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LA CONCEPCIÓN DEL HONOR EN EL TEATRO ESPAÑOL Y FRANCÉS DEL
SIGLO XVII: PROBLEMAS DE METODOLOGÍA
José Manuel Losada
Estado actual de los estudios sobre el Siglo de Oro. Actas del II Congreso
de la Asociación Internacional del Siglo de Oro. Manuel García Martín (ed.),
Salamanca: Ediciones Universidad de Salamanca, 1993, p. 589-596.
ISBN: 84-7481-739-0.
1. Introducción
Difícilmente podríamos hallar un texto completamente puro; toda composición literaria viene
teñida de elementos procedentes de otras culturas. Esta presencia constituye el hecho comparatista1;
hecho que puede manifestarse con mayor o menor intensidad según sean las relaciones –mediatas e
inmediatas– del escritor con otros textos literarios. Y raramente una literatura se habrá visto tan
impregnada, tan “dependiente” de otra, como la francesa respecto a la española del Siglo de Oro2.
La razón de esta influencia literaria ejercida por la literatura de nuestro Siglo de Oro allende
los Pirineos no se debe, como bien podemos imaginar, a la excelencia de uno o varios escritores de
excepción –que los hubo–, sino más bien a una moda del público, tal y como señalara en su día
Antoine Adam: “Los espectadores quieren que el autor los transporte con la imaginación a España,
a ese país donde los nobles tienen un sentido del honor tan susceptible y una mano tan dispuesta a
desenvainar a la menor ocasión, donde las jóvenes citan a sus amantes en su habitación, donde los
galanes suben al balcón por la noche, mientras que los músicos improvisan un concierto en honor de
su amada. Lo que buscan sobre todo los espectadores de Le Marais y del Hôtel de Bourgogne es la
evocación de este placer tan romántico, de este mundo de voluptuosidad y de sangre”3.
Así pues, se trata de una moda: a pesar de la rivalidad política y militar de aquellos años –Le
Menteur de Corneille o Clarice de Rotrou conocían la luz al tiempo que resonaban los cañones de
Rocroi–, al público parisino poco le importa el que los escritores franceses conserven el título exacto
de la obra que imitan, mantengan los nombres españoles en sus personajes o sitúen la acción en
Madrid o Toledo4. Y dentro de este mundo exótico, el espectador gusta especialmente de asistir a
esos “casos de la honra” por aquello mismo que dijera Lope sobre su alcance universal5. Sin por ello
minimizar en absoluto otros temas tan interesantes como el amor o la mitología, estos asuntos del
pundonor merecen pues que les dediquemos una atención especial, la misma que atraía a los
espectadores parisinos al teatro ávidos de aquellas “comedias a la española”.
1 Vid. Pierre BRUNEL, “Le fait comparatiste”, en Précis de littérature comparée, Pierre BRUNEL & Yves CHEVREL ed., París,
1989, Presses Universitaires de France, p. 29.
2 El Répertoire bibliographique des traductions et adaptations françaises du théâtre étranger du XVe siècle à nos jours (tomo IV), de
Madeleine HORN-MONVAL, da cuenta de varios centenares de adaptaciones, imitaciones e incluso simples traducciones
impresas en Francia durante este período. Vid. igualmente la Bibliografía francoespañola (1600-1715) de Alejandro CIORANESCU.
3 Histoire de la littérature française au XVIIe siècle, París, 1962, Editions Mondiales, tomo II, p. 330.
4 Ibid.
5 Vid. Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo, dirigido a la Academia de Madrid, Madrid, 1856, Rivadeneyra, col. Biblioteca
de Autores Españoles (BAE), n° 38, p. 232.
2
Como bien podemos suponer, todas estas manifestaciones castellanas en el teatro francés
ofrecen al crítico comparatista un terreno de cultivo especialmente apto e interesante. Con la ayuda
de la necesaria documentación le sera fácil detectar hasta las más nimias influencias ejercidas por
nuestro Siglo de Oro. Láncese, pues, a esta apasionante tarea, seguro de que sus esfuerzos no serán
baldíos. Pero al mismo tiempo le engañaríamos si le dijéramos que su investigación será una marcha
triunfal: escollos hay, y peligrosos. En las páginas que siguen nos proponemos pues, prevenirle, entre
otros, de dos problemas metodológicos con los que se topará forzosamente: unos, más fácilmente
detectables, que se derivan de la terminología, y aquellos, más peligrosos por cuanto más
imperceptibles, que proceden de la estructura literaria.
2. La concepción del honor: problemas de terminología
Primeramente, si el investigador desea que su trabajo reúna las debidas condiciones de seriedad
y objetividad, deberá acometer el estudio de las cuatro grandes concepciones del honor, esto es, el
honor considerado como opinión, virtud, nobleza y limpieza de sangre. Este desmenuzamiento de
las diversas acepciones del honor le permitirá, en un segundo paso, afrontar cualquier texto del Siglo
de Oro y delimitar sus influencias en el teatro francés del siglo XVII. El procedimiento que acabamos
de enunciar, aunque arduo, se muestra indispensable dada la increíble complejidad del tema del honor
español. A continuación vamos a exponer algunos jalones que faciliten la tarea del comparatista.
Honor-opinión
Cuando, en El Caballero bobo, el duque explica a Anteo que
la honra en el mundo, hijo,
solamente es opinión,
no hace sino incidir sobre uno de los términos básicos para la comprensión del honor. Término
de primer orden y que, según Beysterveldt, vino a ser el “único ideal «oficial» de la comedia
española”6. Bennassar y Mackendrick se alían a la postura de Beysterveldt al declarar que todas las
demás acepciones del honor quedan como “dependientes” y “subordinadas” a esta última7. El
investigador comparatista intentará, pues, dar una definición de este honor-opinión con el fin de
elucidar seguidamente sus influencias en la escena francesa. Mas he aquí precisamente el primer
obstáculo: el término “opinión” –tan usual en la comedia española8– no encuentra su sinónimo en el
término francés opinion. Los autores galos se percataron de este problema e intentaron resolverlo de
diferentes maneras. Así, por ejemplo, Thomas Corneille no duda en utilizar la expresión l’opinion
publique en su comedia Les Illustres Ennemis9 para significar el concepto propiamente castellano; no
obstante, la gran mayoría de las adaptaciones se contentaron con traducir simple y llanamente la
“opinión” por l’honneur.
6 Répercussions du souci de la pureté de sang sur la conception de l’honneur dans la “Comedia Nueva” espagnole,
Leiden, 1966, E. J. Brill, p. 214.
7 Vid. respectivamente, L’Homme espagnol. Attitudes et mentalités du XVIe au XIXe siècle, París, 1975, Hachette, p. 175, y
“Honour / Vengeance in the Spanish «Comedia»: a case of mimetic transference?”, en The Modern Langage Review, 1984, n°
79, p. 318.
8 Vid. por ejemplo, El Astrólogo fingido, in Calderón de la Barca. Obras completas, Angel VALBUENA BRIONES ed., Madrid,
1960, Aguilar, tomo II, J. I, p. 132, y Las Mocedades del Cid (Primera parte), de Guillén de Castro, Madrid, 1857, Rivadeneyra,
BAE, n° 43, J. III, p. 253.
