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LA DEMOCRACIA COMO VALOR
51
A MANERA DE INTRODUCCIÓN:
Hablar de democracia en una era de desencanto
Vivimos una época de paradojas. Por un lado, la democracia se consolida
a lo largo y ancho del mundo como sistema de gobierno. Tanto así que
Francis Fukuyama llegó a afirmar con algo de candidez que el consenso
universal existente en torno a los valores democráticos y de libre mercado
había precipitado “el fin de la historia”. Pero al mismo tiempo que florece
la democracia, crece el descontento y la desconfianza en ella. Por eso, tal
vez nunca como ahora, cobra tanta vigencia la famosa máxima de Churchill
según la cual “la democracia es el peor sistema, exceptuando a todos los
demás”. Parece, pues, tener toda la razón la filósofa española Victoria
Camps (1996) cuando señala que los tiempos que vivimos se caracterizan
por “el malestar de la vida pública”.
Bobbio (1994), a su vez, habla de una serie de promesas incumplidas
de la democracia como la abolición del corporativismo, la derrota del
poder oligárquico, la eliminación de las acciones del gobierno que estén
por fuera del escrutinio público o la capacidad para generar una ciudada-
nía informada y, como lo reivindicaba Stuart Mill, activa.
De hecho las cifras son elocuentes sobre el desencanto con la demo-
cracia2
(datos entre el 2000 y el 2002): en Europa Occidental, el 75%
manifiesta que la democracia es el mejor sistema; en África, 70%; en las
LA DEMOCRACIA COMO VALOR Y
LOS VALORES DE LA DEMOCRACIA
Rafael Merchán Álvarez1
1 Con la eficaz colaboración de la politóloga Ximena Cruz quien obró como asistente de investigación. Igualmente, el autor agradece
a Gina Romero y Juliana Bejarano, funcionarias del Instituto de Ciencia Política, por su apoyo en el procesamiento de la informa-
ción.
2 Aunque, como se explicará más adelante, estas cifras deben ser vistas con beneficio de inventario y su poder explicativo es más
reducido de lo que a primera vista pudiera pensarse.
52
NUESTRA IDENTIDAD
nuevas democracias europeas, 61%; en el este de Asia, 59%; y en
Latinoamérica, 55%. Por su parte, la satisfacción con la democracia es
también baja: En Europa Occidental es de 62%; en África, 57%; en las
nuevas democracias europeas, de 35%; en el este de Asia, 60%; y en
Latinoamérica, de 35% (Lagos, 2003).
Estos datos ponen en relieve que el déficit democrático no obede-
ce a causas socio-económicas, pues afecta tanto a países y continen-
tes ricos como pobres. Tampoco es una cuestión cultural, pues se da
en naciones con tradiciones tan diversas como la anglosajona o la asiá-
tica. No es, a su vez, un problema que toque sólo a aquellos pueblos
que recién se han asomado a la democracia, pues los síntomas de esta
enfermedad son padecidos por igual en países de larga historia demo-
crática –como Estados Unidos y la gran mayoría de los europeos– y a
otros que se encuentran apenas en su niñez democrática, como aque-
llos pertenecientes a las antiguas repúblicas soviéticas.
Precisamente sobre el caso de los Estados Unidos las reflexiones de
Joseph Nye, actual decano de la facultad de Gobierno de Harvard,
son ilustrativas de este creciente fenómeno de desconfianza demo-
crática. Decía Nye en un artículo de la revista Foreign Policy, titulado
“In Government we don´t trust” (No confiamos en el Gobierno): “La
mayoría de personas no sienten que el sistema esté podrido y que
tiene que ser derrumbado. Sin embargo, hay causas para una consi-
derable preocupación. Mientras existan diferencias de grado entre la
pérdida de confianza, insatisfacción, cinismo y odio, la permanente
devaluación del gobierno y la política por largos períodos podría afec-
tar la fortaleza de las instituciones democráticas”. (Nye, 1997: 100).
No en vano, recordaba el autor, mientras que en los años sesenta tres
cuartas partes de la opinión pública norteamericana declaraban su
confianza en el gobierno, en la década del noventa dicha cifra se ha-
bía reducido considerablemente y empezaba a oscilar entre un cuarto
y un tercio de la población.
Por eso, como anota Ives Meny, “la ausencia de cualquier alterna-
tiva al modelo político de Occidente ha eliminado las amenazas ex-
ternas, pero ha incrementado los desafíos internos. La consolidación
democrática preocupa no sólo a las nuevas democracias, sino a todas
las democracias”. (Meny, 2001: 261).
América Latina, como se refleja en las estadísticas ya citadas, y como
es apenas es obvio, no escapa a lo que pudiéramos llamar “la trampa
del escepticismo”. Sin ir muy lejos, hace unos pocos meses (abril de
2004) se produjo un gran revuelo por la publicación de un informe
del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo que alertaba
LA DEMOCRACIA COMO VALOR
53
sobre el notorio descenso en los índices de apoyo al sistema democrá-
tico en la región.
Llamó la atención en el citado informe que el 54% de los latinoa-
mericanos preferirían un sistema no democrático si éste fuese capaz
de satisfacer las demandas económicas y sociales de la población. Te-
niendo en cuenta esta percepción, Marta Lagos, directora del
Latinobarómetro, comentaba en un artículo de la Revista Perspectiva
que “el mayor enemigo de la democracia parece ser la inercia en la
producción de los bienes políticos y la persistencia de la expectativa
de que ésta traerá igualdad, oportunidad, acceso, oportunidades, tra-
to por igual, dignidad.” (Lagos, 2005: 62).
En el mismo sentido, Lawrence Whitehead, de la Universidad de
Oxford, resumía el problema señalando que “una década de expe-
riencias no interrumpidas de aquellos regímenes ha demostrado, sin
embargo, que los votantes y ciudadanos están también muy preocu-
pados por los resultados y están dispuestos a juzgar el éxito relativo (o
el fracaso) de esos regímenes, no sólo por si ellos prosiguen correc-
tamente el mínimo de estándares de procedimiento, sino también por
la calidad de las políticas públicas que se desarrollan y por el desem-
peño de sus nuevos líderes y sus nuevas instituciones”. (Whitehead,
2003: 12).
A su vez, otros indicadores ponen el dedo en la llaga sobre el défi-
cit democrático. Durante los diez últimos años, por ejemplo, ha veni-
do disminuyendo en la región la confianza interpersonal; la
discriminación parece continuar siendo una constante hasta el punto
que el 39% de los latinoamericanos declaran sentirse discriminados
por el hecho de ser pobres; la falta de educación, con 11%, y el no
tener conexiones, con el 15%, aparecen como otros factores que de-
terminan la percepción de la ciudadanía sobre la igualdad3
. (Lagos,
2005: 63).
Pero el problema con la democracia no es sólo el hecho que se
perciba que sus resultados sociales y económicos no han sido los de-
seados. También está el surgimiento en varios países de lo que el analista
estadounidense Fareed Zakaria ha llamado “democracias iliberales”.
Descripción que pone de presente algo que muchas veces se olvida:
que la democracia y el liberalismo no siempre van de la mano y que,
contradictoriamente, liderazgos que surgen de procesos democráticos
pueden erosionar pilares fundamentales de la vida social en una de-
mocracia, como las libertades de prensa, de expresión o de asocia-
3 Sin embargo, y es bueno resaltarlo, no todas son malas noticias para los sistemas políticos de nuestros países. De hecho, la opción
por los regímenes militares es respaldada por una pequeña minoría, síntoma inequívoco de que se avanza en el proceso de conso-
lidación democrática.
54
NUESTRA IDENTIDAD
ción y la efectiva separación de poderes. O, dicho en otras palabras,
que la celebración periódica de elecciones es un requisito necesario,
mas no suficiente para que pueda hablarse de democracia.
Por todo esto, y como lo expresaba algún académico, esta es una épo-
ca de “democracias con adjetivos”: “democracia delegativa”, “democra-
cia disfuncional”, “democracia iliberal”, “democracia de baja intensidad”,
“democracia congelada”. En fin, adjetivos que sólo ponen de presente
que a la democracia parece estarle sucediendo lo mismo que a Aquiles
en la famosa paradoja de Zenón: que siempre avanza pero que cuanto
más avanza, más lejos se encuentra de cumplir su objetivo.
LA DEMOCRACIA COMO VALOR
Un punto de partida: el discurso sobre la ilegitimidad del Estado
En la universidad le oí a un profesor una anécdota según la cual en alguna
oportunidad vino al país un periodista extranjero que deseaba hacer una
pequeña crónica sobre cómo se vivía en Colombia y cómo éramos los
colombianos. Al poco tiempo de llegar decidió que tal vez una crónica
no era suficiente para explicar las complejidades que veía, por lo cual
decidió hacer un ensayo. Pero pasado un tiempo creyó que su tarea era
de más envergadura y optó por escribir un libro. Y, finalmente, no escri-
biendo nada porque no entendió nada de lo que vio.
Es muy probable que el periodista de marras no haya existido y que su
invención haga parte de nuestra infinita capacidad de crear mitos, como
aquel que uno oye desde niño en virtud al cual, después de la Marsellesa,
nuestro himno nacional es el más lindo del mundo. O aquel de que Víctor
Hugo tuvo la paciencia de leer la Constitución de un país aislado y desco-
nocido para después comentar que ésta estaba escrita para ángeles. Pero,
más allá de su veracidad, la historia nos pone de presente lo difícil que,
para propios y extraños, resulta la interpretación de nuestra historia.
Traigo a colación lo anterior porque, cuando uno se acerca a nuestra
vida, de república se encuentra con que ésta está plagada de contradic-
ciones y paradojas. Por ejemplo, no es fácil comprender cómo un país
que ha tenido el poco envidiable récord de violencia e intolerancia que
nosotros padecimos durante gran parte del Siglo XIX y XX, sea al mismo
tiempo el que, junto con Costa Rica, se erige como modelo de estabilidad
democrática en la región. Por lo mismo, tampoco resulta fácil compren-
der cómo nuestro Estado sea tan vilipendiado desconociendo las fortale-
zas –que las hay, como veremos– de nuestro sistema político.
El conocido analista Eduardo Posada Carbó (Posada, 2003) aborda con
brillantez este tema en un corto documento llamado “ilegitimidad del
Estado en Colombia. Sobre los abusos de un concepto”. En su texto, Posa-
LA DEMOCRACIA COMO VALOR
55
da recoge algunas afirmaciones de destacados académicos y periodistas
que nos permiten medir el gran consenso intelectual existente sobre nuestra
precariedad institucional. Por ejemplo, Gómez Buendía, afirmaba en una
de sus leídas columnas que “nuestro Estado no es, ni jamás fue legítimo
de veras”; Óscar Collazos hablaba de “este simulacro llamado democra-
cia”; Luis Jorge Garay describía el fenómeno como “la precaria legitimi-
dad e institucionalidad del Estado”. Según Garay, en Colombia no se logró
configurar “un verdadero contrato social” ni alcanzar “una suficiente crea-
ción societal de lo público ni la instauración de un verdadero Estado de
Derecho”, lo que a su vez, llevaría a que se configurara una “crisis de
legitimidad por el creciente escepticismo ciudadano sobre su efectividad
y representatividad”. Alberto Restrepo, por su parte, señalaba cómo “el
funcionamiento sería la perpetuación de los vicios políticos de la colo-
nia”, a su vez que “la actividad subversiva, la perpetuación de los vicios
del Estado”. Lo dicho es suficiente para entender cómo esta percepción
de ilegitimidad estatal, aunque con distintos énfasis y matices, se encuen-
tra supremamente arraigada en los “generadores de opinión”.
En ese contexto, la ilegitimidad sumada a problemas recurrentes del
país como la violencia en sus distintas manifestaciones, llevaría a que de
forma no muy sorpresiva se hable de un “colapso parcial del Estado”,
expresión del colombianista Paul Oquist; o de la “precariedad del Estado
Nación”, por ponerlo en los términos de otro colombianista: el francés
Daniel Pecaut. (Citados por González, 2003: 134 y ss.).
Incluso en un libro de reciente aparición titulado “The Lesser Evil” (“El
mal menor”), el profesor Michael Ignatieff, un reconocido académico de
la Universidad de Harvard, no duda en ponernos el poco honroso título
de ser un “Estado fallido” (failed state). La prestigiosa revista Foreign Policy
señaló en su edición de julio que Colombia era uno de los países con
mayor proclividad de colapsar; y, de forma no muy sorprendente, entre
los 12 factores que se analizaban, el que resultaba más crítico era precisa-
mente el de la legitimidad estatal que era calificado con 9.8 (siendo 10 la
peor calificación). Así, el discurso político y académico enfatiza tanto la
crisis de legitimidad del aparato estatal como su permanente incapacidad
para cumplir los objetivos que le son esenciales para garantizar la vida
social. Se habla con insistencia de “la falta de representatividad del siste-
ma político; la ineficiencia de la acción gubernamental; y de la falta de
confianza ciudadana en las instituciones”. (Posada, 2003: 12).
No es el momento para discutir en profundidad qué tanta justicia le
hacen estas afirmaciones a nuestra realidad política. Para eso, más bien
vale la pena invitar al lector a mirar los persuasivos e interesantes argu-
mentos que Posada esboza de forma brillante para llamar a relativizar el
imaginario según el cual nuestro Estado es, sin más ni más, la fuente casi
56
NUESTRA IDENTIDAD
exclusiva de nuestras desgracias como Nación. Por ahora es suficiente con
resaltar algunos aspectos que permiten mostrar la otra cara de Jano, esa que
casi siempre permanece oculta y desconocida.
Como punto de partida está nuestra ya famosa tradición electoral. Vale
la pena repetirlo: a diferencia de sus vecinos, Colombia tiene una historia
en la que la competencia electoral ha sido la regla más que la excepción
desde 1836, contando con sólo unas pocas interrupciones: dos gobiernos
militares en el Siglo XIX (Rafael Urdaneta y José María Melo) y dos más en
el Siglo XX (Gustavo Rojas Pinilla y la Junta Militar). En sólo una ocasión
(1861) se presentó un derrocamiento como consecuencia de una guerra
civil y en dos ocasiones (1867 y 1900) se produjeron golpes de estado
propiciados por los vicepresidentes de turno (Pizarro, 2004: 226). Más
aún: el país fue pionero en la introducción de mecanismos de participa-
ción electoral como el sufragio universal masculino, que se incorpora a la
Constitución de 1853 en momentos en que tan sólo Francia lo había con-
templado4
. (Posada, 2004).
A su turno, como lo ha enfatizado el historiador inglés Malcom Deas,
el civilismo ha estado presente en nuestra historia dando lugar a una larga
tradición, eso sí, no exenta de altibajos y dificultades particularmente por
el hecho que “la tolerancia es tal vez una virtud menos común entre po-
líticos civiles que militares”. (Deas, 2004: 19).
De todo lo anterior se desprende que, en términos generales, la de-
mocracia y sus instituciones en Colombia han probado ser a prueba de
balas, logrando permanecer no obstante las sucesivas guerras civiles y
fenómenos que, como la guerrilla, el paramilitarismo y narcotráfico, en
las últimas décadas han puesto en jaque al sistema. De ahí que Eduardo
Pizarro y Ana María Bejarano sugieran que en vez de hablar de una “de-
mocracia restringida”, se hable de una “democracia asediada”: expresión
que recoge con mayor fidelidad la circunstancia de que el sistema ha sido
capaz de resistir los embates que ha sufrido. O como lo sugiere el acadé-
mico y ex Ministro Fernando Cepeda, “la legitimidad de las instituciones,
la capacidad del sistema político para responder a la situación de crisis, la
capacidad de aguante de los colombianos han evitado una situación que
de otra manera habría podido tener dimensiones catastróficas”. (Cepeda,
1994: 69).
Por supuesto, esta historia electoral está lejos de ser perfecta. Ha habi-
do fraudes como el de Padilla, que le dio el triunfo al General Reyes, y
dudas aún no aclaradas sobre lo que ocurrió en las elecciones de 1970;
se han presenciado elecciones donde no hubo una verdadera competen-
cia interpartidista porque alguna de las colectividades argumentaba “falta
4 Aunque el mecanismo se reemplazó por el voto censatario en la Constitución de 1886, es ilustrativo sobre la tradición democrática
a la que nos hemos venido refiriendo.
LA DEMOCRACIA COMO VALOR
57
de garantías”. Ahí está también el “semi bloqueo” del sistema que tuvo
lugar en el Frente Nacional. Insisto: todo eso y otros fenómenos adiciona-
les pueden ser ciertos. Pero, y ese es el punto fundamental, tales hechos
no deben hacernos renegar de una historia que tiene sus virtudes.
Adicional a esta larga tradición civilista y democrática a la que hemos
venido haciendo mención merecen la pena destacarse otros hechos no
menos importantes. Por ejemplo, la libertad de expresión que, como nos
los recuerda el historiador Jorge Orlando Melo, ha persistido en nuestro
país desde la Constitución de Cundinamarca de 1811 y tan sólo en un
breve período de ochos años, entre 1949 y 1957, ha sido suspendida. Por
eso, la gran conclusión de Melo es que en Colombia los grandes obstácu-
los a la labor de la prensa han surgido por la actuación de grupos irregula-
res y no por restricciones que provengan del Estado. (Melo, 2004).
Pero Colombia no ha sido sólo tierra estéril para las dictaduras, como
alguien la definió acertadamente, sino también para otro de los fenóme-
nos más característicos de América Latina: el populismo. Contada tal vez
la excepción del General Rojas Pinilla (que Marco Palacio duda en califi-
car de populista en estricto sentido), nuestros sucesivos gobiernos han
permanecido ajenos a este fenómeno y, de nuevo, nuestra historia parece
marchar en sentido contrario al de la de nuestros vecinos, que vivieron y
padecieron los estragos económicos y sociales de los populismos de dis-
tinta pelambre. Quizá por eso mismo el país fue excepcional en cuanto al
manejo responsable de su economía.
Por eso la famosa frase de un dirigente gremial, “la economía va
bien, pero el país va mal”, parece acertada en el sentido de reflejar la
particularidad de haber tenido una economía que, no obstante los pro-
blemas de violencia, había sido capaz de crecer a unos ritmos que, com-
parados con los de la región, no eran nada despreciables.
Así, pues, hablar de nuestro Estado o nuestra democracia es necesaria-
mente hablar de paradojas y contradicciones, como lo señalábamos al
inicio de esta sección. La convivencia de hechos tan contradictorios como
una tradición civilista con una violencia que a veces pareciera
descontrolada; o de elecciones periódicas con exclusión política; o de
unas instituciones que se tornan fuertes para soportar los embates de la
violencia pero que no gozan de la suficiente credibilidad, hacen que el
particularismo de Colombia sea realmente formidable.
Con este telón de fondo podemos entrar en materia. Pues de lo que se
trata es de indagar cómo el ciudadano colombiano se comporta con res-
pecto a la democracia, qué tanta confianza tiene en ella, cómo percibe
las instituciones que son medulares para su buen funcionamiento, o qué
tan arraigados tiene unos valores que son intrínsecos al sistema democrá-
tico. O, visto desde otra perspectiva, cómo el discurso sobre la ilegitimi-
58
NUESTRA IDENTIDAD
dad del Estado al que nos hemos venido refiriendo ha permeado la per-
cepción de la ciudadanía sobre la vida pública. El Estudio Colombiano de
Valores (ECV) nos ofrece en ciertos casos muchas pistas y, en otros, algu-
nas en ese sentido.
MIDIENDO LA DEMOCRACIA
Para efecto de presentar los resultados del ECV sobre la percepción de la
democracia nos valdremos, aunque con modificaciones, del modelo desa-
rrollado por la académica de Harvard Pipa Norris. Dicho modelo queda re-
sumido en la siguiente tabla; se sintetizan, además, las tendencias que Norris
encontró en su estudio, que abarcó una amplia gama de países y cuyas con-
clusiones fueron recogidas en el libro Critical Citizens (Norris, 1999).
Apoyo difuso
OBJETIVO DE APOYO RESUMEN DE TENDENCIA
Comunidad política. Alto nivel de apoyo.
Principios del régimen. Alto nivel de apoyo.
Desempeño del régimen. Variada satisfacción con los resultados
del régimen.
Instituciones del régimen. Confianza en decline en las institucio-
nes del Gobierno; bajo niveles de apo-
yo en las democracias más nuevas.
Actores políticos. Tendencias mixtas en cuanto a la
confianza en los políticos.
Fuente: Norris, 1999: 10.
Apoyo específico
L
El anterior esquema tiene la ventaja que permite agrupar los distintos
aspectos de medición, partiendo de los más difusos (parte de arriba de la
tabla) hacia los más específicos (parte de debajo de la tabla). Miremos
ahora en detalle en qué consiste cada nivel (Norris, 1999; Rodríguez y
Madrigal, 2003):
• En el primer nivel –comunidad política– se expresa apego o ad-
hesión a la nación, independientemente de las instituciones pre-
sentes de gobierno. Se mide fundamentalmente a través de las
preguntas sobre el orgullo de pertenecer a una determinada na-
cionalidad.
LA DEMOCRACIA COMO VALOR
59
• En el segundo nivel –principios del régimen– evalúa las dimensio-
nes “idealistas” de la democracia a su vez que valores que le son
intrínsecos, como libertad, tolerancia o respeto por el derecho.
• En el tercer nivel –desempeño del régimen– busca dilucidar cómo
el sistema democrático funciona en la práctica. Se expresa a tra-
vés de preguntas sobre la satisfacción con el funcionamiento de
la democracia.
• En el cuarto nivel –instituciones– se incluyen actitudes hacia go-
biernos, parlamentos, burocracia, militares, partidos políticos, etc.
• En el último nivel –actores políticos– el foco es el apoyo a las
autoridades y las evaluaciones tanto de la “clase política”, en ge-
neral, como de líderes específicos.
Para los efectos de nuestro análisis no utilizaremos el último nivel. Con
respecto al nivel dos, los valores democráticos serán analizados en una
sección aparte. En general para evaluar los distintos aspectos utilizaremos
una batería de preguntas algo más amplia que la utilizada por Norris, que
permite sacar mayor provecho a la variada gama de temas que son toca-
dos por el ECV. La siguiente tabla resume los criterios que se utilizarán
para nuestro análisis.
Aspecto Forma de evaluación
Comunidad política. Orgullo de ser colombiano.
Grado de pertenencia.
Principios del régimen. Apoyo a democracia:
La democracia es la mejor forma de gobierno.
La democracia puede tener problemas, pero es el
mejor sistema (democracia churchilliana).
Apoyo a sistemas no democráticos:
Apoyo a un gobierno militar.
Apoyo a un líder fuerte que no se preocupe por
el Congreso y las elecciones.
Desempeño. Satisfacción con el desarrollo de la democracia:
Satisfacción como la democracia funciona en el país.
Grado en que la democracia satisface el interés general.
Capacidad de generar un sistema económico que
funcione bien.
Capacidad de mantener el orden.
Capacidad de alcanzar consensos y reducir pleitos.
Instituciones. Grado de confianza en Congreso, partidos, Go
bierno, Administración, Ejército y Policía.
Fuente: elaboración propia con base en Norris (1999).
60
NUESTRA IDENTIDAD
PRIMER NIVEL: LA COMUNIDAD POLÍTICA
Tal y como se comentó párrafos atrás, en este nivel se busca dilucidar qué
tan fuerte o débil es el grado de cohesión al interior de la Nación. Como
lo explica Norris, la pertenencia a una determinada comunidad política
puede ser definida en términos más o menos amplios, por ejemplo, de
adhesión basada en aspectos tales como la religión, la clase social, la etnia
o la región (Norris, 1999: 10). Desde tal perspectiva de lo que se trata
sería de determinar cuál es el lazo primordial que vincula a los miembros
de la comunidad.
Teniendo lo anterior en mente, una primera pista nos la ofrece la pre-
gunta en la que se indaga sobre qué tan orgulloso se siente el entrevistado
de ser colombiano. Las respuestas son muy sólidas en ese sentido si se
tiene en cuenta que el 97% de los ciudadanos se declaró orgulloso, tal y
como se observa a continuación:
Orgulloso de ser colombiano.
Grupo étnico que lo define.
LA DEMOCRACIA COMO VALOR
61
Para complementar la cuestión anterior es interesante observar que
cuando se indaga sobre cómo se identifica étnicamente el encuestado, tam-
bién se observa que la referencia principal es la pertenencia a Colombia.
Un tercer aspecto que nos permite aclarar el peso que tiene la comu-
nidad política nacional en el imaginario de los entrevistados es constatar
cuáles son las respuestas que se obtienen cuando la pregunta enfatiza la
pertenencia geográfica.
Lo dicho hasta ahora es suficiente para demostrar que el ECV nos reve-
la que en lo que se refiere a la comunidad política, el aspecto más abs-
tracto del análisis, el régimen tiene gran solidez.
