló hacia el interior. -Si me hace favor -le dijo. Ella se metió. -Gracias. Al mismo tiempo que él cerraba la caja, ella sacó los pies por un extremo y su cabeza por el otro. -¡Ñandú!-gritó de nuevo. El enano entró por donde había desaparecido, esta vez traía un enorme y resplandeciente serrucho, casi lo arrastraba. -Puedes retirarte, Ñandú-le dijo cuando tuvo el serrucho entre sus manos. Pero el ayudante parecía no haber escuchado. -¡Que te retires! -le volvió a ordenar. Ñandú se dio la media vuelta y desapareció por un extremo. -¿Lista? -le preguntó a la señorita. Pero antes de oír su respuesta puso los dientes de la hoja justo en medio de la caja, y empezó a serruchar con fuerza. En el piso se formó una montañita de aserrín. Cuando el público estaba más atento a lo que sucedía, ella soltó un grito. -¡Ahhhhhh! Eso en nada le importó al mago, que seguía serruchando. -¡Uhhhhhh! -se volvió a quejar la muchacha-. ¡Me duele! Aquello, en vez de parar el movimiento que el mago con el serrucho, aumentaba su velocidad y le provocaba una sonrisa muy similar a la de los jugadores de baraja que se saben ganadores. -¡Por fin!-dijo cuando la hoja atravesó la caja. Se agachó para observar el corte realizado y lanzó un grito. -¡Ñandú, ven acá! 11/88
  • 12. Volvió a entrar el enano. -¡Toma la caja por aquel lado! El enano cogió el extremo por donde salían los pies, el mago tomó la parte por donde salía la cabeza. -¡Ahora! A esta orden cada quien jaló de su lado, partiendo en dos el cuerpo de la muchacha. Hubo una explosión de aplausos. El Gran Morlesín hizo una caravana. Ella volteaba en todas direcciones, y sus piernas, separadas varios metros, no paraban de patalear. -Viene lo más interesante del experimento -anunció el gran Morlesín-. Uniré las dos mitades del cuerpo. El público aplaudió. El mago empujó el extremo de la cabeza hasta que se juntó al de los pies, y el ayudante le dio una mascada color uva. Él la extendió y la mostró por sus dos lados, después cubrió con ella esa parte de la caja donde se partía en dos. -¡Polvos mágicos! -gritó. El enano se fue a un extremo y enseguida volvió cargando un frasco de cristal, que en su interior tenía una extraña fluorescencia verde. El mago destapó la botella, metió una mano, tomó un puñado de polvo y lo lanzó sobre la mascada, diciendo al mismo tiempo: -¡Sim salabim, que se una de nuevo este cuerpesín! Después de eso quitó la mascada... y casi se le salen los ojos al ver que la rajada hecha con el serrucho aún seguía sin cerrar. -No pasa nada -murmuró. Acomodó nuevamente la mascada sobre la caja, tomó un puñado de polvos y dijo las palabras mágicas. -¡Sim salabim... que se una de nuevo este cuerpesín! Quitó la mascada y casi se cae del susto al descubrir que el cuerpo seguía separado. -No pasa nada -murmuró. Colocó la mascada sobre la caja y echó los polvos mágicos. Pero no un puñado, como las otras dos veces, en esta ocasión vertió todo el contenido de la botella. -¡Sim salabim, que se una este cuerpesín! En el teatro se hizo un gran sileli1cio. Levantó por un extremo la mascada, se asomó y le ordenó al enano: -Llévate esto. Su ayudante empujó la caja mientras la señorita reclamaba. -¡Oiga, no me puede dejar así! ¿Cómo voy a ir a trabajar partida en dos? -¡Música, maestro! -ordenó el mago. Las trompetas y los tambores empezaron a sonar al mismo tiempo que la muchacha desaparecía por uno de los lados; poco a poco sus gritos se oyeron más lejos. Lo que sucedió a continuación provocó que me tragara el tercer chicle de la noche y que casi me hiciera pipí. 12/88
  • 13. 13/88
  • 14. LA CAJA MÁGICA . - MORLESIN EXCLAMO: -Para el último experimento de esta noche voy a solicitar la colaboración de una familia entera. En ese momento yo me di cuenta que se trataba de una oportunidad y levanté la mano. El Pirata me veía tan emocionado que lanzó un ladrido. "¡Guarff..!" Ese ladrido hizo que por vez primera el mago volteara y posara sus ojos sobre nosotros. -¡Nos está viendo!-grité. Extendió uno de sus brazos y nos llamó al escenario. Así, papá, mamá, mi perro y yo subimos en fila. -¡Qué emoción!-volví a gritar. El público aplaudió. El mago tronó los dedos y de nuevo apareció el enano por un lado. Venía empujando una enorme caja, mucho más grande que la otra. Estaba decorada con dibujos de lunas, estrellas Y cometas. Cuando la puso en el centro, con una mirada el mago le indicó que se retirara. -¡Mhmmm! -le contestó. Se rascó la cabeza y se fue. Después el mago abrió por un lado la caja, metió una mano para que se notara que adentro no había truco, y enseguida nos invitó a pasar. -¿Quiere que entremos ahí?-preguntó mi papá un poco nervioso. Él movió la cabeza afirmativamente. Mi mamá estaba muy seria. -¿De verdad quiere que entremos ahí?-preguntó ella con miedo. Y el público, que ya se estaba aficionando a ver cosas extrañas, empezó a gritar: -¡Que entren! ¡Que entren! ¡Que entren! ¡Que entren! ¡Que entren! Aunque a mis papás no les gustaba mucho la idea, fue tanta la insistencia que ya no pudieron hacer otra cosa, y la primera en poner un pie ahí fue mi mamá. Hubo aplausos como si estuviéramos por partir a la luna. A ella la siguió mi papá, lo que provocó más ovaciones. Y casi por instinto el Pirata se metió corriendo a un rincón, aquello fue tan gracioso que se oyeron varias risas. -Ahora sigo yo -dije. Pero cuando estaba por entrar me di cuenta que ya no cabía y traté de meterme a la fuerza. -Muévete un poco, mamá, no quepo -supliqué---. Hazte para allá, Pirata. El mago me observó y movió la cabeza negativamente. -¿Qué?-pregunté. Volvió a negar con la cabeza y dijo: -Tú no cabes. -Pero... -Tendrás que esperarlos afuera. Mi papá se puso muy serio. -Oiga, yo quiero que mí hijo nos acompañe. 14/88
  • 15. -Ya no cabe, y el que dice aquí cómo se hacen las cosas soy yo. Esa era la primera vez en la vida que alguien no le cumplía sus caprichitos a ese chamaco consentido... que era yo. -El baby quiere venir con nosotros -insistió mi papá-, y mañana es su cumpleaños. En ese momento intervino mi mamá, a quien ya le urgía terminar con aquello. -Deja de discutir, hagámosle caso. Después vamos a regresar con Federico allá aba... No se terminó de oír lo que ella decía, el mago cerró de un portazo la caja. Yo me quedé ahí paradosin saber qué hacer. -¿Qué esperas? -me preguntó. -Solo quería despedirme de ellos -le contesté. Abrió una ventanita por donde aparecieron las sonrientes caras de mis papás. -No te mortifiques, mi rey. No tardamos nada -gritó mi mamá. -Cuando salgamos te voy a comprar más dulces -gritó mi papá. -Ya fue suficiente. El mago se estaba poniendo de malas. -¡Adióóóós! -se despidieron mis padres moviendo los dedos de la mano. Después se abrió otra puertecita abajo, por ahí se asomó el Pirata. "¡Guarff!" -Adiós -les contesté y les mandé un beso. -Te queremos much... El Gran Morlesín cerró las ventanitas de un golpe, levantó una mano y señaló hacia las butacas. -Regresa a tu lugar. Ante la mirada del público caminé a las escaleras, bajé del escenario y me fui a mi asiento. -Ahora continuaremos con esta magia -anunció parándose detrás de la caja. Extendió los brazos y, moviendo ligeramente la punta de los dedos, cerró los ojos. El Gran Morlesín parecía muy concentrado. Pronunció las siguientes palabras: -¡Chirriscuquiscuquis! Enseguida caminó alrededor de la caja con los brazos extendidos, se paró frente a la puerta y la abrió. Aquello dejó al público tan impresionado que lanzó un grito. -¡Ohhhhhhhhhhhhhhhhhh! Quizá el más impresionado era yo: la caja estaba vacía. Mi familia había desaparecido. Hubo una explosión de aplausos que el mago agradeció con una inclinación de cabeza. -Ahora viene lo más difícil -dijo-: aparecer de nuevo estos cuerpos. Se oyó la voz del presentador. -Pedimos a nuestro amable público que durante la siguiente parte de la función guarde silencio, ya que puede ser muy riesgoso para el 15/88
  • 16. mago y para los voluntarios. Sonó un redoble de tambores. El Gran Morlesín cerró los ojos. Extendió los brazos hacia la caja y trató de pronunciar las palabras mágicas. -Chis... Chis... Chis... -pero ellas no venían a su mente-. Chis... -Se rascó la cabeza, las había olvidado. Después de unos segundos la tensión fue rota por un platillazo. Caminó hasta la caja, la abrió... aún seguía vacía. Todos guardaban silencio. El mago hizo un gesto. De nuevo se paró junto a la caja. Cerró los ojos. Trató de traer las palabras a la memoria y no pudo. Extendió los brazos. Sonó el redoble de tambores. El platillazo. Caminó hasta la puerta, la abrió y... nada. Seguía el silencio. Hizo una sonrisa como no se le había visto antes, más parecía de preocupación que de otra cosa. Aventó la puerta. Dio dos vueltas alrededor de la caja. Se paró. Tomó aire. Cerró los ojos. Extendió los brazos. Se oyó el redoble de tambores. El platillazo. Abrió la puerta y... nada. El interior de la caja seguía vacío. Entonces se escuchó la voz del presentador: -Les agradecemos el honor de su presencia... La función se da por terminada. Casi al mismo tiempo que daban este anuncio, se corrió de golpe el telón y se prendieron las luces para que la gente se fuera. Yo estaba ahí parado, viendo cómo el teatro se empezaba a vaciar. A nadie le importaba que mis papás no hubieran aparecido. -¡No se vayan, esperen! ¿Qué, no se dieron cuenta que ese señor desapareció a mis papás? La gente me volteaba a ver extrañada. -¡Vente, vente! -oí que una señora le decía a su hija-. No le hagas caso a ese niño. En ese momento lo único que se me ocurrió fue correr hacia el escenario. -¿A dónde crees que vas?-gritó un guardia que me vio brincando de una butaca a otra. En el pasillo se había hecho un congestionamiento con la salida de la gente. Yo no le hice caso, ni siquiera lo volteé a ver. "¡Priiiiiiiiiiiiiiiiii!" El guardia tocó su silbato. Llegué hasta el escenario, me agarré de la orilla para impulsarme, di un brinco y atravesé la cortina por abajo. Del otro lado seguía oyendo los gritos del guardia. -¡Alto, en nombre de la ley! A mí no me importó. Tenía que encontrar a ese mago para que me regresara a mi familia. El escenario estaba en penumbras. en el centro aún se podía ver la caja. La revisé. Estaba vacía. En eso oí una voz atrás de mí. -Por fin te atrapé, pilluelo -sí, era el guardia-. Creías que te ibas a escapar. 16/88