9 Vid. Théâtre complet de Thomas Corneille, París, 1881, Laplace, Sánchez et Cie., A. V, esc. III, p. 165. Se trata de una comedia
inspirada en Obligados y ofendidos y Gorrón de Salamanca, de Rojas Zorrilla y, según VALBUENA BRIONES, en Amar después de la
muerte o El Tuzaní de la Alpujarra, de Calderón de la Barca.
3
Igual suerte corrieron tantos otros términos íntimamente relacionados con el honor-opinión:
la “fama”, esa “preocupación por la reputación personal”10; la “honra”, aquella “preocupación por la
reputación familiar”11, el “vulgo”, esos “representantes de la opinión pública”12, se vieron
miserablemente suplantados cuando no relegados a la vaguedad de le monde, les gens, le public, etc.,
términos, todos ellos, muy dignos de respeto, pero demasiado vastos como para indicar la riqueza de
los originales castellanos. El empobrecimiento lexicográfico es patente, y debe ser tenido en cuenta
por el comparatista si de veras quiere penetrar en toda su plenitud lo que veía el público francés y la
imagen que se hacía del mundo español.
Honor-virtud
Quizás sea este el concepto del honor que menos perturbaciones sufriera en las adaptaciones
al teatro francés. Todo pueblo es consciente de lo que significa una “conducta honrosa”13; lo cual
hace posible en ambas literaturas la definición de este honor como “la recompensa de la virtud”14.
No obstante, deberá el crítico tener en cuenta ciertos problemas de menor importancia que puedan
presentar ese famoso “estar corrido” de tantos hombres que se sienten deshonrados15, aquel “recato”
tan específico de la mujer española16, e incluso la sutil diferencia existente entre la “vergüenza”
española y la honte francesa17. Entre tantos ejemplos, es de señalar el del valor personal, elemento
indispensable del honor-virtud, y que sería sin duda alguna una de las razones que propiciaron los
éxitos de El Palacio confuso, y de Don Sanche d’Aragon18. Dicho lo cual, puede el comparatista adentrarse
sin mayor aprensión en el estudio del honor concebido como “la reverencia, la cortesía que se hace
a la virtud”19.
Honor-nobleza
De entre las diferentes maneras de adquisición de la nobleza que dictara Alfonso X el Sabio20,
aquella que venía conferida por el nacimiento es la más representativa del siglo XVII. Bomli mantiene
que contrariamente a las ideas que reinaban en Francia, esta concepción del honor, para los españoles,
10 CHARLES-VINCENT AUBRUN, La Comédie espagnole (1600-1680), París, 1966, Presses Universitaires de France, p. 117.
Vid. a modo de ejemplo, El Mayorazgo Figura, de Castillo Solórzano, Dramáticos contemporáneos a Lope de Vega, Madrid, 1858,
Rivadeneyra, BAE, n° 45, J. II, p. 299, o Los Empeños de un acaso, de Calderón, op. cit., J. III, p. 1072.
11 Ibid.
12 Julian PITT-RIVERS, Anthropologie de l’honneur. La Mésaventure de Sichem, París, 1984, Le Sycomore, p. 26.
13 Enrique OOSTENDORP, “El sentido del tema de la honra matrimonial en las tragedias de honor”, en Neophilologus,
1969, n° 53, p. 14.
14 ARISTOTE, Ethique à Nicomaque, París, 1979, Librairie Philosophique J. Vrin, libro IV, c. 7, p. 188. BALINGHEM (Le
Vrai Point d’honneur, St-Omer,1618, Boscar, p. 5), moralista francés del siglo XVII, coincide con el filósofo griego; y otro
tanto se puede decir de Cervantes, que se muestra categórico al asentar la afirmación de que “la verdadera deshonra está en
el pecado y la verdadera honra en la virtud”, La Fuerza de la Sangre, Novelas ejemplares, Madrid, 1985, Cátedra, col. Letras
Hispánicas, n° 106, H. SIEBER ed., tomo II, p. 84.
15 Vid. Las Mocedades del Cid, op. cit., J. I, p. 242.
16 Vid. El Mayorazgo Figura, op. cit., J. II, p. 299.
17 Vid. PITT-RIVERS, op. cit., p. 46.
18 Acerca de las fuentes y el éxito de esta comédie héroïque de Pierre Corneille, vid. los comentarios del propio autor en su
Examen de 1660.
19 COVARRUBIAS, Diccionario de Autoridades.
20 Las Siete Partidas, Madrid, 1807, Imprenta Real, reed., vol. II, partida II, título XXI, ley II, p. 199.
4
no es un atributo que se pudiera adquirir por la conducta, sino más bien una cualidad innata21, aserción
que Dávila García-Miranda corrobora en sus estudios sobre dicho estamento22. La consideración de
este hecho ayudará sin duda alguna al comparatista cuando este constate la confusión entre nobleza
y nacimiento a la que asistimos en El Burlador de Sevilla de Tirso y el Don Juan de Molière23.
A esta cualidad habría que añadir todo lo que lleva consigo la “hidalguía”. Este término, a pesar
de los brillantes estudios de Rubió y LLuch24 y García Valdecasas25, no ha sido aún plenamente
comprendido por grandes especialistas extranjeros del Siglo de Oro. En efecto, débese insistir con
tesón en la diferencia que hay entre el hidalgo español y el gentilhomme francés: este último no puede
reunir en una sola persona el espíritu caballeresco, la galantería, el desprecio de las riquezas, la pureza
de sangre y el sentimiento del honor característicos de aquel. Solo a la luz de estas apreciaciones
pueden ser comprendidos esos caballeros discretos que Paul Scarron ha pintado en Le Jodelet duelliste,
Le Marquis ridicule, y L’Héritier ridicule, y que se encuentran resumidos en el hidalgo de El Mayorazgo
Figura de Castillo Solórzano. Si no se tiene en cuenta lo anteriormente dicho, en efecto, se puede caer
en la tentación de asimilar al hidalgo español con el tipo del hobereau o, lo que sería peor aún, con el
del honnête homme francés26.
Lo cual no quita para que un hidalgo y un caballero de título que sobresalen por su espíritu
caballeresco, hayan encontrado un excelente eco en la escena francesa. Hacemos referencia a Obligados
y ofendidos, y Gorrón de Salamanca, de Rojas Zorrilla, donde la caballerosidad de Don Pedro y del conde
de Belflor se ve perfectamente reflejada en la générosité de los respectivos personajes de Paul Scarron,
l’abbé de Boisrobert y Thomas Corneille27.
