1. Universidad de las Américas
Facultad de Educación
Educación Básica
Integrantes: Macarena Cortés
José Miguel Hernández
Asignatura: Didáctica de las Ciencias Sociales
Fecha: 04 de septiembre de 2013
Actividad 3
Zona Central
2. Objetivos
Distinguir recursos naturales renovables y no renovables, reconocer el carácter
limitado de los recursos naturales y la necesidad de cuidarlos, e identificar recursos
presentes en objetos y bienes cotidianos.
Ubicar lugares en un mapa, utilizando coordenadas geográficas como referencia
(paralelos y meridianos).
3. 1. Observa el siguiente mapa de Chile y pinta de color verde la zona central.
2. Realiza una breve historia con las principales características que presenta la zona
centra, en ella deberás incorporar la población (demografía) y los recursos naturales
de la zona
3. Reúnete en grupos de 6 compañeros y realiza un mapa de la zona central en el que
deberás destacar su relieve y el clima que predomina en la zona.
4. 4. De las siguientes leyendas de la zona central, escoge la que más les llame la atención
y realiza una representación de ella.
La Calchona
Se cuenta que un matrimonio vivía sin problemas en
el campo, junto a sus dos pequeños hijos. Sin
embargo, nadie de la familia sabía que la mujer era
bruja y que en su hogar escondía varios frascos que
contenían mágicos ungüentos, los que, al aplicarlos
sobre su cuerpo, le permitían transformarse en una
oveja negra.
En las noches, mientras todos dormían, realizaba el
rito de colocarse estas cremas y salir a pasear por los
campos, transformada en este animal. A su regreso, a
la mañana siguiente, se aplicaba nuevamente los
ungüentos y volvía a recobrar la forma de mujer.
Un día, sus hijos la vieron realizar el hechizo, por lo
que, queriendo imitarla, se pusieron las cremas,
transformándose en zorritos. Pero cuando quisieron
volver a ser niños, no supieron cómo hacerlo y se
pusieron a llorar.
En ese instante, el padre despertó con los sollozos, y
su sorpresa fue enorme, ya que en lugar de encontrar
a sus hijos, vio a dos animales. Rápidamente, supuso
que eran sus hijos y logró imaginarse que podía ser
un hechizo, por lo que comenzó a buscar frascos que
pudieran contener algún tipo de ungüento mágico.
Cuando encontró estas cremas, se las puso y de
inmediato se transformaron en niños.
Los pequeños le contaron que era su madre la dueña
de los frascos, por lo que el padre, asustado y para
evitar que les volviera a ocurrir lo mismo, tomó las
cremas y las botó en las aguas de un río.
A la mañana siguiente, la mamá, aún convertida en
oveja, regresó a la casa y comenzó a buscar sus
ungüentos. Solo encontró frascos casi vacíos y,
desesperada, trató de utilizar los restos de cremas
para transformarse nuevamente en mujer, pero solo le
alcanzó para cambiar sus manos, rostro y cabello. El
resto quedó como oveja.
Así, se dice que cuando los campesinos en la noches
sienten balar una oveja, saben de inmediato que se
trata de la Calchona (nombre con el que llamaron a
este animal). Como tradición, todos acostumbran
dejarle un plato de comida para que se alimente, ya
que se dice que es totalmente inofensiva y estaría
arrepentida de sus antiguos actos de brujería.
Cueva del chivato
Se dice que esta cueva existió al pie del cerro
Concepción, en Valparaíso. En ella, vivía un
chivo monstruoso que por las noches salía a
atrapar a cuanta persona pasaba por afuera
de este lugar.
Este tenía una potente mirada, que podía
hipnotizar a sus víctimas, impidiéndoles
cualquier intento de fuga.
Los pocos que lograban huir lo hacían tan
desesperadamente que morían en el camino
o escapaban abandonando sus pertenencias.
Los que eran atrapados por el chivato eran
llevados al interior de la cueva y se les
convertía en imbunches. Sin embargo, el que
no quería esta transformación debía cumplir
con el desafío de deshacer el hechizo de una
muchacha que el chivo tenía en lo más
apartado de su vivienda.
Los que se atrevían a romper dicho encanto,
primero, debían pelear con una serpiente que
se les subía por las piernas y se les
enroscaba en la cintura, brazos y garganta, y
los besaba en la boca.
