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Coron«l CéMr Auftuto Sttv» Otrón.
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"atraco a Guatemala".
Sin embarco para loa (valMBalta*
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entonces
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y los grandes taii
en Juego.
"La Batalla da Gualán". el libro
que a más de dos décadas de diatan*
cía de los acontecimientos escriba al
Coronel de Infantería César Aufuato
Silva Girón, viene a poner en claro
varias de aquellas Interrogantes de
inapreciable valor histórico para laa
nuevas generaciones, tanto clvUea
como militares. El entonces Tenien-
te SUva Girón recibe la orden da
Concluye en la otra aolopa.
Digitized by the Internet Archive
in 2011 with funding from
Universidad Francisco IVIarroquín
http://www.archive.org/details/labatalladegualOOsilvguat
LA BATALLA DE GUALAN
CESAR AUGUSTO SILVA GIRÓN
CORONEL DE INFANTEJUA
LA BATALLA DE
GUALAN
JUNIO DE 1954
Colección Luis Lujan Muñoz
Universidad Francisco Marroquín
www.ufm.edu - Guatemala
-» GUATEMALA, C. A.
^j.«
1977.
•m
Todoi los derechos reservados.
Este libro no puede reproducirse en todo o en parte alguna,
escrita o representada, sin permiso escrito del autor.
IMPRESO EN IMPRENTA EROS, 5a. CALLE 0-38, ZONA 1.
Dedico el presente trabajo
al Coronel Diplomado en Estado Mayor
ERNESTO PAIZ NOVALES
con mi admiración
y profunda simpatéa.
lu.v
La "Batalla de Gualán", es la historia de un combate,
que hizo morder el polvo de la derrota al enemigo . .
.
dentro del marco obscuro de una guerra fracasada.
*r 'aHAO
índice
PÁG.
Dedicatoria 13
Prólogo 17
CAPITULO I
La Epopeya de Octubre 21
CAPITULO II
El Ejército de Guatemala durante los Gobiernos Re-
volucionarios 25
CAPITULO III
Acciones preliminares a la batalla 31
CAPITULO IV
No todo era comedia: *'Surge un ralor' 39
CAPITULO V
La situación en Gualán y la orden de defensa 53
CAPITULO VI
Destitución del Jefe de Comisionados Militares 65
u
PÁ6
CAPITULO VII
Un incidente inesperado 75
CAPITULO VIII
U iMUna (In. íate) tS
CAPITULO IX
amito (2a. faao) t6
CAPITULO X
Otro hecho de Guerra 108
CAPITULO XI
La inopeamcia del refueno ^l).^,r»v* ^^
CAPITULO XII
Captura del eomando invaaor ISl
CAPITULO XIII
Incineración de cadáveres en Gualán 141
CAPITULO XIV
Bl cafo IpUka 147
CAPITULO XV
Relevan del cargo al Teniente Silva Girón 151
Conclusiones 157
3**' ,
12
DEDICATORIA
La trascendencia histórica que contiene la Ba-
talla de Gualán, apasionante hecho de armas ocu-
rrido en el año de 1954 en el oriente de la Repú-
blica de Guatemala, Villa de Gualán, hoy munici-
pio del departamento de Zacapa, durante una épo-
ca de luz en que nacía un sol evolucionarlo y la
libertad en Guatemala amparada por la magnífi-
ca vivencia de la gesta revolucionaria de Octu-
bre de 1944, era evidente y clara.
Por esta razón al entregarla al estudio analítico
de la historia, JURO SOLEMNEMENTE ante mi
bandera azul, blanco y azul, ante la dignidad su-
blime de mi pueblo y la magestad suprema de mi
Patria, que la presente narración es, con sus he-
chos y personajes, totalmente verídica.
No habrá ni una sola palabra que señale en
forma perversa a nadie, pero tampoco quedará al
margen ni un solo hecho que deba conocer la his-
toria.
En el año de 1954, fui nombrado por mis supe-
riores para encargarme de la defensa de la pobla-
ción de Gualán, contra una de las columnas que
preparó y envió la agresión extranjera de los EUA
a Guatemala.
13
Fui hafita aquel lugar, precioso jirón de tierra
guatemalteca y allí cumplí con la orden de defen-
sa, tal como debe hacerlo en estas cu-cunstancias
y en cualquier tiempo todo miembro del Ejército.
Se combatió porque así lo quiso el enemigo; él
atacó iniciando las hostilidades y sobrevino una
confrontación armada hermosa, digna y valiente
para los defensores de la dignidad de la Patria.
No estoy arrepentido de haber luchado con fer-
viente ardor en aquella oportunidad, porque esta-
ba cumpliendo órdenes y el deber hidalgo de todo
soldado en tiempo de guerra se reduce a eso y no
estoy arrepentido además, porque estaba total-
mente consciente de que al pelear defendía a mi
Patria. Ahora más que nunca, después de sufrir
increíbles como injustas vicisitudes por combatir,
me siento sumamente orgulloso, tanto, que si la
Patria requiriera nuevamente de mis servicios en
circunstancias como aquella, mil veces volvería
con lealtad a pelear por mi bandera y por la li-
bertad de mi nación.
Al presentar los detalles de la Batalla de Gua-
lán ante la crítica de la opinión pública, se hace
imperativo canalizar desde sus orígenes algunas
consecuencias que incidieron en la debacle nacio-
nal.
El inexplicable arrodillarse negativo de pueblo
y ejército ante una agresión sin elementos tácti-
cos, ni estratégicos ni mucho menos idealistas, tu-
vo que tener fundamento lógico. El silencio de las
armas de la defensa y la raquítica fisonomía de
todo un pueblo llegada la hora, fue efecto de la
corrupción moral que se mantuvo latente dentro
del desarrollo revolucionario.
La Revolución nació con bellas metas, pero no
hubo Escuela Revolucionaria; la epopeya de Octu-
14
bre no logró depurar los procedimientos para de-
fender sus grandiosos postulados. No hubo conso-
lidación para imponer el concepto de aquella enor-
me transformación; la filosofía del magnífico lo-
gro cívico quedó durmiendo en las conciencias de
los políticos y los gobernantes responsables direc-
tos de la muerte de la Democracia en Guatemala.
Dada esta falsa fisonomía revolucionaria, el po-
deroso pueblo norteamericano levantó el látigo y
castigó al infante pueblo guatemalteco, porque le
afectaba, aunque fuera en mínima parte, el que
esta parcela centroamericana reclamara su inde-
pendencia económica, social y política a través
de sus programas vanguardistas.
Fue evidente el esfuerzo manifestado en las
obras emprendidas; hubo orgullo de guatemalte-
cos, honestidad en la gallarda empresa, valentía
en la búsqueda de la misión revolucionaria. Se
generalizaba en el ambiente nacional un singular
amor hacia lo nuestro. Se empezaba a valorizar
con interés los tesoros que fulguran en las entra-
ñas de esta ubérrima tierra de la eterna primave-
ra. Se había enfilado por un sendero maravilloso
hacia un destino nuevo y mejor: Obras y Reno-
vación.
Al tomar la decisión de narrar la BATALLA
DE GUALAN. que motiva la aparición de este pe-
queño relato histórico, lo dedico: primero a mi
Patria, con fervor inmenso, porque mi Patria des-
pués de Dios es lo que más amo en la vida.
A la memoria de mis ilustres padres.
A mi esposa, Julia Estrada de Silva, con mucho
amor.
A mis hijos todos, a quienes adoro ardiente-
mente.
A los estudiantes guatemaltecos de todos los
15
niveles, porque en esas juveniles vidas descansa
la maravillosa esperanza de la redención de la
patria, bajo el signo virtuoso de la superación.
A la gloriosa centenaria Elscuela Politécnica que
me dio un acerbo de conocimientos, la llave de la
dignidad y el pundonor militar.
Al indio guatemalteco que es estampa del dolor
en todas sus trágicas expresiones; mi pensamien-
to est¿ puesto en él, mi fe también lo está y mis
deseos son ardientes por que algún día alcance el
plano evolutivo que merece, siendo libre y sobe^
rano, altivo como otrora lo fuera, viril e inteligen-
te, digno, evolucionado y admirado por el mundo
entero. Para ese indio, patria, va mi mejor saludo.
César Augusto Silva Girón
1«
PROLOGO
Han pasado veintidós años desde que ocurriera
el hecho de armas que motiva el presente libro.
Durante estos años he guardado vivos en mi
mente todos y cada uno de los momentos más im-
portantes y asimismo los mínimos detalles que
conjugaron la batalla que aún la historia espera
conocer y hela aquí, desnuda de toda clase de pre-
siones y convencionalismos, real y patética, en-
tregada por la única persona que puede hacerlo
para la patria: SU PROPIO PROTAGONISTA.
En cada segundo, en cada minuto y cada hora
estuvo comprometida mi vida, estuvo enormemen-
te comprometida la vida de los humildes pero va-
lientes soldados que me acompañaron en aquella
heroica misión.
Cayeron muchos de ellos en el esfuerzo supre-
mo y porque vi sus ojos campesinos sin luz en las
pupilas, el pecho desangrándose por los impactos
del acero de la muerte y porque también sostuve
entre mis manos la cabeza de soldados moribundos
que al exhalar el último suspiro pensaban todavía
en la patria ultrajada. Por esta razón no he olvi-
dado las noches sin estrellas bajo una pertinaz llu-
via castigando los techados de las casas, las ace-
17
ras y las calles empedradas de Gualán, con silencio
de agonía, estruendo de granadas, tabletear de ar-
mas automáticas y mil relámpagos nacidos del ac-
cionar infernal de los fusiles. Y todo ese apretarse
de gritos convulsionados, bajo el mortal mensaje
de los aviones piratas. Por esa sangre roja de in-
vasores y defensores confundida en el gran even-
to de la muerte, cayendo como cascada de arre-
boles en el dintel soberano de la gloria. Por eso,
no olvido, porque en cada esquina de Gualán hu-
bo siempre una voluntad contraria que vigilaba
mi presencia, atisbando un mínimo descuido y no
olvido la Batalla de Gualán, que ahora narro, por-
que hubo armas de francotiradores que agotaron
sus municiones y su paciencia en un vano esfuer-
zo por acallar mi fe patriótica, mi ardor de comba-
tiente definido, mi lealtad inquebrantable en la
defensa de la difícil plaza.
Había llegado a Gualán para defender su suelo
y a sus habitantes ante una agresión enemiga y
específicamente eso hice y lo hice con voluntad de
soldado y de patriota, con fe en el triunfo; y pen-
sando en Guatemala, vencí.
vencí y me enorgullezco de ello; vencí por-
que a eso me envió mi ejército.
Vencí, porque con esa victoria, le ofrecía una
flor perdurable y fragante al altar de mi patria.
Muchos no reconocieron aquella gallarda victo-
ria, muchos, casi todos; el Ejército mismo olvidó
la proeza; y olvidaron, porque nadie, aparte de
aquellos treinta soldados heroicos, estuvieron en
aquel escenario iluminado por la aureola simbó-
lica de los grandes hechos anónimos de guerra.
Olvidaron porque no supieron de las fatigas
causadas por largas noches de vigilia y cruenta
lucha.
18
Olvidaron, porque no sintieron el trepidar de
las balas rasgando sus músculos y porque no vie-
ron caer mortalmente heridos a sus soldados.
Olvidaron porque NO PELEARON.
Olvidaron porque los premiaron para eso, para
que olvidaran.
Pero yo lo recuerdo todo y lo escribo ahora sin
temor alguno escudado en la trinchera del honor
y la lealtad, como lo hice allá. Escribo pues, no
con belleza literaria, porque no soy escritor, sino
soldado. Escribo sintiendo la dramática batalla re-
correr el templo de mis recuerdos, desde el fondo
de mi ser, pulpito sagrado de mis caros sentimien-
tos de guatemalteco.
Recuerdo la escena toda y la reconstruyo, he^
cho por hecho, detalle por detalle, hasta formar
el pentagrama de aquel acontecer con sus soles y
sus lunas; con sus días nublados de veinticuatro
horas en la aspillera de la lucha; días sombríos
con olor a sangre y pólvora; días con grito de de-
rrota y de victoria; días con plenitud de patria en
los pechos descubiertos frente al acero invasor.
La historia de Guatemala vive y se nutre de
hechos como éste para perdurar y consolidarse en
el concierto de las naciones y si una vida más que
será la mía, aún falta por caer, bendito sea Dios
que me permite esta enorme satisfacción de mo-
rir por la patria, por esta patria guatemalteca, pa-
tria hermosa que lo merece todo, porque aunque
golpeada, es inmensamente grande, soberana e in-
mortal.
El Autor.
19
CAPITULO I
LA EPOPEYA DE OCTUBRE
En la paz se medita y se planifica el desarrollo
integral de un país. En esas horas de serenidad los
hombres se sientan a la mesa redonda del diálogo
multifacético con el objeto de crear logros positi-
vos en beneficio de la gran comunidad. Cuando
esto sucede con nobleza y sinceridad, todas las fi-
losofías coadyuvan para engrandecer a la nación,
pero si dentro de esta maquinaria una sola pieza
cobra desbalance, las corrientes se precipitan ha-
cia un infortunado cúmulo de errores y sobrevie-
nen grandes males.
El hombre entonces pierde el norte del ideal y
se impone la reclamación colectiva entre la confu-
sión, el dolor, la tragedia y la desesperación; es
como si se estrangulara a los pueblos. Pero la evo-
lución jamás retrocede, acaso se estacione para
medir el daño y sopesar el embate, para rectificar
y proseguir indefectiblemente en la búsqueda del
bienestar y la estabilidad. DENTRO DEL TIEM-
PO, HAY TIEMPO PARA TODO.
A la Revolución Guatemalteca le toca el tumo
de meditar, hacer el inventario y planificar. Está
21
detenida, pero no vencida, ya volverá su aliento
de superación al derrotero inexorable, inevitable,
a continuar sus pasos dentro de la cósmica espiral
de la vida.
Cuando todo parecia brillar con esplendor de
estrellas siderales para Guatemala; cuando caía
el plenilunio sobre la faz alegre de la patria y toda
su soberbia vivencia se llenaba de ella, inexplica-
blemente se rompió el dique y se interrumpió el
proceso heroico de la gesta revolucionaria. La paz
fue herida en el blanco pecho de su pureza y se
detuvo el vuelo magestuoso de la libertad sobre
el árbol de la amargura y allí en ese ramaje de
singular negrura nos encontramos todavía, su-
friendo el vendaval de la dolorosa experiencia;
pero se hará el día, sacudirá su melena el árbol
del dolor y otra vez saltarán al viento los paj ari-
llos que del viento son. Vendrán las nuevas gene-
raciones a enmendar los errores de los hombres
agobiados por las pasiones y tomarán el timón
reencauzando la nave hacia un destino mejor, ma-
ravilloso y excelso; porque este es el único desti-
no de la Revolución, que es el espíritu de la patria.
La epopeya de Octubre de 1944, vestía sus me-
jores galas, demostrando al mundo sus alcances y
proyecciones. La familia guatemalteca se encon-
traba sentada a la mesa grande de la evolución
saboreando los manjares exquisitos de la libertad
y la abundancia; pero este bienestar no pareció
agradar a los nunca satisfechos poderosos del Nor-
te, preocupados por el despertar esplendoroso de
un pequeño pueblo que tenía el derecho de nacer
como pueblo y decidieron recuperar su ancestral
hegemonía —casi destrozada ahora en la supera-
bundante y ubérrima tierra del quetzal—,
para
22
atarla otra vez a su viejo carretón, lleno de vani-
dades y pasiones insanas.
Los pueblos chicos con generosas virtudes de
producción en sus entrañas, son pulmones de los
pueblos grandes que se ahogan bajo la carga de sus
propias cadenas de ambiciones y es entonces que
se transforman en pasto de la rumiante necesidad
de nutrirse y alimentarse para vigorizar su predo-
minio con respecto a otros pueblos, y GvxLtemala
no fue, la excepción.
El General Divisionario Jorge Ubico, Presiden-
te de Guatemala, entraba a su catorceavo año de
dictatorial gobierno; a esta altura, en el año de
1943, el destino de este gobernante había llegado a
la curva descendente de su imperio y la capitula-
ción de su grandeza se encontraba muy cercana.
Estaba por cerrarse el largo capítulo de su his-
toria política y no era en realidad sino la resul-
tante lógica de mantener inalterable el imperio de
la dictadura. Esa mentalidad enfermiza y ciega pa-
sión por absorver los hilos del tinglado político
lo atraparon en las redes de una clásica autodes-
trucción.
El movimiento es ley universal de la vida; éste
crea, inspira y produce, renovando valores cons-
tantemente. Los pueblos no pueden permanecer
estáticos permanentemente. El carro universal de
la evolución los hala ineludiblemente. Crecen y
marchan hacia el ignoto porvenir atados a la espi-
ral de la vida en un permanente progreso y la di-
námica de éste los destruye.
El triunvirato que asumió el poder a la caída
del general Jorge Ubico, fue efímero en esa opor-
tunidad. Ponce Vaides, el presidente de los 100
días, por sus errores dio paso a la epopeya de Oc-
tubre y con este hecho de armas que conoce ple-
23
ñámente el pueblo, se rompió la cadena de la es-
clavitud, dejando oír, diáfana y maravillosa, la
oración apasionante de la LIBERTAD.
El 20 de Octubre de 1944 amaneció en las calles
de Guatemala multitud de cadáveres sobre una
alfombra de sangre guatemalteca iluminando co-
mo tea hermosa el destino añorado: la libertad de
la patria.
Los tanques y los obuses de la artillería habían
impuesto con su lenguaje de pólvora su categoría
inobjetable. Los Generales claudicaron y por ese
boquete de minutos, todo un pueblo agobiado por
siglos trasladó su vivienda a un terreno de seño-
rial grandeza. Esto es innegable, noble pueblo mío.
24
CAPITULO II
EL EJERCITO DE GUATEMALA DURANTE
LOS GOBIERNOS REVOLUCIONARIOS
La Revolución concedió al Ejército el privilegio
de enmarcarlo dentro del profesionalismo como
Institución del Estado; esto por intermedio de la
Escuela Politécnica, aunque para ello hubo de su-
primir los ascensos a Oficiales del Ejército en los
cuarteles, obligando a los ya ascendidos a efec^
tuar estudios en la Escuela Politécnica, cuyas au-
las se vieron muy concurridas por estos Oficiales.
Referirse al Ejército, es caer indiscutiblemente
en un campo difícil, por cuanto es necesario en-
contrarse específicamente documentado y prepa^
rado para ello. El desarrollo de esta Institución del
Estado ha sido muy compleja, aunque su misión
es única y fija para justificar su vivencia dentro
de la sociedad. De todos es conocido que sus linea-
mientos son elevados y legítimos, desde luego sien-
do único e indivisible, es esencialmente apolítico
y no deliberante; es una Institución destinada a
mantener el imperio de la Constitución,, velar por
la independencia, la soberanía y el honor de la na^
ción, la integridad de su territorio y la paz de la
25
república. Su organización es jerárquica y se basa
en los principios de obediencia y disciplina.
Estos son mandatos constitutivos, sin embargo,
no hay necesidad de mucho cavilar para recordar
la situación, postura y desarrollo del Ejército du-
rante los gobiernos de la Revolución, desde la
Junta Militar, hasta Arévalo y Arbenz. Está todo
tan reciente y tan claro que ni siquiera los sim-
ples comentarios de los ciudadanos, se alejan mu-
cho de lo sucedido en aquella época.
En los famosos tiempos de Rafael Carrera, el
ejército se caracterizó por su agresividad y su enor-
me espíritu aguerrido. Igualmente se manifestó el
Ejército del General Justo Rufino Barrios, habien-
do dejado para la historia gloriosos e inolvidables
hechos de armas que engrandecen a la patria, sin
que se recuerde que estos Ejércitos hayan recibido
exageradas prestaciones o dádivas para formar un
bastión de alta dignidad castrense.
No sucedió lo mismo con Manuel Estrada Ca-
brera, cuya larga y oprobiosa dictadura desfiguró
la fisonomía del Ejército para apagar su ímpetu
y desarrollo natural. Lo ahogó dentro de los casti-
llos medioevales San José y Matamoros, sumer-
giéndolo en un estancamiento denigrante y absur-
do; lo mantuvo harapiento y con hambre, en una
verdadera situación de miseria y calamidad, ha-
biendo perdido lo más valioso y digno: LA VO-
LUNTAD, es decir, carente de acción y de estatu-
ra táctica y estratégica.
El Presidente Lázaro Chacón, acudió al Ejérci-
to, pero tampoco le dio el apoyo indispensable
para su desarrollo y el oficial continuó siendo cie-
go, sordo y mudo; de tal suerte que era inofen-
sivo '^' *""^^
26
El General Jorge Ubico, atrapó en sus hábiles
redes a los incautos oficiales y a base de una ri-
gidez disciplinaria excesiva, los utilizó como ins-
trumento para mantenerse en el poder por varios
períodos consecutivos, haciendo incluso que los
soldados asistieran a las urnas electorales vestidos
de paisano; sin embargo, se preocupó un poco más
por mejorar la presentación del soldado.
Vino la Revolución de Octubre de 1944 y se pro-
dujeron en las filas del Ejército cambios radicales
que deslumhraron a sus miembros en forma tal,
que el mundo de éste, era fascinante. El Ejército
no logró de inmediato captar la onda de evolución
en la que de pronto despertó en medio de exage-
radas dádivas y una modalidad sustancialmente
negativa porque el demasiado recibir distorsiona
la mentalidad del hombre, alejándolo de sus ver-
daderas metas y objetivos.
Durante los gobiernos revolucionarios el ejér-
cito se encontró ocupado más que todo en sus altos
salarios, vistosos uniformes, costosos vehículos,
atractivos clubes y un plan de descaso y vacacio-
nes muy mejorado; condecoraciones a granel y un
abuso excesivo de becas al extranjero, que agravó
la situación por el mal planificado sistema de apro-
vechamiento, pues más parecían paseos, que a la
postre perjudicaron el espíritu real de la Institu-
ción, porque a su regreso los Oficiales se encon-
traban en sus cuarteles con enseñanzas disímiles,
que no lograban unificar.
Se ambicionó tanto y se querían logros tan ur-
gentes, que se incurrió en errores de cálculo. To-
do proceso evolutivo siempre va por caminos de
cordura y razonamiento analizado, deducciones
lógicas y serenos estudios, que formen un caudal
positivo sobre bases firmes; pero la revolución se
27
desbordó prematuramente en todas sus formas y
manifestaciones, olvidando la planificación. Los
oficiales del Ejército, por ejemplo, rompieron la
barrera del tacto y abusaron de la oportunidad
brillante que tuvieron ante sí; fue un instante en
el que todos a la vez quisieron sacarse la lotería
con becas al extranjero; salieron a tecnificarse a
Escuelas Militare3 de Francia, Inglaterra, Italia,
Estados Unidos de Norteamérica, México, Argen-
tina, Brasil. Chile, Venezuela, Colombia y también
a Escuelas Militares de países centroamericanos y
de Panamá.
Todos salieron, o casi todos; pero al volver no
se discutió aquí jamás las ventajas o desventajas
de tan variadas modalidades de enseñanza. Los
oficiales que iban a especializarse en caballería,
por ejemplo, al volver eran destinados a Unidades
de Infantería u otra arma cualquiera; los que iban
a buscar conocimientos y adiestramiento en para-
caidismo, eran destinados, al volver, a Unidades
de Artillería u otros servicios alejados de su espe-
cialidad, por lo qiie al poco tiempo ya nada record
daban de lo que habían aprendido en el extranje-
ro, perdiéndose no sólo el valor intrínseco de la es-
pecialización, sino que también el valor económi-
co que representaba al Estado la inversión y el
esfuerzo. La Revolución lo dio todo y al final na-
da, lo cual quedó plenamente demostrado cuando
al Ejército se le presentó la única gran oportuni-
dad de robustecer su imagen ante la opinión pú-
blica propia y extranjera, presentando al invasor
una verdadera fuerza de choque y un elevado ni-
vel de conocimientos, valor moral y alto espíritu
de cuerpo para brillar a lo grande ante los ojos del
mundo, sin embargo, perdió la oportunidad pre-
sentando una negativa y perjudicial desorganiza-
28
I
ción, tibieza y confusión en su planteamiento y
cayó, cayó sin pena ni gloria, arrodillado para
besar las manos del agresor.
El orgullo del Ejército y su vanidad recibió el
merecido castigo de su equivocado desarrollo. La
misión sagrada de la defensa de la Patria fue un
fantasma en manos del Ejército; "La vehemencia
del patriotismo, lo fue también". El vigor y la hon-
radez fue fulminado por su inconsistencia y de
ahí los penosos resultados, cuya responsabilidad
fue del Ejército Nacional de aquel entonces.
:>h
29
I J'<>'- '¿r.