Honor-limpieza de sangre
Llegamos ahora a la concepción del honor que más obstáculos puso en la adaptación en
Francia del teatro del Siglo de Oro. Porque un autor francés no podía comprender en toda su
profundidad todas las implicaciones de lo que se ha dado en llamar la “limpieza de sangre”; y aun
cuando en un hipotético caso pudiera percibirlas, es evidente que el público al que iban destinadas
sus comedias o sus tragicomedias desconocía por completo las consecuencias que acarreaba
cotidianamente la convivencia de tres razas y tres religiones tan firmemente arraigadas en la sociedad
española como opuestas entre sí. Así, por ejemplo, Corneille hace caso omiso de las menciones de
los godos que encuentra en sus modelos castellanos28. Otro tanto se puede decir de la Inquisición
21 Cfr. La Femme dans l’Espagne du Siècle d’Or, La Haya, 1950, Martinus Nijhoff, p. 64.
22 Vid. “La nobleza como afirmación de lo individual”, in Hidalguía, 1963, n° 11, p. 573 y sq. Sobre la adquisición de la
nobleza por las armas, vid. los comentarios, de fines del siglo XVI, de HUARTE DE SAN JUAN, Examen de los ingenios para las
ciencias, Madrid, 1977, Editora Nacional, p. 253.
23 Vid. respectivamente, Fray Gabriel Téllez (El Maestro Tirso de Molina), Comedias escogidas, Madrid, 1866, Rivadeneyra,
B.A.E., n° 5, J. III, esc. VII, p. 584, y Don Juan ou Le Festin de pierre, Molière, Œuvres complètes, París, 1979, Ed. du Seuil, A. IV,
esc. IV, p. 304.
24 El Sentimiento del honor en el teatro de Calderón, Barcelona, 1882, Subirana.
25 El Hidalgo y el honor, Madrid, 1958, Revista de Occidente.
26 Vid. Charles-Vincent AUBRUN, op. cit., p. 80.
27 Vid. L’Ecolier de Salamanque ou Les Ennemis Généreux, Les Généreux Ennemis y Les Illustres Ennemis.
28 Vid. por ejemplo, Le Cid, donde el autor francés ha suprimido la alusión, tan explícita en Las Mocedades del Cid, a la
ilustre raza de Rodrigo, op. cit., J. II, p. 250.
5
española, cuyas alusiones en las piezas españolas –tales como El Astrólogo fingido, de Calderón de la
Barca, o No hay peor sordo, de Rojas Zorrilla– no encuentran su paralelismo en la escena francesa29.
Pero la mayor diferencia viene dada por la expresión “cristianos viejos” y su contraria
“cristianos nuevos”30. Aunque los dos grupos profesaran oficialmente la misma religión, los primeros
no llevaban en sus venas sangre de moro o judío convertido, ni siquiera entre sus antepasados; los
segundos cargaban con la infamia de ser “hijos de mala sangre”. Si aquellos se sabían “limpios de
toda mala raza de Moro, ni Judío”31 y por tanto acreedores de un honor negativamente definido32,
estos se sentían socialmente manchados y tratados como seres de segunda clase. De ahí el que en
innumerables piezas castellanas el autor, ya fuera porque él también se sabía “cristiano viejo” o porque
buscaba atraerse la benevolencia del público, no dudara en utilizar estas mismas expresiones, como
ocurre en La Villana de Vallecas, No hay peor sordo, El Burlador de Sevilla, y tantas otras comedias33. En
esta última, por ejemplo, el labrador Gaseno declara sin timideces que su hija bien puede casarse con
el ilustre caballero Don Juan porque
cristiana vieja es
hasta los huesos.
Cabe suponer que raros serían los espectadores franceses capaces de comprender estas
palabras. ¿Qué adaptación podría hacer de tal escena un autor francés? Lo más lógico era pues pasar
por alto y consagrar todos los esfuerzos a la intriga amorosa, el quid pro quo, la profundización del
personaje grotesco, los duelos y los desenlaces inesperados. Consiguientemente, no debemos
extrañarnos al constatar la ausencia de tales alusiones en las correspondientes piezas francesas; y ello
cuando el autor francés no caía en el equívoco34 o en el susodicho empobrecimiento lexicográfico35.
En íntima conexión con el elemento precedente se encuentra el obstáculo que presentan las
Ordenes militares españolas: en incontables piezas castellanas el caballero o el hidalgo, galán de la
dama y núcleo de la acción, suele vestir el hábito de Santiago, de Calatrava o de Alcántara, privilegio
que solo podían obtener, en principio, los nobles poseedores de una ejecutoria firmada por el Consejo
de Ordenes acreditando su limpieza de sangre36. Dicha prerrogativa ejercía un veritable prestigio a
los ojos del público, como se da a entender en la comedia No hay peor sordo37. Al igual que ocurriera
con el caso de los “cristianos viejos” y “cristianos nuevos”, las adaptaciones no pudieron
proporcionar en este sentido los mismos fines perseguidos en la pieza española, como es el caso de
Don Japhet d’Arménie respecto al Marqués del Cigarral.
29 En Le Feint Astrologue Thomas Corneille se limita a vagos comentarios a la brujería; en cuanto a Le Jodelet duelliste,
Scarron no hace la más mínima referencia al Santo Oficio.
30 Sobre este auténtico drama sociológico, vid. los numerosos e interesantes estudios de Américo CASTRO, Julio CARO
BAROJA y Antonio DOMÍNGUEZ ORTIZ.
31 Fórmula procedente de los cuestionarios sobre la limpieza de sangre para la admisión en la Orden de Santiago,
Martine LAMBERT-GORGES, Basques et Navarrais dans l’Ordre de Santiago, (1580-1620), París, 1985, Centre National de la
Recherche Scientifique, p. 58.
32 Cfr. BATAILLON, “Ce que l’hispaniste doit à l’Espagne”, en Cahiers Pédagogiques pour l’Enseignement du Second Degré, 1956,
n° 7, p. 485.
33 Vid. respectivamente, en estas tres piezas de Tirso, op. cit., J. II, esc. V, p. 55, J. I, esc. I, p. 265 y J. III, esc. XVIII, p. 588.
34 Vid. Don Japhet d’Arménie, de Paul Scarron, op. cit., A. I, esc. III, p. 322 y A. III, esc. IV, p. 351.
35 Vid. Le Cid, op. cit., A. I, esc. I, y L’Ecolier de Salamanque ou Les Ennemis Généreux, A. I, esc. I. Solo hemos localizado una
escena en la que un personaje logre obtener con acierto el mismo efecto buscado en el modelo español: se trata de L’Héritier
ridicule de Paul Scarron, op. cit., A. V, esc. II, p. 178; pero incluso en este caso cabe poner en duda que el espectador haya
podido percatarse de cuanto la escena significa en el contexto sociológico de la España del Siglo de Oro.
36 Vid. Peor es hurgallo, de Coello y Ochoa, ms. de la Biblioteca Nacional, ms. 15376, J. I, fol. 6.
37 Op. cit., J. I, esc. I, p. 266 y ss.
6
3. La concepción del honor: problemas de estructura literaria
Pasamos a hablar ahora de otro problema con el que forzosamente habrá de encararse el crítico
comparatista al profundizar en los teatros español y francés del siglo XVII.
En efecto, la fortuna seguida por las comedias españolas en tierra francesa, no puede menos
que sorprendernos si comparamos el éxito reservado a determinadas comedias y el rotundo fracaso
que conocieron otras. En el primer grupo tenemos las comedias de capa y espada, las comedias de
intriga o sentimentales y las comedias de figurón; en el segundo se encuentran los autos, las comedias
filosóficas, las históricas y, ante todo, los dramas del honor. Querríamos dar aquí algunas
apreciaciones que faciliten ulteriores investigaciones concernientes al infortunio de estos últimos.
