Este documento describe la "burbuja hospitalaria" en España, donde políticos populistas de diferentes partidos gastaron grandes cantidades de recursos limitados en la construcción de hospitales faraónicos con fines electorales a corto plazo. Expertos critican que este enfoque llevó al despilfarro y a inversiones poco meditadas que priorizaron el localismo por encima de consideraciones técnicas. Aunque un ex consejero de sanidad defendió estas acciones, citando listas de espera, los expertos argumentan que este concepto es heterogéneo y que usar
1. La “burbuja hospitalaria”
En un magnífico artículo titulado “El pinchazo de la burbuja hospitalaria”, Elena
G. Sevillano explicaba en El País del 2 de marzo cómo se gestó uno de los
mayores despropósitos de la política sanitaria de nuestro país, la que se ha
dado en llamar “burbuja hospitalaria”. Una estrategia de políticos populistas
de diferentes partidos (pero fundamentalmente de lo que ya se conoce
como “PPSOE”), con cortedad de miras electorales, que llevó al despilfarro
de unos muy limitados recursos (con una inversión pública en sanidad que
apenas ha superado el 7% del PIB, muy por debajo de los países de
nuestro entorno) en construcciones faraónicas.
Hablaba la periodista del que se decía iba a ser el “mayor hospital de Europa”,
una mole en el barrio residencial de Santa María de Benquerencia, en Toledo.
Cuando a finales de 2011 fueron suspendidas las obras por el actual gobierno
regional “ya se habían gastado 140 millones y se había ejecutado el 30% de la
obra, iniciada cinco años antes”. Los resentidos sueldos de los profesionales
sanitarios y los recortes en prestaciones para los usuarios dan una idea de
quién paga este y otros despropósitos (ya he hablado hasta la saciedad de los
muchas veces innecesarios hospitales comarcales en otras ocasiones).
En el artículo se recogía la opinión de Salvador Peiró, del Centre Superior
d’Investigació en Salut Pública (CSISP), organismo que depende de la
Generalitat valenciana, que subrayaba la concentración de estas políticas en lo
que podríamos llamar “eje centro-levante”. Madrid y Valencia, las comunidades
que han abanderado la estrategia privatizadora, y por medio el “caso
manchego” (ya hablé en “Privatizando (III). Protagonistas” del papel que
desempeñó Castilla-La Mancha y destacados miembros del ámbito del PSOE
en la génesis del primer proveedor de servicios médicos público-privados de
España). Señalaba Peiró que “el incremento del gasto sanitario fue
extremadamente clientelar, en ocasiones se asoció a estrategias urbanísticas…
y llevó al despilfarro”. Sevillano recogía opiniones de otros expertos. Así Juan
Oliva, presidente de la Asociación de Economía de la Salud, hablaba de
“arquetipos de mal gobierno a la hora de abordar inversiones poco meditadas y
temerarias, localismo en el desarrollo de centros y carteras de servicio y
abandono de referentes técnicos en la planificación de oferta”. Por su parte,
José Ramón Repullo, profesor de Planificación y Economía de la Salud de la
Escuela Nacional de Sanidad, decía: “Aquí se da esencialmente una alianza
entre constructoras, políticos regionales y políticos locales, con el silencio más
o menos cómplice de los demás agentes, que no se atreven a levantar la voz.
¿Quién puede decir que no hace falta un hospital en un sitio concreto, y no
correr el riesgo de ser corrido a gorrazos por los vecinos y comerciantes
interesados?”.
La respuesta no se hizo esperar. El día 6, en una carta publicada por dicho
periódico, el que fuera consejero de sanidad, Roberto Sabrido, cargaba contra
los que llama “eminentes profesores”, a los que acusa de no dar “datos para
sostener sus afirmaciones”, así como “tampoco quien firma la noticia”. Pero sin
embargo él da explicaciones tan ambiguas como la “población que tendría que
2. atender para hacernos una idea real de sus dimensiones” (se refiere al que iba
a ser “el mayor Hospital de Europa”, es posible que en la planificación se
hubiera tenido en cuenta, entre otras, la población que algunos pretendían
ubicar en Seseña), o “que con el número de quirófanos actuales tenemos en la
provincia de Toledo listas de espera que superan lo razonable”.
Hace unas semanas dije que tenía que hablar un día de las listas de espera. Y
es que este es el argumento preferido por los políticos populistas cuando
hablan de sanidad. Pero este concepto encierra una gran heterogenicidad, no
se puede “meter todo en el mismo saco”. No es lo mismo la demora en hacer
una mamografía a una mujer con una lesión mamaria sospechosa de
malignidad, que la demora que pueda existir, por ejemplo, en extirpar un quiste
sebáceo. Ponerlo todo al mismo nivel fue lo que llevó a la nefasta política de
“peles” y a los conciertos con clínicas privadas que han estado en el germen de
la preponderancia que han adquirido las empresas de gestión público-privada.
La administración sensata de las listas de espera es una de las garantías de
equidad y de sostenibilidad de un sistema público de atención a la salud.
En Salvados, el magnífico programa de Jordi Évole, se trató recientemente el
tema de la privatización de la sanidad, bajo el título: “De paciente a cliente”. En
él, alguien tan poco sospechoso de animadversión hacia el PSOE como Rafael
Bengoa, exconsejero de sanidad del gobierno vasco y flamante fichaje de
Obama como asesor para la puesta en marcha de su reforma sanitaria,
afirmaba rotundo: “ha habido burbuja sanitaria: el ladrillo en sanidad también ha
sido tóxico”.