  • 17. Como me di cuenta que ahíno había nada que me sirviera, decidí examinar la parte de atrás del teatro. -¡Espera!-gritó cuando me vio salir corriendo. Así llegué hasta una puerta que tenía pintada una estrella plateada y decía: El GRAN MORLESIN Era el camerino del mago. Traté de abrirlo, pero estaba cerrado con llave. Los pasos del guardia se oían cada vez más cerca. Entonces, como en las películas de espías, le di una patada a la puerta, pero estaba vacío. -Ahora sí, te atrapé. El guardia ya estaba en el camerino y me tapaba la puerta. Esto no fue ninguna barrera, me deslicé por el piso pasando bajo sus piernas y corrí hasta una salida que daba directamente al estacionamiento. Desde ahí alcancé a ver al mago que se trepaba en un Cadillac negro. Era un viejo coche que en la parte de atrás tenía dos aletas parecidas a las de un tiburón. Al volante iba el enano. -¡Oiga!-grité-. ¡No se puede ir y dejarme sin mis papás! El mago volteó, me reconoció y de un brinco se metió al coche cerrando la portezuela. -¡En marcha, Ñandú! Aunque corrí ya no los alcancé, desaparecieron chillando llanta en la esquina. 17/88
  • 18. SIN PAPAS ME QUEDÉ MIRANDO la esquina por donde huyó el culpable de haber desaparecido a mis papás. Por la puerta salió el guardia que me venía correteando. -Has tenido suerte de agarrarme de buenas, si no te hubiera dado tu merecido. Después de esto se volvió a meter al teatro. -¡Señor! -le grité-.¡Espérese! El guardia se asomó. -¿Qué quieres? -Necesito que me ayude. -¿A qué? -El mago desapareció a mi papá, a mi mamá y hasta a mi perro. -¿Y qué quieres que haga? Yo no tengo la culpa de su mala memoria. -¿Mala memoria? -A ese mago siempre se le olvidan las palabras mágicas. -Tiene que atraparlo. -A mí solo me pagan por atrapar ladrones... y a niños que se meten en donde no les importa. Mejor vete si no quieres que te dé tu merecido. Me dieron ganas de hacer berrinche: era la segunda vez en mi vida que alguien no cumplía mis deseos. Entonces supe que no tenía caso seguirdiscutiendo y empecé a caminar por la banqueta. Ya había parado de llover, solo quedaban los charcos donde se reflejaban los postes del alumbrado. Parecía que una parte de la ciudad se había derretido y se había quedado ahí estancada. Así llegué a mi casa. Traté de entrar por la ventana de la sala, por la cocina y por el baño; de haber tenido una escalera lo hubiera intentado por la chimenea como Santa Claus. Cuando mi papá decía que la casa era a prueba de ladrones, en verdad tenía razón. La luz de la puerta estaba encendida, él siempre la dejaba asícuando salíamos. Todo lo demás permanecía en completa oscuridad. Después de muchos intentos, me fui a sentar a la banqueta. -Ni modo, tal parece que esta noche tendré que dormir en la calle -me dije. Y cuando estaba por escoger el lugar menos mojado del jardín recordé algo: -Mis padrinos, el teléfono de mis padrinos. Saqué mi agenda electrónica, la traía en una bolsa del pantalón. La encendí y en la pantalla aparecieron los dos números que había escrito mi papá. Padrino Ciro Montoya: 54 88 78 35 Padrino Tiburcio Archundia: 55 36 07 21 Caminé hasta la esquina, donde había un teléfono público. Descolgué el auricular y metí una tarjeta por la ranura. Marqué el primer número, el de mi padrino Ciro. Solo había que esperar. Me froté las 18/88
  • 19. manos. Pasó más de un minuto. -Parece que no hay gente en casa, voy a llamar al otro. Colgué, volví a descolgar y marqué el teléfono de mi padrino Tiburcio. Me froté la manos. Al segundo timbrazo descolgaron la bocina y una voz lenta, grave como el sonido de un tambor, que casi parecía de ultratumba, dijo: -Bueno... Me quedé callado, tenía un sentimiento que no sabía si era de emoción o de miedo. -Bueno... -volvió a decir la horrñble voz-. ¡Contesten! Y justo cuando yo estaba por decir hola, colgaron. -¡Padrino! -grité. Después de eso volví a marcar el número. Esta vez tardaron un poco más en contestar. Después de un rato se oyó de nuevo aquella voz que parecía de monstruo. -Bueno... -Hola, padrino. Del otro lado se hizo un silencio. -¿Padrino? -repetí. Seguía el silencio. Yo también me quedé callado. -¿Con quién quieres hablar? -me preguntó la siniestra voz. -Con mi padrino, soy Federico. Se oyó un cuchicheo, la persona que había contestado estaba hablando con alguien más. -¿Buscas a don Tiburcio? -Sí, a mi padrino Tiburcio. ¿No es usted mi padrino Tiburcio? -No..., yo soy su hija. Aquello me desconcertó. Si difícilmente se podría creer que esa era la voz de un hombre, más difícilmente se creería que era la de una niña. Me recordaba la de esos mayordomos que salen en las películas de miedo. -Disculpa, ¿me podrías comunicar con mi padrino? -Espera un momento. Se volvieron a oír más cuchicheos. Después de un rato, por fin contestaron: -Bueno... Esta voz era todo lo contrario a la otra. Tenía el mismo timbre agudo de las ventiscas cuando chifian por entre los cristales o de las ratas cuando chillan o de los cochinos cuando tienen mucha hambre. Yo estaba aún más sorprendido. -¿Quién habla? -pregunté. -Don Tiburcio. Aunque la voz tenía ese tono agudo que se podía atribuir a cualquier personaje de las caricaturas, quizá la severidad con que pronunció estas palabras me convenció que en el auricular estaba un adulto. -Hola... -dije. -¿Quién habla? -volvió a preguntar. -Soy su ahijado... -¿Mi ahijado? 19/88
  • 20. -Sí, Federico. Al otro lado se hizo un silencio que después fue roto por un sonoro: -¡Ahhhhhhhhhh! Ya sé quién eres. ¿Y para qué me estás hablando a esta hora? -Quería ver si me podía ir a dormir con ustedes. -¿Con nosotros? -Sí, con ustedes. -Oye, niño, hace más de diez años que no veo a tu papá; y a ti si te encontrara en la calleni siquiera te reconocería. Y de repente me llamas a las doce de la noche para ver si te puedes quedar a dormir en mi casa. ¿No te parece muy extraño? -No, porque usted es mi padrino. Y se supone que los padrinos siempre ven por sus ahijados. -¿Y tus papás? -No están aquí. -¿Dónde están? -Sé que no me lo va a creer y que suena muy fantástico, pero los desapareció un mago. -¿Quieres decirme que no estás con tus papás porque los desapareció un mago? -Así es, a ellos junto con el Pirata. -¿El Pirata? ¿Quién es el Pirata? -Así se llama mi perro. -O sea que tú no estás con tus papás porque los desapareció un mago junto con tu perro. -Sí. -¿Crees que me chupo el dedo? -No, es verdad. -¿Y lo único que quieres es dormir aquí esta noche? -Sí. -Está bien, no me gusta mucho la idea, pero vente para la casa. Aquí veremos en qué puedes ayudar. -¿Y cómo le hago para llegar? -Muy fácil, hazle la parada al primer camión de la basura que veas y dile que te lleve a casa de los Archundia. 20/88
  • 21. LA CASA DE LOS ARCHUNDIA NO TARDÓ MUCHO en pasar el primer camión de la basura, a esas horas ya venían de regreso, cargados hasta casi desbordarse después de un largo día en la ciudad. Le hice la parada como si se tratara de un camión urbano. El armatoste detuvo su marcha junto a mí, parecía un enorme dinosaurio. Sacaba humo de los lados. -¡Guácala! -dije instintivamente. Aquel camión estaba lleno de moscas, miles volaban alrededor de él. -¿Qué quieres, niño? -me preguntó el chofer, que era un señor con la cara forrada de pelos igual que un hombre lobo. De momento tuve miedo y me costó trabajo articular las primeras palabras. -Me... Me... Me... -No quería ni abrir la boca, sentía que se me iban a meter las moscas-. ¿Me puede llevar a casa de los Archundia? Al oír aquel apellido, el rostro del hombre se transformó en una enorme sonrisa. -¿Vas a casa de los Archundia? -preguntó. -Sf, señor. -Con gusto te llevo. De un salto me trepé a la cabina del camión. Después de las moscas, lo siguiente que me recibió en el interior fue un penetrante olor a leche cortada que me hizo llevar las manos a la nariz. -Entonces vas a la casa de los Archundia. -Sf. ¿Usted los conoce? Yo no quería ni respirar. -Claro que los conozco, quién no los conoce. Me impresionó la popularidad de mi padrino. -¿Y de dónde los conoce? El chofer me volteó a ver, bajó la velocidad del camión, se sacó un cigarrillo que tenía en la boca y me contestó. -De donde todo mundo los conoce. Se metió de nuevo el cigarrillo a la boca, dio una chupada que hizo más intenso el anaranjado resplandor de la punta y hundió el pie en el acelerador. Traté de pensar alguna pregunta que me dijera más de mi padrino. -¿Y qué es lo que le agrada a usted de los Archundia? Exhaló una voluta de humo que se deshizo en el aire y dijo: -Los monstruosos. Yo me quedé con la boca muy abierta. -¿Los monstruosos? Sonrió al mismo tiempo que hada un cambio en la palanca de velocidades. -Me encantan. -¿Le encantan? El hombre se rascó los pelos de la cara y me volteó a ver con curiosidad. -Qué preguntas me hace... ¿A ti no te gustan? Sentí ganas de estornudar. Eso, aún hoy, me sigue sucediendo 21/88
  • 22. cuando me pongo nervioso. -¿Qué cosa? -Pues de qué estamos hablando. -De... los monstruosos. -¿A ti no te gustan? Tuve que contestar con una mentira. -Sí, sí me gustan. El chofer sonrió como si a su mente hubiera llegado un grato recuerdo. -Son maravillosos. Así el camión recorrió varias calles, hasta la orilla de la ciudad, yo había estado muy atento de la ruta que seguíamos. Me di cuenta de que estábamos lejos de mi casa. -¿Falta mucho para llegar? -No. Tiró a la calle lo que restaba de su cigarrillo. Las casas cada vez eran menos y en su lugar se podían ver las formas de un bosquecillo de árboles recortado contra la luna, esa luna que nos miraba como un inmenso ojo amarillo, como un foco viejo. De pronto los árboles desaparecieron y dieron lugar a unas montañas muy raras. -¿Qué es eso?-le pregunté al chofer. -Nuestro negocio. No necesité más explicaciones para entender que eran montañas de basura. Y así, mientras observaba esas siluetas que se levantaban como lo que parecía un paisaje marciano, el chofer anunció: -Hemos llegado. El camión se detuvo. Me asomé por la ventanilla, el corazón se me aceleró. -¿Aquí es?-le pregunté. -Sí. Sentí un escalofrío que solo recordaba haber experimentado en el cine: en las peores escenas de las películas de terror. Ante mí se levantaba una siniestra mansión. -¿Está seguro que es aquí?-volví a preguntar. -Claro, esta es la casa de los monstruosos. Me rasqué la nariz. Pensé que los monstruosos quizá eran los hijos de mi padrino. Quise encontraralgún pretexto para no quedarme ahí, algo que conmoviera al hombre. -Este lugar está muy tenebroso. -Mira, niño, no tengo tu tiempo. Ya tengo que irme. Viendo que no podía hacer otra cosa, me tuve que bajar del camión. En el suelo me arrepentí. -¡Oiga! ¡Espere! Por más que grité, el chofer no me hizo caso y arrancó expulsando una nube de humo que me dejó tosiendo. Cuando se disipó la nube, me tallé los ojos y volví a ver la 22/88