Como bien ha demostrado Beysterveldt, existe una “dura ley que obliga al hombre a abandonar
en los brazos de la mujer su bien más precioso: el honor”38. Muchos han sido los críticos que han
profundizado en las causas de esta ley y de su específico desarrollo en el teatro español: se ha visto
en ello una herencia de la antigüedad greco-latina, de los principios cristianos, de las costumbres de
los pueblos germánicos, e incluso la reacción, venida de la Edad Media, de refuerzo de la cohesión
familiar frente a los amenazadores hábitos musulmanes39. De ahí el que sean habituales –como en
Peor es hurgallo40 o Entre bobos anda el juego41– los cuidados que el jefe de familia o el futuro esposo
ponen para preservar a su hija o a su prometida de toda posible relación con cualquier hombre. Esta
era la tónica general de la comedia que atrajo a los autores y al público parisino, como se ve en las
medidas de prudencia tomadas por el grotesco Don Bertrand42.
Calderón de la Barca es un caso aparte. No faltan las comedias en las que desarrolle este tema
del honor masculino que reposa en la salvaguardia del honor de la hija o de la amada. Ahí está para
demostrarlo Casa con dos puertas, mala es de guardar43, donde Don Félix utiliza con su hermana Marcela
las mismas cautelas obsesivas que Felipo de Carrizales en la novela de Cervantes44. Pero el insigne
dramaturgo va mucho más allá en este aspecto. Sus dramas del honor vienen a ser una verdadera
psicología del honor, hasta rayar en lo casuístico increíble, hasta triturar y desmenuzar esta pasión y
convertirla en un sentimiento frío y calculador45. Sus mujeres viven continuamente vigiladas y
enclaustradas46, siempre bajo la amenaza de la mano castigadora del hombre que ha depositado en
ellas su honor. Si a ello le añadimos la concepción de la mujer en Calderón, su mentalidad y formación,
la incapacidad congénita del barroco para las medianías47 y la tradición teatral española, bien podemos
imaginar que de este comportamiento a una cierta barbarie48 no haya más que un paso. Aquí
encuentran su explicación las venganzas que Calderón propone para que el marido recupere el honor
perdido, esto es, la muerte del adúltero galán y la de su propia esposa. Ora Don Gutierre, cual médico
38 Op. cit., p. 214.
39 Vid. GARCÍA VALDECASAS, op. cit., p. 157 y sq., y Claudio SÁNCHEZ-ALBORNOZ, España, un enigma histórico, Buenos
Aires, 1956, Editorial Sudamericana, tomo II, p. 621.
40 Op cit., J. I, p. 28.
41 Vid. Comedias escogidas de Don Francisco de Rojas Zorrilla, Madrid, 1952, Atlas, B.A.E., n° 54, J. I, p. 19.
42 Vid. Don Bertrand de Cigarral, Théâtre complet de Thomas Corneille, op. cit., A. I, esc. II, p. 58.
43 Op. cit., J. I, p. 287 y ss.
44 Vid. El Celoso Extremeño, in Novelas ejemplares, op. cit., p. 103-104.
45 Cfr. RUBIO Y LLUCH, op. cit., p. 53.
46 Cfr. Alejandro CIORANESCU, Le Masque et le visage. Du baroque espagnol au classicisme français, Genève, 1983,
Droz, p. 102.
47 Cfr. Alejandro CIORANESCU, El Barroco o el descubrimiento del drama, La Laguna, 1957, Ediciones de la Universidad de
la Laguna, p. 406.
48 Vid. SÁNCHEZ-ALBORNOZ, op. cit., p. 627.
7
de una incurable herida, desangra en el lecho a su fiel esposa Doña Mencía49, ora Don Lope, cual
discreto marido en secreto ofendido, envuelve en llamas a su inocente amada Doña Leonor50, ora,
finalmente, Don Juan, cual pintor que retrata su deshonrado modelo, dispara una bala mortal a su
leal mujer Serafina51.
Esto era inadmisible en la escena francesa: porque tales concepciones de la mujer y del honor
eran inadmisibles en Francia52, porque las reglas de las tres unidades impedían tales secuencias, porque
les bienséances no permitían la representación de actos sangrientos sobre las tablas53 y porque faltaba
tal tradición en el teatro francés. Una prueba fehaciente de ello es el comentario que de este teatro
hace un crítico francés contemporáneo de Calderón, cuando reprocha tales exageraciones y el no
saber mantenerse dentro de los márgenes que la razón debe indicar a los poetas equilibrados54.
4. Conclusión
En las líneas precedentes hemos visto que tanto el poeta como el público francés, atraído al
teatro por la novedad que le venía de España, no podía percibir –permítasenos la metáfora–más que
una porción del inmenso iceberg de nuestra comedia. Por un lado, los problemas de terminología
hacían ilusoria una auténtica inmersión en la vida y costumbres españolas: sometidas a un continuo
empobrecimiento lexicográfico, las comedias se veían resumidas a simples representaciones
sentimentales entre dos jóvenes amantes. Fama, honra, hidalguía y Órdenes militares quedaban
englobadas en el vasto término de honor, cuando no en el genérico de caballero o simplemente noble.
Por otro lado, los espectadores franceses desconocieron los dramas del honor español: los autores,
conscientes de la incapacidad del público para comprenderlos, ni siquiera se molestaron en intentar
adaptarlos. Lo cual provocaba, por ende, una idea parcial de la sociedad española y de su teatro. Otros
problemas metodológicos se añadirán a estos dos cada vez que se quiera profundizar en las relaciones
mutuas de ambos géneros en sendos países; esperamos que los aquí expuestos sirvan en sus primeros
pasos al crítico ávido de descubrir semejanzas y diferencias de esta irrefutable dependencia literaria.
49 Vid. op. cit., tomo I, Dramas: El Médico de su honra, J. III, p. 348.
50 Ibid., A Secreto agravio, secreta venganza, J. III, p. 452.
51 Ibid., El Pintor de su deshonra, J. III, p. 903.
52 “Los españoles se instituyen en tal poder sobre las mujeres que las tratan casi como esclavas, temiendo que una
honesta libertad no las emancipe más allá de las leyes del pudor”, Antoine DE BRUNEL, Voyage d’Espagne (1665), reed. en
Revue Hispanique, 1914, n° 30, p. 157.
53 Este comportamiento tan propio a la escena española provocaría más de una crítica acerba cada vez que un temerario
autor francés se atreviese a conservarlo en su adaptación, tal y como le ocurriera a Corneille con su Cid; sobre esta Querelle
du Cid, vid. el interesante estudio de Georges COUTON, Pierre Corneille, Œuvres complètes, tomo I, París, 1980, Gallimard, col.
La Pléiade, y La Querelle du Cid. Pièces et Pamphlets, de Armand GASTÉ, París, 1898, H. Welter.
