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El abominable hombre de las nieves
R.A MONTGOMERY- PAUL GRANGER
Eres escalador. Hace tres años pasaste el verano
en una escuela de alpinismo en las montañas de
Colorado. Tus profesores dijeron que tenías
actitudes naturales para la escalada. Ese verano
te hiciste muy amigo de un chico llamado Carlos.
Ambos formabais una buena pareja. El año
pasado os eligieron para formar parte de una
expedición internacional. Ésta logró escalar dos
picos en Sudamérica, hasta ese momento
inaccesibles.
Una noche, durante aquella expedición el grupo
se hallaba sentado en torno a una tienda del
campo base.
El jefe Franz, contaba historias sobre escaladas
en el Himalaya, la cordillera más alta del mundo,
que forma una gran muralla natural entre la
India y la China, y está ubicada en el Nepal. Los
montes más conocidos son el Everest, el K-2 y el
Anapurna. Esos y otros han sido escalados, pero
aún quedan otros picos en parajes remotos
donde muy pocos hombres han conseguido
llegar. Allí, segundo decía Franz, en los valles
altos, bajo las tierras nevadas, vive el Yeti,
también conocido como “el abominable hombre
de las nieves”.
Dicen que el yeti es un animal fuerte,
algo así como un cruce entre gorila y
hombre. Franz contaba que quienes lo
han visto no se ponen de acuerdo sobre
su aspecto. Algunos dicen que el yeti es
peligroso, capaz de apoderarse de los
incautos; otros, sin embargo, aseguran
que es pacífico. La prueba más sólida
de la existencia del yeti son unas
enormes huellas descubiertas en los
años cincuenta por una expedición
británica. Nadie le ha fotografiado;
nadie ha visto realmente a ninguno de
esos seres. Pero los rumores no cesan.
Carlos y tú decidisteis, en aquel mismo
momento, ir en busca del yeti. Al volver
de Sudamérica, conseguisteis dinero de
la Fundación para la Investigación de
Fenómenos Extraños (FIFE). Vuestro
objetivo era demostrar de forma
contundente que el yeti existe. Vuestra
misión sería encontrarle y fotografiarle.
Hicisteis el viaje a Katmandú, la capital del Nepal, donde empezaron vuestros
problemas. A los dos días Carlos fue en helicóptero a echar un vistazo por la zona del
Everest. El helicóptero volvió sin él: el piloto dijo que Carlos había decidido pasar una
noche en el campamento base del Everest, para confirmar la información de alguien
que aseguraba haber visto al yeti. Tenía una radio, pero no tuviste noticia alguna de
él. El tiempo empeoró y la comunicación quedó cortada.
Has solicitado una entrevista con R.N Runal, director de Expediciones e
Investigaciones de Montaña, que es una autoridad en el tema del yeti. Le expones
vuestros planes. Necesitas permisos para realizar la expedición y algunos consejos.
¿Pero qué pasa con Carlos?
Decides anular la cita con Runal y salir por tu cuenta en busca de Carlos
Piensas que Carlos está bien y sigues con tu plan de ver a Runal
Telefoneas a Mr. Runal en el Ministerio de Asuntos Exteriores y le dices que estás
preocupado por Carlos y que quieres ir a buscarlo.
-De acuerdo. Lo entiendo. Por favor, concédame el honor de ir con usted. Podría
servirle de ayuda.
Contento, aceptas la ayuda de Mr. Runal. Su reputación como montañero es
excelente. Consigues, además, que un helicóptero del ejército nepalí te recoja en el
aeropuerto de Tribuhava.
Dos horas después aterrizas en el campamento base del Everest, donde Carlos fue
visto por última vez. Aún está allí su tienda de nailon rojo, pero la tempestad ha
borrado todas sus huellas. Runal te dice que la mayoría de las historias del yeti, sitúan
al animal en zonas más bajas. Incluso, recientes informes hablan de que habita en los
glaciares.
Seguís subiendo
Runal y tú decidís descender al valle
Bajas por una calle bordeada de altos pinos verdeazulados con ramas y agujas muy
finas y delicadas. De las ramas superiores cuelgan una especie de frutas duras,
marrón oscuro, con forma de lágrimas. Te paras y miras, intentando descubrir de qué
se trata. En ese momento una se mueve, despliega enormes alas y sale volando. Son
murciélagos, ¡los murciélagos más grandes que has visto nunca!
Llegas al Ministerio de Asuntos Exteriores y te hacen pasar a una sala de espera.
Aguardas unos minutos y te llevan al despacho de R.N Runal, director de
Expediciones e Investigaciones de Montaña del gobierno nepalí.
-Bienvenido a nuestro país. Deseamos que tengan éxito, pero le tengo que dar malas
noticias. La expedición que se proponen ustedes puede ser muy peligrosa.
Le miras sin saber qué quiere decir.
-Recientemente salió una importante expedición sin decirnos que iban
tras el yeti- dice Runal-. Llevaban armas y trampas para matarlo. Desde
entonces, los yetis están enfurecidos.
-Mr. Runal-le interrumpes-, nosotros queremos encontrar uno, pero no
tenemos intención de hacerle ningún daño.
-Ya lo sé, nos hemos informado sobre ustedes. Lo que hicieron los otros
expedicionarios fue una vergueza. Sin embargo, mi deber es prevenirles
de los peligros que les acechan en el territorio de los yetis. Podría
organizarles un viaje a la región Terai, lejos de las montañas, en la
jungla. Allí podrían fotografiar y estudiar los tigres. Tienen fama y
también son peligrosos. Luego, quizá, podrían ustedes realizar la
expedición que se proponen.
Decides seguir con la expedición en pos del Yeti
Decides aplazarla hasta que los Yetis se calmen e ir a Terai a conocer los
tigres
El helicóptero se queda en el campamento base. Runal y tú bajáis a pie por
un estrecho y pedregoso sendero, por debajo de la zona nevada, hasta un
bosque de pinos.
Paulatinamente la senda se va haciendo más abrupta. A un lado, se abre un
barranco de más de mil metros por cuyo fondo corre un río. Llegáis a una
cabaña de piedra con techo de paja. Una vieja está sentada tomando el sol
en la puerta.
-¿Puede usted decirnos si ha pasado por aquí algún escalador? –dices-. Mi
amigo es alto, de complexión media y su pelo es negro.
Runal traduce al nepalí tu descripción. La mujer asiente con la cabeza y dice
que han pasado dos hombres. El más joven dejó una nota: “No sigas. Espera
en el campamento base. Carlos”.
Runal se vuelve a ti con mirada desconcertante.
-Carlos es su amigo. Si yo estuviese en su lugar, no haría caso de este
mensaje. Pero usted le conoce mejor que yo. ¿Qué piensa?
Obedeces el mensaje y vuelves al campamento a esperar a Carlos
No haces caso y decides buscarle
Sobre el campamento están los peligrosos “seracs”, enormes bloques de hielo que
siempre están en movimiento. Quien se aventura en este laberinto helado corre un
constante peligro. Runal va delante. Os habéis puesto en las botas los clavos
llamados “crampones”, y vais atados uno al otro por una cuerda de nailon.
Un bloque de hielo se estremece y cae a tu lado, levantando una nube de nieve.
Runal lo ha visto a tiempo. Ahora vais más despacio, con la precaución de no pasar
cerca de los traicioneros “seracs”.
Después de rodear uno de ellos, tan grande como una casa de dos pisos, encontráis
a Carlos; está sentado al sol, manipulando su cámara.
-Hola, muchachos, ¿qué hacéis por aquí?
-Eso es lo que nosotros queremos saber. Nos has dado un susto de muerte con tu
desesperación. ¿Qué tienes que decir?
Carlos deja la cámara y, cuando le has presentado a Runal, explica que encontró
huellas, posiblemente del yeti, y las siguió. Intentó llamar por radio, pero el mal
tiempo la había bloqueado. Las huellas se borraron y no supo encontrar el camino
de regreso, así que se sentó a esperar. Runal examina lo que queda de una huella
que no ha sido borrada por la ventisca y die que se trata de un oso azul.
Así pues, decepcionados, regresáis al helicóptero y voláis a Katmandú.
Al día siguiente vas a la tienda de Sirdar Padang Sorba, un guía sherpa
muy conocido. Carlos se queda con Runal, tramitando los permisos.
Entras en la tienda y encuentras a Sirdar Sorba tras un mostrador
abarrotado de bolsas de plástico, bombonas de gas para cocinas de
montaña y gorros de lana. Se presenta a sí mismo y, a primera vista, te
cae bien. Su voz es cálida y su aspecto amistoso. Participó en la
expedición japonesa al Pumori y en la francesa al Everest.
Quizá podrías proponerle que se una a vosotros en busca del yeti.
Decides esperar hasta haber hablado con Carlos
Se lo propones
-Aprecio de veras su advertencia, así como su oferta para ir a Terai –
dices-. Pero estamos volcados en nuestra expedición. Nuestra intención
es buscar al yeti de modo pacífico.
R.N Runal asiente en silencio y cambia unas rápidas frases en nepalí con
su secretario. En unos minutos, tienes todos los papeles precisos para la
expedición, sellados con la autorización del gobierno. Mientras os dais la
mano como despedida, Runal te detiene un instante:
-Ya que está usted dispuesto a seguir adelante, sería muy útil que yo le
acompañara. ¿Qué le parece?
Aceptas el ofrecimiento de Runal
No lo aceptas
-Carlos debe estar en apuros. Tenemos que encontrarle.
Runal está de acuerdo. Le da un par de rupias a la vieja. Ella le sonríe y
le habla muy deprisa en nepalí. Luego se mete en la cabaña.
Permanecéis fuera, junto al huertecillo donde maduran pepinos y
calabazas.
-¿Qué significa esto? ¿Qué le ha dicho? –preguntas mientras te ajustas
los tirantes de la mochila para que no te rocen en los hombros.
Runal te mira y dice:
-Me ha dicho que su amigo iba con un yeti.
Le miras estupefacto. Pero ¿por qué no? Al fin y al cabo, estáis aquí para
encontrar al yeti; quizá sea él quien ha encontrado a Carlos.
Seguís el sendero sin saber en absoluto lo que va a ocurrir.
Pasa a la página 32
Hablas largamente con Runal del Terai, región tropical situada al nivel del mar
a solo ciento sesenta kilómetros del Everest, el punto más alto del mundo.
¡Qué contraste! Piensas que ése podría ser un material excelente para un
artículo en el periódico de tu ciudad.
-El Terai es increíble-te dice Runal-. En la selva abundan las flores y los
animales, sobre todo el feroz tigre de la India y el peligroso rinoceronte.
Podemos conseguir algún elefante para ir a los sitios más apartados.
Dos días más tarde, después de haber dejado una nota para Carlos, te
encuentras cabalgando a lomos de un elefante, balanceándote al compás de
sus lentas pisadas.
El calor es casi insoportable y el sudor te cae por el cuello empapando tu
camisa caqui de safari.
-No bueno. No bueno. Deben ser furtivos que buscan pieles de tigre y
colmillos de elefantes. Peligroso-dice tu guía.
-Vamos a seguirles. Veamos qué hacen.
-Bien, pero tal vez sea mejor separarnos, así abarcaremos más terreno.
Os separaís Permaneceis juntos
Vacila y dices que sería mejor volver al campamento. Sin embargo, se
está haciendo tarde y regresar por el sendero será especialmente
peligroso de noche. Runal sugiere quedaros donde estáis hasta que
amanezca.
Hacéis tratos con la vieja para pernoctar en su cabaña. Os trae una
escudilla de arroz, calabaza y té con mantequilla. Estás muy nervioso,
pero confías en la sensatez de Carlos. En cualquier caso, pase lo que pase
no puedes hacer nada. No eres capaz de conciliar el sueño. El viento de
alta montaña te desvela y aumenta tu preocupación. Al amanecer, oyes
un grito agudo y penetrante.
Pasa a la página 31
Eres rápido, pero no lo suficiente. Sirdar suelta el pico y te dobla los brazo tras la espalda.
Los dos hombres que permanecían en el umbral entran en la tienda. Uno cierra la puerta y
echa el cerrojo. El sonido es sumamente amenazador: estás atrapado.
Los tres te rodean. Sirdar dice:
-Has hecho una locura yendo tan lejos. ¿Por qué estás aquí? ¿Qué es lo que quieres?
El barbudo acaricia amenazador un pequeño revólver automático.
-No quiero líos. Sólo deseaba ver qué había en el bolsillo.
-Bueno, no tienes salida. Os necesitamos para nuestro plan. Enviarás una nota a tu amigo
diciéndole que has encontrado un indicio importante. Tienes que conseguir que venga. Si
no, te matamos en el acto. Si haces lo que te decimos, quizá vivas, ya veremos. Os hemos
estado siguiendo. Pensábamos que podríais sernos útiles para sacar estos “chismes” del
país.
Señala los paquetes envueltos en papel marrón. Probablemente es hachís, piensas. Vaya
embrollo. ¿Qué puedes hacer?
Dices que escribirás la nota a Carlos
Rehúsas
Piensas que Carlos habrá tenido oportunidad de encontrarse con Sirdar. Te
dedicas a comprar tiendas para alta montaña, picos para hielo, “crampones”,
cuerdas, clavos para rocas y tornillos.
Mientras examinas un montón de anoraks desinflados, usados en
expediciones anteriores, cas hacia uno que atrae tu atención. Es púrpura y de
talla media; pero lo que te intriga es su bolsillo abultado.
Echas un rápido vistazo alrededor para asegurarte de que nadie te mira.
Abres la cremallera. Es como si hubiera una piedra en el bolsillo. Sacas el
objeto y quitas el grueso papel marrón en que está envuelto. ¡Lo que tienes
en la mano es un trozo de calavera amarillenta por el tiempo! ¿Podría ser una
calavera del yeti? ¡Cáspita! ¡Qué miedo!
Miras el trozo de papel que hay dentro de la calavera. Es papel de arroz del
que se utiliza para dibujar. Es un mapa, que indica el camino que va desde
Katmandú a la ciudad de Nagarkot. La palabra “Tesoro” aparece bajo una X
dibujada junto a un templo abandonado del dios hindú Siva.
Pasa a la página 34
-¿Qué me dices de unirte a nosotros para buscar al yeti, Sirdar?
Sonríe y vacila. Saca dos bastoncillos de incienso, uno mayor que otro. Los
enciende y su olorosa fragancia llena el aire de la tienda.
-Mientras un aroma se mezcla con el otro –dice-, no podemos saber la
diferencia. Solo cuando el bastón pequeño se haya quemado del todo
podremos saber cuál tenía fragancia de rosa y cuál de magnolia.
Te quedas desconcertado ante ese discurso sobre el incienso y preguntas:
-Bueno, ¿y eso qué significa, Sirdar?
-No significa nada. Tan solo ES.
Estás hecho un lío. ¿Qué hacer? Quizá podrías olvidar esta charla sobre el
incienso y también la propuesta que le has hecho a Sir-dar. ¿Acaso está loco?
¿O tú no lo comprendes?
Retiras el ofrecimiento para que forme parte de la expedición
Si insistes y tratas de entender lo que dice
Una vez que Runal se ha incorporado a vuestra expedición, envía un
equipo del gobierno para instalar vuestro campamento base y encontrar
a Carlos.
A los pocos días, Carlos regresa y los tres os ponéis en camino. Runal se
convierte en un maravilloso compañero. Seis porteadores cargan con
comida, tiendas y trastos. Eso os deja libres para explorar los abruptos
valles y las aldeas durante la marcha.
Los días son largos. Salís con las primeras luces del alba y no os detenéis
hasta que el sol se oculta. Las piernas os duelen de tanto andar mientras
recorréis los estrechos senderos trazados por los nepalíes durante siglos.
El cielo es azul, y está poblado de nubes. Las paredes nevada y gélidas
del Lhotse, del Pumori y del Everest se alzan sobre el verdor de las
primeras laderas.
Conforme os acercáis a la aldea, Runal señala un amplio edificio de tejas rojas que se
eleva sobre las pequeñas y sencillas casas apiñadas a su alrededor.
-En ese monasterio vive un monje budista que ha visto al yeti y ha vivido con él.
-No creo que nadie lo haya visto verdaderamente y menos que ningún ser viviente
haya pasado algún tiempo con el yeti.
-Es un secreto bien guardado –responde Runal-. Quienes comparten la sabiduría
secreta del yeti solo están obligados a revelarlo a personas elegidas. Según muestran
las estrellas y la palma de tu mano, tú y solo tú eres el elegido.
-¿Qué quieres decir? ¿Quién lo vio en las estrellas? ¿Quién me ha leído la mano?
Durante unos minutos, Runal no contesta. Al final dice:
-Si se acepta la sabiduría secreta, la vida cambia. Nunca se vuelve a ser el mismo.
Hay que decidir ahora.
Aceptar la sabiduría secreta del Yeti y la
responsabilidad que esto entraña
La rechazas
-Pienso que iré solo. Pero, gracias de todas formas.
Mr. Runal te da la mano sin sonreír. Está claro que le has ofendido.
¿Qué podrías hacer? ¿Bastaría con disculparte? ¿O deberías tartar de
arreglar las cosas?
Le pides disculpas y le invitas a que te acompañe
Mantienes tu decisión
-De acuerdo- le dices al guía-. Sigue corriente abajo. Yo me meteré en la
jungla describiendo un círculo y nos encontraremos en el río dentro de
tres horas. Si necesitas ayuda, dispara tres veces, espera seis segundos y
vuelve a disparar otros tres tigres.
-Está bien. Ve con cuidado.
Te metes en la jungla, moviéndote lo más despacio posible. Dos horas
después, te paras a descansar, sacudiéndote los mosquitos y
arrancándote las sanguijuelas. Con un rugido, un magnífico tigre que
mide por lo menos metro y medio de largo, emerge de los matorrales
avanzando sin piedad.
Antes de que puedas apuntarle con el rifle abalanza sobre ti.
Es demasiado tarde. Ha llegado tu hora.
FIN
Volver a empezar
Volver atrás
El guía y tú seguís corriente abajo. Encontráis a los cazadores furtivos.