  • 23. construcción que se levantaba frente a mí. -Vaya, en qué casa tan fea vive mi padrino-me dije. Y tenía razón, en verdad era feo ese lugar que parecía estar a punto de derrumbarse con su torreón donde revoloteaba un grupo de murciélagos que piaban como pollos; sus ventanas de cristales estrellados; la reja semiderruida que la maleza se empezaba a tragar, y aquel bosquecillo de árboles secos que a la luz de la luna semejaba un ejército de monstruos. Sentí un sudor frío. 23/88
  • 24. El viento me embarraba los pelos en la cara. Me froté las manos. Miré para los dos lados de la calle, estaba desierta, y caminé con pasos cautos hacia la puerta de la casona. Busqué un timbre, pero lo único que encontré fue el agujero en donde alguna vez hubo uno. Desde ahí, el interior del jardín se veía más feo: las plantas estaban tan crecidas que daban la impresión de haber devorado la casa; las raíces de un árbol la levantaban por un lado; las escaleras tenían cuarteaduras, y los matorrales trepaban las paredes como si fueran náufragos agarrándose de un barco que se hundía. Observé que la puerta de la reja estaba entreabierta y decidípasar. Así atravesé el caminito, brincando algunas arañas peludas, una que otra lagartija y lo que parecía la cola de una víbora, hasta llegar a la puerta de la casa. Subí al porche construido con madera que ya estaba podrida y que crujía bajo mis pies a cada paso. Toqué. Se oyeron unas pisadas lentas que se acercaban por el otro lado. Me eché un salivazo en la palma de la mano y me la pasé por el pelo para darle una rápida peinada. Tronaron los fierros de la chapa, estaba dando vuelta. La puerta se fue abriendo muy lentamente, con un crujir de goznes oxidados igualito al de las películas de terror, mientras se proyectaba en el piso una luz anaranjada y una sombra. Descubrí que esa sombra pertenecía a una de las criaturas más horripilantes que había visto en mi vida. 24/88
  • 25. LOS ARCHUNDIA sí, ESE N1Ño QUE FUI vo hace muchos años estaba aterrado ante la criatura más fea que había visto en su vida. Pero aquí es necesario hacer una corrección: yo no estaba aterrado ante la criatura más fea que había visto en mi vida, estaba horrorizado ante el grano más feo que había visto en mi vida. Aquel ser que abrió la puerta lo tenía en la punta de la nariz, y no se trataba de un grano como cualquiera. Se trataba de un grano muy grande, casi tan grande como una uva. De color amarillo y con una punta verde. Alguien con imaginación lo hubiera visto como un ojo. -Es un grano-aclaró la criatura que estaba parada en la puerta. Yo moví lentamente la cabeza, sin despegar los ojos de ahí. -Tú has de ser Federico -agregó. Me di cuenta que esa era la misma voz que había oído por el auricular del teléfono: voz aflautada, como de ratón, voz de caricatura. En la escuela hubieran dicho que tenía voz de pito. El dueño de la voz en verdad era siniestro pues, además de tener ese enorme grano en la nariz que brillaba como una manzana, tenía la cabeza hundida entre los hombros de un cuerpo similar a un tonel, Y una maraña de pelo donde cualquier piojo se hubiera perdido igual que en el Amazonas. -Tú has de ser Federico -volvió a decir. -Sí, soy yo. La criatura hizo una sonrisa que dejó ver la ausencia de varios dientes y extendió los brazos para estrecharme entre ellos. -Yo soy tu padrino don Tiburcio. Entre los brazos del que acababa de presentarse como mi padrino, percibí un fuerte olor a salami. Con el paso de los días ese olor sería parte de mi vida diaria. -¡Qué gusto! -dije tapándome la nariz. Mi padrino estaba en camiseta, y cuando le toqué la espalda con una mano sentí que algo aguado y pegajoso se me embarró en la palma. Después de eso se dio media vuelta y me dijo: -Sígueme. Caminé atrás de él por un pasillo que estaba en penumbras. Traía unas pantuflas de peluche gris con forma de garra. "Trunch... trunch..." A cada paso que daba, sus pantuflas rechinaban. Así subimos por unas escaleras y pasamos junto a un cuarto que tenía la puerta entreabierta, de donde salía un ruido parecido al de una trompeta con gripa. Don Tiburcio volteó y dijo. -Es mi hijo Bartolo. Supuse que el tal Bartolo estaba dormido y esos eran sus ronquidos. Después llegamos a otra puerta; frente a ella, en el piso, había un agujero. -Cuidado -me advirtió-, no te vayas a caer. Pega un buen brinco. Brinqué. Adentro se oían otros ronquidos. 25/88
  • 26. -Por ahí busca donde dormirte -me dijo desde la puerta. -Pero si no veo nada. -No es necesario que veas mucho. Solo camina con cuidado y encontrarás una cama o un cojín, ahíte acuestas. Y no prendas la luz porque puedes despertar a la niña. -¿La niña? -Sí, mi hija. El hombrecillo desapareció por el marco de la puerta. "Trunch... trunch..." El sonido de sus pantuflas cada vez se oyó más lejos. Yo me quedé ahí parado, sin saber qué hacer. Los ronquidos en verdad eran fuertes, difícilmente podría dormir con ese ruido a un lado. La única luz era un rayito lunar que se colaba por la ventana, apenas me dejaba distinguir una enorme silueta que estaba frente a mí. Eso debía ser la niña. Di un paso al frente y sentí el aliento tibio de esos ronquidos. Decidí mejor caminar hacia el otro lado. Cuando llegué a la pared y la toqué, me recosté en el piso, puse las dos manos bajo la cabeza y cerré los ojos. Quién sabe cuánto tiempo tardé en dormirme. No me di cuenta. Pero mis sueños estuvieron llenos de monstruos. 26/88
  • 27. ROBERTA ESA MAÑANA, cuando abrí los ojos, no supe si aún soñaba o ya me había despertado. -¿Dónde estoy? Por un momento había olvidado todo lo de la noche anterior. Me sentí muy aturdido, igual a un astronauta que por algún error hubiera caído en un planeta desconocido. Ni siquiera recordaba que ese era el día de mi cumpleaños. -¿Moscas?-me dije cuando vi los cientos de bichos que volaban en el aire. -¿Basura?-me dije al descubrir las envolturas de dulces, los montones de latas y los pedazos duros de pastel que había en el piso. -Me voy a enfermar -se dijo angustiado ese niño delicado que era yo y que estaba muy acostumbrado a los mimos de su mamá. Pero lo que más llamó mi atención fue la montaiia que se levantaba frente a mí. -¿Qué es eso? Era un bulto grandísimo cubierto por una cobija de color rosa y que tenía inscrito con letras garigoleadas un nombre: Lo observé. Aquello estaba embarrado con viejas manchas de chocolate, cátsup y mayonesa. -¡Guácala! En eso descubrí algo que me paralizó: la montaria tenía vida. Sí, noté un ligero movimiento. Me paré y lentamente caminé hasta quedar junto al misterioso bulto. Me dieron ganas de estornudar. Bajo esa cobija se ocultaba un ser vivo. ¿Acaso se trataba de uno de los monstruosos?¿Al permanecer tan cerca de aquello estaría poniendo mi vida en juego?¿Esa criatura ya se habría dado cuenta de mi presencia? No quise seguir pensando y acerqué mi cara lo más que pude hasta que mi nariz casi rozó la superficie de la cobija. Tomé por uno de los extremos la tela y la jalé, dejando al descubierto algo que me paró los pelos de punta: -¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhlih!-mi grito se oyó hasta la calle Acababa de ver la segunda cosa fea de esos días: la niña. Si hubiera una manera de definirla sería como puro cachete. Era tan gorda como un hipopótamo, sus ojillos bizcos se perdían entre las masas de carne, y su pelo era un mazacote opaco donde vivían grandes y ponzoriosos piojos. Otra manera de describirla sería esta: era igualita a donTiburcio pero con el pelo largo. -¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhl,! -la gorda también gritó. Yo, que en ese momento quise poner a salvo mi vida, salí corriendo del cuarto. Pero ya no me acordaba que junto a la puerta había un agujero, donde caí. -¡Auxilio! 27/88
  • 28. Mi cuerpo se quedó con la mitad de arriba por fuera. Desde ahí la vi levantarse de su cama y con pasos lentos caminar hacia donde yo estaba. -Hola -me dijo. De cerca era más fea, tenía los brazos llenos de pelos y su cabeza estaba hundida entre los hombros. -¡Auxilio! -yo no paraba de gritar. Ella se limpió la baba que le escurría por la comisura de los labios y me dio un coscorrón. -Ya cállate, chamaco. ¿Por qué gritas? Me le quedé viendo. -Por favor, no me hagas daño. La niña se acercó más. Cerré los ojos pensando que me sucedería una cosa horrible. -¡Buhhh! -hizo ella. Después lanzó una carcajada que le hacía abrir la boca como una tina y detenerse la barriga como Santa Claus. Yo temblaba. Cuando su risa se calmó, me preguntó: -¿Y tú quién eres, lombriz de agua puerca? -Yo soy ahijado de don Tiburcio. -¿Eres ahijado de mi papá? ¿El que habló ayer por teléfono? -Sí. -Qué raro, él nunca me había dicho que tuviera un bicho por ahijado. La niña se limpió más baba que tenía en la barbilla, y yo le pregunté: -¿Có... Có...Cómo te llamas? -Roberta. ¿Qué, no lo has notado? Mi nombre está escrito por todas partes. Miré el cuarto y leí ese nombre en las cortinas, en la lámpara, en la pared y en unos calzones que estaban secándose en la ventana, eran enormes. -¿Me podrías ayudar a salir de aquí? La niña me tomó entre sus manos gordas y me jaló, zafándome de ahí. Cuando estuve a su lado se me quedó viendo con sus ojos bizcos. -Ya sé para qué te trajo mi papá. 28/88