54 Cfr. François DE CAILLÈRES, Histoire poétique de la guerre nouvellement déclarée entre les Anciens et les Modernes,
París, 1688, p. 185; la cita es de CIORANESCU.

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La concepción del honor en el teatro español y francés del siglo XVII. Problemas de metodología.pdf

  • 1. 1 LA CONCEPCIÓN DEL HONOR EN EL TEATRO ESPAÑOL Y FRANCÉS DEL SIGLO XVII: PROBLEMAS DE METODOLOGÍA José Manuel Losada Estado actual de los estudios sobre el Siglo de Oro. Actas del II Congreso de la Asociación Internacional del Siglo de Oro. Manuel García Martín (ed.), Salamanca: Ediciones Universidad de Salamanca, 1993, p. 589-596. ISBN: 84-7481-739-0. 1. Introducción Difícilmente podríamos hallar un texto completamente puro; toda composición literaria viene teñida de elementos procedentes de otras culturas. Esta presencia constituye el hecho comparatista1; hecho que puede manifestarse con mayor o menor intensidad según sean las relaciones –mediatas e inmediatas– del escritor con otros textos literarios. Y raramente una literatura se habrá visto tan impregnada, tan “dependiente” de otra, como la francesa respecto a la española del Siglo de Oro2. La razón de esta influencia literaria ejercida por la literatura de nuestro Siglo de Oro allende los Pirineos no se debe, como bien podemos imaginar, a la excelencia de uno o varios escritores de excepción –que los hubo–, sino más bien a una moda del público, tal y como señalara en su día Antoine Adam: “Los espectadores quieren que el autor los transporte con la imaginación a España, a ese país donde los nobles tienen un sentido del honor tan susceptible y una mano tan dispuesta a desenvainar a la menor ocasión, donde las jóvenes citan a sus amantes en su habitación, donde los galanes suben al balcón por la noche, mientras que los músicos improvisan un concierto en honor de su amada. Lo que buscan sobre todo los espectadores de Le Marais y del Hôtel de Bourgogne es la evocación de este placer tan romántico, de este mundo de voluptuosidad y de sangre”3. Así pues, se trata de una moda: a pesar de la rivalidad política y militar de aquellos años –Le Menteur de Corneille o Clarice de Rotrou conocían la luz al tiempo que resonaban los cañones de Rocroi–, al público parisino poco le importa el que los escritores franceses conserven el título exacto de la obra que imitan, mantengan los nombres españoles en sus personajes o sitúen la acción en Madrid o Toledo4. Y dentro de este mundo exótico, el espectador gusta especialmente de asistir a esos “casos de la honra” por aquello mismo que dijera Lope sobre su alcance universal5. Sin por ello minimizar en absoluto otros temas tan interesantes como el amor o la mitología, estos asuntos del pundonor merecen pues que les dediquemos una atención especial, la misma que atraía a los espectadores parisinos al teatro ávidos de aquellas “comedias a la española”. 1 Vid. Pierre BRUNEL, “Le fait comparatiste”, en Précis de littérature comparée, Pierre BRUNEL & Yves CHEVREL ed., París, 1989, Presses Universitaires de France, p. 29. 2 El Répertoire bibliographique des traductions et adaptations françaises du théâtre étranger du XVe siècle à nos jours (tomo IV), de Madeleine HORN-MONVAL, da cuenta de varios centenares de adaptaciones, imitaciones e incluso simples traducciones impresas en Francia durante este período. Vid. igualmente la Bibliografía francoespañola (1600-1715) de Alejandro CIORANESCU. 3 Histoire de la littérature française au XVIIe siècle, París, 1962, Editions Mondiales, tomo II, p. 330. 4 Ibid. 5 Vid. Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo, dirigido a la Academia de Madrid, Madrid, 1856, Rivadeneyra, col. Biblioteca de Autores Españoles (BAE), n° 38, p. 232.
  • 2. 2 Como bien podemos suponer, todas estas manifestaciones castellanas en el teatro francés ofrecen al crítico comparatista un terreno de cultivo especialmente apto e interesante. Con la ayuda de la necesaria documentación le sera fácil detectar hasta las más nimias influencias ejercidas por nuestro Siglo de Oro. Láncese, pues, a esta apasionante tarea, seguro de que sus esfuerzos no serán baldíos. Pero al mismo tiempo le engañaríamos si le dijéramos que su investigación será una marcha triunfal: escollos hay, y peligrosos. En las páginas que siguen nos proponemos pues, prevenirle, entre otros, de dos problemas metodológicos con los que se topará forzosamente: unos, más fácilmente detectables, que se derivan de la terminología, y aquellos, más peligrosos por cuanto más imperceptibles, que proceden de la estructura literaria. 2. La concepción del honor: problemas de terminología Primeramente, si el investigador desea que su trabajo reúna las debidas condiciones de seriedad y objetividad, deberá acometer el estudio de las cuatro grandes concepciones del honor, esto es, el honor considerado como opinión, virtud, nobleza y limpieza de sangre. Este desmenuzamiento de las diversas acepciones del honor le permitirá, en un segundo paso, afrontar cualquier texto del Siglo de Oro y delimitar sus influencias en el teatro francés del siglo XVII. El procedimiento que acabamos de enunciar, aunque arduo, se muestra indispensable dada la increíble complejidad del tema del honor español. A continuación vamos a exponer algunos jalones que faciliten la tarea del comparatista. Honor-opinión Cuando, en El Caballero bobo, el duque explica a Anteo que la honra en el mundo, hijo, solamente es opinión, no hace sino incidir sobre uno de los términos básicos para la comprensión del honor. Término de primer orden y que, según Beysterveldt, vino a ser el “único ideal «oficial» de la comedia española”6. Bennassar y Mackendrick se alían a la postura de Beysterveldt al declarar que todas las demás acepciones del honor quedan como “dependientes” y “subordinadas” a esta última7. El investigador comparatista intentará, pues, dar una definición de este honor-opinión con el fin de elucidar seguidamente sus influencias en la escena francesa. Mas he aquí precisamente el primer obstáculo: el término “opinión” –tan usual en la comedia española8– no encuentra su sinónimo en el término francés opinion. Los autores galos se percataron de este problema e intentaron resolverlo de diferentes maneras. Así, por ejemplo, Thomas Corneille no duda en utilizar la expresión l’opinion publique en su comedia Les Illustres Ennemis9 para significar el concepto propiamente castellano; no obstante, la gran mayoría de las adaptaciones se contentaron con traducir simple y llanamente la “opinión” por l’honneur. 6 Répercussions du souci de la pureté de sang sur la conception de l’honneur dans la “Comedia Nueva” espagnole, Leiden, 1966, E. J. Brill, p. 214. 7 Vid. respectivamente, L’Homme espagnol. Attitudes et mentalités du XVIe au XIXe siècle, París, 1975, Hachette, p. 175, y “Honour / Vengeance in the Spanish «Comedia»: a case of mimetic transference?”, en The Modern Langage Review, 1984, n° 79, p. 318. 8 Vid. por ejemplo, El Astrólogo fingido, in Calderón de la Barca. Obras completas, Angel VALBUENA BRIONES ed., Madrid, 1960, Aguilar, tomo II, J. I, p. 132, y Las Mocedades del Cid (Primera parte), de Guillén de Castro, Madrid, 1857, Rivadeneyra, BAE, n° 43, J. III, p. 253. 9 Vid. Théâtre complet de Thomas Corneille, París, 1881, Laplace, Sánchez et Cie., A. V, esc. III, p. 165. Se trata de una comedia inspirada en Obligados y ofendidos y Gorrón de Salamanca, de Rojas Zorrilla y, según VALBUENA BRIONES, en Amar después de la muerte o El Tuzaní de la Alpujarra, de Calderón de la Barca.