CAPITULO III
ACCIONES PRELIMINARES A LA BATALLA
La Zona Nororiental del país se vio afectada
por un movimiento no acostumbrado de personas
en su región, que consistió en el tránsito ilegal por
la frontera de Honduras, el cual se complementó
con la propaganda de los EE. UU. sobre una po-
sible invasión al territorio nacional establecien-
do a Carlos Castillo Armas en Copan, República
de Honduras, con suficientes armas, hombres y
aviones.
Transcurrieron algunos días empeñados en reu-
nir un número suficiente de hombres, mediante
una excelente paga, con el objeto de dar una apa-
riencia de Ejército en entrenamiento para empu-
jar una acción de guerra contra Guatemala. El
éxodo de hombres por ese sector aumentaba con-
siderablemente por lo novedoso de la oferta eco-
nómica a los mercenarios. Esto y no otra cosa fue
el atractivo, de donde muchos delincuentes fugi-
tivos de la acción de la justicia, resultaron atrapa-
dos en las redes de ese imán poderoso, encami-
nando sus pasos en busca de aventuras.
31
En Guatemala mientras tanto, no se tomaba
ninguna medida de segundad; los días se suce-
dían con un marcado aumento de propaganda por
parte de los mercenarios y una excesiva como per-
judicial indiferencia a la situación dada, por parte
del gobierno de Guatemala. Una emisora clandes-
tina vociferaba noche y día ante los oídos sordos
del pueblo guatemalteco.
El Ejército aseguraba que controlaría la situa-
ción y que nada grave podría suceder en Guatema-
la, puesto que se trataba de unos cuantos sombre-
nidos y delincuentes comunes. Los corazones de
los guatemaltecos palpitaban ansiosamente por es-
trechar una colaboración al gobernante, ofreciendo
su participación expontánea y decidida, para de-
fender juntos pueblo y ejército la soberanía de la
nación; sin embargo, el Ejército no consideró con-
veniente aceptar tal propuesta ciudadana, llegán-
dose al extremo que ni siquiera en la Zona Militar
No. 2, responsable directa del avance enemigo
dentro de su área, se notara alguna preocupación
ante el anuncio incansable del ataque.
El Señor Presidente de la República, Coronel
Jacobo Arbenz Guzmán, a última hora se le ocu-
rrió enviar al extranjero a una comisión militar
para la búsqueda y adquisición de armamento pa-
ra contrarrestar la agresión.
Vano intento éste, porque habiendo sido adquiri-
do el armamento y embarcado con destino a Gua-
temala, fue interceptado por los Estados Unidos
de Norteamérica, en la más descarada como abusi-
va actitud, por lo que este armamento jamás lle-
gó a su destino o sea a las manos de los hombres
de la defensa.
El exceso de confianza estaba siendo desde el
principio un factor por demás poderoso y conclu-
92
yente en la derrota que ya había nacido dentro
de la matriz deformada de la DEFENSA.
Los mercenarios fijaron la hora cero para su
agresión y llegado el momento desbordaron la
frontera de la hermana república hondurena,
esta vez convertida en cómplice y traidora, bur-
lando los tratados de mutuo respeto entre los paí-
ses centroamericanos.
La agresión pisó suelo guatemalteco por el la-
do de la tierra santa esquipuleña, en donde un re-
ducido destacamento militar al mando del Capi-
tán Carlos Maldonado, inesperadamente se hizo
ojo de hormiga, desapareciendo en las profundi-
dades de una cobarde y desleal retirada.
Lo mismo estaba sucediendo en ese momento
en el destacamento militar de EL FLORIDO, con
el Teniente Juan Francisco Contreras, joven ofi-
cial a quien se le había dado en calidad de muer-
to por su inesperada ausencia o capturado por
el enemigo, pero ni una ni otra cosa sucedió en
realidad, porque no hubo presencia de las armas
para intentar por lo menos una defensa.
El Teniente Contreras había abandonado su
puesto sin gloria, y únicamente con la feliz alter-
nativa de salvar su vida.
Estas dos entregas de puntos estratégicos mili-
tares y la caída del destacamento también mili-
tar, de La Unión, fueron los primeros hechos bo-
chornosos de alta traición a la patria. Claudicar
sin lucha no es precisamente un acto de heroísmo,
sino, tal como lo conciben los códigos militares
penales, son hechos punibles que se castigan con
la muerte; sin embargo, no se recuerda que a na-
die se le haya juzgado por estos hechos de trai-
ción.
33
Las armas en las manos de los militares conlle-
van un destino grandioso y se entregan a estas
manos bajo juramentos sagrados, en los cuales
queda calcada principalmente la defensa de la so-
beranía territorial, pero en esta oportunidad el
prmcipio fue defectuoso.
En la capital de Guatemala no se notaba nin-
guna impaciencia por apresurarse para controlar
y contener o destruir el avance franco y alegre del
enemigo. Hubo pues exceso de confianza, grave
error táctico; hubo además manifiesta negligencia,
lentitud y desorden. iPOBRE PATRIA MÍA!
Despacio, pero muy despacio, se empezaron al
fin los preparativos, y eso algo desdeñosamente;
el Señor Presidente de la República en este mo-
mento fatal de su vida político-militar volvió a
cometer un segundo mayúsculo error, al demos-
trar a su pueblo poca vivacidad, energía y eficien-
cia en la escogencia del que llevaría su representa-
ción como Jefe de Operaciones en el área ocupada.
Este hombre fue el principal motor de la derrota
de principio a fin en la contienda. El nombramien-
to había recaído en la persona del Coronel de Ar-
tillería Víctor M. León, singular personaje sin tra-
yectoria alguna dentro de la Institución castrense,
sin convencimiento, sin consistencia militar, sin
virtudes ni valores humanos y sobre todo debili-
tado por un inexplicable y culposo temor.
Así había nacido a esta altura la defensa de la
Patria, definitivamente frustrada, inoperante e
inútil.
¿Qué llegarían a hacer entonces al frente de
combate aquellos hombres oscuros que ni siquie-
ra se acordaron de entonar el hermoso y más be-
llo himno del mundo antes de partir a tan noble
como gloriosa tarea que siempre ha significado pa-
34
ra cualquier nación en la faz de la tierra la de-
fensa de su suelo?
¿Qué llegarían a hacer al frente del enemigo
aquellos pseudohombres que no se acordaron de
besar al glorioso pabellón nacional azul, blanco y
azul, que es el símbolo más sagrado de la patria,
antes de partir?
¿Qué llegarían a hacer al frente de combate
aquellos hombres sin inteligencia, cuando tampo-
co se acordaron de intentar una expresiva arenga
al personal de tropa, con el objeto de motivarlo o
al menos orientarlo en aquellos instantes supre-
mos de la nación herida por las plantas del ene-
migo?
Sin embargo, llegaron exabruptamente a la con-
tienda para enredarse en las telarañas de una in-
fantil e incomprensible entrega de la dignidad so-
berana de la patria.
Llegaron con Víctor M. León, además, un esta-
do mayor de gelatina, incapaz de sugerir, de crear,
de construir un plan táctico para oponer un fren-
te. Un estado mayor sin cohesión entre sí, sin fer-
vor, sin clase, sin fisonomía militar, perdido total-
mente para mal de la patria, pero como así lle-
garon estos Coroneles cuyos nombres no omito
por la justa razón de que sobre ellos descansó la
responsabilidad de la misión encomendada, la
misma que no se cumplió para mal de la patria. ¿O
no es así pueblo mío? Escribo aquí de mi puño y
letra, para que la historia analice el espíritu de
aquel acontecer, sus candidos nombres; fueron
ellos: Coronel Gustavo Solares, "G-P' de Opera-
ciones. Coronel Enrique Ruiz García, "G-2" de
Operaciones. Coronel Eduardo Llerena Miuller
"G-3", también de Operaciones. Coronel Juan
Martínez, "G-4", de Operaciones.
35
A estos hombres responsables de la defensa de
la patria los acompañó además, una falange bien
equipada, con tropas pertenecientes al batallón
Guardia de Honor y la Base Militar, hoy Regi-
miento Mariscal 2^vala, con sus respectivos Co-
mandantes a la cabeza, los también Coroneles Pa-
blo Díaz y José Barzanallana. Marcharon con ellos
los servicios de Sanidad Militar, Ingenieros del
Ejército, Comunicaciones Militares, Finanzas del
Ejército, etc., etc., más o menos ciento cincuenta
oficiales del Ejército, con mil quinientos elemen-
tos de tropa.
La sede que seleccionó este singular Comando
para dar principio a sus operaciones, fue la cabe-
cera departamental de Zacapa y no fue precisa-
mente el lugar adecuado y justo para dar comba-
te, porque las tropas que vivaquean, jamás deben
comprometer la vida de los habitantes de un po-
blado donde se encuentran mujeres, niños y an-
cianos; deberán hacerlo definitivamente a campo
raso, para presentar limpiamente un frente de lu-
cha valiente, un objetivo legítimamente militar;
pero allí quisieron refugiarse como buscando una
defensa con la vida de los ciudadanos, ajenos éstos
totalmente a la contienda que se avecinaba; allí
entre las casas y las vidas civiles enarbolaron el
pabellón de la cobarde entrega, hecho increíble-
mente sucedido por esos ingratos caprichos del
destino de los pueblos.
Aquí mismo y antes de apreciar la situación,
ocurrió otro hecho de trascendencia negativa in-
finitamente lamentable, como lo fue la increíble
como inexplicable deserción del Comandante de
la Zona Müitar No. 2, Coronel Bernardo Ordóñez,
quien puso la pauta de pánico a sus Oficiales y
personal de tropa que tendría que combatir.
36
No delato a nadie en este libro; ya indiqué
antes que me concreto simplemente a narrar he-
chos que ocurrieron y nombres de personajes que
contribuyeron a la caída del Ejército Nacional de
Guatemala, ante la imprecisa agresión.
Hablo como soldado, para la historia, y no mien-
to porque la verdad aunque fuere negada, seguirá
siendo una verdad.
EL SOLDADO SE FORMA PARA LA GUE-
RRA Y LA GUERRA SE HIZO PARA EL SOL-
DADO.
Sin embargo, el triste principio de la defensa
del territorio nacional en el año de 1954, aunque
hubo soldados en el frente para guerrear, no hu-
bo guerra y aunque guerra significó la llegada de
los mercenarios, no hubo soldados para guerrear.
37
CAPITULO IV
;, NO TODO ERA COMEDIA:
''SURGE UN VALOR"
Esa vez caía sobre los tejados de las casas una
avalancha de sombras venida de los siglos, dejan-
do allí su negrura de ébano definitivamente mis-
teriosa. Tal vez no había amargura debajo de
de aquel mensaje negro, pero había pena y des-
concierto, quedando atrapadas bajo aquel alud si-
niestro, las conciencias aturdidas de los hombres.
Asimismo en actitud incontrastable desde la epi-
dermis de la tierra de los cactus, también se es-
capaban por las puertas y ventanas de la ciudad,
por las esquinas de las calles desiertas del fulgor
de la vida, por los campos y los bosques, una trom-
ba de negrura y de silencios.
No había encendido un solo candil en la área
ocupada por las fuerzas gubernamentales. La luz
del día había agonizado a las seis de la tarde, que-
dando en la mochila de los recuerdos, una tempes-
tad de incertidumbre. La orden era: Luces apaga-
das en toda la república.
La patria se arropaba febril entre los pliegues
crueles de una inclemente espera. Todo era una
39
laguna de inquietudes y vaguedades, un apretar-
se de minutos y horas que nacían y morían sin
principio ni destino. El alto mando de operaciones
estuvo ahí en esa misma circunstancia de infini-
tos desconciertos y ahí mismo, entumecido en sus
silencios, vio despuntar al nuevo día, acariciando
el impresionante mundo de sus desdichas. Atur-
dido aquel grupo desafortunado de militares, no
sabían por dónde comenzar su tarea de defensa,
no la llegaron a principiar jamás, lamentablemen-
te para la patria.
Recibe el nombre de "EL TAMARINDAL" un
barrio de gente humilde en la ciudad de Zacapa;
allí al empezar un nuevo día dentro de la convul-
sión nacional, el temor y la incertidumbre, juga-
ban frente a sus sencillas viviendas varios niños
bulliciosos sucios de polvo y de sol, ajenos total-
mente a los hechos de guerra que esa misma ma-
ñana darían principio en aquella área afectada
por la invasión, inmediatamente después de la
guerra fría que antecedió y la cual ya había per-
dido el país en manos del titubeante ejército na-
cional. Era un nuevo día que comenzaba entre in-
mensas dudas, esta vez la gente había preferido
no salir de sus casas como lo hacían de costum-
bre, de donde se produjo un ausentismo bastante
bien marcado en el comercio; muchos almacenes
no abrieron sus puertas al mercado y el ir y venir
de los ciudadanos mostraba una actitud nervio-
sa, sumamente medrosa, sin duda alguna porque
ya la gente sabía que los invasores habían tras-
puesto las fronteras patrias y las hostilidades se
habían declarado. Esta misma gente buscaba an-
siosamente una respuesta en la postura del ejér-
cito que hasta ese momento se mantenía en pas-
mosa indiferencia enconchado en sus cuarteles.
40
En una elevación rodeada de maleza y matorra-
les que se levanta a unos 300 metros de este barrio,
El Tamarindal, había tomado posesión para la de-
fensa del área militar un puesto adelantado de ame-
tralladoras antiaéreas COLT calibre 50 mm., el
cual se encontraba a esa hora en actitud de espe-
ra, preparada para abrir el fuego contra cualquier
ataque enemigo. El Comandante de este nido de
ametralladoras, era el joven Teniente de Infante-
ría César Augusto Silva Girón, quien en lo alto
de la colina atisbaba el firmamento preocupado
por el bullicio de niños y gente que a sus pies veía
y la indiferencia que mostraban ante lo crítico de
la situación. De repente, bajo aquel cielo despe-
jado, de pureza inagotable y señorial azul, se des-
prendió un punto luminoso que rápidamente cobró
dimensiones mayores hasta mostrar su clara silue-
ta entre un ensordecedor roncar de motores. Era
un avión pirata sin identificación alguna. Había
llegado el momento deseado de actuar; para contra-
rrestar cualquier ataque, estaba allí precisamen-
te, el Teniente y el ataque se presentó en esos ins-
tantes, porque el avión pirata perdió altura con
velocidad vertiginosa y a escasa distancia de los
techos empezó a hacer fuego sobre la indefensa
ciudad.
La faja de 500 cartuchos estaba colocada en la
ametralladora y los sirvientes de la pieza automá-
tica estaban listos y atentos a las instrucciones de
su Comandante para entrar en acción; este mismo
auscultaba con avidez los movimientos del avión,
siguiéndolo a su vez con la boca de fuego de la
ametralladora.
Empezaba un juego de cálculo y de hábil apli-
cación de las técnicas; el avión sobrevolaba a baja
altura exactamente sobre el centro de la población
41
e inexplicablemente no atacó el objetivo militar,
sino midió y preparó su fuego, ante la estupefac-
ción y el terror de los habitantes, sobre la ciudad.
La gente buscaba apresuradamente refugio donde
podía, los niños en cambio querían ver los movi-
mientos del avión, muy lejos de la tragedia que
se ensañaría sobre sus cabecitas infantiles. La des-
carga de plomo castigó el área por unos segundos
y luego el avión repitió la maniobra, pero siempre
pasando lejos de la ametralladora antiaérea, es
decir, no se ponía al alcance de sus proyectiles,
todo lo cual desesperaba al Teniente; sin embargo,
en un momento dado el avión flanqueó el nido.
Entonces vibró en el aire el tableteo del arma te-
rrestre antiaérea, los proyectiles abandonaban la
boca de fuego como una chispeante serpentina ro-
ja hacia el objetivo. La recámara de las piezas se
tragaba la faja de cartuchos, pero lamentablemen-
te el avión incursor no fue tocado y abandonando
el área peligrosa cobró nuevamente altura y se
alejó rumbo a su base.
El corazón del Teniente Silva latía acelerada-
mente, viendo como entre pequeñas nubéculas
desparramadas en el espacio, se alejaba definiii-
vamente. Se esperó una nueva incursión. Largas,
tediosas horas se sucedieron en los que todos los
elementos humanos que integraban el nido de
ametralladoras estuvieron con la vista clavada en
el firmamento, los nervios en tensión, la fe inspi-
rada en el patriotismo y la abnegación en la sangre,
pero la oportunidad de pelea se había esfumado
aquel día 17 de junio de 1954.
El Teniente sentía inmensos deseos de gritar
ante lo alevoso y despiadado del ataque aéreo lle-
vado a cabo momentos antes sobre la población,
sin embargo se encontraba como amarrado a aquel
puesto fijo en donde nada podía hacer por los afec-
tados y dijo para sí: "Vuelvan, vuelvan otra vez
cobardes asesinos de niños y hagan frente a mis
balas, entonces no tendrán tiempo de elevarse
nuevamente.
Cuando el sol, inmenso disco rojo, empezó a
buscar el regazo de las montañas, cuando su luz
de oro se desvanecía detrás de la alta cordillera
de Los Andes, para dar paso a la magnitud sober-
bia de las sombras donde impera siempre la plati-
nada belleza de la luna, el Teniente Silva fue sor-
presivamente relevado del puesto que cubría en
aquella elevación, habiendo recibido al mismo
tiempo la orden de presentarse ante el Jefe de
Operaciones para recibir nuevas instrucciones.
Es importante conocer, antes de proseguir esta
narración, lo que aconteció en Camotán y Joco-
tán, departamento de Chiquimula, cuando le fue
encomendada la defensa de aquel sector nororien-
tal al Capitán de Infantería JORGE JIMÉNEZ.
Este oficial se había desplazado con dos peloto-
nes de fusileros hacia el área aludida con el obje-
to de contener y destruir el avance de los invaso-
res, pero aconteció que en forma inaudita e in-
comprensible Jiménez no cumplió con la orden
recibida y ante el asombro de sus soldados, des-
pués de haber retrocedido por varias horas entre
los bosques escondiéndose y eludiendo la acción
del combate, se preparó para enarbolar la bandera
blanca de la claudicación sin ni siquiera haber in-
tentado un despliegue de sus fuerzas y por lo me-
nos haber disparado algunos proyectiles para jus-
tificar su presencia en esa región. De esta manera
sonrió arrodillándose para besar las plantas del
enemigo, sirviéndoles en bandeja de plata la fuer-
za de 60 valiosos elementos del ejército nacional,
43
asi como el equipo inilitar que portaba. Jiménez,
cobardemente, se puso a la orden del enemigo pen-
sando que con esto salvaría su vida y efectivamen-
te la salvó, porque integrado, dadas sus labias y
mentiras, a la falange agresora, había caminado
juntamente con ellos de regreso por el camino de
la traición hacia la plaza de Chiquimula, en donde
por su proeza recibió el nombramiento de Instruc-
tor de los mercenarios, aunque a esta altura to-
davía se encontraba de alta en el Ejército Na-
cional. ¿Qué nombre podría dársele a este hecho
injustificable? ¿Cómo, Dios mío, pudo haberse
quedado sin castigo este desleal como punible he-
cho de armas? Sin embargo, es la historia patria
quien debe condenarlo o absolverlo al conocer tal
actitud del Capitán Jiménez.
Precisamente cuando el Capitán Jiménez salió
a cumplir con la comisión anteriormente explica-
da, asimismo, se le impartían al Teniente César
Augusto Silva Girón, órdenes para la singular de-
fensa de la población de Gualán, la cual es el ob-
jeto esencial del presente libro.
Aquella noche en el puesto de mando del ejér-
cito en operaciones y en medio de una semi-oscu-
ridad, apenas iluminada por la titilante luz de una
vela, hablaba el Coronel DEM Jorge Hernández,
dirigiéndose al Teniente en los siguientes térmi-
nos:
—Teniente Silva, este Comando de Operacio-
nes, tomando en cuenta sus características de va-
liente militar y lealtad a la patria, ha decidido
encomendarle la defensa de la valiosa e importan-
te plaza de la Villa de Gualán, la cual se sabe será
atacada por el enemigo de un momento a otro.
—Está muy bien mi Coronel —dijo Silva—, es-
44
toy a sus órdenes y dispuesto a recibir las instruc-
ciones que tenga para mí este Comando.
—Siendo así, proceda usted a presentarse al al-
macén de guerra de esta Zona Militar para que le
entreguen allí, el equipo siguiente: Una caja do
granadas de mano, 4 tolvas para su ametralladora
y una subametralladora Schmeidser. Efectuado es-
to, se dirige a la estación de ferrocarriles de esta
ciudad, en donde lo espera un motor de línea, el
cual lo conducirá hasta la población de Gualán.
Una vez haya llegado a su destino, deberá proce-
der en forma reglamentaria, a relevar al Capitán
Gilberto Aldana, quien a su vez ha recibido ya
instrucciones telefónicas para que le entregue a
Ud. sin mayores contratiempos el puesto de Co-
mandante de aquel destacamento. Allí se encuen-
tran 30 elementos de tropa, este personal a su
mando ya conoce la situación imperante en Gua-
lán, por lo que no tendrá usted ningún inconve-
niente en organizar, planificar y mantener una
defensa ante la amenaza existente del enemigo.
Tenga Ud. mucho cuidado con sus determinacio-
nes y decisiones, porque además se sabe que allí
existe un fuerte foco civil rebelde, el cual debe
controlarse decididamente para sofocarlo de inme-
diato antes de que puedan llegar a esa población
los elementos de la agresión. Procure tomar pri-
sioneros a los líderes o cabecillas de ese movimien-
to interno y al lograrlo remítalos hacia este Co-
mando, en donde se tomarán las medidas proce-
dentes. Para información de Ud., el enemigo que
está por llegar a Gualán, es muy posible que lo
haga por los caminos de La Unión y El Florido.
Este Comando espera que Ud. cumpla con un tra-
bajo de defensa efectivo y que finalmente si Ud.
llega a ser atacado destruya al enemigo total o
45
parcialmente, pero lo importante es que Gualán,
no debe caer en manos enemigas. Debe mante-
nemos informados de todo lo que allí suceda, con
el objeto de que nosotros tengamos en este Co-
mando, una imagen clara de la situación en ese
frente. Son ahora las 21.00 horas. Si Ud. no tiene
preguntas, puede marcharse con el objeto de al-
canzar la Tilla de Gualán hoy mismo por la no-
che. Es urgente que cuanto antes controle la si-
tuación en ese lugar.
—Mi Coronel —dijo el Teniente Silva—, hága-
me el favor de explicarme la cantidad de hombres
que este Comando ha apreciado integra la colum-
na que me atacará. También necesito saber si ya
conocen la clase de armamento que traen y la
moral que a esta altura tienen esas tropas.
—Sí, Teniente, la falange es numerosa y ha au-
mentado en las últimas 24 horas. La moral que
trae se considera muy buena por cuanto aún no
ha tenido bajas en sus filas y tampoco ha encon-
trado contratiempos en su avance. Las armas que
traen son de tipo portátil, granadas de mano y pe-
queños morteros de etiqueta norteamericana.
El Teniente interrumpió en este momento pre-
guntando: —¿No le parece a Ud. mi coronel, que
con 30 elementos de tropa que se encuentran en
Gualán y se supone quedarán bajo mis órdenes,
sea un número insuficiente para contener y des-
truir como Ud. me lo ha ordenado, una falange
totalmente superior y que aumenta a cada mo-
mento su número y además de esto controlar al
mismo tiempo un fuerte foco rebelde residente en
Gualán, enviar prisioneros y mantener una supre-
macía inclaudicable en aquel lugar?
—Como observación me parece muy bien mi
Teniente, pero no me venga ahora, dadas las apre-
46
miantes circunstancias por las que atravezamos
con que tiene miedo de pelear y defender a la Pa-
tria. Esos hombres que entran no tienen ninguna
moral combativa y tampoco se les conoce organi-
zación alguna, será como si Ud. tratase de contro-
lar un tumulto. Por otro lado mi Teniente Silva,
nosotros aquí tenemos mucho que atender y no
podemos distraer tropas sin necesidad, pero le
ofrezco que si llegara a tener que reforzar su des-
tacamento, haremos lo posible por resolverle de
inmediato ese problema que desde ahora es sola-
mente suyo. Ud. debe retirarse cuanto antes, por-
que la situación apremia y las consecuencias se-
rían desastrosas para nosotros, compréndalo así
mi Teniente, si esta plaza llegara a caer en manos
de los invasores. Recuerde muy bien que ante to-
do las circunstancias o factor SACRIFICIO for-
man parte de la integridad de todo oficial del
Ejército Nacional.
—Muy bien mi Coronel Hernández, dentro de
pocos instantes yo estaré en marcha hacia Gua-
lán, tal como usted me lo ha ordenado, sin em-
bargo, quiero dejar bien claro —dijo el Teniente
Silva tocado en su amor propio— si ustedes me
han seleccionado para esta difícil misión, tenga
la seguridad que la cumpliré, yo no le tengo mie-
do al enemigo si me encuentro en una trinchera de
guerra para contenerlo, por el contrario he desea-
do vehemente esta oportunidad y si he de morir
en mi intento, lo haré cumpliendo fielmente con
mi deber de militar.
