«Yo no me considero un político, soy un ‘emprendedor’. Estoy emprendiendo a pedido de muchas personas que confían en mí juicio y si ellos quieren que yo siga: ¡Estaré con ellos!»
1. 1
M O I S É S
“La vida es como una cámara:
tienes que enfocarte solo en lo importante,
captura los buenos momentos,
saca de lo negativo algo positivo
y si no sale como esperabas,
intenta una nueva toma”.
4. 4
PRÓLOGO
remunido de una prosa sencilla pero
cautivante, Moisés Mieses Valencia, nos
lleva a conocer, a través de su libro
“Moisés, autobiografía de un emprendedor”, las
singulares características que rodean su vida desde
el inicio de sus días hasta lo que él mismo llama
consolidación de su vida empresarial y gremial.
Efectivamente, resulta conmovedor leer
desde el primer capítulo la forma cómo al nacer es
excluido por su madre biológica para luego ser
acogido por una pareja de esposos de extracción
humilde que le prodigan el amor más cálido y
sincero.
Enternece la figura de “Mamachipe”, la
abuela materna que se convierte en su santa
protectora y es la que le inculca las primeras ideas
y principios que forjaron su personalidad y
cincelaron su vocación empresarial. Más adelante
su tía Marta reforzaría estas enseñanzas.
El entorno de su barrio de Ancieta Alta, en
el populoso distrito de El Agustino, donde pasó
sus primeros años de vida, es alucinante. El hecho
de estar rodeado de cementerios, uno de ellos el
más grande de América Latina, como es el
P
5. 5
cementerio El Ángel, le dan un peculiar marco a la
historia.
Allí, en un cementerio, Moisés ganó su
primera moneda trabajando como cuidador de
autos. Allí, en un cementerio, Moisés aprendió a
sobrevivir, a ganarse la vida solo para no depender
de nadie. Allí, en un cementerio, Moisés aprendió
a defender su dignidad enfrentándose al matón del
barrio. Allí, en un cementerio, Moisés descubrió
sus debilidades y fortalezas como la de ser un
esforzado innovador. Allí, en un cementerio,
Moisés supo enterrar el pasado doloroso de su
nacimiento para surgir a la vida como
emprendedor.
Los capítulos siguientes no están exentos
de vivencias motivadoras que capturan la lectura
gracias a ese particular estilo de quien escribe con
el corazón en la mano.
Tan así que nos describe con peculiaridad
sus días de vendedor de pescado en las antiguas
calles de Barrios Altos, con las manos heridas al
destajar apurado los bonitos, los jureles e infinidad
de especies marinas, antes de partir a sus estudios
superiores a cuyas aulas–debido a la falta de
tiempo para un adecuado aseo– ingresaba algunas
veces oliendo a pescado y lleno de escamas.
Sin duda, su deseo de superación es
conmovedor, como también es conmovedor
imaginarlo –en otro capítulo de su autobiografía–
yendo de puerta en puerta vendiendo lo que podía
con una destreza asombrosa. Indudablemente,
desde muy joven Moisés ha mostrado tener pasta
para las ventas. Su capacidad de convencimiento y
de liderazgo, es algo innato en él y ello le ha
6. 6
deparado gran parte del éxito del cual goza en la
vida.
Luego, más adelante, Moisés nos relata la
forma cómo se sumerge en el competitivo negocio
de la fumigación y de qué manera va adquiriendo
el conocimiento necesario para crear su propia
empresa.
Aquí sale a relucir de qué madera está
hecho. En esta parte de su narrativa –que se hace
más envolvente– Moisés nos traslada a los días
aurorales de su empresa de fumigación que crea a
los 18 años de edad y en el afán de cumplir con sus
clientes iba hacia donde ellos estaban montado en
una moto la cual él conducía acompañado de un
ayúdate y cargado de todo el equipo necesario para
cumplir con el servicio.
Igualmente, digno de resaltar, fue su
ingreso a la universidad Inca Garcilaso de la Vega
a donde llegó para estudiar su segunda carrera:
Derecho y Ciencias Políticas. Por esos días él ya
era un joven empresario consolidado. En esa etapa
fundó la asociación Juventud por el Cambio, a
través de la cual canaliza una serie de actividades y
gestiones primero académicas y políticas, luego
actividades tendientes a impulsar las buenas
prácticas empresariales.
Motivador y extraordinario fue su paso por
la directiva y luego en la conducción general de una
organización como es la Confederación Nacional
de Comerciantes, CONACO. En cuatro
oportunidades fue presidente de esa institución a
la que sirvió 10 años. Tiempo durante el cual logró
impulsar la gestión rectora de dicha institución a la
que encontró en un estado por demás decadente.
7. 7
Obviamente, la política no podía serle
ajena. Su capacidad de gestión y liderazgo natural
entre los emprendedores lo convirtieron en el
candidato preferido de muchas agrupaciones
políticas que lo querían tener de candidato a la
alcaldía de Lima el 2014.
Entre todas, Moisés eligió el Partido
Humanista del entonces congresista y ex primer
ministro del segundo gobierno de Alan García,
Yehude Simon Munaro.
En su autobiografía, Moisés nos narra
cuando fue invitado a participar en las filas de
Fuerza Popular para candidatear al Congreso de la
República en las elecciones del 2016:
lamentablemente aquellos enemigos del éxito
ajeno lograron mellar la imagen de Moisés Mieses,
en redes sociales y ante la prensa con infundios,
por ello prefirió presentar su carta de renuncia al
partido que lo había invitado a estar nuevamente
en política y no participó de las elecciones
congresales.
Moisés se abocó a seguir apoyando a los
jóvenes emprendedores de Juventud por el
Cambio y a empresarios emergentes en todo el
país a través de CONACO hasta que decidió
alejarse de estas instituciones dejándolas en buenas
manos y poner una pausa en su vida para elaborar
este libro y luego consolidarse académicamente
hasta que Dios decida su destino.
En resumidas cuentas, la autobiografía de
Moisés es una obra digna de leerse. Es de fácil
lectura y muy aleccionadora. Está llena de
vivencias dolorosas y alegres que confirma los
matices del cual está pintada la vida, más aún
cuando de un emprendedor se trata, de un
8. 8
emprendedor que, como Moisés, ha sabido caer y
levantarse con tan rápidos reflejos que el fracaso
es casi imperceptible.