Estos descubren vuestra presencia.
Matar tigres y elefantes para comerciar con sus pieles y colmillos es un
grave delito en el Nepal. No pueden permitir que haya testigos de sus
actividades.
Tratáis de escapar rápidamente a través de la selva, pero los cazadores
furtivos son rápidos e implacables: no dejan testigos.
Habéis sido demasiado incautos.
FIN
Volver a empezar
Volver atrás
¡YEOEEOOWEE…!
El ruido parece proceder de la parte derecha de la calle. Runal se esconde en
el umbral de la puerta. La vieja está al final del sendero, blandiendo una
lámpara de queroseno.
De nuevo el aullido. Esta vez incluso más chillón.
¡YEOWEEE! ¡Yi, Yi; YEEEOWEEEE! Paulatinamente decrece. Parece irse
alejándose.
La vieja mueve la lámpara. ¿Es una señal intenta espantar al ser que se aleja?
-Yetis- dice-. Os invitan a ir con ellos y con vuestro amigo Carlos.
¿Qué debemos hacer? Es más, de lo que podíamos imaginar.
Miras a Runal y después a la vieja. Es un amanecer desapacible. El sonido del
yeti se debilita por momentos.
Si seguís el sonido del Yeti
Volvéis al campamento y al helicóptero
Según bajáis por el sendero, veis algunas huellas que pudieran ser de
yeti. De pronto, todo se queda en silencio, incluso los pájaros han
cesado de cantar. Lo único que oyes son tus pisadas y las de Runal detrás
de ti. Te preguntas cuál es la causa de este silencio.
No tardas mucho en salir de dudas. Al salir de una curva, os encontráis
con un grupo de seres que solo pueden ser yetis. Apuntan hacia
vosotros un viejo cañón de bronce. Uno de ellos enciende la mecha. Eso
es lo último que recuerdas.
FIN
Volver a empezar
Volver atrás
Comprendes que la cosa es demasiado excitante como para esperar que Carlos
aparezca Debes averiguar más cosas sobre este asunto inmediatamente. Vas al
mostrador y le preguntas a Sirdar de dónde proceden los anoraks.
Sirdar te mira sorprendido. Sus ojos muestran miedo al verte con el anorak púrpura
en las manos.
-Oh, no están en venta. Están ahí por error. Démelo, por favor, démelo.
Contemplas el anorak y, junto al cuello, descubres el nombre de Sirdar escrito con
tinta negra. Al levantar la vista, ves a Sirdar precipitarse hacia ti blandiendo en la
mano un pico cortahielo con intención de golpearte.
Le lanzas el anorak justoa tiempo para detenerle un segundo. Corres hacia la puerta,
pero allí hay dos matones: uno lleva barba y el otro está completamente afeitado,
aunque los cabellos caen sobre sus hombros. Están a punto de arrinconarte. Saltas a
la derecha, te inclinas hacia la izquierda y vas hasta el montón de picos que hay al
fondo de la tienda.
Pasa a la página 19
¡Corre! ¡Ponte a salvo!
Metiéndote entre los árboles, llegas al borde del precipicio. Quizá
puedas ocultarte allí. Pero el yeti es rápido, mucho más de lo que creías.
Sientes que resbalas, que caes al abismo.
Milagrosamente, el yeti alarga el brazo y te agarra, salvándote en el
último momento de una muerte segura. Te lleva a cuestas hasta tu
tienda, te deposita allí suavemente y desaparece en la noche.
Al despertar decides regresar sin explicar lo sucedido, comprender que
no sería justo irrumpir la paz del yeti si descubres su existencia
FIN
Volver atrás
Volver a empezar
-No lo entiendo. Antes de acompañaros debería hablar con mi
compañero. No está lejos. Voy a verle ahora, pero si no vuelvo, no me
esperes.
Te diriges despacio hacia la puerta mientras el humo del incienso va
espesándose hasta hacerse tan denso, que no puedes encontrar la
salida. Te debates mucho tiempo entre el humo, hasta que lamentas
haber decidido no llevar a Sirdar con vosotros. Pero ya es demasiado
tarde: nunca encontrarás esa puerta, ni ninguna otra. Caes al suelo
totalmente desvanecido. No te levantarás
FIN
Volver atrás
Volver a empezar
-De acuerdo; entonces quieres que adivine cuál es el bastoncillo de rosa y cuál el de
magnolia, ¿no? ¿Es una prueba? ¿Si acierto vienes? y si no, ¿no?
Sirdar sonríe, mostrando tres piezas de oro en sus dientes de arrieba y asiente.
-Vamos a ello –dices-. El más largo es incienso de rosa de Cachemira.
Sirdar junta las manos, se las lleva a la frente y se inclina ligeramente, diciendo:
- “Namaste, bara sahib”. Estoy a tus órdenes. Señor.
Todo está decidido Os acompañará. Has acertado. Hay cosas que suceden por
casualidad. Esta es una de ellas.
-¿Por dónde empezaremos? –preguntas-. ¿Por el Anapurna o por la zona del Lhotse
y del Everest? ¿Qué te parece, Sirdar?
-Muchos han visto huellas de yeti cerca del Everest, pero quizá podríamos tener más
suerte en la región del Anapurna y del Machapuchhre (Montaña de la Cola de Pez).
La región del Everest ha sido explorada muy a fondo; el Anapurna es mucho menos
conocido.
Escoges la región del Anapurna
Escoges la región del Everest
-Acepto gustoso tu ofrecimiento. Estoy listo para recibir la sabiduría.
-Ven conmigo.
Te lleva al monasterio. Carlos permanece fuera.
Runal y tú entráis en el monasterio por una ancha puerta de madera. Dentro está muy
oscuro, pero distingues la figura de un anciano sentado en el suelo. Tras él hay una estatua
de Buda. El hombre os da la bienvenida y te invita a sentarte frente a él. Te das cuenta de
que viste hábitos de monje. Te sirve té con mantequilla de yak, un espeso caldo que te
resulta difícil de tragar.
-Escucha bien con el corazón, con la cabeza y con el cuerpo; escucha más con los ojos que
con los oídos. Estate atento al grito del yeti –te dice el anciano monje.
A lo lejos, puedes oír campanas y el rumor del viento meciendo los árboles tras la ventana.
Es hermoso.
Te parece que llevas sentado horas, escuchando con todo tu ser.
Por fin, el monje habla:
-Ha llegado el momento de dar el siguiente paso.
Estás de acuerdo con continuar
Decides que no estás preparado para dar
un giro radical a tu vida
-Mr. Runal, le ruego que me perdone. He cometido un error. Este es su
país y necesitamos su ayuda. Por favor, acompáñenos. Será un honor y
un placer tenerle con nosotros.
La habitación queda silenciosa. Nervioso, vas hacia la ventana y
contemplas los exteriores que rodean el palacio y sus refinados jardines.
Runal no responde de inmediato. Juguetea con un lápiz sobre la mesa,
sumido en profundas reflexiones.
-Aprecio su amable oferta, pero solo aceptaré si me hace el gran honor
de nombrarme jefe de la expedición. Si es así, podrá conseguir
financiación del gobierno, así como apoyo táctico de las Reales Fuerzas
Armadas nepalíes e, incluso, helicópteros.
Su propuesta te sorprende. Tú eres el jefe.
Aceptas que sea el jefe de la expedición
Responde que eso no es posible
Sales del despacho de Runal. En la calle comienza a llover
torrencialmente. El agua cae golpeando la tierra con toda su fuerza.
Planificasteis la expedición sobre el supuesto de que los monzones
habían llegado a su fin, pero, al parecer, no han terminado.
Permaneces tres semanas en el hotel. La constante lluvia ha bloqueado
los caminos hacia los valles de las montañas con avalanchas de barro y
piedras. La naturaleza está furiosa y vuestra expedición no se puede
llevar a cabo. ¡Mala suerte! Tendréis que esperar una ocasión más
favorable.
FIN
Volver atrás
Volver a empezar
- Tenemos que volver al campamento- dices.
Runal te coge por el brazo:
-Conozco ese sonido. Es el grito de guerra, el grito de furia y venganza. Vayamos a
pedir ayuda y volveremos más tarde a buscar a Carlos.
Casi sin aliento os apresuráis por el sendero mientras te preguntas por qué los yetis
están furiosos.
-Demasiada gente les ha acosado, cazado y torturado. Están hartos.
El camino parece más abrupto de lo que recordabas. Llegáis al borde del glaciar
donde está instalado el campamento. Los últimos rayos del sol os ciegan al reflejarse
en el hielo.
El helicóptero yace aplastado en la nieve. Las aspas de la hélice están retorcidas y el
plexiglás de las ventanillas resquebrajado. No hay rastro del piloto, tan sólo huellas
gigantes. Huellas de yeti que se dirigen hacia el corazón del glaciar.
Seguís las huellas
Os quedáis esperando ayuda
Echas a correr sendero abajo. Runal viene detrás.
Pronto os detenéis. Delante tenéis el cuerpo de un yak, el buey de estas
altas cumbres, cuyos cuernos han sido salvajemente retorcidos para que
señalen hacia un espeso bosque de rododendros y pinos.
Te detienes mirando el horrible cuadro del yak muerto. Los cuernos
quizá indiquen dónde está Carlos, aunque también pueden ser una
trampa.
Te metes en el bosque con Runal para
que te ayude
Dejas a Runal protegiendo la retaguardia
y vas tú solo al bosque
-Traeré a Carlos aquí –dices-. Aunque no estoy seguro de dónde puede estar.
El hombre que te tenía encañonado baja la pistola y la enfunda. Por ahora parece que el
peligro ha pasado.
¿Cómo podrás atraer a Carlos hacia esta encerrona? Recuerdas una señal especial que usáis
cuando trepáis con cuerdas: tres tirones secos significan dificultad.
-Bien, dadme papel y pluma. Te los traen y empiezas a escribir.
-Vaya, esta pluma no escribe. Fijaos. Trazas tres rápidas líneas en el papel. Por supuesto, la
pluma funciona y dices:
-Bueno, espero que ya escriba.
Confías en que las tres rayas basten para advertir a Carlos. Necesitas tiempo para planear la
huida.
El barbudo habla con acento alemán:
-Ahora dinos lo que sabes sobre el mapa.
Inventas una historia fantástica
Insistes en que no sabes nada
-Eso nunca. No os va a ser tan fácil. Si queréis a Carlos, tendréis que atraparle vosotros mismos.
En ese instante, suena un fuerte golpe en la puerta.
-Abran. Policía. Están rodeados.
La puerta se viene abajo y tres soldados nepalíes y un agente de policía irrumpen en la estancia. Carlos aparece
detrás de ellos.
El agente hace una señal con la cabeza y dice:
-Arriba las manos. Vaya, vaya, al final os echamos el guante, ¿eh? Esto significa la cárcel. Así es como acabáis
todos los contrabandistas. Afortunadamente, os hemos estado siguiendo las tres últimas semanas. Sospechamos
de vosotros cuando empezasteis a perseguir a estos dos. Carlos nos ha ayudado. Vuestra época de
contrabandistas ha pasado a la historia.
Aún estás temblando, pero ahora el gobierno nepalí os considera unos héroes y os proporcionará todo el apoyo
preciso para vuestra expedición.
Siempre habías soñado con explorar primero la zona del Everest. Es la única región donde hay aldeas y sus
habitantes son los más famosos guías de las expediciones a estas gigantescas montañas del Himalaya. Sirdar
procede de una aldea de la zona del Everest y eso podría bastar para conseguir porteadores y la máxima ayuda.
Después de una semana, Carlos, Sirdar y tú tomáis una avioneta y voláis durante más de dos horas por el interior
del Himalaya, bordeando el Pumori y el Lhotse y planeando suavemente alrededor del Everest.
La pista de aterrizaje es corta y muy accidentada. Os maravilláis de la pericia con que el piloto de las Reales
Aerolíneas Nepalíes hace aterrizar el avión sin contratiempos. Aunque estamos a cuatro mil metros de altura, la
atmósfera es clara. Las montañas, con sus laderas heladas y serpenteantes glaciares, resplandecen y centellean.
Os quedáis maravillados ante el poderío y la belleza del espectáculo.
FIN
Volver atrás Volver a empezar
Siempre habías soñado con explorar primero la zona del Everest. Es la
única región donde hay aldeas y sus habitantes son los más famosos
guías de las expediciones a estas gigantescas montañas del Himalaya.
Sirdar procede de una aldea de la zona del Everest y eso podría bastar
para conseguir porteadores y la máxima ayuda.
Después de una semana, Carlos, Sirdar y tú tomáis una avioneta y voláis
durante más de dos horas por el interior del Himalaya, bordeando el
Pumori y el Lhotse y planeando suavemente alrededor del Everest.
La pista de aterrizaje es corta y muy accidentada. Os maravilláis de la
pericia con que el piloto de las Reales Aerolíneas Nepalíes hace aterrizar
el avión sin contratiempos. Aunque estamos a cuatro mil metros de
altura, la atmósfera es clara. Las montañas, con sus laderas heladas y
serpenteantes glaciares, resplandecen y centellean. Os quedáis
maravillados ante el poderío y la belleza del espectáculo.
Pasa a la página 68
Dos días después, con los permisos en regla y el material necesario,
Carlos, Sirdar y tú comenzáis el largo viaje de Katmantú a Pojara.
Tres días más tarde, acompañados de once porteadores que llevan los
fardos, acampáis en una meseta sobre el valle, cerca de una aldea
llamada Dhumpus.
Esa noche, después de cenar arroz moreno con lentejas, cebollas y ajo,
os sentáis a la entrada de vuestras rojas tiendas de alta montaña y
contempláis la luna sobre las faltas nevadas del Anapurna y del
Dhaulagiri. El silencio y el frío os rodean. Estás cansado a causa del difícil
ascenso que has realizado, pero muy contento de haber llegado hasta
aquí. En medio de la noche sientes como si vosotros fuerais los únicos
habitantes de la Tierra.
Entonces observas un resplandor en el Anapurna que se va repitiendo
regularmente. Podría ser un reflejo de otra expedición, la señal de
alguien que está en apuros… o quizás del yeti.
Piensas que es una señal Piensas que solo es otra expedición
Runal aún está contigo. Te toca el hombro, te levantas y le sigues a la
parte trasera del monasterio, a espaldas del Buda dorado. El denso
aroma de incienso de rosas vicia el aire.
-Los yetis son los guías que conducen a Shangri-La. Llevan a la gente
elegida a ese valle oculto, del que tantos han oído hablar y solo unos
pocos han visto.
Asientes, preguntándote a la vez que va a pasar.
-Una última oportunidad, amigo mío. Regresa ahora y vive una vida
normal con tu compañero Carlos. Si no es así y sigues adelante, deberás
aceptar la vida del mundo secreto.
Sigues adelante
Regresas
-De acuerdo, Mr. Runal, usted puede capitanear la expedición. Estoy
seguro de que nuestros objetivos son los mismos y nos será útil el apoyo
de su gobierno.
Los contactos de Runal con el gobierno resultan muy positivos: la
expedición obtiene mejores equipos que los que hubierais conseguido
con vuestros propios medios. Los conocimientos de Runal sobre el yeti
son muy útiles y, en poco tiempo, aprendes mucho.
Runal realiza gestiones para que te lleven en helicóptero al campamento
base del Everest. Quizá es mejor que él sea el jefe. Es su país y lo conoce
bien.
Pasa a la página 23
Suena el teléfono, rompiendo el silencio del despacho. Runal se disculpa
y lo descuelga: -Sí, sí, entiendo… Se lo diré…
Se vuelve a ti con expresión seria.
-Nuestro rey está harto de que se turbe la paz de nuestra tierra. Lo
lamenta, pero ha decidido cerrar las montañas a cualquier expedición.
Es necesario que haya una tregua. Los yetis no son animales. No
permitiremos que se les vuelva a cazar nunca más. Lo siento, amigo.
Bien, al menos no has tenido que rechazar el ofrecimiento de Runal
como jefe, aunque te quedes frustrado. Has estado tan cerca de poder
ver al yeti.
FIN
Volver atrás
Volver a empezar
Las huellas os conducen por el intricado laberinto del glaciar. Camináis con
sumo cuidado porque el más mínimo movimiento de éste podría ocasionar el
derrumbamiento de los bloques de hielo. De pronto, las huellas se detienen
como si los dueños de los pies hubiesen batido alas y echado a volar.
Miras a tu alrededor y solo distingues hielo resplandeciente, nieve compacta y
rocas grises y marrones que emergen por doquier. Sobre vuestras cabezas,
algunos pájaros enormes planean llevados por las corrientes de aire. En las
cumbres, los vientos levantan enormes remolinos de nieve.
Runal y tú observáis sobrecogidos las montañas, olvidando
momentáneamente vuestra misión.
Entonces vislumbras algo. Es un retal de nailon rojo enganchado a una arista
de hielo. ¿Podría ser de la tienda de Carlos? Mientras te agachas para
examinarlo, oyes un gran estrépito.
Pasa a la página 73
Te quedas cerca de los restos del campamento, siguiendo las
instrucciones de Carlos. Runal está de acuerdo en que eso es lo mejor.
-Sabes, amigo, estas altas montañas que constituyen el techo del mundo
guardan secretos, misterios y peligros. Hemos ido demasiado lejos.
Deberíamos esperar a ver qué ocurre.
Aguardas un rato, pero al fin decides que hay que hacer algo para salvar
a Carlos.
Quizá la vieja mintió, quizá se inventó la historia de que Carlos iba con
un yeti. Quizá los inquietantes aullidos eran solo algún cuerno litúrgico,
allá en el valle. Quizá fue alguna patraña. Pero ¿por qué? Estás confuso.
-Runal, voy tras Carlos. Si quieres, quédate aquí. Yo no puedo dejarle.
Runal está conforme, pero esperará la llegada de un helicóptero de
salvamento
Pasa a la página 77
Con cautela, Runal y tú os adentráis en el bosque. La pálida luz del
amanecer apenas basta para iluminar el tétrico paraje. Ponéis sumo
cuidado en no hacer ruido.
