El autor critica que la informática obliga a escribir de forma incorrecta, sin acentos ni mayúsculas, lo que dificulta el pensamiento. Además, los diccionarios informáticos tienen un vocabulario limitado que no permite un análisis profundo. El autor compara esta situación con la torre de Babel, sugiriendo que Dios confundió a la gente obligándolos a escribir mal, inhibiendo el pensamiento.