SEGUNDO NIVEL: LOS PRINCIPIOS DEMOCRÁTICOS DEL
RÉGIMEN
Imaginemos que nuestro análisis es llevado a cabo por un científico. En el
nivel de estudio anterior, el grado de “aumento” de su microscopio no es
mucho pues se trata de analizar los aspectos más amplios de su objeto de
estudio. Pero a medida que avanzamos en cada uno de los distintos nive-
les, es necesario ir ajustando el instrumento para observar con más detalle
rasgos que antes no eran perceptibles. Lo que interesa ahora es saber
cómo describen los colombianos la democracia en términos abstractos. Es
decir, desde una perspectiva ideal que, como es obvio, no necesariamen-
te coincide con la evaluación que se hace de su desempeño real, aspecto
que se mira posteriormente.
En este nivel analizamos, vale reiterarlo, lo que los investigadores
Morlino y Montero (citado por Lagos, 2003) denominan “legitimidad di-
fusa”: es decir, el apego a los cimientos fundamentales sobre los cuales
Grupo geográfico al que pertenece.
62
NUESTRA IDENTIDAD
está construido el sistema. Vistas así las cosas, para evaluar si los colom-
bianos conciben que la democracia es el mejor sistema posible se han
seleccionado dos preguntas:
1. Le voy a leer algunas cosas que las personas dicen acerca del
sistema político democrático. Dígame si está muy de acuerdo,
de acuerdo, en desacuerdo, o muy en desacuerdo:
La democracia puede tener problemas,
pero es el mejor sistema.
2. Voy a describir varios tipos de sistemas políticos y le preguntaré
qué piensa sobre cada uno. Por favor dígame si sería muy bue-
no, bueno, malo o muy malo para el gobierno de este país:
Tener un sistema político democrático.
Los resultados de ambas preguntas se sintetizan en los siguientes cua-
dros: de los datos anteriores se desprende que los colombianos tienen un
alto aprecio por el sistema democrático en general. En efecto, quienes
tienden a estar de acuerdo y muy de acuerdo con que, a pesar de sus
imperfecciones, la democracia continúa siendo el mejor sistema, suman
un 69.45%. Es de destacarse que un escaso 5.77% se ubica radicalmente
en contra de tal afirmación.
En el mismo sentido, la pregunta con la que se indaga sobre si tener un
sistema político democrático es lo más deseable para la colectividad, re-
fleja también una cifra muy significativa: el 70.82 % cree efectivamente
en las bondades de la democracia para el sistema.
Por otra parte, en el informe ya citado antes sobre cultura política,
desarrollado por el National Democratic Institute y ya citado antes, se
Sistema político democrático.
LA DEMOCRACIA COMO VALOR
63
encontró que el 70% de los encuestados está de acuerdo con que “La
democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno” (NDI, 2005:
77). Estas cifras hacen evidente una gran consistencia en cuanto a los
niveles de apoyo a la democracia en el país.
Dicho lo anterior, vale la pena explicar el impacto de la situación eco-
nómica personal con el grado de apoyo democrático. La relación entre el
sistema político y económico ha sido larga y apasionadamente debatido
en los estudios politológicos, desde la aparición del trabajo de Seymour
Martin Lipset “El hombre político”, en 1960.
Lipset enfatizaba que “a mayor bienestar en una nación, mayores opor-
tunidades de que se sostenga la democracia. Desde Aristóteles hasta el
presente, se ha argumentado que sólo en una sociedad rica, con relativa-
mente pocos ciudadanos viviendo al nivel de pobreza real, podría haber
una situación en la cual el grueso de la población participara inteligente-
mente en la política”. (Lipset, 1960: 287).
Para corroborar su hipótesis, Lipset utilizó variables de riqueza, educa-
ción, industrialización y urbanización para concluir que aquellos países
en donde estas variables tenían mejor desempeño eran los que tenían
mayores niveles de desarrollo de la democracia.
Otros trabajos más recientes, como el de Inglehart, cuestionan el
determinismo que parece estar presente en la aproximación de Lipset
aunque no desconocen la importancia de los factores económicos y so-
ciales sobre la democracia. Para Inglehart, el desarrollo económico con-
duce a cambios culturales que son, a su vez, los que afectan de forma
directa los niveles de democracia (Inglehart, 1997). Dicho en otras pala-
bras, la condición económica sería una condición necesaria, mas no
suficiente para la democracia. Inglehart enfatiza que las condiciones
socio-económicas influyen en cuanto permiten que se dé una transi-
ción de lo que él denomina valores de sobrevivencia a valores de auto-
expresión.
La democracia es el mejor sistema aunque tenga problemas.
64
NUESTRA IDENTIDAD
Escapa al objetivo de estas páginas ahondar en este debate. Pero sí es
importante resaltar que la literatura académica ha prestado importancia a
la forma en que el sistema económico influye al político.
Dicho lo anterior, vale la pena observar las evidencias que el ECV nos
ofrece sobre este particular. A continuación se presenta la relación entre
nivel de ingresos y apoyo a la democracia, medida como ¿qué tan bueno
es tener un sistema político democrático?
La paradoja es que, como se explicará más adelante, el nivel de críti-
cas a la forma en que se desarrolla la democracia (en aspectos como, por
ejemplo, su capacidad de hacer que la economía funciona bien o de garan-
tizar el interés general) aumenta también en proporción al nivel de ingresos.
Cabe preguntarse hasta qué punto el país ha evolucionado o
involucionado en los últimos años con relación al apoyo a la democracia.
Para analizar tal tema nos valemos de nuevo del estudio Cuéllar. Éste
muestra que la preferencia por la democracia era de 80% en 1998. Se
observa un retroceso significativo de casi 10%. O sea que, en términos
generales, si bien es cierto que el respaldo a la democracia como sistema
aún sigue siendo alto, resulta preocupante que 1 de cada 10 colombianos
en 5 años5
haya pasado a cuestionar las bondades de los regímenes de-
mocráticos.
LAS ALTERNATIVAS A LA DEMOCRACIA
Decir que se considera la democracia como el mejor sistema no es, per
se, lo mismo que rechazar otras alternativas antidemocráticas. Eso es lo
que se desprende del ECV. En efecto, a los encuestados se les indagó
sobre su opinión sobre si sería bueno tener líderes fuertes que no tuvie-
5 No hay que olvidar que la encuesta de Cuellar es de 1998 y la del ECV de finales del 2003.
Apoyo a democracia vs. nivel de ingresos.
LA DEMOCRACIA COMO VALOR
65
ran que preocuparse por el Congreso y las elecciones o contar con go-
biernos militares. Los siguientes cuadros recogen los resultados de ambas
cuestiones.
Estos datos muestran a las claras que existe lo que bien pudiéramos
llamar un fenómeno de “hipocresía democrática”. No es sino constatar
que mientras que, como vimos, con dos preguntas distintas se pudo de-
terminar que un número cercano al 70% dice preferir la democracia, al
mismo tiempo hay un 50.15% que ve con buenos ojos que se desconoz-
ca, ni más ni menos, que la autoridad del Congreso como actor político
central y las elecciones como forma de escoger a los gobernantes: mejor
dicho, dos de los pilares más importantes sobre los que descansa cual-
quier sistema que se proclame democrático. Al mismo tiempo, queda
claro que se rechazan los gobiernos militares, pues un 23.09% aceptaría
tal posibilidad (cifra que, por lo demás, debería inquietar).
Se deduce que una fracción alta de colombianos que dicen ser demó-
cratas son, a su vez, civilistas pero autoritarios y no sienten apego fuerte a
las reglas básicas sobre las cuales funciona la democracia. O por ponerlo
en los términos del autor argentino Guillermo O´Donell, se trata de evi-
dentes síntomas de aprobación de lo que él ha venido denominando “de-
mocracias delegativas”, las cuales se refieren a países donde “se celebran
Líder político fuerte.
Gobierno militar.
66
NUESTRA IDENTIDAD
elecciones libres y limpias pero en los cuales los gobernantes (presiden-
tes) se sienten autorizados a actuar sin restricciones constitucionales. En
esta concepción fuertemente mayoritaria y plebiscitaria del poder políti-
co el gobernante no deja de ser democrático, en el sentido que surge de
elecciones libres y limpias. Pero, por otro lado, no se siente obligado a
aceptar las restricciones y los controles de otras instituciones constitucio-
nales, ni de diversos organismos estatales o sociales de control”. (PNUD,
2004: 138).
Esta aparente paradoja entre quienes dicen preferir la democracia aun-
que no rechazan vías no democráticas llamó la atención del estudio del
PNUD, que identificó que un 30.5% de los latinoamericanos eran
“ambivalentes” (mientras que un 43% se cataloga como demócratas y un
26.5%, como no demócratas) queriendo significar que “están en principio
de acuerdo con la democracia, pero creen válido tomar decisiones
antidemocráticas en la gestión de gobierno si, a su juicio, las circunstan-
cias lo ameritan. En consecuencia, en algunos temas comparten las opi-
niones de los demócratas y en otros, la de los no demócratas”. (PNUD,
2004: 140).
Es importante cuantificar el tamaño de la población que se dice demó-
crata y que, a su vez, rechaza alternativas no democráticas. De lo que se
trata es, entonces, de encontrar lo que vamos a denominar el “núcleo
duro de demócratas”.
La siguiente gráfica recoge el porcentaje de ciudadanos que conforma-
rían dicho “núcleo duro de demócratas”.
Las anteriores cifras hablan por sí solas y generan preocupación pues
ponen en evidencia que la cultura política de Colombia, si bien en apa-
riencia privilegia a la democracia, también esconde rasgos autoritarios
que no se pueden menospreciar.
Los que contestaron que la democracia puede tener problemas, pero es el mejor
sistema y apoyan formas autoritarias.
LA DEMOCRACIA COMO VALOR
67
Es igualmente significativo el hecho que la edad aparece como un fac-
tor que juega un rol determinante y que la tendencia parece ser que este
“núcleo duro de demócratas” crece a medida que aumenta la edad. He-
cho que, por lo demás, guarda consistencia con lo encontrado en el estu-
dio del PNUD (2004) que señaló que “hay una mayor presencia relativa
de jóvenes entre los no demócratas”.
Personas que contestaron que la democracia puede tener problemas, pero es el mejor sistema
y contestaron apoyar o no autoritarismo vs. edad.
Los que contestaron que la democracia puede tener problemas, pero es el
mejor sistema y apoyan formas autoritarias vs. ingresos.
De igual forma, al tomar como unidad de análisis el “núcleo duro de
demócratas”, aparece una influencia importante según el nivel económi-
co. Se aprecia que a mayores ingresos hay una mayor propensión a afir-
mar –entre quienes declaran que la democracia es el mejor sistema– su
apoyo a las vías no democráticas que se han venido analizando.
68
NUESTRA IDENTIDAD
Si miramos, además, los resultados de esta segunda dimensión de
análisis y los comparamos con los obtenidos en el estudio de Cuéllar
nos encontramos con un hecho curioso: el porcentaje de ciudadanos
que apoya un régimen militar decayó en casi 6%; pero, a su vez, el
porcentaje que apoya la opción de un presidente que desconozca el
Congreso aumentó en casi un 9%. Se puede concluir que, en términos
generales, el apoyo a opciones no democráticas ha evolucionado ape-
nas cualitativamente, pero no de forma sustancial en términos cuanti-
tativos.
APOYO A OPCIONES NO DEMOCRÁTICAS
ESTUDIO DE M.M. CUELLAR (2000)6
Apoyo a gobierno militar. 29%
Apoyo a líder que no se preocupe por el Congreso y las elecciones. 41%
Es importante comparar los resultados del apoyo a opciones no demo-
cráticas con las cifras sobre preocupación por el “orden” como concepto
prioritario para el país. Para tal efecto se le da a la gente a escoger entre
cuatro opciones:
Lo que se tiene es, entonces, que el concepto de orden como priori-
dad del país aparece alto, aunque no en la proporción que podría espe-
rarse por el contexto especial de Colombia. Cabría pensar que en el
6 Debe recordarse que en este estudio la encuesta se corrió en 1998.
Prioridad nacional.
LA DEMOCRACIA COMO VALOR
69
imaginario colectivo está arraigada la idea de que la democracia es poco
útil para preservar el orden; y que contrario sensu, las alternativas no
democráticas se erigen en “males necesarios” para lograr el orden social.
Sin embargo, como se deduce de los datos anteriores y como se verá un
poco más adelante al analizar otra pregunta sobre democracia y orden,
esta explicación puede ser apenas parcial.
Es importante ver cómo los factores demográficos influyen sobre las
preferencias por alternativas no democráticas. En lo que tiene que ver
con los ingresos se observa que su incidencia sobre la preferencia por los
distintos regímenes no democráticos es inversamente proporcional al es-
trato:
APOYO A LÍDER FUERTE VS. INGRESOS
RESPUESTA ESTRATO
1 2 3 4 5 6
1 Muy bueno 10.24% 12.91% 13.95% 13.61% 16.85% 9.87%
2 Bueno 33.45% 39.57% 39.85% 35.30% 27.37% 26.52%
3 Malo 28.13% 25.97% 21.99% 27.34% 34.03% 33.20%
4 Muy malo 9.87% 11.69% 10.24% 11.02% 9.10% 15.69%
99 18.30% 9.85% 13.98% 12.74% 12.65% 14.72%
APOYO A GOBIERNO MILITAR VS. NIVELES DE INGRESOS
RESPUESTA ESTRATO
1 2 3 4 5 6
1 Muy bueno 10.91% 6.83% 5.69% 4.50% 4.68% 1.09%
2 Bueno 18.17% 18.50% 12.24% 13.59% 15.23% 9.40%
3 Malo 25.76% 32.99% 34.06% 35.18% 48.68% 41.90%
4 Muy malo 29.85% 33.59% 35.06% 37.61% 24.13% 39.86%
99 15.32% 8.09% 12.94% 9.12% 7.27% 7.74%
Los anteriores datos pueden interpretarse en el sentido de que a medida
que se incrementa el nivel de ingresos (y con él el de educación), también lo
hace la preferencia por una opción política de tipo democrático. Sin embar-
go, tal tendencia no se observa en la misma intensidad con respecto a una
dictadura militar donde los cambios son aún más marcados.
Este cuadro pone de presente algo que de por sí es obvio: que en
la medida que se incrementan las capacidades materiales de los ciu-
70
NUESTRA IDENTIDAD
dadanos (o, por ponerlo en los términos de Inglehart, a medida que se da
paso a valores de auto-expresión por encima de los de sobrevivencia), au-
menta el sesgo de rechazo a los sistemas no democráticos. A su vez, el factor
regional presenta un comportamiento interesante.
APOYO A LÍDER FUERTE VS. REGIÓN.
RESPUESTA ATLÁNTICO BOGOTÁ CENTRO NOR ORIENTE SUR
OCCIDENTE OCCIDENTE
1 Muy bueno 14.65% 6.56% 12.14% 19.14% 3.22% 18.01%
2 Bueno 23.14% 55.20% 46.65% 20.86% 43.73% 38.79%
3 Malo 35.26% 26.49% 24.84% 18.59% 25.84% 20.60%
4 Muy malo 18.30% 6.00% 5.46% 17.08% 7.35% 6.05%
N.S. 8.64% 5.75% 10.90% 24.34% 19.86% 16.55%
APOYO A GOBIERNO MILITAR VS. REGION.
RESPUESTA ATLÁNTICO BOGOTÁ CENTRO NOR ORIENTE SUR
OCCIDENTE OCCIDENTE
1 Muy bueno 12.23% 3.84% 5.69% 7.11% 1.44% 9.93%
2 Bueno 16.63% 16.77% 27.51% 10.52% 11.96% 16.18%
3 Malo 25.78% 41.27% 29.88% 22.25% 27.13% 42.06%
4 Muy malo 38.16% 34.23% 24.43% 39.70% 40.71% 19.05%
99 7.20% 3.89% 12.49% 20.42% 18.76% 12.79%
Como se ve, hay disparidades geográficas significativas. En lo relativo
al caudillismo es claro que en la zona Atlántica se produce el menor apo-
yo a esta opción; y es en Bogotá donde se aglutina el mayor respaldo,
jalonada por quienes clasifican como “buena” esta opción.
Estos datos no pueden ser pasados por alto. En efecto, que sea Bogotá
donde se dé tal circunstancia es bastante contradictorio si se tiene en
cuenta que allí las posibilidades transformadoras que ofrece el sistema
político son evidentes en temas tan visibles como el trasporte (Transmilenio),
la educación, o el espacio público.
Cabe la posibilidad de que los ciudadanos capitalinos consideren
que dichos logros fueron posibles por tener gobernantes de carácter8
y por eso la opción caudillista genera un respaldo importante.
Pero al mismo tiempo que se da una tendencia caudillista fuerte en la
ciudad, es notorio que se presentan unos de los registros más bajos en
cuanto a apoyo a la alternativa militar.
7 Sin embargo, estos nunca desconocieron las instituciones, por lo que la hipótesis tiene sus riesgos.
LA DEMOCRACIA COMO VALOR
71
¿Está satisfecho con la forma como se desarrolla la democracia en nuestro país?
TERCER NIVEL: EL DESEMPEÑO DEL RÉGIMEN
En el itinerario que hemos llevado a cabo sobre las actitudes y en las
distintas observaciones que ha realizado nuestro científico de marras,
hasta ahora hemos hablado de la díada democracia vs. autoritarismo,
en términos generales o abstractos (dimensiones dos y tres). Pero aho-
ra queremos dar un paso adelante e indagar cómo es la percepción
sobre la forma real en que funciona la democracia en el país.
Este aspecto resulta fundamental, pues el desempeño o eficacia de
la democracia influye sobre la opinión de su “legitimidad difusa”. En
ese sentido cabe recordar el trabajo de Seymor Lipset, quien explica-
ba en un trabajo seminal sobre esta materia que la eficacia se ha de
entender como “la actuación concreta de un sistema político; en qué
medida cumple con las actuaciones básicas del gobierno, tal y como
la definen las expectativas de la mayoría de los miembros de una so-
ciedad y la de los grupos más poderosos que hay dentro de ella”.
(Lipset, 1992: 30). A su vez, en palabras de Pedro Medellín, quien
retoma los postulados del teórico italiano Giovani Sartori, “una legiti-
midad dudosa puede ser reforzada por la eficacia de un gobierno;
inversamente, una legitimidad fuerte puede ser degradada muy rápi-
damente por la ineficacia gubernamental”. (Medellín, 2002: 16).
Es apropiado recordar que por la misma naturaleza de esta dimen-
sión, su evaluación es más sensible a los cambios de la opinión públi-
ca, según el contexto económico o social, que cuando se evalúa la
“legitimidad difusa” (Payne, et al, 2003).
Hechos los anteriores comentarios, entremos al objeto de nuestro
estudio. Ajustemos nuestro microscopio una vez más. Como punto de
partida, un primer indicador de suma importancia para evaluar la
72
NUESTRA IDENTIDAD
democracia bajo el marco anteriormente planteado está dado por la pre-
gunta en la cual se indaga.
Los anteriores datos evidencian que la democracia en funcionamiento
no satisface las expectativas de la ciudadanía. El hecho que apenas un
39.7% de los ciudadanos manifiesten su satisfacción es sintomático de
que en Colombia, al igual que en los demás países de la región, existe
una brecha entre lo que la gente demanda de la democracia y lo que
percibe que ésta es capaz de ofrecerle.
¿Cuáles son los factores que más pueden incidir sobre la baja satisfac-
ción con la marcha de la democracia? El ECV indaga sobre cuatro aspec-
tos que ofrecen interés para responder tal pregunta. El primero es la
democracia como procedimiento y su capacidad para generar consensos
y decidir; el segundo, es la posibilidad que ofrece la democracia de ge-
nerar un gobierno que satisfaga el interés general; el tercero se refiere a la
relación entre democracia y el funcionamiento del sistema económico; y
el cuarto es la capacidad de la democracia para mantener el orden8
.
Miremos en detalle los aspectos anteriores. Para empezar, se le pre-
gunta a la gente qué tan de acuerdo está con la afirmación de que “las
democracias son indecisas y generan muchos pleitos”: más de un 58%
manifestó estar de acuerdo con tal apreciación.
8 Se decidió incluir estas preguntas en este nivel de desempeño pues, por un lado, tiene un carácter mucho más concreto que el que
se da en el segundo nivel –apoyo a la democracia como mejor sistema- y, en segundo lugar, porque puede ofrecer explicaciones al
por qué de la baja satisfacción. Es decir, las cuatro preguntas pueden ser analizadas en un mismo conjunto en el marco de la
insatisfacción.
Las democracias son indecisas y tienen pleitos.
Los datos anteriores guardan perfecta consistencia con la pregunta, ya
analizada, que indaga sobre la preferencia por un líder fuerte que no ten-
ga que preocuparse por el Congreso y las elecciones con la cual un 50%
de los entrevistados estuvo de acuerdo.
La segunda explicación sobre la desconfianza en la democracia estaría
dada por la cuestión de si en ésta se ve materializado el interés general. A
los encuestados se les pregunta: “En términos generales ¿diría usted que
LA DEMOCRACIA COMO VALOR
73
este país es gobernado por unos cuantos intereses poderosos en su propio
beneficio, o que es gobernado para el bien de todo el pueblo?” Los resul-
tados se presentan a continuación.
Beneficio de intereses poderosos 67.31%
Para el bien de todo el pueblo 26.24%
No sabe 6.45%
Como se observa, la famosa frase de Lincoln en su discurso de
Gettysburg que definió la democracia como el gobierno del pueblo, para
el pueblo y por el pueblo, parece haberse visto reemplazada por la de
que la democracia es el gobierno de los poderosos, para los poderosos y
por los poderosos. Sin embargo, no existe una relación fuerte entre el
nivel de ingreso y creencia que la democracia representa a los poderosos.
La siguiente gráfica establece la relación entre ambas variables.
Democracia como interés general vs. ingresos.
De hecho, aunque de manera muy sutil, la tendencia parece ir en la
vía contraria: un mayor ingreso conlleva una mayor incredulidad de que
la democracia exprese el interés general. Ya el estudio de Cuellar (2000)
había advertido un fenómeno similar, lo que muestra que el comportamien-
to parece ser una constante. Parece ser mucho más importante establecer la
relación con la educación, donde sí se observan unas tendencias más pro-
Democracia como interés general vs. nivel educativo
74
NUESTRA IDENTIDAD
nunciadas que permiten afirmar que el nivel de insatisfacción con la demo-
cracia (en el aspecto analizado) crece conforme aumenta el nivel educativo.
Miremos ahora lo que tiene que ver con la relación entre democracia
y economía. Se indagó hasta qué punto se estaba de acuerdo con la ase-
veración de que “en una democracia el sistema económico funciona mal”
y los resultados fueron los siguientes:
En una democracia el sistema económico funciona mal.
Del anterior gráfico se deduce que, como era previsible por el contex-
to socio-económico del país, existe un desencanto con los resultados eco-
nómicos de la democracia. Digo relativo, pues, como se deduce de los
datos anteriores, los escépticos llegan al 48%, mientras que los convenci-
dos de las bondades de la democracia para el desarrollo se ubican en un
37%. Cifra que, a priori, parece desvirtuar que la pobreza sea la gran
explicación del divorcio entre ciudadanía y democracia. Por el contrario,
el desempeño económico del sistema democrático parecería ser apenas
uno de los elementos a considerar la evaluación sobre el funcionamiento
global del sistema.
Por supuesto, la anterior afirmación es anticipada y tendría que ser
corroborada estadísticamente, lo cual está lejos del alcance de estas pági-
nas. Por lo que sólo se deja planteada la cuestión.
DEMOCRACIA Y SISTEMA ECONÓMICO VS. NIVEL DE INGRESOS
(En una democracia el sistema económico funciona mal).
RESPUESTA ESTRATO
1 2 3 4 5 6
1 Muy de acuerdo 18.64% 13.63% 12.28% 12.59% 12.69% 10.96%
2 Algo de acuerdo 27.46% 37.60% 37.13% 33.49% 29.81% 33.25%
3 Algo en desacuerdo 20.23% 21.66% 27.38% 27.19% 36.29% 35.75%
4 Muy en desacuerdo 16.68% 10.71% 12.63% 14.99% 16.36% 10.78%
N.S. 16.98% 16.41% 10.57% 11.73% 4.85% 9.26%
LA DEMOCRACIA COMO VALOR
75
Los datos anteriores permiten reafirmar la creencia de que quienes tienen
menores niveles de ingreso, son quienes más desconfían de que la demo-
cracia pueda generar mayores niveles de desarrollo económico. A nivel
regional se encuentran algunos cambios sustantivos.
DEMOCRACIA Y SISTEMA ECONÓMICO VS. REGIÓN
(En una democracia el sistema económico funciona mal.)
