2. Hola, me llamo adventista, soy laodicense, pero hoy no he sido tibio. Admito que soy impotente ante mi condición de pasividad y que mi vida se ve envuelta en un sinsentido, que es resultado de la falta de identidad.
3. Agradezco al Señor que no siempre me haya dado una vida fácil, para que pudiera llegar a la sensación de derrota que me ha hecho reemprender una nueva vida. Yo creía que controlaba la situación, pero no era así. Un laodicense tarda en reconocer su situación porque piensa que está bien, que es rico en su vida espiritual; pero eso no es cierto.
4. He vivido muchos años en la inconciencia hasta que mi espiritualidad se volvió ingobernable comencé por pequeñas actitudes de laxitud: “No pasa nada si cierro la tienda rayando la puesta de sol de un viernes o si estudio par aun examen en sábado. A fin de cuentas muchos lo hacen”
5. “No tiene importancia si no voy a la iglesia un viernes o falto un sábado; después de todo, es el día de descanso”. “Me gusta tanto esa chica de mi clase que voy a salir con ella; estoy seguro de que la convertiré para la iglesia”. La actitud se convirtió en una tendencia, y esta en una corriente de pensamiento.
6. Me sentía progresista y argumentaba que la iglesia tenía que modernizar. Eso de la misión de la iglesia y lo del mensaje de los tres ángeles era lago que debían cumplir tan solo los profesionales de la religión; para que les pagamos. Empecé a encontrar más atractivo mi entorno que el ambiente radical de la iglesia, e intenté jugar a dos bandas.
7. Nunca he sido muy fuerte y no quería romper con nada. Los sábados por la mañana, medio dormido, toleraba como podía el sermón. ¿No podían hacerlo más ameno? A la salida quedaba con los amigos en tener una noche intensa. Era pobre y no quería darme cuenta de ello.
8. Pesaba, sin embargo, que tenía todo bajo control. Un día me derrumbé, y me encontré con el Señor, que me daba otra oportunidad. Mi alma estaba desnuda, y él me visitó con su justicia; había perdido la visión espiritual, y me dio el colirio de su gracia. Me instó a que dejase de ser tibio y me arrepintiera.
9. Me dijo: “Solo durante 24 horas, baste a cada día su afán. Inténtalo solo ese tiempo”. Muchos piensan que eso de dejar de ser laodicense es cosa de fuerza de voluntad, y se equivocan: es un asunto de buena voluntad , la buena voluntad de Dios, que “desea que todos seamos salvos”.
10. He llegado a creer que tan solo un poder superior a nosotros mismos puede devolvernos la visión clara, el sano juicio. Es por ellos que pongo mi voluntad y mi vida al cuidado de Cristo. No te puedo inducir a nada, porque solo soy un laodicense, y de ello te hablo. Si deseas cambiar, aquí estoy para apoyarte; pero la decisión solo es tuya.
11. Ni yo, ni la iglesia ni el mismo Señor podemos tomar una medida por ti; tú debes decidir, personalmente cambiar de actitud. Te pido, eso sí, que hagas un inventario moral de ti mismo, porque aunque tú creas que lo haces, no tienes el control. He admitido ante Dios, y ante los demás seres humanos, la naturaleza exacta de mis defectos.
12. Solo reconociendo lo que hago mal puedo remediarlo. Doy gracias al Señor; porque me muestra su camino en la Biblia y puedo mirarme ante la Ley como si de un espejo se tratase. Soy pecador, aunque el resto del mundo posmoderno quiera “maquillar” mi situación. Saberme débil y necesitado de Dios es la única manera de sentirme fuerte.
13. Estoy totalmente dispuesto a dejar que Dios elimine los defectos de carácter que tengo. Mi arrepentimiento no es un ejercicio de verbalización sino el deseo más íntimo de cambiar. Soy un laodicense, pido perdón con facilidad; es más !lo reclamo! Por esa razón, voy a demostrar con mi vida que deseo un cambio radical.
14. Tengo que dejar de engañarme: el perdón no sirve de nada si no estoy verdaderamente arrepentido. Humildemente le pido a Dios que elimine todos los defectos de mi carácter. He hecho una lista de todas la personas a las que he ofendido y voy a intentar reparar el daño causado. Mis palabras ya no tienen, tristemente, valor, y he de expresar lo que siento con mis hechos.
15. No sé si haré bien, pero tengo la deposición más profunda de intentarlo. Si las personas dañadas no reaccionan como espero, no voy a enjuiciarlas; quien les hizo daño fui yo, y he de aceptarlo. No me volveré a excusar en la reacción de los demás; no deseo volver al mundo las excusas y la tibieza. Busco, por medio de la oración y la meditación, mejorar mi relación con Dios.
16. Le ruego que me muestre cómo he de actuar y que me dé fuerzas y que me dé fuerza para llevarlo a cabo. Sé que me ha bendecido con dones no para enorgullecerme sino para enorgullecerlo. Le pido que los días que he progresado no creen en mí una sensación de seguridad que me aparte de él.
17. Solo deseo no ser tibio las 24 horas de cada día; con eso, me conformo. Tras haber experimentado un despertar espiritual, como resultado de las decisiones anteriores, intento llevar este mensaje a otros laodicenses y practicar estos principios en todos los actos de mi vida. Agradezco a Dios que su hijo tocara mi puerta. He cenado con él, y anhelo hacerlo por la eternidad.