CARLOS AÑAÑOS
Ex Gerente General del Grupo AJE
Presidente del Patronato Pikimachay
Promotor de la Marca Ayacucho.
9. 9
JUSTICACION POR HABER ESCRITO
ESTE LIBRO
a noche del 10 de junio del 2019, en el
auditorio de la Confederación Nacional
de Comerciantes (CONACO), un grupo
numeroso de empresarios, entre los que
destacaron varios jóvenes emprendedores –así
como personalidades del ámbito académico,
empresarial y político del país– se reunieron, para
acompañarme en uno de los momentos más
emotivos de mi vida.
Tras diez años de participación activa en el
desarrollo institucional de la CONACO, había
llegado la hora del adiós.
De esos diez años, cuatro de ellos, ocupé
el cargo de presidente de manera intercalada. Sin
duda, todo un reto. Directivos, socios y
trabajadores se acercaron para agradecerme, y
despedirse muy emocionados.
El más emocionado fui yo. Me sentía feliz
y satisfecho por el trabajo realizado al frente de la
CONACO, una de las instituciones más
representativas del empresariado nacional, con
más de setenta años de fundación.
—Damas y caballeros, quiero agradecer al
señor Moisés Mieses, todo el esfuerzo y dedicación
L
10. 10
otorgado por su persona en el relanzamiento de
nuestra querida institución.
Allí estaba Eduardo Estrada, el gerente
general de la CONACO, frente al micrófono,
dirigiéndose al grupo de invitados que esa noche
habían colmado el auditorio.
—Para mí —continuó hablando— es un
momento triste, porque uno de los ejecutivos más
brillantes de la CONACO decidió dar un paso al
costado, luego de diez años de fructífera labor
dirigencial. No quiero desaprovechar este
momento para reseñar –brevemente– lo que
significó el paso de Moisés por la CONACO. El
no hacerlo, sería injusto y es por ello que quiero
resaltar que, durante el presente año, recorrió
indesmayablemente las veinticuatro regiones que
conforman la patria, donde visitó a todos los
socios y recibió el afecto de ellos, con quienes viajó
en las primeras misiones comerciales que organizó
la CONACO, las cuales fueron encabezadas por él
y que tuvieron como destino países como Brasil,
Estados Unidos, República Popular China,
República Dominicana, República de Panamá,
Emiratos Árabes Unidos, entre otros igualmente
importantes.
—Asimismo, tengo la seguridad que varios
hombres de negocios –amigos que hoy están
presentes– recordarán las veces que Moisés los
apoyó en el crecimiento y éxito de sus negocios,
seleccionándolos incluso para que puedan ser
premiados, tanto en los círculos empresariales
privados como en los públicos, logrando de esa
11. 11
manera, obtener el justo reconocimiento a su labor
empresarial en bien del país.
—Igualmente, quiero dejar constancia de
cómo Moisés, durante todo el tiempo que estuvo
con nosotros, recorrió el país, de manera
permanente, para dictar charlas de capacitación en
calidad de invitado especial, por diversas
instituciones como las Cámaras de Comercio y
Colegios Profesionales de distintas regiones del
país. Sin duda, una labor titánica sin precedentes
en los últimos treinta años de la CONACO, e
incluso, comparado a la labor que –en su
momento– realizara Herless Buzzio, otrora líder
histórico de la Institución.
Acabada su alocución, Estrada cedió el
micrófono a otros invitados y directivos que
quisieron igualmente agradecer el trabajo que
modestamente yo había realizado en bien de la
CONACO.
Acabada su alocución, Estrada cedió el
micrófono a otros invitados y directivos que
quisieron igualmente agradecer el trabajo, que
modestamente, yo había realizado en pro de la
CONACO.
Acto seguido, la licenciada Giovanna
Pérez, quien esa noche también había juramentado
como nueva presidenta de la institución, me hizo
entrega de un reconocimiento.
No negaré que fue un momento muy
emocionante y gratificante para mí. Como
tampoco negar, que sentí profunda nostalgia
aquella noche, frente al paso que iba a dar.
Al hacer uso de la palabra, no me quedó
otra que devolver los agradecimientos. Es que
nada de lo realizado hubiera sido posible sin el
12. 12
apoyo de los directivos, de los trabajadores y los
colaboradores.
Le confesé a los presentes, que el
verdadero motivo de mi alejamiento era la
búsqueda de nuevos horizontes profesionales en
mi vida y lamentablemente, no iba a ser posible si
no cerraba el ciclo vivido en la CONACO.
Nuevos retos se me presentaron. Debía
prepararme tanto técnica y académicamente, ya
que necesitaba darle a mis carreras de contabilidad
y derecho mayor consistencia, para lo cual, debía
culminar mi maestría en Gestión Pública y en
paralelo llevar mi MBA en la Escuela de Negocios
(Barcelona, España), que está asociada a la
Universidad Isabel I (España). Luego, continuaría
la culminación de mi ciclo académico con un PhD
«Doctorado».
Con todas estas ideas rondando en mi cabeza,
la noche de la despedida en la CONACO –sentado
al día siguiente frente a mi escritorio– recordé todo
lo que aconteció en mi vida para llegar hasta aquí
y decidí poner en pausa, todas mis ocupaciones
laborales como mis distracciones personales con el
fin de terminar este libro antes de viajar a España.
Aclaro que mi biografía la comencé a
escribir en el año 2014, cuando fui candidato a la
alcaldía de Lima. Ese momento fue especial y de
plena felicidad para mí, ya que era el protagonista
de una etapa tan singular en mi vida, puesto que
incursionaba en política, un terreno que de alguna
manera no me era extraño y el cual siempre me
atrajo.
Como en aquellos tiempos en los que
escuchaba corear mi nombre por la multitud que
clamaba «¡Moisés, el emprendedor, es el nuevo
13. 13
rostro de la política!», así también, en la
CONACO, la noche de la despedida, varios
aclamaron mi nombre, lo cual me convenció para
terminar de escribir mi autobiografía, para
satisfacción personal y también para varios jóvenes
emprendedores que se identificarán con mi
historia, puesto que sabrán recoger el mensaje,
pues la vida te coloca muchos obstáculos y retos,
pero es uno quien decide su destino con el favor
de Dios.