Runal te tira de la manga. Señala arriba, hacia las ramas de un pino. Te
acercas con precaución. Parece el morral que llevaba Carlos. Pueden
habérselo quitado o haberlo dejado él mismo como aviso.
Retrocedéis para buscar ayuda
Utilizas el reclamos para producir los sonidos que Carlos y tú empleáis
como código de emergencia
En una estancia abovedada, descubres a Carlos en medio de un grupo.
Ante tus ojos pasmados, algunos de ellos van cambiando de forma. Por
un momento son yetis, luego, unicornios, después, budas. Sonriente,
Carlos te dice:
-Bienvenido. Has realizado un difícil viaje y has hallado tu camino hacia
el Paraíso Perdido.
Sonríes feliz y te unes a ellos.
Volver atrás
Volver a empezar
Te preguntas por qué haces esto. ¿Quién sabe lo que habrá allí? Pero
Carlos está en peligro y, por tanto, te internas en la espesura. La pálida
claridad penetra difícilmente entre los pinos. Después de haber
avanzado durante un cuarto de hora encuentras una extraña valla.
Parece hecha de algún tipo de aluminio o acero inoxidable.
La vas tanteando hasta dar con una puerta que gira sobre sus goznes. Es
curioso que esté abierta. Miras a tu alrededor, pero no hay nadie. Sigues
un sendero que lleva a una pared de roca.
En al base, hay una extraña cavidad.
Una puerta roja brillante conduce a las entrañas de la roca y un sendero
parte de la pared. ¿Qué debes hacer?
Penetras en la roca
Sigues el sendero
Te levantas y vas hacia la puerta, pero no puedes salir. Una barrera
invisible te detiene. El monje te sonríe. Quizá comprenda tu confusión.
-No me siento bien aquí. Estoy atemorizado.
-Nada es fácil –dice el monje-. Muchas corsas nos aterrorizan. Si crees
que debes marcharte, vete; volverás cuando estés preparado.
Le das las gracias. Ahora nadie te impide cruzar la puerta. Unos minutos
después miras atrás sin saber si tu elección ha sido la más adecuada.
FIN
Volver atrás
Volver a empezar
-Bueno, veréis, mi historia es la siguiente. Soy el príncipe de una tribu de
seres superiores procedente del continente perdido de la Atlántida, Vivimos
bajo el mar, más allá de las costas de África. Ahora tratamos de unir nuestras
fuerzas con los yetis, que son una tribu del planeta Borodoz que ha vivido en
las altas montañas durante los tres últimos siglos.
Los tres te miran y se empiezan a reír.
Uno dice:
-Seguro… Y yo soy Julio César, y éste de aquí Cleopatra.
Se carcajean del chiste. Eso te proporciona un momento para sacar tu navaja
de explorador. Cortas algunas cuerdas que pendían del techo. Una tienda
que estaba allí arriba, en exposición, cae sobre tus enemigos. Consigues
llegar a la salida justo a tiempo.
Por ahora te olvidas del equipo y vas en busca de la policía. Ya habrá tiempo
para la expedición.
Fin.
Volver atrás Volver a empezar
-No sé nada, nada en absoluto.
El barbudo frunce las cejas y dice:
-Eso es lo que todos cuentan. Acabemos de una vez. Esa expedición en busca
del yeti es un truco. Pertenecen a la Interpol.
-Un momento, hagamos un trato.
No tienes la menor idea de qué clase de “trato” puedes ofrecer, pero
necesitas ganar tiempo. Entonces sorprendentemente, Sirdar abre la puerta
trasera. Le acompaña un grupo de seis hombres, todos armados.
-Caballeros, quedan arrestados. Hace centellear una insignia y te sonríe:
-Lo siento, amigo. Llegaste justo cuando no debías. Tuve que atacarte para
que esos tipos no sospecharan. El mapa que encontraste nos llevará a los
escondrijos donde tienen el material. Que tengas buena suerte en tu
expedición.
Fin.
Volver atrás Volver a empezar
-Carlos, mira aquella luz que parpadea. De nuevo la luz brilla tres veces
y luego se apaga. Vuelve a brillar.
-¿Qué te parece a ti? Podría ser alguien que estuviese en apuros.
-Quizá es la señal de algún accidentado –dice Sirdar-. Per está muy lejos,
al otro lado del valle y justo debajo del glaciar. Podríamos acudir o
volver a Pojara e informar a las autoridades.
-¿Cuánto tiempo emplearíamos en llegar a Pojara?
-Yo solo iré más deprisa que si vamos todos. Creo que tardaré un día y,
desde allí, podrían enviar un helicóptero. Sin ayuda exterior, poco
podremos hacer si se trata de alguien que se encuentre en apuros. En
cualquier caso, necesitan ayuda urgente.
Respondes a la petición de
ayuda
Decides enviar a Sirdar a
Pojara en busca de socorro
-Mejor no perderlo de vista. Es posible que se trate únicamente de alguien
que está jugando con una linterna.
Durante dos horas montáis guardia y vigiláis los destellos. Al fin, cesan. Ahora
hace frío, pero os encontráis a gusto con vuestros anoraks. Brillan las estrellas
y os sentís sobrecogidos por la inmensidad de las montañas que tenéis
delante. No es extraño que tanta gente se haya visto atraída por ellas.
Cansado de larga vigilancia y ansioso de continuar la búsqueda del yeti, te
acuestas.
Cuatro horas después a eso de las dos de la madrugada, te despierta un
alarido lastimero cerca de tu tienda:
-¡Yiuuuu, ah ah ah! ¡Yiuumiii, ah ah ah!
Bajas el cierre de cremallera y oteas en la oscuridad.
Allí, junto al montón de aparejos, hay una masa oscura, quizá un yeti. Buscas
tu cámara. Tal vez consigas una foto.
En ese momento, la masa se alza y se dirige tambaleándose hacia las tiendas
de Carlos y de Sirdar.
Intentas sacar la foto
Si decides coger un pico y
tratar de espantar a ese ser
-Esta noche nos quedaremos en casa de un amigo. Tenemos que descansar y
acostumbrarnos a la escasez de o´xígeno.
Sirdar se dirige a un grupo de casas de piedra. Son sencilla y hermosas. En los
diminutos porches, hombres, mujeres y niños están sentados bebiendo té.
Hay pollos escarbando entre los matojos. Allá, en el cielo, grandes pájaros
negros de casi tres metros de envergadura, planean en el aire con sus alas
desplegadas. En un extremo de la aldea se alzan mástiles con estrechas
banderitas que ondean como culebras en el viento.
Continuamente sentís la presencia de la inmensidad de las montañas. El
silencio lo invade todo.
Durante tres días, permanecéis en la aldea haciendo marchas cortas y
aclimatando piernas y pulmones a esta enorme altura. Al llegar el tercer día,
Sirdar os dice que ya estáis preparados.
-Sois fuertes, Vuestros corazones laten ahora despacio y vuestra respiración
ha mejorado. Ya podéis emprender la escalada hacia estos parajes. Ahora
tenemos que darnos prisa. He recibido informes de que se han visto yetis por
la zona del glaciar Jumbu, en el Everest.
Hace una pausa y os mira, primero a ti y luego a Carlos:
-El glaciar es enorme, duro y peligroso. Grandes bloques de hielo se
deslizan, se derrumban y forman figuras caprichosas. En el momento
más inesperado, el hielo puede romperse y llevarse todo por delante. En
esos aludes han perecido muchas personas, y otras no han sabido
regresar. De repente, se abren grandes grietas bajo los pies. Sin previo
aviso, toneladas de hielo se desploman encima. Quizá por eso a los yetis
les gusta esta zona. Pocas personas se arriesgarían a visitarla.
Comprendéis el peligro. Es bien sabido que esas regiones se han
cobrado muchas vidas. Habíais confiado en evitar los riesgos del Jumbu.
Pero esos recientes rumores sobre la presencia de yetis son tentadores.
¿Qué vais a hacer?
Decidís afrontar los peligros No os decidís
-Estoy preparado, Runal. Ve tú delante. Runal golpea tres veces en la
espalda del buda, cerca de la base de la cabeza. Se oye un repiqueteo
parecido al de los címbalos.
¡Caramba! Tenéis delante un ser gigantesco, de anchos hombros y
enormes pies. Su expresión es amable. No sientes miedo.
Te vuelves a Runal. Él te sonríe y dice:
-Este es Zodac. Nuestro guía especial. Síguele. Él te llevará a donde
debes ir.
-¿Puedo despedirme de Carlos?
-No es lo acostumbrado y no te lo aconsejo; puede perjudicaros a
ambos. Pero, si lo deseas, ve y dile adiós.
Vas a despedirte de Carlos Decides no hacerlo
Mundos secretos. Todo esto es demasiado inquietante.
En tu opinión, aún no estás preparado para esta clase de cosas.
Prefieres más bien explorar el mundo en el que vives. Quizá Runal esté
loco, quizá sea un secuestrador. Nunca lo sabrás.
Puedes irte del monasterio, encontrar a Carlos y continuar vuestra
expedición.
Eso es lo que te ha traído aquí desde el otro lado del planeta, y eso es
lo que piensas hacer. Recoges a Carlos en el exterior del monasterio y
continuáis vuestra búsqueda del yeti.
Fin.
Volver atrás Volver a empezar
Cuatro yetis se os abalanzan encima desde unos grandes bloque de hielo. Runal y tú
sois inmediatamente capturados. La fuerza de los yetis es inconcebible. Garras
como tenazas os aferran los brazos. Os llevan a cuestas, como sacos de arroz hacia
el interior del glaciar. Por fin, os dejan en el suelo y veis delante vuestro al piloto del
helicóptero. Está ileso. Uno de los yetis habla.
-Bueno, gracias por venir. Pensábamos que sería interesante estudiaros, pero que os
costaría mucho llegar hasta nuestro país.
El yeti ríe entre dientes, en tono bajo, durante largo rato. Los otros hacen muecas.
Miras Runal, al piloto y a las montañas que os rodean.
-Vuestro amigo está sano y salvo –sigue el yeti-. Os lo devolveremos después. Por
ahora, ya hemos obtenido bastante de vuestra visita y espero que vosotros también.
Los yetis empiezan a andar y desaparecen en el glaciar.
Encontráis el camino de vuelta al helicóptero siniestrado. Carlos está allí, sano y
salvo como dijeron. Lo único que sientes es no haber podido fotografiarles.
FIN.
Volver a empezar
Volver atrás
Desciendes por el sendero. De pronto, aparece ante tus ojos una masa redonda de
color naranja, más o menos del tamaño de una pelota de playa, que se te echa
encima.
¡ZAP! Te alcanza un rayo de luz. Es como si te zambulleses en agua caliente y salada.
Sientes algo bastante agradable que ahuyenta tu temor. No quieres huir ni
esconderte de esa criatura, sea lo que sea.
-Vale, de acuerdo. No soy tu enemigo. No soy malo. ¿Quién eres? O, mejor dicho,
¿qué eres?
Te quedas quieto y varios de esos globos esféricos y resplandecientes se reúnen a tu
alrededor.
-Terrestre desea saber. Terrestre amistoso. Cesar rayos luz. Sensor índice terrestre
sincero y solo habla verdad.
Los rayos se apagan y lo cierto es que pierdes el gusto que te producía su calor.
-Me gustaría que Carlos estuviese aquí –dices-: así vería lo que está pasando.
Realmente desearías que estuviera tu amigo.
¡Entonces Carlos aparece ante ti! -¡Carlos! ¿Qué sucede? ¿De dónde sales? ¡Qué
extraño es todo esto!
Carlos te sonríe:
-Amigo mío, tu deseo te ha sido concedido. Así sucede con estos
Movidios. Si les gustas y creen en ti, tus pensamientos y deseos se
hacen realidad. Estoy con ellos desde hace dos días. Ahí arriba, en las
montañas, las cosas parecen verdaderamente transparentes y fáciles de
comprender. Estos seres mecánicos provienen del espacio. Usan las
montañas como base en la Tierra.
Se oye un ruido similar al ronroneo de los gatos. Procede de los tres
seres que Carlos llama Movidios.
Uno de ellos habla con una voz aguda, mecánica:
-Momento para decidir. Invitamos venir con nosotros. Planeta de los
Mares, en el vacío de las Siete Lunas. ¿Venís?
Vais
No aceptáis porque vuestra misión es la
búsqueda del Yeti
-¡Regresemos!
Runal se muestra conforme. Si es una trampa, está demasiado clara. Te
inclinas a pensar que Carlos dejó su mochila para advertirte.
En el momento en que os deslizáis fuera de la espesura, descubres un
ser fornido, muy alto, de gran peso. Se cubre el cuerpo con escasos
harapos. Su cabeza es ovalada y puntiaguda, y sus pies anchos y largos
Está comiendo sentado junto al cadáver del yak.
Te quedas paralizado de miedo. ¡Pero acaso sea tu única oportunidad
de sacar una fotografía así!
Sacas la foto Retrocedes hacia la espesura
TUUVIIT, TUUVIIT, TUU TUUUUUU…
Te las ves y te las deseas para silbar, ya que tus nervios te traicionan. Repites la señal, más
despacio ahora.
TUUUUVIIIT, TUUUVIIIT, TUUU TUUUUUUUU….
De repente, oyes ruidos de arbustos y ramas quebrados. Runal y tú dais un respingo hacia
atrás, listos para echar a correr. Entonces Carlos sale del matorral, os mira y grita:
-¡Corred, corred!
Del cuello le cuelga una cámara. Los tres salís a escape de la espesura, en dirección al
sendero. No paráis hasta que no podéis más. Con la respiración entrecortada por el
esfuerzo, Carlos os cuenta que los yetis le metieron en el bosque y le permitieron
fotografiar un grupo de seis. Entonces le dijeron que ya tenía lo que necesitaba y que les
dejase en paz.
-Bueno, ¿y por qué nos atrajeron a nosotros? –preguntas.
- Para que me ayudarais a volver, imagino. No tenía ni idea de dónde estaba.
- Volvéis al helicóptero y regresáis a Katmandú con las primeras fotografías que el mundo
verá de los yetis.
Fin.
Volver atrás Volver a empezar
La puerta es una incógnita. ¿Quién sabe lo que habrá detrás? El
sendero, al menos, transcurre al aire libre. Exploras la pared rocosa,
echas una última mirada a la puerta y sales al sendero.
A unos cincuenta pasos, topas con un abrupto acantilado. No parece
haber salida. Detrás de ti, el sendero se desvanece en un laberinto de
árboles. Entonces escuchas la aguda llamada del yeti, recia y burlona.
Un chasquido te obliga a mirar hacia arriba. Ves un gran alud de hielo y
nieve que se te viene encima atronadoramente.
Pasa a la página 110
El corazón te late en el pecho con tal fuerza que te parece imposible que el
mundo entero no lo oiga. Empujas la puerta roja. Dentro hay un túnel de
paredes lisas iluminadas por una suave luz rosada. No se advierten signos de
vida.
El túnel se hace sinuoso por espacio de unos metros y termina bruscamente.
Te ves a ti mismo de pie en un largo y estrecho valle, rodeado de abruptas
laderas que acaban en algos y nevados picos, probablemente el Lhotse y el
Pumori, a juzgar por su aspecto. El valle es cálido, cubierto de plantas y
árboles en flor, bien guarnecido de los fuerte vientos.
Un chico de unos ocho o nueve años está sentado en un banco de piedra. Te
sonríe y dice en inglés:
-Bienvenido. Pensábamos que vendrías. Tu amigo Carlos arde en deseos de
verte.
-¿Dónde está Carlos?
-Oh, no está muy lejos. Pero si quieres reunirte con él, debes aceptar no
volver nunca al mundo de dónde vienes. ¿Comprendes?
Quieres reunirte con Carlos Decides marcharte
Os pasáis la mayor parte de la noche buscando el camino hacia el
fondo del valle, a través de veredas, abruptas y traicioneras. Una vez
allí, inicias la escalada del inmenso Anapurna, trepando por las rocas y
rodeando el glaciar. Hace frío y la noche se os hace interminable.
Las señales luminosas continúan. Ahora estáis seguros de que habéis
hecho bien. Alguien necesita ayuda.
Cerca del mediodía, Carlos dice:
-Alto. Me parece que veo algo.
Entonces descubrís lo que buscabais. Una pequeña hoguera arde entre
grandes peñas: alrededor del fuego bailan once yetis. Os habéis topado
con la ceremonia que celebran en conmemoración del fin de los
monzones. Miráis muy cautelosamente, haciendo fotos y tomando
notas. Habéis comprobado, al menos, que los yetis existen en realidad.
Fin.
Volver atrás Volver a empezar
- Ve tú, Sirdar. Nosotros nos quedaremos aquí vigilando.
- Desaparece en la oscura noche. No hay viento, solo el silencio de las
montañas, del cielo y de las estrellas. A lo lejos, en algún sitio, oís resonar el
agua que mana y cae de los glaciares que rodean el Anapurna.
- Hubiéramos debido ir a socorrerles-dice Carlos-. Sentado aquí, sano y salvo,
un sentimiento de egoísmo me invade.
Tan pronto como amanece, partís sin vuestro guía. La marcha es dura y no
tardáis mucho en ver los destellos. Sobre vosotros se alza el Anapurna, con
sus blancas laderas de hielo y nieve. Entonces el cielo empieza a iluminarse y
las estrellas parecen desvanecerse en el pálido azul del firmamento. Surge el
primer sol sobre la cumbre del Machapuchre. Es como un estallido de oro y
plata. En unos minutos, la luz alcanza el Anapurna.
Os detenéis para tomar un desayuno frío a base de queso y pan mojado en el
té que lleváis en vuestras cantimploras.
Pasa a la página 112
¡Click! El flash de pilas se enciende aumentando la luminosidad.
¡Cáspita! ¡Vaya criatura! ¡Realmente es un yeti! Tiene un corpachón
peludo, un cráneo gigante, y pies enormes. El flash le ha sobresaltado y
delata tu presencia. Viene derecho hacia ti, emitiendo amenazadores
sonidos mitad gruñido, mitad gorgoteo.