RESPUESTA ATLÁNTICO BOGOTÁ CENTRO NOR ORIENTE SUR
OCCIDENTE OCCIDENTE
1 Muy de acuerdo 31.86% 10.62% 9.41% 10.80% 2.74% 10.95%
2 Algo de acuerdo 28.96% 43.47% 44.27% 23.12% 35.89% 34.87%
3 Algo en desacuerdo 15.17% 25.95% 25.45% 20.40% 33.37% 30.07%
4 Muy en desacuerdo 15.52% 12.65% 7.32% 18.71% 11.54% 8.74%
N.S 8.50% 7.31% 13.55% 26.97% 16.46% 15.37%
Otra vez el Atlántico parece tener ciertas particularidades. Es allí don-
de está el escepticismo sobre la capacidad de la democracia para lograr
un buen sistema económico, mientras que en el Noroccidente se da la
tendencia contraria. Lo cual puede ser en parte atribuido a la conocida
capacidad de emprendimiento de los “paisas”.
Pasemos ahora a la dimensión del orden y las posibilidades de que
éste se produzca en el marco de la democracia. Parece una verdad de
Perogrullo que en un país como Colombia, azotado por violencias de
distinta índole y donde el Estado sufre de una relativa incapacidad de
desplegar su poder para hacer cumplir la ley en el territorio nacional, esta
pregunta debería dirigirse a que hay una creciente percepción de que la
“conflictividad” de las democracias, analizada en una pregunta anterior,
se traduce en desorden social.
Pero esta percepción apenas es parcialmente correcta. Como se expli-
có ya, cuando se pone a la gente a decir si mantener el orden es la prime-
ra prioridad del país, un 40% considera que sí. O sea que es una victoria,
Las democracias no son buenas para mantener el orden.
76
NUESTRA IDENTIDAD
pero amplia. Se presenta una relación muy similar cuando el objeto de
estudio es la relación entre democracia y orden.
De hecho el número de ciudadanos que se muestran en desacuerdo
con la afirmación, es levemente superior al que está de acuerdo. Así, pues,
el poder explicativo del concepto de orden aparece inferior al observado
frente a la democracia como procedimiento (pleitos) y frente al aspecto
económico. En su conjunto todos parecen menos relevantes que la de-
mocracia y la realización del interés general.9
Otra paradoja adicional es que cuando se le pregunta a la gente dónde
se ubica en un eje entre derecha e izquierda, la mayoría se va por la
primera opción. Si partimos de la base de que en Colombia el concepto
de “derecha” está asociado principalmente al ejercicio de autoridad, la
paradoja es evidente.
De todo el panorama que nos arrojan los datos sobre insatisfacción
con la democracia (que, recordemos, es de un 52%), la única conclusión
hasta ahora es que las causas de la insatisfacción con la democracia son
múltiples y que, en consecuencia, buscar la respuesta es no sólo inconve-
niente sino imposible.
CUARTO NIVEL: LAS INSTITUCIONES PÚBLICAS
Un último elemento que hay que tener en cuenta a la hora de buscar
hacer una radiografía de la percepción ciudadana sobre lo arraigada que
está la democracia, tiene que ver con la evaluación que la ciudadanía
hace de distintas instituciones. A la gente se le pregunta si tiene mucha,
algo, poca, o ninguna confianza en la Iglesia, el Ejército, la prensa, la
televisión, los sindicatos, la policía, el Gobierno, los partidos políticos, el
Congreso, la burocracia pública, las grandes empresas, los movimientos
ambientales, los movimientos feministas, la OEA, la OTAN y la ONU.
Teniendo en cuenta que existen mediciones similares al ECV y que
también evalúan de forma técnica la confianza de los ciudadanos en las
instituciones, éstas pueden ser utilizadas con el fin de complementar los
datos que arroja el ECV. En ese sentido, las siguientes tablas presentan los
resultados de la edición 2004 del Latinobarómetro y de la investigación
“La cultura política de la democracia en Colombia, 2004”, llevada a cabo
por el National Democratic Institute en Colombia y la Universidad de
Pittsburg, en cuanto a instituciones públicas exclusivamente.
La siguiente tabla recoge los resultados de las mediciones señaladas:
9 Aunque, como ésta se trata de una pregunta con escalas de respuestas distintas, (de sólo dos opciones y no de cuatro) eso puede
incidir en el resultado final.
LA DEMOCRACIA COMO VALOR
77
10 En sentido estricto no son instituciones públicas, pero por el rol de representación que juegan creemos que deben ser incluidos en
tal categoría.
INSTITUCIONES PÚBLICAS ECV Latinobarómetro NDI Ponderado
Ejército o Fuerza pública 72 58 66 65
Policía 53 48 58 53
Gobierno de la República 48 43 61 50
Partidos políticos10
19 21 35 25
El Congreso de la República 22 24 47 31
Administración pública 16 16
Defensoría del Pueblo 65 65
Fiscalía 61 61
Procuraduría 57 57
Gobernación 56 56
Alcaldía 55 55
Corte Constitucional 55 55
Contraloría 54 54
Corte Suprema 53 53
Sistema de justicia 40 51 51
Elecciones 50 50
Consejo electoral 47 47
Del contraste de los tres estudios se puede dilucidar una importante
consistencia en términos generales, lo que le da por supuesto una mayor
confiabilidad al ejercicio de análisis sobre el apoyo a las instituciones pú-
blicas. Sin embargo, es curioso el mayor grado de confianza que en el
estudio de NDI obtienen el Congreso y los partidos políticos, aunque si-
guen siendo los peor ubicados.
Para sacar el máximo provecho es necesario ir aún más lejos en el
propósito de entender cómo se configuran los niveles de confianza de las
instituciones públicas, considerando el rol que cumplen desde una pers-
pectiva más política que jurídica. Otra forma de entender la clasificación
es según la relación con el ciudadano pues en cada órbita ésta cambia. En
ese sentido, se propone una clasificación que abarca inicialmente tres
tipos de instituciones:
1. Instituciones de representación: son aquellas caracterizadas por el
hecho de que surgen de la voluntad directa de la ciudadanía a tra-
vés del voto. En ese sentido, medir la confianza o la legitimidad de
este tipo de instituciones es preguntarse qué tan acertadamente lo-
gran canalizar (representar) las preferencias ciudadanas en la agen-
da pública.
2. Instituciones de protección: se caracterizan por ser aquellas que, en
el imaginario de los ciudadanos, son las encargadas de garantizar la
convivencia y generar un sentido de seguridad en los asociados.
78
NUESTRA IDENTIDAD
Según la anterior definición, su legitimidad estaría dada por la efec-
tividad con que logren generar ese sentido de seguridad dentro de
la población.
3. Instituciones de control: su razón de ser es vigilar el comportamien-
to de las distintas ramas del poder público. Se diferencian de algu-
nas de las de protección en el sentido que, en principio, no tienen
injerencia directa en aspectos cotidianos de la vida del ciudadano.
Por el contrario, su campo de acción es en los términos planteados
sobre el Estado mismo.
Como toda clasificación, la anterior puede ser tildada de arbitraria,
caprichosa o incompleta. Creo que lo es. Sin embargo, y a pesar de las
deficiencias intrínsecas que pueda tener y las “zonas grises” que casi siem-
pre se presentan a la hora de elaborar este tipo de ejercicios, una tipología
como la propuesta puede ser útil a la hora de mirar la dinámica y carac-
terísticas de las instituciones públicas y de la forma como éstas son
percibidas.
La siguiente tabla agrupa los resultados con más detalle que la ta-
bla anterior y proporciona elementos analíticos apropiados para este
trabajo11
.
11 Por su carácter genérico, la burocracia pública no es clasificada ya que puede ser cualquier cosa.
INSTITUCIONES PÚBLICAS POR FUNCIÓN
Instituciones de Instituciones Instituciones Instituciones
representación de protección de control de cada grupo
Gobierno Ejército Procuraduría General
Elecciones Policía Contraloría General
Congreso Fiscalía Consejo Electoral
Partidos políticos Sistema judicial
Alcaldías Altas Cortes
Gobernaciones Defensoría del
Pueblo
Total confianza 44 58 52
Queda claro que la percepción sobre la crisis de confianza del Estado
–a la que tantas veces nos hemos refiriendo– tiene algunas diferencias y se
centra en lo que algunos autores han denominando “la crisis de represen-
tación” de nuestro sistema político.
Vale recordar que la Constitución de 1991 era fundamentalmente una
respuesta a la violencia y el desbordamiento de ésta en sus distintas mani-
LA DEMOCRACIA COMO VALOR
79
festaciones, y a la creciente desconfianza en las prácticas del Legislativo y
la sensación generalizada de que la corrupción de éste avanzaba a pasos
galopantes, minando su credibilidad.
Arturo Saravia Better (2003: 67) recuerda cómo el lenguaje pre-cons-
tituyente estaba plagado de juicios muy severos contra el Congreso. Por
ejemplo, Rubén Sánchez afirmaba que “la reforma del Congreso, objeto
de condena de la opinión pública por su ineficiencia, es considerada tan
perentoria como la Constitución”. Humberto de la Calle, en aquel enton-
ces Ministro de Gobierno destacaba que la institución “requería modifi-
caciones a fondo”.
Este clima de opinión explica que el catálogo de reformas haya
sido tan extenso y variado: creación de la circunscripción nacional
para Senado; mayores instrumentos de control político, particularmente
con la introducción de la figura de la moción de censura; limitaciones
al poder legislativo del Presidente de la República; eliminación de las
suplencias; ampliación del período de sesiones; prohibición de los
llamados “auxilios parlamentarios”; un régimen más severo de
inhabilidades e incompatibilidades; mayor independencia frente al
Ejecutivo mediante la prohibición del nombramiento de congresistas
como ministros o embajadores. Éstas, entre otras, fueron las reformas
introducidas por la Constituyente con el sano propósito de devolverle
a la institución la majestad perdida.
Sin embargo, y a juzgar por los resultados de la percepción ciudadana,
este propósito apenas parece haberse cumplido. No es éste el espacio
para discutir las causas de tal hecho. Tal vez sea sólo el reflejo de lo que el
académico francés Jean Michael Blanquer describía como “perfección en
los textos, perversión en las prácticas.” (Blanquer, 2002:117). Lo impor-
tante es señalar que, muy a pesar de las reformas, el “déficit de represen-
tación” en su expresión de confianza en las instituciones continuó como
una constante en el imaginario colectivo. Esto no es, por supuesto, ningún
descubrimiento nuevo. Basta simplemente leer un periódico o ver un
noticiero para darse cuenta de la dinámica diaria en que se manifiesta el
fenómeno.
En un contexto de baja confianza en el Parlamento, como el que he-
mos descrito, no resulta extraño que una fracción alta de colombianos
(50%) diga sentirse de acuerdo con un gobierno donde exista un liderazgo
fuerte que no tenga que preocuparse por el Congreso. Ni tampoco es de
manera alguna sorpresivo que el grado de adherencia partidista se en-
cuentre en franco declive. De hecho, el ECV revela que, del total de
encuestados, un 27% se considera liberal y apenas un 10% se dice con-
servador. Contrario sensu, quienes se proclaman independientes (26%) o
sin partido (28%) ganan terreno.
80
NUESTRA IDENTIDAD
Miremos ahora hasta qué punto los factores sociales y demográficos
afectan la percepción del Congreso. En la siguiente gráfica se observa cómo
existe cierta tendencia, aunque muy marginal, a que a medida que au-
menta el nivel de ingreso, también aumenta el grado de confianza.
Si hacemos el mismo ejercicio con respecto a los partidos políticos,
también se obtienen resultados relevantes. Por ejemplo, al mirar el grado
de confianza de éstos teniendo en cuenta la edad, se observan diferencias
importantes en el sentido de que son los más viejos quienes presentan un
mayor grado de escepticismo sobre estas instituciones.
Confianza en el Congreso vs. ingresos.
Si lo que tomamos como punto de análisis es la edad, también se ob-
servan algunos comportamientos interesantes, particularmente en lo que
tiene que ver con el hecho de que a medida que aumenta la edad, sobre
todo en el segmento de 46 años en adelante, disminuye el nivel de con-
fianza.
Confianza en el Congreso vs. edad.
LA DEMOCRACIA COMO VALOR
81
Como se ve, el número de personas que declaran no confiar nada
aumenta de forma abrupta en el grupo de personas mayores de 55. Al
mismo tiempo, en ese mismo grupo, quienes declaran confiar poco dis-
minuye drásticamente. Surge una interesante paradoja: las personas ma-
yores son, como se dijo, las que menos confían en los partidos; pero si lo
que se analiza es el grado de afinidad con los partidos, la tendencia se
invierte: son los grupos de más edad los que más se adscriben a las colec-
tividades.
¿Por cuál partido político votaría usted en las próximas elecciones?
RESPUESTA RANGO DE EDAD
18-25 26-35 36-45 46-55 55 ...
Liberal 23.99% 23.36% 26.35% 32.34% 36.78%
Conservador 8.94% 8.53% 12.41% 7.78% 18.88%
Independiente 28.20% 27.11% 30.40% 26.13% 14.33%
Otros 7.62% 8.23% 7.62% 4.87% 8.66%
No sabe 31.25% 32.76% 23.22% 28.89% 21.36%
Mirando en conjunto las dos gráficas anteriores se podría sugerir a mane-
ra de hipótesis que mientras los más jóvenes creen en la importancia de
los partidos en abstracto, son muy incrédulos sobre las colectividades exis-
tentes. Al mismo tiempo, en los grupos de mayor edad se da el mismo
fenómeno, pero a la inversa: mucha desconfianza generalizada por los
partidos, pero mayor adhesión a aquellos. Queda corroborado cuando se
constata que son los jóvenes quienes manifiestan menor pertenencia a los
partidos y menor trabajo voluntario con éstos.
Confianza en partidos vs. edad.
82
NUESTRA IDENTIDAD
PERTENENCIA A PARTIDOS POLÍTICOS VS. EDAD.
RESPUESTA RANGO DE EDAD
18-25 26-35 36-45 46-55 55 ...
Sí pertenece 1.69% 3.17% 4.74% 6.82% 4.08%
No pertenece 98.31% 96.83% 95.26% 93.18% 95.92%
TRABAJO VOLUNTARIO EN PARTIDOS VS. EDAD.
RESPUESTA RANGO DE EDAD
18-25 26-35 36-45 46-55 55 ...
Sí realiza trabajo
voluntario 0.36% 2.00% 2.09% 5.46% 2.90%
No lo hace 99.64% 98.00% 97.91% 94.54% 97.10%
Por otra parte, si el criterio que se utiliza es el nivel de ingresos, tam-
bién se observan elementos que vale la pena comentar. De hecho, en los
dos últimos niveles se observa un incremento importante en el nivel de
confianza, tal y como ocurre con el Congreso en los términos que se des-
tacan arriba.
Confianza en los partidos Vs. nivel de ingresos.
Tampoco hay que creer que los bajos índices de apoyo al Congreso y
los partidos –que hasta ahora hemos descrito con cierto grado de detalle–
son un fenómeno típico del país. De hecho las distintas mediciones que
se realizan a nivel internacional confirman esta tendencia como una de
las más recurrentes y significativas a la hora de entender las percepciones
de la ciudadanía sobre el sistema democrático y su funcionamiento. A
manera de ejemplo, en el Latinobarómetro 2004 se establece que a nivel
regional el porcentaje de apoyo al Congreso es de 25% y el de los parti-
dos políticos, de 18%.
LA DEMOCRACIA COMO VALOR
83
También digamos que no todo son malas noticias. En efecto, es rele-
vante contrastar los resultados del ECV con los obtenidos por Cuéllar en
1998. Porque de tal ejercicio se puede concluir que los partidos políticos
ganaron 7% de apoyo, mientras que el Congreso aumentó su nivel de
confianza en algo más de 4%.
Pero volvamos al análisis general de las instituciones públicas. Señale-
mos otro fenómeno de importancia: paralelo al hecho de que los partidos
políticos y el Congreso aparecen “mal parados” frente a la opinión públi-
ca, también sucede lo propio con la Administración Pública. En efecto, en
la medición llevada a cabo por Cuéllar ésta era percibida de forma positi-
va por el 28% de los encuestados, mientras que en el ECV lo es por tan
sólo el 16%; aunque no hay que descartar que los bajos niveles obtenidos
en el ECV sean consecuencia de un sesgo en la pregunta12
. Esta cifra resul-
ta paradójica si, además, se tiene en cuenta que al ser indagada sobre la
(in)conveniencia de la tecnocracia, ésta recibe una opinión bastante favo-
rable de más del 58%, como se ilustra a continuación.
12 De hecho, se pregunta a los encuestados por “burocracia pública”, expresión que puede tener una connotación per se negativa y
que puede influir en las respuestas.
Tener expertos, no un Gobierno.
La otra gran contradicción es que al tiempo que la Administración (o
burocracia) Pública es vista con desconfianza, el Gobierno de la Repúbli-
ca recibe el respaldo del 48.5%. Se podría decir, a manera especulativa,
que una porción importante de la ciudadanía daría la impresión de creer
que, como en la famosa película, los gobernantes parecerían estar “dur-
miendo con el enemigo”. Es decir, que las estructuras estatales y la Admi-
nistración podrían ser más un obstáculo que una aliada de la labor del
Gobierno. Esta hipótesis parecería estar reforzada por el hecho de que
mientras que, en los términos señalados, el Gobierno genera confianza en
el 48.5% de la ciudadanía, los diferentes sondeos muestran que la popu-
laridad del Presidente bordea el 70%. De donde se podría aseverar que
para los colombianos hay más Presidente que Gobierno, y más Gobierno
que Administración Pública.
84
NUESTRA IDENTIDAD
En el estudio de Cuéllar se concluía que los “estratos ricos son los me-
nos satisfechos con el Gobierno”. (Cuéllar, 2000: 89). Cabe preguntarse
hasta qué punto el ECV corrobora o contradice dichos resultados.
CONFIANZA EN EL GOBIERNO VS. NIVEL DE INGRESOS.
RESPUESTA ESTRATO
1 2 3 4 5 6
1 Mucha 21,40% 16,12% 21,61% 20,34% 23,51% 32,33%
2 Algo 27,12% 27,90% 29,29% 31,06% 36,97% 40,47%
3 Poca 25,45% 27,24% 26,84% 30,63% 21,73% 14,12%
4 Nada 25,19% 27,22% 20,45% 17,96% 17,79% 13,08%
N.S. 0,84% 1,52% 1,81% 0,00% 0,00% 0,00%
La gráfica anterior deja ver, en concordancia con lo observado por
Cuéllar la confianza en el Gobierno Nacional se da en proporción al in-
greso. De hecho, en términos generales el apoyo se manifiesta en los
distintos niveles económicos.
Ajustemos el microscopio. Porque de lo que se trata ahora es de mirar
aún más en detalle lo que genéricamente hemos venido clasificando “ins-
tituciones de protección” y nos centraremos en el Ejército y la Policía.13
Como ya se dijo, el ECV arroja que ambas instituciones gozan de
alta confianza: el primero, 72%; y la segunda, 53%. En ambos casos se
observa que factores como la edad, la región, el nivel de ingreso, el
grado de educación o el género no juegan un factor determinante y,
por consiguiente, a partir de dichos factores no es posible predecir
comportamientos.
Si el Estado en Colombia es tan ilegítimo como muchos lo pregonan, o
más aún si ha “colapsado” o “fracasado” como lo sostienen las visiones más
extremas, como el artículo de la revista Foreign Policy al cual se hizo referen-
cia unas páginas atrás, ¿cómo pueden interpretarse estos resultados?
La verdad es que si algo concretan es que hay más Estado de lo que
muchos parecen creer; y que ese Estado, en una función tan esencial a su
razón de ser como lo es la protección de la ciudadanía, goza de un impor-
tante respaldo por parte de ésta. Si el Estado fuese tan precario como lo
dicen sus críticos, la tendencia necesariamente tendría que ir en sentido
contrario. Salvo que fuésemos una sociedad de suicidas. (Merchán, 2005).
Dado el hecho que en el ECV no se toca ninguna de las instituciones
que para el presente ejercicio hemos definido como “de control”, no po-
demos avanzar más para identificar algunas tendencias particulares.
13 Es una lástima que el ECV no haya preguntado sobre el sistema judicial, lo que nos impide profundizar en este tema que en un país
como Colombia es absolutamente esencial.
LA DEMOCRACIA COMO VALOR
85
RECAPITULANDO (Y EVALUANDO DÓNDE ESTAMOS)
Con lo dicho hasta ahora se ve que las distintas percepciones sobre los
“niveles” de la democracia tienen marcadas diferencias. A manera de sín-
tesis, la siguiente tabla recoge los resultados de lo que hasta ahora se ha
venido esbozando.
Aspecto Forma de evaluación Nivel de apoyo14
Comunidad política Orgullo de ser colombiano. Muy alto
Grado de pertenencia a la
Nación vs. a la localidad. Bajo
Principios del régimen Apoyo a la democracia:
La democracia es la mejor
forma de gobierno. Alto
La democracia puede tener
problemas, pero es el mejor
sistema (democracia
churchilliana). Alto
Apoyo a sistemas no
democráticos:
Apoyo a un gobierno militar. Límite entre muy bajo y bajo
Apoyo a un líder fuerte que
no se preocupe por el
Congreso y las elecciones. Límite entre alto y bajo
Desempeño del sistema Satisfacción con la democracia:
Satisfacción como la democracia
funciona en el país. Bajo
Grado en que la democracia
satisface el interés general. Bajo
Capacidad de generar un sistema
económico que funcione bien. Bajo
Capacidad de mantener el orden. Bajo
Capacidad de alcanzar consensos
y reducir pleitos. Bajo
Instituciones Grado de confianza en Congreso, Mixto: entre muy bajo
partidos, Gobierno, Justicia, (partidos) y alto (Fuerza
Administración Pública, Ejército y Pública, Gobierno,
Policía, etc. entre otros).
¿Cómo interpretar los datos anteriores? ¿Es crítica la situación? ¿Puede
decirse, por utilizar una expresión del académico de la Universidad de
Harvard Jorge I. Domínguez (2003), que ésta es una “democracia sin de-
mócratas”? ¿Hay una verdadera cultura antidemocrática en el país? ¿Exis-
te una cultura política contraria a los principios que guían todo sistema
democrático? Estos son algunos de los interrogantes que surgen.
14 Para proceder a la calificación utilizamos la siguiente escala: muy alto: valores superiores a 75%; alto: entre 75% y 50%; bajo:
entre 50% y 25%; muy bajo: puntaje inferior a 25%.
86
NUESTRA IDENTIDAD
15 Recuérdese que dicha encuesta se adelantó en 1998.
La lectura de la tabla anterior nos revela que el déficit de apoyo a la
democracia tiene varias dimensiones. En cuanto al apoyo a los principios
del régimen se ve que la convicción de que la democracia es el mejor
sistema (o el menos malo, por lo menos) está relativamente arraigada
entre los colombianos aunque, como se dijo, comparativamente con los
resultados del estudio15
de María Mercedes Cuéllar (2001) se ve un des-
censo de aproximado del 10%. Aunque, reitero, este aspecto está lejos
de poder ser catalogado como crítico.
Sin embargo, tal como se expuso en su momento, el apoyo al concep-
to de democracia no se traduce en un rechazo contundente a otras for-
mas no democráticas. Por eso, lo que hemos en el texto denominado el
“núcleo duro de demócratas” es bajo y denota una cierta brecha entre el
apoyoalademocraciaylainteriorizacióndeactitudesquelesonconnaturales.
Aunque tal afirmación habría que matizarla señalando que la alternativa de
un gobierno militar cada vez tiene menos espacio y se le considera inconve-
niente, incluso en comparación con los resultados del ejercicio de Cuéllar.
Por otra parte, y como era de esperarse, en Colombia se sigue la ten-
dencia observada a nivel internacional del grado de satisfacción con la
democracia es notoriamente más bajo que el de apoyo al “ideal” de-
mocrático. Según lo visto, pareciera ser que el factor que juega un papel más
relevante es la convicción, muy arraiga entre los ciudadanos, de que la de-
mocracia no se ha traducido en gobiernos que defiendan el interés general
sino, por el contrario, el de unos cuantos grupos poderosos. Curiosamente,
la hipótesis de una supuesta incapacidad de la democracia para mantener el
orden no obtuvo un respaldo que se compadezca con la idea de “mano
dura” que deja entrever lo reducido que es el “núcleo duro de demócratas”.
En cuanto a las instituciones, se pudo establecer que existen niveles
muy distintos de apoyo a las mismas. Resultó crítico el apoyo a las institu-
ciones medulares de la democracia representativa (Congreso y partidos)
y, por el contrario, las instituciones que denominamos de “protección
física” tuvieron un resultado importante en términos de confianza.
Hasta ahora la recapitulación. Demos ahora paso a la exploración.
