Este documento discute la historia y propósito de los Caballeros Templarios. Argumenta que hay mucha confusión sobre la Orden debido a lagunas históricas y manipulaciones. Sin embargo, su misión original de proteger a los peregrinos sigue siendo válida hoy. La Orden cometió errores al crecer demasiado y depender de los intereses de los reyes, pero su espíritu de servicio perdura. Recuperar ese espíritu primitivo, no copiar sus formas, es lo más importante.
1. MEDITACION: Templarios en el siglo XXI. ¿Por qué y
para qué?
ORACIÓN: Guía, Señor, mis pensamientos para que este escrito no
constituya piedra de escándalo, ni de confusión, para quien lo lea.
Amén.
Aproximación
La aproximación a la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo del Templo de Jerusalém se produce
de muy diversas formas. Casi siempre el primer conocimiento, nominativamente hablando, se
produce en torno a la figura de los Caballeros Templarios. Podríamos decir que se trata de una vía
épica de acercamiento a la Orden. Nos llaman la atención sus aspectos más externos, su historia real
o legendaria,... Y aquí es donde empieza el problema porque las lagunas históricas, causadas unas
veces por el propio devenir de las circunstancias y otras por la discrección característica de todos
los monjes y de estos en particular, favorecen la carrera alocada de nuestra imaginación o, lo que es
peor, la manipulación realizada con intereses espurios que, incluso, llegan a ser sectarios. Así las
cosas, no es, como dicen algunos, que haya habido o haya un Temple secreto, es que resulta difícil
discernir, entre tanto error, dónde está la verdad, la autenticidad y la buena intención.
Estas líneas obedecen a la experiencia, que de seguro no es única, de un aspirante a Pobre Caballero
de Cristo. Le podríamos llamar por su nombre, pero esta história es generalizable y no tiene dueño
o, mejor dicho, pertenece al Temple y por el Temple a Dios.
Primeros pasos, primeras trampas.
Cuando descubrimos el Temple por primera vez, resulta fácil enamorarse de él. Suele ser un "amor
a primera vista". Es la primera trampa en la que muchos caemos. Es frecuente que, con
independencia de edades, nos sintamos atraidos por los aspectos más épicos de su historia pasada.
Pero eso, o sirve para recuperar la verdadera historia de la Orden, lo cual es interesante, aunque
para ello no haga falta ser templario, o sirve para un entretenimiento tipo "novela de aventuras" con
lo que solo conseguiremos evadirnos y probablemente separarnos de la verdad.
Como consecuencia de este primer enfoque hay muchos que sienten la tentación de reinstaurar la
Orden tal cual. Pero los anacronismos no suelen ser buenos porque nos apartan de la realidad,
siembran la confusión entre las personas y ademas no debemos olvidar que solo la Iglesia Católica
tendría la potestad para ello, si hubiera una posibilidad, en Derecho Canónico, de contravenir la
bula "Vox in Excelsis"
Hay incluso otro peligro aún mayor que el anterior y derivado, como una perversión, del mismo.
Las lagunas documentales en la historia del Temple son enormes. La discrección de estos monjes
ha facilitado la aparición de leyendas de todo tipo. En esa maraña de errores, leyendas y falsedades,
urdidas por intereses espurios, es muy fácil perderse. Lamentablemente, hay muchas personas
bienintencionadas que terminan soñando con un Temple que, creo, nunca existió. Es posible, más
bien probable, que los Pobres Caballeros de Cristo tubieran interés por conocer de primera mano la
vida de Jesús, su entorno, hechos perdidos en el olvido,... En mi opinión y considerando que es un
tema que puede llevar a muchos, como los está llevando, a la perdición, este camino debe recorrerse
con muchísima prudencia y discrección. Tomemos un pequeño ejemplo. Hay algunos documentos,
creo que auténticos, en los que se habla de Secretum Templi. Traducido literalmente sería Secreto
del Templo, lo que en mi opinión, sería como un sello de confidencialidad, no más que cuando
cualquier organización de hoy día pone "confidencial" en algún escrito, para advertir a los que lo
2. leen, miembros de la propia organización, que no deben difundir su contenido. Es lógico que los
monjes hicieran eso y que encriptaran sus escritos porque, no lo olvidemos, eran soldados en
guerra. La confidencialidad era vital para sus batallas y su supervivencia. Pues bien, hay quien ha
querido justificar con ello la existencia de un Temple Secreto, cosa que, de haber sido cierta, bien se
habrían cuidado sus miembros de dar indicios siquiera de su existencia. Además, al amparo de esta
hipótesis, se han desarrollado una serie de rituales de magia, demonología, etc., muy respetables, si
con ello se acercaran a Dios, pero que, sinceramente, creo retirados del auténtico pensamiento
templario.