Sales corriendo
No te mueves y disparas el flash para asustarle
Levantas el pico. El yeti, con los ojos brillantes, te lo arranca de las
manos, lo rompe como si fuese un mondadientes y lo arroja por el
acantilado.
Luego habla en tono mesurado:
-Dejadnos en nuestro hogar. Vuestro mundo ya posee bastante. Si
quisiéramos lo que vosotros tenéis, vuestras ciudades, vuestros
crímenes, vuestras guerras, iríamos a reunirnos con vosotros. Pero no
queremos esas cosas. Dejadnos solos. Es un aviso.
Dicho esto, el yeti se marcha. Permaneces en pie, quieto, viendo cómo
se aleja la criatura. ¿Qué va a contarle a la Fundación Internacional
para la Investigación de Fenómenos Extraños?
Fin.
Volver atrás Volver a empezar
Vais hacia el glaciar. El sol convierte al Jumbu en un horno gigante. Por más
que llevéis gafas especiales, camináis medio cegados por los reflejos de la
nieve. Cargáis los anoraks en las mochilas y seguís en mangas de camisa.
Sirdar abre la marcha, bordeando cautelosamente los enormes bloques de
hielo que penden sobre vosotros. Constantemente comprueba la nieve con
su pico, en busca de agujeros ocultos, signo seguro de peligro.
Vais amarrados unos a otros con una fina cuerda roja y amarilla, que se
tensa entre vosotros.
De pronto, con un alarido, tres yetis saltan de su escondrijo, encima de
vosotros, y empujan un gigantesco bloque de hielo. La mole empieza a
tambalearse y, por fin, se abate sobre vosotros, primero despacio y luego
adquiriendo mayor velocidad a medida que rueda. Otros seracs comienzan a
caer a vuestro alrededor. Quedáis atrapados para siempre en un mar de
hielo.
Ni siquiera habéis tenido oportunidad de ver a los yetis. Todo lo que queda
de ellos es su grito misterioso, que se pierde en los ecos del valle helado.
Fin.
Volver atrás Volver a empezar
-Meditemos sobre eso, Sirdar. El glaciar es peligroso y las lluvias han
reblandecido el hielo y la nieve. ¿No podría ser un aviso para dejar en
paz a esos seres?
Sirdar mueve la cabeza, asintiendo:
-Como gustéis, bara sahib, como gustéis.
Esa noche, todo vuestro equipo desaparece misteriosamente. Es una
advertencia mas para que dejéis las cosas como están en las altas
montañas. Los yetis tienen su propia forma de vivir y no quieren que ni
vosotros ni nadie la transforme.
Fin.
Volver atrás Volver a empezar
Sales de la estancia. Los yetis y Zodak te acompañan. Caros te espera
fuera, tal como le dejaste. Ha quedado suspendido en el tiempo como si
estuviera en estado de hibernación. No puede oírte, ni tú a él. Te has
convertido en parte de otro mundo. Empiezas a darte cuenta de algunas
de las consecuencias de tu decisión de ir a Shangri-La.
Te despides con calma de Carlos, aunque él no puede oírte, y sigues a
Zodak de vuelta al monasterio.
Zodak te invita a seguirle. Da un paso gigante en el aire. Observas con
pasmo cómo se eleva a un metro del suelo. Entonces, tú también das
una zancada y te encuentras flotando sobre el suelo del monasterio.
Estás levitando.
Huuuyyy! Los dos os lanzáis lejos del monasterio, más allá de los muros,
hacia el cielo. Vais a increíble velocidad. Ascendéis a un ritmo
vertiginoso, hasta llegar a la afilada y gélida cima del Everest. Debajo, se
extienden glaciares, montañas, valles. Ves el mundo desde su cumbre.
Zodak señala una grieta cerca de la cumbre del Everest.
-El camino a Shangri-La –dice. Da tres zancadas, penetra en la grieta y
desaparece.
Pasa a la página 96
Runal retrocede al ver a la criatura. Avanzas muy despacio y preparas tu
cámara automática.
Hincas una rodilla en tierra y enfocas la figura del yeti y su comida,
contra un fondo del Lhotse y el Everest.
Click –zzzz- click. El mecanismo automático es más lento de lo que
pensabas. El yeti deja de comer; su cabeza se mueve hacia arriba y
hacia los lados. Olfatea el aire y te descubre.
Pasa a la página 101
Probablemente, la mejor decisión sea marcharte y no meterte en
problemas. Pero ¿qué le ocurrirá a Carlos?
Regresas y esperas su vuelta durante mucho tiempo, pero… ésta no se
producirá nunca.
Fin.
Volver atrás Volver a empezar
-¡Volvamos al bosque! ¡Deprisa!
Runal y tú corréis hacia allí sin que el yeti, ocupado en comer, presta atención
al ruido que hacéis.
-¿Y ahora qué hacemos? No podemos movernos pues el yeti puede vernos. Si
penetramos en la espesura estoy seguro de que encontraremos más.
Mientras estás hablando, los arbustos de delante se abren y aparecen tres
yetis. El más grande os indica por señas que le sigáis. No tenéis más remedio
que hacer lo que os dice. Los otros dos cierran la marcha. No hay escapatoria
posible.
Pinos y rododendros dan paso a un pequeño claro. En la parte más lejana hay
una pulida pared rocosa de unos cien metros de altura. En unas peñas, al pie
de la pared, están sentados unos cuantos yetis, de todas las edades y
tamaños. Carlos está entre ellos. Parece encontrarse muy bien.
-¡Carlos! ¿Qué pasa aquí? Carlos levanta la mano y dice:
-Escuchad lo que tienen que deciros.
Pasa a la página 106
Echas un último vistazo a la Tierra. Ves las nuebs levantándose de las
secas planicies del Punjab en la India. Ves la curva de la Tierra. Ves la
estela de un avión allá lejos, hacia el sur.
Entras en la estrecha grieta. Hace calor y sus paredes brillan con el
reflejo de un metal desconocido para ti. Te parece que asciendes por el
espacio metido en un estrecho tubo metálico, pero la verdad es que vas
a gran velocidad hacia el centro del Everest. Te rodea un fulgor rosado.
¿Dónde está Zodak? No entiendes como tu guía te puede dejar solo.
¿Qué ocurrirá ahora?
Pasa a la página 99
Confías en que, una vez hayas encontrado a Carlos, podréis planear la
huida. El chico, que viste un hábito marrón similar al de los monjes
budistas, te lleva hacia el valle. Como por arte de magia, el valle se te
aparece de pronto como una ciudad de luz. El brillo te deslumbra, pero
no hasta el punto de cegarte. Tu miedo te hace desvanecer.
Pasa a la página 108
Con un pequeño respingo, te detienes. Ante ti hay una puerta de cristal
transparente. La abres. Ahí está Zodak.
-Ven: Bienvenido a Shangri-La.
Sales a un valle verde oscuro rodeado de suaves colinas. A lo lejos, se ven altas
montañas. Una de ellas parece el Everest. Escuchas una música que nunca habías
oído. Es similar al sonido de campanas y viento que escuchaste en el monasterio.
Los rayos del sol son tibios y relajantes.
Zodak te conduce por un largo sendero a un edificio de siete pisos. Parece una
fortaleza pintada de blanco, rojo y oro. No hay soldados, ni armas, solo gente que te
sonríe y te saluda como a un viejo amigo.
Todo resulta natural. Te vuelves hacia Zodak y quedas pasmado. Su forma ha
cambiado. ¡Ahora es tu viva imagen en el espejo! ¿Qué significa esto? Nunca
consigues saberlo.
En tu estancia en el valle aprendes muchas cosas. Tienes la oportunidad de hacer
cosas que nunca imaginaste… dentro de las posibilidades que te ofrece el valle.
Aprendes a conformarte con las limitaciones del lugar.
¿Te arrepientes de tu decisión?
Pasa a la página 107
Carlos y tú decidís que es una oportunidad demasiado buena como para perderla. No sentís
miedo ni vaciláis. Quizá esto tenga que ver con los rayos de luz que parecían borrar todo
pánico y toda duda.
El Movidio jefe revolotea a vuestro alrededor. Imagináis incluso que sonríe, pese a que no
tenga cara.
-¿Cómo debemos llamarte? –dices. Por un momento solo se oye un zumbido de circuitos
eléctricos. Al fin el Movidio responde:
-Llamadme Norcoon. Soy X52 Doble L, inteligente, ser activador móvil. Estoy al frente de
esta avanzadilla. Nosotros os llamaremos Tierra Uno y Tierra Dos.
Con un silbido, los seres aterrizan en la hierba y se quedan allí, relucientes. Norcoon os dice:
-Por favor, será más fácil viajar al Planeta de los Mares en el Vacío de las Siete Lunas si
trasladáis el cuerpo y dejáis la mente libre.
Miras a Carlos. ¿Qué entenderá este ser por “trasladar el cuerpo”?
¿Cómo?- dice Carlos-, Somos nuestros cuerpos.
Norcoon apunta su rayo luminoso hacia vosotros y de nuevo sentís la tibieza y el placer de
antes. El miedo se desvanece y, antes de podáis daros cuenta, sois libre.
Pasa a la página 104
Te estremeces. La cámara se te cae.
El yeti se levanta rugiendo y se abalanza sobre ti. Antes de que sepas lo
que pasa, te tiene entre sus garras.
Runal se lanza hacia delante, blandiendo el pico que utiliza como
bastón. Golpea tres veces los hombres del yeti con la parte plana, pero
es como si le picase un mosquito.
Entonces, llega hasta vosotros una llamada, aguda como un silbido, y el
yeti te deposita en tierra. Estás aterrorizado y no puedes moverte.
Aparece la vieja de la choza.
Pasa a la página 105
-No, no podemos ir. Debemos acabar nuestra expedición. Sientes que el miedo empieza de
nuevo a invadirte. No confías en estos extraños seres.
De repente tres Movidios lanzan sus rayos. ¡Bam! Carlos es alcanzado y desaparece.
El jefe dice:
-Criatura terrestre, ¡no seas tonto! Únete a nosotros y nunca lo lamentarás. Empiezas a
moverte hacia el sendero dando pasitos pequeños, sin hacer ni un movimiento brusco
para no inquietar a estos extraños seres. No paras de hablar:
-Decidme más: por ejemplo, ¿qué tal es el Planeta de los Mares?
-Oh, ser hermoso. A ti gustar. Es uno de los reinos superiores. Solo criaturas terrestres
afortunadas poder ir allí.
-¿Qué quieres decir con “criaturas terrestres afortunadas”? – preguntas-. ¿Qué es lo que
nos hace tan afortunados a Carlos o a mí?
El Movidio lanza un rayo color naranja. Te agachas echando mano a una piedra y, con un
amplio movimiento del brazo, la lanzas contra la cosa resplandeciente. En ese mismo
instante, varios yetis surgen a gran velocidad por el sendero, agitando grandes garrotes.
Golpean el aire alrededor de los Movidios, a la vez que esquivan sus rayos. Los Movidios
escapan, emitiendo un gorgoteo frenético y un silbido velocísimo. Carlos reaparece y, al
saber que los yetis son vuestros aliados, aprendéis a comunicaros con ellos, culminando al
fin la ilusión que tan afanosamente perseguíais.
Volver atrás Volver a empezar
Puro espíritu. Nada de materia.
Norcoon aprueba y os ofrece sitio en su transporte mecánico. El
interior del modelo tiene suficiente espacio para Carlos, para ti y para
vuestros pensamientos.
-Ahora, amigos míos, vamos hacia el Planeta de los Mares. Todos los
pensamientos acaban allí.
Voláis y voláis, confiando en volver algún día más sabios y más
capacitados para ayudar a los demás en un mundo donde las cosas son
difíciles.
Volver atrás Volver a empezar
La mujer habla muy rápido en un idioma que ni Runal ni tú entendéis.
Más bien se trata de una serie de gruñidos sordos, mezclados con
penetrantes silbidos. El yeti parece aquietarse, hacerse casi dócil.
Ambos desaparecen en la espesura, dejánsoos en la espesura,
dejándoos aturdidos y confusos, pero sanos y salvos para volver a
Katmandú con vuestras fotos.
FIN
Volver atrás Volver a empezar
Runal y tú sois invitados a sentaros ante el grupo de yetis. Los vigilantes
continúan situados detrás de vosotros. Un yeti de mediana complexión
y pelaje grisáceo, se levanta y os mira.
-¿Queríais encontrarnos? Bueno, pues ya lo habéis logrado. Si lo
deseáis, sacad fotos y grabad nuestras voces. Pero escuchad
atentamente, escuchad y aprended cuanto pueda seros útil.
Su voz posee un tono firme pero relajado, que te tranquiliza. Runa
sonríe. Entonces, se te ocurre que quizá haya sabido siempre lo que
pasaba.
El yeti se desplaza despacio alrededor del círculo. Luego se detiene,
mira al cielo y a las montañas, y habla.
Pasa a la página 111
Entonces qué, ¿una última oportunidad? ¿Es eso lo que quieres? Bien.
La tienes. Sales del valle de Shangri-Ka y vuelves al mundo real. ¿Ha
cambiado algo? ¿Puedes hacer lo que quieres? ¿Puedes alcanzar todos
tus sueños? ¿Puedes gozar completamente de tu vida o debes actuar
dentro de unos límites? Después de valorar pausadamente las dos
opciones que se te presentan, decides quedarte en el mundo real, al
que intentarás aplicar tu maravillosa experiencia del Shangri-La.
FIN
Volver atrás Volver a empezar
Te deslizas como si volaras. Tienes la sensación de haber estado aquí
antes.
-Hemos llegado. Por favor, entra.
El chico indica el camino hacia un edificio que parece brillar con luz
interior. Te recuerda el Taj Mahal, salvo que éste tiene muchas más
torres y su cúpula principal está rodeada de otras más pequeñas, casi
como los pétalos de una flor.
Das algunos pasos hacia allí y notas que te sujeta una fuerza diferente a
la magnética. En unos segundos, el campo de fuerza te atrapa y te
transporta a una estancia interior del palacio.
Pasa a la página 59
Te pegas a la pared. El alud produce un gran estrépito al caer.
Milagrosamente, resultas ileso, solo tienes unos rasguños producidos
por esquirlas de nieve en el aire.
Quizá debieras salir de aquí y volver a la puerta roja.
Pasa a la página 82
- En los primeros tiempos, la vida en este planeta era difícil pero sencilla. La supervivencia
era lo que nos mantenía unidos. Solo matábamos aquello que necesitábamos para
alimentarnos: solo eso.
Un suave viento agita las ramos de los pinos. El yeti continúa su relato:
-Luego, la gente descubrió el fuego, vivió en ciudades, fabricó armas y se mato entre sí.
Nosotros, los yetis, nos retiramos, porque no deseábamos ni la guerra ni vivir en las
ciudades. Hemos seguido retirándonos continuamente, hasta que no hemos tenido más
sitio adonde ir que éste. Por esta razón estamos aquí, en las montañas más altas, donde
nos creíamos a salvo.
- Pero estáis a salvo; no vamos a dañaros.
- Tal vez vosotros no, pero otros sí. Dejadnos en paz. Volved a vuestro sitio. Si queréis
ciudades, guerra y eso que llamáis contaminación, entonces vivid como lo hacéis y si no,
intentad liberaros; pero a nosotros dejadnos en paz.
El grupo de yetis asiente. La reunión ha terminado y Carlos, Runal y tú podéis iros. Decidís
no sacar fotos ni grabar voces. También decidís presentar a la Fundación Internacional para
la Investigación de Fenómenos Extraños un trabajo basado en vuestra expedición
demostrando que los yetis no existen. Es la única manera de asegurar que los dejan en paz.
FIN
Volver atrás Volver a empezar
Pronto estáis en la pared vertical. Debajo veis las enormes masas de
hielo. Carlos asegura un clavo; ambos os engancháis e iniciáis la subida
lentamente.
Al terminar la pared, encontráis una zona de nieve dura que cubre el
hielo. Hay que usar los “crampones”. Vas delante, buscando
cuidadosamente con el pico las grietas ocultas.
Las ascensión parece no tener fin y, aunque solo estáis a cinco mil
metros, el aire escasea y la respiración se hace difícil.
A media mañana el sol calienta con mucha intensidad. Su reflejo rebota
contra el hielo que os rodea y sus rayos os queman la piel. Os ponéis
pomada en la nariz y en los labios.
Al descubrir los destellos os habíais orientado, pero era de noche.
Ahora, a la luz del día, no es fácil estar tan seguro de la procedencia de
las señales. Por fortuna, tenéis buen sentido d ela orientación y no os
perdéis.
Cerca del mediodía, ganáis una cresta y lo descubrís. Es un avión Pilatus
Courier, usado para vuelos de montaña. Yace en la nieve, roto como un
juguete olvidado. La cola está retorcida, pero las alas se conservan
intactas. La nieva ha sepultado el motor.
Corréis hacia allí y abrís la carlinga. El piloto y dos pasajeros yacen
dentro. Un pasajero se halla inconsciente. Hacéis lo que está en
vuestras manos para ayudarlos. Al terminar el día, un helicóptero de
las Reales Aerolíneas Nepalíes os encuentra. Todo ha salido bien. Fue
buena idea acudir en socorro a través de las montañas. Enhorabuena
por el buen trabajo de salvamento realizado.
FIN
Volver atrás Volver a empezar
¡Click! ¡Click! No paras de darle al flash. El yeti se detiene mirando sus
huellas, husmea frenéticamente en busca de alguien, quizá un amigo,
y, por fin, gira y se desvanece en la noche con asombrosa rapidez.
Cuando regresas a Katmandú, tu primer trabajo es revelar el carrete
fotográfico, pero cuando abres la máquina observas con desesperación
que te habías olvidado de colocar la película en la cámara. Los nervios
te han jugado una mala pasada y lloras de rabia.
FIN
Volver atrás Volver a empezar
Miras Runal, al monasterio, a Carlos.
-No, no estoy preparado para aceptar la oferta.
Nos has acabado de hablar, cuando las nubes cubren el estrecho valle.