Porque de lo que se trata es de establecer si el anterior panorama es el
apocalíptico de “apague y vámonos” o si cabe una lectura contraria.
Como punto de partida es preciso poner los resultados de Colombia
en un contexto amplio para saber cómo estamos frente al mundo. Por-
que, como se dijo en la introducción, el fenómeno de desencanto demo-
crático no es, ni mucho menos, un patrimonio de nuestros países sino
una tendencia constante en distintos rincones del mundo.
Es adecuado recordar varios elementos. En primer lugar, los resultados
de Colombia en cuanto al apoyo al ideal democrático son relativamente
LA DEMOCRACIA COMO VALOR
87
bajos comparados con la tendencia mundial: el promedio mundial fue de
92%, según los resultados del Estudio Mundial de Valores con informa-
ción recogida en dos olas y en 77 países. La primera, entre 1995 a 1997;
y la segunda, entre 1999 y 2001 (Inglehart, 2003).
La democracia es el mejor sistema para gobernar el país
Albania 99 Bélgica 91
Egipto 99 Perú 91
Dinamarca 98 Rep.Dominicana 91
Islandia 98 Nueva Zelanda 91
Grecia 98 Argentina 90
Bangladesh 98 Georgia 90
Croacia 98 Francia 89
Italia 97 EEUU 89
Holanda 97 Sur África 89
Suecia 97 Eslovenia 89
Azerbaiján 97 Rumania 89
Noruega 96 Zimbabwe 89
China 96 Finlandia 88
Austria 96 Bielorusia 88
Uruguay 96 Letonia 88
Tanzania 96 Gran Bretaña 87
Indonesia 96 Canadá 87
Marruecos 96 México 87
Alemania 95 Hungría 87
España 95 Australia 87
Nigeria 95 Bulgaria 87
Vietnam 95 Estonia 87
Jordania 95 Lituania 86
Uganda 94 Irán 86
Malta 94 Corea del Sur 85
Serbia 94 Brazil 85
Irlanda del Norte 93 Chile 85
Suiza 93 Ucrania 85
India 93 El Salvador 85
Republica Checa 93 Moldavia 85
Taiwán 93 Armenia 85
Bosnia 93 Polonia 84
Irlanda 92 Macedonia 84
Japón 92 Eslovaquia 84
Puerto Rico 92 Filipinas 82
Alemania del Este 92 Pakistán 68
Turquía 92 Rusia 62
Luxemburgo 92
Fuente: Inglehart (2003).
Es importante señalar, sin embargo, que como se trata de datos que tie-
nen varios años de haber sido recogidos (en algunos casos hasta 1016
), es
16 Hay que recordar que el ECV recoge datos de finales del 2003. Lo que da lugar a que la distancia máxima de la medición de
Colombia con otros países sea de 8 años.
88
NUESTRA IDENTIDAD
posible que los resultados no sean un fiel reflejo de la situación actual ni
un parámetro totalmente confiable para poder compararnos.
En segundo término, y manteniendo la advertencia anterior, en lo que
tiene que ver con el apoyo a las alternativas no democráticas, particular-
mente la idea de un líder fuerte que no se preocupe por el Congreso, la
tendencia reflejada en el EMV parece también señalar que hay un esce-
nario en el que Colombia no sale muy bien librada.
Apoyo a un líder fuerte que no tenga que preocuparse por el Congreso
y las elecciones.
Azerbaiján 7 Tanzania 29
Egipto 8 EEUU 30
Grecia 9 Uganda 31
Islandia 11 Bélgica 32
Croacia 11 Puerto Rico 33
Bangladesh 12 Francia 35
Dinamarca 14 Perú 35
Noruega 14 Sur África 37
Alemania Occ. 16 Irán 39
Italia 16 Bielorusia 40
Austria 16 Taiwán 41
Rep. Checa 17 Jordania 41
Marruecos 18 Argentina 42
España 19 Nigeria 43
Irlanda del Norte 19 Chile 43
China 19 Albania 43
Estonia 19 Bulgaria 45
Indonesia 19 Luxemburgo 45
Malta 19 Venezuela 48
Serbia 19 Rusia 49
Hungría 20 Armenia 53
Eslovaquia 20 Bosnia 53
Nueva Zelanda 20 México 54
Suecia 21 Lituania 54
Polonia 22 Moldovia 57
Alemania Or. 23 Letonia 58
Canadá 24 India 59
Eslovenia 24 Ucrania 59
Australia 25 El Salvador 59
Finlandia 25 Brasil 61
Gran Bretaña 26 Georgia 61
Holanda 27 Pakistán 62
Irlanda 27 Filipinas 62
Uruguay 27 Macedonia 62
Zimbabwe 27 Rumania 67
Japón 28 Turquía 72
Corea del Sur 28 Vietnam 99
Suiza 29
Fuente: Inglehart (2003).
LA DEMOCRACIA COMO VALOR
89
O sea que, por lo menos en cuanto a apoyo al ideal democrático y el
rechazo a una opción caudillista, salimos mal parados.
Es interesante constatar que, en comparación con los países de la re-
gión que son evaluados por el Latinobarómetro (2004), Colombia apare-
ce con unos resultados muy desiguales, pues en algunos aspectos se
encuentra peor ubicado que el promedio regional, mientras que en otros
su desempeño es más positivo. Hay que destacar que como esta medi-
ción (llevada a cabo entre mayo y junio de 2004) recoge resultado de un
mismo año para 18 países, permite tener una visión un poco más clara
del lugar donde se encuentra Colombia.
Para comenzar, ¿cómo es el apoyo a la democracia en Colombia com-
parado con Latinoamérica? El promedio de latinoamericanos que asegu-
raron que “la democracia puede tener problemas, pero es el mejor
sistema” fue de 71%: resultado que fue, coincidencialmente, el mismo
que obtuvo Colombia y que guarda, además, gran consistencia con el
registrado en el ECV.
Pero ¿cómo queda Colombia en el tema de las alternativas no demo-
cráticas? En el Latinobarómetro se le pregunta a la gente si cree que “la
democracia es la mejor forma de gobierno” o si “en determinadas cir-
cunstancias un gobierno democrático puede ser preferible a uno
autocrático”. El 46% de los colombianos respondió la primera opción, 7
puntos por debajo del promedio latinoamericano. De donde, por lo de-
más, se deduce que la hipótesis del relativo sesgo autoritario que plan-
teamos al registrar la dimensión del “núcleo duro de demócratas” tiene
un elemento adicional a favor.
Por su parte, cuando la pregunta se cambia hacia la satisfacción con la
democracia se tiene que el promedio latinoamericano es de 29% de
quienes se dicen estar satisfechos o muy satisfechos, mientras que Co-
lombia registra un 30%. Esta cifra es 9% inferior a la registrada en el ECV.
También se pueden contrastar algunos temas puntuales sobre el
desenvolvimiento de la democracia. En ese sentido el Latinobarómetro
indaga sobre hasta qué punto la democracia sirve al interés general o
al interés de unos cuantos poderosos. Como se recordará, en el ECV
este fue uno de los temas que resultaron más críticos (67% cree que
favorece a unos pocos intereses). Por su parte, en el Latinobarómetro,
Colombia obtiene 59%, mientras que el promedio latinoamericano se
situó en el 71%. De hecho, el país tuvo en este tema la segunda peor
clasificación entre los 18 países evaluados. Así, pues, resulta claro que
es un punto de alerta donde se observa que no sólo en términos abso-
lutos sino también en términos comparativos la ciudadanía percibe
una “promesa incumplida”, por ponerlo en los términos de Bobbio
(1994).
90
NUESTRA IDENTIDAD
Pasemos ahora a la relación entre economía y democracia. El ECV se
pregunta si se está de acuerdo con que en una democracia el sistema
económico funciona mal. El 48% se mostró de acuerdo con tal postulado.
Se trata, sin duda, de un dato alto aunque aspectos como si la democracia
representa el interés general, o si la democracia genera consensos, queda-
ron, como se trató párrafos atrás, con un nivel explicativo mayor sobre la
baja satisfacción con el funcionamiento de la democracia.
En el Latinobarómetro no existe una pregunta exactamente igual a ésta.
Sin embargo, lo que sí se indaga es si la gente preferiría un gobierno auto-
ritario si este fuese capaz de resolver los problemas económicos de la
ciudadanía. El promedio latinoamericano de quienes así piensan fue de
54%, cifra que en su momento despertó una gran polémica. Colombia
obtuvo un 64%. He ahí, pues, otro aspecto en que el país no sale muy
bien posicionado.
Hay otra pregunta para estudiar este tema de democracia y economía.
Se trata de aquella en la cual los ciudadanos contestan si creen que la
democracia es el único sistema con el cual los países pueden llegar a ser
desarrollados. El promedio de los 18 países estudiados en el
Latinobarómetro fue de 72%. En Colombia, por su parte, se registró un
67%, lo que comprueba la hipótesis del escepticismo de los colombianos
en cuanto a la democracia como mejor vía al desarrollo.
En lo que tiene que ver con la evaluación a las instituciones públicas, se
tiene que en el Latinobarómetro el Congreso obtiene el 24%; los partidos,
18%; el Gobierno, el 30%; la Policía, el 30%; y las Fuerzas Armadas, el 40%.
Al comparar estos resultados con lo de Colombia sobresale que en el país es
muy superior la confianza en las Fuerzas Armadas, la Policía y el Gobierno.
En cuanto al Congreso y los partidos, las diferencias son casi insignificantes.
De donde se deduce que, en este nivel de análisis, Colombia tiene un “supe-
rávit” en relación a los países latinoamericanos.
Con lo dicho hasta ahora se puede afirmar que, comparado con otras
naciones y, en particular con los vecinos de la región, en Colombia se
aprecia una tendencia marcada hacia el escepticismo democrático, ex-
presado éste como el grado de ciudadanos que creen que la democracia
es el mejor sistema, que están satisfechos con la forma como viene fun-
cionando, que consideran que la refleja el interés general o que conside-
ran que este sistema es el más apto para generar desarrollo. Sin embargo,
a medida que uno se acerca a lo que denominamos “apoyo específico”,
los indicadores de Colombia mejoran de forma sustancial. O sea que lo
que flaquea es el “apoyo difuso” y es ahí donde se genera una situación
de preocupación.
Viene la pregunta del millón: ¿qué tan grave puede ser este escepticis-
mo? Ya Durkheim había advertido en un discurso ante la Sorbona que son
LA DEMOCRACIA COMO VALOR
91
los ciudadanos los que moldean las instituciones y que éstas no pueden
hacer nada más allá de la naturaleza de los miembros de la comunidad
política. Por eso, concluye el sociólogo francés, antes que juzgar el des-
empeño de las instituciones es más importante conocer a la gente.
Si tal postulado es cierto, la conclusión fundamental es que las percep-
ciones sobre las instituciones juegan un papel fundamental para determi-
nar el funcionamiento de las mismas y que, por ende, cuando existen
bajos niveles de legitimidad es previsible que el sistema entre en crisis.
Toda la escuela “culturalista”, con matices, se apoya en tal presupuesto.
No obstante existe una serie de “anomalías” en cuanto a esta causalidad
que ponen en entredicho su poder explicativo. Es válido hacer unas ob-
servaciones para el caso colombiano. La primera es que si bien es cierto,
en los términos expuestos, que comparados con otros países estamos mal
ubicados en cuanto al nivel de apoyo al ideal democrático, el rechazo a
formas autoritarias o semi-autoritarias y el grado de satisfacción con la
democracia, las diferencias con la media de los países estudiados no es
muy pronunciada. No hay que olvidar que el 70% de los colombianos
declara que la democracia es el mejor sistema. O sea que no se trata de
una cifra crítica que puede llevar a asegurar que la legitimidad difusa se
encuentra en crisis.
En segundo lugar, el hecho que exista un relativo valor alto de “apoyo
específico” (confianza en las instituciones) da una garantía relativa de es-
tabilidad. De hecho, tal y como lo sostenía Easton, son los bajos niveles de
apoyo específico los que mayor facilidad trascienden hacia el apoyo difu-
so; la relación opuesta parece ser mucho menos clara.
En tercer lugar, siguiendo los planteamientos de Norris (1999), los ciuda-
danos se encuentran en una situación en la cual pueden optar por “enajena-
ción política” o por mayor y mejor participación. En la medida que aumenta
la segunda tendencia, también se incrementa el hecho que los ciudadanos
reconozcan los problemas y limitaciones del sistema, y que le exijan más.
(Rodríguez y Madrigal, 2003). Ese es, precisamente, el concepto de “ciuda-
danos críticos” que la autora desarrolla. O sea que todo resultado sobre nivel
de apoyo debe ser observado con mucho beneficio de inventario, ya que
unos bajos índices pueden reflejar, más que una situación negativa, una ciu-
dadanía más madura.
En cuarto lugar, Inglehart (1997, 2003, 2005) ha demostrado que “la
sostenibilidad” de las democracias está más relacionada con aspectos cul-
turales que trascienden los simples índices de apoyo al régimen a los que
nos hemos refiriendo. En concreto, se refiere a los valores postmateriales
y de autoexpresión.17
Mientras que el primer aspecto (entendido como si
la democracia es el mejor sistema y si hay predilección por alternativas no
17 Véase capítulo final para una explicación general del tema.
92
NUESTRA IDENTIDAD
democráticas) puede predecir el 50% de las variaciones de los niveles
de democracia en un período de 1981 a 2000; los segundos lo hacen
en un 83%.
La siguiente tabla recoge la correlación que Inglehat encuentra entre
actitudes hacia la democracia y valores de autoexpresión vis a vis el nivel
de democracia de un país visto en el período de tiempo descrito:
¿Qué tan bien las actitudes masivas predicen el nivel actual de demo-
cracia en las sociedades?
Correlaciones con:
Puntaje de la Puntaje
Sociedad acumulado de
según el índice la sociedad según
de Freedom el índice de
House de 1995. Freedom House
de 1981-2000.
Tener un sistema democrático
es una buena forma de gobernar el país. .072 .224
Puede que la democracia tenga problemas,
pero es mejor que cualquier
otra forma de gobierno. .204 .315 **
Lo mejor para el país es que los expertos,
no el gobierno, tomen decisiones
de acuerdo con lo que piensan. -.201 -.322
Tener un líder fuerte que no tenga que
molestarse por parlamentos y elecciones. -.313 -.360
Índice Democrático/Autocrático (A+B)-(C+D) .351 .506
En general, ¿diría usted que se puede confiar
en la mayoría de las personas o que nunca se
puede ser lo suficientemente cuidadoso
en el trato con otros? .100 .251*
Teniendo en cuenta todos los aspectos,
¿usted se considera muy feliz, más o menos feliz,
no muy feliz o totalmente infeliz? .246 .540
¿Piensa usted que los homosexuales
pueden siempre ser justificados,
nunca justificados o algún punto en el medio? .729 .804
¿Ha usted firmado alguna vez una petición?
¿Piensa que lo hará algún día o que
bajo ninguna circunstancia lo haría? .678 .761
Valores Materialistas/Postmaterialistas
(Índice de 4 aspectos). .570 .750
Calificaciones de los puntajes
valores de supervivencia/autoexpresión. .589 .830
Fuente: Inglehart (2003).
LA DEMOCRACIA COMO VALOR
93
El argumento va en el sentido de que si bien es cierto que hay unas
“alertas tempranas” en algunos aspectos que el país sale mal o relativa-
mente mal librado, no hay que rasgarse las vestiduras y llegar a prediccio-
nes apocalípticas o simplistas. Pero tampoco se puede ignorar que en
ciertos ítems hay todavía un largo camino por delante para consolidar la
democracia como idea y la democracia como práctica en el imaginario
de los colombianos.
... Y LOS VALORES DE LA DEMOCRACIA
Hasta ahora nuestro análisis ha tenido como objeto la percepción que la
gente tiene de la democracia para dilucidar, en últimas, hasta qué punto
este es un valor que merece ser defendido. Pero ahora el ejercicio puede
ser modificado para entender con qué valores quisieran los ciudadanos
darle vida a la democracia. Se trata de definir los contenidos que debe
tener ese cascarón que hemos analizando. ¿Qué tanta libertad debería
ofrecer la democracia? ¿Qué tanta responsabilidad individual? A este tipo
de preguntas nos enfrentamos ahora.
Igualdad
Iniciemos con una pregunta sugestiva: ¿qué tan igualitaria consideran los
colombianos que debe ser la sociedad? Pregunta que se podría reformular
cuestionando qué tipo de orden social debe producir la democracia y
con ella el sistema político en su conjunto.
Al respecto, hay una serie de preguntas en el ECV que nos dan luces
sobre el criterio de igualdad que está arraigado en los colombianos. Para
determinar tal tema se han seleccionado cuatro preguntas cuyos resulta-
dos se presentan a continuación:
Ahora me gustaría que me indicara sus puntos de vista sobre dis-
tintos temas. ¿Cómo colocaría sus puntos de vista en esta escala? 1
significa que usted está de acuerdo completamente con la frase a la
izquierda.10 significa que usted está completamente de acuerdo con
la frase a la derecha; y si su manera de pensar está entre las dos,
puede usted escoger cualquier número en medio.
En su opinión, ¿Qué tipo de sociedad debería tratar de ser nuestro
país en el futuro?
94
NUESTRA IDENTIDAD
En la pregunta sobre qué tipo de sociedad debería ser Colombia en
el futuro se plantea el problema central que nos ocupa: si debe preva-
lecer el igualitarismo total en la sociedad (igualdad en el “punto de
llegada”) o si, por el contrario, las desigualdades pueden ser acepta-
das en la sociedad en la medida que estas reflejen la iniciativa del
individuo y, por ende, lo que se privilegie sea la libertad personal. A
esta visión, siguiendo a Lipset (2001), la denominaremos “libertaria”.
Los resultados de tal tema son bastante interesantes pues nos mues-
tran con contundencia que los colombianos se reparten en proporcio-
nes muy similares entre ambas tendencias. Los “igualitaristas” (quienes
abarcarían las opciones 1 y 2 en la escala) obtienen 40%; los colom-
bianos se clasifican como “libertarios” (quienes estarían ubicados en
las opciones 4 y 5) en un 38%18
. Cabe a su vez llamar la atención
sobre el hecho que los dos extremos de la escala concentran a un
número muy alto de ciudadanos: en el primer caso 29% y en el segun-
do 25%.
Cuando la pregunta se cambia hacia la igualdad de sueldos, los
resultados varían sustancialmente. En efecto, en este caso, y retomando
la clasificación anterior, los “igualitaristas” (a quienes ubicamos en la
escala entre el 1 y el 5) representan el 56%. Sin embargo, más allá de
18 El número 3 de la escala se considera “neutral”.
Rango Competencia* Impuestos**
1 29.14% 8.64%
2 11.24% 8.10%
3 17.32% 18.50%
4 12.83% 17.01%
5 25.98% 43.70%
No sabe 3.49% 3.90%
*1 Sociedad igualitaria
5 sociedad competitiva
**1 Altos impuestos. (Estado Interventor) ,
5 bajos impuestos. Individuos libres
Rango Sueldos* Propiedad
privada**
1 32,09% 16,14%
2 5,51% 4,41%
3 4,81% 3,54%
4 3,22% 6,64%
5 10,51% 16,40%
6 6,74% 8,85%
7 5,49% 6,25%
8 6,57% 7,56%
9 5,44% 4,12%
10 17,52% 19,57%
No sabe 2,11% 6,53%
* 1 Mayor igualdad de sueldos
10 Mayores diferencias de sueldos
** 1 Aumento de la propiedad privada
10 Aumento de propiedad gubernamental
LA DEMOCRACIA COMO VALOR
95
estas cifras absolutas, hay una diferencia sustancial y es el número de
personas que se ubican en los dos extremos pues en este caso, a dife-
rencia de lo que ocurría con la pregunta genérica sobre igualitarismo,
el extremo “libertario” (17%) no concentra un número tan significati-
vo de ciudadanos como el “igualitario” (32%). Es decir, que las con-
vicciones de aquel grupo tienden a debilitarse.
En lo que tiene que ver con la propiedad de las empresas se obtie-
nen resultados que favorecen, aunque no de forma muy marcada, a
los “igualitaristas” que obtienen un 47%. Pero cuando analizamos el
tema tributario, siempre tan sensible, la cuestión da un giro contrario:
favorece a los “libertarios” quienes, como se dice en el fútbol, ganan
este partido por goleada. No es sino ver que los “igualitaristas” obtie-
nen un exiguo 16% y que los “libertarios” reciben un 60%.19
Como se ve, pues, es evidente que existe una marcada contradic-
ción que, a manera de hipótesis se puede plantear en los siguientes
términos: casi la mitad de los colombianos ve con buenos ojos que se
llegue a una sociedad igualitaria pero no está dispuesto a pagar el
precio que eso implica. Como dicen los norteamericanos, “no hay
almuerzo gratis”. Llegar a una sociedad de tal tipo implica sacrificios
como, por supuesto, que quienes más reciban sean quienes más pa-
guen.
Analizando este mismo problema desde otra perspectiva, lo que se
vislumbra es una tendencia a ver las bondades de una sociedad
igualitaria pero, eso sí, siempre y cuando no implique renunciar a las
bondades de una sociedad libertaria donde se reconoce el esfuerzo
individual y se entiende que las utilidades obtenidas en la actividad
económica son la consecuencia natural de dicho esfuerzo. Mejor di-
cho, el colombiano quiere estar en lo mejor de los dos mundos y re-
fleja una notoria falta de balance entre derechos y obligaciones,
beneficios y responsabilidades. Si los pusiéramos en términos de John
Rawls, tal vez habría que decir que la pregunta sobre los impuestos
nos pone de presente la dificultad que tiene el colombiano para pen-
sar las reglas de la sociedad bajo el “velo de ignorancia” que sugiere el
pensador norteamericano. A su vez, refleja un actitud que se marca
en otras de las respuestas: la enorme proclividad que tenemos los co-
lombianos a creer que los derechos no aparejan obligaciones, que
puede haber prerrogativas sin responsabilidades.
Además, las contradicciones se acentúan cuando se ven los resulta-
dos de otras preguntas que también nos ofrecen elementos para en-
tender cómo percibe el colombiano el problema de la igualdad. Ese
19 La opción 3 se considera neutral.
96
NUESTRA IDENTIDAD
es el caso de la opinión sobre el rol positivo-negativo de la competen-
cia.
Es apabullante la concepción positiva que los colombianos tienen so-
bre las ventajas que para la sociedad acarrea la competencia: de donde
surge la pregunta sobre ¿por qué si se considera que es importante moti-
var a que los individuos saquen lo mejor de sí mismos y hagan valer sus
habilidades, aptitudes, capacidad de trabajo, etc., se genera tanto apoyo
a la concepción de una sociedad absolutamente igualitaria que, por defi-
nición, rechaza la idea de que el mérito genere desigualdades materiales
en el seno de la sociedad?
Para acabar de complicar la situación vale la pena ver cómo se auto-
identifican los colombianos en lo que tiene que ver con izquierda y dere-
cha. Porque el hecho que mayoritariamente los encuestados se ubique en
el espectro de derecha, como lo muestra la gráfica siguiente, resulta con-
tradictorio con la idea de una sociedad igualitaria con la cual un 40% de
los ciudadanos dice simpatizar.
Izquierda y derecha. ¿En qué punto de esta escala se encuentra?
Rol positivo-negativo de la competencia (escala).
Es importante no pasar por alto que, siguiendo a Bobbio, lo funda-
mental de la distinción entre derecha e izquierda es “la diferente ac-
titud que las dos partes [...] muestran sistemáticamente frente a la idea
de igualdad” (Bobbio, 1994: 15). Por eso, como comenta Joaquín
LA DEMOCRACIA COMO VALOR
97
Estefanía en el prólogo a Derecha e Izquierda, “aquellos que se decla-
ran de izquierdas le dan mayor importancia en su conducta moral y
en su iniciativa política a lo que convierte a los hombres en iguales, o
a las formas de atenuar y reducir los factores de desigualdad; los que
se declaran de derechas están convencidos de que las desigualdades
son un dato ineliminable, y que al fin y al cabo ni siquiera deben
desear su eliminación” (Prólogo en Bobbio, 1994: 10).
Así, pues, de lo dicho anteriormente sobre este tema de la igual-
dad sólo queda concluir que los resultados nos muestran que hay
más preguntas que certezas. En efecto, la inconsistencia de los re-
sultados sólo permite deducir que los colombianos estamos muy
lejos de poder definir, en este aspecto, que tipo de sociedad que-
remos. O por ponerlo en los términos con los cuales iniciamos esta
sección, de darle contenido a nuestra democracia en este sustan-
cial aspecto.