Finalmente quiero expresar mi gran
satisfacción de poder hacer llegar este libro a tu
persona porque sé que valoraras cada capítulo que
me atreví a compartírtelo ya que no me avergüenzo
de nada y doy gracias a Dios haberlas vivido por
que ahora servirán de inspiración a muchos y
espero de todo corazón que nunca dejen de
emprender así sea todo adverso siempre atraerás
nuevas oportunidades alcanzando la felicidad
deseada.
15. 15
HOSPITAL HIPÓLITO UNANUE
ulio es un mes frio, En el que se juntan el
rezagado otoño con el invierno. La humedad,
muy limeña, es un tema aparte, pues te hace
crujir los huesos.
En ese mes, del año 1977, un día 22, fecha
próxima a las celebraciones por Fiestas Patrias,
justo cuando el reloj de la partera daba quince
minutos para el medio día, nací en el Hospital
Hipólito Unanue de El Agustino, conocido, como
el hospital de los pobres.
En realidad, debí nacer en el mes de
setiembre. Me adelanté y lo hice a los siete meses
de concebido. Ahora, visto a la distancia del
tiempo, considero que no quise seguir esperando y
quise enfrentar la vida lo más pronto posible.
Desde entonces, la impaciencia ha sido mi mayor
característica.
Envuelto en mantas, me colocaron en la
incubadora. «Pobre niño, está muy bajo de peso»,
dijo una enfermera alzándome entre brazos. Mi
frágil cuerpo de niño sietemesino necesitaba el
calor artificial de una máquina.
Pocas horas después, un biberón
reemplazó el pecho materno. Pero no solo fue el
biberón, también fueron brazos ajenos los que se
animaron a cargarme, a estrecharme, a darme
afecto. El primer desafío en mi vida se me
presentó en ese instante de manera sorpresiva.
J
16. 16
De golpe, con premeditación y alevosía,
pasé a engrosar aquella dolorosa estadística de los
niños cuyas madres no los quieren tener y se los
entregan a quienes sí quieren hacerlo. Así de
simple y doloroso.
Mis padres sustitutos, Juan Mieses y
Eudalia Valencia, aquellas humildes personas que
me acogieron, me observaban desde el otro lado
del vidrio que separa la zona de incubadoras del
área común. Allí estaba yo, cubierto de sangre y
líquido amniótico, inerme, pequeño y enfermo.
También estaba con ellos, mi abuela Ceferina,
«Mamachipe», la matriarca de la familia y quien
sería una persona gravitante en mi vida.
— ¿Qué les parece si le llamamos Moisés?
— Preguntó sonriente mi abuela. Tal vez se le
ocurrió el nombre por la historia del libertador
hebreo que fue abandonado por su madre en el rio
Nilo y de cuyas aguas fue salvado.
—Sí, me parece un bonito nombre —
Asintió mi madre. Fue así y quedó mi nombre
colocado en el registro.Al día siguiente, en medio
de una persistente llovizna, abandoné la
maternidad. Mi madre biológica ya lo había hecho
antes sin preguntar por mí.
Cuando reviso esta parte de mi vida
recuerdo lo que una vez me dijo un profesor:
«Todo es relativo en la vida. Nada es absoluto.
Hasta el amor de una madre lo es ¿No sabes acaso
de madres que llegan a matar a sus hijos?». Esa
pregunta final, martilló mi cabeza por mucho
tiempo, ya que mis padres me confesaron que mi
madre biológica había decidido abortarme pero
que ellos le pidieron que me tuviera porque se
encargarían de mí. Triste pero cruda realidad.
17. 17
En un principio, cuando tuve que afrontar la
verdad, no pude concebir que un sentimiento tan
grande y hermoso como es el amor que una mujer
siente por su hijo, no sea algo de lo cual las
personas podamos sentirnos absolutamente
seguras, ya que también puede pervertirse y
ocasionar el mayor de los daños. Sin duda, una
realidad terrible que iría asimilando con el
transcurrir del tiempo.
“Considero que no quise seguir esperando y
quise enfrentar la vida lo más pronto
posible. Desde entonces, la impaciencia ha
sido mi mayor característica”
18. 18
CAPÍTULO DOS
AA. HH. ANCIETA ALTA – EL AGUSTINO
ras el episodio de mi nacimiento, mi
niñez transcurrió tranquila. Obviamente,
en la familia, entre la gente que formaba
parte de mi entorno, había una especie de
complicidad colectiva, un implícito acuerdo de
callar lo ocurrido, de ignorarlo. Muchos se
preguntaban ¿cuál sería mi reacción de adulto al
enterarme de la verdad?
—Ese niño está madurando rápido —
Murmuraban mis tías en las fiestas familiares ya
que logre caminar y hablar antes que cualquiera de
mi edad. De seguro, un leve shock eléctrico las
invadía ante la inminente llegada del crucial
momento de la verdad.
El asentamiento humano Ancieta Alta,
ubicado en El Agustino, fue el escenario de mis
primeros años de vida. Tuve de vecinos a los
finaditos que dormían el sueño eterno en los
cementerios El Ángel y el Presbítero Maestro. Sin
duda, vecinos muy singulares.
Recuerdo con agrado aquellas noches de
luna llena cuando los cementerios lucían
iluminados. El mármol de los mausoleos reflejaba
la luz lunar. Todo se veía blanco, brillante. Parecía
que los muertitos estaban alegres y salían de sus
tumbas. Sus sombras aparecían fugases entre las
paredes de los cuarteles. Era todo un espectáculo.
T
19. 19
—Ya estoy acostumbrado a las
apariciones. Ya no me asusto —Contaba un viejo
guardián del Presbítero que decía haber
conversado con muchos fantasmas ilustres. Uno
de ellos –aseguraba– que era el presidente Leguía.
«También he conversado con gente que luchó en
la guerra contra Chile», agregaba. Luego, supimos
que una botella cargada de yonque era su gran aliada
en las largas noches de vigilia. Era ella la causante
de tanta desinhibición, de tanta valentía y la
causante –también– de la cirrosis que lo llevó
tiempo después a la dimensión desconocida.
También formaban parte del entorno, los
soldados del Cuartel La Pólvora, muchachos
delgados y de cabeza rapada que habían sido
víctimas de las ‘famosas’ batidas, los cuales eran
llevados al cuartel, para que hicieran su servicio
militar obligatorio.
Los recuerdo con sus uniformes verde
olivo, colocando tranqueras, obstaculizando el
paso vehicular con sus tremendas ametralladoras
colgando de sus hombros.