Dicho esto por el Teniente Silva, solamente se
escuchó en el dintel de la puerta el taconazo re-
glamentario y luego los infaltables vocablos, acos-
tumbrados en el Ejército, A LA ORDEN DE UD.
MI CORONEL.
47
£1 motor de línea se deslizaba sobre unos rie>
les humedecidos por la constante tenue lluvia.
Sombras era todo lo que rodeaba aquel panorama
de insospechados peligros. Parecía que en cada
curva del camino surgiría una emboscada enemi-
ga. El motor rugía en la negrura inmensa de la
noche disparando hacia adelante la luz penetran-
te de sus faroles que de pronto rebotaban contra
la sensación de aglutinados árboles, ya en el talud
del camino, o bien hería el vacío horizonte negro
sobre las cansadas aguas del río Motagua. Los mi-
nutos transcurrían tensos y definitivamente mo-
nótonos en medio de un silencio impresionante su-
mamente hostil.
De pronto, al entrar a una recta del camino,
apareció la claridad de un resplandor de luces
fluorescentes elevándose sobre la espesura de la
noche. Era Gualán, era la meta del principio de
una gran aventura de guerra.
Allí estaba efectivamente la Villa de Gualán;
estaba quieta y silenciosa; sin embargo, ese era el
Gualán rebelde, el Gualán conquistado por el ene-
migo, el Gualán de los grandes acontecimientos.
Los nervios hasta ahora serenos del Teniente
se crisparon de pronto, porque había un contraste
insospechado relativo a la orden de luces apaga-
das en toda la república. La nación completa se
encontraba de confín a confín, con sus luces apa-
gadas. Esta era la orden militar en un territorio
en pie de guerra y con un enemigo ya en sus pro-
pias entrañas, entonces, ¿qué era lo que sucedía
esta noche en Gualán?, no cabe duda que era el
primer indicio de rebeldía del cual le habían ha-
blado en la orden de defensa al Teniente Silva
Girón. El pueblo cooperaba con la agresión. Era
sumamente importante comenzar con energía y
48
decisión todo acto en adelante. El Teniente Silva
pensó: Habrá que recuperar antes la plaza de
manos del latente enemigo para así poderla de-
fender del monstruo invasor. —Motorista, ordenó
el Teniente Silva, entre Ud. a la estación aunque
tengamos que morir allí.
El motor lanzó un largo chirrido al frenar fren-
te al viejo caserón de madera que constituía la es-
tación. Allí se encontraban varios personajes que
ya esperaban la llegada de la pequeñísima comi-
tiva integrada por un Oficial del Ejército y un
conductor de ferrocarril.
Se destacaba la figura del regordete Capitán
Gilberto Aldana, acompañado del Teniente Ma-
nuel Aldana; el primero. Comandante que debía
entregar su puesto al Teniente Silva; el segundo,
Jefe de Comisionados Militares de Gualán. Estos
dos personajes eran primos hermanos y los prin-
cipales gestores juntamente con otros civiles, de
la rebelión en aquella plaza. Completaban el co-
mité de recepción, unos cuantos comisionados mi-
litares. Lugartenientes de los Aldana.
Los hechos daban principio por demás en for-
ma singular; fue verdaderamente un momento de
mucha tensión nerviosa y era urgente emplear a
fondo toda la serenidad e inteligencia para resol-
ver la acción favorablemente.
Antes de saludar a aquellos personajes que pa-
recían echar lumbre por los ojos, el Teniente Sil-
va dijo en voz alta y con mucha firmeza para ser
escuchado por los allí presentes:
—Señor motorista, no se mueva de este lugar,
pues dentro de unos momentos tendrá Ud. que
volver a Zacapa llevando al Capitán Gilberto Al-
dana a quien vengo a relevar de su puesto por
órdenes superiores.
49
—Sí señor —respondió el motorista—, aquí esta-
ré hasta nueva orden.
—Señores —continuó el Teniente con voz firme
y clara—, creo que ustedes me están esperando;
pues bien, aquí me tienen y me parece que de in-
mediato debemos pasar al destacamento donde se
encuentra el personal de tropa. Es urgente cum-
plir con las órdenes superiores.
Los hombres que esperaban a Silva llevaban
todos sus armas fuertemente empuñadas, pero an-
tes de que pudieran articular palabra los aludi-
dos, el Teniente Silva se puso a un lado del Capi-
tán Aldana. —Caminemos compañero —dijo—, a
Ud. le esperan en Zacapa, porque le necesitan para
comandar un Batallón que cubrirá otro frente de
guerra. Esta era una mentira, pero asimismo el
ardid necesario para tranquilizar al Capitán Al-
dana que se notaba en esos instantes muy nervio-
so y esto sucede casi siempre cuando se tienen pe-
cados tan graves escondidos. Los nervios delatan
y el Capitán Aldana estaba con la TRAICIÓN, pe-
ro como aún no llegaban las huestes invasionistas
a Gualán, éste se sintió sin apoyo y casi perdido
el equilibrio, creyó que había sido descubierto su
delito y lo rodeó inmensamente un mundo de du-
das y confusiones al escuchar que le estaban to-
mando en cuenta para comandar un batallón en
Zacapa.
Todos los planes que hasta ese momento hubie-
sen tenido estos hombres, se vinieron al suelo, con
la incertidumbre que se le escapaba en cada acti-
tud al languidecido Capitán Aldana.
Aquel grupo de hombres empezó a caminar
cuesta arriba con dirección al enorme edificio pú-
blico enclavado frente al parque central de Gua-
lán. Todos iban prisioneros de sus propios pensa-
50
mientos, las cosas estaban al rojo vivo en ese mo-
mento. Era una hora decisiva y trascendental. Si
Aldana se negaba a entregar su puesto en forma
valiente y se definía en su postura de rebelión
ante el Ejército Nacional, podía tomar prisionero
al Teniente Silva, esto era sumamente fácil, dado
el grado del compromiso adquirido con la invasión,
pero al parecer no estaba esta gente segura de la
pronta o lejana presencia en aquel suelo de los
agresores y este factor fue determinante y podero-
so en aquel instante supremo en que la ventaja
era evidente al lado del Capitán Aldana, Silva se
estaba jugando el todo por el todo, metido hasta lo
profundo en aquella marejada de traición. Este
pensando en esto, decididamente quitó el seguro
de su arma portátil y desde ese momento se trazó
un objetivo: MORIR O VENCER.
Mientras quedaba atrás el viejo caserón de ma-
dera se estaban acercando al destacamento mili-
tar y entre este espacio de minutos^ se aventuró
a hablar el notoriamente molesto Teniente Aldana
y diciendo al vuelo:
—Es un absurdo que a esta altura el Comando
de Operaciones proceda a efectuar esa clase de
cambios; y continuó: Ud. mi Teniente, no conoce
la situación imperante en Gualán y en cambio el
Capitán Aldana está empapado de ésta. No con-
viene esta disposición de última hora. Ud. —dijo
el Teniente Aldana—, ha venido a esta tierra co-
mo carne de cañón.
—Esta ha sido una disposición del Jefe de Ope-
raciones, respondió Silva, y conservando al máxi-
mo el aplomo, se dirigió al Teniente Aldana: —^Ud.
mi Teniente no es el Jefe de Operaciones, por lo
tanto, todo comentario a esta hora, sale sobrando.
Solamente hay una alternativa, tenemos que li-
51
mitamos a cumplir órdenes superiores y máxime
que no6 encontramos en pie de guerra. Adelante
me terminará de explicar quién es usted y porqué
razones se ha expresado en esta forma.
La balanza empezaba a equilibrarse, pero fal-
taba indudablemente lo principal, y esto era que
86 hiciera la transmisión del mando del Destaca-
mento Militar.
La actitud desconcertante del Teniente Silva
los mantuvo en ascuas y se U^ó finalmente al
relevo de Comandante. La tropa que se encontra-
ba metida en sus camas, presurosa se levantó a
una orden del Capitán Aldana para formar en lí-
nea el pelotón de fusileros. Acto seguido los for-
mulismos de rigor y Silva quedó investido del
cargo.
Unos minutos más tarde entre las sombras de la
noche, rumbo a Zacapa, se perdía de nuevo con su
ronco zumbar el motor de línea, llevando consigo
al Capitán Aldana, éste que iba acompañado de
abrumadoras penas y un mundo de confusiones,
dejando atrás el resultado desconcertante de su
traición que pronto sumergiría al infante pueblo
gualanteco dentro de una tremenda borrasca.
tt
CAPITULO V
LA SITUACIÓN EN GUALAN Y LA ORDEN
DE DEFENSA
El alumbrado eléctrico en la población de Gua-
lán se encontraba encendido, como ya se manifes-
tó anteriormente, contraviniendo en todas sus for-
mas la enérgica orden del gobierno de mantener
luces apagadas. Claro está, Gualán a esta altura
obedecía órdenes del invasor.
Todo el mundo en Gualán conocía de sobra lo
que estaba sucediendo, solamente los soldados del
Destacamento Militar ignoraban la magnitud de
los acontecimientos que estaban por suceder; a és-
tos se les había mantenido, tras agotar toda clase
de argucias, al margen del complot, porque así
convenía a los fines de la conspiración.
Los 30 elementos de tropa estaban destinados a
morir sorprendidos en su cuadra, no sólo con el
objeto de acallar su potencial humano, sino como
también de capturar sus armas, anulando de un
todo la acción de estas 30 voluntades.
Los 200 Comisionados militares de Gualán, ha-
bían estado siendo dirigidos hábilmente por el Te-
niente Manuel Aldana y se encontraban prepara-
53
dos para entrar en acción dado el caso. Así las co-
sas, había impaciencia por la llegada de las tropas
de ocupación. En la Villa de Gualán se había es-
condido previamente suficiente material bélico en
diferentes domicilios particulares que colabora-
ban con la acción invasionista. Sin embargo, nadie
allí se decidía a iniciar ninguna acción armada,
debido a la falta de verdaderos líderes y cuando
todo les favorecía, perdían el valioso factor de
tiempo y espacio, el cual ganaba el nuevo coman-
dante del Destacamento Militar.
El Teniente Silva estaba en estos momentos
aprendiendo grandes claves en la inconmensura-
ble filosofía de la guerra, ésta que no sólo se con-
juga con los conocimientos tácticos y el valor para
aplicarlos, sino al aprovechamiento de indecisiones
enemigas, falta de firmeza y seguridad, falta de
conceptos y madurez, falta de ideal y organiza-
ción, postulados estos negativos que reducen al
enemigo a la impotencia.
Mientras tanto en el ánimo del Teniente Silva,
cobraban realidad todos y cada uno de los pecados
de aquella gente sin solidez y vigor para amparar-
se en un vasto campo abierto a la lucha y en él
venciera el mejor y eso es lo que acontece indis-
cutiblemente en todos los hechos de armas, en to-
dos los tiempos y circunstancias. Siempre gana el
que tiene la mejor disposición y el que está com-
penetrado del ideal que lo lleva a aquel punto.
Aquella noche tampoco se presentó el invasor,
se desconoce si esto sucedió por errores tácticos
de tiempo y espacio o porque tenían la gran con-
fianza del desajuste que se observaba en la ma-
quinaria de la defensa.
Las luces eléctricas fueron apagadas por orden
54
del nuevo Comandante y la ciudad quedó a oscu-
ras, tal como debió estarlo desde un principio.
Aconteció un nuevo intento del Teniente Al-
dana y este por poco causa estragos en los planes
del Teniente Silva. El Jefe de Comisionados Mi-
litares necesitaba a toda costa mantener la hege-
monía sobre el Teniente Silva y se ofreció solícito,
aprovechando su condición de Jefe de Comisiona-
dos Militares, para organizar y colocar las armas
automáticas del Destacamento, según él, en luga-
res estratégicos y responder con violencia al ata-
que anunciado. Este era un ardid en el cual no
v^ayó el Teniente Silva, pero lo dejó hacer para
confirmar de una vez por todas, la infidelidad de
aquel Jefe de Comisionados. El Teniente Aldana
empezó a colocar las armas de la defensa en luga-
res totalmente contrarios a los campos de tiro por
donde vendría supuestamente la invasión, es de-
cir, las piezas darían la espalda a los atacantes.
Hasta ahí llegó todo, el Teniente no podía perder
más tiempo en esas pruebas y no queriendo entor-
pecer sus propios planes, se decidió por darle las
gracias al Teniente Aldana, recomendándole que
fuera a descansar a su casa y que si en acciones
futuras llegara a necesitarle, le llamaría. Ardid
contra ardid. Voluntad contra voluntad. Hombre
contra hombre y al final el destino de la batalla.
El Teniente Silva ordenó la reconcentración de
las mal colocadas armas automáticas y ordenó a
su personal que lo siguiera a un lugar alejado de
aquel viejo centenario edificio que albergaba en
su interior servicios públicos diversos, así como
hasta ese momento le sirvió de vivienda a la tropa
del Destacamento.
Bajo una luna ausente de luz, casi a la vera de
un camino, entre la yerba y las piedras, la sorda
55
canción eterna del ramaje de los árboles y el su-
surro del viento al pasar, el Teniente Silva mo-
tivó a sus soldados diciéndoles:
—La dimensión del peligro está ya medida y
calculada con serenidad de combatientes, sin em-
bargo, el tiempo transcurre y los pasos de noso-
tros son fríamente vigilados y cuidadosamente
controlados; tengan cuidado muchachos, desde
muchas ventanas hay ojos que rompen el espacio
para clavarse arteros en nuestros pechos, detrás
de esos ojos, muchas bocas de fuego podrán arro-
jar su mensaje de muerte en cualquier momento
de un infortunado descuido nuestro —continuó sin
apresurarse—: SOLDADOS, la soberanía de la
Patria está en peligro y lo que vais a escuchar en
estos instantes decisivos para la Patria ES LA
ORDEN DE DEFENSA de este poblado gualante-
co. Solamente pueden suceder dos cosas, o el ene-
migo triunfa en su intento de invasión o nosotros
logramos cumplir con la misión encomendada que
es la defensa del suelo patrio; sin embargo, de es-
tas dos cosas sólo habrá una resultante, un logro
o sea un vencedor y como nosotros no podemos
huir ni tampoco debemos morir, sólo nos queda
una alternativa: VENCER.
—^Pronto vendrán las tropas enemigas y nos en-
contrarán preparados para recibirlos. Recordemos
ahora más que nunca el supremo amor que le de-
bemos a la Patria, ésta misma que nos dará el
aliento y el vigor necesarios en la contienda que
se avecina. El plan que les presentaré es sencillo,
pero sumamente difícil de aplicar, sin embargo,
es magnífico si sabemos aprovecharlo y explotar-
lo hasta el máximo.
—Un alud desordenado de hombres se nos echa-
rá encima desde esas colinas que están enfrente
56
—y señaló un par de elevaciones que se desdibuja-
ban en la penumbra de la noche—. Vean a su iz-
quierda, allí está la ciudad en esa otra colina. Apa-
rentemente duermen, sin embargo, no es así, ellos
se desvelan preparando un mortal ataque hacia
nosotros y se soltarán en cualquier momento. Creo
que nos buscarán cuando estemos colocados en
nuestras posiciones listos para contener el ataque
que vendrá de afuera. Estemos tranquilos, ellos
tienen urgencia de darnos el zarpazo y no descan-
zarán hasta alcanzarlo, esto soldados, es sumamen-
te importante, tenemos que canalizar ese desborde
para conducirlos hacia un encuentro, pero no con-
tra nosotros, sino contra los que entrarán.
—Fíjense bien, nosotros estaremos colocados
cuerpo a tierra en línea de tiradores a unos 50
metros de la vía férrea. Es preciso que ustedes
se aguanten en sus respectivos puestos sin dispa-
rar un solo cartucho, los cuales se harán efectivos
cuando yo lo disponga. Ahora observen con dete-
nimiento el corredor que se forma al fondo de las
dos elevaciones, en él estaremos nosotros como un
feliz atractivo para las dos fuerzas. Abriremos
fuego primariamente sobre el enemigo que viene
y aguantaremos esta presión por dura que sea el
tiempo necesario, para que estos mismos agudicen
su esfuerzo sobre nosotros. Recuerden que nos es-
tará protegiendo una noche oscura, pero de todos
modos nuestros movimientos tendrán que ser su-
mamente cautelosos.
—Yo iré hasta la última posesión para recoger
uno por uno a todos ustedes y llevarlos hasta el
campamento de caminos completamente a rastras.
Si alguno de ustedes llegara a correr o levantarse
para moverse de un lugar a otro, estaría práctica-
mente denunciando nuestra posición y esto sería
57
fatal para todos. El Campamento de Caminos se
localiza a solamente 500 metros a nuestra izquier-
da y es el único abrigo útil que tenemos disponi-
ble. Trataremos de alcanzar los tubos de cemen-
to que se encuentran hacinados allí y los usaremos
como refugio hasta nueva orden.
—Quiero que me comprendan esto: Hay un fac-
tor determinante para el feliz logro de mi plan, el
ataque de los rebeldes de la ciudad será colina
abajo para alcanzar la línea ferroviaria y noso-
tros hasta ese instante allí estaremos y dando me-
dia vuelta sobre nosotros mismos abriremos fue-
go para denunciarles nuestra presencia. Ellos no
se detendrán en su febril avance y mientras tan-
to volveremos hacia el frente del enemigo que en-
tra y cuando ellos salten sobre la plataforma del
ferrocarril para pasar de este lado, dejarán ver
claramente sus siluetas; entonces es cuando noso-
tros debemos medir, calcular y apuntar bien nues-
tra arma para no fallar un solo disparo. Repetire-
mos la acción cuantas veces sea necesario, no pier-
dan la calma por el enemigo que tendremos hacia
la espalda, porque esta gente es la que continuará
el combate por nosotros ante los ya enardecidos
invasores y creo que sucederá lo que yo estoy pen-
sando: Se encontrarán frente a frente para des-
truirse entre ellos mismos.
—En el Campamento de Caminos les dictaré
una nueva orden, esta vez será de asalto a la po-
blación. Todo debe salir bien, cualquier olvido al
cumplimiento de la orden, podría ser fatal. Consi-
dero que esta estrategia es demasiado riesgosa, pe-
ro es nuestra única carta de posibilidades de éxi-
to. Distancia entre hombres será de 10 metros pa-
ra cubrir un frente de 300 metros más o menos.
Y mientras estemos en acción en la hondonada el
fuego se distribuirá así: El sargento Isabel Ma-
rroquín tendrá que hacer acopio de toda su habi-
lidad para el empleo de la única ametralladora
30/30 que tenemos disponible, disparando prime-
ro desde el flanco izquierdo solamente unos 3 mi-
nutos y luego se movilizará con la pieza hasta el
centro de la posición con suma rapidez y cuidado;
en este mismo lugar abrirá nuevamente fuego nu-
Impartiendo la orden de operaciones.
trido sin descanso otros 3 minutos, igualmente lo
hará trasladándose hasta el ala derecha de nuestra
línea y aquí silenciará su ametralladora por unos
cuantos minutos para que se enfríe un poco, pero
cuando note la reconcentración del personal hacia
el Campamento de Caminos, deberá abrir nueva-
59
mente fuego nutrido sobre las posiciones que en-
tran, esto solamente mientras se despeja el co-
rredor.
—Si llegara a acontecer por el contraio que nos
resultara un solo frente, es decir, el de afuera y el
enemigo de la población no se desbordara sobre
nosotros, entonces quedaríamos en una situación
de combate regular, o sea que estaríamos en des-
ventaja numérica y más que todo en la hondona-
da atrapados sin remedio. Sin embargo, mucha-
chos no podremos abandonar nuestra posición y
tendremos que sostener y contener en una lucha
cuerpo a cuerpo al enemigo hasta morir o ven-
cer. Esta sería una situación completamente di-
ferente, pero espero, por los cálculos que he hecho,
que el ataque lo tendremos en dos direcciones.
Yo quiero a toda costa llevar a estos dos agresivos
combatientes a un enfrentamiento entre sí.
-—En la guerra hay que tomar las decisiones
más arriesgadas y difíciles solamente que bien di-
rigidas. Hay que hacer lo que el enemigo cree se-
rá imposible que se realice, buscando el camino
más escabroso para llegar a él. Estos factores se.
rán los que menos cuiden concentrando su esfuer-
zo principal por las vías más fácil €s de acceso. Sin
embargo, nuestro empeño no será débil, tenemos
suficientes granadas de mano, usen éstas hasta el
cansancio sin retroceder un solo paso; somos po-
cos, pero valientes y decididos. Recuerden: QUE
LOS ERRORES EN LA GUERRA, SE PAGAN
CON LA VIDA, pero si en cambio tenemos coor-
dinación justa y precisa podremos salvar la misma.
—^Los Cabos Jefes de Escuadra serán los respon-
sables de la conducción de la tropa y no podremos
enmendar ninguna falla durante la acción porque
los muertos ya no pueden hacerlo.
60
Esa noche quedó cubierta totalmente el área
indicada en espera de realizar la sublime defensa
en la forma planificada. Una vez más hubo de re-
petir la orden el Teniente a sus soldados, con el
objeto de que éstos la comprendieran y la retuvie-
ran definitivamente grabada en sus mentes. Esto
siempre se hace cuando el enemigo proporciona
el tiempo y el espacio necesarios para hacerlo.
La maniobra se ensayó marchando la primera
escuadra hacia su posición exactamente frente a
las yardas (viviendas de los ferrocarrileros) , éstas
todas virtualmente abandonadas por sus ocupan-
tes. La segunda escuadra de fusileros marchó en
seguida también a ocupar su posición frente al vie-
jo galerón de madera y lámina que servía de esta-
ción y la tercera escuadra se posesionó frente a los
patios de estacionamiento de los vagones y máqui-
nas de ferrocarril que también estaban hacía días
prácticamente detenidas por la destrucción del
puente y la línea férrea; se estaba cubriendo prác-
ticamente una extensión de 300 metros.
En la orden de combate no se había estipulado
hora de ataque, porque virtualmente la defensa
no la lleva sino es el enemigo el que la impone al
iniciar su asalto.
Durante largas horas reinó el silencio en aque-
lla área; fueron horas desesperadas de agonía y
cuando principió a caer una débil lluvia despren-
dida del techado de nubes negras que deambula-
ban bajo el cielo de aquella ciudad de Gualán,
también estaban ya palpitando en sus puestos 30
corazones patriotas delirantes de fe y ansias por
resolver la actuación del triunfo. Mientras la llu-
via monologaba en el espacio, su rumor monótono
antes de estrellarse en la tierra, a lo lejos, desde
algunos ranchos arropados en la espesura de las
61
nocturnas horas, se dejaba oír al viento el canto
de algunos gallos desvelados; más cerca aún, se
levantaba la sinfonía singular de las ranas, los
grillos, la cigarras y otras aves de la noche, fondo
por demás alentador que contribuía en la subleva-
ción de los sentimientos ante el oponente silencio
de la noche. Todo era contraste a esa hora: bos-
que dormido, fiesta de vientos, juguetear inter-
mitente de relámpagos lejanos, era tal vez la ru-
bia cabellera de mil siglos contenidos en las sie-
nes ofendidas de los soldados en espera.
El Teniente se paró en medio de la noche, le*
vantó su mirada hacia el cielo y recibió en pleno
rostro un poco de lluvia que resbaló lentamente
desde su frente pensativa hecha gotas acarician-
tes hasta perderse en la solapa del verde olivo de
su uniforme de soldado. . ., respiró profundamen-
te, pensó en todo en un momento; pensó en sus
hijos y su esposa concibiéndolos llenos de angus-
tia y de temor; pensó en los minutos, las horas y
los días vividos intensamente en la Escuela Poli-
técnica, recordó a sus padres también en aquellos
momentos de tensa angustia y luego pensó inmen-
samente en la enorme responsabilidad que se ha-
bía congelado en sus hombros cuando ahora te-
nía ante sí la difícil como importante tarea de la
defensa de aquel jirón de suelo gualanteco, parte
palpitante de la patria y pensó en la sangre útil
que mancharía la limpia alfombra de aquella fér-
til tierra, pero al pensar en todo esto, evocó coi)
devoción profunda al Creador del Universo: Dios
mío, dijo, resolved de la mejor manera este dra-
ma. Tus hijos estamos ahora en medio de un alud
de trágicas incertidumbres. Iluminad la mente de
los hombres en este duro lance. Mis soldados y
yo tenemos que defendernos del reto enemigo.
62
Estamos esperando vuestra bendición en esta ho-
ra de amarga prueba. La guerra no es necesaria,
pero vos sin embargo no la evitáis y si los proyec-
tiles enemigos visitan nuestras trincheras, los
nuestros hablarán con claridad humana; luego en-
tonces, si hemos de morir, os pido en holocausto
vuestra piedad nos alcance a todos por igual. Me
han mandado a pelear los egoísmos absurdos de
los hombres que no entienden de vuestro inmenso
amor, me han mandado a defender causas incom-
prendidas, deformando así, la gran filosofía de
vuestras enseñanzas y espirituales disciplinas.