Las montañas parecen desaparecer y el monasterio es enguliido por la
oscuridad. Runal se vuelve de espaldas a ti y habla como si se dirigiese
al viento:
-Lamento mucho que no aceptes. Como no quieres seguir adelante, la
expedición se declara clausurada. Todos los permisos son revocados.
Debéis volver a Katmandú y abandonar el país en veinticuatro horas.
El tono terminante en la voz de Runal indica que no os queda ninguna
oportunidad. Vuestro viaje ha terminado.
FIN
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  • 1. El abominable hombre de las nieves R.A MONTGOMERY- PAUL GRANGER
  • 2. Eres escalador. Hace tres años pasaste el verano en una escuela de alpinismo en las montañas de Colorado. Tus profesores dijeron que tenías actitudes naturales para la escalada. Ese verano te hiciste muy amigo de un chico llamado Carlos. Ambos formabais una buena pareja. El año pasado os eligieron para formar parte de una expedición internacional. Ésta logró escalar dos picos en Sudamérica, hasta ese momento inaccesibles. Una noche, durante aquella expedición el grupo se hallaba sentado en torno a una tienda del campo base. El jefe Franz, contaba historias sobre escaladas en el Himalaya, la cordillera más alta del mundo, que forma una gran muralla natural entre la India y la China, y está ubicada en el Nepal. Los montes más conocidos son el Everest, el K-2 y el Anapurna. Esos y otros han sido escalados, pero aún quedan otros picos en parajes remotos donde muy pocos hombres han conseguido llegar. Allí, segundo decía Franz, en los valles altos, bajo las tierras nevadas, vive el Yeti, también conocido como “el abominable hombre de las nieves”.
  • 3. Dicen que el yeti es un animal fuerte, algo así como un cruce entre gorila y hombre. Franz contaba que quienes lo han visto no se ponen de acuerdo sobre su aspecto. Algunos dicen que el yeti es peligroso, capaz de apoderarse de los incautos; otros, sin embargo, aseguran que es pacífico. La prueba más sólida de la existencia del yeti son unas enormes huellas descubiertas en los años cincuenta por una expedición británica. Nadie le ha fotografiado; nadie ha visto realmente a ninguno de esos seres. Pero los rumores no cesan. Carlos y tú decidisteis, en aquel mismo momento, ir en busca del yeti. Al volver de Sudamérica, conseguisteis dinero de la Fundación para la Investigación de Fenómenos Extraños (FIFE). Vuestro objetivo era demostrar de forma contundente que el yeti existe. Vuestra misión sería encontrarle y fotografiarle.
  • 4. Hicisteis el viaje a Katmandú, la capital del Nepal, donde empezaron vuestros problemas. A los dos días Carlos fue en helicóptero a echar un vistazo por la zona del Everest. El helicóptero volvió sin él: el piloto dijo que Carlos había decidido pasar una noche en el campamento base del Everest, para confirmar la información de alguien que aseguraba haber visto al yeti. Tenía una radio, pero no tuviste noticia alguna de él. El tiempo empeoró y la comunicación quedó cortada. Has solicitado una entrevista con R.N Runal, director de Expediciones e Investigaciones de Montaña, que es una autoridad en el tema del yeti. Le expones vuestros planes. Necesitas permisos para realizar la expedición y algunos consejos. ¿Pero qué pasa con Carlos? Decides anular la cita con Runal y salir por tu cuenta en busca de Carlos Piensas que Carlos está bien y sigues con tu plan de ver a Runal
  • 5. Telefoneas a Mr. Runal en el Ministerio de Asuntos Exteriores y le dices que estás preocupado por Carlos y que quieres ir a buscarlo. -De acuerdo. Lo entiendo. Por favor, concédame el honor de ir con usted. Podría servirle de ayuda. Contento, aceptas la ayuda de Mr. Runal. Su reputación como montañero es excelente. Consigues, además, que un helicóptero del ejército nepalí te recoja en el aeropuerto de Tribuhava. Dos horas después aterrizas en el campamento base del Everest, donde Carlos fue visto por última vez. Aún está allí su tienda de nailon rojo, pero la tempestad ha borrado todas sus huellas. Runal te dice que la mayoría de las historias del yeti, sitúan al animal en zonas más bajas. Incluso, recientes informes hablan de que habita en los glaciares. Seguís subiendo Runal y tú decidís descender al valle
  • 6. Bajas por una calle bordeada de altos pinos verdeazulados con ramas y agujas muy finas y delicadas. De las ramas superiores cuelgan una especie de frutas duras, marrón oscuro, con forma de lágrimas. Te paras y miras, intentando descubrir de qué se trata. En ese momento una se mueve, despliega enormes alas y sale volando. Son murciélagos, ¡los murciélagos más grandes que has visto nunca! Llegas al Ministerio de Asuntos Exteriores y te hacen pasar a una sala de espera. Aguardas unos minutos y te llevan al despacho de R.N Runal, director de Expediciones e Investigaciones de Montaña del gobierno nepalí. -Bienvenido a nuestro país. Deseamos que tengan éxito, pero le tengo que dar malas noticias. La expedición que se proponen ustedes puede ser muy peligrosa. Le miras sin saber qué quiere decir.
  • 7. -Recientemente salió una importante expedición sin decirnos que iban tras el yeti- dice Runal-. Llevaban armas y trampas para matarlo. Desde entonces, los yetis están enfurecidos. -Mr. Runal-le interrumpes-, nosotros queremos encontrar uno, pero no tenemos intención de hacerle ningún daño. -Ya lo sé, nos hemos informado sobre ustedes. Lo que hicieron los otros expedicionarios fue una vergueza. Sin embargo, mi deber es prevenirles de los peligros que les acechan en el territorio de los yetis. Podría organizarles un viaje a la región Terai, lejos de las montañas, en la jungla. Allí podrían fotografiar y estudiar los tigres. Tienen fama y también son peligrosos. Luego, quizá, podrían ustedes realizar la expedición que se proponen. Decides seguir con la expedición en pos del Yeti Decides aplazarla hasta que los Yetis se calmen e ir a Terai a conocer los tigres
  • 8. El helicóptero se queda en el campamento base. Runal y tú bajáis a pie por un estrecho y pedregoso sendero, por debajo de la zona nevada, hasta un bosque de pinos. Paulatinamente la senda se va haciendo más abrupta. A un lado, se abre un barranco de más de mil metros por cuyo fondo corre un río. Llegáis a una cabaña de piedra con techo de paja. Una vieja está sentada tomando el sol en la puerta. -¿Puede usted decirnos si ha pasado por aquí algún escalador? –dices-. Mi amigo es alto, de complexión media y su pelo es negro. Runal traduce al nepalí tu descripción. La mujer asiente con la cabeza y dice que han pasado dos hombres. El más joven dejó una nota: “No sigas. Espera en el campamento base. Carlos”. Runal se vuelve a ti con mirada desconcertante. -Carlos es su amigo. Si yo estuviese en su lugar, no haría caso de este mensaje. Pero usted le conoce mejor que yo. ¿Qué piensa? Obedeces el mensaje y vuelves al campamento a esperar a Carlos No haces caso y decides buscarle
  • 9. Sobre el campamento están los peligrosos “seracs”, enormes bloques de hielo que siempre están en movimiento. Quien se aventura en este laberinto helado corre un constante peligro. Runal va delante. Os habéis puesto en las botas los clavos llamados “crampones”, y vais atados uno al otro por una cuerda de nailon. Un bloque de hielo se estremece y cae a tu lado, levantando una nube de nieve. Runal lo ha visto a tiempo. Ahora vais más despacio, con la precaución de no pasar cerca de los traicioneros “seracs”. Después de rodear uno de ellos, tan grande como una casa de dos pisos, encontráis a Carlos; está sentado al sol, manipulando su cámara. -Hola, muchachos, ¿qué hacéis por aquí? -Eso es lo que nosotros queremos saber. Nos has dado un susto de muerte con tu desesperación. ¿Qué tienes que decir? Carlos deja la cámara y, cuando le has presentado a Runal, explica que encontró huellas, posiblemente del yeti, y las siguió. Intentó llamar por radio, pero el mal tiempo la había bloqueado. Las huellas se borraron y no supo encontrar el camino de regreso, así que se sentó a esperar. Runal examina lo que queda de una huella que no ha sido borrada por la ventisca y die que se trata de un oso azul.
  • 10. Así pues, decepcionados, regresáis al helicóptero y voláis a Katmandú. Al día siguiente vas a la tienda de Sirdar Padang Sorba, un guía sherpa muy conocido. Carlos se queda con Runal, tramitando los permisos. Entras en la tienda y encuentras a Sirdar Sorba tras un mostrador abarrotado de bolsas de plástico, bombonas de gas para cocinas de montaña y gorros de lana. Se presenta a sí mismo y, a primera vista, te cae bien. Su voz es cálida y su aspecto amistoso. Participó en la expedición japonesa al Pumori y en la francesa al Everest. Quizá podrías proponerle que se una a vosotros en busca del yeti. Decides esperar hasta haber hablado con Carlos Se lo propones
  • 11. -Aprecio de veras su advertencia, así como su oferta para ir a Terai – dices-. Pero estamos volcados en nuestra expedición. Nuestra intención es buscar al yeti de modo pacífico. R.N Runal asiente en silencio y cambia unas rápidas frases en nepalí con su secretario. En unos minutos, tienes todos los papeles precisos para la expedición, sellados con la autorización del gobierno. Mientras os dais la mano como despedida, Runal te detiene un instante: -Ya que está usted dispuesto a seguir adelante, sería muy útil que yo le acompañara. ¿Qué le parece? Aceptas el ofrecimiento de Runal No lo aceptas
  • 12. -Carlos debe estar en apuros. Tenemos que encontrarle. Runal está de acuerdo. Le da un par de rupias a la vieja. Ella le sonríe y le habla muy deprisa en nepalí. Luego se mete en la cabaña. Permanecéis fuera, junto al huertecillo donde maduran pepinos y calabazas. -¿Qué significa esto? ¿Qué le ha dicho? –preguntas mientras te ajustas los tirantes de la mochila para que no te rocen en los hombros. Runal te mira y dice: -Me ha dicho que su amigo iba con un yeti. Le miras estupefacto. Pero ¿por qué no? Al fin y al cabo, estáis aquí para encontrar al yeti; quizá sea él quien ha encontrado a Carlos. Seguís el sendero sin saber en absoluto lo que va a ocurrir. Pasa a la página 32
  • 13. Hablas largamente con Runal del Terai, región tropical situada al nivel del mar a solo ciento sesenta kilómetros del Everest, el punto más alto del mundo. ¡Qué contraste! Piensas que ése podría ser un material excelente para un artículo en el periódico de tu ciudad. -El Terai es increíble-te dice Runal-. En la selva abundan las flores y los animales, sobre todo el feroz tigre de la India y el peligroso rinoceronte. Podemos conseguir algún elefante para ir a los sitios más apartados. Dos días más tarde, después de haber dejado una nota para Carlos, te encuentras cabalgando a lomos de un elefante, balanceándote al compás de sus lentas pisadas. El calor es casi insoportable y el sudor te cae por el cuello empapando tu camisa caqui de safari. -No bueno. No bueno. Deben ser furtivos que buscan pieles de tigre y colmillos de elefantes. Peligroso-dice tu guía. -Vamos a seguirles. Veamos qué hacen. -Bien, pero tal vez sea mejor separarnos, así abarcaremos más terreno. Os separaís Permaneceis juntos
  • 14. Vacila y dices que sería mejor volver al campamento. Sin embargo, se está haciendo tarde y regresar por el sendero será especialmente peligroso de noche. Runal sugiere quedaros donde estáis hasta que amanezca. Hacéis tratos con la vieja para pernoctar en su cabaña. Os trae una escudilla de arroz, calabaza y té con mantequilla. Estás muy nervioso, pero confías en la sensatez de Carlos. En cualquier caso, pase lo que pase no puedes hacer nada. No eres capaz de conciliar el sueño. El viento de alta montaña te desvela y aumenta tu preocupación. Al amanecer, oyes un grito agudo y penetrante. Pasa a la página 31
  • 15. Eres rápido, pero no lo suficiente. Sirdar suelta el pico y te dobla los brazo tras la espalda. Los dos hombres que permanecían en el umbral entran en la tienda. Uno cierra la puerta y echa el cerrojo. El sonido es sumamente amenazador: estás atrapado. Los tres te rodean. Sirdar dice: -Has hecho una locura yendo tan lejos. ¿Por qué estás aquí? ¿Qué es lo que quieres? El barbudo acaricia amenazador un pequeño revólver automático. -No quiero líos. Sólo deseaba ver qué había en el bolsillo. -Bueno, no tienes salida. Os necesitamos para nuestro plan. Enviarás una nota a tu amigo diciéndole que has encontrado un indicio importante. Tienes que conseguir que venga. Si no, te matamos en el acto. Si haces lo que te decimos, quizá vivas, ya veremos. Os hemos estado siguiendo. Pensábamos que podríais sernos útiles para sacar estos “chismes” del país. Señala los paquetes envueltos en papel marrón. Probablemente es hachís, piensas. Vaya embrollo. ¿Qué puedes hacer? Dices que escribirás la nota a Carlos Rehúsas
  • 16. Piensas que Carlos habrá tenido oportunidad de encontrarse con Sirdar. Te dedicas a comprar tiendas para alta montaña, picos para hielo, “crampones”, cuerdas, clavos para rocas y tornillos. Mientras examinas un montón de anoraks desinflados, usados en expediciones anteriores, cas hacia uno que atrae tu atención. Es púrpura y de talla media; pero lo que te intriga es su bolsillo abultado. Echas un rápido vistazo alrededor para asegurarte de que nadie te mira. Abres la cremallera. Es como si hubiera una piedra en el bolsillo. Sacas el objeto y quitas el grueso papel marrón en que está envuelto. ¡Lo que tienes en la mano es un trozo de calavera amarillenta por el tiempo! ¿Podría ser una calavera del yeti? ¡Cáspita! ¡Qué miedo! Miras el trozo de papel que hay dentro de la calavera. Es papel de arroz del que se utiliza para dibujar. Es un mapa, que indica el camino que va desde Katmandú a la ciudad de Nagarkot. La palabra “Tesoro” aparece bajo una X dibujada junto a un templo abandonado del dios hindú Siva. Pasa a la página 34
  • 17. -¿Qué me dices de unirte a nosotros para buscar al yeti, Sirdar? Sonríe y vacila. Saca dos bastoncillos de incienso, uno mayor que otro. Los enciende y su olorosa fragancia llena el aire de la tienda. -Mientras un aroma se mezcla con el otro –dice-, no podemos saber la diferencia. Solo cuando el bastón pequeño se haya quemado del todo podremos saber cuál tenía fragancia de rosa y cuál de magnolia. Te quedas desconcertado ante ese discurso sobre el incienso y preguntas: -Bueno, ¿y eso qué significa, Sirdar? -No significa nada. Tan solo ES. Estás hecho un lío. ¿Qué hacer? Quizá podrías olvidar esta charla sobre el incienso y también la propuesta que le has hecho a Sir-dar. ¿Acaso está loco? ¿O tú no lo comprendes? Retiras el ofrecimiento para que forme parte de la expedición Si insistes y tratas de entender lo que dice
  • 18. Una vez que Runal se ha incorporado a vuestra expedición, envía un equipo del gobierno para instalar vuestro campamento base y encontrar a Carlos. A los pocos días, Carlos regresa y los tres os ponéis en camino. Runal se convierte en un maravilloso compañero. Seis porteadores cargan con comida, tiendas y trastos. Eso os deja libres para explorar los abruptos valles y las aldeas durante la marcha. Los días son largos. Salís con las primeras luces del alba y no os detenéis hasta que el sol se oculta. Las piernas os duelen de tanto andar mientras recorréis los estrechos senderos trazados por los nepalíes durante siglos. El cielo es azul, y está poblado de nubes. Las paredes nevada y gélidas del Lhotse, del Pumori y del Everest se alzan sobre el verdor de las primeras laderas.