—No hay pase señor, vaya por otro lado
—Gritaban apuntando con sus armas a los
conductores que tenían que obedecer
calladamente y desviar su rumbo.
No era para menos. Por entonces, mi país,
fue víctima del terrorismo más despiadado y con
sangrientos atentados que se habían trasladado del
interior a la ciudad capital.
Los terroristas no respetaban a nada ni a
nadie. Hasta los cuarteles del ejército, junto con las
comisarias, estaban en la mira de su cobarde
actuar.
20. 20
Casualmente, recuerdo que, al medio día
un 3 de junio de 1989, a la altura de Barrios Altos,
un ómnibus que había salido de otro cuartel
llamado Barbones con cuarenta y siete soldados y
oficiales del ejército para realizar el cambio de
guardia en Palacio de Gobierno, fue el blanco de
un terrible atentado terrorista que dejó siete
soldados muertos y un centenar de heridos. Eran
días difíciles para mi país.
Mis padres sustitutos, siempre fueron
gente trabajadora. Mi madre (huancaína) tenía un
pequeño negocio de huevos en un pequeño
mercado frente al hospital Santo Toribio de
Mogrovejo, en Barrios Altos, y mi padre
(ayacuchano de nacimiento y corazón), trabajó por
las noches como estibador en el Mercado
Mayorista de Frutas.
A Eudalia, mi madre, siempre la contemplé
–desde mi perspectiva de niño– como una mujer
de carácter complicado. Siempre la noté dura y
más tarde comprendí que era así, porque la vida se
lo exigía. El trabajo en el pequeño mercado le
permitió no solo llevar el pan a la mesa del hogar,
sino también a costear el estudio de sus hijos.
Siempre la noté como una emprendedora a carta
cabal. Nunca la vi flaquear o angustiarse frente a
cualquier problema que la vida le colocara. Sin
duda, a lo largo del tiempo, supo conservar esa
personalidad singular.
Por su lado, Juan, mi padre, estuvo siempre
en las antípodas de mi madre. A él lo reconozco
con un carácter noble, apacible pero irreductible
en sus convicciones. Siempre responsable con las
obligaciones de la casa y muy trabajador. Su
empleo de estibador nocturno, no me permitió
21. 21
verlo de niño con continuidad, pues cuando salía a
trabajar, yo ya estaba durmiendo para ir al colegio
muy temprano; más cuando me levantaba, él ya
estaba en su cama durmiendo.
Mis hermanos mayores, Pablo y Marlene,
siempre se mostraron afectuosos conmigo. Al
margen de cualquier natural desencuentro
producto de la edad, siempre ha existido hasta hoy
solidas muestras de cariño en ambas partes.
Alguna vez pensé que ellos también se
habían enterado de la verdad de mi nacimiento
mucho antes que yo pero supieron guardarlo con
celo. Pero luego me convencí que les dió igual que
yo lo supiera algún día. Para ellos nada cambiaría.
Nuestro trato sería siempre fraternal.
— ¡Moshe! Acompáñame a comprar.
Corre, rápido —Era mi Mamachipe, mi abuela que
me llamaba con su dulce voz. Ella me había puesto
ese sobre nombre con mucho cariño. Fue mi
protectora, mi guía, mi sensei. Fui muy feliz a su
lado durante mis primeros años de vida. Nunca me
despegaba de ella. Pasaba más tiempo a su lado que
con mi familia y dormía junto a ella durante toda
mi niñez, acompañándola, arropándonos
mutuamente.
Debo reconocer, sin pecar de falsa
modestia, que desde niño me gustó ser
competitivo. Mis amigos de la IE 1044, que luego
cambiaron de nombre y le pusieron “María
Reiche”, fueron testigos de mis triunfos en las
canicas1
, el trompo, la pelota y en cuanto juego que
los niños practicábamos en aquellas épocas de
1 Son pequeñas esferas de vidrio, alabastro, cerámica, arcilla,
metal, cristal, acero, piedra, mármol,madera o porcelanaque
se utiliza en diversos juegos infantiles.
22. 22
terrorismo e inflación, en las maltrechas calles y sin
luz pública en El Agustino. No obstante, también
hubo momentos en que supe morder el polvo de
la derrota, pero ello me acicateaba en lugar de
amilanarme.
—Vamos gordo Héctor, nos jugamos otra
—Le insistía a mi vecino cajamarquino cuando se
trataba de revertir una derrota. No dejaba que el
ganador disfrutara su triunfo por mucho tiempo.
De nuevo rodaban las canicas y yo iba en
busca de las de mi adversario. “Todas tienen que
estar en mi bolsillo”, pensaba. Y así era. Tras una
frenética faena le ganaba las canicas a mi oponente,
recuperaba las mías y también mi orgullo. Con las
manos polvorientas y sucias el uniforme, entraba a
casa con sed y hambre. Felizmente nunca faltó un
pan, una sopa ni un buen guiso. Más tarde, llegaría
el tazón con avena, oliendo a clavo y canela. Ese
fue el olor de mi niñez, de mis atardeceres.
Al día siguiente la escena era clásica: el
timbre de salida y los alumnos en tropel, cada
quien a poner en juego sus habilidades. Unos se
iban a jugar fútbol a una ‘cancha amplia’ que
quedaba en las inmediaciones, otros sacaban sus
trompos de afiladas puntas que, como gallos de
pelea, buscaban partir el trompo del adversario.
Las canicas mantenían su encanto: las bolitas de
vidrio diestramente lanzadas con una calculada
dosis de fuerza y puntería, rodeaban el borde de
los ñocos2
por unos segundos antes de caer dentro
de manera irremediable y triunfadora.
2 Son pequeños agujeros que se hacían en la tierra, donde se
introducían las canicas.
23. 23
Si bien en los años 80 los juegos
tradicionales aún conservaban muchos adeptos
entre los niños y adolescentes, también diré que los
juegos electrónicos como Pac-Man, Atari, Street
Fighter, entre otros, ya habían iniciado su conquista
en la preferencia de los muchachos. Sin duda, toda
una revolución pero que no eran de mi preferencia
ni de mis amigos. Nosotros nos inclinábamos más
a las canicas, el trompo y la pelota.3
Una tarde, con mis amigos del barrio, se
nos ocurrió jugar una pichanguita. La idea era
enfrentarnos entre nosotros para comenzar a
medir quién era el mejor pelotero del grupo y
entonces dividí el equipo en dos, teniendo de
adversario a mi primo Beto: popular “Cabezón”.