Dadnos fuerzas Señor en la lucha que no po-
demos evitar; que mueran los que deban morir y
que vivan los que deben vivir como saldo de este
irrespeto a vuestros excelsos postulados. Yo os ju-
ro Señor, que mis armas responderán con el si-
lencio o con el grito estruendoso de su pólvora,
según me lo pidan los hombres que en estos mo-
mentos ganan terreno dentro del suelo nacional
manchando la majestad de la patria y cuando ma-
ñana haya amanecido vencedores y vencidos re-
cojamos vuestro perdón, porque vos sabéis, Señor,
que los hombres, vuestros hijos, nunca sabemos
lo que hacemos y porqué lo hacemos. No sabemos
lo que buscamos; ni porqué nacemos, ni porqué
morimos con estos signos sangrientos de la guerra.
Dadnos valor para morir, Señor, porque es ley
inexorable de vuestro reinado excelso y majes-
tuoso navegar por el camino de la muerte hacia
el regazo de vuestro amor.
Amaneció sin que nada hubiese transformado
la rutina de la vida. Los árboles sacudieron su
63
melena despeinada para lanzar al viento la car-
cajada de mil pájaros felices. Las sombras de la
noche desfilaron derrotadas por la pujanza de la
luz inevitable del nuevo día.
El taller de la vida abrió sus puertas al movi-
miento sistemático de la evolución. Vida gritó la
fauna y la flora en el campo. Vida exigió el terne-
ro aferrado a la teta de la madre. Vida regó el
perfume de las flores en el vaso multiforme del
paisaje del alba. Vida cantó rumoroso el riachuelo
abandonando su hamaca de rocas para juguetear
entre las pequeñas heridas sobre la epidermis de
la tierra. Vida dijo el Motagua a nuestras espal-
das imponiendo su singular presencia en el viejo
cauce de su eterna vivencia en la búsqueda de su
destino hacia el mar inconmensurable que baña
por las mañanas las arenas de la playa donde co-
mienza la ingratitud del hombre.
Mientras tanto, en la ciudad de Gualán, la gran
mentira empezaba a aletear con sus enormes alas
negras sobre las calles estrechas y empedradas,
porque sus habitantes tejieron una vez más, bajo
la juvenil sonrisa de un sol esplendoroso, la far-
sante comedia de su castidad.
64
> -- CAPITULO VI
íTi . DESTITUCIÓN DEL JEFE DE
COMISIONADOS MILITARES
El Comandante del Destacamento Militar, aho-
ra convertido en Jefe de Operaciones de ese fren-
te de lucha armada, llevaba en su rostro la pali-
dez de una larga vigilia y clavadas como puñales
en su alma las dudas profundas acerca de la ver-
dad de aquella gama conspirativa.
Se encaminó hacia el edificio de dos niveles ubi-
cado frente al parque central de la localidad, en
medio de las miradas curiosas de la gente; lo acom-
pañaba el sargento Chabelo Marroquín y mien-
tras avanzaba trataba de encontrar en la actitud
de las personas, la respuesta a sus dudas. Apa-
reció de pronto rodeado de sus hombres de con-
fianza, hostilmente de pie en la banqueta de aquel
edificio, estrujando entre sus dedos un humeante
cigarrillo, el personaje que manejaba aquella te-
laraña de traiciones, MANUEL ALDANA. Parecía
inquieto y nervioso, esperando la llegada del Te-
niente Silva y éste llegó resuelto, sin precipitarse,
sereno y seguro definitivamente controlado. Que-
dó frente a frente con el Jefe de Comisionados Mi-
65
litares, los dos se cruzaron miradas retadoras, eran
dos hombres solamente y estaban diciéndolo todo
a través del espacio sin abrir ni una milésima
los labios; fue un mensaje de reto contundente,
claro y real. Este encuentro estaba creando otro
momento culminante y decisivo también en el de-
sarrollo de los hechos. Allí estaba pendiendo en el
vacío todo el odio contenido por largas horas, mu-
cho odio se respiraba en aquel espacio que sepa-
raba a los dos Tenientes, imo tratando de acapa-
rar la ventaja que le era necesaria para la conso-
lidación de sus planes conspirativos, el otro im-
poniendo sobre todas las cosas su integridad como
Jefe de Operaciones, con el objeto de llevar defi-
nitivamente el timón de su tarea y el logro del
cumplimiento de su deber. Solamente era cuestión
de firmeza en aquellos segundos, acopio de valor
personal y mucho criterio, puesto que estaba roto
definitivamente el factor respeto y obediencia de
cargo jerárquico.
Uno era Comisionado Militar tan sólo, el otro.
Jefe de Operaciones, pero ahora sin embargo, se
encontraban nivelados en el plan de duelo. Uno
tenía hasta ese momento el respaldo que da el
valor para conspirar abiertamente; el otro, con-
taba con una orden de defensa clara y precisa y
con esto la razón por completo en el desarrollo de
las acciones; de allí en adelante la situación que-
daría sólidamente dependiente de uno de aquellos
dos hombres que lograra imponer su talento, su
audacia, su estatura estratégica y su categoría de
combatiente. La guerra fría había empezado aquí,
dos hombres frente a frente y el destino de una
batalla en juego.
El Teniente Manuel Aldana fue el primero en
lanzar su ataque, sabedor de que se encontraba
en clara desventaja después de sus débiles inter-
venciones, sin embargo, dijo:
—Mucho se ha desvelado usted mi Teniente
Silva, pero no creo que haya logrado algo en con-
clusión, porque usted es comunista. Lo hemos vis-
to toda la noche preparando a sus soldados con
sus moscovitas ideas para echárnoslos encima co-
mo lobos hambrientos y después asesinarnos. Dí-
galo de una vez aquí en las calles de Gualán.
El Teniente Silva observó un momento a su in-
terlocutor en rápido sondeo y vio la pasión intensa
desbordarse por sus poros todos y sintió mucha
lástima por aquel pobre ser, vio también a su al-
rededor donde parecía que estaba rodeado de una
jauría presta al desbordamiento de la sangre. Va-
rios hombres se encontraban a corta distancia
conteniendo a duras penas un silencio de inquie-
tudes alarmantes que denotaba claramente un ma-
lestar indefinido. Atentos esperaban un ligero ti-
tubeo del Teniente Silva para intervenir alevosa-
mente.
Todo este alboroto estaba previsto y el Tenien-
te Silva se había preparado para actuar rápida-
mente y de acuerdo a su delicado cargo de Coman-
dante. Era ágil para resolver situaciones de peli-
gro como ésta, era valiente y más que todo detes-
taba a los traidores.
Aquellas frías frases expresadas de improviso
por un subalterno, constituían el insulto supremo
en una situación de guerra como aquella y aun-
que la situación la había hecho suya desde la no-
che anterior, el Comandante del Destacamento, le
contestó al instante:
—Señor Aldana, yo me encuentro en esta pobla-
ción cumpliendo órdenes superiores, las que in-
cluyen la defensa de la plaza si el anunciado asal-
67
to armado se produce. Esto es lo único que haré,
pero lo haré aunque me cueste la vida. Señor Al-
dana, como usted forma parte de esta agresión,
queda totalmente destituido de su cargo y le su-
giero que si aún respeta su vida, debe retirarse
a su casa de habitación inmediatamente, dentro
de la cual tendrá que permanecer y si intentare
salir estará exponiéndose a morir. No tengo nin-
guna obligación de darle explicaciones. Tiene un
minuto para cumplir la orden que acabo de darle.
Las frases fueron expresadas por el Teniente
Silva con tan profunda determinante energía, que
el Teniente Aldana a pesar de estar armado y ro-
deado de sus compinches ayudantes, dejó que una
palidez de derrota recorriera toda su vacilante va-
nidad; tembló tanto, que ni siquiera pudo volverse
a llevar el cigarrillo a los labios. El Teniente Silva
observó el fuerte impacto psicológico que habían
causado sus palabras y martilló fuerte diciendo:
—Retírese usted o hablará en este instante mi
arma.
El temor que era manifiesto en aquel hombre
líder, se contagió de inmediato a sus hombres,
transformando aquel ambiente en un rumor sordo
de cobarde claudicación. Nadie más dijo nada, rei-
nó un silencio infinito de estupor el cual tampoco
nadie intentó romper. Todos vieron al Jefe de Co-
misionados Militares principiar un presuroso ca-
minar hacia su casa, iba vacilante y no se atrevió
tan sólo a volver la vista. Desapareció tras una
puerta cercana casi enfrente del parque.
La balanza de la justicia se había inclinado in-
exorablemente hacia el lado de la razón. Esto no
fue todo para resolver definitivamente la situa-
ción, el Teniente hubo de lanzarse a fondo y lo
hizo diciendo:
—Señores Ayudantes de Comisionados Milita-
res, conozco plenamente la participación de uste-
des en este complot y no puedo exigirles lealtad
por ahora cuando ya han faltado a ella, sin em-
bargo les exijo quedar al margen de las acciones
de guerra que en adelante puedan sobrevenirse.
El país está en pie de guerra y fusilaré inmedia-
tamente a los traidores a la patria. El que no haya
entendido esta orden que se quede en donde está
ahora que volveré a repetírsela, los demás deben
retirarse sin pérdida de tiempo a sus labores ha-
bituales. Tienen un minuto para hacerlo.
—En cuanto a los civiles, dijo Silva, les ruego
serenidad ante lo crucial de la hora. Les mando y
ordeno estrecha colaboración con este Comando.
Les ofrezco que entregaré mi vida y la de mis sol-
dados en la noble tarea de la defensa antes que
comprometer la tranquilidad de ustedes. Este es
mi esfuerzo y agotaré en él todo mi aliento, pero
no olviden que el que trate de sabotear el trabajo
que tengo trazado, pagará con su vida tal delito.
Por ahora están todos en libertad para desenvol-
verse como siempre en sus actividades regulares.
Con esta intervención quedó encauzada una
nueva fisonomía de la situación en Gualán; sin
embargo, vagaba aún en el ambiente una escondi-
da interrogante de congoja y de aglutinadas du-
das.
Poco a poco pero definitivamente fue quedan-
do despejada el área frente al edificio principal.
Los Comisionados Militares se habían alejado to-
dos cautelosamente y la gente civil que se había
agrupado noveleramente en aquel lugar, también
volvió sobre sus pasos devorando un mundo de
inquietudes con un silencio contenido en sus co-
razones.
69
Cuando eran las once horas en el reloj de la
iglesia, se vio entrar al Teniente Silva al edificio
principal directamente hacia la Oficina de Telé-
grafos, descolgó el teléfono para comunicarse con
Zacapa. En aquel lugar le estaba escuchando aho-
ra sorprendido el propio Comandante de Opera-
ciones; éste fue enterado de todos los pormenores
ocurridos hasta ese instante en Gualán, incluyen-
do la reciente y determinante destitución del Te-
niente Manuel Aldana del importante cargo de
Jefe de Comisionados Militares; luego el Tenien-
te Silva dijo, tomaré mis precauciones, seguiré in-
formando. Si no hay nada para ésta, CAMBIO Y
AFUERA.
Se le vio colgar el teléfono y acompañado del
Sargento Marroquin, salió del edificio a continuar
un estudio más a fondo de la situación que en
Gualán ya era por demás tensa.
La rebelión en Gualán no obstante marchaba
bajo la conducción de líderes escondidos, que se
decidieron por la búsqueda de un punto débil,
para abrir un boquete hacia mejorar sus posicio-
nes, mientras llegara el invasor; pero para conse-
guir esto tenían que hacer algo importante y pen-
saron en eliminar físicamente a] Teniente Silva,
a este hombre que en pocas horas se había trans-
formado en un serio escollo para la concepción de
sus planes.
Estos líderes se reunieron durante el transcurso
del día en un lugar secreto, en donde deliberaron
por largas horas y se decidieron finalmente por
envenenar en forma inteligente al Comandante del
Destacamento Militar, preparando para él, una há-
bil trampa mortal.
Se empezaron los arreglos para llevar a cabo
un alegre almuerzo en la casa particular del li-
70
cenciado en farmacia Lisandro Acevedo, arguyen-
do como motivo el cumpleaños del alcalde de la
ciudad, al cual lógicamente fue invitado con mu-
cha cortesía el Teniente Silva y cuando éste re-
corría la ciudad practicando un reconocimiento
de rigor, midiendo, calculando y analizando todas
las ventajas y desventajas que el terreno podría
ofrecerle para el logro de sus planes, inesperada-
mente se le presentó una pequeña comitiva con
el objeto de anunciarle y pedirle el permiso co-
rrespondiente para llevar a cabo una reunión de
confianza en el lugar ya indicado y motivo ex-
puesto y desde luego no faltó la atenta invitación
para que el Teniente asistiera a la fiesta.
—Señores, me parece que ustedes no están com-
penetrados de las difíciles circunstancias en que
nos encontramos. El país está ahora en pie de
guerra y resulta ilógico llevar a cabo festejos co-
mo si nada estuviese ocurriendo, de manera que
lamento mucho no poderles dar el permiso que me
solicitan.
—Claro que estamos empapados de todo, pero
aquí en Gualán no pasará nada porque es un pue-
blo muy tranquilo y nosotros todos estaremos dis-
puestos a colaborar con usted en cualquier mo-
mento que fuere necesario. No queremos pertur-
bar sus planes, pero esta vez se trata únicamente
de una reunión en familia en donde no habrá nin-
guna manifestación fuera del orden. Somos gente
comprensiva y esperamos que no nos niegue aun-
que fuera por una hora conmemorar el cumplea-
ños del señor alcalde con un pequeño y muy sen-
cillo almuercito. Además no creemos que nos nie-
gue el privilegio de su asistencia.
—Vuelvo a repetirles que me complace tal in-
vitación, pero por mis delicadas funciones en este
71
momento, solamente les puedo asegurar que lo
pensaré. De todas maneras vuelvan tranquilos a
continuar los preparativos que el permiso está
concedido y háganme el favor de adelantar mis
felicitaciones al señor alcalde.
Algunos campesinos que empezaban a colaborar
con el ejército, decidieron acercarse al Teniente
Silva para exponerle vejámenes y otras quejas de
problemas que habían ocurrido entre algunas gen-
tes adineradas y ellos, en los que muchas veces se
les amenazó de muerte, quitándoles sus terrenos
y destruyéndoles sus siembras. Le dijeron al Co-
mandante:
—Nosotros le aconsejamos que usted no se re-
lacione mucho con esta clase de gente que algo tie-
nen qué ver con lo que se habla de invasión a es-
te territorio. No queremos que le vaya a suceder
nada a usted poroue hemos visto que es sincero
y que es valiente. Ellos son capaces de todo, hasta
de matarlo.
—Claro que sí, yo ya tengo conocimiento de
que quieren eliminarme y les agradezco mucho sus
informes y recomendaciones espontáneas. Procu-
ren mantenerse cerca de este comando, porque es-
trechando voluntades podremos defendemos me-
jor. Me parece que más adelante tendré que re-
currir a ustedes para organizar un eficiente servi-
cio de seguridad.
La música de un tocadiscos alegraba la reunión
en la casa de los Acevedo, en donde se notaba
clara evidencia de festividad. Se encontraba allí
reunido lo más granado de la sociedad gualanteca.
En el interior de la casa había muchas damas
que corrían de un lado a otro afanadas en los arre-
glos de ima larga mesa cubierta por un lindo man-
tel, flores y finos trastos. Por otro lado los caba-
72
lleros también se habían reunido al filo de las
13 horas en singulares grupitos que charlaban de
tópicos diversos. Un jaihol era repartido entre
todos los asistentes, cuando el teniente apareció
de improviso por el dintel de la puerta principal,
en este momento se le acercaron presurosas varias
personas para recibirlo y atenderlo de manera
amable y especial. La comedia parecía darles ex-
celentes resultados, porque el Teniente se presen-
tó absolutamente solo, aunque con su equipo mi-
litar correspondiente, es decir, tomando todas sus
precauciones de seguridad personal. La visita del
Teniente abrigaba un especial objetivo, que era
particularmente conocer al detalle las fisonomías
y la identidad de los personajes comprometidos
en la subversión y comenzó por grabarse muy bien
los detalles que pudieran darle mayor abundancia
en la clave de la información.
Nadie se atrevió a decirle o insinuarle nada
acerca del equipo bélico que llevaba consigo, na-
turalmente esto no les pareció un obstáculo, por-
que el juego era otro, haciéndolo llegar hábilmen-
te hasta el plato de la muerte. Los minutos trans-
currieron en pláticas baladíes; de pronto fue ofre-
cido el almuerzo, indicándole al Teniente su silla
le ofrecieron una copa, la que él cortésmente acep-
tó manteniéndola en sus manos por largo rato,
para abandonarla después, sin haberla saboreado
y cuando las conversaciones se ponían más ani-
madas y parecía que iban a comenzar los brindis,
el Teniente inesperadamente presentó sus discul-
pas a la concurrencia porque debía retirarse a
cumplir con su deber, pretextando que precisa-
mente a esa hora estaba esperando una llamada
telefónica del Comando.
73
Mayúscula sorpresa para todos, que no pudieron
esconder su asombro fue esta inesperada retirada;
se les estaba escapando la presa, la reacción fue
inmediata y casi todos al unísono hicieron un es-
fuerzo supremo por retenerlo.
—No, Teniente, no se nos vaya sin almorzar,
esto será un grave desaire para el señor alcalde,
iéntese por favor, en este mismo momento le
servimos para que pueda pronto cumplir con su
deber.
Pero acontecía un hecho singular, mientras más
el Teniente insistía en retirarse, la concurrencia
aumentaba sus ruegos.
—Agradezco profundamente se hayan molesta-
do por mi persona, sin embargo, definitivamente
no puedo quedarme, mi deseo es tan solo que con-
tinúen divirtiéndose en esta maravillosa reunión,
cuyo motivo es altamente importante. Quiero ma-
nifestarles que pueden estar totalmente tranqui-
los, porque mis soldados y yo estaremos vigilan-
tes y dispuestos a defender esta solemne paz. A
eso me han mandado y tengan la seguridad que
agotaré todos mis recursos por lograrlo. Muy bue-
nas tardes, hasta la vista.
No hubo poder humano que lo hiciera desistir
a pesar de que la presión continuaba para que se
quedara a saborear el mortal manjar.
74
CAPITULO VII
UN INCONVENIENTE INESPERADO
Otro grave inconveniente hubo de surgir aque-
lla tarde. Tal parecía que el Teniente estaba sien-
do sometido a las pruebas más duras y difíciles
por el Dios de la guerra, antes de aquel histórico
combate. La orden de defensa estaba dada y re-
machada en la mente de los soldados para no
fallar.
Centenares de civiles habían emigrado de mu-
chos lugares hacia Zacapa, para presentarse a la
Zona Militar No. 2, con el objeto de colaborar con
el Ejército en la defensa del país. El Comandante
de Operaciones y su Plana Mayor, decidieron em-
plear a esta gente inexperta en algunas misiones,
antes que sacrificar personal de tropa, el cual con-
tinuaba un largo descanso dentro de los cuarteles
y fue así como el día 19 de junio se decidió or-
ganizar dos pelotones con esta gente voluntaria,
los equiparon con fusil checo calibre 7m/m, y 100
cartuchos hábiles enviando hacia Gualán dos de
estos pelotones al mando del Capitán Carlos Al-
fonso Chajón, quien a eso de las 15 horas se pre-
sentó en aquella plaza entregando un mensaje es-
75
crito al Teniente Silva el cual decía: "TENIENTE
ECOS, de inmediato haga usted entrega de su
puesto al Capitán Nube; luego tome el mando de
los civiles que él lleva y con este personal aban-
done Gualán y marche hacia el norte para hacerle
encuentro al enemigo, se sabe que éstos avanzan
por Morales y Bananera dirigiéndose a esa plaza.
Ud. debe contener ese avance, destruir al enemi-
go si es posible o expulsarlo hacia la frontera.
Agote los medios a su alcance y de lo ocurrido
informe a este Comando. Zacapa, 19 de junio de
1954. TIGRE'*.
El Teniente Silva Girón quedó perplejo luego
de haberse enterado del contenido de aquel men-
saje y meditando un momento el caso, actuó con
serenidad. Levantó la vista del papel y la clavó
en aquellos hombres, todos de edad madura, luego
preguntó a los civiles ¿Por lo menos, señores, sa-
ben ustedes cargar y disparar ese fusil que traen
consigo?
Unos cuantos dijeron que ya habían disparado
con armas similares y los demás contestaron re-
sueltamente que no conocían el manejo de aquel
fusil, sin embargo, agregaron que ellos no le te-
nían miedo al enemigo y que estaban decididos a
dar pelea hasta con las uñas si era posible.
—Esto no es fácil señores, dijo el Teniente, hay
que tener ciertos conocimientos tácticos y estra-
tégicos, pero de todas maneras yo tengo entre mis
manos una orden escrita del Comando de Opera-
ciones y la cumpliré a costa de todo. Me parece
que podemos ensayar aunque sea por una hora el
manejo del fusil y algo sobre formaciones y pa-
trullas de combate y agregó: Ojalá, señores, que
ustedes logren asimilar lo más que se pueda, por-
que es nuestra vida la que está en juego.
76
Todo se hizo, la transmisión del mando y la pre-
paración para partir a las 16.30 horas hacia el
nuevo destino que de pronto se asomaba en el pa-
norama turbulento de la vida militar del joven
Teniente.
El Teniente caminó unos 3 kilómetros sobre los
durmientes de la línea férrea con aquellos hom-
bres que nada más eran corazón, pero que en rea-
lidad no llevaban en sus alforjas la experiencia
para el combate. De pronto hubo de darse cuenta
el Teniente de que no era ese el camino que le da-
ría las mayores ventajas para un enfrentamiento
con el enemigo, porque a los lados estaban gran-
des plantaciones de banano que le negaban visi-
bilidad y campo de tiro, quedando además expues-
ta su gente a cualquier ataque por sorpresa, pero
es que el Teniente aún se encontraba actuando
como sonámbulo por lo inaudito de aquella dispo-
sición del Comando, estaba pues cometiendo un
grave error y hubo de rectificarlo en el acto al
entrar en lucidez. Volvió sobre sus pasos y se di-
rigió hacia la ruta del atlántico, sin embargo no
era fácil alcanzarla sin antes enfrentar los riesgos
que ofrecía cruzar las aguas crecidas del enorme
río Motagua. Fueron grandes los esfuerzos que se
hicieron para cruzar el río y sobre ésta avanzaban
aquellos hombres dispuestos a vender caras sus
vidas. Pobres hombres pensó el Teniente y con la
mirada fija en el horizonte los contempló un ins-
tante; vio en ellos un despojo combativo. Si bien
había espíritu, faltaba la habilidad; si bien había
voluntad faltaba la técnica; si bien había ardor
patriótico, no había estrategia. En una palabra
el nivel combativo se reducía a cero, un fatídico
cero.
77
£n la guerra ya no se puede aprender, porque
los muertos nada pueden asimilar y nada más
tendrán que ofrendar. La patria no vive de los
cadáveres, vive de los hombres que aún piensan,
planifican y actúan en función de Patria.
Caminaban lentamente. ¿Cuáles serian los re-
sultados de un enfrentamiento en estas condicio-
nes? Aunque el enemigo también andaba en las
mismas circunstancias de analfabetismo combati-
vo, definitivamente habría negación del concepto,
habría un despilfarro de sangre humana y útil
con desajustes inoperantes para los dos bandos y
en este caso la misión era vencer. Una vez más
midió el Teniente los alcances de aquella absur-
da aventura; se imaginó a toda esta gente pelean-
do ardorosamente, pero sin control alguno ni dis-
posición formal de combate. Vio caer uno tras
otro heridos mortalmente a sus hombres, allí que-
daban sobre el piedrín de la carretera, unos do-
blados boca abajo inermes desangrándose agoni-
zando. Otros con la faz hacia el cielo, tendidos
con los brazos abiertos en tierra, la mirada quieta
y sin luz en las pupilas. Imaginó la zana de los
combatientes que triunfan pasando sobre los cuer-
pos de los adversarios y clavando aún la ballo-
neta de su fusil en los pechos de los caídos. Ima-
ginó todo esto y pensó en sus hogares, el drama
de las esposas viudas y la tragedia de un centenar
de niños huérfanos, porque aquellos no eran sol-
dados sino en realidad 60 cadáveres ambulantes.
Caminaba hacia el encuentro con la muerte.
De pronto a la distancia vio aparecer cuatro hom-
bres que corrían sobre la franja de tierra de la
carretera e inmediatamente el Teniente ordenó un
despliegue de su personal y cuerpo a tierra quitan-
do el seguro del arma listos para entrar en acción
78
Envió rápidamente a tres elementos adelantados
para marcar el alto a aquellos que venían. Eran
cuatro policías de la Guardia de Hacienda que
habían logrado salvar sus vidas en Morales, lugar
ocupado ya por los agresores. Los policías fueron
detenidos en su loca carrera e interrogados por el
propio Teniente.
