El Sr. Miller solía intercambiar productos de su almacén por canicas de niños pobres de la comunidad. Un día, intercambió una bolsa de algarrobas por la canica azul más valiosa de un niño llamado Barry, prometiéndole otra bolsa si traía una canica roja la próxima vez. Años más tarde, cuando el Sr. Miller murió, tres hombres jóvenes que habían sido esos niños se presentaron en su funeral, agradecidos por los "trueques" que les habían permitido comer