  • 19. Conforme os acercáis a la aldea, Runal señala un amplio edificio de tejas rojas que se eleva sobre las pequeñas y sencillas casas apiñadas a su alrededor. -En ese monasterio vive un monje budista que ha visto al yeti y ha vivido con él. -No creo que nadie lo haya visto verdaderamente y menos que ningún ser viviente haya pasado algún tiempo con el yeti. -Es un secreto bien guardado –responde Runal-. Quienes comparten la sabiduría secreta del yeti solo están obligados a revelarlo a personas elegidas. Según muestran las estrellas y la palma de tu mano, tú y solo tú eres el elegido. -¿Qué quieres decir? ¿Quién lo vio en las estrellas? ¿Quién me ha leído la mano? Durante unos minutos, Runal no contesta. Al final dice: -Si se acepta la sabiduría secreta, la vida cambia. Nunca se vuelve a ser el mismo. Hay que decidir ahora. Aceptar la sabiduría secreta del Yeti y la responsabilidad que esto entraña La rechazas
  • 20. -Pienso que iré solo. Pero, gracias de todas formas. Mr. Runal te da la mano sin sonreír. Está claro que le has ofendido. ¿Qué podrías hacer? ¿Bastaría con disculparte? ¿O deberías tartar de arreglar las cosas? Le pides disculpas y le invitas a que te acompañe Mantienes tu decisión
  • 21. -De acuerdo- le dices al guía-. Sigue corriente abajo. Yo me meteré en la jungla describiendo un círculo y nos encontraremos en el río dentro de tres horas. Si necesitas ayuda, dispara tres veces, espera seis segundos y vuelve a disparar otros tres tigres. -Está bien. Ve con cuidado. Te metes en la jungla, moviéndote lo más despacio posible. Dos horas después, te paras a descansar, sacudiéndote los mosquitos y arrancándote las sanguijuelas. Con un rugido, un magnífico tigre que mide por lo menos metro y medio de largo, emerge de los matorrales avanzando sin piedad. Antes de que puedas apuntarle con el rifle abalanza sobre ti. Es demasiado tarde. Ha llegado tu hora. FIN Volver a empezar Volver atrás
  • 22. El guía y tú seguís corriente abajo. Encontráis a los cazadores furtivos. Estos descubren vuestra presencia. Matar tigres y elefantes para comerciar con sus pieles y colmillos es un grave delito en el Nepal. No pueden permitir que haya testigos de sus actividades. Tratáis de escapar rápidamente a través de la selva, pero los cazadores furtivos son rápidos e implacables: no dejan testigos. Habéis sido demasiado incautos. FIN Volver a empezar Volver atrás
  • 23. ¡YEOEEOOWEE…! El ruido parece proceder de la parte derecha de la calle. Runal se esconde en el umbral de la puerta. La vieja está al final del sendero, blandiendo una lámpara de queroseno. De nuevo el aullido. Esta vez incluso más chillón. ¡YEOWEEE! ¡Yi, Yi; YEEEOWEEEE! Paulatinamente decrece. Parece irse alejándose. La vieja mueve la lámpara. ¿Es una señal intenta espantar al ser que se aleja? -Yetis- dice-. Os invitan a ir con ellos y con vuestro amigo Carlos. ¿Qué debemos hacer? Es más, de lo que podíamos imaginar. Miras a Runal y después a la vieja. Es un amanecer desapacible. El sonido del yeti se debilita por momentos. Si seguís el sonido del Yeti Volvéis al campamento y al helicóptero
  • 24. Según bajáis por el sendero, veis algunas huellas que pudieran ser de yeti. De pronto, todo se queda en silencio, incluso los pájaros han cesado de cantar. Lo único que oyes son tus pisadas y las de Runal detrás de ti. Te preguntas cuál es la causa de este silencio. No tardas mucho en salir de dudas. Al salir de una curva, os encontráis con un grupo de seres que solo pueden ser yetis. Apuntan hacia vosotros un viejo cañón de bronce. Uno de ellos enciende la mecha. Eso es lo último que recuerdas. FIN Volver a empezar Volver atrás
  • 25. Comprendes que la cosa es demasiado excitante como para esperar que Carlos aparezca Debes averiguar más cosas sobre este asunto inmediatamente. Vas al mostrador y le preguntas a Sirdar de dónde proceden los anoraks. Sirdar te mira sorprendido. Sus ojos muestran miedo al verte con el anorak púrpura en las manos. -Oh, no están en venta. Están ahí por error. Démelo, por favor, démelo. Contemplas el anorak y, junto al cuello, descubres el nombre de Sirdar escrito con tinta negra. Al levantar la vista, ves a Sirdar precipitarse hacia ti blandiendo en la mano un pico cortahielo con intención de golpearte. Le lanzas el anorak justoa tiempo para detenerle un segundo. Corres hacia la puerta, pero allí hay dos matones: uno lleva barba y el otro está completamente afeitado, aunque los cabellos caen sobre sus hombros. Están a punto de arrinconarte. Saltas a la derecha, te inclinas hacia la izquierda y vas hasta el montón de picos que hay al fondo de la tienda. Pasa a la página 19
  • 26. ¡Corre! ¡Ponte a salvo! Metiéndote entre los árboles, llegas al borde del precipicio. Quizá puedas ocultarte allí. Pero el yeti es rápido, mucho más de lo que creías. Sientes que resbalas, que caes al abismo. Milagrosamente, el yeti alarga el brazo y te agarra, salvándote en el último momento de una muerte segura. Te lleva a cuestas hasta tu tienda, te deposita allí suavemente y desaparece en la noche. Al despertar decides regresar sin explicar lo sucedido, comprender que no sería justo irrumpir la paz del yeti si descubres su existencia FIN Volver atrás Volver a empezar
  • 27. -No lo entiendo. Antes de acompañaros debería hablar con mi compañero. No está lejos. Voy a verle ahora, pero si no vuelvo, no me esperes. Te diriges despacio hacia la puerta mientras el humo del incienso va espesándose hasta hacerse tan denso, que no puedes encontrar la salida. Te debates mucho tiempo entre el humo, hasta que lamentas haber decidido no llevar a Sirdar con vosotros. Pero ya es demasiado tarde: nunca encontrarás esa puerta, ni ninguna otra. Caes al suelo totalmente desvanecido. No te levantarás FIN Volver atrás Volver a empezar
  • 28. -De acuerdo; entonces quieres que adivine cuál es el bastoncillo de rosa y cuál el de magnolia, ¿no? ¿Es una prueba? ¿Si acierto vienes? y si no, ¿no? Sirdar sonríe, mostrando tres piezas de oro en sus dientes de arrieba y asiente. -Vamos a ello –dices-. El más largo es incienso de rosa de Cachemira. Sirdar junta las manos, se las lleva a la frente y se inclina ligeramente, diciendo: - “Namaste, bara sahib”. Estoy a tus órdenes. Señor. Todo está decidido Os acompañará. Has acertado. Hay cosas que suceden por casualidad. Esta es una de ellas. -¿Por dónde empezaremos? –preguntas-. ¿Por el Anapurna o por la zona del Lhotse y del Everest? ¿Qué te parece, Sirdar? -Muchos han visto huellas de yeti cerca del Everest, pero quizá podríamos tener más suerte en la región del Anapurna y del Machapuchhre (Montaña de la Cola de Pez). La región del Everest ha sido explorada muy a fondo; el Anapurna es mucho menos conocido. Escoges la región del Anapurna Escoges la región del Everest
  • 29. -Acepto gustoso tu ofrecimiento. Estoy listo para recibir la sabiduría. -Ven conmigo. Te lleva al monasterio. Carlos permanece fuera. Runal y tú entráis en el monasterio por una ancha puerta de madera. Dentro está muy oscuro, pero distingues la figura de un anciano sentado en el suelo. Tras él hay una estatua de Buda. El hombre os da la bienvenida y te invita a sentarte frente a él. Te das cuenta de que viste hábitos de monje. Te sirve té con mantequilla de yak, un espeso caldo que te resulta difícil de tragar. -Escucha bien con el corazón, con la cabeza y con el cuerpo; escucha más con los ojos que con los oídos. Estate atento al grito del yeti –te dice el anciano monje. A lo lejos, puedes oír campanas y el rumor del viento meciendo los árboles tras la ventana. Es hermoso. Te parece que llevas sentado horas, escuchando con todo tu ser. Por fin, el monje habla: -Ha llegado el momento de dar el siguiente paso. Estás de acuerdo con continuar Decides que no estás preparado para dar un giro radical a tu vida
  • 30. -Mr. Runal, le ruego que me perdone. He cometido un error. Este es su país y necesitamos su ayuda. Por favor, acompáñenos. Será un honor y un placer tenerle con nosotros. La habitación queda silenciosa. Nervioso, vas hacia la ventana y contemplas los exteriores que rodean el palacio y sus refinados jardines. Runal no responde de inmediato. Juguetea con un lápiz sobre la mesa, sumido en profundas reflexiones. -Aprecio su amable oferta, pero solo aceptaré si me hace el gran honor de nombrarme jefe de la expedición. Si es así, podrá conseguir financiación del gobierno, así como apoyo táctico de las Reales Fuerzas Armadas nepalíes e, incluso, helicópteros. Su propuesta te sorprende. Tú eres el jefe. Aceptas que sea el jefe de la expedición Responde que eso no es posible
  • 31. Sales del despacho de Runal. En la calle comienza a llover torrencialmente. El agua cae golpeando la tierra con toda su fuerza. Planificasteis la expedición sobre el supuesto de que los monzones habían llegado a su fin, pero, al parecer, no han terminado. Permaneces tres semanas en el hotel. La constante lluvia ha bloqueado los caminos hacia los valles de las montañas con avalanchas de barro y piedras. La naturaleza está furiosa y vuestra expedición no se puede llevar a cabo. ¡Mala suerte! Tendréis que esperar una ocasión más favorable. FIN Volver atrás Volver a empezar
  • 32. - Tenemos que volver al campamento- dices. Runal te coge por el brazo: -Conozco ese sonido. Es el grito de guerra, el grito de furia y venganza. Vayamos a pedir ayuda y volveremos más tarde a buscar a Carlos. Casi sin aliento os apresuráis por el sendero mientras te preguntas por qué los yetis están furiosos. -Demasiada gente les ha acosado, cazado y torturado. Están hartos. El camino parece más abrupto de lo que recordabas. Llegáis al borde del glaciar donde está instalado el campamento. Los últimos rayos del sol os ciegan al reflejarse en el hielo. El helicóptero yace aplastado en la nieve. Las aspas de la hélice están retorcidas y el plexiglás de las ventanillas resquebrajado. No hay rastro del piloto, tan sólo huellas gigantes. Huellas de yeti que se dirigen hacia el corazón del glaciar. Seguís las huellas Os quedáis esperando ayuda
  • 33. Echas a correr sendero abajo. Runal viene detrás. Pronto os detenéis. Delante tenéis el cuerpo de un yak, el buey de estas altas cumbres, cuyos cuernos han sido salvajemente retorcidos para que señalen hacia un espeso bosque de rododendros y pinos. Te detienes mirando el horrible cuadro del yak muerto. Los cuernos quizá indiquen dónde está Carlos, aunque también pueden ser una trampa. Te metes en el bosque con Runal para que te ayude Dejas a Runal protegiendo la retaguardia y vas tú solo al bosque
  • 34. -Traeré a Carlos aquí –dices-. Aunque no estoy seguro de dónde puede estar. El hombre que te tenía encañonado baja la pistola y la enfunda. Por ahora parece que el peligro ha pasado. ¿Cómo podrás atraer a Carlos hacia esta encerrona? Recuerdas una señal especial que usáis cuando trepáis con cuerdas: tres tirones secos significan dificultad. -Bien, dadme papel y pluma. Te los traen y empiezas a escribir. -Vaya, esta pluma no escribe. Fijaos. Trazas tres rápidas líneas en el papel. Por supuesto, la pluma funciona y dices: -Bueno, espero que ya escriba. Confías en que las tres rayas basten para advertir a Carlos. Necesitas tiempo para planear la huida. El barbudo habla con acento alemán: -Ahora dinos lo que sabes sobre el mapa. Inventas una historia fantástica Insistes en que no sabes nada
  • 35. -Eso nunca. No os va a ser tan fácil. Si queréis a Carlos, tendréis que atraparle vosotros mismos. En ese instante, suena un fuerte golpe en la puerta. -Abran. Policía. Están rodeados. La puerta se viene abajo y tres soldados nepalíes y un agente de policía irrumpen en la estancia. Carlos aparece detrás de ellos. El agente hace una señal con la cabeza y dice: -Arriba las manos. Vaya, vaya, al final os echamos el guante, ¿eh? Esto significa la cárcel. Así es como acabáis todos los contrabandistas. Afortunadamente, os hemos estado siguiendo las tres últimas semanas. Sospechamos de vosotros cuando empezasteis a perseguir a estos dos. Carlos nos ha ayudado. Vuestra época de contrabandistas ha pasado a la historia. Aún estás temblando, pero ahora el gobierno nepalí os considera unos héroes y os proporcionará todo el apoyo preciso para vuestra expedición. Siempre habías soñado con explorar primero la zona del Everest. Es la única región donde hay aldeas y sus habitantes son los más famosos guías de las expediciones a estas gigantescas montañas del Himalaya. Sirdar procede de una aldea de la zona del Everest y eso podría bastar para conseguir porteadores y la máxima ayuda. Después de una semana, Carlos, Sirdar y tú tomáis una avioneta y voláis durante más de dos horas por el interior del Himalaya, bordeando el Pumori y el Lhotse y planeando suavemente alrededor del Everest. La pista de aterrizaje es corta y muy accidentada. Os maravilláis de la pericia con que el piloto de las Reales Aerolíneas Nepalíes hace aterrizar el avión sin contratiempos. Aunque estamos a cuatro mil metros de altura, la atmósfera es clara. Las montañas, con sus laderas heladas y serpenteantes glaciares, resplandecen y centellean. Os quedáis maravillados ante el poderío y la belleza del espectáculo. FIN Volver atrás Volver a empezar
  • 36. Siempre habías soñado con explorar primero la zona del Everest. Es la única región donde hay aldeas y sus habitantes son los más famosos guías de las expediciones a estas gigantescas montañas del Himalaya. Sirdar procede de una aldea de la zona del Everest y eso podría bastar para conseguir porteadores y la máxima ayuda. Después de una semana, Carlos, Sirdar y tú tomáis una avioneta y voláis durante más de dos horas por el interior del Himalaya, bordeando el Pumori y el Lhotse y planeando suavemente alrededor del Everest. La pista de aterrizaje es corta y muy accidentada. Os maravilláis de la pericia con que el piloto de las Reales Aerolíneas Nepalíes hace aterrizar el avión sin contratiempos. Aunque estamos a cuatro mil metros de altura, la atmósfera es clara. Las montañas, con sus laderas heladas y serpenteantes glaciares, resplandecen y centellean. Os quedáis maravillados ante el poderío y la belleza del espectáculo. Pasa a la página 68
  • 37. Dos días después, con los permisos en regla y el material necesario, Carlos, Sirdar y tú comenzáis el largo viaje de Katmantú a Pojara. Tres días más tarde, acompañados de once porteadores que llevan los fardos, acampáis en una meseta sobre el valle, cerca de una aldea llamada Dhumpus. Esa noche, después de cenar arroz moreno con lentejas, cebollas y ajo, os sentáis a la entrada de vuestras rojas tiendas de alta montaña y contempláis la luna sobre las faltas nevadas del Anapurna y del Dhaulagiri. El silencio y el frío os rodean. Estás cansado a causa del difícil ascenso que has realizado, pero muy contento de haber llegado hasta aquí. En medio de la noche sientes como si vosotros fuerais los únicos habitantes de la Tierra. Entonces observas un resplandor en el Anapurna que se va repitiendo regularmente. Podría ser un reflejo de otra expedición, la señal de alguien que está en apuros… o quizás del yeti. Piensas que es una señal Piensas que solo es otra expedición
  • 38. Runal aún está contigo. Te toca el hombro, te levantas y le sigues a la parte trasera del monasterio, a espaldas del Buda dorado. El denso aroma de incienso de rosas vicia el aire. -Los yetis son los guías que conducen a Shangri-La. Llevan a la gente elegida a ese valle oculto, del que tantos han oído hablar y solo unos pocos han visto. Asientes, preguntándote a la vez que va a pasar. -Una última oportunidad, amigo mío. Regresa ahora y vive una vida normal con tu compañero Carlos. Si no es así y sigues adelante, deberás aceptar la vida del mundo secreto. Sigues adelante Regresas
  • 39. -De acuerdo, Mr. Runal, usted puede capitanear la expedición. Estoy seguro de que nuestros objetivos son los mismos y nos será útil el apoyo de su gobierno. Los contactos de Runal con el gobierno resultan muy positivos: la expedición obtiene mejores equipos que los que hubierais conseguido con vuestros propios medios. Los conocimientos de Runal sobre el yeti son muy útiles y, en poco tiempo, aprendes mucho. Runal realiza gestiones para que te lleven en helicóptero al campamento base del Everest. Quizá es mejor que él sea el jefe. Es su país y lo conoce bien. Pasa a la página 23
  • 40. Suena el teléfono, rompiendo el silencio del despacho. Runal se disculpa y lo descuelga: -Sí, sí, entiendo… Se lo diré… Se vuelve a ti con expresión seria. -Nuestro rey está harto de que se turbe la paz de nuestra tierra. Lo lamenta, pero ha decidido cerrar las montañas a cualquier expedición. Es necesario que haya una tregua. Los yetis no son animales. No permitiremos que se les vuelva a cazar nunca más. Lo siento, amigo. Bien, al menos no has tenido que rechazar el ofrecimiento de Runal como jefe, aunque te quedes frustrado. Has estado tan cerca de poder ver al yeti. FIN Volver atrás Volver a empezar
  • 41. Las huellas os conducen por el intricado laberinto del glaciar. Camináis con sumo cuidado porque el más mínimo movimiento de éste podría ocasionar el derrumbamiento de los bloques de hielo. De pronto, las huellas se detienen como si los dueños de los pies hubiesen batido alas y echado a volar. Miras a tu alrededor y solo distingues hielo resplandeciente, nieve compacta y rocas grises y marrones que emergen por doquier. Sobre vuestras cabezas, algunos pájaros enormes planean llevados por las corrientes de aire. En las cumbres, los vientos levantan enormes remolinos de nieve. Runal y tú observáis sobrecogidos las montañas, olvidando momentáneamente vuestra misión. Entonces vislumbras algo. Es un retal de nailon rojo enganchado a una arista de hielo. ¿Podría ser de la tienda de Carlos? Mientras te agachas para examinarlo, oyes un gran estrépito. Pasa a la página 73
  • 42. Te quedas cerca de los restos del campamento, siguiendo las instrucciones de Carlos. Runal está de acuerdo en que eso es lo mejor. -Sabes, amigo, estas altas montañas que constituyen el techo del mundo guardan secretos, misterios y peligros. Hemos ido demasiado lejos. Deberíamos esperar a ver qué ocurre. Aguardas un rato, pero al fin decides que hay que hacer algo para salvar a Carlos. Quizá la vieja mintió, quizá se inventó la historia de que Carlos iba con un yeti. Quizá los inquietantes aullidos eran solo algún cuerno litúrgico, allá en el valle. Quizá fue alguna patraña. Pero ¿por qué? Estás confuso. -Runal, voy tras Carlos. Si quieres, quédate aquí. Yo no puedo dejarle. Runal está conforme, pero esperará la llegada de un helicóptero de salvamento Pasa a la página 77
  • 43. Con cautela, Runal y tú os adentráis en el bosque. La pálida luz del amanecer apenas basta para iluminar el tétrico paraje. Ponéis sumo cuidado en no hacer ruido. Runal te tira de la manga. Señala arriba, hacia las ramas de un pino. Te acercas con precaución. Parece el morral que llevaba Carlos. Pueden habérselo quitado o haberlo dejado él mismo como aviso. Retrocedéis para buscar ayuda Utilizas el reclamos para producir los sonidos que Carlos y tú empleáis como código de emergencia