Miremos ahora otro ángulo del concepto de igualdad. Se trata de
la concepción que tienen los encuestados sobre los derechos de las
mujeres y del rol que ellas juegan en la sociedad. A ese aspecto apun-
ta una serie de preguntas que evalúan tres aspectos fundamentales: la
mujer en la vida política, familiar y educativa. Sobre la primera esfera
se pregunta si los hombres son mejores líderes políticos que las muje-
res. Esta afirmación fue rechazada por el 67% de los ciudadanos. En la
segunda esfera el tema es si tanto la mujer como el hombre deben
contribuir al sustento del hogar. Con este postulado está de acuerdo el
92%, lo que revela que los colombianos tienden a creer que las res-
ponsabilidades familiares deben ser compartidas por ambos. En la
tercera esfera la cuestión es si se puede considerar que la educación
universitaria es más importante para los hombres que para las muje-
res. El 86% la gente está en desacuerdo con tal posición. Tenemos así
que, en lo que tiene que ver con la igualdad de trato entre hombres y
mujeres, los encuestados optan por una opción igualitarista (no
discriminatoria).
Lamentablemente, el ECV no nos arroja pistas para dilucidar otros
matices que tiene este complejo tema de la igualdad. Por ejemplo,
habría sido interesante conocer hasta qué punto la gente se muestra
de acuerdo con tratamientos favorables a las minorías (discriminación
positiva y acción afirmativa).
Libertad
Es bien sabido que el liberalismo, en sus distintas vertientes, tiene como
presupuesto fundamental el principio de “neutralidad estatal”, lo cual
LA DEMOCRACIA COMO VALOR Y LOS VALORES DE LA DEMOCRACIA (2005)
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LA DEMOCRACIA COMO VALOR Y LOS VALORES DE LA DEMOCRACIA (2005)

  • 1. LA DEMOCRACIA COMO VALOR 51 A MANERA DE INTRODUCCIÓN: Hablar de democracia en una era de desencanto Vivimos una época de paradojas. Por un lado, la democracia se consolida a lo largo y ancho del mundo como sistema de gobierno. Tanto así que Francis Fukuyama llegó a afirmar con algo de candidez que el consenso universal existente en torno a los valores democráticos y de libre mercado había precipitado “el fin de la historia”. Pero al mismo tiempo que florece la democracia, crece el descontento y la desconfianza en ella. Por eso, tal vez nunca como ahora, cobra tanta vigencia la famosa máxima de Churchill según la cual “la democracia es el peor sistema, exceptuando a todos los demás”. Parece, pues, tener toda la razón la filósofa española Victoria Camps (1996) cuando señala que los tiempos que vivimos se caracterizan por “el malestar de la vida pública”. Bobbio (1994), a su vez, habla de una serie de promesas incumplidas de la democracia como la abolición del corporativismo, la derrota del poder oligárquico, la eliminación de las acciones del gobierno que estén por fuera del escrutinio público o la capacidad para generar una ciudada- nía informada y, como lo reivindicaba Stuart Mill, activa. De hecho las cifras son elocuentes sobre el desencanto con la demo- cracia2 (datos entre el 2000 y el 2002): en Europa Occidental, el 75% manifiesta que la democracia es el mejor sistema; en África, 70%; en las LA DEMOCRACIA COMO VALOR Y LOS VALORES DE LA DEMOCRACIA Rafael Merchán Álvarez1 1 Con la eficaz colaboración de la politóloga Ximena Cruz quien obró como asistente de investigación. Igualmente, el autor agradece a Gina Romero y Juliana Bejarano, funcionarias del Instituto de Ciencia Política, por su apoyo en el procesamiento de la informa- ción. 2 Aunque, como se explicará más adelante, estas cifras deben ser vistas con beneficio de inventario y su poder explicativo es más reducido de lo que a primera vista pudiera pensarse.
  • 2. 52 NUESTRA IDENTIDAD nuevas democracias europeas, 61%; en el este de Asia, 59%; y en Latinoamérica, 55%. Por su parte, la satisfacción con la democracia es también baja: En Europa Occidental es de 62%; en África, 57%; en las nuevas democracias europeas, de 35%; en el este de Asia, 60%; y en Latinoamérica, de 35% (Lagos, 2003). Estos datos ponen en relieve que el déficit democrático no obede- ce a causas socio-económicas, pues afecta tanto a países y continen- tes ricos como pobres. Tampoco es una cuestión cultural, pues se da en naciones con tradiciones tan diversas como la anglosajona o la asiá- tica. No es, a su vez, un problema que toque sólo a aquellos pueblos que recién se han asomado a la democracia, pues los síntomas de esta enfermedad son padecidos por igual en países de larga historia demo- crática –como Estados Unidos y la gran mayoría de los europeos– y a otros que se encuentran apenas en su niñez democrática, como aque- llos pertenecientes a las antiguas repúblicas soviéticas. Precisamente sobre el caso de los Estados Unidos las reflexiones de Joseph Nye, actual decano de la facultad de Gobierno de Harvard, son ilustrativas de este creciente fenómeno de desconfianza demo- crática. Decía Nye en un artículo de la revista Foreign Policy, titulado “In Government we don´t trust” (No confiamos en el Gobierno): “La mayoría de personas no sienten que el sistema esté podrido y que tiene que ser derrumbado. Sin embargo, hay causas para una consi- derable preocupación. Mientras existan diferencias de grado entre la pérdida de confianza, insatisfacción, cinismo y odio, la permanente devaluación del gobierno y la política por largos períodos podría afec- tar la fortaleza de las instituciones democráticas”. (Nye, 1997: 100). No en vano, recordaba el autor, mientras que en los años sesenta tres cuartas partes de la opinión pública norteamericana declaraban su confianza en el gobierno, en la década del noventa dicha cifra se ha- bía reducido considerablemente y empezaba a oscilar entre un cuarto y un tercio de la población. Por eso, como anota Ives Meny, “la ausencia de cualquier alterna- tiva al modelo político de Occidente ha eliminado las amenazas ex- ternas, pero ha incrementado los desafíos internos. La consolidación democrática preocupa no sólo a las nuevas democracias, sino a todas las democracias”. (Meny, 2001: 261). América Latina, como se refleja en las estadísticas ya citadas, y como es apenas es obvio, no escapa a lo que pudiéramos llamar “la trampa del escepticismo”. Sin ir muy lejos, hace unos pocos meses (abril de 2004) se produjo un gran revuelo por la publicación de un informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo que alertaba
  • 3. LA DEMOCRACIA COMO VALOR 53 sobre el notorio descenso en los índices de apoyo al sistema democrá- tico en la región. Llamó la atención en el citado informe que el 54% de los latinoa- mericanos preferirían un sistema no democrático si éste fuese capaz de satisfacer las demandas económicas y sociales de la población. Te- niendo en cuenta esta percepción, Marta Lagos, directora del Latinobarómetro, comentaba en un artículo de la Revista Perspectiva que “el mayor enemigo de la democracia parece ser la inercia en la producción de los bienes políticos y la persistencia de la expectativa de que ésta traerá igualdad, oportunidad, acceso, oportunidades, tra- to por igual, dignidad.” (Lagos, 2005: 62). En el mismo sentido, Lawrence Whitehead, de la Universidad de Oxford, resumía el problema señalando que “una década de expe- riencias no interrumpidas de aquellos regímenes ha demostrado, sin embargo, que los votantes y ciudadanos están también muy preocu- pados por los resultados y están dispuestos a juzgar el éxito relativo (o el fracaso) de esos regímenes, no sólo por si ellos prosiguen correc- tamente el mínimo de estándares de procedimiento, sino también por la calidad de las políticas públicas que se desarrollan y por el desem- peño de sus nuevos líderes y sus nuevas instituciones”. (Whitehead, 2003: 12). A su vez, otros indicadores ponen el dedo en la llaga sobre el défi- cit democrático. Durante los diez últimos años, por ejemplo, ha veni- do disminuyendo en la región la confianza interpersonal; la discriminación parece continuar siendo una constante hasta el punto que el 39% de los latinoamericanos declaran sentirse discriminados por el hecho de ser pobres; la falta de educación, con 11%, y el no tener conexiones, con el 15%, aparecen como otros factores que de- terminan la percepción de la ciudadanía sobre la igualdad3 . (Lagos, 2005: 63). Pero el problema con la democracia no es sólo el hecho que se perciba que sus resultados sociales y económicos no han sido los de- seados. También está el surgimiento en varios países de lo que el analista estadounidense Fareed Zakaria ha llamado “democracias iliberales”. Descripción que pone de presente algo que muchas veces se olvida: que la democracia y el liberalismo no siempre van de la mano y que, contradictoriamente, liderazgos que surgen de procesos democráticos pueden erosionar pilares fundamentales de la vida social en una de- mocracia, como las libertades de prensa, de expresión o de asocia- 3 Sin embargo, y es bueno resaltarlo, no todas son malas noticias para los sistemas políticos de nuestros países. De hecho, la opción por los regímenes militares es respaldada por una pequeña minoría, síntoma inequívoco de que se avanza en el proceso de conso- lidación democrática.
  • 4. 54 NUESTRA IDENTIDAD ción y la efectiva separación de poderes. O, dicho en otras palabras, que la celebración periódica de elecciones es un requisito necesario, mas no suficiente para que pueda hablarse de democracia. Por todo esto, y como lo expresaba algún académico, esta es una épo- ca de “democracias con adjetivos”: “democracia delegativa”, “democra- cia disfuncional”, “democracia iliberal”, “democracia de baja intensidad”, “democracia congelada”. En fin, adjetivos que sólo ponen de presente que a la democracia parece estarle sucediendo lo mismo que a Aquiles en la famosa paradoja de Zenón: que siempre avanza pero que cuanto más avanza, más lejos se encuentra de cumplir su objetivo. LA DEMOCRACIA COMO VALOR Un punto de partida: el discurso sobre la ilegitimidad del Estado En la universidad le oí a un profesor una anécdota según la cual en alguna oportunidad vino al país un periodista extranjero que deseaba hacer una pequeña crónica sobre cómo se vivía en Colombia y cómo éramos los colombianos. Al poco tiempo de llegar decidió que tal vez una crónica no era suficiente para explicar las complejidades que veía, por lo cual decidió hacer un ensayo. Pero pasado un tiempo creyó que su tarea era de más envergadura y optó por escribir un libro. Y, finalmente, no escri- biendo nada porque no entendió nada de lo que vio. Es muy probable que el periodista de marras no haya existido y que su invención haga parte de nuestra infinita capacidad de crear mitos, como aquel que uno oye desde niño en virtud al cual, después de la Marsellesa, nuestro himno nacional es el más lindo del mundo. O aquel de que Víctor Hugo tuvo la paciencia de leer la Constitución de un país aislado y desco- nocido para después comentar que ésta estaba escrita para ángeles. Pero, más allá de su veracidad, la historia nos pone de presente lo difícil que, para propios y extraños, resulta la interpretación de nuestra historia. Traigo a colación lo anterior porque, cuando uno se acerca a nuestra vida, de república se encuentra con que ésta está plagada de contradic- ciones y paradojas. Por ejemplo, no es fácil comprender cómo un país que ha tenido el poco envidiable récord de violencia e intolerancia que nosotros padecimos durante gran parte del Siglo XIX y XX, sea al mismo tiempo el que, junto con Costa Rica, se erige como modelo de estabilidad democrática en la región. Por lo mismo, tampoco resulta fácil compren- der cómo nuestro Estado sea tan vilipendiado desconociendo las fortale- zas –que las hay, como veremos– de nuestro sistema político. El conocido analista Eduardo Posada Carbó (Posada, 2003) aborda con brillantez este tema en un corto documento llamado “ilegitimidad del Estado en Colombia. Sobre los abusos de un concepto”. En su texto, Posa-
  • 5. LA DEMOCRACIA COMO VALOR 55 da recoge algunas afirmaciones de destacados académicos y periodistas que nos permiten medir el gran consenso intelectual existente sobre nuestra precariedad institucional. Por ejemplo, Gómez Buendía, afirmaba en una de sus leídas columnas que “nuestro Estado no es, ni jamás fue legítimo de veras”; Óscar Collazos hablaba de “este simulacro llamado democra- cia”; Luis Jorge Garay describía el fenómeno como “la precaria legitimi- dad e institucionalidad del Estado”. Según Garay, en Colombia no se logró configurar “un verdadero contrato social” ni alcanzar “una suficiente crea- ción societal de lo público ni la instauración de un verdadero Estado de Derecho”, lo que a su vez, llevaría a que se configurara una “crisis de legitimidad por el creciente escepticismo ciudadano sobre su efectividad y representatividad”. Alberto Restrepo, por su parte, señalaba cómo “el funcionamiento sería la perpetuación de los vicios políticos de la colo- nia”, a su vez que “la actividad subversiva, la perpetuación de los vicios del Estado”. Lo dicho es suficiente para entender cómo esta percepción de ilegitimidad estatal, aunque con distintos énfasis y matices, se encuen- tra supremamente arraigada en los “generadores de opinión”. En ese contexto, la ilegitimidad sumada a problemas recurrentes del país como la violencia en sus distintas manifestaciones, llevaría a que de forma no muy sorpresiva se hable de un “colapso parcial del Estado”, expresión del colombianista Paul Oquist; o de la “precariedad del Estado Nación”, por ponerlo en los términos de otro colombianista: el francés Daniel Pecaut. (Citados por González, 2003: 134 y ss.). Incluso en un libro de reciente aparición titulado “The Lesser Evil” (“El mal menor”), el profesor Michael Ignatieff, un reconocido académico de la Universidad de Harvard, no duda en ponernos el poco honroso título de ser un “Estado fallido” (failed state). La prestigiosa revista Foreign Policy señaló en su edición de julio que Colombia era uno de los países con mayor proclividad de colapsar; y, de forma no muy sorprendente, entre los 12 factores que se analizaban, el que resultaba más crítico era precisa- mente el de la legitimidad estatal que era calificado con 9.8 (siendo 10 la peor calificación). Así, el discurso político y académico enfatiza tanto la crisis de legitimidad del aparato estatal como su permanente incapacidad para cumplir los objetivos que le son esenciales para garantizar la vida social. Se habla con insistencia de “la falta de representatividad del siste- ma político; la ineficiencia de la acción gubernamental; y de la falta de confianza ciudadana en las instituciones”. (Posada, 2003: 12). No es el momento para discutir en profundidad qué tanta justicia le hacen estas afirmaciones a nuestra realidad política. Para eso, más bien vale la pena invitar al lector a mirar los persuasivos e interesantes argu- mentos que Posada esboza de forma brillante para llamar a relativizar el imaginario según el cual nuestro Estado es, sin más ni más, la fuente casi
  • 6. 56 NUESTRA IDENTIDAD exclusiva de nuestras desgracias como Nación. Por ahora es suficiente con resaltar algunos aspectos que permiten mostrar la otra cara de Jano, esa que casi siempre permanece oculta y desconocida. Como punto de partida está nuestra ya famosa tradición electoral. Vale la pena repetirlo: a diferencia de sus vecinos, Colombia tiene una historia en la que la competencia electoral ha sido la regla más que la excepción desde 1836, contando con sólo unas pocas interrupciones: dos gobiernos militares en el Siglo XIX (Rafael Urdaneta y José María Melo) y dos más en el Siglo XX (Gustavo Rojas Pinilla y la Junta Militar). En sólo una ocasión (1861) se presentó un derrocamiento como consecuencia de una guerra civil y en dos ocasiones (1867 y 1900) se produjeron golpes de estado propiciados por los vicepresidentes de turno (Pizarro, 2004: 226). Más aún: el país fue pionero en la introducción de mecanismos de participa- ción electoral como el sufragio universal masculino, que se incorpora a la Constitución de 1853 en momentos en que tan sólo Francia lo había con- templado4 . (Posada, 2004). A su turno, como lo ha enfatizado el historiador inglés Malcom Deas, el civilismo ha estado presente en nuestra historia dando lugar a una larga tradición, eso sí, no exenta de altibajos y dificultades particularmente por el hecho que “la tolerancia es tal vez una virtud menos común entre po- líticos civiles que militares”. (Deas, 2004: 19). De todo lo anterior se desprende que, en términos generales, la de- mocracia y sus instituciones en Colombia han probado ser a prueba de balas, logrando permanecer no obstante las sucesivas guerras civiles y fenómenos que, como la guerrilla, el paramilitarismo y narcotráfico, en las últimas décadas han puesto en jaque al sistema. De ahí que Eduardo Pizarro y Ana María Bejarano sugieran que en vez de hablar de una “de- mocracia restringida”, se hable de una “democracia asediada”: expresión que recoge con mayor fidelidad la circunstancia de que el sistema ha sido capaz de resistir los embates que ha sufrido. O como lo sugiere el acadé- mico y ex Ministro Fernando Cepeda, “la legitimidad de las instituciones, la capacidad del sistema político para responder a la situación de crisis, la capacidad de aguante de los colombianos han evitado una situación que de otra manera habría podido tener dimensiones catastróficas”. (Cepeda, 1994: 69). Por supuesto, esta historia electoral está lejos de ser perfecta. Ha habi- do fraudes como el de Padilla, que le dio el triunfo al General Reyes, y dudas aún no aclaradas sobre lo que ocurrió en las elecciones de 1970; se han presenciado elecciones donde no hubo una verdadera competen- cia interpartidista porque alguna de las colectividades argumentaba “falta 4 Aunque el mecanismo se reemplazó por el voto censatario en la Constitución de 1886, es ilustrativo sobre la tradición democrática a la que nos hemos venido refiriendo.
  • 7. LA DEMOCRACIA COMO VALOR 57 de garantías”. Ahí está también el “semi bloqueo” del sistema que tuvo lugar en el Frente Nacional. Insisto: todo eso y otros fenómenos adiciona- les pueden ser ciertos. Pero, y ese es el punto fundamental, tales hechos no deben hacernos renegar de una historia que tiene sus virtudes. Adicional a esta larga tradición civilista y democrática a la que hemos venido haciendo mención merecen la pena destacarse otros hechos no menos importantes. Por ejemplo, la libertad de expresión que, como nos los recuerda el historiador Jorge Orlando Melo, ha persistido en nuestro país desde la Constitución de Cundinamarca de 1811 y tan sólo en un breve período de ochos años, entre 1949 y 1957, ha sido suspendida. Por eso, la gran conclusión de Melo es que en Colombia los grandes obstácu- los a la labor de la prensa han surgido por la actuación de grupos irregula- res y no por restricciones que provengan del Estado. (Melo, 2004). Pero Colombia no ha sido sólo tierra estéril para las dictaduras, como alguien la definió acertadamente, sino también para otro de los fenóme- nos más característicos de América Latina: el populismo. Contada tal vez la excepción del General Rojas Pinilla (que Marco Palacio duda en califi- car de populista en estricto sentido), nuestros sucesivos gobiernos han permanecido ajenos a este fenómeno y, de nuevo, nuestra historia parece marchar en sentido contrario al de la de nuestros vecinos, que vivieron y padecieron los estragos económicos y sociales de los populismos de dis- tinta pelambre. Quizá por eso mismo el país fue excepcional en cuanto al manejo responsable de su economía. Por eso la famosa frase de un dirigente gremial, “la economía va bien, pero el país va mal”, parece acertada en el sentido de reflejar la particularidad de haber tenido una economía que, no obstante los pro- blemas de violencia, había sido capaz de crecer a unos ritmos que, com- parados con los de la región, no eran nada despreciables. Así, pues, hablar de nuestro Estado o nuestra democracia es necesaria- mente hablar de paradojas y contradicciones, como lo señalábamos al inicio de esta sección. La convivencia de hechos tan contradictorios como una tradición civilista con una violencia que a veces pareciera descontrolada; o de elecciones periódicas con exclusión política; o de unas instituciones que se tornan fuertes para soportar los embates de la violencia pero que no gozan de la suficiente credibilidad, hacen que el particularismo de Colombia sea realmente formidable. Con este telón de fondo podemos entrar en materia. Pues de lo que se trata es de indagar cómo el ciudadano colombiano se comporta con res- pecto a la democracia, qué tanta confianza tiene en ella, cómo percibe las instituciones que son medulares para su buen funcionamiento, o qué tan arraigados tiene unos valores que son intrínsecos al sistema democrá- tico. O, visto desde otra perspectiva, cómo el discurso sobre la ilegitimi-
  • 8. 58 NUESTRA IDENTIDAD dad del Estado al que nos hemos venido refiriendo ha permeado la per- cepción de la ciudadanía sobre la vida pública. El Estudio Colombiano de Valores (ECV) nos ofrece en ciertos casos muchas pistas y, en otros, algu- nas en ese sentido. MIDIENDO LA DEMOCRACIA Para efecto de presentar los resultados del ECV sobre la percepción de la democracia nos valdremos, aunque con modificaciones, del modelo desa- rrollado por la académica de Harvard Pipa Norris. Dicho modelo queda re- sumido en la siguiente tabla; se sintetizan, además, las tendencias que Norris encontró en su estudio, que abarcó una amplia gama de países y cuyas con- clusiones fueron recogidas en el libro Critical Citizens (Norris, 1999). Apoyo difuso OBJETIVO DE APOYO RESUMEN DE TENDENCIA Comunidad política. Alto nivel de apoyo. Principios del régimen. Alto nivel de apoyo. Desempeño del régimen. Variada satisfacción con los resultados del régimen. Instituciones del régimen. Confianza en decline en las institucio- nes del Gobierno; bajo niveles de apo- yo en las democracias más nuevas. Actores políticos. Tendencias mixtas en cuanto a la confianza en los políticos. Fuente: Norris, 1999: 10. Apoyo específico L El anterior esquema tiene la ventaja que permite agrupar los distintos aspectos de medición, partiendo de los más difusos (parte de arriba de la tabla) hacia los más específicos (parte de debajo de la tabla). Miremos ahora en detalle en qué consiste cada nivel (Norris, 1999; Rodríguez y Madrigal, 2003): • En el primer nivel –comunidad política– se expresa apego o ad- hesión a la nación, independientemente de las instituciones pre- sentes de gobierno. Se mide fundamentalmente a través de las preguntas sobre el orgullo de pertenecer a una determinada na- cionalidad.
  • 9. LA DEMOCRACIA COMO VALOR 59 • En el segundo nivel –principios del régimen– evalúa las dimensio- nes “idealistas” de la democracia a su vez que valores que le son intrínsecos, como libertad, tolerancia o respeto por el derecho. • En el tercer nivel –desempeño del régimen– busca dilucidar cómo el sistema democrático funciona en la práctica. Se expresa a tra- vés de preguntas sobre la satisfacción con el funcionamiento de la democracia. • En el cuarto nivel –instituciones– se incluyen actitudes hacia go- biernos, parlamentos, burocracia, militares, partidos políticos, etc. • En el último nivel –actores políticos– el foco es el apoyo a las autoridades y las evaluaciones tanto de la “clase política”, en ge- neral, como de líderes específicos. Para los efectos de nuestro análisis no utilizaremos el último nivel. Con respecto al nivel dos, los valores democráticos serán analizados en una sección aparte. En general para evaluar los distintos aspectos utilizaremos una batería de preguntas algo más amplia que la utilizada por Norris, que permite sacar mayor provecho a la variada gama de temas que son toca- dos por el ECV. La siguiente tabla resume los criterios que se utilizarán para nuestro análisis. Aspecto Forma de evaluación Comunidad política. Orgullo de ser colombiano. Grado de pertenencia. Principios del régimen. Apoyo a democracia: La democracia es la mejor forma de gobierno. La democracia puede tener problemas, pero es el mejor sistema (democracia churchilliana). Apoyo a sistemas no democráticos: Apoyo a un gobierno militar. Apoyo a un líder fuerte que no se preocupe por el Congreso y las elecciones. Desempeño. Satisfacción con el desarrollo de la democracia: Satisfacción como la democracia funciona en el país. Grado en que la democracia satisface el interés general. Capacidad de generar un sistema económico que funcione bien. Capacidad de mantener el orden. Capacidad de alcanzar consensos y reducir pleitos. Instituciones. Grado de confianza en Congreso, partidos, Go bierno, Administración, Ejército y Policía. Fuente: elaboración propia con base en Norris (1999).
  • 10. 60 NUESTRA IDENTIDAD PRIMER NIVEL: LA COMUNIDAD POLÍTICA Tal y como se comentó párrafos atrás, en este nivel se busca dilucidar qué tan fuerte o débil es el grado de cohesión al interior de la Nación. Como lo explica Norris, la pertenencia a una determinada comunidad política puede ser definida en términos más o menos amplios, por ejemplo, de adhesión basada en aspectos tales como la religión, la clase social, la etnia o la región (Norris, 1999: 10). Desde tal perspectiva de lo que se trata sería de determinar cuál es el lazo primordial que vincula a los miembros de la comunidad. Teniendo lo anterior en mente, una primera pista nos la ofrece la pre- gunta en la que se indaga sobre qué tan orgulloso se siente el entrevistado de ser colombiano. Las respuestas son muy sólidas en ese sentido si se tiene en cuenta que el 97% de los ciudadanos se declaró orgulloso, tal y como se observa a continuación: Orgulloso de ser colombiano. Grupo étnico que lo define.