Después, tenían que luchar para atravesar un
grupo de carneros, los que ponían toda su
fuerza para atajar a quienes querían pasar.
Si los hombres lograban hacer esta prueba,
luego debían cruzar entre cuervos que les
sacaban los ojos y soldados que los
pinchaban con sus espadas.
Pero, como ninguno terminaba la tarea, no
les quedaba otra que conservar la vida y
dejar que el chivo los convirtiera en
imbunches, y vivir para siempre como
sirvientes de este monstruo.
Además, nadie volvía de la cueva a contar lo
que pasaba, por lo que casi no había familia
que no lamentara la pérdida de algún
pariente, ni madre que no llorara a un hijo
robado y transformado en imbunche.
5. El Cristo de la Matriz
En 1630, el rey Felipe II de España donó
a la catedral de Santiago el Cristo de la
Agonía. Esta obra fue entregada a
manera de compensación por la
profanación de que fuera objeto la
entonces capilla La Matriz, ubicada al pie
del cerro Santo Domingo (Valparaíso),
por parte del pirata inglés Francis Drake.
El Cristo de la Agonía era un crucifijo
tallado en madera hecho por un escultor
japonés y llegó a Valparaíso en un gran
cajón, permaneciendo por un largo
tiempo en el puerto. Cuando se le quiso
trasladar a Santiago, que era
supuestamente el destino final, la yunta
de bueyes que tiraba la carreta con el
cajón se detuvo frente a la capilla de La
Matriz y no se movió más. Esto, porque la
caja pesaba demasiado y, además, era
invierno y llovía torrencialmente, por lo
que las ruedas de la carreta se hundieron
en el barro.
Entonces, se añadieron nuevas yuntas de
bueyes, pero todo fue inútil, ya que la
carreta permaneció empantanada.
Luego, se decidió bajar el cajón y dejarlo
en la capilla. Apenas este fue bajado, la
carreta salió del barro, por lo que los
cargadores volvieron a colocar la carga,
pero cuando estaba de nuevo arriba, las
ruedas se volvieron a empantanar.
Algunos pobladores que observaban este
episodio plantearon abrir el paquete y
asegurarse de su contenido. Cuando fue
abierto y apareció la imagen del Cristo de
la Agonía, en ese instante, se acabaron
la lluvia y el fuerte viento que habían
impedido su traslado.
Muchos fieles pensaron que este
acontecimiento no era otra cosa que un
verdadero milagro, por lo que se dejó
definitivamente el crucifijo en esta capilla,
ya que este era el expreso deseo de
Dios.
Desde aquel entonces, la sagrada
imagen es venerada y mucha gente
asegura que, año a año, el Cristo inclina
cada vez más la cabeza, por lo que un
día terminará por quebrarse por
completo, y ahí se acabará el mundo.
La Animita de Juanita Ibáñez
En Linares, Juan Ibáñez Valenzuela tenía una
carnicería en la calle Delicias N° 1435. En ese
mismo lugar, vivía con sus hijas Juana y Gladys
Rosa, la primera, de quince años y alumna del Liceo
de Niñas, y la segunda, de diez años y alumna del
tercer año en la Escuela Nº 3.
Un día, el padre se enfermó, por lo que tuvo que ser
trasladado a Santiago, con el fin de ser
hospitalizado. Las niñas quedaron al cuidado de la
empleada de la casa, Mercedes Gajardo, quien solo
tenía 17 años.
Ella sabía que en el velador de Juan Ibáñez había
dinero, así que resolvió que en la noche los robaría.
Armada con un martillo, se dirigió a la pieza donde
dormían las niñas y las golpeó en el cráneo. La
mayor murió y la otra quedó gravemente herida.
Luego trató de abrir el velador, pero como no pudo,
decidió llevarse el mueble a la casa de las hermanas
María y Emilia Estrada, las cuales se convirtieron en
sus cómplices. En ese lugar, rompieron el velador y
sacaron el dinero, para después escapar
velozmente.
Un hermano sordo de Juan Ibáñez, que habitaba en
la casa, percibió que algo grave había ocurrido, por
ello fue a buscar a los carabineros y al alcalde de la
ciudad, que vivía al frente. A los pocos días, lograron
detener a las mujeres en la estación de trenes de la
ciudad de Curicó.
