2. Industria agrícola
La industria agrícola es uno de los principales segmentos de la economía brasileña, con importancia tanto en el
abastecimiento interno como en la actividad exportadora del país. Una reciente evaluación estima que su participación en
el Producto Interior Bruto (PIB) es del 12%, desempeñando así una posición destacada entre los sectores de la
economía, junto con la química y petroquímica. En la década de los 70, la industria agrícola llegó a aportar el 70% de las
exportaciones brasileñas. Actualmente, esta participación se encuentra en torno al 40%, no sólo en virtud de la
diversificación de las exportaciones del país, sino también por la tendencia a la caída de los precios de las comoditas en
los últimos 20 años. Aun así, el sector creció y aumentó el valor de las exportaciones en casi todos sus segmentos.
Los datos anteriores se refieren al valor de la producción de la industria agrícola en un sentido estricto, en el cual los
principales segmentos son el sacrificio de reses y preparación de carnes, la fabricación y refino de azúcar, los lácteos, la
panificación y fabricación de pastas, los aceites vegetales y la industria de zumos. Estos son los apartados que más se
han venido desarrollando en Brasil en los últimos 20 años y que han ocupado una posición destacada. No obstante, es
preciso considerar que el complejo cafetero mantiene su importancia, bien en su contribución a la balanza comercial de la
agricultura, según indica el gráfico de la Evolución de los principales productos de exportación de origen agropecuario, o
en el abastecimiento del mayor mercado consumidor de café del mundo, que es el brasileño.
La industria agrícola se articula por un lado con la industria de embalajes y con el tratamiento agroindustrial (cada vez
más sofisticado) y por otro con la industria de insumos (pesticidas, fertilizantes, piensos, insumos veterinarios) y de
equipos para la agricultura. En un sentido amplio, incluye desde sectores de tratamiento básico (añadiendo valor en el
secado, la beneficiación y el embalaje) hasta segmentos que implican el tratamiento de la materia prima agrícola, pero
que se acostumbra identificar como típicamente industriales: sector textil, de calzados y de papel y celulosa. Éstos poseen
características estructurales distintas de los demás, debiendo ser tratados, cada uno de ellos, con cadenas propias y con
un considerable grado de autonomía. La industria agrícola incluye además la producción de energía a través
de biomasa, área en la que Brasil es líder mundial. Se estima que en un concepto amplio, la industria agrícola represente
más del 30% de la economía brasileña. Y se encuentra en ella, sin duda, la mayor parte de los sectores económicos en
los que Brasil es un país competitivo a nivel internacional.
Existe un conjunto amplio de segmentos, con diferentes estructuras y formas de organización de mercados, que cuentan
con la participación y, a veces, la competencia de multinacionales y pequeñas empresas. A esa variedad corresponde una
segmentación que se puede identificar en forma de inserción de Brasil en el mercado internacional, donde el país tiene
una significativa participación con productos semiprocesados, identificados como industria agrícola procesadora.
Hoy en día, Brasil se enfrenta con un nuevo marco de tendencias internacionales en el sector agroalimentario, que
combina la especialización (y, con ello, elevadas exigencias de productividad) y variedad (que exige atención al
consumidor y una ágil capacidad de respuesta a los cambios en la configuración de los diferentes mercados).
Para entender mejor lo que sucede en el país en la actualidad, es necesario retroceder un poco al pasado. A partir de
finales de la década de los 60, Brasil combinó un proceso de modernización agrícola con un conjunto de políticas de
estímulo a la agroindustrialización, que resultó en el escenario de competitividad internacional existente hoy en día. El
proceso de modernización fue responsable, a lo largo de los años 70, de la rápida creación de mercados locales de
insumos para la agricultura y del desarrollo y adaptación tecnológica de material genético. Este último ha permitido un
eficaz proceso de tropicalización de cultivos y variedades que tuvo como resultado la ocupación agrícola y agroindustrial
de regiones aptas para la mecanización, como el centro-oeste, donde Brasil ostenta niveles elevadísimos de rendimiento
físico en la soja en grano.
3. Industria automotriz
El intento de obtener una fuerza motriz que sustituyera a los caballos se remonta al
siglo XVII. El vapor parecía el sistema más prometedor, pero sólo se logró un
cierto éxito a finales del siglo XVIII. El vehículo autopropulsado más antiguo que se
conserva, un tractor de artillería de tres ruedas construido por el ingeniero francés
Joseph Cugnot en 1771, era muy interesante, pero de utilidad limitada. Después, una
serie de ingenieros franceses, estadounidenses y británicos —entre ellos William
Murdoch, James Watt y William Symington— inventaron vehículos todavía menos
prácticos.
En 1789 el inventor estadounidense Oliver Evans obtuvo su primera patente por un
carruaje de vapor, y en 1803 construyó el primer vehículo autopropulsado que circuló
por las carreteras estadounidenses. En Europa, el ingeniero de minas británico
Richard Trevithick construyó el primer carruaje de vapor en 1801, y en 1803 construyó
el llamado London Carriage. Aunque este vehículo no se perfeccionó, siguieron
produciéndose mejoras en la máquina de vapor y en los vehículos. Estos avances
tuvieron lugar sobre todo en Gran Bretaña, donde el periodo de 1820 a 1840 fue la
edad de oro de los vehículos de vapor para el transporte por carretera.
Eran máquinas de diseño avanzado, construidas por ingenieros especializados como
Gurney, Hancock o Macerone. Sin embargo, esa naciente industria de fabricación tuvo
una vida muy breve. Los trabajadores que dependían del transporte con caballos para
su subsistencia fomentaron unos peajes o cuotas más elevados para los vehículos de
vapor. Esta circunstancia tenía una cierta justificación, ya que dichos vehículos eran
pesados y desgastaban más las carreteras que los coches de caballos. Por otra
parte, la llegada del ferrocarril significó un importante golpe para los fabricantes de
vehículos de vapor. La restrictiva legislación de la Locomotive Act de 1865 supuso la
restricción final a los vehículos de vapor de transporte por carretera en Gran Bretaña, y
durante 30 años impidió prácticamente cualquier intento de desarrollar vehículos
autopropulsados para el transporte por carretera. Esto hizo que el desarrollo del motor
de combustión interna tuviera lugar en otros países como Francia, Alemania y Estados
Unidos. Thomas Edison, el inventor estadounidense, escribió en 1901: la electricidad".