  • 11. LA DEMOCRACIA COMO VALOR 61 Para complementar la cuestión anterior es interesante observar que cuando se indaga sobre cómo se identifica étnicamente el encuestado, tam- bién se observa que la referencia principal es la pertenencia a Colombia. Un tercer aspecto que nos permite aclarar el peso que tiene la comu- nidad política nacional en el imaginario de los entrevistados es constatar cuáles son las respuestas que se obtienen cuando la pregunta enfatiza la pertenencia geográfica. Lo dicho hasta ahora es suficiente para demostrar que el ECV nos reve- la que en lo que se refiere a la comunidad política, el aspecto más abs- tracto del análisis, el régimen tiene gran solidez. SEGUNDO NIVEL: LOS PRINCIPIOS DEMOCRÁTICOS DEL RÉGIMEN Imaginemos que nuestro análisis es llevado a cabo por un científico. En el nivel de estudio anterior, el grado de “aumento” de su microscopio no es mucho pues se trata de analizar los aspectos más amplios de su objeto de estudio. Pero a medida que avanzamos en cada uno de los distintos nive- les, es necesario ir ajustando el instrumento para observar con más detalle rasgos que antes no eran perceptibles. Lo que interesa ahora es saber cómo describen los colombianos la democracia en términos abstractos. Es decir, desde una perspectiva ideal que, como es obvio, no necesariamen- te coincide con la evaluación que se hace de su desempeño real, aspecto que se mira posteriormente. En este nivel analizamos, vale reiterarlo, lo que los investigadores Morlino y Montero (citado por Lagos, 2003) denominan “legitimidad di- fusa”: es decir, el apego a los cimientos fundamentales sobre los cuales Grupo geográfico al que pertenece.
  • 12. 62 NUESTRA IDENTIDAD está construido el sistema. Vistas así las cosas, para evaluar si los colom- bianos conciben que la democracia es el mejor sistema posible se han seleccionado dos preguntas: 1. Le voy a leer algunas cosas que las personas dicen acerca del sistema político democrático. Dígame si está muy de acuerdo, de acuerdo, en desacuerdo, o muy en desacuerdo: La democracia puede tener problemas, pero es el mejor sistema. 2. Voy a describir varios tipos de sistemas políticos y le preguntaré qué piensa sobre cada uno. Por favor dígame si sería muy bue- no, bueno, malo o muy malo para el gobierno de este país: Tener un sistema político democrático. Los resultados de ambas preguntas se sintetizan en los siguientes cua- dros: de los datos anteriores se desprende que los colombianos tienen un alto aprecio por el sistema democrático en general. En efecto, quienes tienden a estar de acuerdo y muy de acuerdo con que, a pesar de sus imperfecciones, la democracia continúa siendo el mejor sistema, suman un 69.45%. Es de destacarse que un escaso 5.77% se ubica radicalmente en contra de tal afirmación. En el mismo sentido, la pregunta con la que se indaga sobre si tener un sistema político democrático es lo más deseable para la colectividad, re- fleja también una cifra muy significativa: el 70.82 % cree efectivamente en las bondades de la democracia para el sistema. Por otra parte, en el informe ya citado antes sobre cultura política, desarrollado por el National Democratic Institute y ya citado antes, se Sistema político democrático.
  • 13. LA DEMOCRACIA COMO VALOR 63 encontró que el 70% de los encuestados está de acuerdo con que “La democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno” (NDI, 2005: 77). Estas cifras hacen evidente una gran consistencia en cuanto a los niveles de apoyo a la democracia en el país. Dicho lo anterior, vale la pena explicar el impacto de la situación eco- nómica personal con el grado de apoyo democrático. La relación entre el sistema político y económico ha sido larga y apasionadamente debatido en los estudios politológicos, desde la aparición del trabajo de Seymour Martin Lipset “El hombre político”, en 1960. Lipset enfatizaba que “a mayor bienestar en una nación, mayores opor- tunidades de que se sostenga la democracia. Desde Aristóteles hasta el presente, se ha argumentado que sólo en una sociedad rica, con relativa- mente pocos ciudadanos viviendo al nivel de pobreza real, podría haber una situación en la cual el grueso de la población participara inteligente- mente en la política”. (Lipset, 1960: 287). Para corroborar su hipótesis, Lipset utilizó variables de riqueza, educa- ción, industrialización y urbanización para concluir que aquellos países en donde estas variables tenían mejor desempeño eran los que tenían mayores niveles de desarrollo de la democracia. Otros trabajos más recientes, como el de Inglehart, cuestionan el determinismo que parece estar presente en la aproximación de Lipset aunque no desconocen la importancia de los factores económicos y so- ciales sobre la democracia. Para Inglehart, el desarrollo económico con- duce a cambios culturales que son, a su vez, los que afectan de forma directa los niveles de democracia (Inglehart, 1997). Dicho en otras pala- bras, la condición económica sería una condición necesaria, mas no suficiente para la democracia. Inglehart enfatiza que las condiciones socio-económicas influyen en cuanto permiten que se dé una transi- ción de lo que él denomina valores de sobrevivencia a valores de auto- expresión. La democracia es el mejor sistema aunque tenga problemas.
  • 14. 64 NUESTRA IDENTIDAD Escapa al objetivo de estas páginas ahondar en este debate. Pero sí es importante resaltar que la literatura académica ha prestado importancia a la forma en que el sistema económico influye al político. Dicho lo anterior, vale la pena observar las evidencias que el ECV nos ofrece sobre este particular. A continuación se presenta la relación entre nivel de ingresos y apoyo a la democracia, medida como ¿qué tan bueno es tener un sistema político democrático? La paradoja es que, como se explicará más adelante, el nivel de críti- cas a la forma en que se desarrolla la democracia (en aspectos como, por ejemplo, su capacidad de hacer que la economía funciona bien o de garan- tizar el interés general) aumenta también en proporción al nivel de ingresos. Cabe preguntarse hasta qué punto el país ha evolucionado o involucionado en los últimos años con relación al apoyo a la democracia. Para analizar tal tema nos valemos de nuevo del estudio Cuéllar. Éste muestra que la preferencia por la democracia era de 80% en 1998. Se observa un retroceso significativo de casi 10%. O sea que, en términos generales, si bien es cierto que el respaldo a la democracia como sistema aún sigue siendo alto, resulta preocupante que 1 de cada 10 colombianos en 5 años5 haya pasado a cuestionar las bondades de los regímenes de- mocráticos. LAS ALTERNATIVAS A LA DEMOCRACIA Decir que se considera la democracia como el mejor sistema no es, per se, lo mismo que rechazar otras alternativas antidemocráticas. Eso es lo que se desprende del ECV. En efecto, a los encuestados se les indagó sobre su opinión sobre si sería bueno tener líderes fuertes que no tuvie- 5 No hay que olvidar que la encuesta de Cuellar es de 1998 y la del ECV de finales del 2003. Apoyo a democracia vs. nivel de ingresos.
  • 15. LA DEMOCRACIA COMO VALOR 65 ran que preocuparse por el Congreso y las elecciones o contar con go- biernos militares. Los siguientes cuadros recogen los resultados de ambas cuestiones. Estos datos muestran a las claras que existe lo que bien pudiéramos llamar un fenómeno de “hipocresía democrática”. No es sino constatar que mientras que, como vimos, con dos preguntas distintas se pudo de- terminar que un número cercano al 70% dice preferir la democracia, al mismo tiempo hay un 50.15% que ve con buenos ojos que se desconoz- ca, ni más ni menos, que la autoridad del Congreso como actor político central y las elecciones como forma de escoger a los gobernantes: mejor dicho, dos de los pilares más importantes sobre los que descansa cual- quier sistema que se proclame democrático. Al mismo tiempo, queda claro que se rechazan los gobiernos militares, pues un 23.09% aceptaría tal posibilidad (cifra que, por lo demás, debería inquietar). Se deduce que una fracción alta de colombianos que dicen ser demó- cratas son, a su vez, civilistas pero autoritarios y no sienten apego fuerte a las reglas básicas sobre las cuales funciona la democracia. O por ponerlo en los términos del autor argentino Guillermo O´Donell, se trata de evi- dentes síntomas de aprobación de lo que él ha venido denominando “de- mocracias delegativas”, las cuales se refieren a países donde “se celebran Líder político fuerte. Gobierno militar.
  • 16. 66 NUESTRA IDENTIDAD elecciones libres y limpias pero en los cuales los gobernantes (presiden- tes) se sienten autorizados a actuar sin restricciones constitucionales. En esta concepción fuertemente mayoritaria y plebiscitaria del poder políti- co el gobernante no deja de ser democrático, en el sentido que surge de elecciones libres y limpias. Pero, por otro lado, no se siente obligado a aceptar las restricciones y los controles de otras instituciones constitucio- nales, ni de diversos organismos estatales o sociales de control”. (PNUD, 2004: 138). Esta aparente paradoja entre quienes dicen preferir la democracia aun- que no rechazan vías no democráticas llamó la atención del estudio del PNUD, que identificó que un 30.5% de los latinoamericanos eran “ambivalentes” (mientras que un 43% se cataloga como demócratas y un 26.5%, como no demócratas) queriendo significar que “están en principio de acuerdo con la democracia, pero creen válido tomar decisiones antidemocráticas en la gestión de gobierno si, a su juicio, las circunstan- cias lo ameritan. En consecuencia, en algunos temas comparten las opi- niones de los demócratas y en otros, la de los no demócratas”. (PNUD, 2004: 140). Es importante cuantificar el tamaño de la población que se dice demó- crata y que, a su vez, rechaza alternativas no democráticas. De lo que se trata es, entonces, de encontrar lo que vamos a denominar el “núcleo duro de demócratas”. La siguiente gráfica recoge el porcentaje de ciudadanos que conforma- rían dicho “núcleo duro de demócratas”. Las anteriores cifras hablan por sí solas y generan preocupación pues ponen en evidencia que la cultura política de Colombia, si bien en apa- riencia privilegia a la democracia, también esconde rasgos autoritarios que no se pueden menospreciar. Los que contestaron que la democracia puede tener problemas, pero es el mejor sistema y apoyan formas autoritarias.
  • 17. LA DEMOCRACIA COMO VALOR 67 Es igualmente significativo el hecho que la edad aparece como un fac- tor que juega un rol determinante y que la tendencia parece ser que este “núcleo duro de demócratas” crece a medida que aumenta la edad. He- cho que, por lo demás, guarda consistencia con lo encontrado en el estu- dio del PNUD (2004) que señaló que “hay una mayor presencia relativa de jóvenes entre los no demócratas”. Personas que contestaron que la democracia puede tener problemas, pero es el mejor sistema y contestaron apoyar o no autoritarismo vs. edad. Los que contestaron que la democracia puede tener problemas, pero es el mejor sistema y apoyan formas autoritarias vs. ingresos. De igual forma, al tomar como unidad de análisis el “núcleo duro de demócratas”, aparece una influencia importante según el nivel económi- co. Se aprecia que a mayores ingresos hay una mayor propensión a afir- mar –entre quienes declaran que la democracia es el mejor sistema– su apoyo a las vías no democráticas que se han venido analizando.
  • 18. 68 NUESTRA IDENTIDAD Si miramos, además, los resultados de esta segunda dimensión de análisis y los comparamos con los obtenidos en el estudio de Cuéllar nos encontramos con un hecho curioso: el porcentaje de ciudadanos que apoya un régimen militar decayó en casi 6%; pero, a su vez, el porcentaje que apoya la opción de un presidente que desconozca el Congreso aumentó en casi un 9%. Se puede concluir que, en términos generales, el apoyo a opciones no democráticas ha evolucionado ape- nas cualitativamente, pero no de forma sustancial en términos cuanti- tativos. APOYO A OPCIONES NO DEMOCRÁTICAS ESTUDIO DE M.M. CUELLAR (2000)6 Apoyo a gobierno militar. 29% Apoyo a líder que no se preocupe por el Congreso y las elecciones. 41% Es importante comparar los resultados del apoyo a opciones no demo- cráticas con las cifras sobre preocupación por el “orden” como concepto prioritario para el país. Para tal efecto se le da a la gente a escoger entre cuatro opciones: Lo que se tiene es, entonces, que el concepto de orden como priori- dad del país aparece alto, aunque no en la proporción que podría espe- rarse por el contexto especial de Colombia. Cabría pensar que en el 6 Debe recordarse que en este estudio la encuesta se corrió en 1998. Prioridad nacional.
  • 19. LA DEMOCRACIA COMO VALOR 69 imaginario colectivo está arraigada la idea de que la democracia es poco útil para preservar el orden; y que contrario sensu, las alternativas no democráticas se erigen en “males necesarios” para lograr el orden social. Sin embargo, como se deduce de los datos anteriores y como se verá un poco más adelante al analizar otra pregunta sobre democracia y orden, esta explicación puede ser apenas parcial. Es importante ver cómo los factores demográficos influyen sobre las preferencias por alternativas no democráticas. En lo que tiene que ver con los ingresos se observa que su incidencia sobre la preferencia por los distintos regímenes no democráticos es inversamente proporcional al es- trato: APOYO A LÍDER FUERTE VS. INGRESOS RESPUESTA ESTRATO 1 2 3 4 5 6 1 Muy bueno 10.24% 12.91% 13.95% 13.61% 16.85% 9.87% 2 Bueno 33.45% 39.57% 39.85% 35.30% 27.37% 26.52% 3 Malo 28.13% 25.97% 21.99% 27.34% 34.03% 33.20% 4 Muy malo 9.87% 11.69% 10.24% 11.02% 9.10% 15.69% 99 18.30% 9.85% 13.98% 12.74% 12.65% 14.72% APOYO A GOBIERNO MILITAR VS. NIVELES DE INGRESOS RESPUESTA ESTRATO 1 2 3 4 5 6 1 Muy bueno 10.91% 6.83% 5.69% 4.50% 4.68% 1.09% 2 Bueno 18.17% 18.50% 12.24% 13.59% 15.23% 9.40% 3 Malo 25.76% 32.99% 34.06% 35.18% 48.68% 41.90% 4 Muy malo 29.85% 33.59% 35.06% 37.61% 24.13% 39.86% 99 15.32% 8.09% 12.94% 9.12% 7.27% 7.74% Los anteriores datos pueden interpretarse en el sentido de que a medida que se incrementa el nivel de ingresos (y con él el de educación), también lo hace la preferencia por una opción política de tipo democrático. Sin embar- go, tal tendencia no se observa en la misma intensidad con respecto a una dictadura militar donde los cambios son aún más marcados. Este cuadro pone de presente algo que de por sí es obvio: que en la medida que se incrementan las capacidades materiales de los ciu-
  • 20. 70 NUESTRA IDENTIDAD dadanos (o, por ponerlo en los términos de Inglehart, a medida que se da paso a valores de auto-expresión por encima de los de sobrevivencia), au- menta el sesgo de rechazo a los sistemas no democráticos. A su vez, el factor regional presenta un comportamiento interesante. APOYO A LÍDER FUERTE VS. REGIÓN. RESPUESTA ATLÁNTICO BOGOTÁ CENTRO NOR ORIENTE SUR OCCIDENTE OCCIDENTE 1 Muy bueno 14.65% 6.56% 12.14% 19.14% 3.22% 18.01% 2 Bueno 23.14% 55.20% 46.65% 20.86% 43.73% 38.79% 3 Malo 35.26% 26.49% 24.84% 18.59% 25.84% 20.60% 4 Muy malo 18.30% 6.00% 5.46% 17.08% 7.35% 6.05% N.S. 8.64% 5.75% 10.90% 24.34% 19.86% 16.55% APOYO A GOBIERNO MILITAR VS. REGION. RESPUESTA ATLÁNTICO BOGOTÁ CENTRO NOR ORIENTE SUR OCCIDENTE OCCIDENTE 1 Muy bueno 12.23% 3.84% 5.69% 7.11% 1.44% 9.93% 2 Bueno 16.63% 16.77% 27.51% 10.52% 11.96% 16.18% 3 Malo 25.78% 41.27% 29.88% 22.25% 27.13% 42.06% 4 Muy malo 38.16% 34.23% 24.43% 39.70% 40.71% 19.05% 99 7.20% 3.89% 12.49% 20.42% 18.76% 12.79% Como se ve, hay disparidades geográficas significativas. En lo relativo al caudillismo es claro que en la zona Atlántica se produce el menor apo- yo a esta opción; y es en Bogotá donde se aglutina el mayor respaldo, jalonada por quienes clasifican como “buena” esta opción. Estos datos no pueden ser pasados por alto. En efecto, que sea Bogotá donde se dé tal circunstancia es bastante contradictorio si se tiene en cuenta que allí las posibilidades transformadoras que ofrece el sistema político son evidentes en temas tan visibles como el trasporte (Transmilenio), la educación, o el espacio público. Cabe la posibilidad de que los ciudadanos capitalinos consideren que dichos logros fueron posibles por tener gobernantes de carácter8 y por eso la opción caudillista genera un respaldo importante. Pero al mismo tiempo que se da una tendencia caudillista fuerte en la ciudad, es notorio que se presentan unos de los registros más bajos en cuanto a apoyo a la alternativa militar. 7 Sin embargo, estos nunca desconocieron las instituciones, por lo que la hipótesis tiene sus riesgos.
  • 21. LA DEMOCRACIA COMO VALOR 71 ¿Está satisfecho con la forma como se desarrolla la democracia en nuestro país? TERCER NIVEL: EL DESEMPEÑO DEL RÉGIMEN En el itinerario que hemos llevado a cabo sobre las actitudes y en las distintas observaciones que ha realizado nuestro científico de marras, hasta ahora hemos hablado de la díada democracia vs. autoritarismo, en términos generales o abstractos (dimensiones dos y tres). Pero aho- ra queremos dar un paso adelante e indagar cómo es la percepción sobre la forma real en que funciona la democracia en el país. Este aspecto resulta fundamental, pues el desempeño o eficacia de la democracia influye sobre la opinión de su “legitimidad difusa”. En ese sentido cabe recordar el trabajo de Seymor Lipset, quien explica- ba en un trabajo seminal sobre esta materia que la eficacia se ha de entender como “la actuación concreta de un sistema político; en qué medida cumple con las actuaciones básicas del gobierno, tal y como la definen las expectativas de la mayoría de los miembros de una so- ciedad y la de los grupos más poderosos que hay dentro de ella”. (Lipset, 1992: 30). A su vez, en palabras de Pedro Medellín, quien retoma los postulados del teórico italiano Giovani Sartori, “una legiti- midad dudosa puede ser reforzada por la eficacia de un gobierno; inversamente, una legitimidad fuerte puede ser degradada muy rápi- damente por la ineficacia gubernamental”. (Medellín, 2002: 16). Es apropiado recordar que por la misma naturaleza de esta dimen- sión, su evaluación es más sensible a los cambios de la opinión públi- ca, según el contexto económico o social, que cuando se evalúa la “legitimidad difusa” (Payne, et al, 2003). Hechos los anteriores comentarios, entremos al objeto de nuestro estudio. Ajustemos nuestro microscopio una vez más. Como punto de partida, un primer indicador de suma importancia para evaluar la
  • 22. 72 NUESTRA IDENTIDAD democracia bajo el marco anteriormente planteado está dado por la pre- gunta en la cual se indaga. Los anteriores datos evidencian que la democracia en funcionamiento no satisface las expectativas de la ciudadanía. El hecho que apenas un 39.7% de los ciudadanos manifiesten su satisfacción es sintomático de que en Colombia, al igual que en los demás países de la región, existe una brecha entre lo que la gente demanda de la democracia y lo que percibe que ésta es capaz de ofrecerle. ¿Cuáles son los factores que más pueden incidir sobre la baja satisfac- ción con la marcha de la democracia? El ECV indaga sobre cuatro aspec- tos que ofrecen interés para responder tal pregunta. El primero es la democracia como procedimiento y su capacidad para generar consensos y decidir; el segundo, es la posibilidad que ofrece la democracia de ge- nerar un gobierno que satisfaga el interés general; el tercero se refiere a la relación entre democracia y el funcionamiento del sistema económico; y el cuarto es la capacidad de la democracia para mantener el orden8 . Miremos en detalle los aspectos anteriores. Para empezar, se le pre- gunta a la gente qué tan de acuerdo está con la afirmación de que “las democracias son indecisas y generan muchos pleitos”: más de un 58% manifestó estar de acuerdo con tal apreciación. 8 Se decidió incluir estas preguntas en este nivel de desempeño pues, por un lado, tiene un carácter mucho más concreto que el que se da en el segundo nivel –apoyo a la democracia como mejor sistema- y, en segundo lugar, porque puede ofrecer explicaciones al por qué de la baja satisfacción. Es decir, las cuatro preguntas pueden ser analizadas en un mismo conjunto en el marco de la insatisfacción. Las democracias son indecisas y tienen pleitos. Los datos anteriores guardan perfecta consistencia con la pregunta, ya analizada, que indaga sobre la preferencia por un líder fuerte que no ten- ga que preocuparse por el Congreso y las elecciones con la cual un 50% de los entrevistados estuvo de acuerdo. La segunda explicación sobre la desconfianza en la democracia estaría dada por la cuestión de si en ésta se ve materializado el interés general. A los encuestados se les pregunta: “En términos generales ¿diría usted que
  • 23. LA DEMOCRACIA COMO VALOR 73 este país es gobernado por unos cuantos intereses poderosos en su propio beneficio, o que es gobernado para el bien de todo el pueblo?” Los resul- tados se presentan a continuación. Beneficio de intereses poderosos 67.31% Para el bien de todo el pueblo 26.24% No sabe 6.45% Como se observa, la famosa frase de Lincoln en su discurso de Gettysburg que definió la democracia como el gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo, parece haberse visto reemplazada por la de que la democracia es el gobierno de los poderosos, para los poderosos y por los poderosos. Sin embargo, no existe una relación fuerte entre el nivel de ingreso y creencia que la democracia representa a los poderosos. La siguiente gráfica establece la relación entre ambas variables. Democracia como interés general vs. ingresos. De hecho, aunque de manera muy sutil, la tendencia parece ir en la vía contraria: un mayor ingreso conlleva una mayor incredulidad de que la democracia exprese el interés general. Ya el estudio de Cuellar (2000) había advertido un fenómeno similar, lo que muestra que el comportamien- to parece ser una constante. Parece ser mucho más importante establecer la relación con la educación, donde sí se observan unas tendencias más pro- Democracia como interés general vs. nivel educativo
  • 24. 74 NUESTRA IDENTIDAD nunciadas que permiten afirmar que el nivel de insatisfacción con la demo- cracia (en el aspecto analizado) crece conforme aumenta el nivel educativo. Miremos ahora lo que tiene que ver con la relación entre democracia y economía. Se indagó hasta qué punto se estaba de acuerdo con la ase- veración de que “en una democracia el sistema económico funciona mal” y los resultados fueron los siguientes: En una democracia el sistema económico funciona mal. Del anterior gráfico se deduce que, como era previsible por el contex- to socio-económico del país, existe un desencanto con los resultados eco- nómicos de la democracia. Digo relativo, pues, como se deduce de los datos anteriores, los escépticos llegan al 48%, mientras que los convenci- dos de las bondades de la democracia para el desarrollo se ubican en un 37%. Cifra que, a priori, parece desvirtuar que la pobreza sea la gran explicación del divorcio entre ciudadanía y democracia. Por el contrario, el desempeño económico del sistema democrático parecería ser apenas uno de los elementos a considerar la evaluación sobre el funcionamiento global del sistema. Por supuesto, la anterior afirmación es anticipada y tendría que ser corroborada estadísticamente, lo cual está lejos del alcance de estas pági- nas. Por lo que sólo se deja planteada la cuestión. DEMOCRACIA Y SISTEMA ECONÓMICO VS. NIVEL DE INGRESOS (En una democracia el sistema económico funciona mal). RESPUESTA ESTRATO 1 2 3 4 5 6 1 Muy de acuerdo 18.64% 13.63% 12.28% 12.59% 12.69% 10.96% 2 Algo de acuerdo 27.46% 37.60% 37.13% 33.49% 29.81% 33.25% 3 Algo en desacuerdo 20.23% 21.66% 27.38% 27.19% 36.29% 35.75% 4 Muy en desacuerdo 16.68% 10.71% 12.63% 14.99% 16.36% 10.78% N.S. 16.98% 16.41% 10.57% 11.73% 4.85% 9.26%
  • 25. LA DEMOCRACIA COMO VALOR 75 Los datos anteriores permiten reafirmar la creencia de que quienes tienen menores niveles de ingreso, son quienes más desconfían de que la demo- cracia pueda generar mayores niveles de desarrollo económico. A nivel regional se encuentran algunos cambios sustantivos. DEMOCRACIA Y SISTEMA ECONÓMICO VS. REGIÓN (En una democracia el sistema económico funciona mal.) RESPUESTA ATLÁNTICO BOGOTÁ CENTRO NOR ORIENTE SUR OCCIDENTE OCCIDENTE 1 Muy de acuerdo 31.86% 10.62% 9.41% 10.80% 2.74% 10.95% 2 Algo de acuerdo 28.96% 43.47% 44.27% 23.12% 35.89% 34.87% 3 Algo en desacuerdo 15.17% 25.95% 25.45% 20.40% 33.37% 30.07% 4 Muy en desacuerdo 15.52% 12.65% 7.32% 18.71% 11.54% 8.74% N.S 8.50% 7.31% 13.55% 26.97% 16.46% 15.37% Otra vez el Atlántico parece tener ciertas particularidades. Es allí don- de está el escepticismo sobre la capacidad de la democracia para lograr un buen sistema económico, mientras que en el Noroccidente se da la tendencia contraria. Lo cual puede ser en parte atribuido a la conocida capacidad de emprendimiento de los “paisas”. Pasemos ahora a la dimensión del orden y las posibilidades de que éste se produzca en el marco de la democracia. Parece una verdad de Perogrullo que en un país como Colombia, azotado por violencias de distinta índole y donde el Estado sufre de una relativa incapacidad de desplegar su poder para hacer cumplir la ley en el territorio nacional, esta pregunta debería dirigirse a que hay una creciente percepción de que la “conflictividad” de las democracias, analizada en una pregunta anterior, se traduce en desorden social. Pero esta percepción apenas es parcialmente correcta. Como se expli- có ya, cuando se pone a la gente a decir si mantener el orden es la prime- ra prioridad del país, un 40% considera que sí. O sea que es una victoria, Las democracias no son buenas para mantener el orden.