Como podemos ver, es tal la confusión que hay en torno al Temple que resulta muy fácil desviarse
del camino correcto. Hay numerosas trampas que encandilan las almas bienintencionadas pero
carentes de conocimiento y poco prudentes. Esta dificultad, sin embargo, antes de amilanarnos,
debe darnos ánimos, ya que tal es la fuerza espiritual del Temple, que sus enemigos, muchos y
muchos camuflados, intentan evitar su crecimiento, axfisiarlo y eliminarlo por inanición. Ni más, ni
menos que ocurre con el auténtico cristianismo. Se trata por tanto, de un auténtico "tesoro",
confusamente deseado por muchos que sin embargo, frustrados porque no son capaces de alcanzarlo
en su ceguera, desean evitar que otros lo consigan, sembrando confusión como si de un campo de
minas se tratara.
Es necesario, por tanto, extremar la prudencia y actuar con sabiduría, recurriendo al consejo de los
que creamos más sabios que nosotros y meditando, sobre todo meditando, todo esto en nuestro
corazón. Recordemos como ejemplo y guía lo que dice el Evangelio: que la Virgen María
“conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”, referiendose a los acontecimientos en
torno a su Hijo.
La misión primigenia del Temple ¿es válida hoy?
En su origen, los Templarios lo único que pretendían era proteger a los peregrinos que iban a Tierra
Santa de los salteadores, de las razias musulmanas, de las fieras (recordemos como la Regla les
prohibía la caza, salvo la del león),...
Esta actividad la extendieron a otras rutas de peregrinación, como el Camino de Santiago. Pero ¿qué
significaba entonces una peregrinación?
Recurramos, por un momento al diccionario de la R.A.E. La primera acepción del verbo peregrinar
es: Andar por tierras extrañas. Si generalizásemos esta expresión, podríamos asimilar "tierras
extrañas" a este propio mundo, donde los hijos de Dios podemos sentirnos extraños y perdidos. El
verbo "andar" sería asimilable a vivir. No parece que asimilar a todo humano a un peregrino sea
algo descabellado e incoherente. Tan es así que el propio diccionario recuerda una tercera acepción:
En algunas religiones, vivir entendiendo la vida como un camino que hay que recorrer para
llegar a una vida futura en unión con Dios después de la muerte.
Tomemos, de momento, esta acepción. Huelga decir que este "peregrinar", que es la vida, está lleno
de peligros, desde los puramente físicos a los más sutiles para la psique y el alma. Por tanto, no
parece descabellado pensar que un grupo de personas se organicen de forma que ofrezcan esa
protección a los que la necesiten y la demanden. La finalidad está clara: proteger y ayudar a quien,
por sí mismo, no puede hacerlo. Esta Misión parece tan vigente hoy como ayer por lo que adoptarla
como objetivo nuestro sigue pareciendo loable, igual que antaño.
Pero, ¿por qué actuar bajo el manto de una Orden suspendida ad divinum?
La respuesta podría ser, en principio y aparentemente, muy simple. Es una mera cuestión
psicológica: se trata de buscar nuestra fortaleza mental en la recuperación del espíritu de una
institución que durante dos siglos estuvo al servicio del hombre en su caminar en presencia de
Dios.
Esto que acabamos de expresar de una forma, digamos, académica no es una cuestión baladí, ni un
3. romanticismo dieciochesco trasnochado. Es algo mucho más profundo. Los Pobres Caballeros de
Cristo tenían una "Fuerza" especial, algo que imprimía carácter, algo que es lo que yo llamaría el
"tesoro del Temple" (nada material, por supuesto) que es lo que permitió que se convirtieran en
soporte del cristianismo durante casi dos siglos, hasta su "suspensión". Llegamos así a una etapa de
la historia del Temple que yo rechazo llamar desaparición, caída o término similar. Y es que, igual
que nadie muere, como no sea en el plano puramente físico, el espíritu del Temple tampoco
desapareció. Es ese espíritu, con su fuerza especial, el que hoy tendríamos que recuperar. En
absoluto podemos tratar de recuperar la Orden en su aspecto más material. Eso, si llegara, tendría
que ser de la mano del Papa: solo quien la creó y luego la dejó en suspenso, tiene la potestad de
restaurarla. Y ello suponiendo que sea salvable la prescripción de la bula de suspensión que decía
ser "una sanción irrefragable y legítima perpetuamente". Estamos hablando, lógicamente, de la
Orden como institución. Nada impide que, con el mismo espíritu, asimilándonos a aquellos
históricos templarios, asumamos su misma misión.