  • 29. -¿Para qué?-le pregunté. -Me vas a suplir con los monstruosos. Tuve un susto que me hizo sentir los latidos del corazón en la garganta. -¿Con los mon... mon... monstruosos?-repetí lentamente. -Sí. -Pero yo... No terminó de oírme y salió corriendo. -¡Papá! -gritaba por el pasillo-. ¿Papá, me trajiste a ese ratoncillo para que ahora él se encargue de los monstruosos? Caminé hasta el barandal de la escalera y desde ahí vi a ese hombre que era mi padrino y a la gorda. Ella brincaba alrededor de él alborotando su opaca melena de monstruillo. -Papi, papi, papi, me trajiste una mascota. -¿Una mascota?-le preguntó él. -Sí, la lombriz de agua puerca que encontré esta mañana en mi cuarto. -¿Lombriz de agua puerca? -Sí. ¿Acaso es mi regalo de Navidad?¿Te acuerdas que no me regalaste nada? El señor se rascó la cabeza, volteó hacia arriba y me descubrió. Al mismo tiempo se le ocurrió lo que parecía una gran idea. -¿Es una mascota que me has comprado ?-le volvió a insistir la niña -Sí -le contestó él-, sí. Es una mascota. Yo pensé que ese era el peor momento de mi vida. 29/88
  • 30. -¿Y puedo hacer lo que quiera con él? Decidí huir. ¿Pero en qué dirección? Por las escaleras solo podía ir hacia la parte de abajo, donde estaban don Tiburcio y su hija. Parecía que no había escapatoria. -Sí, puedes hacer lo que quieras con él. En eso ella volteó para arriba. -¡Ahí está! -dijo, señalándome. Pegué un brinco y salí corriendo hacia los cuartos. "¡Pomm pomm pomm!" Los pasos de la gorda se oían subiendo por la escalera. -¿Qué hago? -me dije jalándome los pelos. Así llegué a su cuarto y me deslicé bajo la cama. Ahí no pude soportar más de dos segundos: el lugar estaba lleno de trozos de salchicha, chocolates mordisqueados, pedazos de jamón y otras cosas que se empezaban a descomponer. -¡Guácala! La única opción que encontré fue la ventana. -Mascotitaaa. -La niña se acercaba. Abrí la ventana, me asomé y tuve un súbito mareo cuando vi el suelo dos pisos abajo: no soportaba las alturas. -Ratoncitooo. -Roberta estaba más cerca. Vi una delgada marquesina de madera; antes que trabajar como mascota de esa niña preferí poner mi vida en juego. Saqué un pie por la ventana, lo apoyé en ese Jugar, me aferré con las dos manos y saqué el resto de mi cuerpo. -¡Ven aquí, rorro! -me gritó, desde dentro del cuarto. Entonces tuve un ataque de terror, me empezaron a temblar las manos y las piernas. Seguro hasta traía los pelos parados y me había orinado. Sin fijarme dónde pisaba traté de correr por ese angosto pedazo de madera. En esas estaba cuando sentí que la superficie se me iba de los pies... Me resbalé. -¡ Auxiliooooooooooooooooo! Y si en ese momento no hubiera sido por sus gordas y fuertes manos, este sería el final de nuestra historia. Roberta logró pescarme del pantalón y de la camisa. -No me vayas a soltar, por favor. Ella se reía. -¿Haráslo que yo te diga? -Sí. Se le escurrió una gota de baba que me cayó sobre la frente. -¿Lo juras? Volteé al suelo, sentíun escalofrío. -Lo juro. -¡Mhhhhhhhhhhhhh! Tengo que ponerte una prueba. -Ponme la prueba que gustes, pero no me vayas a soltar. -Se me acaba de ocurrir algo: quiero que seas mi novio. Ya tenía una segunda razón para estar aterrado. -¿Quéééé? Yo no puedo ser tu novio. Soy muy chico para eso. 30/88
  • 31. -Bueno, como quieras. Entonces te voy a soltar. -¡No! ¡Espera! El suelo se veía lejos y muy duro. -¿Ya lo pensaste? -Está bien. -¿Está bien qué? -Voy a ser tu... novio. Me cayó otra gota de baba, esta vez se reventó en una de mis mejillas. -¿Y sabes qué es lo que hacen los novios con sus novias? Presintiendo lo peor, le contesté. -No me acuerdo. -Pues más vale que te acuerdes si no quieres terminar ahí abajo. -Les regalan flores. -¿Qué más? -Les regalan chocolates. -¡Mhhhh!, qué rico. ¿Qué más? -Las invitan al cine. -Te voy a dar una recordada... ¿Qué hacen con su boquita los enamorados? Me dieron ganas de llorar. -Juro que ya no me acuerdo. -Necesitas otra ayudadita. -Roberta apretó los labios y los levantó, parecía un cochinito con la trompa parada. -¡Guácala! -¿Qué dijiste? Te voy a dejar caer, grosero. Por última vez. ¿Qué hacen con su boquita los enamorados? -No lo sé, la verdad no lo sé. La niña se puso roja de coraje. -Escucha, porque tú pareces un poco tonto: los novios se dan be-si-tos. -¡Ahhhhh!, era eso. Me lo hubieras dicho desde un principio. Ahora, por favor, quiero que me deposites ahí dentro. -Qué chistoso, antes tienes que darme un besito. -Eso no estaba en el trato. -¿Cuál trato? ¿Somos novios, no? Claro que si prefieres ir a parar al suelo dímelo de una vez. Sabía que mi vida estaba en juego y no quería terminar como un huevo estrellado. Me tapé la nariz como si me fuera a comer algo horrible, cerré los ojos y acerqué mis labios a su cara. "¡Smuack!" Su cachete estaba rasposo. Me dieron ganas de decir guácala. -¡Ah no, así no se vale! -reclamó ella-. Ese no fue un besito como los de la televisión. Yo, que aún no me reponía de la sensación, le pregunté. -¿Cómo son esos? -En la boquita. En ese momento desesperado traté de usar un poco de psicología. 31/88
  • 32. -No sería correcto. Un caballero nunca besa a una dama en la boca cuando la acaba de conocer. Esas últimas palabras le hicieron gracia a ella. Sonrió. -Tienes razón. -Ahora podrías hacer el favor de subirme. -Claro, amor mío. Pero cuando estaba por levantarme para meterme al cuarto, tronó la tela de mi playera desgarrándose hasta partirse en dos. Roberta se quedó con un pedazo en la mano. Yo estaba de cabeza, ella me sostenía por una de las piernas del pantalón. -¡Auxilioooooooooo! -No te asustes, amor. No te pasará nada. Veía cómo el piso me daba vueltas. -Por favor no me vayas a soltar. -Claro que no, ahora te voy a subir. Y con el primer jalón que dio para subirme a la ventana, el pantalón se me empezó a zafar. -¡Mi pantalón! Ya lo tenía hasta las rodillas. -¡Qué chistosos calzones usas! -gritó ella. Mis calzones eran rojos con bolitas blancas. -¡Cierra los ojos! ¡No veas! -Tus calzones se parecen a los de Popeye. -¡Te dije que cerraras los ojoooooooooooooos! Esto último lo grité mientras iba cayendo por los aires. La gorda me observaba con la boca abierta, en sus manos tenía mi pantalón. 32/88
  • 33. LA CAÍDA MIENTRAS ME IBA PRECIPITANDO al suelo, sentía cómo el aire alborotaba los pelos de mi cabellera y me embarraba la ropa en el cuerpo, vi las montañas de basura que se levantaban más allá de la reja de la casa y las plantas de carnívora apariencia que había en el jardín. -¡Amor míoooo! Ese grito me hizo voltear para atrás, era Roberta. Se asomaba por la ventana sosteniendo mi pantalón, haciéndose cada vez más pequeña. Después volteé al suelo, me dirigía a unos matorrales llenos de espinas. Preferí cerrar los ojos. ¡Pácatelas! El golpe me hizo perder el conocimiento. Cuando desperté tenía un fuerte dolor de cabeza. Por segunda vez me pregunté: -¿Dónde estoy? Aquel era un lugar extraño, había pan en todas partes. Sí, pan. Piezas de pan. Montañas de pan. Yo reposaba sobre un montón. Miré mis piernas, me di cuenta que estaba en calzones y a un lado descubrí mi pantalón, me lo puse a toda prisa. Después volteé al frente y vi lo que me parecía la espalda de un jugador de futbol americano o la de un mafioso de película de gángsters. -Somos noviooos... mantenemos un cariño limpio y purooo... Cuando oí esa voz cantando supe de quién se trataba. -... como todos procuramos... el momento más oscurooo...para hablarnos... Me llevé una mano a la frente, tenía un chichón. -...para darnos el más dulce de los besooos... y recordar de qué color son los cerezooos... Era Roberta. -...sin hacer más comentarios... somos noviooos... La canción era horrible. Con el dolor no la soportaba. Me paré lentamente, caminé hasta quedar a su lado y le pregunté: -¿Qué haces? Ella volteó y vi la tercera cosa fea de aquella semana. -¡Ahhhhhhhhhhhhhh! -pegué un grito de terror. Su cara se había deformado. Tenía el mismo color verde de los mocos viejos y parecía que se estaba cayendo a pedazos. -Ven acá, amor mío -gritó ella. Me fui corriendo hasta una de las esquinas del cuarto, entre el pan duro que había por todas partes. -¿Qué te pasó en la cara? -Nada, me puse una mascarilla de aguacate para estar más bonita. Roberta se empezó a desprender esa costra con los dedos. Entonces yo sentí comezón en la cabeza y me rasqué, sin saber que eso era el principio de algo que no olvidaría por mucho tiempo. -Me pica -dije. -Han de ser los piojos de mi espectáculo. 33/88
  • 34. -¿Cuál espectáculo? -Mi circo de piojos. -¡Guácala! Quítame esos animalejos de la cabeza. -Más tarde. En este momento me voy a desprender la mascarilla y tú, por mientras, te vas a encargar de los monstruosos. -¿Yo? -Sí, tú. Y más te vale que aprendas bien porque me están dando ganas de que estés todo el tiempo con ellos. -Yo no sé nada de eso. -No te preocupes. -¿Y este lugar qué es? -Digamos que la bodega. -Pero si está llena de pan. -Ya deja de preguntar y sígueme. Roberta me tomó de una mano, salimos de ahí caminando y me di cuenta que estábamos en un cuarto de la casa. Nos fuimos por un pasillo. -Me gusta que caminemos juntos, tomaditos de la mano como un par de novios -dijo ella. Pensé que todo estaba bien mientras no me pidiera un beso. Así llegamos hasta otra puerta y la abrió. -¿Aquíqué es? -pregunté. -El lugar donde hacemos los monstruosos. Aquel cuarto parecía el laboratorio de un científico loco: había cazuelas que humeaban, manchas de colores fluorescentes y un olor muy penetrante. Llamó mi atención otra puerta que estaba en la pared de enfrente, tenía una ventanita redonda. -¿Y esa puerta a dónde va a parar? La niña sonrió. -Esa es la parte más interesante. -¿Hay algo feo ahí? -Te voy a enseñar. -Me tomó por una mano. -¡Suéltame!-grité. Me agarré de una mesa, de una silla y de un costal de papas. Pero era tal su fuerza que con todo me llevó arrastrando. -Suéltame, suéltame te digo, cochina. -¿Cómo me dijiste? Me quedé callado. -Te oí bien, me dijiste cochina. Esto te va a pesar. Sin más me siguió jalando. Le aventé todo lo que encontré a la mano: jitomates, cucharones y un plato. Así llegamos a la puerta. Ella la empujó de una patada. Y yo, que había cerrado los ojos preparándome para lo peor, cuando los abrí me quedé muy sorprendido. -¿Dónde estamos? -En los dominios de los monstruosos. Aquello no era otra cosa que un restaurantillo muy sucio. Sí, un vulgar restaurante igual a esos que hay a la mitad de una carretera. -¿Y dónde están los monstruosos? -pregunté. 34/88
  • 35. -En un momento los vas a conocer. La niña salió por la misma puerta por la que habíamos entrado. Se oyeron algunos ruidos como de fierros pesados arrastrándose y... 35/88