—Ya, a ver, ¿jugamos apuesta o así nomás?
—Pregunté y todos estuvieron de acuerdo que
mejor era una apuesta.
—El que pierde se pone la gaseosa —dijo
mi amigo Rulo, un afroperuano que a pesar de su
corta edad, era, en ese momento, un gigante, el más
alto de todo el grupo.
–Sale —sentenció mi primo Beto, quien
colocó la pelota al centro e inició el juego con un
pase en corto al “Matarrata” Eddy, el más chibolo
del grupo que era hijo de la señora Luisa, una
vecina del barrio. Éramos cinco contra cinco
jugándonos la vida en una cancha de tierra que
tenía por arcos unas piedras que asomaban
producto de las obras de agua y desagüe que
habían comenzado a realizar por la zona.
3 ‘La pelota’, llamado así, al juego de mini-fútbol que se
realiza en un barrio.
24. 24
Como señalé líneas arriba, nunca me gustó
perder y menos jugando a la pelota. Esa tarde del
verano del 84 estuve inspirado. Me salió de todo.
Con mis patas de equipo hicimos diabluras. A mi
primo Beto le hice tres huachas y varios goles
cuando le tocó jugar de arquero. Sentía su mirada
llena de ira hacia mí. Era un piconazo de marca
mayor. Sus lisuras enrarecían el ambiente, pero
igual, yo seguí marcando goles en su arco. Estaba
amargo. No perdonaba que le estuviéramos
ganando y por goleada.
Hasta que en una de esas, mi amigo el negro
Rulo tiró un pase largo y yo corrí hacia la pelota
pero antes de llegar, una patada artera me elevó y
caí pesadamente sobre la dura tierra. Me comencé
a frotar el costado del cuerpo. Me dolía mucho,
pero más me dolía que hubiera sido mi primo el
«Cabezón» el autor de tremendo faul. No adivinaba
que otro faul más artero y doloroso estaba por
venir.
— ¿Qué pasa? ¿Por qué me pateas así? —
Le increpé y me fui encima de él. Me esquivó y
comenzó a reírse. —“Calla idiota —me insultó—
tú no eres hijo de mis tíos. Tu mamá te abandonó”.
Le quedé mirando con un marcado gesto
de incredulidad en mi rostro. Los demás jugadores,
tanto de mi equipo como del contrario, me
quedaron mirando. Todos estaban a mí alrededor
y ya no sentía dolor en el cuerpo sino en el alma.
Las palabras proferidas por el «Cabezón» me
habían sacudido y me tumbaron nuevamente.
—Vamos, anda a tu casa y pregúntales a
tus viejos, que te digan la verdad —Fue la
respuesta final antes de recibir la tremenda golpiza
que le di.
25. 25
—No le hagas caso Moshe —me decía uno
de mis amigos, el apodo de mi abuela había pegado
en el barrio— Ese idiota es piconazo e inventa
estupideces.
Nos tuvieron que separar, tras ver que le
estaba dando de alma a mi primo. Luego me alejé
de ellos. Por un momento no supe a dónde ir.
Estaba aturdido.
Recuerdo que tenía siete años cuando viví
aquella experiencia, como también, recuerdo la ira
con la que pensaba en mis padres. Me los
imaginaba riéndose de mí junto con el resto de la
familia. Deseaba tenerlos cerca en ese momento
para preguntarles ¿por qué me habían mentido
sobre algo tan importante para mí?
Recuerdo que respiré hondo y me decidí ir
a casa. Tenía que salir de dudas cuanto antes. No
podía esperar más.
—Papá, ¿dónde está mamá? —pregunté y
vi que mi padre estaba preparándose para irse a
trabajar. }
—No sé, parece que salió a la bodega —
contestó sin mirarme— ¿Por qué?, ¿qué ha
pasado? —Me preguntó acercándoseme. Yo
estaba sentado en el sillón con el rostro hundido
en el pecho. Mi corazón latía muy fuerte.
Mi padre me tomó de la barbilla, me alzó
la cabeza y se dio cuenta de las lágrimas que caían
por mi rostro.
— ¿Por qué lloras? ¿Qué ha pasado? —Me
volvió a preguntar pero calmado, como si
adivinara lo que había ocurrido. Además, él sabía
que yo podía renegar mucho pero casi nunca llorar.
Así aprendí a ser fuerte.
26. 26
En ese instante mi madre abrió la puerta e
ingresó con unas bolsas que depositó sobre la
mesa y se me acercó. Se mostró perturbada y
nerviosa. Pensó por un momento que algo grave
me había ocurrido en la calle, tal vez un accidente.
— ¿Qué te ha pasado muchacho? ¿Por qué
lloras? ¿Dónde te has golpeado? —Preguntó
asombrada. Mi padre se había sentado a mi lado y
me tenía de los hombros.
— ¡Por Dios Santo!, ¿es que nadie me va a
decir qué ha pasado? —Mi madre comenzó a
encolerizarse. Me tomó de los brazos y me puso
de pie, revisándome de arriba abajo.
— ¿Por qué no me dijeron la verdad? —
pregunté.
— ¿Cuál verdad? —Respondió mi madre
apartándose unos metros de mí pero sin dejar de
mirarme a los ojos.
Mi padre observó su reloj y dejando su
bolso a un lado, se puso de cuclillas a la altura de
mi cara y comenzó a secarme las lágrimas con sus
manos que las sentí ásperas. Eran manos de
hombre de faena, manos rudas.
—Sea cual fuese la verdad que hayas
escuchado, la única que vale es que tu madre y yo
te queremos mucho. Ella y yo somos tu verdadera
familia y estaremos siempre para ti ¿entendido? —
Fue la respuesta de mi padre, la cual me impactó.
Hasta ahora lo recuerdo. Fue tajante y dulce a la
vez. Con una calma propia de un cura cuando te
absuelve de tus pecados.
— ¡Dime! ¿Quién te ha dicho estupideces
en la calle? ¡Dímelo! Para ir y sacarle la «M», ¿qué
tiene la gente que meterse en la vida ajena? —
Preguntaba mi madre totalmente dolida y
27. 27
mortificada. Pensaba que había sido una de sus
hermanas o alguna vecina chismosa.