  • 26. 76 NUESTRA IDENTIDAD pero amplia. Se presenta una relación muy similar cuando el objeto de estudio es la relación entre democracia y orden. De hecho el número de ciudadanos que se muestran en desacuerdo con la afirmación, es levemente superior al que está de acuerdo. Así, pues, el poder explicativo del concepto de orden aparece inferior al observado frente a la democracia como procedimiento (pleitos) y frente al aspecto económico. En su conjunto todos parecen menos relevantes que la de- mocracia y la realización del interés general.9 Otra paradoja adicional es que cuando se le pregunta a la gente dónde se ubica en un eje entre derecha e izquierda, la mayoría se va por la primera opción. Si partimos de la base de que en Colombia el concepto de “derecha” está asociado principalmente al ejercicio de autoridad, la paradoja es evidente. De todo el panorama que nos arrojan los datos sobre insatisfacción con la democracia (que, recordemos, es de un 52%), la única conclusión hasta ahora es que las causas de la insatisfacción con la democracia son múltiples y que, en consecuencia, buscar la respuesta es no sólo inconve- niente sino imposible. CUARTO NIVEL: LAS INSTITUCIONES PÚBLICAS Un último elemento que hay que tener en cuenta a la hora de buscar hacer una radiografía de la percepción ciudadana sobre lo arraigada que está la democracia, tiene que ver con la evaluación que la ciudadanía hace de distintas instituciones. A la gente se le pregunta si tiene mucha, algo, poca, o ninguna confianza en la Iglesia, el Ejército, la prensa, la televisión, los sindicatos, la policía, el Gobierno, los partidos políticos, el Congreso, la burocracia pública, las grandes empresas, los movimientos ambientales, los movimientos feministas, la OEA, la OTAN y la ONU. Teniendo en cuenta que existen mediciones similares al ECV y que también evalúan de forma técnica la confianza de los ciudadanos en las instituciones, éstas pueden ser utilizadas con el fin de complementar los datos que arroja el ECV. En ese sentido, las siguientes tablas presentan los resultados de la edición 2004 del Latinobarómetro y de la investigación “La cultura política de la democracia en Colombia, 2004”, llevada a cabo por el National Democratic Institute en Colombia y la Universidad de Pittsburg, en cuanto a instituciones públicas exclusivamente. La siguiente tabla recoge los resultados de las mediciones señaladas: 9 Aunque, como ésta se trata de una pregunta con escalas de respuestas distintas, (de sólo dos opciones y no de cuatro) eso puede incidir en el resultado final.
  • 27. LA DEMOCRACIA COMO VALOR 77 10 En sentido estricto no son instituciones públicas, pero por el rol de representación que juegan creemos que deben ser incluidos en tal categoría. INSTITUCIONES PÚBLICAS ECV Latinobarómetro NDI Ponderado Ejército o Fuerza pública 72 58 66 65 Policía 53 48 58 53 Gobierno de la República 48 43 61 50 Partidos políticos10 19 21 35 25 El Congreso de la República 22 24 47 31 Administración pública 16 16 Defensoría del Pueblo 65 65 Fiscalía 61 61 Procuraduría 57 57 Gobernación 56 56 Alcaldía 55 55 Corte Constitucional 55 55 Contraloría 54 54 Corte Suprema 53 53 Sistema de justicia 40 51 51 Elecciones 50 50 Consejo electoral 47 47 Del contraste de los tres estudios se puede dilucidar una importante consistencia en términos generales, lo que le da por supuesto una mayor confiabilidad al ejercicio de análisis sobre el apoyo a las instituciones pú- blicas. Sin embargo, es curioso el mayor grado de confianza que en el estudio de NDI obtienen el Congreso y los partidos políticos, aunque si- guen siendo los peor ubicados. Para sacar el máximo provecho es necesario ir aún más lejos en el propósito de entender cómo se configuran los niveles de confianza de las instituciones públicas, considerando el rol que cumplen desde una pers- pectiva más política que jurídica. Otra forma de entender la clasificación es según la relación con el ciudadano pues en cada órbita ésta cambia. En ese sentido, se propone una clasificación que abarca inicialmente tres tipos de instituciones: 1. Instituciones de representación: son aquellas caracterizadas por el hecho de que surgen de la voluntad directa de la ciudadanía a tra- vés del voto. En ese sentido, medir la confianza o la legitimidad de este tipo de instituciones es preguntarse qué tan acertadamente lo- gran canalizar (representar) las preferencias ciudadanas en la agen- da pública. 2. Instituciones de protección: se caracterizan por ser aquellas que, en el imaginario de los ciudadanos, son las encargadas de garantizar la convivencia y generar un sentido de seguridad en los asociados.
  • 28. 78 NUESTRA IDENTIDAD Según la anterior definición, su legitimidad estaría dada por la efec- tividad con que logren generar ese sentido de seguridad dentro de la población. 3. Instituciones de control: su razón de ser es vigilar el comportamien- to de las distintas ramas del poder público. Se diferencian de algu- nas de las de protección en el sentido que, en principio, no tienen injerencia directa en aspectos cotidianos de la vida del ciudadano. Por el contrario, su campo de acción es en los términos planteados sobre el Estado mismo. Como toda clasificación, la anterior puede ser tildada de arbitraria, caprichosa o incompleta. Creo que lo es. Sin embargo, y a pesar de las deficiencias intrínsecas que pueda tener y las “zonas grises” que casi siem- pre se presentan a la hora de elaborar este tipo de ejercicios, una tipología como la propuesta puede ser útil a la hora de mirar la dinámica y carac- terísticas de las instituciones públicas y de la forma como éstas son percibidas. La siguiente tabla agrupa los resultados con más detalle que la ta- bla anterior y proporciona elementos analíticos apropiados para este trabajo11 . 11 Por su carácter genérico, la burocracia pública no es clasificada ya que puede ser cualquier cosa. INSTITUCIONES PÚBLICAS POR FUNCIÓN Instituciones de Instituciones Instituciones Instituciones representación de protección de control de cada grupo Gobierno Ejército Procuraduría General Elecciones Policía Contraloría General Congreso Fiscalía Consejo Electoral Partidos políticos Sistema judicial Alcaldías Altas Cortes Gobernaciones Defensoría del Pueblo Total confianza 44 58 52 Queda claro que la percepción sobre la crisis de confianza del Estado –a la que tantas veces nos hemos refiriendo– tiene algunas diferencias y se centra en lo que algunos autores han denominando “la crisis de represen- tación” de nuestro sistema político. Vale recordar que la Constitución de 1991 era fundamentalmente una respuesta a la violencia y el desbordamiento de ésta en sus distintas mani-
  • 29. LA DEMOCRACIA COMO VALOR 79 festaciones, y a la creciente desconfianza en las prácticas del Legislativo y la sensación generalizada de que la corrupción de éste avanzaba a pasos galopantes, minando su credibilidad. Arturo Saravia Better (2003: 67) recuerda cómo el lenguaje pre-cons- tituyente estaba plagado de juicios muy severos contra el Congreso. Por ejemplo, Rubén Sánchez afirmaba que “la reforma del Congreso, objeto de condena de la opinión pública por su ineficiencia, es considerada tan perentoria como la Constitución”. Humberto de la Calle, en aquel enton- ces Ministro de Gobierno destacaba que la institución “requería modifi- caciones a fondo”. Este clima de opinión explica que el catálogo de reformas haya sido tan extenso y variado: creación de la circunscripción nacional para Senado; mayores instrumentos de control político, particularmente con la introducción de la figura de la moción de censura; limitaciones al poder legislativo del Presidente de la República; eliminación de las suplencias; ampliación del período de sesiones; prohibición de los llamados “auxilios parlamentarios”; un régimen más severo de inhabilidades e incompatibilidades; mayor independencia frente al Ejecutivo mediante la prohibición del nombramiento de congresistas como ministros o embajadores. Éstas, entre otras, fueron las reformas introducidas por la Constituyente con el sano propósito de devolverle a la institución la majestad perdida. Sin embargo, y a juzgar por los resultados de la percepción ciudadana, este propósito apenas parece haberse cumplido. No es éste el espacio para discutir las causas de tal hecho. Tal vez sea sólo el reflejo de lo que el académico francés Jean Michael Blanquer describía como “perfección en los textos, perversión en las prácticas.” (Blanquer, 2002:117). Lo impor- tante es señalar que, muy a pesar de las reformas, el “déficit de represen- tación” en su expresión de confianza en las instituciones continuó como una constante en el imaginario colectivo. Esto no es, por supuesto, ningún descubrimiento nuevo. Basta simplemente leer un periódico o ver un noticiero para darse cuenta de la dinámica diaria en que se manifiesta el fenómeno. En un contexto de baja confianza en el Parlamento, como el que he- mos descrito, no resulta extraño que una fracción alta de colombianos (50%) diga sentirse de acuerdo con un gobierno donde exista un liderazgo fuerte que no tenga que preocuparse por el Congreso. Ni tampoco es de manera alguna sorpresivo que el grado de adherencia partidista se en- cuentre en franco declive. De hecho, el ECV revela que, del total de encuestados, un 27% se considera liberal y apenas un 10% se dice con- servador. Contrario sensu, quienes se proclaman independientes (26%) o sin partido (28%) ganan terreno.
  • 30. 80 NUESTRA IDENTIDAD Miremos ahora hasta qué punto los factores sociales y demográficos afectan la percepción del Congreso. En la siguiente gráfica se observa cómo existe cierta tendencia, aunque muy marginal, a que a medida que au- menta el nivel de ingreso, también aumenta el grado de confianza. Si hacemos el mismo ejercicio con respecto a los partidos políticos, también se obtienen resultados relevantes. Por ejemplo, al mirar el grado de confianza de éstos teniendo en cuenta la edad, se observan diferencias importantes en el sentido de que son los más viejos quienes presentan un mayor grado de escepticismo sobre estas instituciones. Confianza en el Congreso vs. ingresos. Si lo que tomamos como punto de análisis es la edad, también se ob- servan algunos comportamientos interesantes, particularmente en lo que tiene que ver con el hecho de que a medida que aumenta la edad, sobre todo en el segmento de 46 años en adelante, disminuye el nivel de con- fianza. Confianza en el Congreso vs. edad.
  • 31. LA DEMOCRACIA COMO VALOR 81 Como se ve, el número de personas que declaran no confiar nada aumenta de forma abrupta en el grupo de personas mayores de 55. Al mismo tiempo, en ese mismo grupo, quienes declaran confiar poco dis- minuye drásticamente. Surge una interesante paradoja: las personas ma- yores son, como se dijo, las que menos confían en los partidos; pero si lo que se analiza es el grado de afinidad con los partidos, la tendencia se invierte: son los grupos de más edad los que más se adscriben a las colec- tividades. ¿Por cuál partido político votaría usted en las próximas elecciones? RESPUESTA RANGO DE EDAD 18-25 26-35 36-45 46-55 55 ... Liberal 23.99% 23.36% 26.35% 32.34% 36.78% Conservador 8.94% 8.53% 12.41% 7.78% 18.88% Independiente 28.20% 27.11% 30.40% 26.13% 14.33% Otros 7.62% 8.23% 7.62% 4.87% 8.66% No sabe 31.25% 32.76% 23.22% 28.89% 21.36% Mirando en conjunto las dos gráficas anteriores se podría sugerir a mane- ra de hipótesis que mientras los más jóvenes creen en la importancia de los partidos en abstracto, son muy incrédulos sobre las colectividades exis- tentes. Al mismo tiempo, en los grupos de mayor edad se da el mismo fenómeno, pero a la inversa: mucha desconfianza generalizada por los partidos, pero mayor adhesión a aquellos. Queda corroborado cuando se constata que son los jóvenes quienes manifiestan menor pertenencia a los partidos y menor trabajo voluntario con éstos. Confianza en partidos vs. edad.
  • 32. 82 NUESTRA IDENTIDAD PERTENENCIA A PARTIDOS POLÍTICOS VS. EDAD. RESPUESTA RANGO DE EDAD 18-25 26-35 36-45 46-55 55 ... Sí pertenece 1.69% 3.17% 4.74% 6.82% 4.08% No pertenece 98.31% 96.83% 95.26% 93.18% 95.92% TRABAJO VOLUNTARIO EN PARTIDOS VS. EDAD. RESPUESTA RANGO DE EDAD 18-25 26-35 36-45 46-55 55 ... Sí realiza trabajo voluntario 0.36% 2.00% 2.09% 5.46% 2.90% No lo hace 99.64% 98.00% 97.91% 94.54% 97.10% Por otra parte, si el criterio que se utiliza es el nivel de ingresos, tam- bién se observan elementos que vale la pena comentar. De hecho, en los dos últimos niveles se observa un incremento importante en el nivel de confianza, tal y como ocurre con el Congreso en los términos que se des- tacan arriba. Confianza en los partidos Vs. nivel de ingresos. Tampoco hay que creer que los bajos índices de apoyo al Congreso y los partidos –que hasta ahora hemos descrito con cierto grado de detalle– son un fenómeno típico del país. De hecho las distintas mediciones que se realizan a nivel internacional confirman esta tendencia como una de las más recurrentes y significativas a la hora de entender las percepciones de la ciudadanía sobre el sistema democrático y su funcionamiento. A manera de ejemplo, en el Latinobarómetro 2004 se establece que a nivel regional el porcentaje de apoyo al Congreso es de 25% y el de los parti- dos políticos, de 18%.
  • 33. LA DEMOCRACIA COMO VALOR 83 También digamos que no todo son malas noticias. En efecto, es rele- vante contrastar los resultados del ECV con los obtenidos por Cuéllar en 1998. Porque de tal ejercicio se puede concluir que los partidos políticos ganaron 7% de apoyo, mientras que el Congreso aumentó su nivel de confianza en algo más de 4%. Pero volvamos al análisis general de las instituciones públicas. Señale- mos otro fenómeno de importancia: paralelo al hecho de que los partidos políticos y el Congreso aparecen “mal parados” frente a la opinión públi- ca, también sucede lo propio con la Administración Pública. En efecto, en la medición llevada a cabo por Cuéllar ésta era percibida de forma positi- va por el 28% de los encuestados, mientras que en el ECV lo es por tan sólo el 16%; aunque no hay que descartar que los bajos niveles obtenidos en el ECV sean consecuencia de un sesgo en la pregunta12 . Esta cifra resul- ta paradójica si, además, se tiene en cuenta que al ser indagada sobre la (in)conveniencia de la tecnocracia, ésta recibe una opinión bastante favo- rable de más del 58%, como se ilustra a continuación. 12 De hecho, se pregunta a los encuestados por “burocracia pública”, expresión que puede tener una connotación per se negativa y que puede influir en las respuestas. Tener expertos, no un Gobierno. La otra gran contradicción es que al tiempo que la Administración (o burocracia) Pública es vista con desconfianza, el Gobierno de la Repúbli- ca recibe el respaldo del 48.5%. Se podría decir, a manera especulativa, que una porción importante de la ciudadanía daría la impresión de creer que, como en la famosa película, los gobernantes parecerían estar “dur- miendo con el enemigo”. Es decir, que las estructuras estatales y la Admi- nistración podrían ser más un obstáculo que una aliada de la labor del Gobierno. Esta hipótesis parecería estar reforzada por el hecho de que mientras que, en los términos señalados, el Gobierno genera confianza en el 48.5% de la ciudadanía, los diferentes sondeos muestran que la popu- laridad del Presidente bordea el 70%. De donde se podría aseverar que para los colombianos hay más Presidente que Gobierno, y más Gobierno que Administración Pública.
  • 34. 84 NUESTRA IDENTIDAD En el estudio de Cuéllar se concluía que los “estratos ricos son los me- nos satisfechos con el Gobierno”. (Cuéllar, 2000: 89). Cabe preguntarse hasta qué punto el ECV corrobora o contradice dichos resultados. CONFIANZA EN EL GOBIERNO VS. NIVEL DE INGRESOS. RESPUESTA ESTRATO 1 2 3 4 5 6 1 Mucha 21,40% 16,12% 21,61% 20,34% 23,51% 32,33% 2 Algo 27,12% 27,90% 29,29% 31,06% 36,97% 40,47% 3 Poca 25,45% 27,24% 26,84% 30,63% 21,73% 14,12% 4 Nada 25,19% 27,22% 20,45% 17,96% 17,79% 13,08% N.S. 0,84% 1,52% 1,81% 0,00% 0,00% 0,00% La gráfica anterior deja ver, en concordancia con lo observado por Cuéllar la confianza en el Gobierno Nacional se da en proporción al in- greso. De hecho, en términos generales el apoyo se manifiesta en los distintos niveles económicos. Ajustemos el microscopio. Porque de lo que se trata ahora es de mirar aún más en detalle lo que genéricamente hemos venido clasificando “ins- tituciones de protección” y nos centraremos en el Ejército y la Policía.13 Como ya se dijo, el ECV arroja que ambas instituciones gozan de alta confianza: el primero, 72%; y la segunda, 53%. En ambos casos se observa que factores como la edad, la región, el nivel de ingreso, el grado de educación o el género no juegan un factor determinante y, por consiguiente, a partir de dichos factores no es posible predecir comportamientos. Si el Estado en Colombia es tan ilegítimo como muchos lo pregonan, o más aún si ha “colapsado” o “fracasado” como lo sostienen las visiones más extremas, como el artículo de la revista Foreign Policy al cual se hizo referen- cia unas páginas atrás, ¿cómo pueden interpretarse estos resultados? La verdad es que si algo concretan es que hay más Estado de lo que muchos parecen creer; y que ese Estado, en una función tan esencial a su razón de ser como lo es la protección de la ciudadanía, goza de un impor- tante respaldo por parte de ésta. Si el Estado fuese tan precario como lo dicen sus críticos, la tendencia necesariamente tendría que ir en sentido contrario. Salvo que fuésemos una sociedad de suicidas. (Merchán, 2005). Dado el hecho que en el ECV no se toca ninguna de las instituciones que para el presente ejercicio hemos definido como “de control”, no po- demos avanzar más para identificar algunas tendencias particulares. 13 Es una lástima que el ECV no haya preguntado sobre el sistema judicial, lo que nos impide profundizar en este tema que en un país como Colombia es absolutamente esencial.
  • 35. LA DEMOCRACIA COMO VALOR 85 RECAPITULANDO (Y EVALUANDO DÓNDE ESTAMOS) Con lo dicho hasta ahora se ve que las distintas percepciones sobre los “niveles” de la democracia tienen marcadas diferencias. A manera de sín- tesis, la siguiente tabla recoge los resultados de lo que hasta ahora se ha venido esbozando. Aspecto Forma de evaluación Nivel de apoyo14 Comunidad política Orgullo de ser colombiano. Muy alto Grado de pertenencia a la Nación vs. a la localidad. Bajo Principios del régimen Apoyo a la democracia: La democracia es la mejor forma de gobierno. Alto La democracia puede tener problemas, pero es el mejor sistema (democracia churchilliana). Alto Apoyo a sistemas no democráticos: Apoyo a un gobierno militar. Límite entre muy bajo y bajo Apoyo a un líder fuerte que no se preocupe por el Congreso y las elecciones. Límite entre alto y bajo Desempeño del sistema Satisfacción con la democracia: Satisfacción como la democracia funciona en el país. Bajo Grado en que la democracia satisface el interés general. Bajo Capacidad de generar un sistema económico que funcione bien. Bajo Capacidad de mantener el orden. Bajo Capacidad de alcanzar consensos y reducir pleitos. Bajo Instituciones Grado de confianza en Congreso, Mixto: entre muy bajo partidos, Gobierno, Justicia, (partidos) y alto (Fuerza Administración Pública, Ejército y Pública, Gobierno, Policía, etc. entre otros). ¿Cómo interpretar los datos anteriores? ¿Es crítica la situación? ¿Puede decirse, por utilizar una expresión del académico de la Universidad de Harvard Jorge I. Domínguez (2003), que ésta es una “democracia sin de- mócratas”? ¿Hay una verdadera cultura antidemocrática en el país? ¿Exis- te una cultura política contraria a los principios que guían todo sistema democrático? Estos son algunos de los interrogantes que surgen. 14 Para proceder a la calificación utilizamos la siguiente escala: muy alto: valores superiores a 75%; alto: entre 75% y 50%; bajo: entre 50% y 25%; muy bajo: puntaje inferior a 25%.
  • 36. 86 NUESTRA IDENTIDAD 15 Recuérdese que dicha encuesta se adelantó en 1998. La lectura de la tabla anterior nos revela que el déficit de apoyo a la democracia tiene varias dimensiones. En cuanto al apoyo a los principios del régimen se ve que la convicción de que la democracia es el mejor sistema (o el menos malo, por lo menos) está relativamente arraigada entre los colombianos aunque, como se dijo, comparativamente con los resultados del estudio15 de María Mercedes Cuéllar (2001) se ve un des- censo de aproximado del 10%. Aunque, reitero, este aspecto está lejos de poder ser catalogado como crítico. Sin embargo, tal como se expuso en su momento, el apoyo al concep- to de democracia no se traduce en un rechazo contundente a otras for- mas no democráticas. Por eso, lo que hemos en el texto denominado el “núcleo duro de demócratas” es bajo y denota una cierta brecha entre el apoyoalademocraciaylainteriorizacióndeactitudesquelesonconnaturales. Aunque tal afirmación habría que matizarla señalando que la alternativa de un gobierno militar cada vez tiene menos espacio y se le considera inconve- niente, incluso en comparación con los resultados del ejercicio de Cuéllar. Por otra parte, y como era de esperarse, en Colombia se sigue la ten- dencia observada a nivel internacional del grado de satisfacción con la democracia es notoriamente más bajo que el de apoyo al “ideal” de- mocrático. Según lo visto, pareciera ser que el factor que juega un papel más relevante es la convicción, muy arraiga entre los ciudadanos, de que la de- mocracia no se ha traducido en gobiernos que defiendan el interés general sino, por el contrario, el de unos cuantos grupos poderosos. Curiosamente, la hipótesis de una supuesta incapacidad de la democracia para mantener el orden no obtuvo un respaldo que se compadezca con la idea de “mano dura” que deja entrever lo reducido que es el “núcleo duro de demócratas”. En cuanto a las instituciones, se pudo establecer que existen niveles muy distintos de apoyo a las mismas. Resultó crítico el apoyo a las institu- ciones medulares de la democracia representativa (Congreso y partidos) y, por el contrario, las instituciones que denominamos de “protección física” tuvieron un resultado importante en términos de confianza. Hasta ahora la recapitulación. Demos ahora paso a la exploración. Porque de lo que se trata es de establecer si el anterior panorama es el apocalíptico de “apague y vámonos” o si cabe una lectura contraria. Como punto de partida es preciso poner los resultados de Colombia en un contexto amplio para saber cómo estamos frente al mundo. Por- que, como se dijo en la introducción, el fenómeno de desencanto demo- crático no es, ni mucho menos, un patrimonio de nuestros países sino una tendencia constante en distintos rincones del mundo. Es adecuado recordar varios elementos. En primer lugar, los resultados de Colombia en cuanto al apoyo al ideal democrático son relativamente
  • 37. LA DEMOCRACIA COMO VALOR 87 bajos comparados con la tendencia mundial: el promedio mundial fue de 92%, según los resultados del Estudio Mundial de Valores con informa- ción recogida en dos olas y en 77 países. La primera, entre 1995 a 1997; y la segunda, entre 1999 y 2001 (Inglehart, 2003). La democracia es el mejor sistema para gobernar el país Albania 99 Bélgica 91 Egipto 99 Perú 91 Dinamarca 98 Rep.Dominicana 91 Islandia 98 Nueva Zelanda 91 Grecia 98 Argentina 90 Bangladesh 98 Georgia 90 Croacia 98 Francia 89 Italia 97 EEUU 89 Holanda 97 Sur África 89 Suecia 97 Eslovenia 89 Azerbaiján 97 Rumania 89 Noruega 96 Zimbabwe 89 China 96 Finlandia 88 Austria 96 Bielorusia 88 Uruguay 96 Letonia 88 Tanzania 96 Gran Bretaña 87 Indonesia 96 Canadá 87 Marruecos 96 México 87 Alemania 95 Hungría 87 España 95 Australia 87 Nigeria 95 Bulgaria 87 Vietnam 95 Estonia 87 Jordania 95 Lituania 86 Uganda 94 Irán 86 Malta 94 Corea del Sur 85 Serbia 94 Brazil 85 Irlanda del Norte 93 Chile 85 Suiza 93 Ucrania 85 India 93 El Salvador 85 Republica Checa 93 Moldavia 85 Taiwán 93 Armenia 85 Bosnia 93 Polonia 84 Irlanda 92 Macedonia 84 Japón 92 Eslovaquia 84 Puerto Rico 92 Filipinas 82 Alemania del Este 92 Pakistán 68 Turquía 92 Rusia 62 Luxemburgo 92 Fuente: Inglehart (2003). Es importante señalar, sin embargo, que como se trata de datos que tie- nen varios años de haber sido recogidos (en algunos casos hasta 1016 ), es 16 Hay que recordar que el ECV recoge datos de finales del 2003. Lo que da lugar a que la distancia máxima de la medición de Colombia con otros países sea de 8 años.