  • 36. LOS MONSTRUOSOS ROBERTA REGRESÓ DE LA COCINA con un platón cubierto por una servilleta; en su interior ocultaba algo que hacía un pequeño bulto. -¿Qué es eso? -le pregunté. �Calma, no comas ansias. En un momento lo vas a descubrir. Puso aquello en una de las mesas. Di un paso hacia atrás. -Quítalo de ahí. -¿Qué te pasa? -Aleja esa cosa de mí. Yo estaba pegado a la pared. -No voy a quitar nada, y ahora lo vas a destapar. -Destápalo tú. Movió la cabeza negativamente. -Por favor, no seas malita. Seguía moviendo la cabeza con una sonrisa. class="indent"-No voy a levantar nada, porque tú y yo somos novios. -¿Y eso qué? -El novio siempre hace lo que le dice la novia. Como me aterraba que ella tocara el tema de los novios, decidí hacerme de valor, no pensarlo mucho y actuar. -Está bien -dije. Levanté la servilleta. Lo que apareció ahí me dejó más sorprendido que todo lo demás. -¿Qué es esto? -pregunté en voz alta. -Un monstruoso �ontestó Roberta mientras se pasaba la lengua por la comisura de los labios. Me tallé los ojos para ver mejor eso, que no era otra cosa que un pedazo de pan partido por la mitad y relleno de jamón, queso, jitomate, mayonesa y otros ingredientes que se le desbordaban por los lados. Arriba tenía una aceituna clavada con un palillo. -Esto es un sándwich, un sandwichón, o como quieras llamarle. -Aquí le llamamos monstruoso. En eso oímos que alguien golpeaba uno de los cristales de la puerta que daba a la calle. -Y más vale que te pongas a trabajar -me amenazó-, están llegando los primeros clientes de la mañana. Volvieron a golpear la puerta. -¡Queremos servicio! -gritó alguien desde afuera. -Ya voy -dijo Roberta caminando en esa dirección-, ya voy. Me fijé por la ventana y me di cuenta de que no reconocía la calle. No se veían las montañas del basurero. Pensé que estaba del otro lado de la manzana, en la parte de atrás. -¡Ándale, que te pongas a trabajar! -gritó ella mientras abría la puerta-. Ya se nos vino el tiempo encima. ¿Sabes despellejar pollos? -¡Guácala! -¿Sabes pelar ajos? -¡Guácala! 36/88
  • 37. -¿Alguna vez has desangrado carne? -¡Guácala! -¡Ay, chamaco, ya no digas guácala! ¡Nada sabes hacer! Para entonces habían entrado los dos clientes que estaban tocando el cristal de la puerta. Se acomodaron en una de las mesas. -Yo no tengo la culpa de... -le contesté, pero ella me interrumpió. -Cállate. Ve a esa mesa y tómales el pedido a los señores en lo que voy a la cocina. Me aventó a la cara un delantal que olía a trapeador. -¿Y después qué? -¿Cómo que qué?Pues el pedido lo llevas a la cocina, menso. -Está bien -le contesté cogiendo la libreta y el lápiz que me extendió. Esos clientes me recordaron a los prófugos de la cárcel que salen en las películas: parecían no haberse rasurado en semanas, uno tenía la nariz chueca y el otro una cicatriz en la mandíbula. Con una sonrisa fui hasta su mesa. -¿En qué los puedo servir? Ellos se me quedaron viendo como si yo fuera un extraterrestre. -¿De qué te ríes, escuincle?-me preguntó uno. -¿Por qué pones esa cara de tonto?-me preguntó el otro. No supe qué contestar. -¿Por qué no hablas, te comieron la lengua los ratones?-me dijo el de la nariz chueca. -No. -¿No qué? -No me comieron la lengua los ratones. -¿Y por qué pones esa sonrisa de bobalicón? -Solo trataba de ser amable con ustedes. Los dos hombres lanzaron una carcajada. Tenían los dientes picados. -Solo trataba de ser amable... -me remedó uno de ellos fingiendo una voz de niño mimado. Me les quedé viendo. -Míralo -el otro señaló mi cara-, quiere llorar. Con el dorso de la mano limpié una lágrima que me estaba brotando del ojo derecho. -¿Qué desean comer?-les pregunté después de tragar saliva. -¡Hable como hombre! -gritó el de la cicatriz. Volví a pasar saliva. Desabroché el cuello de mi camisa y pregunté: -¿Qué desean comer? El de la nariz chueca golpeó con un puño sobre la mesa y repitió. -¡Que hables como hombrel Pasé saliva de nuevo, carraspeé, tomé aire y grité: -¡Qué quieren de comer! Aquel grito hizo que Roberta se asomara por la puerta. -¿Qué pasó?-preguntó. Se había puesto un delantal rojo tan lleno de mugre que casi era café, en medio decía / /ove Tampico. 37/88
  • 38. -Nada -le contestaron los dos hombres muertos de la risa-, solo estábamos platicando con este amiguito tan simpático. -Deja de estar jugando con la clientela y apúrate a tomar ese pedido, tienes que venir a lavar todas las cazuelas y los platos. -¿Por qué? -Hace medio año que no los lavo. ¿Creíste que solo ibas a estar ahí apuntando lo que te pidieran? Además hay que barrer, trapear, sacudir las mesas, limpiar los vidrios, tirar la basura... y si nos alcanza el tiempo me gustaría un masajito en los pies. Cerró la puerta. Los señores seguían atacados de la risa. -Entonces qué van a querer. -Como hombre -me recordó el de la cicatriz. -¡Entonces qué van a querer! -grité. -A mí dame un monstruoso y un agua de horchata. -¿Y a usted qué le damos? -le pregunté al otro. -A mí tráeme también un monstruoso y un agua de tamarindo. Anoté la orden en la libretita, di media vuelta y entré a la cocina. -Dos monstruosos, un agua de tamarindo y otra de horchata -le dije a Roberta, que estaba concentrada en el movimiento de un cucharón adentro de una olla. Su aspecto en verdad era impresionante: entre los vapores de aquellos caldos y con el greñerío alborotado parecía salida de una película de Frankenstein. -¿Qué me ves, menso? -Yo, nada. -Quita esa cara de menso y vente a trabajar. -Tengo hambre, desde ayer no he comido nada. -Aquí puedes comer lo que gustes -me contestó sin despegar los ojos del horrible y burbujeante caldo que meneaba-. Y que sea rapidito porque tienes muchas cosas que hacer. -Todo está muy feo. -¿Y qué quieres que haga? Ve al refrigerador y saca lo que se te antoje. Puse la mano en la jaladera del aparato, sentí en la palma la mucha grasa que por años había estado ahí sin limpiarse, y lo abrí. De adentro salió una nube que parecía el aliento de un dragón, abaniqué los brazos para poder ver. Las gavetas estaban llenas con bolsas de plástico, algunas eran grises, otras verdes. -Roberta, esto se ve asqueroso. Aquello me recordaba esas películas de muertos vivientes que se escapan de la morgue. -Ya deja de quejarte. Si no quieres comer, saca una bolsa de jamón y ponte a preparar los monstruosos que te pidieron. 38/88
  • 39. -¿Y cuál es la bolsa del jamón? -Cualquiera de las que están arriba. Tomé una de las bolsas, estaba sebosa, y la puse sobre una mesa. -¿Ahora qué hago? -Ábrela y saca unas rebanadas. Desgarré el plástico. Así el color verde era más intenso. Desprendí las rebanadas como me había dicho Roberta. -¿Y ahora? -Ve por unas piezas de pan, de las que están en el otro cuarto. Allá tomé un pan, lo sentí tan duro como un ladrillo. Golpeé con él en mis zapatos, en la pared y en mi cabeza. Esta última prueba me dolió. Escogí las piezas que, según yo, estaban más blandas. -El pan está muy duro -dije c.uando regresé. Roberta se estaba chupando de los dedos algo color caramelo. -Dura tienes la cabeza. Déjame ver -me contestó, tomó uno, se lo acercó a la boca y le hincó una de sus muelas. Esa niña tenía una mandíbula poderosa. -¿Qué opinas? -Lo encuentro muy bueno. -Ese pan ya no lo vamos a usar, ¿verdad? -¿Por qué no? -Lo mordiste. -¿Y qué tiene? Ni que estuviera enferma. -Sé que no estás enferma, pero sería una cochinada si preparáramos un monstruoso con él. 39/88
  • 40. Roberta tronó los dientes. -¿Sabes qué?, eres muy delicadito. Ya no quiero que te estés quejando de todo y que me estés preguntando a cada rato. Si quieres aprender a hacer los monstruosos, ahí está la receta. -Señaló a una pared. Caminé hasta tener el papel frente a los ojos. Leí en voz alta: -Primero se parte un pan a la mitad, después se le unta mayonesa, mostaza, salsa cátsup, crema; y enseguida va una rebanada de jamón, otra de queso.... -¿No podrías leer eso en silencio?-se quejó ella. Cuando terminé la volteé a ver. -¿Sabes una cosa? -Dime-contestó. -Hoy es mi cumpleaños. -¿De verdad? -Sí. -En la noche te voy a preparar un pastel. 40/88
  • 41. PELOS RELAMIDOSY BAÑO SIN JABÓN POR LA NOCHE, después de barrer y trapear la cocina, de lavar ochenta platos y quince cazuelas. solo podía pensar en una cosa: PASTEL. Tenía tanta hambre que mis tripas habían empezado a gruñir: "¡Grrr!". Cuando cerramos el restaurante me fui corriendo al baño que estaba junto al cuarto de Roberta. Me quería lavar la cara y dar una relamida en los pelos para la fiesta. No tenía ropa que estrenar, como en todos mis cumpleaños pasados, así quetraté de limpiar mi camisa de algunas manchas de frijoles, salsa y caldo que me cayeron en la cocina. -listo -dije cuando creí que se notaba menos. Entonces, mientras me observaba en el espejo, sentí que de nuevo me picaba la cabeza y por primera vez vi uno de los bichos de Roberta. Era una bolita verde que saltaba de un pelo a otro. Traté de aplastarlo, pero se escabulló entre mi cabellera. -¡Lombriz de agua puerca!-0í que me gritaba ella-. ¡Baja ya, te estamos esperando! En eso recordé algo. Salí corriendo del baño y me paré junto al barandal de las escaleras. -Padrino-grité-.¿Me da permiso de hacer una llamada por teléfono? En la penumbra, con sus ojos saltones, se asomó don Tiburcio. -¿A dónde quieres hablar? El enorme grano de su narizresplandecía en la oscuridad. -Me gustaría invitar a alguien a mi fiesta. -Está bien, hazla. Pero solo invita a una persona más. Saqué la agenda electrónica y busqué el teléfono de mi otro padrino, el que había estado ocupado la noche anterior. Corrí hasta la mesita del aparato y marqué el número. En la bocina del auricular sonó el timbre, estaba llamando. Me froté las manos emocionado. Descolgaron y se oyó un: -Bueno... Esa voz era tan diferente a todas las que había oído ese día, que hasta me pareció extraña y me quedé callado. -Bueno... -volvió a decir la voz. Imaginaba que ese era el tono que utilizaría para hablar un maestro de matemáticas o un ingeniero de naves espaciales; pausado, tranquilo, y con un ligerísimo toque titubeante que denotaba una personalidad distraída. -Bueno... -dijo por tercera vez la voz. Sacudí la cabeza y contesté. -Hola. -Hola-dijeron del otro lado-. ¿Quién habla? -Soy Federico. -¿Federico? -Sí, Federico. ¿Habla el señor Ciro? -Sí, soy yo. -¡Qué felicidad!¡Soy Federico, tu ahijado! 41/88