—Mira Moisés —mi madre se me acercó
con una energía atemorizante. Alzó su dedo índice
sobre mi rostro y comenzó a moverlo como la
batuta de un director de orquesta— tú eres mi hijo
y lo serás siempre. Eres aún muy niño para
entender las cosas de los mayores, pero algún día
conversaremos y te diré cómo ocurrió todo. No
hagas caso de las habladurías.
Una vez que dijo esto, se retiró a la cocina.
Mi padre me quedó mirando, me sonrió y se
marchó a trabajar. Ya era casi de noche,
comenzaba su turno y afuera la luna llena brillaba
otra vez iluminando los cementerios. Los
muertitos nuevamente destellaban alegremente.
“Sea cual fuese la verdad que hayas
escuchado, la única que vale es que tu
madre y yo te queremos mucho. Ella y yo
somos tu verdadera familia y estaremos
siempre para ti”.
CAPÍTULO TRES
LAS AFUERAS DEL CEMENTERIO
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l primer sentimiento que me invadió,
tras la revelación de mi nacimiento, fue
tener que valerme por mí mismo. Surgió
en mí la necesidad de no merecerles nada a mis
padres. Es más, pensaba que no tenía derecho a
nada que ellos me dieran, ni siquiera a su cariño.
Sin duda, una situación difícil y de mucho encono
para ser enfrentada por alguien que aún era un
niño.
Acabaron las vacaciones y volvimos al
colegio. Nuevamente el recreo, la pelota, las
canicas, los juegos. Todo era normal menos mi
vida. Me sentía marcado como cuando nos
colocan una señal en la frente o en los brazos y la
gente sabe que no eres igual que ellos. Que eres
alguien especial pero inferior. Sin duda, saber la
verdad dividió mi vida en dos: un antes y un
después.
Al menos mi carácter y mi personalidad
fueron mi mejor coraza. No era un buen alumno
en el colegio, pero tampoco una calamidad.
Aprobaba mis exámenes y ganaba concursos de
literatura y dibujo. También jugaba en la selección
del colegio.
—Vaya Moisés ¡Qué bonito diploma! —
decía mi madre cuando le entregaba los diplomas
que ganaba en los concursos del colegio. Luego los
llevaba al mercado para que el vidriero los
enmarcara.
Mi primera ilusión –sentimental– me llegó
a muy corta edad. Sin duda, me ayudó a madurar.
Vivía perdidamente enamorado de una niña que
E
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pasaba siempre por la puerta de mi casa
acompañada de su hermano. Los tres éramos
contemporáneos y yo nunca quise exteriorizar mis
sentimientos hacia tan linda niña. Ella y su
hermano eran hijos de la señora Bertha Zapata,
quien fue una gran dirigente vecinal.
—Moisés, ¿qué haces ahí en la puerta con
cara de tontito mirando a esa niña?
Eran mis primas mayores, Nelly y Haydee,
que al salir del corralón donde vivíamos me vieron
obnubilado por mi pequeño amor platónico.
— ¡Nada! —Les dije— Solo estaba
mirando a las personas pasar. No sé de qué niña
me hablan. Conteste nervioso. Tenía demasiada
vergüenza que supieran que sentía algo por ella.
— ¡Vamos! —Me dijeron agarrándome
cada una de una mano— dile que te gusta y listo.
Si ella quiere te corresponderá, sino, olvídate de
ella para que no estés así, que ya te hemos
observado bastante tiempo y pareces loquito.
— ¡No! —Respondí muy enérgico— No
quiero que sepa que me gusta, me da mucha
vergüenza. Forcejeando con mis primas logre
zafarme e irme corriendo a mi cuarto asustado. Esa
fue mi primera experiencia sentimental.
Tiempo después, entablé amistad con
Alex, el hermano de la niña de mis sueños y le
pregunte por su hermana y me contestó: “¡Cómo!
¿No sabes?, ella falleció”. La respuesta me impactó
demasiado. Sentí una angustia tremenda
anidándose en mi estómago. Sentí ganas de llorar
a cantaros. Esa experiencia me marcó para siempre
y me enseñó que en la vida no se debe dejar pasar
las oportunidades ya que a veces solo se presentan
una sola vez.
30. 30
En definitiva, lo mío no era lo sentimental
pero si lo laboral, ya que desde muy niño tuve la
necesidad de trabajar y ganar mis primeros
centavos. Esos centavos que me permitirían ser
independiente y a valerme por mí mismo.
Por allí, escuché una vez, que Dios aprieta
pero no ahorca y en mi caso esa ley se aplicaba
cuando veía a mí querida abuela Mamachipe. Ella,
como ya lo señalé, era un remanso para mí. Fue
quien moldearía mi personalidad y me enseñaría
todo aquello que –a la larga– me ayudó a tener
éxito en la vida.
—Por favor hijo, cuídame la carreta que
voy un rato adentro —Mamachipe tenía una
carreta de madera con ruedas y yo la ayudaba a
cuidarla. Allí vendía gaseosas, golosinas y demás
dulces. La colocaba a la entrada de un corralón que
era de su propiedad. En un cuarto de ese corralón,
vivía ella sola, mientras que en otros cuartos, vivía
el resto de la familia.
El negocio de Mamachipe —
emprendimiento del cual yo era su socio—
quedaba prácticamente en las afueras del
cementerio que era la sexta puerta del Presbítero
Maestro, por donde transitaban muchas personas
que iban a visitar a sus difuntos, y otros, a dejar
nuevos inquilinos. En ambos casos, decenas de
autos se estacionaban en fila hasta llegar a donde
se encontraba la carreta de mi abuelita.
Un día, cuando estaba con mi abuela
acomodando unas botellas de gaseosas, un señor
le pasó la voz y le pidió que le hiciera el favor de
cuidarle su auto.
—Señito, un ojo por favor, en un rato
salgo —Mi abuela le quedó mirando y le gritó que
31. 31
sí, que no se preocupara. El hombre le hizo unas
señas y se metió al cementerio.
—Moshe, anda cuida el auto del señor.
Cuando salga le cobras —Mi abuela me dio la
orden y yo corrí a cumplirla. Estuve parado al pie
del bendito auto, no recuerdo que tiempo. En la
actualidad, recuerdo esa anécdota con mucho
cariño porque, de alguna manera, fue la primera
señal de lo que sería en el futuro; mi
comportamiento responsable en el manejo de mis
negocios.