—¿Qué les sucede a ustedes?, ¿por qué corren
de esa manera? ¡A ver si pueden empezar a ex-
plicarse ya!
Los policías jadeantes de cansancio casi no
podían articular palabra dando la sensación de
estar poseídos de un pánico exagerado, dijeron al
fin:
—Ellos son muchos mi Teniente, son salvajes,
fusilan a la gente en la calle, invaden viviendas,
destrozan comercios y provocan la locura dispa-
rando sus armas sin razón, porque nadie les está
haciendo frente. Dicen que hoy por la noche ata-
carán y tomarán a Gualán aunque se encuentre
allí el mismo diablo. Continuaron diciendo: —Mi
Teniente, el personal que usted lleva no es sufi-
ciente y a usted no le conviene enfrentarse contra
ellos. Debe regresarse porque de lo contrario los
matarán. Nosotros nos vamos a la capital a como
dé lugar en este mismo momento. Aquí intervino
el Teniente diciendo:
—Ustedes no van a continuar hacia Guatemala;
tampoco van a tener más miedo. Todos los guate-
maltecos de corazón estamos en la obligación de
defender a la patria en estos momentos de dura
prueba y ustedes no van a ser la excepción. Defi-
nitivamente se agregan a mis tropas y pelearán
conmigo, no en este lugar, pero sí lo haremos des-
de Gualán hoy por la noche.
79
La Batalla de Gualán
La Batalla de Gualán
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La Batalla de Gualán

  • 1.
  • 2. Coron«l CéMr Auftuto Sttv» Otrón. 1954 fue un «Ao nefasto para G«a> témala. La Invaatón marcanaiia ü^ vada a cabo por los EatadM UnkkM de Norteamértca. por laten la cía. frenó el desarrollo co del pequeño pata etBtH no, ocaaloiumdo «1 rtIOfBO «na uarKo para mm ntmmmmn»- o de lo acoaUoáo «n •» ha pemuMcMp •» lo PO> el porqué y tátoú mnlmé época qu« a* erayó avporada para siempre. B coloao dol norta trató de tender un valo aobra al vargon- zoso hecho, pero la opinión mundial no se engaAÓ y lo calificó como "atraco a Guatemala". Sin embarco para loa (valMBalta* eos mucho de ~ entonces numbra; y los grandes taii en Juego. "La Batalla da Gualán". el libro que a más de dos décadas de diatan* cía de los acontecimientos escriba al Coronel de Infantería César Aufuato Silva Girón, viene a poner en claro varias de aquellas Interrogantes de inapreciable valor histórico para laa nuevas generaciones, tanto clvUea como militares. El entonces Tenien- te SUva Girón recibe la orden da Concluye en la otra aolopa.
  • 3.
  • 4. Digitized by the Internet Archive in 2011 with funding from Universidad Francisco IVIarroquín http://www.archive.org/details/labatalladegualOOsilvguat
  • 5. LA BATALLA DE GUALAN
  • 6.
  • 7. CESAR AUGUSTO SILVA GIRÓN CORONEL DE INFANTEJUA LA BATALLA DE GUALAN JUNIO DE 1954 Colección Luis Lujan Muñoz Universidad Francisco Marroquín www.ufm.edu - Guatemala -» GUATEMALA, C. A. ^j.« 1977. •m
  • 8. Todoi los derechos reservados. Este libro no puede reproducirse en todo o en parte alguna, escrita o representada, sin permiso escrito del autor. IMPRESO EN IMPRENTA EROS, 5a. CALLE 0-38, ZONA 1.
  • 9. Dedico el presente trabajo al Coronel Diplomado en Estado Mayor ERNESTO PAIZ NOVALES con mi admiración y profunda simpatéa.
  • 10.
  • 11. lu.v La "Batalla de Gualán", es la historia de un combate, que hizo morder el polvo de la derrota al enemigo . . . dentro del marco obscuro de una guerra fracasada.
  • 12.
  • 13. *r 'aHAO índice PÁG. Dedicatoria 13 Prólogo 17 CAPITULO I La Epopeya de Octubre 21 CAPITULO II El Ejército de Guatemala durante los Gobiernos Re- volucionarios 25 CAPITULO III Acciones preliminares a la batalla 31 CAPITULO IV No todo era comedia: *'Surge un ralor' 39 CAPITULO V La situación en Gualán y la orden de defensa 53 CAPITULO VI Destitución del Jefe de Comisionados Militares 65 u
  • 14. PÁ6 CAPITULO VII Un incidente inesperado 75 CAPITULO VIII U iMUna (In. íate) tS CAPITULO IX amito (2a. faao) t6 CAPITULO X Otro hecho de Guerra 108 CAPITULO XI La inopeamcia del refueno ^l).^,r»v* ^^ CAPITULO XII Captura del eomando invaaor ISl CAPITULO XIII Incineración de cadáveres en Gualán 141 CAPITULO XIV Bl cafo IpUka 147 CAPITULO XV Relevan del cargo al Teniente Silva Girón 151 Conclusiones 157 3**' , 12
  • 15. DEDICATORIA La trascendencia histórica que contiene la Ba- talla de Gualán, apasionante hecho de armas ocu- rrido en el año de 1954 en el oriente de la Repú- blica de Guatemala, Villa de Gualán, hoy munici- pio del departamento de Zacapa, durante una épo- ca de luz en que nacía un sol evolucionarlo y la libertad en Guatemala amparada por la magnífi- ca vivencia de la gesta revolucionaria de Octu- bre de 1944, era evidente y clara. Por esta razón al entregarla al estudio analítico de la historia, JURO SOLEMNEMENTE ante mi bandera azul, blanco y azul, ante la dignidad su- blime de mi pueblo y la magestad suprema de mi Patria, que la presente narración es, con sus he- chos y personajes, totalmente verídica. No habrá ni una sola palabra que señale en forma perversa a nadie, pero tampoco quedará al margen ni un solo hecho que deba conocer la his- toria. En el año de 1954, fui nombrado por mis supe- riores para encargarme de la defensa de la pobla- ción de Gualán, contra una de las columnas que preparó y envió la agresión extranjera de los EUA a Guatemala. 13
  • 16. Fui hafita aquel lugar, precioso jirón de tierra guatemalteca y allí cumplí con la orden de defen- sa, tal como debe hacerlo en estas cu-cunstancias y en cualquier tiempo todo miembro del Ejército. Se combatió porque así lo quiso el enemigo; él atacó iniciando las hostilidades y sobrevino una confrontación armada hermosa, digna y valiente para los defensores de la dignidad de la Patria. No estoy arrepentido de haber luchado con fer- viente ardor en aquella oportunidad, porque esta- ba cumpliendo órdenes y el deber hidalgo de todo soldado en tiempo de guerra se reduce a eso y no estoy arrepentido además, porque estaba total- mente consciente de que al pelear defendía a mi Patria. Ahora más que nunca, después de sufrir increíbles como injustas vicisitudes por combatir, me siento sumamente orgulloso, tanto, que si la Patria requiriera nuevamente de mis servicios en circunstancias como aquella, mil veces volvería con lealtad a pelear por mi bandera y por la li- bertad de mi nación. Al presentar los detalles de la Batalla de Gua- lán ante la crítica de la opinión pública, se hace imperativo canalizar desde sus orígenes algunas consecuencias que incidieron en la debacle nacio- nal. El inexplicable arrodillarse negativo de pueblo y ejército ante una agresión sin elementos tácti- cos, ni estratégicos ni mucho menos idealistas, tu- vo que tener fundamento lógico. El silencio de las armas de la defensa y la raquítica fisonomía de todo un pueblo llegada la hora, fue efecto de la corrupción moral que se mantuvo latente dentro del desarrollo revolucionario. La Revolución nació con bellas metas, pero no hubo Escuela Revolucionaria; la epopeya de Octu- 14
  • 17. bre no logró depurar los procedimientos para de- fender sus grandiosos postulados. No hubo conso- lidación para imponer el concepto de aquella enor- me transformación; la filosofía del magnífico lo- gro cívico quedó durmiendo en las conciencias de los políticos y los gobernantes responsables direc- tos de la muerte de la Democracia en Guatemala. Dada esta falsa fisonomía revolucionaria, el po- deroso pueblo norteamericano levantó el látigo y castigó al infante pueblo guatemalteco, porque le afectaba, aunque fuera en mínima parte, el que esta parcela centroamericana reclamara su inde- pendencia económica, social y política a través de sus programas vanguardistas. Fue evidente el esfuerzo manifestado en las obras emprendidas; hubo orgullo de guatemalte- cos, honestidad en la gallarda empresa, valentía en la búsqueda de la misión revolucionaria. Se generalizaba en el ambiente nacional un singular amor hacia lo nuestro. Se empezaba a valorizar con interés los tesoros que fulguran en las entra- ñas de esta ubérrima tierra de la eterna primave- ra. Se había enfilado por un sendero maravilloso hacia un destino nuevo y mejor: Obras y Reno- vación. Al tomar la decisión de narrar la BATALLA DE GUALAN. que motiva la aparición de este pe- queño relato histórico, lo dedico: primero a mi Patria, con fervor inmenso, porque mi Patria des- pués de Dios es lo que más amo en la vida. A la memoria de mis ilustres padres. A mi esposa, Julia Estrada de Silva, con mucho amor. A mis hijos todos, a quienes adoro ardiente- mente. A los estudiantes guatemaltecos de todos los 15
  • 18. niveles, porque en esas juveniles vidas descansa la maravillosa esperanza de la redención de la patria, bajo el signo virtuoso de la superación. A la gloriosa centenaria Elscuela Politécnica que me dio un acerbo de conocimientos, la llave de la dignidad y el pundonor militar. Al indio guatemalteco que es estampa del dolor en todas sus trágicas expresiones; mi pensamien- to est¿ puesto en él, mi fe también lo está y mis deseos son ardientes por que algún día alcance el plano evolutivo que merece, siendo libre y sobe^ rano, altivo como otrora lo fuera, viril e inteligen- te, digno, evolucionado y admirado por el mundo entero. Para ese indio, patria, va mi mejor saludo. César Augusto Silva Girón 1«
  • 19. PROLOGO Han pasado veintidós años desde que ocurriera el hecho de armas que motiva el presente libro. Durante estos años he guardado vivos en mi mente todos y cada uno de los momentos más im- portantes y asimismo los mínimos detalles que conjugaron la batalla que aún la historia espera conocer y hela aquí, desnuda de toda clase de pre- siones y convencionalismos, real y patética, en- tregada por la única persona que puede hacerlo para la patria: SU PROPIO PROTAGONISTA. En cada segundo, en cada minuto y cada hora estuvo comprometida mi vida, estuvo enormemen- te comprometida la vida de los humildes pero va- lientes soldados que me acompañaron en aquella heroica misión. Cayeron muchos de ellos en el esfuerzo supre- mo y porque vi sus ojos campesinos sin luz en las pupilas, el pecho desangrándose por los impactos del acero de la muerte y porque también sostuve entre mis manos la cabeza de soldados moribundos que al exhalar el último suspiro pensaban todavía en la patria ultrajada. Por esta razón no he olvi- dado las noches sin estrellas bajo una pertinaz llu- via castigando los techados de las casas, las ace- 17
  • 20. ras y las calles empedradas de Gualán, con silencio de agonía, estruendo de granadas, tabletear de ar- mas automáticas y mil relámpagos nacidos del ac- cionar infernal de los fusiles. Y todo ese apretarse de gritos convulsionados, bajo el mortal mensaje de los aviones piratas. Por esa sangre roja de in- vasores y defensores confundida en el gran even- to de la muerte, cayendo como cascada de arre- boles en el dintel soberano de la gloria. Por eso, no olvido, porque en cada esquina de Gualán hu- bo siempre una voluntad contraria que vigilaba mi presencia, atisbando un mínimo descuido y no olvido la Batalla de Gualán, que ahora narro, por- que hubo armas de francotiradores que agotaron sus municiones y su paciencia en un vano esfuer- zo por acallar mi fe patriótica, mi ardor de comba- tiente definido, mi lealtad inquebrantable en la defensa de la difícil plaza. Había llegado a Gualán para defender su suelo y a sus habitantes ante una agresión enemiga y específicamente eso hice y lo hice con voluntad de soldado y de patriota, con fe en el triunfo; y pen- sando en Guatemala, vencí. vencí y me enorgullezco de ello; vencí por- que a eso me envió mi ejército. Vencí, porque con esa victoria, le ofrecía una flor perdurable y fragante al altar de mi patria. Muchos no reconocieron aquella gallarda victo- ria, muchos, casi todos; el Ejército mismo olvidó la proeza; y olvidaron, porque nadie, aparte de aquellos treinta soldados heroicos, estuvieron en aquel escenario iluminado por la aureola simbó- lica de los grandes hechos anónimos de guerra. Olvidaron porque no supieron de las fatigas causadas por largas noches de vigilia y cruenta lucha. 18
  • 21. Olvidaron, porque no sintieron el trepidar de las balas rasgando sus músculos y porque no vie- ron caer mortalmente heridos a sus soldados. Olvidaron porque NO PELEARON. Olvidaron porque los premiaron para eso, para que olvidaran. Pero yo lo recuerdo todo y lo escribo ahora sin temor alguno escudado en la trinchera del honor y la lealtad, como lo hice allá. Escribo pues, no con belleza literaria, porque no soy escritor, sino soldado. Escribo sintiendo la dramática batalla re- correr el templo de mis recuerdos, desde el fondo de mi ser, pulpito sagrado de mis caros sentimien- tos de guatemalteco. Recuerdo la escena toda y la reconstruyo, he^ cho por hecho, detalle por detalle, hasta formar el pentagrama de aquel acontecer con sus soles y sus lunas; con sus días nublados de veinticuatro horas en la aspillera de la lucha; días sombríos con olor a sangre y pólvora; días con grito de de- rrota y de victoria; días con plenitud de patria en los pechos descubiertos frente al acero invasor. La historia de Guatemala vive y se nutre de hechos como éste para perdurar y consolidarse en el concierto de las naciones y si una vida más que será la mía, aún falta por caer, bendito sea Dios que me permite esta enorme satisfacción de mo- rir por la patria, por esta patria guatemalteca, pa- tria hermosa que lo merece todo, porque aunque golpeada, es inmensamente grande, soberana e in- mortal. El Autor. 19
  • 22.
  • 23. CAPITULO I LA EPOPEYA DE OCTUBRE En la paz se medita y se planifica el desarrollo integral de un país. En esas horas de serenidad los hombres se sientan a la mesa redonda del diálogo multifacético con el objeto de crear logros positi- vos en beneficio de la gran comunidad. Cuando esto sucede con nobleza y sinceridad, todas las fi- losofías coadyuvan para engrandecer a la nación, pero si dentro de esta maquinaria una sola pieza cobra desbalance, las corrientes se precipitan ha- cia un infortunado cúmulo de errores y sobrevie- nen grandes males. El hombre entonces pierde el norte del ideal y se impone la reclamación colectiva entre la confu- sión, el dolor, la tragedia y la desesperación; es como si se estrangulara a los pueblos. Pero la evo- lución jamás retrocede, acaso se estacione para medir el daño y sopesar el embate, para rectificar y proseguir indefectiblemente en la búsqueda del bienestar y la estabilidad. DENTRO DEL TIEM- PO, HAY TIEMPO PARA TODO. A la Revolución Guatemalteca le toca el tumo de meditar, hacer el inventario y planificar. Está 21
  • 24. detenida, pero no vencida, ya volverá su aliento de superación al derrotero inexorable, inevitable, a continuar sus pasos dentro de la cósmica espiral de la vida. Cuando todo parecia brillar con esplendor de estrellas siderales para Guatemala; cuando caía el plenilunio sobre la faz alegre de la patria y toda su soberbia vivencia se llenaba de ella, inexplica- blemente se rompió el dique y se interrumpió el proceso heroico de la gesta revolucionaria. La paz fue herida en el blanco pecho de su pureza y se detuvo el vuelo magestuoso de la libertad sobre el árbol de la amargura y allí en ese ramaje de singular negrura nos encontramos todavía, su- friendo el vendaval de la dolorosa experiencia; pero se hará el día, sacudirá su melena el árbol del dolor y otra vez saltarán al viento los paj ari- llos que del viento son. Vendrán las nuevas gene- raciones a enmendar los errores de los hombres agobiados por las pasiones y tomarán el timón reencauzando la nave hacia un destino mejor, ma- ravilloso y excelso; porque este es el único desti- no de la Revolución, que es el espíritu de la patria. La epopeya de Octubre de 1944, vestía sus me- jores galas, demostrando al mundo sus alcances y proyecciones. La familia guatemalteca se encon- traba sentada a la mesa grande de la evolución saboreando los manjares exquisitos de la libertad y la abundancia; pero este bienestar no pareció agradar a los nunca satisfechos poderosos del Nor- te, preocupados por el despertar esplendoroso de un pequeño pueblo que tenía el derecho de nacer como pueblo y decidieron recuperar su ancestral hegemonía —casi destrozada ahora en la supera- bundante y ubérrima tierra del quetzal—, para 22
  • 25. atarla otra vez a su viejo carretón, lleno de vani- dades y pasiones insanas. Los pueblos chicos con generosas virtudes de producción en sus entrañas, son pulmones de los pueblos grandes que se ahogan bajo la carga de sus propias cadenas de ambiciones y es entonces que se transforman en pasto de la rumiante necesidad de nutrirse y alimentarse para vigorizar su predo- minio con respecto a otros pueblos, y GvxLtemala no fue, la excepción. El General Divisionario Jorge Ubico, Presiden- te de Guatemala, entraba a su catorceavo año de dictatorial gobierno; a esta altura, en el año de 1943, el destino de este gobernante había llegado a la curva descendente de su imperio y la capitula- ción de su grandeza se encontraba muy cercana. Estaba por cerrarse el largo capítulo de su his- toria política y no era en realidad sino la resul- tante lógica de mantener inalterable el imperio de la dictadura. Esa mentalidad enfermiza y ciega pa- sión por absorver los hilos del tinglado político lo atraparon en las redes de una clásica autodes- trucción. El movimiento es ley universal de la vida; éste crea, inspira y produce, renovando valores cons- tantemente. Los pueblos no pueden permanecer estáticos permanentemente. El carro universal de la evolución los hala ineludiblemente. Crecen y marchan hacia el ignoto porvenir atados a la espi- ral de la vida en un permanente progreso y la di- námica de éste los destruye. El triunvirato que asumió el poder a la caída del general Jorge Ubico, fue efímero en esa opor- tunidad. Ponce Vaides, el presidente de los 100 días, por sus errores dio paso a la epopeya de Oc- tubre y con este hecho de armas que conoce ple- 23
  • 26. ñámente el pueblo, se rompió la cadena de la es- clavitud, dejando oír, diáfana y maravillosa, la oración apasionante de la LIBERTAD. El 20 de Octubre de 1944 amaneció en las calles de Guatemala multitud de cadáveres sobre una alfombra de sangre guatemalteca iluminando co- mo tea hermosa el destino añorado: la libertad de la patria. Los tanques y los obuses de la artillería habían impuesto con su lenguaje de pólvora su categoría inobjetable. Los Generales claudicaron y por ese boquete de minutos, todo un pueblo agobiado por siglos trasladó su vivienda a un terreno de seño- rial grandeza. Esto es innegable, noble pueblo mío. 24
  • 27. CAPITULO II EL EJERCITO DE GUATEMALA DURANTE LOS GOBIERNOS REVOLUCIONARIOS La Revolución concedió al Ejército el privilegio de enmarcarlo dentro del profesionalismo como Institución del Estado; esto por intermedio de la Escuela Politécnica, aunque para ello hubo de su- primir los ascensos a Oficiales del Ejército en los cuarteles, obligando a los ya ascendidos a efec^ tuar estudios en la Escuela Politécnica, cuyas au- las se vieron muy concurridas por estos Oficiales. Referirse al Ejército, es caer indiscutiblemente en un campo difícil, por cuanto es necesario en- contrarse específicamente documentado y prepa^ rado para ello. El desarrollo de esta Institución del Estado ha sido muy compleja, aunque su misión es única y fija para justificar su vivencia dentro de la sociedad. De todos es conocido que sus linea- mientos son elevados y legítimos, desde luego sien- do único e indivisible, es esencialmente apolítico y no deliberante; es una Institución destinada a mantener el imperio de la Constitución,, velar por la independencia, la soberanía y el honor de la na^ ción, la integridad de su territorio y la paz de la 25
  • 28. república. Su organización es jerárquica y se basa en los principios de obediencia y disciplina. Estos son mandatos constitutivos, sin embargo, no hay necesidad de mucho cavilar para recordar la situación, postura y desarrollo del Ejército du- rante los gobiernos de la Revolución, desde la Junta Militar, hasta Arévalo y Arbenz. Está todo tan reciente y tan claro que ni siquiera los sim- ples comentarios de los ciudadanos, se alejan mu- cho de lo sucedido en aquella época. En los famosos tiempos de Rafael Carrera, el ejército se caracterizó por su agresividad y su enor- me espíritu aguerrido. Igualmente se manifestó el Ejército del General Justo Rufino Barrios, habien- do dejado para la historia gloriosos e inolvidables hechos de armas que engrandecen a la patria, sin que se recuerde que estos Ejércitos hayan recibido exageradas prestaciones o dádivas para formar un bastión de alta dignidad castrense. No sucedió lo mismo con Manuel Estrada Ca- brera, cuya larga y oprobiosa dictadura desfiguró la fisonomía del Ejército para apagar su ímpetu y desarrollo natural. Lo ahogó dentro de los casti- llos medioevales San José y Matamoros, sumer- giéndolo en un estancamiento denigrante y absur- do; lo mantuvo harapiento y con hambre, en una verdadera situación de miseria y calamidad, ha- biendo perdido lo más valioso y digno: LA VO- LUNTAD, es decir, carente de acción y de estatu- ra táctica y estratégica. El Presidente Lázaro Chacón, acudió al Ejérci- to, pero tampoco le dio el apoyo indispensable para su desarrollo y el oficial continuó siendo cie- go, sordo y mudo; de tal suerte que era inofen- sivo '^' *""^^ 26
  • 29. El General Jorge Ubico, atrapó en sus hábiles redes a los incautos oficiales y a base de una ri- gidez disciplinaria excesiva, los utilizó como ins- trumento para mantenerse en el poder por varios períodos consecutivos, haciendo incluso que los soldados asistieran a las urnas electorales vestidos de paisano; sin embargo, se preocupó un poco más por mejorar la presentación del soldado. Vino la Revolución de Octubre de 1944 y se pro- dujeron en las filas del Ejército cambios radicales que deslumhraron a sus miembros en forma tal, que el mundo de éste, era fascinante. El Ejército no logró de inmediato captar la onda de evolución en la que de pronto despertó en medio de exage- radas dádivas y una modalidad sustancialmente negativa porque el demasiado recibir distorsiona la mentalidad del hombre, alejándolo de sus ver- daderas metas y objetivos. Durante los gobiernos revolucionarios el ejér- cito se encontró ocupado más que todo en sus altos salarios, vistosos uniformes, costosos vehículos, atractivos clubes y un plan de descaso y vacacio- nes muy mejorado; condecoraciones a granel y un abuso excesivo de becas al extranjero, que agravó la situación por el mal planificado sistema de apro- vechamiento, pues más parecían paseos, que a la postre perjudicaron el espíritu real de la Institu- ción, porque a su regreso los Oficiales se encon- traban en sus cuarteles con enseñanzas disímiles, que no lograban unificar. Se ambicionó tanto y se querían logros tan ur- gentes, que se incurrió en errores de cálculo. To- do proceso evolutivo siempre va por caminos de cordura y razonamiento analizado, deducciones lógicas y serenos estudios, que formen un caudal positivo sobre bases firmes; pero la revolución se 27
  • 30. desbordó prematuramente en todas sus formas y manifestaciones, olvidando la planificación. Los oficiales del Ejército, por ejemplo, rompieron la barrera del tacto y abusaron de la oportunidad brillante que tuvieron ante sí; fue un instante en el que todos a la vez quisieron sacarse la lotería con becas al extranjero; salieron a tecnificarse a Escuelas Militare3 de Francia, Inglaterra, Italia, Estados Unidos de Norteamérica, México, Argen- tina, Brasil. Chile, Venezuela, Colombia y también a Escuelas Militares de países centroamericanos y de Panamá. Todos salieron, o casi todos; pero al volver no se discutió aquí jamás las ventajas o desventajas de tan variadas modalidades de enseñanza. Los oficiales que iban a especializarse en caballería, por ejemplo, al volver eran destinados a Unidades de Infantería u otra arma cualquiera; los que iban a buscar conocimientos y adiestramiento en para- caidismo, eran destinados, al volver, a Unidades de Artillería u otros servicios alejados de su espe- cialidad, por lo qiie al poco tiempo ya nada record daban de lo que habían aprendido en el extranje- ro, perdiéndose no sólo el valor intrínseco de la es- pecialización, sino que también el valor económi- co que representaba al Estado la inversión y el esfuerzo. La Revolución lo dio todo y al final na- da, lo cual quedó plenamente demostrado cuando al Ejército se le presentó la única gran oportuni- dad de robustecer su imagen ante la opinión pú- blica propia y extranjera, presentando al invasor una verdadera fuerza de choque y un elevado ni- vel de conocimientos, valor moral y alto espíritu de cuerpo para brillar a lo grande ante los ojos del mundo, sin embargo, perdió la oportunidad pre- sentando una negativa y perjudicial desorganiza- 28
  • 31. I ción, tibieza y confusión en su planteamiento y cayó, cayó sin pena ni gloria, arrodillado para besar las manos del agresor. El orgullo del Ejército y su vanidad recibió el merecido castigo de su equivocado desarrollo. La misión sagrada de la defensa de la Patria fue un fantasma en manos del Ejército; "La vehemencia del patriotismo, lo fue también". El vigor y la hon- radez fue fulminado por su inconsistencia y de ahí los penosos resultados, cuya responsabilidad fue del Ejército Nacional de aquel entonces. :>h 29
  • 32.