  • 44. En una estancia abovedada, descubres a Carlos en medio de un grupo. Ante tus ojos pasmados, algunos de ellos van cambiando de forma. Por un momento son yetis, luego, unicornios, después, budas. Sonriente, Carlos te dice: -Bienvenido. Has realizado un difícil viaje y has hallado tu camino hacia el Paraíso Perdido. Sonríes feliz y te unes a ellos. Volver atrás Volver a empezar
  • 45. Te preguntas por qué haces esto. ¿Quién sabe lo que habrá allí? Pero Carlos está en peligro y, por tanto, te internas en la espesura. La pálida claridad penetra difícilmente entre los pinos. Después de haber avanzado durante un cuarto de hora encuentras una extraña valla. Parece hecha de algún tipo de aluminio o acero inoxidable. La vas tanteando hasta dar con una puerta que gira sobre sus goznes. Es curioso que esté abierta. Miras a tu alrededor, pero no hay nadie. Sigues un sendero que lleva a una pared de roca. En al base, hay una extraña cavidad. Una puerta roja brillante conduce a las entrañas de la roca y un sendero parte de la pared. ¿Qué debes hacer? Penetras en la roca Sigues el sendero
  • 46. Te levantas y vas hacia la puerta, pero no puedes salir. Una barrera invisible te detiene. El monje te sonríe. Quizá comprenda tu confusión. -No me siento bien aquí. Estoy atemorizado. -Nada es fácil –dice el monje-. Muchas corsas nos aterrorizan. Si crees que debes marcharte, vete; volverás cuando estés preparado. Le das las gracias. Ahora nadie te impide cruzar la puerta. Unos minutos después miras atrás sin saber si tu elección ha sido la más adecuada. FIN Volver atrás Volver a empezar
  • 47. -Bueno, veréis, mi historia es la siguiente. Soy el príncipe de una tribu de seres superiores procedente del continente perdido de la Atlántida, Vivimos bajo el mar, más allá de las costas de África. Ahora tratamos de unir nuestras fuerzas con los yetis, que son una tribu del planeta Borodoz que ha vivido en las altas montañas durante los tres últimos siglos. Los tres te miran y se empiezan a reír. Uno dice: -Seguro… Y yo soy Julio César, y éste de aquí Cleopatra. Se carcajean del chiste. Eso te proporciona un momento para sacar tu navaja de explorador. Cortas algunas cuerdas que pendían del techo. Una tienda que estaba allí arriba, en exposición, cae sobre tus enemigos. Consigues llegar a la salida justo a tiempo. Por ahora te olvidas del equipo y vas en busca de la policía. Ya habrá tiempo para la expedición. Fin. Volver atrás Volver a empezar
  • 48. -No sé nada, nada en absoluto. El barbudo frunce las cejas y dice: -Eso es lo que todos cuentan. Acabemos de una vez. Esa expedición en busca del yeti es un truco. Pertenecen a la Interpol. -Un momento, hagamos un trato. No tienes la menor idea de qué clase de “trato” puedes ofrecer, pero necesitas ganar tiempo. Entonces sorprendentemente, Sirdar abre la puerta trasera. Le acompaña un grupo de seis hombres, todos armados. -Caballeros, quedan arrestados. Hace centellear una insignia y te sonríe: -Lo siento, amigo. Llegaste justo cuando no debías. Tuve que atacarte para que esos tipos no sospecharan. El mapa que encontraste nos llevará a los escondrijos donde tienen el material. Que tengas buena suerte en tu expedición. Fin. Volver atrás Volver a empezar
  • 49. -Carlos, mira aquella luz que parpadea. De nuevo la luz brilla tres veces y luego se apaga. Vuelve a brillar. -¿Qué te parece a ti? Podría ser alguien que estuviese en apuros. -Quizá es la señal de algún accidentado –dice Sirdar-. Per está muy lejos, al otro lado del valle y justo debajo del glaciar. Podríamos acudir o volver a Pojara e informar a las autoridades. -¿Cuánto tiempo emplearíamos en llegar a Pojara? -Yo solo iré más deprisa que si vamos todos. Creo que tardaré un día y, desde allí, podrían enviar un helicóptero. Sin ayuda exterior, poco podremos hacer si se trata de alguien que se encuentre en apuros. En cualquier caso, necesitan ayuda urgente. Respondes a la petición de ayuda Decides enviar a Sirdar a Pojara en busca de socorro
  • 50. -Mejor no perderlo de vista. Es posible que se trate únicamente de alguien que está jugando con una linterna. Durante dos horas montáis guardia y vigiláis los destellos. Al fin, cesan. Ahora hace frío, pero os encontráis a gusto con vuestros anoraks. Brillan las estrellas y os sentís sobrecogidos por la inmensidad de las montañas que tenéis delante. No es extraño que tanta gente se haya visto atraída por ellas. Cansado de larga vigilancia y ansioso de continuar la búsqueda del yeti, te acuestas. Cuatro horas después a eso de las dos de la madrugada, te despierta un alarido lastimero cerca de tu tienda: -¡Yiuuuu, ah ah ah! ¡Yiuumiii, ah ah ah! Bajas el cierre de cremallera y oteas en la oscuridad. Allí, junto al montón de aparejos, hay una masa oscura, quizá un yeti. Buscas tu cámara. Tal vez consigas una foto. En ese momento, la masa se alza y se dirige tambaleándose hacia las tiendas de Carlos y de Sirdar. Intentas sacar la foto Si decides coger un pico y tratar de espantar a ese ser
  • 51. -Esta noche nos quedaremos en casa de un amigo. Tenemos que descansar y acostumbrarnos a la escasez de o´xígeno. Sirdar se dirige a un grupo de casas de piedra. Son sencilla y hermosas. En los diminutos porches, hombres, mujeres y niños están sentados bebiendo té. Hay pollos escarbando entre los matojos. Allá, en el cielo, grandes pájaros negros de casi tres metros de envergadura, planean en el aire con sus alas desplegadas. En un extremo de la aldea se alzan mástiles con estrechas banderitas que ondean como culebras en el viento. Continuamente sentís la presencia de la inmensidad de las montañas. El silencio lo invade todo. Durante tres días, permanecéis en la aldea haciendo marchas cortas y aclimatando piernas y pulmones a esta enorme altura. Al llegar el tercer día, Sirdar os dice que ya estáis preparados. -Sois fuertes, Vuestros corazones laten ahora despacio y vuestra respiración ha mejorado. Ya podéis emprender la escalada hacia estos parajes. Ahora tenemos que darnos prisa. He recibido informes de que se han visto yetis por la zona del glaciar Jumbu, en el Everest.
  • 52. Hace una pausa y os mira, primero a ti y luego a Carlos: -El glaciar es enorme, duro y peligroso. Grandes bloques de hielo se deslizan, se derrumban y forman figuras caprichosas. En el momento más inesperado, el hielo puede romperse y llevarse todo por delante. En esos aludes han perecido muchas personas, y otras no han sabido regresar. De repente, se abren grandes grietas bajo los pies. Sin previo aviso, toneladas de hielo se desploman encima. Quizá por eso a los yetis les gusta esta zona. Pocas personas se arriesgarían a visitarla. Comprendéis el peligro. Es bien sabido que esas regiones se han cobrado muchas vidas. Habíais confiado en evitar los riesgos del Jumbu. Pero esos recientes rumores sobre la presencia de yetis son tentadores. ¿Qué vais a hacer? Decidís afrontar los peligros No os decidís
  • 53. -Estoy preparado, Runal. Ve tú delante. Runal golpea tres veces en la espalda del buda, cerca de la base de la cabeza. Se oye un repiqueteo parecido al de los címbalos. ¡Caramba! Tenéis delante un ser gigantesco, de anchos hombros y enormes pies. Su expresión es amable. No sientes miedo. Te vuelves a Runal. Él te sonríe y dice: -Este es Zodac. Nuestro guía especial. Síguele. Él te llevará a donde debes ir. -¿Puedo despedirme de Carlos? -No es lo acostumbrado y no te lo aconsejo; puede perjudicaros a ambos. Pero, si lo deseas, ve y dile adiós. Vas a despedirte de Carlos Decides no hacerlo
  • 54. Mundos secretos. Todo esto es demasiado inquietante. En tu opinión, aún no estás preparado para esta clase de cosas. Prefieres más bien explorar el mundo en el que vives. Quizá Runal esté loco, quizá sea un secuestrador. Nunca lo sabrás. Puedes irte del monasterio, encontrar a Carlos y continuar vuestra expedición. Eso es lo que te ha traído aquí desde el otro lado del planeta, y eso es lo que piensas hacer. Recoges a Carlos en el exterior del monasterio y continuáis vuestra búsqueda del yeti. Fin. Volver atrás Volver a empezar
  • 55. Cuatro yetis se os abalanzan encima desde unos grandes bloque de hielo. Runal y tú sois inmediatamente capturados. La fuerza de los yetis es inconcebible. Garras como tenazas os aferran los brazos. Os llevan a cuestas, como sacos de arroz hacia el interior del glaciar. Por fin, os dejan en el suelo y veis delante vuestro al piloto del helicóptero. Está ileso. Uno de los yetis habla. -Bueno, gracias por venir. Pensábamos que sería interesante estudiaros, pero que os costaría mucho llegar hasta nuestro país. El yeti ríe entre dientes, en tono bajo, durante largo rato. Los otros hacen muecas. Miras Runal, al piloto y a las montañas que os rodean. -Vuestro amigo está sano y salvo –sigue el yeti-. Os lo devolveremos después. Por ahora, ya hemos obtenido bastante de vuestra visita y espero que vosotros también. Los yetis empiezan a andar y desaparecen en el glaciar. Encontráis el camino de vuelta al helicóptero siniestrado. Carlos está allí, sano y salvo como dijeron. Lo único que sientes es no haber podido fotografiarles. FIN. Volver a empezar Volver atrás
  • 56. Desciendes por el sendero. De pronto, aparece ante tus ojos una masa redonda de color naranja, más o menos del tamaño de una pelota de playa, que se te echa encima. ¡ZAP! Te alcanza un rayo de luz. Es como si te zambulleses en agua caliente y salada. Sientes algo bastante agradable que ahuyenta tu temor. No quieres huir ni esconderte de esa criatura, sea lo que sea. -Vale, de acuerdo. No soy tu enemigo. No soy malo. ¿Quién eres? O, mejor dicho, ¿qué eres? Te quedas quieto y varios de esos globos esféricos y resplandecientes se reúnen a tu alrededor. -Terrestre desea saber. Terrestre amistoso. Cesar rayos luz. Sensor índice terrestre sincero y solo habla verdad. Los rayos se apagan y lo cierto es que pierdes el gusto que te producía su calor. -Me gustaría que Carlos estuviese aquí –dices-: así vería lo que está pasando. Realmente desearías que estuviera tu amigo. ¡Entonces Carlos aparece ante ti! -¡Carlos! ¿Qué sucede? ¿De dónde sales? ¡Qué extraño es todo esto!
  • 57. Carlos te sonríe: -Amigo mío, tu deseo te ha sido concedido. Así sucede con estos Movidios. Si les gustas y creen en ti, tus pensamientos y deseos se hacen realidad. Estoy con ellos desde hace dos días. Ahí arriba, en las montañas, las cosas parecen verdaderamente transparentes y fáciles de comprender. Estos seres mecánicos provienen del espacio. Usan las montañas como base en la Tierra. Se oye un ruido similar al ronroneo de los gatos. Procede de los tres seres que Carlos llama Movidios. Uno de ellos habla con una voz aguda, mecánica: -Momento para decidir. Invitamos venir con nosotros. Planeta de los Mares, en el vacío de las Siete Lunas. ¿Venís? Vais No aceptáis porque vuestra misión es la búsqueda del Yeti
  • 58. -¡Regresemos! Runal se muestra conforme. Si es una trampa, está demasiado clara. Te inclinas a pensar que Carlos dejó su mochila para advertirte. En el momento en que os deslizáis fuera de la espesura, descubres un ser fornido, muy alto, de gran peso. Se cubre el cuerpo con escasos harapos. Su cabeza es ovalada y puntiaguda, y sus pies anchos y largos Está comiendo sentado junto al cadáver del yak. Te quedas paralizado de miedo. ¡Pero acaso sea tu única oportunidad de sacar una fotografía así! Sacas la foto Retrocedes hacia la espesura
  • 59. TUUVIIT, TUUVIIT, TUU TUUUUUU… Te las ves y te las deseas para silbar, ya que tus nervios te traicionan. Repites la señal, más despacio ahora. TUUUUVIIIT, TUUUVIIIT, TUUU TUUUUUUUU…. De repente, oyes ruidos de arbustos y ramas quebrados. Runal y tú dais un respingo hacia atrás, listos para echar a correr. Entonces Carlos sale del matorral, os mira y grita: -¡Corred, corred! Del cuello le cuelga una cámara. Los tres salís a escape de la espesura, en dirección al sendero. No paráis hasta que no podéis más. Con la respiración entrecortada por el esfuerzo, Carlos os cuenta que los yetis le metieron en el bosque y le permitieron fotografiar un grupo de seis. Entonces le dijeron que ya tenía lo que necesitaba y que les dejase en paz. -Bueno, ¿y por qué nos atrajeron a nosotros? –preguntas. - Para que me ayudarais a volver, imagino. No tenía ni idea de dónde estaba. - Volvéis al helicóptero y regresáis a Katmandú con las primeras fotografías que el mundo verá de los yetis. Fin. Volver atrás Volver a empezar
  • 60. La puerta es una incógnita. ¿Quién sabe lo que habrá detrás? El sendero, al menos, transcurre al aire libre. Exploras la pared rocosa, echas una última mirada a la puerta y sales al sendero. A unos cincuenta pasos, topas con un abrupto acantilado. No parece haber salida. Detrás de ti, el sendero se desvanece en un laberinto de árboles. Entonces escuchas la aguda llamada del yeti, recia y burlona. Un chasquido te obliga a mirar hacia arriba. Ves un gran alud de hielo y nieve que se te viene encima atronadoramente. Pasa a la página 110
  • 61. El corazón te late en el pecho con tal fuerza que te parece imposible que el mundo entero no lo oiga. Empujas la puerta roja. Dentro hay un túnel de paredes lisas iluminadas por una suave luz rosada. No se advierten signos de vida. El túnel se hace sinuoso por espacio de unos metros y termina bruscamente. Te ves a ti mismo de pie en un largo y estrecho valle, rodeado de abruptas laderas que acaban en algos y nevados picos, probablemente el Lhotse y el Pumori, a juzgar por su aspecto. El valle es cálido, cubierto de plantas y árboles en flor, bien guarnecido de los fuerte vientos. Un chico de unos ocho o nueve años está sentado en un banco de piedra. Te sonríe y dice en inglés: -Bienvenido. Pensábamos que vendrías. Tu amigo Carlos arde en deseos de verte. -¿Dónde está Carlos? -Oh, no está muy lejos. Pero si quieres reunirte con él, debes aceptar no volver nunca al mundo de dónde vienes. ¿Comprendes? Quieres reunirte con Carlos Decides marcharte
  • 62. Os pasáis la mayor parte de la noche buscando el camino hacia el fondo del valle, a través de veredas, abruptas y traicioneras. Una vez allí, inicias la escalada del inmenso Anapurna, trepando por las rocas y rodeando el glaciar. Hace frío y la noche se os hace interminable. Las señales luminosas continúan. Ahora estáis seguros de que habéis hecho bien. Alguien necesita ayuda. Cerca del mediodía, Carlos dice: -Alto. Me parece que veo algo. Entonces descubrís lo que buscabais. Una pequeña hoguera arde entre grandes peñas: alrededor del fuego bailan once yetis. Os habéis topado con la ceremonia que celebran en conmemoración del fin de los monzones. Miráis muy cautelosamente, haciendo fotos y tomando notas. Habéis comprobado, al menos, que los yetis existen en realidad. Fin. Volver atrás Volver a empezar
  • 63. - Ve tú, Sirdar. Nosotros nos quedaremos aquí vigilando. - Desaparece en la oscura noche. No hay viento, solo el silencio de las montañas, del cielo y de las estrellas. A lo lejos, en algún sitio, oís resonar el agua que mana y cae de los glaciares que rodean el Anapurna. - Hubiéramos debido ir a socorrerles-dice Carlos-. Sentado aquí, sano y salvo, un sentimiento de egoísmo me invade. Tan pronto como amanece, partís sin vuestro guía. La marcha es dura y no tardáis mucho en ver los destellos. Sobre vosotros se alza el Anapurna, con sus blancas laderas de hielo y nieve. Entonces el cielo empieza a iluminarse y las estrellas parecen desvanecerse en el pálido azul del firmamento. Surge el primer sol sobre la cumbre del Machapuchre. Es como un estallido de oro y plata. En unos minutos, la luz alcanza el Anapurna. Os detenéis para tomar un desayuno frío a base de queso y pan mojado en el té que lleváis en vuestras cantimploras. Pasa a la página 112
  • 64. ¡Click! El flash de pilas se enciende aumentando la luminosidad. ¡Cáspita! ¡Vaya criatura! ¡Realmente es un yeti! Tiene un corpachón peludo, un cráneo gigante, y pies enormes. El flash le ha sobresaltado y delata tu presencia. Viene derecho hacia ti, emitiendo amenazadores sonidos mitad gruñido, mitad gorgoteo. Sales corriendo No te mueves y disparas el flash para asustarle
  • 65. Levantas el pico. El yeti, con los ojos brillantes, te lo arranca de las manos, lo rompe como si fuese un mondadientes y lo arroja por el acantilado. Luego habla en tono mesurado: -Dejadnos en nuestro hogar. Vuestro mundo ya posee bastante. Si quisiéramos lo que vosotros tenéis, vuestras ciudades, vuestros crímenes, vuestras guerras, iríamos a reunirnos con vosotros. Pero no queremos esas cosas. Dejadnos solos. Es un aviso. Dicho esto, el yeti se marcha. Permaneces en pie, quieto, viendo cómo se aleja la criatura. ¿Qué va a contarle a la Fundación Internacional para la Investigación de Fenómenos Extraños? Fin. Volver atrás Volver a empezar
  • 66. Vais hacia el glaciar. El sol convierte al Jumbu en un horno gigante. Por más que llevéis gafas especiales, camináis medio cegados por los reflejos de la nieve. Cargáis los anoraks en las mochilas y seguís en mangas de camisa. Sirdar abre la marcha, bordeando cautelosamente los enormes bloques de hielo que penden sobre vosotros. Constantemente comprueba la nieve con su pico, en busca de agujeros ocultos, signo seguro de peligro. Vais amarrados unos a otros con una fina cuerda roja y amarilla, que se tensa entre vosotros. De pronto, con un alarido, tres yetis saltan de su escondrijo, encima de vosotros, y empujan un gigantesco bloque de hielo. La mole empieza a tambalearse y, por fin, se abate sobre vosotros, primero despacio y luego adquiriendo mayor velocidad a medida que rueda. Otros seracs comienzan a caer a vuestro alrededor. Quedáis atrapados para siempre en un mar de hielo. Ni siquiera habéis tenido oportunidad de ver a los yetis. Todo lo que queda de ellos es su grito misterioso, que se pierde en los ecos del valle helado. Fin. Volver atrás Volver a empezar
  • 67. -Meditemos sobre eso, Sirdar. El glaciar es peligroso y las lluvias han reblandecido el hielo y la nieve. ¿No podría ser un aviso para dejar en paz a esos seres? Sirdar mueve la cabeza, asintiendo: -Como gustéis, bara sahib, como gustéis. Esa noche, todo vuestro equipo desaparece misteriosamente. Es una advertencia mas para que dejéis las cosas como están en las altas montañas. Los yetis tienen su propia forma de vivir y no quieren que ni vosotros ni nadie la transforme. Fin. Volver atrás Volver a empezar
  • 68. Sales de la estancia. Los yetis y Zodak te acompañan. Caros te espera fuera, tal como le dejaste. Ha quedado suspendido en el tiempo como si estuviera en estado de hibernación. No puede oírte, ni tú a él. Te has convertido en parte de otro mundo. Empiezas a darte cuenta de algunas de las consecuencias de tu decisión de ir a Shangri-La. Te despides con calma de Carlos, aunque él no puede oírte, y sigues a Zodak de vuelta al monasterio.