  • 38. 88 NUESTRA IDENTIDAD posible que los resultados no sean un fiel reflejo de la situación actual ni un parámetro totalmente confiable para poder compararnos. En segundo término, y manteniendo la advertencia anterior, en lo que tiene que ver con el apoyo a las alternativas no democráticas, particular- mente la idea de un líder fuerte que no se preocupe por el Congreso, la tendencia reflejada en el EMV parece también señalar que hay un esce- nario en el que Colombia no sale muy bien librada. Apoyo a un líder fuerte que no tenga que preocuparse por el Congreso y las elecciones. Azerbaiján 7 Tanzania 29 Egipto 8 EEUU 30 Grecia 9 Uganda 31 Islandia 11 Bélgica 32 Croacia 11 Puerto Rico 33 Bangladesh 12 Francia 35 Dinamarca 14 Perú 35 Noruega 14 Sur África 37 Alemania Occ. 16 Irán 39 Italia 16 Bielorusia 40 Austria 16 Taiwán 41 Rep. Checa 17 Jordania 41 Marruecos 18 Argentina 42 España 19 Nigeria 43 Irlanda del Norte 19 Chile 43 China 19 Albania 43 Estonia 19 Bulgaria 45 Indonesia 19 Luxemburgo 45 Malta 19 Venezuela 48 Serbia 19 Rusia 49 Hungría 20 Armenia 53 Eslovaquia 20 Bosnia 53 Nueva Zelanda 20 México 54 Suecia 21 Lituania 54 Polonia 22 Moldovia 57 Alemania Or. 23 Letonia 58 Canadá 24 India 59 Eslovenia 24 Ucrania 59 Australia 25 El Salvador 59 Finlandia 25 Brasil 61 Gran Bretaña 26 Georgia 61 Holanda 27 Pakistán 62 Irlanda 27 Filipinas 62 Uruguay 27 Macedonia 62 Zimbabwe 27 Rumania 67 Japón 28 Turquía 72 Corea del Sur 28 Vietnam 99 Suiza 29 Fuente: Inglehart (2003).
  • 39. LA DEMOCRACIA COMO VALOR 89 O sea que, por lo menos en cuanto a apoyo al ideal democrático y el rechazo a una opción caudillista, salimos mal parados. Es interesante constatar que, en comparación con los países de la re- gión que son evaluados por el Latinobarómetro (2004), Colombia apare- ce con unos resultados muy desiguales, pues en algunos aspectos se encuentra peor ubicado que el promedio regional, mientras que en otros su desempeño es más positivo. Hay que destacar que como esta medi- ción (llevada a cabo entre mayo y junio de 2004) recoge resultado de un mismo año para 18 países, permite tener una visión un poco más clara del lugar donde se encuentra Colombia. Para comenzar, ¿cómo es el apoyo a la democracia en Colombia com- parado con Latinoamérica? El promedio de latinoamericanos que asegu- raron que “la democracia puede tener problemas, pero es el mejor sistema” fue de 71%: resultado que fue, coincidencialmente, el mismo que obtuvo Colombia y que guarda, además, gran consistencia con el registrado en el ECV. Pero ¿cómo queda Colombia en el tema de las alternativas no demo- cráticas? En el Latinobarómetro se le pregunta a la gente si cree que “la democracia es la mejor forma de gobierno” o si “en determinadas cir- cunstancias un gobierno democrático puede ser preferible a uno autocrático”. El 46% de los colombianos respondió la primera opción, 7 puntos por debajo del promedio latinoamericano. De donde, por lo de- más, se deduce que la hipótesis del relativo sesgo autoritario que plan- teamos al registrar la dimensión del “núcleo duro de demócratas” tiene un elemento adicional a favor. Por su parte, cuando la pregunta se cambia hacia la satisfacción con la democracia se tiene que el promedio latinoamericano es de 29% de quienes se dicen estar satisfechos o muy satisfechos, mientras que Co- lombia registra un 30%. Esta cifra es 9% inferior a la registrada en el ECV. También se pueden contrastar algunos temas puntuales sobre el desenvolvimiento de la democracia. En ese sentido el Latinobarómetro indaga sobre hasta qué punto la democracia sirve al interés general o al interés de unos cuantos poderosos. Como se recordará, en el ECV este fue uno de los temas que resultaron más críticos (67% cree que favorece a unos pocos intereses). Por su parte, en el Latinobarómetro, Colombia obtiene 59%, mientras que el promedio latinoamericano se situó en el 71%. De hecho, el país tuvo en este tema la segunda peor clasificación entre los 18 países evaluados. Así, pues, resulta claro que es un punto de alerta donde se observa que no sólo en términos abso- lutos sino también en términos comparativos la ciudadanía percibe una “promesa incumplida”, por ponerlo en los términos de Bobbio (1994).
  • 40. 90 NUESTRA IDENTIDAD Pasemos ahora a la relación entre economía y democracia. El ECV se pregunta si se está de acuerdo con que en una democracia el sistema económico funciona mal. El 48% se mostró de acuerdo con tal postulado. Se trata, sin duda, de un dato alto aunque aspectos como si la democracia representa el interés general, o si la democracia genera consensos, queda- ron, como se trató párrafos atrás, con un nivel explicativo mayor sobre la baja satisfacción con el funcionamiento de la democracia. En el Latinobarómetro no existe una pregunta exactamente igual a ésta. Sin embargo, lo que sí se indaga es si la gente preferiría un gobierno auto- ritario si este fuese capaz de resolver los problemas económicos de la ciudadanía. El promedio latinoamericano de quienes así piensan fue de 54%, cifra que en su momento despertó una gran polémica. Colombia obtuvo un 64%. He ahí, pues, otro aspecto en que el país no sale muy bien posicionado. Hay otra pregunta para estudiar este tema de democracia y economía. Se trata de aquella en la cual los ciudadanos contestan si creen que la democracia es el único sistema con el cual los países pueden llegar a ser desarrollados. El promedio de los 18 países estudiados en el Latinobarómetro fue de 72%. En Colombia, por su parte, se registró un 67%, lo que comprueba la hipótesis del escepticismo de los colombianos en cuanto a la democracia como mejor vía al desarrollo. En lo que tiene que ver con la evaluación a las instituciones públicas, se tiene que en el Latinobarómetro el Congreso obtiene el 24%; los partidos, 18%; el Gobierno, el 30%; la Policía, el 30%; y las Fuerzas Armadas, el 40%. Al comparar estos resultados con lo de Colombia sobresale que en el país es muy superior la confianza en las Fuerzas Armadas, la Policía y el Gobierno. En cuanto al Congreso y los partidos, las diferencias son casi insignificantes. De donde se deduce que, en este nivel de análisis, Colombia tiene un “supe- rávit” en relación a los países latinoamericanos. Con lo dicho hasta ahora se puede afirmar que, comparado con otras naciones y, en particular con los vecinos de la región, en Colombia se aprecia una tendencia marcada hacia el escepticismo democrático, ex- presado éste como el grado de ciudadanos que creen que la democracia es el mejor sistema, que están satisfechos con la forma como viene fun- cionando, que consideran que la refleja el interés general o que conside- ran que este sistema es el más apto para generar desarrollo. Sin embargo, a medida que uno se acerca a lo que denominamos “apoyo específico”, los indicadores de Colombia mejoran de forma sustancial. O sea que lo que flaquea es el “apoyo difuso” y es ahí donde se genera una situación de preocupación. Viene la pregunta del millón: ¿qué tan grave puede ser este escepticis- mo? Ya Durkheim había advertido en un discurso ante la Sorbona que son
  • 41. LA DEMOCRACIA COMO VALOR 91 los ciudadanos los que moldean las instituciones y que éstas no pueden hacer nada más allá de la naturaleza de los miembros de la comunidad política. Por eso, concluye el sociólogo francés, antes que juzgar el des- empeño de las instituciones es más importante conocer a la gente. Si tal postulado es cierto, la conclusión fundamental es que las percep- ciones sobre las instituciones juegan un papel fundamental para determi- nar el funcionamiento de las mismas y que, por ende, cuando existen bajos niveles de legitimidad es previsible que el sistema entre en crisis. Toda la escuela “culturalista”, con matices, se apoya en tal presupuesto. No obstante existe una serie de “anomalías” en cuanto a esta causalidad que ponen en entredicho su poder explicativo. Es válido hacer unas ob- servaciones para el caso colombiano. La primera es que si bien es cierto, en los términos expuestos, que comparados con otros países estamos mal ubicados en cuanto al nivel de apoyo al ideal democrático, el rechazo a formas autoritarias o semi-autoritarias y el grado de satisfacción con la democracia, las diferencias con la media de los países estudiados no es muy pronunciada. No hay que olvidar que el 70% de los colombianos declara que la democracia es el mejor sistema. O sea que no se trata de una cifra crítica que puede llevar a asegurar que la legitimidad difusa se encuentra en crisis. En segundo lugar, el hecho que exista un relativo valor alto de “apoyo específico” (confianza en las instituciones) da una garantía relativa de es- tabilidad. De hecho, tal y como lo sostenía Easton, son los bajos niveles de apoyo específico los que mayor facilidad trascienden hacia el apoyo difu- so; la relación opuesta parece ser mucho menos clara. En tercer lugar, siguiendo los planteamientos de Norris (1999), los ciuda- danos se encuentran en una situación en la cual pueden optar por “enajena- ción política” o por mayor y mejor participación. En la medida que aumenta la segunda tendencia, también se incrementa el hecho que los ciudadanos reconozcan los problemas y limitaciones del sistema, y que le exijan más. (Rodríguez y Madrigal, 2003). Ese es, precisamente, el concepto de “ciuda- danos críticos” que la autora desarrolla. O sea que todo resultado sobre nivel de apoyo debe ser observado con mucho beneficio de inventario, ya que unos bajos índices pueden reflejar, más que una situación negativa, una ciu- dadanía más madura. En cuarto lugar, Inglehart (1997, 2003, 2005) ha demostrado que “la sostenibilidad” de las democracias está más relacionada con aspectos cul- turales que trascienden los simples índices de apoyo al régimen a los que nos hemos refiriendo. En concreto, se refiere a los valores postmateriales y de autoexpresión.17 Mientras que el primer aspecto (entendido como si la democracia es el mejor sistema y si hay predilección por alternativas no 17 Véase capítulo final para una explicación general del tema.
  • 42. 92 NUESTRA IDENTIDAD democráticas) puede predecir el 50% de las variaciones de los niveles de democracia en un período de 1981 a 2000; los segundos lo hacen en un 83%. La siguiente tabla recoge la correlación que Inglehat encuentra entre actitudes hacia la democracia y valores de autoexpresión vis a vis el nivel de democracia de un país visto en el período de tiempo descrito: ¿Qué tan bien las actitudes masivas predicen el nivel actual de demo- cracia en las sociedades? Correlaciones con: Puntaje de la Puntaje Sociedad acumulado de según el índice la sociedad según de Freedom el índice de House de 1995. Freedom House de 1981-2000. Tener un sistema democrático es una buena forma de gobernar el país. .072 .224 Puede que la democracia tenga problemas, pero es mejor que cualquier otra forma de gobierno. .204 .315 ** Lo mejor para el país es que los expertos, no el gobierno, tomen decisiones de acuerdo con lo que piensan. -.201 -.322 Tener un líder fuerte que no tenga que molestarse por parlamentos y elecciones. -.313 -.360 Índice Democrático/Autocrático (A+B)-(C+D) .351 .506 En general, ¿diría usted que se puede confiar en la mayoría de las personas o que nunca se puede ser lo suficientemente cuidadoso en el trato con otros? .100 .251* Teniendo en cuenta todos los aspectos, ¿usted se considera muy feliz, más o menos feliz, no muy feliz o totalmente infeliz? .246 .540 ¿Piensa usted que los homosexuales pueden siempre ser justificados, nunca justificados o algún punto en el medio? .729 .804 ¿Ha usted firmado alguna vez una petición? ¿Piensa que lo hará algún día o que bajo ninguna circunstancia lo haría? .678 .761 Valores Materialistas/Postmaterialistas (Índice de 4 aspectos). .570 .750 Calificaciones de los puntajes valores de supervivencia/autoexpresión. .589 .830 Fuente: Inglehart (2003).
  • 43. LA DEMOCRACIA COMO VALOR 93 El argumento va en el sentido de que si bien es cierto que hay unas “alertas tempranas” en algunos aspectos que el país sale mal o relativa- mente mal librado, no hay que rasgarse las vestiduras y llegar a prediccio- nes apocalípticas o simplistas. Pero tampoco se puede ignorar que en ciertos ítems hay todavía un largo camino por delante para consolidar la democracia como idea y la democracia como práctica en el imaginario de los colombianos. ... Y LOS VALORES DE LA DEMOCRACIA Hasta ahora nuestro análisis ha tenido como objeto la percepción que la gente tiene de la democracia para dilucidar, en últimas, hasta qué punto este es un valor que merece ser defendido. Pero ahora el ejercicio puede ser modificado para entender con qué valores quisieran los ciudadanos darle vida a la democracia. Se trata de definir los contenidos que debe tener ese cascarón que hemos analizando. ¿Qué tanta libertad debería ofrecer la democracia? ¿Qué tanta responsabilidad individual? A este tipo de preguntas nos enfrentamos ahora. Igualdad Iniciemos con una pregunta sugestiva: ¿qué tan igualitaria consideran los colombianos que debe ser la sociedad? Pregunta que se podría reformular cuestionando qué tipo de orden social debe producir la democracia y con ella el sistema político en su conjunto. Al respecto, hay una serie de preguntas en el ECV que nos dan luces sobre el criterio de igualdad que está arraigado en los colombianos. Para determinar tal tema se han seleccionado cuatro preguntas cuyos resulta- dos se presentan a continuación: Ahora me gustaría que me indicara sus puntos de vista sobre dis- tintos temas. ¿Cómo colocaría sus puntos de vista en esta escala? 1 significa que usted está de acuerdo completamente con la frase a la izquierda.10 significa que usted está completamente de acuerdo con la frase a la derecha; y si su manera de pensar está entre las dos, puede usted escoger cualquier número en medio. En su opinión, ¿Qué tipo de sociedad debería tratar de ser nuestro país en el futuro?
  • 44. 94 NUESTRA IDENTIDAD En la pregunta sobre qué tipo de sociedad debería ser Colombia en el futuro se plantea el problema central que nos ocupa: si debe preva- lecer el igualitarismo total en la sociedad (igualdad en el “punto de llegada”) o si, por el contrario, las desigualdades pueden ser acepta- das en la sociedad en la medida que estas reflejen la iniciativa del individuo y, por ende, lo que se privilegie sea la libertad personal. A esta visión, siguiendo a Lipset (2001), la denominaremos “libertaria”. Los resultados de tal tema son bastante interesantes pues nos mues- tran con contundencia que los colombianos se reparten en proporcio- nes muy similares entre ambas tendencias. Los “igualitaristas” (quienes abarcarían las opciones 1 y 2 en la escala) obtienen 40%; los colom- bianos se clasifican como “libertarios” (quienes estarían ubicados en las opciones 4 y 5) en un 38%18 . Cabe a su vez llamar la atención sobre el hecho que los dos extremos de la escala concentran a un número muy alto de ciudadanos: en el primer caso 29% y en el segun- do 25%. Cuando la pregunta se cambia hacia la igualdad de sueldos, los resultados varían sustancialmente. En efecto, en este caso, y retomando la clasificación anterior, los “igualitaristas” (a quienes ubicamos en la escala entre el 1 y el 5) representan el 56%. Sin embargo, más allá de 18 El número 3 de la escala se considera “neutral”. Rango Competencia* Impuestos** 1 29.14% 8.64% 2 11.24% 8.10% 3 17.32% 18.50% 4 12.83% 17.01% 5 25.98% 43.70% No sabe 3.49% 3.90% *1 Sociedad igualitaria 5 sociedad competitiva **1 Altos impuestos. (Estado Interventor) , 5 bajos impuestos. Individuos libres Rango Sueldos* Propiedad privada** 1 32,09% 16,14% 2 5,51% 4,41% 3 4,81% 3,54% 4 3,22% 6,64% 5 10,51% 16,40% 6 6,74% 8,85% 7 5,49% 6,25% 8 6,57% 7,56% 9 5,44% 4,12% 10 17,52% 19,57% No sabe 2,11% 6,53% * 1 Mayor igualdad de sueldos 10 Mayores diferencias de sueldos ** 1 Aumento de la propiedad privada 10 Aumento de propiedad gubernamental
  • 45. LA DEMOCRACIA COMO VALOR 95 estas cifras absolutas, hay una diferencia sustancial y es el número de personas que se ubican en los dos extremos pues en este caso, a dife- rencia de lo que ocurría con la pregunta genérica sobre igualitarismo, el extremo “libertario” (17%) no concentra un número tan significati- vo de ciudadanos como el “igualitario” (32%). Es decir, que las con- vicciones de aquel grupo tienden a debilitarse. En lo que tiene que ver con la propiedad de las empresas se obtie- nen resultados que favorecen, aunque no de forma muy marcada, a los “igualitaristas” que obtienen un 47%. Pero cuando analizamos el tema tributario, siempre tan sensible, la cuestión da un giro contrario: favorece a los “libertarios” quienes, como se dice en el fútbol, ganan este partido por goleada. No es sino ver que los “igualitaristas” obtie- nen un exiguo 16% y que los “libertarios” reciben un 60%.19 Como se ve, pues, es evidente que existe una marcada contradic- ción que, a manera de hipótesis se puede plantear en los siguientes términos: casi la mitad de los colombianos ve con buenos ojos que se llegue a una sociedad igualitaria pero no está dispuesto a pagar el precio que eso implica. Como dicen los norteamericanos, “no hay almuerzo gratis”. Llegar a una sociedad de tal tipo implica sacrificios como, por supuesto, que quienes más reciban sean quienes más pa- guen. Analizando este mismo problema desde otra perspectiva, lo que se vislumbra es una tendencia a ver las bondades de una sociedad igualitaria pero, eso sí, siempre y cuando no implique renunciar a las bondades de una sociedad libertaria donde se reconoce el esfuerzo individual y se entiende que las utilidades obtenidas en la actividad económica son la consecuencia natural de dicho esfuerzo. Mejor di- cho, el colombiano quiere estar en lo mejor de los dos mundos y re- fleja una notoria falta de balance entre derechos y obligaciones, beneficios y responsabilidades. Si los pusiéramos en términos de John Rawls, tal vez habría que decir que la pregunta sobre los impuestos nos pone de presente la dificultad que tiene el colombiano para pen- sar las reglas de la sociedad bajo el “velo de ignorancia” que sugiere el pensador norteamericano. A su vez, refleja un actitud que se marca en otras de las respuestas: la enorme proclividad que tenemos los co- lombianos a creer que los derechos no aparejan obligaciones, que puede haber prerrogativas sin responsabilidades. Además, las contradicciones se acentúan cuando se ven los resulta- dos de otras preguntas que también nos ofrecen elementos para en- tender cómo percibe el colombiano el problema de la igualdad. Ese 19 La opción 3 se considera neutral.
  • 46. 96 NUESTRA IDENTIDAD es el caso de la opinión sobre el rol positivo-negativo de la competen- cia. Es apabullante la concepción positiva que los colombianos tienen so- bre las ventajas que para la sociedad acarrea la competencia: de donde surge la pregunta sobre ¿por qué si se considera que es importante moti- var a que los individuos saquen lo mejor de sí mismos y hagan valer sus habilidades, aptitudes, capacidad de trabajo, etc., se genera tanto apoyo a la concepción de una sociedad absolutamente igualitaria que, por defi- nición, rechaza la idea de que el mérito genere desigualdades materiales en el seno de la sociedad? Para acabar de complicar la situación vale la pena ver cómo se auto- identifican los colombianos en lo que tiene que ver con izquierda y dere- cha. Porque el hecho que mayoritariamente los encuestados se ubique en el espectro de derecha, como lo muestra la gráfica siguiente, resulta con- tradictorio con la idea de una sociedad igualitaria con la cual un 40% de los ciudadanos dice simpatizar. Izquierda y derecha. ¿En qué punto de esta escala se encuentra? Rol positivo-negativo de la competencia (escala). Es importante no pasar por alto que, siguiendo a Bobbio, lo funda- mental de la distinción entre derecha e izquierda es “la diferente ac- titud que las dos partes [...] muestran sistemáticamente frente a la idea de igualdad” (Bobbio, 1994: 15). Por eso, como comenta Joaquín
  • 47. LA DEMOCRACIA COMO VALOR 97 Estefanía en el prólogo a Derecha e Izquierda, “aquellos que se decla- ran de izquierdas le dan mayor importancia en su conducta moral y en su iniciativa política a lo que convierte a los hombres en iguales, o a las formas de atenuar y reducir los factores de desigualdad; los que se declaran de derechas están convencidos de que las desigualdades son un dato ineliminable, y que al fin y al cabo ni siquiera deben desear su eliminación” (Prólogo en Bobbio, 1994: 10). Así, pues, de lo dicho anteriormente sobre este tema de la igual- dad sólo queda concluir que los resultados nos muestran que hay más preguntas que certezas. En efecto, la inconsistencia de los re- sultados sólo permite deducir que los colombianos estamos muy lejos de poder definir, en este aspecto, que tipo de sociedad que- remos. O por ponerlo en los términos con los cuales iniciamos esta sección, de darle contenido a nuestra democracia en este sustan- cial aspecto. Miremos ahora otro ángulo del concepto de igualdad. Se trata de la concepción que tienen los encuestados sobre los derechos de las mujeres y del rol que ellas juegan en la sociedad. A ese aspecto apun- ta una serie de preguntas que evalúan tres aspectos fundamentales: la mujer en la vida política, familiar y educativa. Sobre la primera esfera se pregunta si los hombres son mejores líderes políticos que las muje- res. Esta afirmación fue rechazada por el 67% de los ciudadanos. En la segunda esfera el tema es si tanto la mujer como el hombre deben contribuir al sustento del hogar. Con este postulado está de acuerdo el 92%, lo que revela que los colombianos tienden a creer que las res- ponsabilidades familiares deben ser compartidas por ambos. En la tercera esfera la cuestión es si se puede considerar que la educación universitaria es más importante para los hombres que para las muje- res. El 86% la gente está en desacuerdo con tal posición. Tenemos así que, en lo que tiene que ver con la igualdad de trato entre hombres y mujeres, los encuestados optan por una opción igualitarista (no discriminatoria). Lamentablemente, el ECV no nos arroja pistas para dilucidar otros matices que tiene este complejo tema de la igualdad. Por ejemplo, habría sido interesante conocer hasta qué punto la gente se muestra de acuerdo con tratamientos favorables a las minorías (discriminación positiva y acción afirmativa). Libertad Es bien sabido que el liberalismo, en sus distintas vertientes, tiene como presupuesto fundamental el principio de “neutralidad estatal”, lo cual