  • 33. I J'<>'- '¿r. CAPITULO III ACCIONES PRELIMINARES A LA BATALLA La Zona Nororiental del país se vio afectada por un movimiento no acostumbrado de personas en su región, que consistió en el tránsito ilegal por la frontera de Honduras, el cual se complementó con la propaganda de los EE. UU. sobre una po- sible invasión al territorio nacional establecien- do a Carlos Castillo Armas en Copan, República de Honduras, con suficientes armas, hombres y aviones. Transcurrieron algunos días empeñados en reu- nir un número suficiente de hombres, mediante una excelente paga, con el objeto de dar una apa- riencia de Ejército en entrenamiento para empu- jar una acción de guerra contra Guatemala. El éxodo de hombres por ese sector aumentaba con- siderablemente por lo novedoso de la oferta eco- nómica a los mercenarios. Esto y no otra cosa fue el atractivo, de donde muchos delincuentes fugi- tivos de la acción de la justicia, resultaron atrapa- dos en las redes de ese imán poderoso, encami- nando sus pasos en busca de aventuras. 31
  • 34. En Guatemala mientras tanto, no se tomaba ninguna medida de segundad; los días se suce- dían con un marcado aumento de propaganda por parte de los mercenarios y una excesiva como per- judicial indiferencia a la situación dada, por parte del gobierno de Guatemala. Una emisora clandes- tina vociferaba noche y día ante los oídos sordos del pueblo guatemalteco. El Ejército aseguraba que controlaría la situa- ción y que nada grave podría suceder en Guatema- la, puesto que se trataba de unos cuantos sombre- nidos y delincuentes comunes. Los corazones de los guatemaltecos palpitaban ansiosamente por es- trechar una colaboración al gobernante, ofreciendo su participación expontánea y decidida, para de- fender juntos pueblo y ejército la soberanía de la nación; sin embargo, el Ejército no consideró con- veniente aceptar tal propuesta ciudadana, llegán- dose al extremo que ni siquiera en la Zona Militar No. 2, responsable directa del avance enemigo dentro de su área, se notara alguna preocupación ante el anuncio incansable del ataque. El Señor Presidente de la República, Coronel Jacobo Arbenz Guzmán, a última hora se le ocu- rrió enviar al extranjero a una comisión militar para la búsqueda y adquisición de armamento pa- ra contrarrestar la agresión. Vano intento éste, porque habiendo sido adquiri- do el armamento y embarcado con destino a Gua- temala, fue interceptado por los Estados Unidos de Norteamérica, en la más descarada como abusi- va actitud, por lo que este armamento jamás lle- gó a su destino o sea a las manos de los hombres de la defensa. El exceso de confianza estaba siendo desde el principio un factor por demás poderoso y conclu- 92
  • 35. yente en la derrota que ya había nacido dentro de la matriz deformada de la DEFENSA. Los mercenarios fijaron la hora cero para su agresión y llegado el momento desbordaron la frontera de la hermana república hondurena, esta vez convertida en cómplice y traidora, bur- lando los tratados de mutuo respeto entre los paí- ses centroamericanos. La agresión pisó suelo guatemalteco por el la- do de la tierra santa esquipuleña, en donde un re- ducido destacamento militar al mando del Capi- tán Carlos Maldonado, inesperadamente se hizo ojo de hormiga, desapareciendo en las profundi- dades de una cobarde y desleal retirada. Lo mismo estaba sucediendo en ese momento en el destacamento militar de EL FLORIDO, con el Teniente Juan Francisco Contreras, joven ofi- cial a quien se le había dado en calidad de muer- to por su inesperada ausencia o capturado por el enemigo, pero ni una ni otra cosa sucedió en realidad, porque no hubo presencia de las armas para intentar por lo menos una defensa. El Teniente Contreras había abandonado su puesto sin gloria, y únicamente con la feliz alter- nativa de salvar su vida. Estas dos entregas de puntos estratégicos mili- tares y la caída del destacamento también mili- tar, de La Unión, fueron los primeros hechos bo- chornosos de alta traición a la patria. Claudicar sin lucha no es precisamente un acto de heroísmo, sino, tal como lo conciben los códigos militares penales, son hechos punibles que se castigan con la muerte; sin embargo, no se recuerda que a na- die se le haya juzgado por estos hechos de trai- ción. 33
  • 36. Las armas en las manos de los militares conlle- van un destino grandioso y se entregan a estas manos bajo juramentos sagrados, en los cuales queda calcada principalmente la defensa de la so- beranía territorial, pero en esta oportunidad el prmcipio fue defectuoso. En la capital de Guatemala no se notaba nin- guna impaciencia por apresurarse para controlar y contener o destruir el avance franco y alegre del enemigo. Hubo pues exceso de confianza, grave error táctico; hubo además manifiesta negligencia, lentitud y desorden. iPOBRE PATRIA MÍA! Despacio, pero muy despacio, se empezaron al fin los preparativos, y eso algo desdeñosamente; el Señor Presidente de la República en este mo- mento fatal de su vida político-militar volvió a cometer un segundo mayúsculo error, al demos- trar a su pueblo poca vivacidad, energía y eficien- cia en la escogencia del que llevaría su representa- ción como Jefe de Operaciones en el área ocupada. Este hombre fue el principal motor de la derrota de principio a fin en la contienda. El nombramien- to había recaído en la persona del Coronel de Ar- tillería Víctor M. León, singular personaje sin tra- yectoria alguna dentro de la Institución castrense, sin convencimiento, sin consistencia militar, sin virtudes ni valores humanos y sobre todo debili- tado por un inexplicable y culposo temor. Así había nacido a esta altura la defensa de la Patria, definitivamente frustrada, inoperante e inútil. ¿Qué llegarían a hacer entonces al frente de combate aquellos hombres oscuros que ni siquie- ra se acordaron de entonar el hermoso y más be- llo himno del mundo antes de partir a tan noble como gloriosa tarea que siempre ha significado pa- 34
  • 37. ra cualquier nación en la faz de la tierra la de- fensa de su suelo? ¿Qué llegarían a hacer al frente del enemigo aquellos pseudohombres que no se acordaron de besar al glorioso pabellón nacional azul, blanco y azul, que es el símbolo más sagrado de la patria, antes de partir? ¿Qué llegarían a hacer al frente de combate aquellos hombres sin inteligencia, cuando tampo- co se acordaron de intentar una expresiva arenga al personal de tropa, con el objeto de motivarlo o al menos orientarlo en aquellos instantes supre- mos de la nación herida por las plantas del ene- migo? Sin embargo, llegaron exabruptamente a la con- tienda para enredarse en las telarañas de una in- fantil e incomprensible entrega de la dignidad so- berana de la patria. Llegaron con Víctor M. León, además, un esta- do mayor de gelatina, incapaz de sugerir, de crear, de construir un plan táctico para oponer un fren- te. Un estado mayor sin cohesión entre sí, sin fer- vor, sin clase, sin fisonomía militar, perdido total- mente para mal de la patria, pero como así lle- garon estos Coroneles cuyos nombres no omito por la justa razón de que sobre ellos descansó la responsabilidad de la misión encomendada, la misma que no se cumplió para mal de la patria. ¿O no es así pueblo mío? Escribo aquí de mi puño y letra, para que la historia analice el espíritu de aquel acontecer, sus candidos nombres; fueron ellos: Coronel Gustavo Solares, "G-P' de Opera- ciones. Coronel Enrique Ruiz García, "G-2" de Operaciones. Coronel Eduardo Llerena Miuller "G-3", también de Operaciones. Coronel Juan Martínez, "G-4", de Operaciones. 35
  • 38. A estos hombres responsables de la defensa de la patria los acompañó además, una falange bien equipada, con tropas pertenecientes al batallón Guardia de Honor y la Base Militar, hoy Regi- miento Mariscal 2^vala, con sus respectivos Co- mandantes a la cabeza, los también Coroneles Pa- blo Díaz y José Barzanallana. Marcharon con ellos los servicios de Sanidad Militar, Ingenieros del Ejército, Comunicaciones Militares, Finanzas del Ejército, etc., etc., más o menos ciento cincuenta oficiales del Ejército, con mil quinientos elemen- tos de tropa. La sede que seleccionó este singular Comando para dar principio a sus operaciones, fue la cabe- cera departamental de Zacapa y no fue precisa- mente el lugar adecuado y justo para dar comba- te, porque las tropas que vivaquean, jamás deben comprometer la vida de los habitantes de un po- blado donde se encuentran mujeres, niños y an- cianos; deberán hacerlo definitivamente a campo raso, para presentar limpiamente un frente de lu- cha valiente, un objetivo legítimamente militar; pero allí quisieron refugiarse como buscando una defensa con la vida de los ciudadanos, ajenos éstos totalmente a la contienda que se avecinaba; allí entre las casas y las vidas civiles enarbolaron el pabellón de la cobarde entrega, hecho increíble- mente sucedido por esos ingratos caprichos del destino de los pueblos. Aquí mismo y antes de apreciar la situación, ocurrió otro hecho de trascendencia negativa in- finitamente lamentable, como lo fue la increíble como inexplicable deserción del Comandante de la Zona Müitar No. 2, Coronel Bernardo Ordóñez, quien puso la pauta de pánico a sus Oficiales y personal de tropa que tendría que combatir. 36
  • 39. No delato a nadie en este libro; ya indiqué antes que me concreto simplemente a narrar he- chos que ocurrieron y nombres de personajes que contribuyeron a la caída del Ejército Nacional de Guatemala, ante la imprecisa agresión. Hablo como soldado, para la historia, y no mien- to porque la verdad aunque fuere negada, seguirá siendo una verdad. EL SOLDADO SE FORMA PARA LA GUE- RRA Y LA GUERRA SE HIZO PARA EL SOL- DADO. Sin embargo, el triste principio de la defensa del territorio nacional en el año de 1954, aunque hubo soldados en el frente para guerrear, no hu- bo guerra y aunque guerra significó la llegada de los mercenarios, no hubo soldados para guerrear. 37
  • 40.
  • 41. CAPITULO IV ;, NO TODO ERA COMEDIA: ''SURGE UN VALOR" Esa vez caía sobre los tejados de las casas una avalancha de sombras venida de los siglos, dejan- do allí su negrura de ébano definitivamente mis- teriosa. Tal vez no había amargura debajo de de aquel mensaje negro, pero había pena y des- concierto, quedando atrapadas bajo aquel alud si- niestro, las conciencias aturdidas de los hombres. Asimismo en actitud incontrastable desde la epi- dermis de la tierra de los cactus, también se es- capaban por las puertas y ventanas de la ciudad, por las esquinas de las calles desiertas del fulgor de la vida, por los campos y los bosques, una trom- ba de negrura y de silencios. No había encendido un solo candil en la área ocupada por las fuerzas gubernamentales. La luz del día había agonizado a las seis de la tarde, que- dando en la mochila de los recuerdos, una tempes- tad de incertidumbre. La orden era: Luces apaga- das en toda la república. La patria se arropaba febril entre los pliegues crueles de una inclemente espera. Todo era una 39
  • 42. laguna de inquietudes y vaguedades, un apretar- se de minutos y horas que nacían y morían sin principio ni destino. El alto mando de operaciones estuvo ahí en esa misma circunstancia de infini- tos desconciertos y ahí mismo, entumecido en sus silencios, vio despuntar al nuevo día, acariciando el impresionante mundo de sus desdichas. Atur- dido aquel grupo desafortunado de militares, no sabían por dónde comenzar su tarea de defensa, no la llegaron a principiar jamás, lamentablemen- te para la patria. Recibe el nombre de "EL TAMARINDAL" un barrio de gente humilde en la ciudad de Zacapa; allí al empezar un nuevo día dentro de la convul- sión nacional, el temor y la incertidumbre, juga- ban frente a sus sencillas viviendas varios niños bulliciosos sucios de polvo y de sol, ajenos total- mente a los hechos de guerra que esa misma ma- ñana darían principio en aquella área afectada por la invasión, inmediatamente después de la guerra fría que antecedió y la cual ya había per- dido el país en manos del titubeante ejército na- cional. Era un nuevo día que comenzaba entre in- mensas dudas, esta vez la gente había preferido no salir de sus casas como lo hacían de costum- bre, de donde se produjo un ausentismo bastante bien marcado en el comercio; muchos almacenes no abrieron sus puertas al mercado y el ir y venir de los ciudadanos mostraba una actitud nervio- sa, sumamente medrosa, sin duda alguna porque ya la gente sabía que los invasores habían tras- puesto las fronteras patrias y las hostilidades se habían declarado. Esta misma gente buscaba an- siosamente una respuesta en la postura del ejér- cito que hasta ese momento se mantenía en pas- mosa indiferencia enconchado en sus cuarteles. 40
  • 43. En una elevación rodeada de maleza y matorra- les que se levanta a unos 300 metros de este barrio, El Tamarindal, había tomado posesión para la de- fensa del área militar un puesto adelantado de ame- tralladoras antiaéreas COLT calibre 50 mm., el cual se encontraba a esa hora en actitud de espe- ra, preparada para abrir el fuego contra cualquier ataque enemigo. El Comandante de este nido de ametralladoras, era el joven Teniente de Infante- ría César Augusto Silva Girón, quien en lo alto de la colina atisbaba el firmamento preocupado por el bullicio de niños y gente que a sus pies veía y la indiferencia que mostraban ante lo crítico de la situación. De repente, bajo aquel cielo despe- jado, de pureza inagotable y señorial azul, se des- prendió un punto luminoso que rápidamente cobró dimensiones mayores hasta mostrar su clara silue- ta entre un ensordecedor roncar de motores. Era un avión pirata sin identificación alguna. Había llegado el momento deseado de actuar; para contra- rrestar cualquier ataque, estaba allí precisamen- te, el Teniente y el ataque se presentó en esos ins- tantes, porque el avión pirata perdió altura con velocidad vertiginosa y a escasa distancia de los techos empezó a hacer fuego sobre la indefensa ciudad. La faja de 500 cartuchos estaba colocada en la ametralladora y los sirvientes de la pieza automá- tica estaban listos y atentos a las instrucciones de su Comandante para entrar en acción; este mismo auscultaba con avidez los movimientos del avión, siguiéndolo a su vez con la boca de fuego de la ametralladora. Empezaba un juego de cálculo y de hábil apli- cación de las técnicas; el avión sobrevolaba a baja altura exactamente sobre el centro de la población 41
  • 44. e inexplicablemente no atacó el objetivo militar, sino midió y preparó su fuego, ante la estupefac- ción y el terror de los habitantes, sobre la ciudad. La gente buscaba apresuradamente refugio donde podía, los niños en cambio querían ver los movi- mientos del avión, muy lejos de la tragedia que se ensañaría sobre sus cabecitas infantiles. La des- carga de plomo castigó el área por unos segundos y luego el avión repitió la maniobra, pero siempre pasando lejos de la ametralladora antiaérea, es decir, no se ponía al alcance de sus proyectiles, todo lo cual desesperaba al Teniente; sin embargo, en un momento dado el avión flanqueó el nido. Entonces vibró en el aire el tableteo del arma te- rrestre antiaérea, los proyectiles abandonaban la boca de fuego como una chispeante serpentina ro- ja hacia el objetivo. La recámara de las piezas se tragaba la faja de cartuchos, pero lamentablemen- te el avión incursor no fue tocado y abandonando el área peligrosa cobró nuevamente altura y se alejó rumbo a su base. El corazón del Teniente Silva latía acelerada- mente, viendo como entre pequeñas nubéculas desparramadas en el espacio, se alejaba definiii- vamente. Se esperó una nueva incursión. Largas, tediosas horas se sucedieron en los que todos los elementos humanos que integraban el nido de ametralladoras estuvieron con la vista clavada en el firmamento, los nervios en tensión, la fe inspi- rada en el patriotismo y la abnegación en la sangre, pero la oportunidad de pelea se había esfumado aquel día 17 de junio de 1954. El Teniente sentía inmensos deseos de gritar ante lo alevoso y despiadado del ataque aéreo lle- vado a cabo momentos antes sobre la población, sin embargo se encontraba como amarrado a aquel
  • 45. puesto fijo en donde nada podía hacer por los afec- tados y dijo para sí: "Vuelvan, vuelvan otra vez cobardes asesinos de niños y hagan frente a mis balas, entonces no tendrán tiempo de elevarse nuevamente. Cuando el sol, inmenso disco rojo, empezó a buscar el regazo de las montañas, cuando su luz de oro se desvanecía detrás de la alta cordillera de Los Andes, para dar paso a la magnitud sober- bia de las sombras donde impera siempre la plati- nada belleza de la luna, el Teniente Silva fue sor- presivamente relevado del puesto que cubría en aquella elevación, habiendo recibido al mismo tiempo la orden de presentarse ante el Jefe de Operaciones para recibir nuevas instrucciones. Es importante conocer, antes de proseguir esta narración, lo que aconteció en Camotán y Joco- tán, departamento de Chiquimula, cuando le fue encomendada la defensa de aquel sector nororien- tal al Capitán de Infantería JORGE JIMÉNEZ. Este oficial se había desplazado con dos peloto- nes de fusileros hacia el área aludida con el obje- to de contener y destruir el avance de los invaso- res, pero aconteció que en forma inaudita e in- comprensible Jiménez no cumplió con la orden recibida y ante el asombro de sus soldados, des- pués de haber retrocedido por varias horas entre los bosques escondiéndose y eludiendo la acción del combate, se preparó para enarbolar la bandera blanca de la claudicación sin ni siquiera haber in- tentado un despliegue de sus fuerzas y por lo me- nos haber disparado algunos proyectiles para jus- tificar su presencia en esa región. De esta manera sonrió arrodillándose para besar las plantas del enemigo, sirviéndoles en bandeja de plata la fuer- za de 60 valiosos elementos del ejército nacional, 43
  • 46. asi como el equipo inilitar que portaba. Jiménez, cobardemente, se puso a la orden del enemigo pen- sando que con esto salvaría su vida y efectivamen- te la salvó, porque integrado, dadas sus labias y mentiras, a la falange agresora, había caminado juntamente con ellos de regreso por el camino de la traición hacia la plaza de Chiquimula, en donde por su proeza recibió el nombramiento de Instruc- tor de los mercenarios, aunque a esta altura to- davía se encontraba de alta en el Ejército Na- cional. ¿Qué nombre podría dársele a este hecho injustificable? ¿Cómo, Dios mío, pudo haberse quedado sin castigo este desleal como punible he- cho de armas? Sin embargo, es la historia patria quien debe condenarlo o absolverlo al conocer tal actitud del Capitán Jiménez. Precisamente cuando el Capitán Jiménez salió a cumplir con la comisión anteriormente explica- da, asimismo, se le impartían al Teniente César Augusto Silva Girón, órdenes para la singular de- fensa de la población de Gualán, la cual es el ob- jeto esencial del presente libro. Aquella noche en el puesto de mando del ejér- cito en operaciones y en medio de una semi-oscu- ridad, apenas iluminada por la titilante luz de una vela, hablaba el Coronel DEM Jorge Hernández, dirigiéndose al Teniente en los siguientes térmi- nos: —Teniente Silva, este Comando de Operacio- nes, tomando en cuenta sus características de va- liente militar y lealtad a la patria, ha decidido encomendarle la defensa de la valiosa e importan- te plaza de la Villa de Gualán, la cual se sabe será atacada por el enemigo de un momento a otro. —Está muy bien mi Coronel —dijo Silva—, es- 44
  • 47. toy a sus órdenes y dispuesto a recibir las instruc- ciones que tenga para mí este Comando. —Siendo así, proceda usted a presentarse al al- macén de guerra de esta Zona Militar para que le entreguen allí, el equipo siguiente: Una caja do granadas de mano, 4 tolvas para su ametralladora y una subametralladora Schmeidser. Efectuado es- to, se dirige a la estación de ferrocarriles de esta ciudad, en donde lo espera un motor de línea, el cual lo conducirá hasta la población de Gualán. Una vez haya llegado a su destino, deberá proce- der en forma reglamentaria, a relevar al Capitán Gilberto Aldana, quien a su vez ha recibido ya instrucciones telefónicas para que le entregue a Ud. sin mayores contratiempos el puesto de Co- mandante de aquel destacamento. Allí se encuen- tran 30 elementos de tropa, este personal a su mando ya conoce la situación imperante en Gua- lán, por lo que no tendrá usted ningún inconve- niente en organizar, planificar y mantener una defensa ante la amenaza existente del enemigo. Tenga Ud. mucho cuidado con sus determinacio- nes y decisiones, porque además se sabe que allí existe un fuerte foco civil rebelde, el cual debe controlarse decididamente para sofocarlo de inme- diato antes de que puedan llegar a esa población los elementos de la agresión. Procure tomar pri- sioneros a los líderes o cabecillas de ese movimien- to interno y al lograrlo remítalos hacia este Co- mando, en donde se tomarán las medidas proce- dentes. Para información de Ud., el enemigo que está por llegar a Gualán, es muy posible que lo haga por los caminos de La Unión y El Florido. Este Comando espera que Ud. cumpla con un tra- bajo de defensa efectivo y que finalmente si Ud. llega a ser atacado destruya al enemigo total o 45
  • 48. parcialmente, pero lo importante es que Gualán, no debe caer en manos enemigas. Debe mante- nemos informados de todo lo que allí suceda, con el objeto de que nosotros tengamos en este Co- mando, una imagen clara de la situación en ese frente. Son ahora las 21.00 horas. Si Ud. no tiene preguntas, puede marcharse con el objeto de al- canzar la Tilla de Gualán hoy mismo por la no- che. Es urgente que cuanto antes controle la si- tuación en ese lugar. —Mi Coronel —dijo el Teniente Silva—, hága- me el favor de explicarme la cantidad de hombres que este Comando ha apreciado integra la colum- na que me atacará. También necesito saber si ya conocen la clase de armamento que traen y la moral que a esta altura tienen esas tropas. —Sí, Teniente, la falange es numerosa y ha au- mentado en las últimas 24 horas. La moral que trae se considera muy buena por cuanto aún no ha tenido bajas en sus filas y tampoco ha encon- trado contratiempos en su avance. Las armas que traen son de tipo portátil, granadas de mano y pe- queños morteros de etiqueta norteamericana. El Teniente interrumpió en este momento pre- guntando: —¿No le parece a Ud. mi coronel, que con 30 elementos de tropa que se encuentran en Gualán y se supone quedarán bajo mis órdenes, sea un número insuficiente para contener y des- truir como Ud. me lo ha ordenado, una falange totalmente superior y que aumenta a cada mo- mento su número y además de esto controlar al mismo tiempo un fuerte foco rebelde residente en Gualán, enviar prisioneros y mantener una supre- macía inclaudicable en aquel lugar? —Como observación me parece muy bien mi Teniente, pero no me venga ahora, dadas las apre- 46
  • 49. miantes circunstancias por las que atravezamos con que tiene miedo de pelear y defender a la Pa- tria. Esos hombres que entran no tienen ninguna moral combativa y tampoco se les conoce organi- zación alguna, será como si Ud. tratase de contro- lar un tumulto. Por otro lado mi Teniente Silva, nosotros aquí tenemos mucho que atender y no podemos distraer tropas sin necesidad, pero le ofrezco que si llegara a tener que reforzar su des- tacamento, haremos lo posible por resolverle de inmediato ese problema que desde ahora es sola- mente suyo. Ud. debe retirarse cuanto antes, por- que la situación apremia y las consecuencias se- rían desastrosas para nosotros, compréndalo así mi Teniente, si esta plaza llegara a caer en manos de los invasores. Recuerde muy bien que ante to- do las circunstancias o factor SACRIFICIO for- man parte de la integridad de todo oficial del Ejército Nacional. —Muy bien mi Coronel Hernández, dentro de pocos instantes yo estaré en marcha hacia Gua- lán, tal como usted me lo ha ordenado, sin em- bargo, quiero dejar bien claro —dijo el Teniente Silva tocado en su amor propio— si ustedes me han seleccionado para esta difícil misión, tenga la seguridad que la cumpliré, yo no le tengo mie- do al enemigo si me encuentro en una trinchera de guerra para contenerlo, por el contrario he desea- do vehemente esta oportunidad y si he de morir en mi intento, lo haré cumpliendo fielmente con mi deber de militar. Dicho esto por el Teniente Silva, solamente se escuchó en el dintel de la puerta el taconazo re- glamentario y luego los infaltables vocablos, acos- tumbrados en el Ejército, A LA ORDEN DE UD. MI CORONEL. 47