  • 3. 3 Igual suerte corrieron tantos otros términos íntimamente relacionados con el honor-opinión: la “fama”, esa “preocupación por la reputación personal”10; la “honra”, aquella “preocupación por la reputación familiar”11, el “vulgo”, esos “representantes de la opinión pública”12, se vieron miserablemente suplantados cuando no relegados a la vaguedad de le monde, les gens, le public, etc., términos, todos ellos, muy dignos de respeto, pero demasiado vastos como para indicar la riqueza de los originales castellanos. El empobrecimiento lexicográfico es patente, y debe ser tenido en cuenta por el comparatista si de veras quiere penetrar en toda su plenitud lo que veía el público francés y la imagen que se hacía del mundo español. Honor-virtud Quizás sea este el concepto del honor que menos perturbaciones sufriera en las adaptaciones al teatro francés. Todo pueblo es consciente de lo que significa una “conducta honrosa”13; lo cual hace posible en ambas literaturas la definición de este honor como “la recompensa de la virtud”14. No obstante, deberá el crítico tener en cuenta ciertos problemas de menor importancia que puedan presentar ese famoso “estar corrido” de tantos hombres que se sienten deshonrados15, aquel “recato” tan específico de la mujer española16, e incluso la sutil diferencia existente entre la “vergüenza” española y la honte francesa17. Entre tantos ejemplos, es de señalar el del valor personal, elemento indispensable del honor-virtud, y que sería sin duda alguna una de las razones que propiciaron los éxitos de El Palacio confuso, y de Don Sanche d’Aragon18. Dicho lo cual, puede el comparatista adentrarse sin mayor aprensión en el estudio del honor concebido como “la reverencia, la cortesía que se hace a la virtud”19. Honor-nobleza De entre las diferentes maneras de adquisición de la nobleza que dictara Alfonso X el Sabio20, aquella que venía conferida por el nacimiento es la más representativa del siglo XVII. Bomli mantiene que contrariamente a las ideas que reinaban en Francia, esta concepción del honor, para los españoles, 10 CHARLES-VINCENT AUBRUN, La Comédie espagnole (1600-1680), París, 1966, Presses Universitaires de France, p. 117. Vid. a modo de ejemplo, El Mayorazgo Figura, de Castillo Solórzano, Dramáticos contemporáneos a Lope de Vega, Madrid, 1858, Rivadeneyra, BAE, n° 45, J. II, p. 299, o Los Empeños de un acaso, de Calderón, op. cit., J. III, p. 1072. 11 Ibid. 12 Julian PITT-RIVERS, Anthropologie de l’honneur. La Mésaventure de Sichem, París, 1984, Le Sycomore, p. 26. 13 Enrique OOSTENDORP, “El sentido del tema de la honra matrimonial en las tragedias de honor”, en Neophilologus, 1969, n° 53, p. 14. 14 ARISTOTE, Ethique à Nicomaque, París, 1979, Librairie Philosophique J. Vrin, libro IV, c. 7, p. 188. BALINGHEM (Le Vrai Point d’honneur, St-Omer,1618, Boscar, p. 5), moralista francés del siglo XVII, coincide con el filósofo griego; y otro tanto se puede decir de Cervantes, que se muestra categórico al asentar la afirmación de que “la verdadera deshonra está en el pecado y la verdadera honra en la virtud”, La Fuerza de la Sangre, Novelas ejemplares, Madrid, 1985, Cátedra, col. Letras Hispánicas, n° 106, H. SIEBER ed., tomo II, p. 84. 15 Vid. Las Mocedades del Cid, op. cit., J. I, p. 242. 16 Vid. El Mayorazgo Figura, op. cit., J. II, p. 299. 17 Vid. PITT-RIVERS, op. cit., p. 46. 18 Acerca de las fuentes y el éxito de esta comédie héroïque de Pierre Corneille, vid. los comentarios del propio autor en su Examen de 1660. 19 COVARRUBIAS, Diccionario de Autoridades. 20 Las Siete Partidas, Madrid, 1807, Imprenta Real, reed., vol. II, partida II, título XXI, ley II, p. 199.
  • 4. 4 no es un atributo que se pudiera adquirir por la conducta, sino más bien una cualidad innata21, aserción que Dávila García-Miranda corrobora en sus estudios sobre dicho estamento22. La consideración de este hecho ayudará sin duda alguna al comparatista cuando este constate la confusión entre nobleza y nacimiento a la que asistimos en El Burlador de Sevilla de Tirso y el Don Juan de Molière23. A esta cualidad habría que añadir todo lo que lleva consigo la “hidalguía”. Este término, a pesar de los brillantes estudios de Rubió y LLuch24 y García Valdecasas25, no ha sido aún plenamente comprendido por grandes especialistas extranjeros del Siglo de Oro. En efecto, débese insistir con tesón en la diferencia que hay entre el hidalgo español y el gentilhomme francés: este último no puede reunir en una sola persona el espíritu caballeresco, la galantería, el desprecio de las riquezas, la pureza de sangre y el sentimiento del honor característicos de aquel. Solo a la luz de estas apreciaciones pueden ser comprendidos esos caballeros discretos que Paul Scarron ha pintado en Le Jodelet duelliste, Le Marquis ridicule, y L’Héritier ridicule, y que se encuentran resumidos en el hidalgo de El Mayorazgo Figura de Castillo Solórzano. Si no se tiene en cuenta lo anteriormente dicho, en efecto, se puede caer en la tentación de asimilar al hidalgo español con el tipo del hobereau o, lo que sería peor aún, con el del honnête homme francés26. Lo cual no quita para que un hidalgo y un caballero de título que sobresalen por su espíritu caballeresco, hayan encontrado un excelente eco en la escena francesa. Hacemos referencia a Obligados y ofendidos, y Gorrón de Salamanca, de Rojas Zorrilla, donde la caballerosidad de Don Pedro y del conde de Belflor se ve perfectamente reflejada en la générosité de los respectivos personajes de Paul Scarron, l’abbé de Boisrobert y Thomas Corneille27. Honor-limpieza de sangre Llegamos ahora a la concepción del honor que más obstáculos puso en la adaptación en Francia del teatro del Siglo de Oro. Porque un autor francés no podía comprender en toda su profundidad todas las implicaciones de lo que se ha dado en llamar la “limpieza de sangre”; y aun cuando en un hipotético caso pudiera percibirlas, es evidente que el público al que iban destinadas sus comedias o sus tragicomedias desconocía por completo las consecuencias que acarreaba cotidianamente la convivencia de tres razas y tres religiones tan firmemente arraigadas en la sociedad española como opuestas entre sí. Así, por ejemplo, Corneille hace caso omiso de las menciones de los godos que encuentra en sus modelos castellanos28. Otro tanto se puede decir de la Inquisición 21 Cfr. La Femme dans l’Espagne du Siècle d’Or, La Haya, 1950, Martinus Nijhoff, p. 64. 22 Vid. “La nobleza como afirmación de lo individual”, in Hidalguía, 1963, n° 11, p. 573 y sq. Sobre la adquisición de la nobleza por las armas, vid. los comentarios, de fines del siglo XVI, de HUARTE DE SAN JUAN, Examen de los ingenios para las ciencias, Madrid, 1977, Editora Nacional, p. 253. 23 Vid. respectivamente, Fray Gabriel Téllez (El Maestro Tirso de Molina), Comedias escogidas, Madrid, 1866, Rivadeneyra, B.A.E., n° 5, J. III, esc. VII, p. 584, y Don Juan ou Le Festin de pierre, Molière, Œuvres complètes, París, 1979, Ed. du Seuil, A. IV, esc. IV, p. 304. 24 El Sentimiento del honor en el teatro de Calderón, Barcelona, 1882, Subirana. 25 El Hidalgo y el honor, Madrid, 1958, Revista de Occidente. 26 Vid. Charles-Vincent AUBRUN, op. cit., p. 80. 27 Vid. L’Ecolier de Salamanque ou Les Ennemis Généreux, Les Généreux Ennemis y Les Illustres Ennemis. 28 Vid. por ejemplo, Le Cid, donde el autor francés ha suprimido la alusión, tan explícita en Las Mocedades del Cid, a la ilustre raza de Rodrigo, op. cit., J. II, p. 250.