  • 42. Del otro lado se hizo el silencio, un silencio parecido al que hacen algunas máquinas modernas cuando están realizando complicadas operaciones. Después de algunos segundos se oyó un: -¡Ohhhhhhhhhhhl Ya sé quién eres, ya me acordé. Tienes que disculparme porque soy muy olvidadizo. ¿Cómo has estado, ahijado? -Muy bien... bueno, no tan bien. -¿Por qué? ¿Qué te sucede? -Es una historia muy larga. -Tenemos mucho que platicar, no te veo desde que eras un bebé. -Sí. -Y dime, ¿tus papás cómo han estado? -Eso es parte de la historia que debo platicarte. -¿Por qué? Algo en mí se resistía a seguir contando la extraña vivencia que había tenido en las últimas horas. -Los desapareció un mago. -¿Qué dijiste? -Eso. Los desapareció un mago y después, al no recordar las palabras mágicas para aparecerlos de nuevo, huyó. -¿Pero cómo fue? -Para platicar de eso quiero verte en unos cuantos minutos. -Por supuesto, ¿dónde quieres que nos veamos? Ven a mi casa para que la conozcas. En ese momento mi padrino me dio su dirección, que yo apunté en mi agenda. Pero tuve que decirle que no podía ir. -Me van a hacer una fiesta de cumpleaños. -¿Hoy cumples años? Me di cuenta que sonaba mal lo de la fiesta cuando no hacía ni veinticuatro horas que habían desaparecido a mis papás; no quise darle más detalles al respecto. -Sí, hoy es mi cumpleaños. Y para llegar al lugar donde me lo van a festejar lo único que tienes que hacer es preguntarle a un basurero por la casa de los Archundia. -Luego de eso, me picó la cabeza-. ¿De casualidad conoces algo que mate los piojos? -¿Piojos? De nuevo me sentí ridículo. -No, olvídalo. Recuerda que para llegar aquí lo único que tienes que hacer es preguntarle a un basurero por la casa de los Archundia. -Está bien, en este momento salgo para allá. Después de esto colgó. Me quedé oyendo el timbre del auricular y rascándome para acabar con la comezón que me provocaban los artistas del circo de Roberta. -¡Lombriz de agua puerca, baja ya! -ella gritó desde el piso de abajo. Regresé al baño a darme otra peinada. -¡Que bajes ya, sabandija de basurero! -¡Ya voy, gordota! -le contesté desde el baño. Y desde ahí la oí subir a toda velocidad por las escaleras; sus pasos 42/88
  • 43. hacían que el piso temblara. -¿Cómo me dijiste? Su cara surgió atrás de la mía en el espejo. Traía un enorme moño rojo que se había puesto para la celebración, y que parecía un detalle fuera de lugar. Era un moño que se hubiera visto mejor arriba de un arbolito de Navidad. -¿Qué me ves? -me preguntó Roberta, que estaba esperando la respuesta de su primera pregunta. Como hipnotizado ante la fealdad del adorno que se balanceaba en la punta de su cabeza, le dije: -Estoy viendo tu moño. -Verdad que es lindo. No supe qué contestar. Ella interpretó ese silencio como un sí. -Fui al salón de belleza, me lo puse pensando en ti. Y dime por qué me gritaste eso. -¿Qué? -Cordata. Solo por ser hoy tu cumpleaños te lo voy a perdonar, pero ya no lo vuelvas a hacer. Ahora quiero que tú me des algo. Yo, que imaginaba por donde iba la cosa, le contesté. -Vamos a bajarnos ya. -No, lombricita, aún no. -¿Por qué? -Tienes que darme algo. Pegándome a la pared y caminando lentamente, le susurré. -A que no me alcanzas. Y salí corriendo por el pasillo hasta las escaleras, de la misma forma que había visto hacerlo a los corredores de las olimpiadas por televisión el verano pasado. -Ni creas que vas a escapar de mí-oí que gritaba; en seguida sentí el retumbar de sus patas de elefante en la madera del piso. Cuando llegué al comedor, lugar a donde no había entrado antes, me sorprendí de dos cosas. Lo primero, fue su aspecto de casa del terror; del techo colgaba un siniestro candelabro, la mesa y las sillas estaban tan llenas de polvo como si en cientos de años no les hubieran pasado un trapazo, por todas partes había telarañas que se mecían ligeramente. Lo segundo fue la persona que estaba sentada junto a mi padrino. -Este es mi hijo Bartolo -dijo el señor. Aquel muchacho en verdad tenía un aspecto singular. Sus dos dientes de enfrente eran tan largos como los de un conejo, sus ojillos parecían los de un roedor; similares a los de Roberta, y de su nariz salía un constante ruido de ahogo, como si estuviera llena de mocos. -¡Guácala! Me dio asco. Don Tiburcio señaló a su hijo y me dijo: -Aquí donde lo ves, este muchacho es el orgullo de la familia. -Qué bien. -Tiene un taller de licuadoras. -Cuando se me descomponga una lo visitaré. 43/88
  • 44. -Ahora ha llegado el momento esperado -anunció Roberta-, vamos a partir el pastel. "¡Grrrr!", con solo escuchar eso mis tripas sonaron. -¿Oyeron? Parece que por ahí hay un gato -dijo don Tiburcio. -Tienes razón, papá. La niña se asomó debajo de la mesa. Yo tuve que aguantarme. -¿No podríamos esperar un poco? -pregunté-. Invité a una persona. -¿A quién? -me interrogó ella. -A mi otro padrino. -¿Tienes dos padrinos? -Sí, uno es tu papá y el otro es mi padrino Ciro, que no ha de tardar en llegar. -Pues más vale que se apure, porque si no vamos a tener que empezar sin él. -Voy a estar en la puerta para recibirlo. -Si no llega en diez minutos, partimos el pastel. Corrí a la puerta. La abrí, salí al porche de madera y desde ahí observé la calle. 44/88
  • 45. EL INVENTOR Y SU SOBRINA coN su RESPLANDOR, la luna pintaba de azul las montañas de basura al otro lado de la calle. No había estado ahí más de dos minutos cuando escuché el sonoro rugido de un camión. Pasó frente a la casa, pero no se detuvo. Ya me sentía desilusionado, entonces frenó en la esquina. Volteé a donde se había parado y en eso oí otro motor: un extraño automóvil apareció frente al portón del jardín. -¡Guauuuuuu! -exclamé. Aquel coche tenía la forma de un insecto, pero de metal y aerodinámico. Lleno de luces que se prendían y apagaban, su motor sonaba como la turbina de un avión. Uno de los hombres del camión de la basura gritó hacia donde se había estacionado. -¡Esa es la casa de los Archundia! Después se oyó un zumbido eléctrico y una de las portezuelas del auto se empezó a levantar como si fuera el mecanismo de una nave espacial. De ahí salieron dos siluetas, una era la de un señor, la otra apenas la alcancé a distinguir, parecía la de una niña. Caminaron hasta la puerta del jardín y lo atravesaron, llegando así al porche. Me sorprendió el aspecto de aquel hombre, era muy diferente a lo que había visto en las últimas horas. Traía un paquete en las manos. -Hola-me dijo-. Tú has de ser Federico. Me quedé callado. Observaba su pelo verde, esos lentes redondos Y grandes como lupas para examinar insectos, su chamarra de un violeta fluorescente. -¿Me oíste?-preguntó. Moví la cabeza afirmativamente. -¿Tú eres Federico? -Sí, tú eres mi padrino. -Pues sí, creo que sí. -¡Guauuuuuuu!-grité. -¿Qué te pasa? -Estoy muy emocionado, no sabía que tuviera un padrino así. -¿Así cómo? -Tan especial... ¿A qué te dedicas? -Yo soy inventor. Mis ojos estaban más abiertos que cuando tenía ocho años Y me llevaron a un centro comercial para saludar a Santa Claus. -¿Y qué has inventado? -Muchas cosas. -¿Cómo qué? -He inventad... -En este momento me sucedió algo extraordinario: dejé de oír. Y es que la otra silueta se había acercado al resplandor del foco que iluminaba el porche. Era una niña. Esta situación me dejó en un extraño aturdimiento que nunca antes había experimentado. Su cabellera, más dorada que los atardeceres de ese verano, le caía en caireles hasta los 45/88
  • 46. hombros; sus ojos no eran ni verdes ni cafés y en las mejillas se le hacían dos hoyuelos que hubiera podido mirar por horas. -Hola -<lijo ella. Mi padrino interrumpió la crónica de sus logros científicos y la volteó a ver. -¡Oh! Perdón, había olvidado presentarte a mi sobrina Keny. Ella me extendió la mano, pero ese niño que fui yo hace muchos años, estaba muy muy lejos de ahí. Había subido hasta el cielo, casi hasta la luna. Desde allá contempló una nave espacial, con sus astronautas que lo miraron sorprendidos, y la ciudad llena de coches que circulaban por la calle con esos focos que los hacía parecer luciérnagas. Extendí mi mano y en eso salió ¡por una de las ventanas un grito de Roberta que ya no le permitió a Ciro continuar con la presentación. 46/88
  • 47. -¡Vamos a partir el pastel! -Parece que nos llaman -dijo él. -Sí... es esa gorda -murmuré. -¿Qué dijiste?-me preguntó el inventor. -Nada, nada. Hay que pasar. Ya está el pastel y tengo mucha hambre. Cuando entramos a la sala, Roberta estaba por reclamarme la tardanza. Pero en vez de eso, llena de curiosidad, me preguntó: -¿Y este quién es? No podía quitarle los ojos de encima a mi invitado. -Es mi padrino Ciro. -¿Él es tu padrino?-repitió Roberta observando esos pelos verdes y parados como los de un puercoespín. -Sí. -¿Y esta?-señaló a la niña que nos acompañaba -Keny, la sobrina de mi padrino. -¿Ella quién es?-preguntó l<eny sin disimular la fascinación que le inspiraba la casa de los Archundia, seguro sentía que estaba en una película de terror. -Soy su novia -contestó Roberta. -¿Su novia?-La niña se nos quedó viendo como si fuéramos un par de bichos raros. -Es una larga historia... -los piojos de la sucursal circense que se había instalado en mi cabeza me provocaron comezón, me rasqué- que yo podría expli... -No hace falta ninguna explicación -me interrumpió Roberta-. Y recuerda que nada más te permitimos traer a un invitado. -Te espero afuera, tío. La niña se dio media vuelta y caminó de regreso. -En un momento te alcanzo, l<eny -le dijo el científico-. Solo quiero que mi ahijado me explique cómo fue que desaparecieron sus papás. -Estaré en el coche. Keny cerró la puerta. Yo me quedé mirando la oscuridad por donde había desaparecido. -Bueno, mi hija -dijo don Tiburcio, sin saludar al invitado-, tráenos ya el pastel. "¡Grrrl", mis tripas volvieron a gruñir con solo oír eso. Ella se metió en la cocina, que era la misma del restaurante, y salió con el pastel más chico que había visto en mi vida. -¿Qué es eso?-pregunté desconcertado. -Tu pastel, cucaracha de lavadero. Aquello era más chico que un bizcocho de los que venden por cincuenta centavos en cualquier panadería. -Eso no es un pastel de cumpleaños -reclamé. -Tienes razón -dijo Roberta, ensartando una velita en la superficie-. Lo olvidaba. En seguida la prendió con un cerillo y después fue corriendo hasta 47/88