  • 50. £1 motor de línea se deslizaba sobre unos rie> les humedecidos por la constante tenue lluvia. Sombras era todo lo que rodeaba aquel panorama de insospechados peligros. Parecía que en cada curva del camino surgiría una emboscada enemi- ga. El motor rugía en la negrura inmensa de la noche disparando hacia adelante la luz penetran- te de sus faroles que de pronto rebotaban contra la sensación de aglutinados árboles, ya en el talud del camino, o bien hería el vacío horizonte negro sobre las cansadas aguas del río Motagua. Los mi- nutos transcurrían tensos y definitivamente mo- nótonos en medio de un silencio impresionante su- mamente hostil. De pronto, al entrar a una recta del camino, apareció la claridad de un resplandor de luces fluorescentes elevándose sobre la espesura de la noche. Era Gualán, era la meta del principio de una gran aventura de guerra. Allí estaba efectivamente la Villa de Gualán; estaba quieta y silenciosa; sin embargo, ese era el Gualán rebelde, el Gualán conquistado por el ene- migo, el Gualán de los grandes acontecimientos. Los nervios hasta ahora serenos del Teniente se crisparon de pronto, porque había un contraste insospechado relativo a la orden de luces apaga- das en toda la república. La nación completa se encontraba de confín a confín, con sus luces apa- gadas. Esta era la orden militar en un territorio en pie de guerra y con un enemigo ya en sus pro- pias entrañas, entonces, ¿qué era lo que sucedía esta noche en Gualán?, no cabe duda que era el primer indicio de rebeldía del cual le habían ha- blado en la orden de defensa al Teniente Silva Girón. El pueblo cooperaba con la agresión. Era sumamente importante comenzar con energía y 48
  • 51. decisión todo acto en adelante. El Teniente Silva pensó: Habrá que recuperar antes la plaza de manos del latente enemigo para así poderla de- fender del monstruo invasor. —Motorista, ordenó el Teniente Silva, entre Ud. a la estación aunque tengamos que morir allí. El motor lanzó un largo chirrido al frenar fren- te al viejo caserón de madera que constituía la es- tación. Allí se encontraban varios personajes que ya esperaban la llegada de la pequeñísima comi- tiva integrada por un Oficial del Ejército y un conductor de ferrocarril. Se destacaba la figura del regordete Capitán Gilberto Aldana, acompañado del Teniente Ma- nuel Aldana; el primero. Comandante que debía entregar su puesto al Teniente Silva; el segundo, Jefe de Comisionados Militares de Gualán. Estos dos personajes eran primos hermanos y los prin- cipales gestores juntamente con otros civiles, de la rebelión en aquella plaza. Completaban el co- mité de recepción, unos cuantos comisionados mi- litares. Lugartenientes de los Aldana. Los hechos daban principio por demás en for- ma singular; fue verdaderamente un momento de mucha tensión nerviosa y era urgente emplear a fondo toda la serenidad e inteligencia para resol- ver la acción favorablemente. Antes de saludar a aquellos personajes que pa- recían echar lumbre por los ojos, el Teniente Sil- va dijo en voz alta y con mucha firmeza para ser escuchado por los allí presentes: —Señor motorista, no se mueva de este lugar, pues dentro de unos momentos tendrá Ud. que volver a Zacapa llevando al Capitán Gilberto Al- dana a quien vengo a relevar de su puesto por órdenes superiores. 49
  • 52. —Sí señor —respondió el motorista—, aquí esta- ré hasta nueva orden. —Señores —continuó el Teniente con voz firme y clara—, creo que ustedes me están esperando; pues bien, aquí me tienen y me parece que de in- mediato debemos pasar al destacamento donde se encuentra el personal de tropa. Es urgente cum- plir con las órdenes superiores. Los hombres que esperaban a Silva llevaban todos sus armas fuertemente empuñadas, pero an- tes de que pudieran articular palabra los aludi- dos, el Teniente Silva se puso a un lado del Capi- tán Aldana. —Caminemos compañero —dijo—, a Ud. le esperan en Zacapa, porque le necesitan para comandar un Batallón que cubrirá otro frente de guerra. Esta era una mentira, pero asimismo el ardid necesario para tranquilizar al Capitán Al- dana que se notaba en esos instantes muy nervio- so y esto sucede casi siempre cuando se tienen pe- cados tan graves escondidos. Los nervios delatan y el Capitán Aldana estaba con la TRAICIÓN, pe- ro como aún no llegaban las huestes invasionistas a Gualán, éste se sintió sin apoyo y casi perdido el equilibrio, creyó que había sido descubierto su delito y lo rodeó inmensamente un mundo de du- das y confusiones al escuchar que le estaban to- mando en cuenta para comandar un batallón en Zacapa. Todos los planes que hasta ese momento hubie- sen tenido estos hombres, se vinieron al suelo, con la incertidumbre que se le escapaba en cada acti- tud al languidecido Capitán Aldana. Aquel grupo de hombres empezó a caminar cuesta arriba con dirección al enorme edificio pú- blico enclavado frente al parque central de Gua- lán. Todos iban prisioneros de sus propios pensa- 50
  • 53. mientos, las cosas estaban al rojo vivo en ese mo- mento. Era una hora decisiva y trascendental. Si Aldana se negaba a entregar su puesto en forma valiente y se definía en su postura de rebelión ante el Ejército Nacional, podía tomar prisionero al Teniente Silva, esto era sumamente fácil, dado el grado del compromiso adquirido con la invasión, pero al parecer no estaba esta gente segura de la pronta o lejana presencia en aquel suelo de los agresores y este factor fue determinante y podero- so en aquel instante supremo en que la ventaja era evidente al lado del Capitán Aldana, Silva se estaba jugando el todo por el todo, metido hasta lo profundo en aquella marejada de traición. Este pensando en esto, decididamente quitó el seguro de su arma portátil y desde ese momento se trazó un objetivo: MORIR O VENCER. Mientras quedaba atrás el viejo caserón de ma- dera se estaban acercando al destacamento mili- tar y entre este espacio de minutos^ se aventuró a hablar el notoriamente molesto Teniente Aldana y diciendo al vuelo: —Es un absurdo que a esta altura el Comando de Operaciones proceda a efectuar esa clase de cambios; y continuó: Ud. mi Teniente, no conoce la situación imperante en Gualán y en cambio el Capitán Aldana está empapado de ésta. No con- viene esta disposición de última hora. Ud. —dijo el Teniente Aldana—, ha venido a esta tierra co- mo carne de cañón. —Esta ha sido una disposición del Jefe de Ope- raciones, respondió Silva, y conservando al máxi- mo el aplomo, se dirigió al Teniente Aldana: —^Ud. mi Teniente no es el Jefe de Operaciones, por lo tanto, todo comentario a esta hora, sale sobrando. Solamente hay una alternativa, tenemos que li- 51
  • 54. mitamos a cumplir órdenes superiores y máxime que no6 encontramos en pie de guerra. Adelante me terminará de explicar quién es usted y porqué razones se ha expresado en esta forma. La balanza empezaba a equilibrarse, pero fal- taba indudablemente lo principal, y esto era que 86 hiciera la transmisión del mando del Destaca- mento Militar. La actitud desconcertante del Teniente Silva los mantuvo en ascuas y se U^ó finalmente al relevo de Comandante. La tropa que se encontra- ba metida en sus camas, presurosa se levantó a una orden del Capitán Aldana para formar en lí- nea el pelotón de fusileros. Acto seguido los for- mulismos de rigor y Silva quedó investido del cargo. Unos minutos más tarde entre las sombras de la noche, rumbo a Zacapa, se perdía de nuevo con su ronco zumbar el motor de línea, llevando consigo al Capitán Aldana, éste que iba acompañado de abrumadoras penas y un mundo de confusiones, dejando atrás el resultado desconcertante de su traición que pronto sumergiría al infante pueblo gualanteco dentro de una tremenda borrasca. tt
  • 55. CAPITULO V LA SITUACIÓN EN GUALAN Y LA ORDEN DE DEFENSA El alumbrado eléctrico en la población de Gua- lán se encontraba encendido, como ya se manifes- tó anteriormente, contraviniendo en todas sus for- mas la enérgica orden del gobierno de mantener luces apagadas. Claro está, Gualán a esta altura obedecía órdenes del invasor. Todo el mundo en Gualán conocía de sobra lo que estaba sucediendo, solamente los soldados del Destacamento Militar ignoraban la magnitud de los acontecimientos que estaban por suceder; a és- tos se les había mantenido, tras agotar toda clase de argucias, al margen del complot, porque así convenía a los fines de la conspiración. Los 30 elementos de tropa estaban destinados a morir sorprendidos en su cuadra, no sólo con el objeto de acallar su potencial humano, sino como también de capturar sus armas, anulando de un todo la acción de estas 30 voluntades. Los 200 Comisionados militares de Gualán, ha- bían estado siendo dirigidos hábilmente por el Te- niente Manuel Aldana y se encontraban prepara- 53
  • 56. dos para entrar en acción dado el caso. Así las co- sas, había impaciencia por la llegada de las tropas de ocupación. En la Villa de Gualán se había es- condido previamente suficiente material bélico en diferentes domicilios particulares que colabora- ban con la acción invasionista. Sin embargo, nadie allí se decidía a iniciar ninguna acción armada, debido a la falta de verdaderos líderes y cuando todo les favorecía, perdían el valioso factor de tiempo y espacio, el cual ganaba el nuevo coman- dante del Destacamento Militar. El Teniente Silva estaba en estos momentos aprendiendo grandes claves en la inconmensura- ble filosofía de la guerra, ésta que no sólo se con- juga con los conocimientos tácticos y el valor para aplicarlos, sino al aprovechamiento de indecisiones enemigas, falta de firmeza y seguridad, falta de conceptos y madurez, falta de ideal y organiza- ción, postulados estos negativos que reducen al enemigo a la impotencia. Mientras tanto en el ánimo del Teniente Silva, cobraban realidad todos y cada uno de los pecados de aquella gente sin solidez y vigor para amparar- se en un vasto campo abierto a la lucha y en él venciera el mejor y eso es lo que acontece indis- cutiblemente en todos los hechos de armas, en to- dos los tiempos y circunstancias. Siempre gana el que tiene la mejor disposición y el que está com- penetrado del ideal que lo lleva a aquel punto. Aquella noche tampoco se presentó el invasor, se desconoce si esto sucedió por errores tácticos de tiempo y espacio o porque tenían la gran con- fianza del desajuste que se observaba en la ma- quinaria de la defensa. Las luces eléctricas fueron apagadas por orden 54
  • 57. del nuevo Comandante y la ciudad quedó a oscu- ras, tal como debió estarlo desde un principio. Aconteció un nuevo intento del Teniente Al- dana y este por poco causa estragos en los planes del Teniente Silva. El Jefe de Comisionados Mi- litares necesitaba a toda costa mantener la hege- monía sobre el Teniente Silva y se ofreció solícito, aprovechando su condición de Jefe de Comisiona- dos Militares, para organizar y colocar las armas automáticas del Destacamento, según él, en luga- res estratégicos y responder con violencia al ata- que anunciado. Este era un ardid en el cual no v^ayó el Teniente Silva, pero lo dejó hacer para confirmar de una vez por todas, la infidelidad de aquel Jefe de Comisionados. El Teniente Aldana empezó a colocar las armas de la defensa en luga- res totalmente contrarios a los campos de tiro por donde vendría supuestamente la invasión, es de- cir, las piezas darían la espalda a los atacantes. Hasta ahí llegó todo, el Teniente no podía perder más tiempo en esas pruebas y no queriendo entor- pecer sus propios planes, se decidió por darle las gracias al Teniente Aldana, recomendándole que fuera a descansar a su casa y que si en acciones futuras llegara a necesitarle, le llamaría. Ardid contra ardid. Voluntad contra voluntad. Hombre contra hombre y al final el destino de la batalla. El Teniente Silva ordenó la reconcentración de las mal colocadas armas automáticas y ordenó a su personal que lo siguiera a un lugar alejado de aquel viejo centenario edificio que albergaba en su interior servicios públicos diversos, así como hasta ese momento le sirvió de vivienda a la tropa del Destacamento. Bajo una luna ausente de luz, casi a la vera de un camino, entre la yerba y las piedras, la sorda 55
  • 58. canción eterna del ramaje de los árboles y el su- surro del viento al pasar, el Teniente Silva mo- tivó a sus soldados diciéndoles: —La dimensión del peligro está ya medida y calculada con serenidad de combatientes, sin em- bargo, el tiempo transcurre y los pasos de noso- tros son fríamente vigilados y cuidadosamente controlados; tengan cuidado muchachos, desde muchas ventanas hay ojos que rompen el espacio para clavarse arteros en nuestros pechos, detrás de esos ojos, muchas bocas de fuego podrán arro- jar su mensaje de muerte en cualquier momento de un infortunado descuido nuestro —continuó sin apresurarse—: SOLDADOS, la soberanía de la Patria está en peligro y lo que vais a escuchar en estos instantes decisivos para la Patria ES LA ORDEN DE DEFENSA de este poblado gualante- co. Solamente pueden suceder dos cosas, o el ene- migo triunfa en su intento de invasión o nosotros logramos cumplir con la misión encomendada que es la defensa del suelo patrio; sin embargo, de es- tas dos cosas sólo habrá una resultante, un logro o sea un vencedor y como nosotros no podemos huir ni tampoco debemos morir, sólo nos queda una alternativa: VENCER. —^Pronto vendrán las tropas enemigas y nos en- contrarán preparados para recibirlos. Recordemos ahora más que nunca el supremo amor que le de- bemos a la Patria, ésta misma que nos dará el aliento y el vigor necesarios en la contienda que se avecina. El plan que les presentaré es sencillo, pero sumamente difícil de aplicar, sin embargo, es magnífico si sabemos aprovecharlo y explotar- lo hasta el máximo. —Un alud desordenado de hombres se nos echa- rá encima desde esas colinas que están enfrente 56
  • 59. —y señaló un par de elevaciones que se desdibuja- ban en la penumbra de la noche—. Vean a su iz- quierda, allí está la ciudad en esa otra colina. Apa- rentemente duermen, sin embargo, no es así, ellos se desvelan preparando un mortal ataque hacia nosotros y se soltarán en cualquier momento. Creo que nos buscarán cuando estemos colocados en nuestras posiciones listos para contener el ataque que vendrá de afuera. Estemos tranquilos, ellos tienen urgencia de darnos el zarpazo y no descan- zarán hasta alcanzarlo, esto soldados, es sumamen- te importante, tenemos que canalizar ese desborde para conducirlos hacia un encuentro, pero no con- tra nosotros, sino contra los que entrarán. —Fíjense bien, nosotros estaremos colocados cuerpo a tierra en línea de tiradores a unos 50 metros de la vía férrea. Es preciso que ustedes se aguanten en sus respectivos puestos sin dispa- rar un solo cartucho, los cuales se harán efectivos cuando yo lo disponga. Ahora observen con dete- nimiento el corredor que se forma al fondo de las dos elevaciones, en él estaremos nosotros como un feliz atractivo para las dos fuerzas. Abriremos fuego primariamente sobre el enemigo que viene y aguantaremos esta presión por dura que sea el tiempo necesario, para que estos mismos agudicen su esfuerzo sobre nosotros. Recuerden que nos es- tará protegiendo una noche oscura, pero de todos modos nuestros movimientos tendrán que ser su- mamente cautelosos. —Yo iré hasta la última posesión para recoger uno por uno a todos ustedes y llevarlos hasta el campamento de caminos completamente a rastras. Si alguno de ustedes llegara a correr o levantarse para moverse de un lugar a otro, estaría práctica- mente denunciando nuestra posición y esto sería 57
  • 60. fatal para todos. El Campamento de Caminos se localiza a solamente 500 metros a nuestra izquier- da y es el único abrigo útil que tenemos disponi- ble. Trataremos de alcanzar los tubos de cemen- to que se encuentran hacinados allí y los usaremos como refugio hasta nueva orden. —Quiero que me comprendan esto: Hay un fac- tor determinante para el feliz logro de mi plan, el ataque de los rebeldes de la ciudad será colina abajo para alcanzar la línea ferroviaria y noso- tros hasta ese instante allí estaremos y dando me- dia vuelta sobre nosotros mismos abriremos fue- go para denunciarles nuestra presencia. Ellos no se detendrán en su febril avance y mientras tan- to volveremos hacia el frente del enemigo que en- tra y cuando ellos salten sobre la plataforma del ferrocarril para pasar de este lado, dejarán ver claramente sus siluetas; entonces es cuando noso- tros debemos medir, calcular y apuntar bien nues- tra arma para no fallar un solo disparo. Repetire- mos la acción cuantas veces sea necesario, no pier- dan la calma por el enemigo que tendremos hacia la espalda, porque esta gente es la que continuará el combate por nosotros ante los ya enardecidos invasores y creo que sucederá lo que yo estoy pen- sando: Se encontrarán frente a frente para des- truirse entre ellos mismos. —En el Campamento de Caminos les dictaré una nueva orden, esta vez será de asalto a la po- blación. Todo debe salir bien, cualquier olvido al cumplimiento de la orden, podría ser fatal. Consi- dero que esta estrategia es demasiado riesgosa, pe- ro es nuestra única carta de posibilidades de éxi- to. Distancia entre hombres será de 10 metros pa- ra cubrir un frente de 300 metros más o menos. Y mientras estemos en acción en la hondonada el
  • 61. fuego se distribuirá así: El sargento Isabel Ma- rroquín tendrá que hacer acopio de toda su habi- lidad para el empleo de la única ametralladora 30/30 que tenemos disponible, disparando prime- ro desde el flanco izquierdo solamente unos 3 mi- nutos y luego se movilizará con la pieza hasta el centro de la posición con suma rapidez y cuidado; en este mismo lugar abrirá nuevamente fuego nu- Impartiendo la orden de operaciones. trido sin descanso otros 3 minutos, igualmente lo hará trasladándose hasta el ala derecha de nuestra línea y aquí silenciará su ametralladora por unos cuantos minutos para que se enfríe un poco, pero cuando note la reconcentración del personal hacia el Campamento de Caminos, deberá abrir nueva- 59
  • 62. mente fuego nutrido sobre las posiciones que en- tran, esto solamente mientras se despeja el co- rredor. —Si llegara a acontecer por el contraio que nos resultara un solo frente, es decir, el de afuera y el enemigo de la población no se desbordara sobre nosotros, entonces quedaríamos en una situación de combate regular, o sea que estaríamos en des- ventaja numérica y más que todo en la hondona- da atrapados sin remedio. Sin embargo, mucha- chos no podremos abandonar nuestra posición y tendremos que sostener y contener en una lucha cuerpo a cuerpo al enemigo hasta morir o ven- cer. Esta sería una situación completamente di- ferente, pero espero, por los cálculos que he hecho, que el ataque lo tendremos en dos direcciones. Yo quiero a toda costa llevar a estos dos agresivos combatientes a un enfrentamiento entre sí. -—En la guerra hay que tomar las decisiones más arriesgadas y difíciles solamente que bien di- rigidas. Hay que hacer lo que el enemigo cree se- rá imposible que se realice, buscando el camino más escabroso para llegar a él. Estos factores se. rán los que menos cuiden concentrando su esfuer- zo principal por las vías más fácil €s de acceso. Sin embargo, nuestro empeño no será débil, tenemos suficientes granadas de mano, usen éstas hasta el cansancio sin retroceder un solo paso; somos po- cos, pero valientes y decididos. Recuerden: QUE LOS ERRORES EN LA GUERRA, SE PAGAN CON LA VIDA, pero si en cambio tenemos coor- dinación justa y precisa podremos salvar la misma. —^Los Cabos Jefes de Escuadra serán los respon- sables de la conducción de la tropa y no podremos enmendar ninguna falla durante la acción porque los muertos ya no pueden hacerlo. 60
  • 63. Esa noche quedó cubierta totalmente el área indicada en espera de realizar la sublime defensa en la forma planificada. Una vez más hubo de re- petir la orden el Teniente a sus soldados, con el objeto de que éstos la comprendieran y la retuvie- ran definitivamente grabada en sus mentes. Esto siempre se hace cuando el enemigo proporciona el tiempo y el espacio necesarios para hacerlo. La maniobra se ensayó marchando la primera escuadra hacia su posición exactamente frente a las yardas (viviendas de los ferrocarrileros) , éstas todas virtualmente abandonadas por sus ocupan- tes. La segunda escuadra de fusileros marchó en seguida también a ocupar su posición frente al vie- jo galerón de madera y lámina que servía de esta- ción y la tercera escuadra se posesionó frente a los patios de estacionamiento de los vagones y máqui- nas de ferrocarril que también estaban hacía días prácticamente detenidas por la destrucción del puente y la línea férrea; se estaba cubriendo prác- ticamente una extensión de 300 metros. En la orden de combate no se había estipulado hora de ataque, porque virtualmente la defensa no la lleva sino es el enemigo el que la impone al iniciar su asalto. Durante largas horas reinó el silencio en aque- lla área; fueron horas desesperadas de agonía y cuando principió a caer una débil lluvia despren- dida del techado de nubes negras que deambula- ban bajo el cielo de aquella ciudad de Gualán, también estaban ya palpitando en sus puestos 30 corazones patriotas delirantes de fe y ansias por resolver la actuación del triunfo. Mientras la llu- via monologaba en el espacio, su rumor monótono antes de estrellarse en la tierra, a lo lejos, desde algunos ranchos arropados en la espesura de las 61
  • 64. nocturnas horas, se dejaba oír al viento el canto de algunos gallos desvelados; más cerca aún, se levantaba la sinfonía singular de las ranas, los grillos, la cigarras y otras aves de la noche, fondo por demás alentador que contribuía en la subleva- ción de los sentimientos ante el oponente silencio de la noche. Todo era contraste a esa hora: bos- que dormido, fiesta de vientos, juguetear inter- mitente de relámpagos lejanos, era tal vez la ru- bia cabellera de mil siglos contenidos en las sie- nes ofendidas de los soldados en espera. El Teniente se paró en medio de la noche, le* vantó su mirada hacia el cielo y recibió en pleno rostro un poco de lluvia que resbaló lentamente desde su frente pensativa hecha gotas acarician- tes hasta perderse en la solapa del verde olivo de su uniforme de soldado. . ., respiró profundamen- te, pensó en todo en un momento; pensó en sus hijos y su esposa concibiéndolos llenos de angus- tia y de temor; pensó en los minutos, las horas y los días vividos intensamente en la Escuela Poli- técnica, recordó a sus padres también en aquellos momentos de tensa angustia y luego pensó inmen- samente en la enorme responsabilidad que se ha- bía congelado en sus hombros cuando ahora te- nía ante sí la difícil como importante tarea de la defensa de aquel jirón de suelo gualanteco, parte palpitante de la patria y pensó en la sangre útil que mancharía la limpia alfombra de aquella fér- til tierra, pero al pensar en todo esto, evocó coi) devoción profunda al Creador del Universo: Dios mío, dijo, resolved de la mejor manera este dra- ma. Tus hijos estamos ahora en medio de un alud de trágicas incertidumbres. Iluminad la mente de los hombres en este duro lance. Mis soldados y yo tenemos que defendernos del reto enemigo. 62
  • 65. Estamos esperando vuestra bendición en esta ho- ra de amarga prueba. La guerra no es necesaria, pero vos sin embargo no la evitáis y si los proyec- tiles enemigos visitan nuestras trincheras, los nuestros hablarán con claridad humana; luego en- tonces, si hemos de morir, os pido en holocausto vuestra piedad nos alcance a todos por igual. Me han mandado a pelear los egoísmos absurdos de los hombres que no entienden de vuestro inmenso amor, me han mandado a defender causas incom- prendidas, deformando así, la gran filosofía de vuestras enseñanzas y espirituales disciplinas. Dadnos fuerzas Señor en la lucha que no po- demos evitar; que mueran los que deban morir y que vivan los que deben vivir como saldo de este irrespeto a vuestros excelsos postulados. Yo os ju- ro Señor, que mis armas responderán con el si- lencio o con el grito estruendoso de su pólvora, según me lo pidan los hombres que en estos mo- mentos ganan terreno dentro del suelo nacional manchando la majestad de la patria y cuando ma- ñana haya amanecido vencedores y vencidos re- cojamos vuestro perdón, porque vos sabéis, Señor, que los hombres, vuestros hijos, nunca sabemos lo que hacemos y porqué lo hacemos. No sabemos lo que buscamos; ni porqué nacemos, ni porqué morimos con estos signos sangrientos de la guerra. Dadnos valor para morir, Señor, porque es ley inexorable de vuestro reinado excelso y majes- tuoso navegar por el camino de la muerte hacia el regazo de vuestro amor. Amaneció sin que nada hubiese transformado la rutina de la vida. Los árboles sacudieron su 63