  • 5. 5 española, cuyas alusiones en las piezas españolas –tales como El Astrólogo fingido, de Calderón de la Barca, o No hay peor sordo, de Rojas Zorrilla– no encuentran su paralelismo en la escena francesa29. Pero la mayor diferencia viene dada por la expresión “cristianos viejos” y su contraria “cristianos nuevos”30. Aunque los dos grupos profesaran oficialmente la misma religión, los primeros no llevaban en sus venas sangre de moro o judío convertido, ni siquiera entre sus antepasados; los segundos cargaban con la infamia de ser “hijos de mala sangre”. Si aquellos se sabían “limpios de toda mala raza de Moro, ni Judío”31 y por tanto acreedores de un honor negativamente definido32, estos se sentían socialmente manchados y tratados como seres de segunda clase. De ahí el que en innumerables piezas castellanas el autor, ya fuera porque él también se sabía “cristiano viejo” o porque buscaba atraerse la benevolencia del público, no dudara en utilizar estas mismas expresiones, como ocurre en La Villana de Vallecas, No hay peor sordo, El Burlador de Sevilla, y tantas otras comedias33. En esta última, por ejemplo, el labrador Gaseno declara sin timideces que su hija bien puede casarse con el ilustre caballero Don Juan porque cristiana vieja es hasta los huesos. Cabe suponer que raros serían los espectadores franceses capaces de comprender estas palabras. ¿Qué adaptación podría hacer de tal escena un autor francés? Lo más lógico era pues pasar por alto y consagrar todos los esfuerzos a la intriga amorosa, el quid pro quo, la profundización del personaje grotesco, los duelos y los desenlaces inesperados. Consiguientemente, no debemos extrañarnos al constatar la ausencia de tales alusiones en las correspondientes piezas francesas; y ello cuando el autor francés no caía en el equívoco34 o en el susodicho empobrecimiento lexicográfico35. En íntima conexión con el elemento precedente se encuentra el obstáculo que presentan las Ordenes militares españolas: en incontables piezas castellanas el caballero o el hidalgo, galán de la dama y núcleo de la acción, suele vestir el hábito de Santiago, de Calatrava o de Alcántara, privilegio que solo podían obtener, en principio, los nobles poseedores de una ejecutoria firmada por el Consejo de Ordenes acreditando su limpieza de sangre36. Dicha prerrogativa ejercía un veritable prestigio a los ojos del público, como se da a entender en la comedia No hay peor sordo37. Al igual que ocurriera con el caso de los “cristianos viejos” y “cristianos nuevos”, las adaptaciones no pudieron proporcionar en este sentido los mismos fines perseguidos en la pieza española, como es el caso de Don Japhet d’Arménie respecto al Marqués del Cigarral. 29 En Le Feint Astrologue Thomas Corneille se limita a vagos comentarios a la brujería; en cuanto a Le Jodelet duelliste, Scarron no hace la más mínima referencia al Santo Oficio. 30 Sobre este auténtico drama sociológico, vid. los numerosos e interesantes estudios de Américo CASTRO, Julio CARO BAROJA y Antonio DOMÍNGUEZ ORTIZ. 31 Fórmula procedente de los cuestionarios sobre la limpieza de sangre para la admisión en la Orden de Santiago, Martine LAMBERT-GORGES, Basques et Navarrais dans l’Ordre de Santiago, (1580-1620), París, 1985, Centre National de la Recherche Scientifique, p. 58. 32 Cfr. BATAILLON, “Ce que l’hispaniste doit à l’Espagne”, en Cahiers Pédagogiques pour l’Enseignement du Second Degré, 1956, n° 7, p. 485. 33 Vid. respectivamente, en estas tres piezas de Tirso, op. cit., J. II, esc. V, p. 55, J. I, esc. I, p. 265 y J. III, esc. XVIII, p. 588. 34 Vid. Don Japhet d’Arménie, de Paul Scarron, op. cit., A. I, esc. III, p. 322 y A. III, esc. IV, p. 351. 35 Vid. Le Cid, op. cit., A. I, esc. I, y L’Ecolier de Salamanque ou Les Ennemis Généreux, A. I, esc. I. Solo hemos localizado una escena en la que un personaje logre obtener con acierto el mismo efecto buscado en el modelo español: se trata de L’Héritier ridicule de Paul Scarron, op. cit., A. V, esc. II, p. 178; pero incluso en este caso cabe poner en duda que el espectador haya podido percatarse de cuanto la escena significa en el contexto sociológico de la España del Siglo de Oro. 36 Vid. Peor es hurgallo, de Coello y Ochoa, ms. de la Biblioteca Nacional, ms. 15376, J. I, fol. 6. 37 Op. cit., J. I, esc. I, p. 266 y ss.