Posteriormente, el dueño del vehículo
salió. Abrió la puerta del lado del conductor y miró
a mi abuela, que le indicó con señas que yo había
hecho el trabajo. Introdujo su mano al bolsillo y
sacó una moneda, me la dio en pago por haberle
cuidado su Toyota. Me quedé helado. Era mi
primer pago, mi primer sueldo a los siete años, mi
primera moneda por hacer un trabajo.
Mientras el auto partía en medio de una
polvareda, corrí donde mi abuela a mostrarle la
moneda.
—Es tuya, guárdala y júntala con las otras
que ganes después. Aprende a ahorrar —Me dijo
Mamachipe acariciándome la cabeza. Nunca
olvidare esas palabras. Sin salir de mi asombro,
decidí que mi negocio sería cuidar carros en las
afueras del cementerio.
Por la noche, después de ayudar a mi
abuela con su carreta, me llevó a su cuarto. Una
vez que acomodó su herramienta de trabajo, fue a
la cocina y se apareció con algo en la mano.
— ¿Ves esta lata?—Me preguntó
mostrándome una lata vacía que había contenido
32. 32
leche a la que comenzó a quitarle la etiqueta. Le
hizo un hueco grande en el medio y me la dio.
—Desde ahora en adelante guardarás tus
monedas aquí. Esta lata será tu alcancía —me dijo
mirándome a los ojos— Eso te hará mucho bien
en la vida.
Le di un beso que ella correspondió y salí
corriendo rumbo a mi casa con mi primer sueldo
dentro de una lata vacía.
—Voy a trabajar y llenaré esta lata con
muchas monedas —Gritaba eufóricamente una y
otra vez.
“Esa experiencia me marcó para siempre y
me enseñó que en la vida no se debe dejar
pasar las oportunidades ya que a veces se
presentan una sola vez”.
CAPÍTULO CUARTO
CEMENTERIO PRESBÍTERO MAESTRO
SEXTA PUERTA
33. 33
espués de recibir ese primer pago por
cuidar carros, empecé a cuidar todo el
tiempo que podía para juntar y guardar
monedas en el tarro de leche que me había
obsequiado mi abuela.
No puedo negar que el negocio de
cuidador de carros era rentable. Mis pequeñas
manos contaban con avidez cada moneda que
ganaba y las guardaba celosamente.
Pero no era suficiente. Necesitaba ganar
más y para lograrlo me ubiqué en la sexta puerta
del Presbítero Maestro, casi al frente de donde
vivía.
Mientras que los demás niños de mi edad,
con quienes compartía el oficio, se conformaban
con lo que habían ganado yo, por el contrario,
continuaba trabajando.
Quería, desenfrenadamente, ganar más y
ello me llevó a diseñar mi propia estrategia de
captación de clientes.
Debo decir que los momentos de mayor
rentabilidad fueron cuando había entierros.
Apenas llegaba a la puerta del cementerio me
averiguaba cuántos entierros iban a ver ese día y
miraba para uno y otro lado a la espera de los
coches fúnebres seguidas de una fila de autos con
las luces encendidas.
Cuando ello ocurría, iniciaba la carrera en
dirección a la caravana y a cada conductor les daba
mi nombre y les decía que yo iba a cuidar sus
carros.
—YO SOY MOISÉS, señor —les dije
seriamente a los conductores, mirándoles a los
D
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ojos sin titubear— Soy Moisés señor, dígale a los
otros que yo le voy a cuidar su carro, ellos son
irresponsables, yo no le fallaré, lo cuidaré y nada se
perderá. Le insistía a cada uno de los conductores
hasta que llegaban a la zona de estacionamiento
mentalizados con mi nombre y mi cara de niño
responsable.
Obviamente, esto despertaba la envidia de
mis competidores que en muchos casos querían
sorprender al dueño o dueña del vehículo pero
estos solos trataban conmigo, ya los tenia a todos
convencidos que yo era la mejor opción para el
cuidado de sus vehículos.
A pesar de todo, ganarme mis monedas no
era nada fácil. El ambiente era sumamente hostil.
Tenía que competir y convivir con los hijos y
parientes de las vendedoras de flores. También
estaban los llamados «pirañitas», muchachos de mi
edad que les gustaba robar a las personas que iban
al cementerio y en su mayoría consumían terokal
como droga. Eran criaturas totalmente
abandonadas por sus progenitores, varios de ellos
tenían padres, pero habían estado o estaban en la
cárcel.
Un día de esos llego «Chiliquin» a malograr
mi fructífero negocio.
—Así que tú eres el famoso «Moisés» —
me dijo— ahora te lo voy a repetir una sola vez,
no quiero que te metas con ningún carro que yo
vea venir ya que ese carro será mío y no quiero que
ni te le acerques porque te chanco —Me amenazó
y quiso intimidarme.
Efectivamente, tan solo bastaba que el
viera venir los carros para que se sintiera con
derecho a cuidarlos.
35. 35
No importaba donde se estacionaran los
vehículos, eran suyos con tan solo extender el dedo
índice y decir: «Ese carro es mío, no lo toquen».
Aquí debo aclarar que Chiliquin había ingresado a
la cárcel en varias oportunidades por robo. Era lo
que se llamaba un caserito para la policía que lo
había tratado con mucho «cariño». Las diferentes
heridas que tenía en la cabeza eran la mejor prueba
de ello. Tantos golpes recibidos dañaron su
sistema nervioso al punto de convertirlo en un
minusválido mental agresivo y peligroso.
Ante la inminente necesidad de dejar la
delincuencia y ganarse la vida de alguna manera,
Chiliquin no encontró mejor forma de hacerlo, que
dedicándose a cuidar carros, es decir, se convirtió
en mi mayor competidor.
Con el respaldo de sus hermanos,
Chiliquin sembró el terror entre los cuidadores de
carro a quienes sometía con base al miedo. Sus
hermanos eran altos y se dedicaban a encabezar las
marchas de construcción civil, así como al pedido
de cupos.
— ¿Qué pasa? ¿Por qué no me dejas
trabajar? —Le pregunté un infeliz día y Chiliquin
se me fue encima. No era la primera vez, ya antes
lo había hecho con el propósito de ahuyentarme y
correrme de la sexta puerta del Presbítero Maestro
que durante un buen tiempo fue mi centro de
operaciones. Desde allí manejaba mi negocio de
cuidado de carros.