  • 48. una esquina donde estaba un fonógrafo. Colocó un disco, le dio cuerda con la manivela, acomodó la aguja y, al mismo tiempo que por la bocina metálica en forma de fior salía una música viejísima, se puso una mano en el abdomen como si fuera una cantante de ópera, abrió su boca igual que un hipopótamo y empezó a cantar. fea. -Estas son las mañanitas que cantaba el rey David... Yo la veía con horror, pensé que nunca había tenido una fiesta tan -...a los chamacos sonsitos se las cantamos así... Con cada estrofa de la canción, Roberta se iba acercando a mí. -...despierta mi bien despierta... Siguió interpretando la canción hasta quedar frente a mi cara. -...mira que ya amaneció... Descubrí que en una de sus muelas había un chícharo atorado. -...ya los gusanillos cantan... En verdad era grande ese chícharo, hasta me dieron ganas de sacarlo con una pinza. -...la luna ya se metió. Tan tan. Cuando la niña terminó de cantar, su papá, su hermano y Ciro aplaudieron. Ella agradeció con una caravana. -Ahora tienes que apagar la velita, pero antes hay que pedir un deseo. Me llevé un dedo a la boca para concentrarme, soplé y pensé en mi deseo: recuperar a mis papás. Todos aplaudieron. -Yo ya quiero mi rebanada de pastel -gritó don Tiburcio. -¡Mhhhhhhh! -Bartolo se expresaba con sonidos guturales. -Calma -pidió Roberta sacando un cuchillo cebollero con el que partió en tres el pastelillo-; uno para mi papá, otro para Bartolo y otro para mí. -¿Y qué pasó con el pedazo de mi padrino Ciro y con el mío? -pregunté. -¡Perdón, lo olvidaba! -dijo ella cortando unas delgadísimas rebanadas al suyo-.Uno para ti y otro para tu padrino Ciro. Aquellos pedazos eran tan delgados que una ventisca los podría levantar. Los tres anfitriones ya se habían devorado su ración. Mi padrino y yo nos comimos la nuestra muy lentamente. Ese pastel tenía un ligero sabor a mole verde. 48/88
  • 49. LOS REGALOS ROBERTA DIJO: -Ahora hemos llegado al momento lindo de la noche, le vamos a dar sus regalos a la cucaracha de lavadero. Sacó una cajita que tenía oculta en su espalda. Todos aplaudieron. -Gracias -contesté recibiendo aquel paquete envuelto en un siniestro papel negro, parecía el adorno de una funeraria. -¿Qué esperas para desenvolverlo? -preguntó ella. Yo veía con desconfianza la caja. -Prefiero esperarme, lo abriré después. -No, cuándo se ha visto que los regalos se abran después de la fiesta. Eso tiene que ser en el momento. Me llevé la caja hasta una de mis orejas. Adentro se oía ruido. -Creo que algo se mueve aquí -dije aterrado. -Pues no lo vas a saber si no lo abres. -Me gustaría desenvolverlo más tarde. -No -Roberta se estaba enojando-, eso no se vale. Es una grosería, y bien sabes que a la novia no se le hacen groserías. Ese era el tema que me hacía temblar, así que mejor decidí abrir la caja antes de seguir con aquello. -Está bien -dije. Volví a llevármela junto a la oreja. Parecía que la caja era la guarida de alguna criatura viva, se oían sus pasitos. Primero quité el listón gris que estaba amarrado con un moño. Ya que la caja se vio libre de eso, desgarré el papel negro hasta dejarla descubierta, era de galletas. Tenía unos agujeritos arriba, seguramente para que respirara lo que estaba guardado ahí. -¡Ahora destápala! -me ordenó Roberta. -No quiero, gorda. -¿Cómo me dijiste? Voy a imaginar que no oí esa cosa fea que me dijiste. Ahora destápala. Ya estaba cansado de discutir, decidí llenarme de valor y abrí !a caja... pero sin ver lo que había en su interior. -Saca lo que hay ahí -me ordenó ella. -No. -Me estás haciendo enojar. Y antes que le pudiera contestar algo, ella me tomó una mano con la suya, de dedos gordos y fuertes que parecían de marinero, y me la metió a la caja. -¡Nooooooo! -grité. Don Tiburcio y Bartolo estaban atacados de la risa. Ciro estaba serio. -¿Qué sientes? -me preguntó la niña. -Algo peludo. -¿Qué más? -Tiene unas como patitas. -Ahora sácalo. -Y al mismo tiempo que Roberta, decía esto saqué 49/88
  • 50. la mano de la caja. Traía pescada una horrible araña tan grande como una torta y tan peluda como la cabellera de un cantante de rock. -¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhl -grité. -Que no sea para tanto -dijo molesto don Tiburcio. Le parecía que yo me asustaba con cualquier cosa. Cuando dejaron de reírse, Bartolo levantó la mano. -A ver -lo señaló Roberta-, parece que mi hermanito quiere algo. Entonces Bartolo, con una lúgubre sonrisa, sacó una caja que tenía guardada bajo la mesa. En ese momento me la dio. -Gracias -le dije con desconfianza, ya que todavía no me reponía del susto anterior. Esa era una caja extraña para dar en una fiesta de cumpleaños, en lugar de estar envuelta en un papel de colores, lo habían hecho con la sección deportiva de un periódico tan viejo que tenía un tono amarillento. Roberta y don Tiburcio aplaudían. -¡Que lo abra! ¡Que lo abra! ¡Que lo abra! -coreaban los dos. Sostuve aquello entre mis manos. Pensaba que si Roberta había sido capaz de regalarme una horrible araña peluda, ¿qué cosa sería capaz de regalarme aquel extraño ser que se la pasaba moqueando todo el tiempo? -¿Qué esperas? -me preguntó ella. No le contesté, estaba pasmado, tan impresionado como alguien que se acaba de encontrar un paquete que contiene una bomba y no sabe qué hacer con él. -¿Qué esperas, chamaco? -me preguntó don Tiburcio. Los volteé a ver, después miré a mi otro padrino. Este puso una cara con la que me trataba de decir que él no podía hacer nada. -No quiero otro animal -dije. Bartolo movió la cabeza negativamente. -Ese no es otro animal -aclaró Roberta interpretando el movimiento de cabeza de su hermano. Viendo que no tenía escapatoria, rompí el periódico que envolvía ese paquete dejando al descubierto una caja de zapatos; en la tapadera decía "El Taconazo Popis S.A". -Bueno, así la voy a guardar para verla después -anuncié tratando de poner una sonrisa en la cara. -No trates de hacerte el gracioso -sentenció la niña-, ábrelo. Tenía ganas de llorar. -Con gusto lo abriré después. -Ahora. -No. -Mira, para que veas que soy buena, te voy a dar una ayudadita. Se estiró hasta la caja y la destapó. Yo tenía los ojos cerrados. -Ábrelos, ratón de coladera -oí su voz. Entreabrí los ojos. Vi las caras de Roberta, de Bartolo, de mi padrino Tiburcio y de mi padrino Ciro. Incliné la cabeza en dirección a la caja. En un principio me costó trabajo distinguir de qué se trataba. 50/88
  • 51. -¿Qué es esto? -me pregunté en voz alta rascándome la cabeza. Roberta se asomó a la caja. -¡Pero qué detalle tan original! Don Tiburcio también se asomó. -Mi hijo siempre tan maravilloso. Cuando Ciro se asomó al interior de la caja, se quedó tan sorprendido como si hubiera hecho un descubrimiento científico. -Eso es un... un chicle -dijo el inventor. -¿Un chicle? -pregunté. -¡Y parece un chicle masticado! -Y creo que es de tuttifrutti-agregó Roberta con una sonrisa. Miré a todos y pregunté. -¿Para qué quiero yo un chicle masticado? -Qué detallazo -dijo don Tiburcio. En ese momento hice un veloz razonamiento: "Si no actúo con inteligencia -pensé-, van a querer que empiece a mascar el chicle". Entonces, aguantándome el asco, metí una mano en la caja, cogíel chicle y me lo guardé en una bolsa de la camisa. -Muchas gracias, Bartolo. Prometo que esta noche voy a mascar ese chicle que me regalaste. Bartolo sonrió. -Ahora yo quiero entregarle mis regalos a mi ahijado -dijo don Tiburcio, como si nada hubiera sucedido. Seguramentehice cara de desesperación, ya no quería recibir más regalos. Don Tiburcio puso dos cajitas sobre la mesa, estas eran más chicas que las anteriores. -¡Qué felicidad, dos regalitos! -gritó Roberta. Bartolo aplaudió. -Cállate, panzona -esto lo dije tan bajo que no lo alcanzó a escuchar. -¡Que los abra! ¡Que los abra! ¡Que los abra! -la niña acompañaba estos gritos con palmadas. -No los quiero abrir. Roberta se me quedó viendo, empujó las dos cajitas sobre la superficie de la mesa hasta que las dejó junto a mí, y en voz baja me advirtió: -No vuelvas a decir eso, lo bueno fue que no te oyó papi. Déjate de niñadas y abre esos regalos ahora. -Yo no quiero más cosas vivas. -Él no te regalaría una cosa viva. -Ni quiero chicles masticados. -Tampoco te regalaría chicles masticados. A él le gusta regalar cosas buenas. Sus regalos siempre son de tiendas caras. -¿De verdad? -Ya no lo pienses más y ábrelo. Después de esto, Roberta anunció. -Ahora Federico abrirá los dos regalos que le dio mi papi. 51/88
  • 52. Hubo aplausos. Poniendo la misma cara que cuando estaba por meterme a la boca una cucharada de alguna sopa que no me gustaba, tomé uno de los paquetitos que estaba forrado con un papel muy parecido a los que usan en las carnicerías para envolver los filetes. Lo rasgué y quedó al descubierto una cajita de comida para gatos. Don Tiburcio dijo. -No, no creas que te regalé alimento para gatos, de ninguna manera. Sucede que no encontré otra caja para envolver tu regalo, pero ábrelo para que descubras lo que viene adentro. Dudé. -Anda -me alentó Roberta-, ábrelo. Papi siempre regala cosas bonitas. Como si se tratara de la tapadera de un caño, lentamente abrí la caja. Lo que encontré ahí me dejó sin aire. -¿Una dentadura postiza?-dije en voz alta-. ¡Guácala! -Sí -don Tiburcio se veía contento-, era mía. -¡Una dentadura postiza -repetí lentamente-... y usada! -Así es �n estas palabras don Tiburcio tenía la misma 52/88