  • 66. melena despeinada para lanzar al viento la car- cajada de mil pájaros felices. Las sombras de la noche desfilaron derrotadas por la pujanza de la luz inevitable del nuevo día. El taller de la vida abrió sus puertas al movi- miento sistemático de la evolución. Vida gritó la fauna y la flora en el campo. Vida exigió el terne- ro aferrado a la teta de la madre. Vida regó el perfume de las flores en el vaso multiforme del paisaje del alba. Vida cantó rumoroso el riachuelo abandonando su hamaca de rocas para juguetear entre las pequeñas heridas sobre la epidermis de la tierra. Vida dijo el Motagua a nuestras espal- das imponiendo su singular presencia en el viejo cauce de su eterna vivencia en la búsqueda de su destino hacia el mar inconmensurable que baña por las mañanas las arenas de la playa donde co- mienza la ingratitud del hombre. Mientras tanto, en la ciudad de Gualán, la gran mentira empezaba a aletear con sus enormes alas negras sobre las calles estrechas y empedradas, porque sus habitantes tejieron una vez más, bajo la juvenil sonrisa de un sol esplendoroso, la far- sante comedia de su castidad. 64
  • 67. > -- CAPITULO VI íTi . DESTITUCIÓN DEL JEFE DE COMISIONADOS MILITARES El Comandante del Destacamento Militar, aho- ra convertido en Jefe de Operaciones de ese fren- te de lucha armada, llevaba en su rostro la pali- dez de una larga vigilia y clavadas como puñales en su alma las dudas profundas acerca de la ver- dad de aquella gama conspirativa. Se encaminó hacia el edificio de dos niveles ubi- cado frente al parque central de la localidad, en medio de las miradas curiosas de la gente; lo acom- pañaba el sargento Chabelo Marroquín y mien- tras avanzaba trataba de encontrar en la actitud de las personas, la respuesta a sus dudas. Apa- reció de pronto rodeado de sus hombres de con- fianza, hostilmente de pie en la banqueta de aquel edificio, estrujando entre sus dedos un humeante cigarrillo, el personaje que manejaba aquella te- laraña de traiciones, MANUEL ALDANA. Parecía inquieto y nervioso, esperando la llegada del Te- niente Silva y éste llegó resuelto, sin precipitarse, sereno y seguro definitivamente controlado. Que- dó frente a frente con el Jefe de Comisionados Mi- 65
  • 68. litares, los dos se cruzaron miradas retadoras, eran dos hombres solamente y estaban diciéndolo todo a través del espacio sin abrir ni una milésima los labios; fue un mensaje de reto contundente, claro y real. Este encuentro estaba creando otro momento culminante y decisivo también en el de- sarrollo de los hechos. Allí estaba pendiendo en el vacío todo el odio contenido por largas horas, mu- cho odio se respiraba en aquel espacio que sepa- raba a los dos Tenientes, imo tratando de acapa- rar la ventaja que le era necesaria para la conso- lidación de sus planes conspirativos, el otro im- poniendo sobre todas las cosas su integridad como Jefe de Operaciones, con el objeto de llevar defi- nitivamente el timón de su tarea y el logro del cumplimiento de su deber. Solamente era cuestión de firmeza en aquellos segundos, acopio de valor personal y mucho criterio, puesto que estaba roto definitivamente el factor respeto y obediencia de cargo jerárquico. Uno era Comisionado Militar tan sólo, el otro. Jefe de Operaciones, pero ahora sin embargo, se encontraban nivelados en el plan de duelo. Uno tenía hasta ese momento el respaldo que da el valor para conspirar abiertamente; el otro, con- taba con una orden de defensa clara y precisa y con esto la razón por completo en el desarrollo de las acciones; de allí en adelante la situación que- daría sólidamente dependiente de uno de aquellos dos hombres que lograra imponer su talento, su audacia, su estatura estratégica y su categoría de combatiente. La guerra fría había empezado aquí, dos hombres frente a frente y el destino de una batalla en juego. El Teniente Manuel Aldana fue el primero en lanzar su ataque, sabedor de que se encontraba
  • 69. en clara desventaja después de sus débiles inter- venciones, sin embargo, dijo: —Mucho se ha desvelado usted mi Teniente Silva, pero no creo que haya logrado algo en con- clusión, porque usted es comunista. Lo hemos vis- to toda la noche preparando a sus soldados con sus moscovitas ideas para echárnoslos encima co- mo lobos hambrientos y después asesinarnos. Dí- galo de una vez aquí en las calles de Gualán. El Teniente Silva observó un momento a su in- terlocutor en rápido sondeo y vio la pasión intensa desbordarse por sus poros todos y sintió mucha lástima por aquel pobre ser, vio también a su al- rededor donde parecía que estaba rodeado de una jauría presta al desbordamiento de la sangre. Va- rios hombres se encontraban a corta distancia conteniendo a duras penas un silencio de inquie- tudes alarmantes que denotaba claramente un ma- lestar indefinido. Atentos esperaban un ligero ti- tubeo del Teniente Silva para intervenir alevosa- mente. Todo este alboroto estaba previsto y el Tenien- te Silva se había preparado para actuar rápida- mente y de acuerdo a su delicado cargo de Coman- dante. Era ágil para resolver situaciones de peli- gro como ésta, era valiente y más que todo detes- taba a los traidores. Aquellas frías frases expresadas de improviso por un subalterno, constituían el insulto supremo en una situación de guerra como aquella y aun- que la situación la había hecho suya desde la no- che anterior, el Comandante del Destacamento, le contestó al instante: —Señor Aldana, yo me encuentro en esta pobla- ción cumpliendo órdenes superiores, las que in- cluyen la defensa de la plaza si el anunciado asal- 67
  • 70. to armado se produce. Esto es lo único que haré, pero lo haré aunque me cueste la vida. Señor Al- dana, como usted forma parte de esta agresión, queda totalmente destituido de su cargo y le su- giero que si aún respeta su vida, debe retirarse a su casa de habitación inmediatamente, dentro de la cual tendrá que permanecer y si intentare salir estará exponiéndose a morir. No tengo nin- guna obligación de darle explicaciones. Tiene un minuto para cumplir la orden que acabo de darle. Las frases fueron expresadas por el Teniente Silva con tan profunda determinante energía, que el Teniente Aldana a pesar de estar armado y ro- deado de sus compinches ayudantes, dejó que una palidez de derrota recorriera toda su vacilante va- nidad; tembló tanto, que ni siquiera pudo volverse a llevar el cigarrillo a los labios. El Teniente Silva observó el fuerte impacto psicológico que habían causado sus palabras y martilló fuerte diciendo: —Retírese usted o hablará en este instante mi arma. El temor que era manifiesto en aquel hombre líder, se contagió de inmediato a sus hombres, transformando aquel ambiente en un rumor sordo de cobarde claudicación. Nadie más dijo nada, rei- nó un silencio infinito de estupor el cual tampoco nadie intentó romper. Todos vieron al Jefe de Co- misionados Militares principiar un presuroso ca- minar hacia su casa, iba vacilante y no se atrevió tan sólo a volver la vista. Desapareció tras una puerta cercana casi enfrente del parque. La balanza de la justicia se había inclinado in- exorablemente hacia el lado de la razón. Esto no fue todo para resolver definitivamente la situa- ción, el Teniente hubo de lanzarse a fondo y lo hizo diciendo:
  • 71. —Señores Ayudantes de Comisionados Milita- res, conozco plenamente la participación de uste- des en este complot y no puedo exigirles lealtad por ahora cuando ya han faltado a ella, sin em- bargo les exijo quedar al margen de las acciones de guerra que en adelante puedan sobrevenirse. El país está en pie de guerra y fusilaré inmedia- tamente a los traidores a la patria. El que no haya entendido esta orden que se quede en donde está ahora que volveré a repetírsela, los demás deben retirarse sin pérdida de tiempo a sus labores ha- bituales. Tienen un minuto para hacerlo. —En cuanto a los civiles, dijo Silva, les ruego serenidad ante lo crucial de la hora. Les mando y ordeno estrecha colaboración con este Comando. Les ofrezco que entregaré mi vida y la de mis sol- dados en la noble tarea de la defensa antes que comprometer la tranquilidad de ustedes. Este es mi esfuerzo y agotaré en él todo mi aliento, pero no olviden que el que trate de sabotear el trabajo que tengo trazado, pagará con su vida tal delito. Por ahora están todos en libertad para desenvol- verse como siempre en sus actividades regulares. Con esta intervención quedó encauzada una nueva fisonomía de la situación en Gualán; sin embargo, vagaba aún en el ambiente una escondi- da interrogante de congoja y de aglutinadas du- das. Poco a poco pero definitivamente fue quedan- do despejada el área frente al edificio principal. Los Comisionados Militares se habían alejado to- dos cautelosamente y la gente civil que se había agrupado noveleramente en aquel lugar, también volvió sobre sus pasos devorando un mundo de inquietudes con un silencio contenido en sus co- razones. 69
  • 72. Cuando eran las once horas en el reloj de la iglesia, se vio entrar al Teniente Silva al edificio principal directamente hacia la Oficina de Telé- grafos, descolgó el teléfono para comunicarse con Zacapa. En aquel lugar le estaba escuchando aho- ra sorprendido el propio Comandante de Opera- ciones; éste fue enterado de todos los pormenores ocurridos hasta ese instante en Gualán, incluyen- do la reciente y determinante destitución del Te- niente Manuel Aldana del importante cargo de Jefe de Comisionados Militares; luego el Tenien- te Silva dijo, tomaré mis precauciones, seguiré in- formando. Si no hay nada para ésta, CAMBIO Y AFUERA. Se le vio colgar el teléfono y acompañado del Sargento Marroquin, salió del edificio a continuar un estudio más a fondo de la situación que en Gualán ya era por demás tensa. La rebelión en Gualán no obstante marchaba bajo la conducción de líderes escondidos, que se decidieron por la búsqueda de un punto débil, para abrir un boquete hacia mejorar sus posicio- nes, mientras llegara el invasor; pero para conse- guir esto tenían que hacer algo importante y pen- saron en eliminar físicamente a] Teniente Silva, a este hombre que en pocas horas se había trans- formado en un serio escollo para la concepción de sus planes. Estos líderes se reunieron durante el transcurso del día en un lugar secreto, en donde deliberaron por largas horas y se decidieron finalmente por envenenar en forma inteligente al Comandante del Destacamento Militar, preparando para él, una há- bil trampa mortal. Se empezaron los arreglos para llevar a cabo un alegre almuerzo en la casa particular del li- 70
  • 73. cenciado en farmacia Lisandro Acevedo, arguyen- do como motivo el cumpleaños del alcalde de la ciudad, al cual lógicamente fue invitado con mu- cha cortesía el Teniente Silva y cuando éste re- corría la ciudad practicando un reconocimiento de rigor, midiendo, calculando y analizando todas las ventajas y desventajas que el terreno podría ofrecerle para el logro de sus planes, inesperada- mente se le presentó una pequeña comitiva con el objeto de anunciarle y pedirle el permiso co- rrespondiente para llevar a cabo una reunión de confianza en el lugar ya indicado y motivo ex- puesto y desde luego no faltó la atenta invitación para que el Teniente asistiera a la fiesta. —Señores, me parece que ustedes no están com- penetrados de las difíciles circunstancias en que nos encontramos. El país está ahora en pie de guerra y resulta ilógico llevar a cabo festejos co- mo si nada estuviese ocurriendo, de manera que lamento mucho no poderles dar el permiso que me solicitan. —Claro que estamos empapados de todo, pero aquí en Gualán no pasará nada porque es un pue- blo muy tranquilo y nosotros todos estaremos dis- puestos a colaborar con usted en cualquier mo- mento que fuere necesario. No queremos pertur- bar sus planes, pero esta vez se trata únicamente de una reunión en familia en donde no habrá nin- guna manifestación fuera del orden. Somos gente comprensiva y esperamos que no nos niegue aun- que fuera por una hora conmemorar el cumplea- ños del señor alcalde con un pequeño y muy sen- cillo almuercito. Además no creemos que nos nie- gue el privilegio de su asistencia. —Vuelvo a repetirles que me complace tal in- vitación, pero por mis delicadas funciones en este 71
  • 74. momento, solamente les puedo asegurar que lo pensaré. De todas maneras vuelvan tranquilos a continuar los preparativos que el permiso está concedido y háganme el favor de adelantar mis felicitaciones al señor alcalde. Algunos campesinos que empezaban a colaborar con el ejército, decidieron acercarse al Teniente Silva para exponerle vejámenes y otras quejas de problemas que habían ocurrido entre algunas gen- tes adineradas y ellos, en los que muchas veces se les amenazó de muerte, quitándoles sus terrenos y destruyéndoles sus siembras. Le dijeron al Co- mandante: —Nosotros le aconsejamos que usted no se re- lacione mucho con esta clase de gente que algo tie- nen qué ver con lo que se habla de invasión a es- te territorio. No queremos que le vaya a suceder nada a usted poroue hemos visto que es sincero y que es valiente. Ellos son capaces de todo, hasta de matarlo. —Claro que sí, yo ya tengo conocimiento de que quieren eliminarme y les agradezco mucho sus informes y recomendaciones espontáneas. Procu- ren mantenerse cerca de este comando, porque es- trechando voluntades podremos defendemos me- jor. Me parece que más adelante tendré que re- currir a ustedes para organizar un eficiente servi- cio de seguridad. La música de un tocadiscos alegraba la reunión en la casa de los Acevedo, en donde se notaba clara evidencia de festividad. Se encontraba allí reunido lo más granado de la sociedad gualanteca. En el interior de la casa había muchas damas que corrían de un lado a otro afanadas en los arre- glos de ima larga mesa cubierta por un lindo man- tel, flores y finos trastos. Por otro lado los caba- 72
  • 75. lleros también se habían reunido al filo de las 13 horas en singulares grupitos que charlaban de tópicos diversos. Un jaihol era repartido entre todos los asistentes, cuando el teniente apareció de improviso por el dintel de la puerta principal, en este momento se le acercaron presurosas varias personas para recibirlo y atenderlo de manera amable y especial. La comedia parecía darles ex- celentes resultados, porque el Teniente se presen- tó absolutamente solo, aunque con su equipo mi- litar correspondiente, es decir, tomando todas sus precauciones de seguridad personal. La visita del Teniente abrigaba un especial objetivo, que era particularmente conocer al detalle las fisonomías y la identidad de los personajes comprometidos en la subversión y comenzó por grabarse muy bien los detalles que pudieran darle mayor abundancia en la clave de la información. Nadie se atrevió a decirle o insinuarle nada acerca del equipo bélico que llevaba consigo, na- turalmente esto no les pareció un obstáculo, por- que el juego era otro, haciéndolo llegar hábilmen- te hasta el plato de la muerte. Los minutos trans- currieron en pláticas baladíes; de pronto fue ofre- cido el almuerzo, indicándole al Teniente su silla le ofrecieron una copa, la que él cortésmente acep- tó manteniéndola en sus manos por largo rato, para abandonarla después, sin haberla saboreado y cuando las conversaciones se ponían más ani- madas y parecía que iban a comenzar los brindis, el Teniente inesperadamente presentó sus discul- pas a la concurrencia porque debía retirarse a cumplir con su deber, pretextando que precisa- mente a esa hora estaba esperando una llamada telefónica del Comando. 73
  • 76. Mayúscula sorpresa para todos, que no pudieron esconder su asombro fue esta inesperada retirada; se les estaba escapando la presa, la reacción fue inmediata y casi todos al unísono hicieron un es- fuerzo supremo por retenerlo. —No, Teniente, no se nos vaya sin almorzar, esto será un grave desaire para el señor alcalde, iéntese por favor, en este mismo momento le servimos para que pueda pronto cumplir con su deber. Pero acontecía un hecho singular, mientras más el Teniente insistía en retirarse, la concurrencia aumentaba sus ruegos. —Agradezco profundamente se hayan molesta- do por mi persona, sin embargo, definitivamente no puedo quedarme, mi deseo es tan solo que con- tinúen divirtiéndose en esta maravillosa reunión, cuyo motivo es altamente importante. Quiero ma- nifestarles que pueden estar totalmente tranqui- los, porque mis soldados y yo estaremos vigilan- tes y dispuestos a defender esta solemne paz. A eso me han mandado y tengan la seguridad que agotaré todos mis recursos por lograrlo. Muy bue- nas tardes, hasta la vista. No hubo poder humano que lo hiciera desistir a pesar de que la presión continuaba para que se quedara a saborear el mortal manjar. 74
  • 77. CAPITULO VII UN INCONVENIENTE INESPERADO Otro grave inconveniente hubo de surgir aque- lla tarde. Tal parecía que el Teniente estaba sien- do sometido a las pruebas más duras y difíciles por el Dios de la guerra, antes de aquel histórico combate. La orden de defensa estaba dada y re- machada en la mente de los soldados para no fallar. Centenares de civiles habían emigrado de mu- chos lugares hacia Zacapa, para presentarse a la Zona Militar No. 2, con el objeto de colaborar con el Ejército en la defensa del país. El Comandante de Operaciones y su Plana Mayor, decidieron em- plear a esta gente inexperta en algunas misiones, antes que sacrificar personal de tropa, el cual con- tinuaba un largo descanso dentro de los cuarteles y fue así como el día 19 de junio se decidió or- ganizar dos pelotones con esta gente voluntaria, los equiparon con fusil checo calibre 7m/m, y 100 cartuchos hábiles enviando hacia Gualán dos de estos pelotones al mando del Capitán Carlos Al- fonso Chajón, quien a eso de las 15 horas se pre- sentó en aquella plaza entregando un mensaje es- 75
  • 78. crito al Teniente Silva el cual decía: "TENIENTE ECOS, de inmediato haga usted entrega de su puesto al Capitán Nube; luego tome el mando de los civiles que él lleva y con este personal aban- done Gualán y marche hacia el norte para hacerle encuentro al enemigo, se sabe que éstos avanzan por Morales y Bananera dirigiéndose a esa plaza. Ud. debe contener ese avance, destruir al enemi- go si es posible o expulsarlo hacia la frontera. Agote los medios a su alcance y de lo ocurrido informe a este Comando. Zacapa, 19 de junio de 1954. TIGRE'*. El Teniente Silva Girón quedó perplejo luego de haberse enterado del contenido de aquel men- saje y meditando un momento el caso, actuó con serenidad. Levantó la vista del papel y la clavó en aquellos hombres, todos de edad madura, luego preguntó a los civiles ¿Por lo menos, señores, sa- ben ustedes cargar y disparar ese fusil que traen consigo? Unos cuantos dijeron que ya habían disparado con armas similares y los demás contestaron re- sueltamente que no conocían el manejo de aquel fusil, sin embargo, agregaron que ellos no le te- nían miedo al enemigo y que estaban decididos a dar pelea hasta con las uñas si era posible. —Esto no es fácil señores, dijo el Teniente, hay que tener ciertos conocimientos tácticos y estra- tégicos, pero de todas maneras yo tengo entre mis manos una orden escrita del Comando de Opera- ciones y la cumpliré a costa de todo. Me parece que podemos ensayar aunque sea por una hora el manejo del fusil y algo sobre formaciones y pa- trullas de combate y agregó: Ojalá, señores, que ustedes logren asimilar lo más que se pueda, por- que es nuestra vida la que está en juego. 76
  • 79. Todo se hizo, la transmisión del mando y la pre- paración para partir a las 16.30 horas hacia el nuevo destino que de pronto se asomaba en el pa- norama turbulento de la vida militar del joven Teniente. El Teniente caminó unos 3 kilómetros sobre los durmientes de la línea férrea con aquellos hom- bres que nada más eran corazón, pero que en rea- lidad no llevaban en sus alforjas la experiencia para el combate. De pronto hubo de darse cuenta el Teniente de que no era ese el camino que le da- ría las mayores ventajas para un enfrentamiento con el enemigo, porque a los lados estaban gran- des plantaciones de banano que le negaban visi- bilidad y campo de tiro, quedando además expues- ta su gente a cualquier ataque por sorpresa, pero es que el Teniente aún se encontraba actuando como sonámbulo por lo inaudito de aquella dispo- sición del Comando, estaba pues cometiendo un grave error y hubo de rectificarlo en el acto al entrar en lucidez. Volvió sobre sus pasos y se di- rigió hacia la ruta del atlántico, sin embargo no era fácil alcanzarla sin antes enfrentar los riesgos que ofrecía cruzar las aguas crecidas del enorme río Motagua. Fueron grandes los esfuerzos que se hicieron para cruzar el río y sobre ésta avanzaban aquellos hombres dispuestos a vender caras sus vidas. Pobres hombres pensó el Teniente y con la mirada fija en el horizonte los contempló un ins- tante; vio en ellos un despojo combativo. Si bien había espíritu, faltaba la habilidad; si bien había voluntad faltaba la técnica; si bien había ardor patriótico, no había estrategia. En una palabra el nivel combativo se reducía a cero, un fatídico cero. 77
  • 80. £n la guerra ya no se puede aprender, porque los muertos nada pueden asimilar y nada más tendrán que ofrendar. La patria no vive de los cadáveres, vive de los hombres que aún piensan, planifican y actúan en función de Patria. Caminaban lentamente. ¿Cuáles serian los re- sultados de un enfrentamiento en estas condicio- nes? Aunque el enemigo también andaba en las mismas circunstancias de analfabetismo combati- vo, definitivamente habría negación del concepto, habría un despilfarro de sangre humana y útil con desajustes inoperantes para los dos bandos y en este caso la misión era vencer. Una vez más midió el Teniente los alcances de aquella absur- da aventura; se imaginó a toda esta gente pelean- do ardorosamente, pero sin control alguno ni dis- posición formal de combate. Vio caer uno tras otro heridos mortalmente a sus hombres, allí que- daban sobre el piedrín de la carretera, unos do- blados boca abajo inermes desangrándose agoni- zando. Otros con la faz hacia el cielo, tendidos con los brazos abiertos en tierra, la mirada quieta y sin luz en las pupilas. Imaginó la zana de los combatientes que triunfan pasando sobre los cuer- pos de los adversarios y clavando aún la ballo- neta de su fusil en los pechos de los caídos. Ima- ginó todo esto y pensó en sus hogares, el drama de las esposas viudas y la tragedia de un centenar de niños huérfanos, porque aquellos no eran sol- dados sino en realidad 60 cadáveres ambulantes. Caminaba hacia el encuentro con la muerte. De pronto a la distancia vio aparecer cuatro hom- bres que corrían sobre la franja de tierra de la carretera e inmediatamente el Teniente ordenó un despliegue de su personal y cuerpo a tierra quitan- do el seguro del arma listos para entrar en acción 78
  • 81. Envió rápidamente a tres elementos adelantados para marcar el alto a aquellos que venían. Eran cuatro policías de la Guardia de Hacienda que habían logrado salvar sus vidas en Morales, lugar ocupado ya por los agresores. Los policías fueron detenidos en su loca carrera e interrogados por el propio Teniente. —¿Qué les sucede a ustedes?, ¿por qué corren de esa manera? ¡A ver si pueden empezar a ex- plicarse ya! Los policías jadeantes de cansancio casi no podían articular palabra dando la sensación de estar poseídos de un pánico exagerado, dijeron al fin: —Ellos son muchos mi Teniente, son salvajes, fusilan a la gente en la calle, invaden viviendas, destrozan comercios y provocan la locura dispa- rando sus armas sin razón, porque nadie les está haciendo frente. Dicen que hoy por la noche ata- carán y tomarán a Gualán aunque se encuentre allí el mismo diablo. Continuaron diciendo: —Mi Teniente, el personal que usted lleva no es sufi- ciente y a usted no le conviene enfrentarse contra ellos. Debe regresarse porque de lo contrario los matarán. Nosotros nos vamos a la capital a como dé lugar en este mismo momento. Aquí intervino el Teniente diciendo: —Ustedes no van a continuar hacia Guatemala; tampoco van a tener más miedo. Todos los guate- maltecos de corazón estamos en la obligación de defender a la patria en estos momentos de dura prueba y ustedes no van a ser la excepción. Defi- nitivamente se agregan a mis tropas y pelearán conmigo, no en este lugar, pero sí lo haremos des- de Gualán hoy por la noche. 79