Causas de la suspensión de la Orden
Para empezar, analicemos las causas de la "caída" del Temple. Es muy fácil echar la culpa de
nuestros errores sobre las espaldas de los demás. Decir que Felipe IV de Francia urdió una trama
para acabar con el Temple con la aquiescencia de un Papa débil, Clemente V, es quedarnos en lo
superficial y participar en el juego de quienes buscan en la ambigüedad, causada por lagunas
históricas, el caldo de cultivo para desarrollar sus intereses. Intereses que tal vez sean
bienintencionados, pero, cuando menos, aparentan ser mercantilistas, si no peores.
Cualquier organización humana es una comunidad de seres vivientes en un entorno cambiante. Esto
quiere decir que se puede y se debe mantener el espíritu de la institución, pero los medios a utilizar,
los métodos de trabajo y algunos aspectos formales, deben ajustarse a los nuevos tiempos. El
objetivo primigenio y fundamentel del Temple era la ayuda y defensa del peregrino. Y para ello
aportaban el conocimiento de sus artes: las artes de la guerra. Eran caballeros que habían recibido,
antes de su ingreso en la Orden, desde una temprana edad, tan temprana que con ella no podían ser
admitidos en la Comunidad, una formación estricta en el manejo de las armas y nada más. Muy
pocos de ellos tenían otra formación.
El riesgo de estar en este mundo es dejarse arrastrar por las corrientes que fluyen alrededor. A los
reyes, primero de Jerusalém y luego del resto de Occidente, disponer en sus territorios de una fuerza
armada "gratuita" para hacer frente a los musulmanes les suponía una ventaja a la que no estaban
dispuestos a renunciar. Así, progresivamente, la modesta fuerza de apoyo al peregrino se convirtió
en un potente ejército. Esto estuvo muy bien mientras fue estrictamente necesario, pero al rey
Felipe, dejó de serle necesario. Es más, llegó a ser molesto el tener en Francia tan potente ejército
con el que además tenía una cuantiosa deuda económica. De hecho fueron los manipulados
tribunales franceses los únicos que condenaron a los Templarios.
El error templario estuvo en crecer para prestar apoyo a los intereses de la defensa de los reinos
cristianos, no por ambición, sino en el convencimiento de que era su obligación. Ello requería un
soporte financiero que inicialmente no tenían. De ahí a convertirse en una potencia económica
ambicionada por sus enemigos mediaron pocos años. De ahí a verse involucrada en la maraña
mundana que hace perder el Norte, cuando no oscurece la razón, pasaron posiblemente no más de
nueve años. Se convirtió en un imperio que, como todos los humanos, terminó cayendo.
Hoy
¿Por qué, entonces, nuestro interés en seguir sus pasos? ¿Por qué, si se equivocaron, no crear
mejor una O.N.G. al uso de hoy? Y sobre todo ¿porqué no limitarnos a ser un grupo más de caridad
o una asociación religiosa, la clásica Orden Tercera?
No podemos caer en el mismo error de tantas organizaciones neotemplarias que, de una u otra
forma, quieren ser los herederos de una tradición templaria que previamente han desarrollado a
4. partir de una historia llena de lagunas. No se trata de seguir sus pasos porque tropezaríamos en la
misma piedra, sino de recuperar su espíritu primitivo y proyectarlo en nuestro tiempo. Se trata de
resucitar el espíritu que animara a San Bernardo, en su Loa a la Nueva Caballería, a apoyar a estos
nuevos monjes contra viento y marea. En este línea de trabajo, deberíamos preguntarnos por qué
San Bernardo, un pensador tan potente, podía apoyar la fuerza bruta, la guerra,...El santo era
conocedor de la realidad en que vivía y comprendía que sus monjes poseían una fuerza intelectual y
moral muy grande, pero eso no era suficiente para enfrentarse a ese mundo que Jesús mismo había
anunciado al decir a sus discípulos "os envío como corderos en medio de lobos". Resultaba
inimaginable que estos monjes fueran capaces de defenderse a mandobles si llegaara la ocasión o
defender a otros que lo precisaran. Tampoco era cuestión de formar un grupo de gente en un arte, el
de la guerra, que él mismo no dominaba, porque carente de toda disciplina moral podía llegar a
convertirse en una fuerza de avasallamiento del débil. La propuesta procedente de Tierra Santa le
aportaba la solución: unos caballeros ejercitados casi exclusivamente en las artes marciales, con
unos principios reconocidos que, aunque en el común de la caballería se había pervertido,
persiguiendo beneficios y glorias mundanas, todavía constituía fuente de personas capaces de poner
al servicio de los demás su habilidad con las armas y su propia vida. Esto es algo que en los rituales
de ingreso al uso en las organizaciones neotemplarias se olvida. El aspirante a ingresar en el Temple
debe haber sido armado caballero antes de que el capítulo de la Orden lo admita. No se trata de
privilegios, ni de limitar el acceso a la Orden a un hipotético "estado noble", sino de asegurar que
quien ingresa en la Orden, ha sido capaz de demostrar, ya en la vida ordinaria, que está
dotado de las virtudes necesarias para las batallas espirituales que tendrá que acometer como
templario. Puede admitirse hoy día que el aspirante sea armado caballero en una primera sesión y
luego se someta al ritual de aceptación por los hermanos. Pero confundir una cosa con otra, es no
haber entendido el espíritu de los Pobres Caballeros de Cristo.