  • 69. Zodak te invita a seguirle. Da un paso gigante en el aire. Observas con pasmo cómo se eleva a un metro del suelo. Entonces, tú también das una zancada y te encuentras flotando sobre el suelo del monasterio. Estás levitando. Huuuyyy! Los dos os lanzáis lejos del monasterio, más allá de los muros, hacia el cielo. Vais a increíble velocidad. Ascendéis a un ritmo vertiginoso, hasta llegar a la afilada y gélida cima del Everest. Debajo, se extienden glaciares, montañas, valles. Ves el mundo desde su cumbre. Zodak señala una grieta cerca de la cumbre del Everest. -El camino a Shangri-La –dice. Da tres zancadas, penetra en la grieta y desaparece. Pasa a la página 96
  • 70. Runal retrocede al ver a la criatura. Avanzas muy despacio y preparas tu cámara automática. Hincas una rodilla en tierra y enfocas la figura del yeti y su comida, contra un fondo del Lhotse y el Everest. Click –zzzz- click. El mecanismo automático es más lento de lo que pensabas. El yeti deja de comer; su cabeza se mueve hacia arriba y hacia los lados. Olfatea el aire y te descubre. Pasa a la página 101
  • 71. Probablemente, la mejor decisión sea marcharte y no meterte en problemas. Pero ¿qué le ocurrirá a Carlos? Regresas y esperas su vuelta durante mucho tiempo, pero… ésta no se producirá nunca. Fin. Volver atrás Volver a empezar
  • 72. -¡Volvamos al bosque! ¡Deprisa! Runal y tú corréis hacia allí sin que el yeti, ocupado en comer, presta atención al ruido que hacéis. -¿Y ahora qué hacemos? No podemos movernos pues el yeti puede vernos. Si penetramos en la espesura estoy seguro de que encontraremos más. Mientras estás hablando, los arbustos de delante se abren y aparecen tres yetis. El más grande os indica por señas que le sigáis. No tenéis más remedio que hacer lo que os dice. Los otros dos cierran la marcha. No hay escapatoria posible. Pinos y rododendros dan paso a un pequeño claro. En la parte más lejana hay una pulida pared rocosa de unos cien metros de altura. En unas peñas, al pie de la pared, están sentados unos cuantos yetis, de todas las edades y tamaños. Carlos está entre ellos. Parece encontrarse muy bien. -¡Carlos! ¿Qué pasa aquí? Carlos levanta la mano y dice: -Escuchad lo que tienen que deciros. Pasa a la página 106
  • 73. Echas un último vistazo a la Tierra. Ves las nuebs levantándose de las secas planicies del Punjab en la India. Ves la curva de la Tierra. Ves la estela de un avión allá lejos, hacia el sur. Entras en la estrecha grieta. Hace calor y sus paredes brillan con el reflejo de un metal desconocido para ti. Te parece que asciendes por el espacio metido en un estrecho tubo metálico, pero la verdad es que vas a gran velocidad hacia el centro del Everest. Te rodea un fulgor rosado. ¿Dónde está Zodak? No entiendes como tu guía te puede dejar solo. ¿Qué ocurrirá ahora? Pasa a la página 99
  • 74. Confías en que, una vez hayas encontrado a Carlos, podréis planear la huida. El chico, que viste un hábito marrón similar al de los monjes budistas, te lleva hacia el valle. Como por arte de magia, el valle se te aparece de pronto como una ciudad de luz. El brillo te deslumbra, pero no hasta el punto de cegarte. Tu miedo te hace desvanecer. Pasa a la página 108
  • 75. Con un pequeño respingo, te detienes. Ante ti hay una puerta de cristal transparente. La abres. Ahí está Zodak. -Ven: Bienvenido a Shangri-La. Sales a un valle verde oscuro rodeado de suaves colinas. A lo lejos, se ven altas montañas. Una de ellas parece el Everest. Escuchas una música que nunca habías oído. Es similar al sonido de campanas y viento que escuchaste en el monasterio. Los rayos del sol son tibios y relajantes. Zodak te conduce por un largo sendero a un edificio de siete pisos. Parece una fortaleza pintada de blanco, rojo y oro. No hay soldados, ni armas, solo gente que te sonríe y te saluda como a un viejo amigo. Todo resulta natural. Te vuelves hacia Zodak y quedas pasmado. Su forma ha cambiado. ¡Ahora es tu viva imagen en el espejo! ¿Qué significa esto? Nunca consigues saberlo. En tu estancia en el valle aprendes muchas cosas. Tienes la oportunidad de hacer cosas que nunca imaginaste… dentro de las posibilidades que te ofrece el valle. Aprendes a conformarte con las limitaciones del lugar. ¿Te arrepientes de tu decisión? Pasa a la página 107
  • 76. Carlos y tú decidís que es una oportunidad demasiado buena como para perderla. No sentís miedo ni vaciláis. Quizá esto tenga que ver con los rayos de luz que parecían borrar todo pánico y toda duda. El Movidio jefe revolotea a vuestro alrededor. Imagináis incluso que sonríe, pese a que no tenga cara. -¿Cómo debemos llamarte? –dices. Por un momento solo se oye un zumbido de circuitos eléctricos. Al fin el Movidio responde: -Llamadme Norcoon. Soy X52 Doble L, inteligente, ser activador móvil. Estoy al frente de esta avanzadilla. Nosotros os llamaremos Tierra Uno y Tierra Dos. Con un silbido, los seres aterrizan en la hierba y se quedan allí, relucientes. Norcoon os dice: -Por favor, será más fácil viajar al Planeta de los Mares en el Vacío de las Siete Lunas si trasladáis el cuerpo y dejáis la mente libre. Miras a Carlos. ¿Qué entenderá este ser por “trasladar el cuerpo”? ¿Cómo?- dice Carlos-, Somos nuestros cuerpos. Norcoon apunta su rayo luminoso hacia vosotros y de nuevo sentís la tibieza y el placer de antes. El miedo se desvanece y, antes de podáis daros cuenta, sois libre. Pasa a la página 104
  • 77. Te estremeces. La cámara se te cae. El yeti se levanta rugiendo y se abalanza sobre ti. Antes de que sepas lo que pasa, te tiene entre sus garras. Runal se lanza hacia delante, blandiendo el pico que utiliza como bastón. Golpea tres veces los hombres del yeti con la parte plana, pero es como si le picase un mosquito. Entonces, llega hasta vosotros una llamada, aguda como un silbido, y el yeti te deposita en tierra. Estás aterrorizado y no puedes moverte. Aparece la vieja de la choza. Pasa a la página 105
  • 78. -No, no podemos ir. Debemos acabar nuestra expedición. Sientes que el miedo empieza de nuevo a invadirte. No confías en estos extraños seres. De repente tres Movidios lanzan sus rayos. ¡Bam! Carlos es alcanzado y desaparece. El jefe dice: -Criatura terrestre, ¡no seas tonto! Únete a nosotros y nunca lo lamentarás. Empiezas a moverte hacia el sendero dando pasitos pequeños, sin hacer ni un movimiento brusco para no inquietar a estos extraños seres. No paras de hablar: -Decidme más: por ejemplo, ¿qué tal es el Planeta de los Mares? -Oh, ser hermoso. A ti gustar. Es uno de los reinos superiores. Solo criaturas terrestres afortunadas poder ir allí. -¿Qué quieres decir con “criaturas terrestres afortunadas”? – preguntas-. ¿Qué es lo que nos hace tan afortunados a Carlos o a mí? El Movidio lanza un rayo color naranja. Te agachas echando mano a una piedra y, con un amplio movimiento del brazo, la lanzas contra la cosa resplandeciente. En ese mismo instante, varios yetis surgen a gran velocidad por el sendero, agitando grandes garrotes. Golpean el aire alrededor de los Movidios, a la vez que esquivan sus rayos. Los Movidios escapan, emitiendo un gorgoteo frenético y un silbido velocísimo. Carlos reaparece y, al saber que los yetis son vuestros aliados, aprendéis a comunicaros con ellos, culminando al fin la ilusión que tan afanosamente perseguíais. Volver atrás Volver a empezar
  • 79. Puro espíritu. Nada de materia. Norcoon aprueba y os ofrece sitio en su transporte mecánico. El interior del modelo tiene suficiente espacio para Carlos, para ti y para vuestros pensamientos. -Ahora, amigos míos, vamos hacia el Planeta de los Mares. Todos los pensamientos acaban allí. Voláis y voláis, confiando en volver algún día más sabios y más capacitados para ayudar a los demás en un mundo donde las cosas son difíciles. Volver atrás Volver a empezar
  • 80. La mujer habla muy rápido en un idioma que ni Runal ni tú entendéis. Más bien se trata de una serie de gruñidos sordos, mezclados con penetrantes silbidos. El yeti parece aquietarse, hacerse casi dócil. Ambos desaparecen en la espesura, dejánsoos en la espesura, dejándoos aturdidos y confusos, pero sanos y salvos para volver a Katmandú con vuestras fotos. FIN Volver atrás Volver a empezar
  • 81. Runal y tú sois invitados a sentaros ante el grupo de yetis. Los vigilantes continúan situados detrás de vosotros. Un yeti de mediana complexión y pelaje grisáceo, se levanta y os mira. -¿Queríais encontrarnos? Bueno, pues ya lo habéis logrado. Si lo deseáis, sacad fotos y grabad nuestras voces. Pero escuchad atentamente, escuchad y aprended cuanto pueda seros útil. Su voz posee un tono firme pero relajado, que te tranquiliza. Runa sonríe. Entonces, se te ocurre que quizá haya sabido siempre lo que pasaba. El yeti se desplaza despacio alrededor del círculo. Luego se detiene, mira al cielo y a las montañas, y habla. Pasa a la página 111
  • 82. Entonces qué, ¿una última oportunidad? ¿Es eso lo que quieres? Bien. La tienes. Sales del valle de Shangri-Ka y vuelves al mundo real. ¿Ha cambiado algo? ¿Puedes hacer lo que quieres? ¿Puedes alcanzar todos tus sueños? ¿Puedes gozar completamente de tu vida o debes actuar dentro de unos límites? Después de valorar pausadamente las dos opciones que se te presentan, decides quedarte en el mundo real, al que intentarás aplicar tu maravillosa experiencia del Shangri-La. FIN Volver atrás Volver a empezar
  • 83. Te deslizas como si volaras. Tienes la sensación de haber estado aquí antes. -Hemos llegado. Por favor, entra. El chico indica el camino hacia un edificio que parece brillar con luz interior. Te recuerda el Taj Mahal, salvo que éste tiene muchas más torres y su cúpula principal está rodeada de otras más pequeñas, casi como los pétalos de una flor. Das algunos pasos hacia allí y notas que te sujeta una fuerza diferente a la magnética. En unos segundos, el campo de fuerza te atrapa y te transporta a una estancia interior del palacio. Pasa a la página 59
  • 84. Te pegas a la pared. El alud produce un gran estrépito al caer. Milagrosamente, resultas ileso, solo tienes unos rasguños producidos por esquirlas de nieve en el aire. Quizá debieras salir de aquí y volver a la puerta roja. Pasa a la página 82
  • 85. - En los primeros tiempos, la vida en este planeta era difícil pero sencilla. La supervivencia era lo que nos mantenía unidos. Solo matábamos aquello que necesitábamos para alimentarnos: solo eso. Un suave viento agita las ramos de los pinos. El yeti continúa su relato: -Luego, la gente descubrió el fuego, vivió en ciudades, fabricó armas y se mato entre sí. Nosotros, los yetis, nos retiramos, porque no deseábamos ni la guerra ni vivir en las ciudades. Hemos seguido retirándonos continuamente, hasta que no hemos tenido más sitio adonde ir que éste. Por esta razón estamos aquí, en las montañas más altas, donde nos creíamos a salvo. - Pero estáis a salvo; no vamos a dañaros. - Tal vez vosotros no, pero otros sí. Dejadnos en paz. Volved a vuestro sitio. Si queréis ciudades, guerra y eso que llamáis contaminación, entonces vivid como lo hacéis y si no, intentad liberaros; pero a nosotros dejadnos en paz. El grupo de yetis asiente. La reunión ha terminado y Carlos, Runal y tú podéis iros. Decidís no sacar fotos ni grabar voces. También decidís presentar a la Fundación Internacional para la Investigación de Fenómenos Extraños un trabajo basado en vuestra expedición demostrando que los yetis no existen. Es la única manera de asegurar que los dejan en paz. FIN Volver atrás Volver a empezar
  • 86. Pronto estáis en la pared vertical. Debajo veis las enormes masas de hielo. Carlos asegura un clavo; ambos os engancháis e iniciáis la subida lentamente. Al terminar la pared, encontráis una zona de nieve dura que cubre el hielo. Hay que usar los “crampones”. Vas delante, buscando cuidadosamente con el pico las grietas ocultas. Las ascensión parece no tener fin y, aunque solo estáis a cinco mil metros, el aire escasea y la respiración se hace difícil. A media mañana el sol calienta con mucha intensidad. Su reflejo rebota contra el hielo que os rodea y sus rayos os queman la piel. Os ponéis pomada en la nariz y en los labios.
  • 87. Al descubrir los destellos os habíais orientado, pero era de noche. Ahora, a la luz del día, no es fácil estar tan seguro de la procedencia de las señales. Por fortuna, tenéis buen sentido d ela orientación y no os perdéis. Cerca del mediodía, ganáis una cresta y lo descubrís. Es un avión Pilatus Courier, usado para vuelos de montaña. Yace en la nieve, roto como un juguete olvidado. La cola está retorcida, pero las alas se conservan intactas. La nieva ha sepultado el motor. Corréis hacia allí y abrís la carlinga. El piloto y dos pasajeros yacen dentro. Un pasajero se halla inconsciente. Hacéis lo que está en vuestras manos para ayudarlos. Al terminar el día, un helicóptero de las Reales Aerolíneas Nepalíes os encuentra. Todo ha salido bien. Fue buena idea acudir en socorro a través de las montañas. Enhorabuena por el buen trabajo de salvamento realizado. FIN Volver atrás Volver a empezar
  • 88. ¡Click! ¡Click! No paras de darle al flash. El yeti se detiene mirando sus huellas, husmea frenéticamente en busca de alguien, quizá un amigo, y, por fin, gira y se desvanece en la noche con asombrosa rapidez. Cuando regresas a Katmandú, tu primer trabajo es revelar el carrete fotográfico, pero cuando abres la máquina observas con desesperación que te habías olvidado de colocar la película en la cámara. Los nervios te han jugado una mala pasada y lloras de rabia. FIN Volver atrás Volver a empezar
  • 89. Miras Runal, al monasterio, a Carlos. -No, no estoy preparado para aceptar la oferta. Nos has acabado de hablar, cuando las nubes cubren el estrecho valle. Las montañas parecen desaparecer y el monasterio es enguliido por la oscuridad. Runal se vuelve de espaldas a ti y habla como si se dirigiese al viento: -Lamento mucho que no aceptes. Como no quieres seguir adelante, la expedición se declara clausurada. Todos los permisos son revocados. Debéis volver a Katmandú y abandonar el país en veinticuatro horas. El tono terminante en la voz de Runal indica que no os queda ninguna oportunidad. Vuestro viaje ha terminado. FIN Volver atrás Volver a empezar

Notas del editor

  1. Foto tigre
  2. Foto cazador y guía
  3. Foto cazador y guía
  4. Foto hombre con pica
  5. Foto yeti cargando a hombre
  6. Foto monje
  7. Foto huellas
  8. Foto carpas y luna
  9. Foto carpas y luna
  10. Foto huellas
  11. Foto carpas y luna
  12. Foto carpas y luna
  13. Foto huellas
  14. Foto huellas
  15. Foto huellas
  16. Foto huellas