  • 6. 6 3. La concepción del honor: problemas de estructura literaria Pasamos a hablar ahora de otro problema con el que forzosamente habrá de encararse el crítico comparatista al profundizar en los teatros español y francés del siglo XVII. En efecto, la fortuna seguida por las comedias españolas en tierra francesa, no puede menos que sorprendernos si comparamos el éxito reservado a determinadas comedias y el rotundo fracaso que conocieron otras. En el primer grupo tenemos las comedias de capa y espada, las comedias de intriga o sentimentales y las comedias de figurón; en el segundo se encuentran los autos, las comedias filosóficas, las históricas y, ante todo, los dramas del honor. Querríamos dar aquí algunas apreciaciones que faciliten ulteriores investigaciones concernientes al infortunio de estos últimos. Como bien ha demostrado Beysterveldt, existe una “dura ley que obliga al hombre a abandonar en los brazos de la mujer su bien más precioso: el honor”38. Muchos han sido los críticos que han profundizado en las causas de esta ley y de su específico desarrollo en el teatro español: se ha visto en ello una herencia de la antigüedad greco-latina, de los principios cristianos, de las costumbres de los pueblos germánicos, e incluso la reacción, venida de la Edad Media, de refuerzo de la cohesión familiar frente a los amenazadores hábitos musulmanes39. De ahí el que sean habituales –como en Peor es hurgallo40 o Entre bobos anda el juego41– los cuidados que el jefe de familia o el futuro esposo ponen para preservar a su hija o a su prometida de toda posible relación con cualquier hombre. Esta era la tónica general de la comedia que atrajo a los autores y al público parisino, como se ve en las medidas de prudencia tomadas por el grotesco Don Bertrand42. Calderón de la Barca es un caso aparte. No faltan las comedias en las que desarrolle este tema del honor masculino que reposa en la salvaguardia del honor de la hija o de la amada. Ahí está para demostrarlo Casa con dos puertas, mala es de guardar43, donde Don Félix utiliza con su hermana Marcela las mismas cautelas obsesivas que Felipo de Carrizales en la novela de Cervantes44. Pero el insigne dramaturgo va mucho más allá en este aspecto. Sus dramas del honor vienen a ser una verdadera psicología del honor, hasta rayar en lo casuístico increíble, hasta triturar y desmenuzar esta pasión y convertirla en un sentimiento frío y calculador45. Sus mujeres viven continuamente vigiladas y enclaustradas46, siempre bajo la amenaza de la mano castigadora del hombre que ha depositado en ellas su honor. Si a ello le añadimos la concepción de la mujer en Calderón, su mentalidad y formación, la incapacidad congénita del barroco para las medianías47 y la tradición teatral española, bien podemos imaginar que de este comportamiento a una cierta barbarie48 no haya más que un paso. Aquí encuentran su explicación las venganzas que Calderón propone para que el marido recupere el honor perdido, esto es, la muerte del adúltero galán y la de su propia esposa. Ora Don Gutierre, cual médico 38 Op. cit., p. 214. 39 Vid. GARCÍA VALDECASAS, op. cit., p. 157 y sq., y Claudio SÁNCHEZ-ALBORNOZ, España, un enigma histórico, Buenos Aires, 1956, Editorial Sudamericana, tomo II, p. 621. 40 Op cit., J. I, p. 28. 41 Vid. Comedias escogidas de Don Francisco de Rojas Zorrilla, Madrid, 1952, Atlas, B.A.E., n° 54, J. I, p. 19. 42 Vid. Don Bertrand de Cigarral, Théâtre complet de Thomas Corneille, op. cit., A. I, esc. II, p. 58. 43 Op. cit., J. I, p. 287 y ss. 44 Vid. El Celoso Extremeño, in Novelas ejemplares, op. cit., p. 103-104. 45 Cfr. RUBIO Y LLUCH, op. cit., p. 53. 46 Cfr. Alejandro CIORANESCU, Le Masque et le visage. Du baroque espagnol au classicisme français, Genève, 1983, Droz, p. 102. 47 Cfr. Alejandro CIORANESCU, El Barroco o el descubrimiento del drama, La Laguna, 1957, Ediciones de la Universidad de la Laguna, p. 406. 48 Vid. SÁNCHEZ-ALBORNOZ, op. cit., p. 627.
  • 7. 7 de una incurable herida, desangra en el lecho a su fiel esposa Doña Mencía49, ora Don Lope, cual discreto marido en secreto ofendido, envuelve en llamas a su inocente amada Doña Leonor50, ora, finalmente, Don Juan, cual pintor que retrata su deshonrado modelo, dispara una bala mortal a su leal mujer Serafina51. Esto era inadmisible en la escena francesa: porque tales concepciones de la mujer y del honor eran inadmisibles en Francia52, porque las reglas de las tres unidades impedían tales secuencias, porque les bienséances no permitían la representación de actos sangrientos sobre las tablas53 y porque faltaba tal tradición en el teatro francés. Una prueba fehaciente de ello es el comentario que de este teatro hace un crítico francés contemporáneo de Calderón, cuando reprocha tales exageraciones y el no saber mantenerse dentro de los márgenes que la razón debe indicar a los poetas equilibrados54. 4. Conclusión En las líneas precedentes hemos visto que tanto el poeta como el público francés, atraído al teatro por la novedad que le venía de España, no podía percibir –permítasenos la metáfora–más que una porción del inmenso iceberg de nuestra comedia. Por un lado, los problemas de terminología hacían ilusoria una auténtica inmersión en la vida y costumbres españolas: sometidas a un continuo empobrecimiento lexicográfico, las comedias se veían resumidas a simples representaciones sentimentales entre dos jóvenes amantes. Fama, honra, hidalguía y Órdenes militares quedaban englobadas en el vasto término de honor, cuando no en el genérico de caballero o simplemente noble. Por otro lado, los espectadores franceses desconocieron los dramas del honor español: los autores, conscientes de la incapacidad del público para comprenderlos, ni siquiera se molestaron en intentar adaptarlos. Lo cual provocaba, por ende, una idea parcial de la sociedad española y de su teatro. Otros problemas metodológicos se añadirán a estos dos cada vez que se quiera profundizar en las relaciones mutuas de ambos géneros en sendos países; esperamos que los aquí expuestos sirvan en sus primeros pasos al crítico ávido de descubrir semejanzas y diferencias de esta irrefutable dependencia literaria. 49 Vid. op. cit., tomo I, Dramas: El Médico de su honra, J. III, p. 348. 50 Ibid., A Secreto agravio, secreta venganza, J. III, p. 452. 51 Ibid., El Pintor de su deshonra, J. III, p. 903. 52 “Los españoles se instituyen en tal poder sobre las mujeres que las tratan casi como esclavas, temiendo que una honesta libertad no las emancipe más allá de las leyes del pudor”, Antoine DE BRUNEL, Voyage d’Espagne (1665), reed. en Revue Hispanique, 1914, n° 30, p. 157. 53 Este comportamiento tan propio a la escena española provocaría más de una crítica acerba cada vez que un temerario autor francés se atreviese a conservarlo en su adaptación, tal y como le ocurriera a Corneille con su Cid; sobre esta Querelle du Cid, vid. el interesante estudio de Georges COUTON, Pierre Corneille, Œuvres complètes, tomo I, París, 1980, Gallimard, col. La Pléiade, y La Querelle du Cid. Pièces et Pamphlets, de Armand GASTÉ, París, 1898, H. Welter. 54 Cfr. François DE CAILLÈRES, Histoire poétique de la guerre nouvellement déclarée entre les Anciens et les Modernes, París, 1688, p. 185; la cita es de CIORANESCU.