Resulta curioso y no sé si es fruto de la hipocresía o de la estulticia, que nadie se extrañe de ver
como los monjes budistas se ejercitan en las artes marciales y que, sin embargo, se mofen de las
ordenes de caballería, especialmente del Temple.
Repasemos, entonces, cuál era y cual debe ser nuestro motivo fundacional.
Para ello nada mejor que revisar la Regla Primitiva. Esa Regla de Vida que empezaba diciendo:
"Nos dirigimos, en primer lugar, a todos aquellos quienes, con discernimiento, rechazan su propia
voluntad y desean, de todo corazón servir a su Rey Soberano como caballeros y llevar, con
supremo afán y permanentemente, la muy noble armadura de la obediencia (...)" El comienzo
no puede ser más claro. Empieza exigiendo a los aspirantes a ingresar en la Orden:
I. Renuncia de sí mismo (de su voluntad) como suprema expresión de pobreza.
II. Deseo consciente y persistente (de todo corazón) de servir a Dios, único rey soberano por
derecho propio.
III. Una capacidad de obediencia que ha de ser extrema y permanente, en el convencimiento de
que esa actitud les protegerá contra los enemigos de este mundo.
Estas tres potencias eran atributos por los que la caballería laica tradicional abogaba, pero a favor de
un poder terreno que se suponia ejemplar. Lamentablemente, como dice la Regla,en su segundo
artículo, no siempre mantenía su "amor por la justicia". Se trataba de rescatar de esa caballería a
aquellos que intentaban mantener esa línea de actuación, pero que, con la solitaria fuerza de sus
armas, no podían hacer nada frente a los poderosos. Curioso, pero no dice nada de los musulmanes,
¿para qué si tenían los mismos defectos o peores en su tierra?
Concretando: estamos tratando de recuperar una fortaleza de espiritu que el Temple terminó por
perder con el paso de los años, arrastrado por las turbias aguas de los intereses de los poderes
fácticos.
5. Este fortaleza espiritual es la que nos difereciará de una simple O.N.G., y lo digo desde el máximo
respeto a estas organizaciones que realizan un encomiable trabajo.
Pero es que además, queremos ir más allá de la mera satisfacción de necesidades materiales. El
espiritu caritativo cristiano no termina ahí. Este espiritu se pone en pie de guerra cuando oye la
llamada desesperada del perseguido por la justicia, basada en una ley injusta; cuando un poderoso
individual, comunal, societario o estatal arroya al débil, sin recursos adecuados para defenderse;
cuando entes abstractos, tras los que se esconden intereses espurios, confunden a los pequeñuelos
del mundo, sumiéndolos en un materialismo absurdo; cuando "movimientos" sociales o políticos
manipulan las mentes indefensas; etc, etc.
Por todo eso es preciso recuperar el espíritu templario. Por todo eso y porque solo con el respaldo
de nuestro Rey Soberano que lo es de todos los hombres, lo llamemos como lo queramos llamar,
podremos ganar batallas, espirituales o materiales.
Solo me queda hacer un último apunte que no debemos perder de vista quienes, desde la Fé católica
queremos recuperar el espíritu de los Pobres Caballeros de Cristo. Con él se entenderá por qué
prefiero hablar de Pobres Caballeros de Cristo antes que de templarios.Establece la antes citada bula
de suspensión de la Orden que prohibe "expresamente a cuelesquiera que sea entrar de ahí en
adelante en dicha Orden, recibir o llevar su hábito, ni hacerse reconocer por Templario, y a quien
contraviniere incurrirá ipso facto en la sentencia de excomunión." Creo no equivocarme al asegurar
que en todo el texto de la bula se habla del Temple y de los templarios, pero no de su denominación
oficial como Orden de los Pobres Caballeros de Cristo del Templo de Jerusalém. De alguna forma,
que no puedo asegurar fuera intencionada, parece como si el Papa Clemente V hubiera querido
suspender la Orden, pero no su espíritu.
Non Nobis, Domine, non nobis sed Nomini Tuo da Gloriam