Luego, que el cuerpo de Juana fuera conducido a la
catedral, se produjo una interminable procesión de
alumnas de su liceo y de cientos de personas que
querían rendirle un último homenaje. El impacto de
la muerte de la niña persistió por mucho tiempo, así
que se decidió levantar un altar popular, la animita
de Juanita Ibáñez.
Se dice que cuando sus devotos, principalmente
estudiantes, le piden salir bien en las pruebas, esta
siempre les cumple el deseo.
6. El Cristo de la Matriz
En 1630, el rey Felipe II de España donó
a la catedral de Santiago el Cristo de la
Agonía. Esta obra fue entregada a
manera de compensación por la
profanación de que fuera objeto la
entonces capilla La Matriz, ubicada al pie
del cerro Santo Domingo (Valparaíso),
por parte del pirata inglés Francis Drake.
El Cristo de la Agonía era un crucifijo
tallado en madera hecho por un escultor
japonés y llegó a Valparaíso en un gran
cajón, permaneciendo por un largo
tiempo en el puerto. Cuando se le quiso
trasladar a Santiago, que era
supuestamente el destino final, la yunta
de bueyes que tiraba la carreta con el
cajón se detuvo frente a la capilla de La
Matriz y no se movió más. Esto, porque la
caja pesaba demasiado y, además, era
invierno y llovía torrencialmente, por lo
que las ruedas de la carreta se hundieron
en el barro.
Entonces, se añadieron nuevas yuntas de
bueyes, pero todo fue inútil, ya que la
carreta permaneció empantanada.
Luego, se decidió bajar el cajón y dejarlo
en la capilla. Apenas este fue bajado, la
carreta salió del barro, por lo que los
cargadores volvieron a colocar la carga,
pero cuando estaba de nuevo arriba, las
ruedas se volvieron a empantanar.
Algunos pobladores que observaban este
episodio plantearon abrir el paquete y
asegurarse de su contenido. Cuando fue
abierto y apareció la imagen del Cristo de
la Agonía, en ese instante, se acabaron
la lluvia y el fuerte viento que habían
impedido su traslado.
Muchos fieles pensaron que este
acontecimiento no era otra cosa que un
verdadero milagro, por lo que se dejó
definitivamente el crucifijo en esta capilla,
ya que este era el expreso deseo de
Dios.
Desde aquel entonces, la sagrada
imagen es venerada y mucha gente
asegura que, año a año, el Cristo inclina
cada vez más la cabeza, por lo que un
día terminará por quebrarse por
completo, y ahí se acabará el mundo.
La Animita de Juanita Ibáñez
En Linares, Juan Ibáñez Valenzuela tenía una
carnicería en la calle Delicias N° 1435. En ese
mismo lugar, vivía con sus hijas Juana y Gladys
Rosa, la primera, de quince años y alumna del Liceo
de Niñas, y la segunda, de diez años y alumna del
tercer año en la Escuela Nº 3.
Un día, el padre se enfermó, por lo que tuvo que ser
trasladado a Santiago, con el fin de ser
hospitalizado. Las niñas quedaron al cuidado de la
empleada de la casa, Mercedes Gajardo, quien solo
tenía 17 años.
Ella sabía que en el velador de Juan Ibáñez había
dinero, así que resolvió que en la noche los robaría.
Armada con un martillo, se dirigió a la pieza donde
dormían las niñas y las golpeó en el cráneo. La
mayor murió y la otra quedó gravemente herida.
Luego trató de abrir el velador, pero como no pudo,
decidió llevarse el mueble a la casa de las hermanas
María y Emilia Estrada, las cuales se convirtieron en
sus cómplices. En ese lugar, rompieron el velador y
sacaron el dinero, para después escapar
velozmente.
Un hermano sordo de Juan Ibáñez, que habitaba en
la casa, percibió que algo grave había ocurrido, por
ello fue a buscar a los carabineros y al alcalde de la
ciudad, que vivía al frente. A los pocos días, lograron
detener a las mujeres en la estación de trenes de la
ciudad de Curicó.
Luego, que el cuerpo de Juana fuera conducido a la
catedral, se produjo una interminable procesión de
alumnas de su liceo y de cientos de personas que
querían rendirle un último homenaje. El impacto de
la muerte de la niña persistió por mucho tiempo, así
que se decidió levantar un altar popular, la animita
de Juanita Ibáñez.
Se dice que cuando sus devotos, principalmente
estudiantes, le piden salir bien en las pruebas, esta
siempre les cumple el deseo.