  • 53. satisfacción que los vendedores de autos viejos-, pero todavía sirve. A mí me salió muy buena y es de importación. -¿Pero yo para qué quiero eso? -Podría ser como pisapapeles, para presumirla con los amigos... -O simplemente para jugar -dijo Roberta. Hubo más aplausos. Ciro seguía callado. -Ahora tienes que abrir el otro -dijo don Tiburcio. Yo, que ya deseaba salir de eso, me lancé a desenvolver el regalo. Lo hice de la misma forma como una vez que me aventé del trampolín más alto de una alberca donde me estaban enseñando a nadar: sin pensarlo. Lo que descubrí adentro me hizo sentir burbujas en el estómago. -¿Una cucaracha?-dije. -Sí -me contestó don Tiburcio-, una linda cucaracha. Fue la más grande que encontré en la cocina. Lástima que tuve que darle un chanclazo para podértela regalar, me hubiera gustado entregártela viva. Roberta metió la mano en la caja y la sacó de una patita, parecía un zapato. -En verdad es una cucaracha grande -agregó ella-, es una pena que la hayas tenido que apachurrar. Cuando volvió a poner el bicho en la caja yo me sentía mareado. En ese momento don Tiburcio se paró de la silla y anunció: -Creo que la fiesta ya se terminó, estos han sido todos los regalos de la noche. Entonces Ciro, mi otro padrino, se apresuró a decir: -No. -¿No qué?-le preguntó de forma retadora don Tiburcio mientras miraba con desprecio sus gruesos lentes de científico. -No es el último regalo. Yo también le he traído uno a mi ahijado. Bartolo, Roberta y don Tiburcio se voltearon a ver entre sí, parecían sorprendidos. -Pues a ver si es un regalo tan bonito como alguno de los que le hemos dado -aclaró ella. Sin hacer caso a lo que decían, Ciro quitó el papel de estraza al paquete que cargaba entre las manos, dejando al descubierto una brillante envoltura de colores. Yo lo miré con emoción, y ya estaba por abrirlo cuando don Tiburcio dijo: -Chamaco, ese regalo lo abres después, ya es tarde y tenemos que levantarnos temprano para trabajar. La fiesta se da por terminada. -Se paró y caminó hasta donde estaba Ciro-. Lo acompaño a la salida. -Pero yo quería platicar con mi ahijad. -El científico se rascó la cabeza, adiviné que sus pelos verdes ya albergaban varios de los piojos del circo. -Nada, nada, ya es muy tarde. Además afuera está su sobrina. -Ahora lo más importante es hablar con mi ahijado, ella me puede esp. Arrastrado por don Tiburcio, mi padrino Ciro ya había llegado hasta la puerta. Entonces quise pararme y salir corriendo para irme con él, 53/88
  • 54. pero en ese momento Roberta me pescó de la camisa y me dijo algo que me dejó inmovilizado. -Ahora que nadie nos ve, dame un besito. -¡Suéltame! -Le di un empujón, pero ya era tarde, mi padrino estaba afuera. -¡Adiós! -esto último se lo gritó don Tiburcio antes de cerrar la puerta de la casa con un sonoro azotón. Pocos minutos después se oyó el motor de su peculiar coche alejándose por la noche. 54/88
  • 55. TIRULIRULIN ESA NOCHE, con mis regalos entre las manos y sintiendo las acrobacias circenses de los bichos de Roberta en mi cabeza, recibí una noticia que sería lo mejor que me había sucedido en aquellas horas. -Vas a dormir en la vieja casa del perro-dijo mi padrino. -¿Tienen perro? -Solo tenemos la casa, el perro murió hace un año. -¿De qué murió? -Roberta le hizo un pastel. -Qué pena. Para mí eso era mucho mejor que dormir en donde lo había hecho la noche anterior. -Ella está muy ofendida contigo por el comportamiento que tuviste durante la fiesta que te organizó -agregó-, y no te quiere ver. Después de eso caminamos a la puerta de la entrada. Mi padrino traía sus pantuflas de peluche "Trunch... trunch...", a cada paso que daba rechinaban. Desde ahí señaló, entre la espesura del jardín, lo que parecía la casita de una mascota. La verde luz de la luna la hacía muy similar a una tumba. -Gracias -le dije al mismo tiempo que me entregaba una vela. -Esto es para que puedas alumbrarte hasta ese lugar, ten cuidado porque hay muchos animales ponzoñosos. Y cuando estaba por caminar de regreso, lo detuve. -Padrino, tengo mucha hambre. -¿Por qué? ¿Acaso no te llenó el pastel? -No, era muy poquito. -Pues lo siento mucho. Se dio la media vuelta. "Trunch... trunch...", se fue hasta la puerta y desapareció cerrándola de un trancazo. -Esto no se ve muy seguro -me dije, rascándome con más fuerza. Llegando a la casucha, lo primero que me recibió fue un penetrante olor a orines, me tapé la nariz. El lugar era idéntico al calabozo que salió en la película de El Conde de Montecristo. Lo único que había adentro era un viejo colchón y una cobija. Ya con la vela encendida sentí cómo se calentaba mi nueva casa. Puse los regalos en una esquina, y en eso noté un destello de colores que llamó mi atención. Era el papel con que estaba envuelto el regalo que me había dado mi padrino Ciro. -¿Qué será esto? ¿Se tratará de una caja de chocolates? ¿De un pay de fresa? ¿De unas galletas? ¿O quizá algo que me sirva para encontrar a mis papás? Me acerqué al resplandor de la vela y jalé el listón del moño. Después rompí el papel que lo envolvía. Estaba muy emocionado. Pero cuando descubrí lo que decía en la parte superior, me desilusioné: TIRULIRULIN (INVENCIÓN PARA CALENTAR NEURONAS) 55/88
  • 56. -Más cosas raras -me dije-. Esto ni siquiera es un juguete, yo me estoy muriendo de hambre. -Me rasqué-. Y ya no aguanto la cabeza. "¡Grrr!", las tripas me seguían tronando. Observé la caja desde diferentes ángulos. Le quité la tapa, metí las manos y saqué un casco de color pistache, parecido en tamaño a los que usan los corredores de bicicletas, pero con un aspecto rarísimo: tenía alambres por todas partes, engranes de reloj, y unos bulbos iguales a los de la televisión de mi abuelita. Por un lado descubrí dos botoncitos con una leyenda: Para recuperar memoria Para aumentar inteligencia Sin entender la función de aquel aparato, lo puse en el suelo, me recosté en el colchón y pensé en mis papás. Entonces me di cuenta que había sido inútil recurrir a mis padrinos para tratar de encontrarlos, solo había perdido el tiempo. A quien debía localizar era al mago. -¿Por dónde empezaré? Así fue como se me ocurrió lo de la guía telefónica. De un brinco me paré, salí al jardín y lo atravesé hasta la puerta de la casona; don Tiburcio la había dejado abierta, solo tuve que dar unos cuantos pasos para llegar a la mesita donde estaba el teléfono y tomar el directorio. Cuando salí de ahí, desde el porche, vi una silueta rondando entre los matorrales. Me acerqué sigilosamente, ocultándome tras la barda. -¿De quién se tratará? -me pregunté. 56/88
  • 57. Aquella sombra revisaba los alrededores. Parecía que buscaba algo. Me dieron ganas de estornudar, me estaba poniendo nervioso. La vi entrar a mi cuarto, o sea a la vieja casucha del perro, y después salir corriendo hasta perderse entre los hierbajos del jardín. Por más que traté de ir tras el intruso, no pude; mi camisa se había enredado con unas ramas. Lo único que se me ocurrió fue mantenermeoculto, para ver si regresaba, y revisar el directorio telefónico. En esas amarillentas páginas encontré algo que me aceleró el corazón. ASOCIACIÓNINDEPENDIENTE DE MAGOS, PRESTIDIGITADORES Y ESCAPISTAS Calle Mier y Pesado #309 Para entonces ya habían pasado unos diez minutos y parecía que el visitante no iba a regresar. Corrí hacia la casucha del perro y cuando llegué lo encontré todo revuelto: el colchón al revés, la cobija tirada en un rincón, y lo peor: la agenda electrónica, donde traía el teléfono y la dirección de mi padrino Ciro, había desaparecido junto con todos mis regalos, entre ellos el Tirulirulín. -Esto es obra de Roberta -me dije. Sin más pérdida de tiempo atravesé el jardín y llegué hasta la puerta de la casa. Pero cuando traté de abrirla me di cuenta que estaba cerrada con el seguro. Yo mismo lo había puesto sin darme cuenta. Le di un empujón con el hombro, igual que en las películas policiacas, pero tampoco así la pude abrir. Salí del porche y observé las enredaderas que subían por todas partes, como si fueran la mano de un monstruo; el techo con sus muchos agujeros, el torreón sobrevolado por murciélagos y la ventana del cuarto de Roberta. Sus ronquidos se oían hasta el jardín. -Podría treparme por alguna de las lianas hasta su cuarto -me dije-, así lo hacen Batman y Robin. 57/88
  • 58. AL ESTILO BATMAN Y ROBIN ASÍ, ESE NIÑo que era yo hace muchos años decidió escalar la mansión como lo había visto en el cine. Me di una buena rascada en la cabeza, me froté las manos, caminé hasta la pared, tomé una de las lianas y empecé a trepar, tratando que a cada paso mis pies quedaran lo más firmes posible sobre esa superficie. Pasé por una ventana que estaba en el primer piso, donde se oían otros ronquidos. Estos eran más parecidos al sonido de una flauta. Me asomé y descubrí a Bartolo dormido en su cama; a cada ronquido se le inflaba una burbuja de moco en la nariz que desaparecía cuando aspiraba. -¡Guácala! -me dije. y justo en ese momento resbaló de tal forma mi zapato, que me hizo perder el punto de equilibrio. Aunque no me solté, mi propio peso me desplazó al interior del cuarto de Bartolo. Caí a un lado de la cama, entre un montón de calcetines que olían a queso gruyer. -Tengo que salir de aquí, no quiero morir de asfixia. Ya en el pasillo subí por las escaleras hasta el otro piso, en donde estaba el cuarto de Roberta. Brinqué el agujero de la entrada, empujé la puerta y la vi. Los rayos de la Luna recortaban su silueta, parecida a una montaña. -Ahora solo necesito explorar -murmuré y prendí la vela. Como si estuviera penetrando en un panteón, o en otro lugar horroroso, y tratando de no hacer ruido en cada paso, llegué hasta su cama. -¡Trrrr... fuiiiiiiiii! -Roberta roncaba. y sucedió lo peor: pisé una vieja galleta que estaba en el piso, seguro llevaría ahí unos cien años, y tronó. El ritmo de sus ronquidos se detuvo. Estiró los brazos. Abrió la boca como una fiera y giró su cuerpo, parecía que iba a despertarse. -Duérmete niñaaa -en ese momento desesperado, lo único que se me ocurrió fue entonar una canción de cuna-, duérmete yaaa, que viene el coco y te comerááá... Ella sonrió y, dormida, me atrapó de una mano. "Suéltame", yo quería gritar. Pero lo único que pude hacer fue seguir cantando. -Duérmete gordaaa... duérmete y aaa... Poco a poco los ronquidos de Roberta retomaron su ritmo. -¡Trrrr... fuiiiiiiiii! Con todas mis fuerzas abrí sus dedos que me sujetaban por una manga de la camisa, y bajo su almohada descubrí algo. -¡Lotería, mi agenda electrónica! Ahí estaba, aprisionada por sus greñas. Igual que un cirujano, controlando el pulso de mis manos, la tomé Y con un jalón la desprendí de su cabeza. -Ahora necesito recuperar el Tirulirulín. Luego, con la vela, recorrí todos los rincones del cuarto. Y aunque encontré bolsas de papitas, pedazos de pizza, una muñeca sin cabeza Y 58/88