Para sorpresa del matón, en esa
oportunidad me encontró enfurecido y decidido a
enfrentarlo. Ya me había incomodado demasiado
su abuso y por ello le respondí con furia cuando
trato de golpearme.
36. 36
A mis 12 años me enfrenté a Chiliquin que
por entonces ya era una persona adulta. Fue un
triunfo pírrico, pero triunfo al fin que me obligó,
entre otras cosas, a mirar otros negocios como la
venta de agua. No quería seguir enfrentándome a
Chiliquin ya que me expuse no solo a él sino a una
venganza de parte de sus hermanos por lo que
preferí estratégicamente dejar el negocio de
cuidado de carros y dedicarme a vender agua en
botellas de plástico en la misma sexta puerta del
Presbítero Maestro.
Vender agua fue otro reto para mí. Como
no dejaban entrar más que a los deudos al
cementerio, ya que las personas que no eran
familiares entraban pero a robar, así que era
restringido el ingreso de vendedores al interior del
cementerio, por ello yo llenaba docenas de botellas
con agua y las colocaba en fila, desde donde
vendían flores hasta la entrada de tal manera que
cuando ingresaban las personas tomaban sus
botellas e ingresaban con ella previo pedido de que
al salir me la devolvieran. Obviamente, en ese
momento recién me pagaban, algo que no hacían
los otros que cobraban al entregar la botella. Mi
estrategia daba resultado y comencé a ganar más
clientes debido a que les otorgaba la comodidad
del «crédito». Es decir, pagar después del servicio
para lo cual tenía que estar atento a tantas botellas
que llevaba conmigo, para no perder ninguna.
No obstante, tras haber dejado el lucrativo
negocio de cuidar carros, amasé una pequeña
«fortuna», con la cual comencé a comprarme ropa
y zapatitos nuevas. Ya ganaba un poco más y
pagaba –también– mis gastos en el colegio. Ya no
pedía propina a nadie, menos a mis padres.
37. 37
Los consejos de mi querida abuela
Ceferina, habían dado sus frutos en mi economía.
Ella me guardaba mis latas (que fueron mis
alcancías). Una vez llegue a juntar veinte latas, las
abrí y me compré todo lo que pude. Me alcanzó
hasta para comprar mi primera bicicleta y una
guitarra. Obviamente, me sentía muy feliz y
satisfecho de tener dinero aun siendo un niño y
adquirir todo lo que quería en aquel entonces
gracias a mis ahorros producto de mi trabajo.
“Ella guardaba mis latas de leche vacía
que fungían de alcancías. Una vez llegué
a juntar 20 latas, las abrí y me compré
todo lo que pude”
CAPÍTULO QUINTO
EL CEMENTERIO EL ÁNGEL
38. 38
in duda, mi olfato para los negocios –a
pesar de mi corta edad (12) – comenzó a
refinarse y decidí que era el momento de
instalarme en el cementerio El Ángel, el
cementerio más grande de América Latina.
Para mi sorpresa, el escenario laboral no
era muy distinto al del anterior cementerio. Claro
que habían ‘pesos pesados’, ‘choritos’, ‘pirañitas’.
Pero no quedaba otra, tuve que empoderarme, no
solo con el ímpetu que guiaba mis ganas de ganar
más dinero, sino también con mis puños.
Pero eso no me amilanó. Al contrario, me
empujó a ser más competitivo. Una de mis ideas
para sobrevivir fue relacionarme con esa gente
peligrosa porque de alguna manera garantizaba mi
posicionamiento en el mercado. Obviamente, la
relación fue muy superficial, muy estratégica,
recuerdo muy bien que conocí a todo tipo de
gente.
Cuando recién llegué, conocí a unos
amigos como aquellos que dentro de la chacota me
decían para ir a cantar en los micros cuando estaba
baja la plaza en el cementerio El Ángel y así fue
como raspaba unas conchitas para emitir un
sonido mientras cantábamos y pasábamos a pedir
propinas y esto me llevó a participar de un
concurso de talentos de niños de la calle que tenía
el conocido Tulio Loza con su programa que se
llamaba «En la mira del éxito» que se transmitía por
Frecuencia Latina – Canal 2, ahí llegue a participar
y fue la primera vez que salía en la televisión
demostrando mi talento con las conchitas y
cantando, como lo hacía en los carros con mis
amigos palomillas.
S
39. 39
Después de haber participado y salido en
la televisión me hice más famoso tanto en mi
barrio como en mi colegio «Nicolás de Piérola»,
donde estudié la secundaria.
Pero mi verdadero negocio
definitivamente era en el cementerio El Ángel.
Desde lejos vi venir a mis potenciales clientes.
Parado en la plaza del cementerio, en el medio, casi
arriba junto a la estatua de un ángel, divisaba a
cualquier carro que se estacionaba, no para
cuidarlo porque ahí si había gente brava que
cuidaba años, pero yo me acercaba y les abría la
puerta de sus autos para ofrecer mis servicios
renovados. Ya no solo de agua y de arreglos
florales, sino también de guía. Para ello, ya me
había aprendido todas las rutas y los nombres de
los cuarteles. El Ángel es un cementerio inmenso.
Mientras otros llegaban a llorar, yo al contrario, era
muy feliz.
Creo que esta etapa de vender agua y
colocar flores en el cementerio El Ángel
perfeccionó mis habilidades como relacionista
público y vendedor.
Visto a la distancia del tiempo, creo que
siempre fui un innovador ya que brindaba mis
servicios con valor agregado, ya que la
competencia era dura y mi meta era captar más
clientes que nadie.
—Vamos jovencito, se te ve muy
empeñoso —Me dijo un día una señora que
aparentaba ser de clase media, tenía el cabello
rubio, no sé si natural o teñido- y muy buenos
modales. Había ido al cementerio a rezarle a su
esposo que había fallecido hacía poco.
40. 40
— ¡Ah señora, gracias¡ —Le respondí
sudoroso mientras limpiaba con una franela roja la
tumba de su finado esposo, la misma que estaba
ubicada en el suelo y era de mármol negro cobrizo.
También le cambié el agua de su jardinera y le hice
un hermoso arreglo floral, habilidad que aprendí
con el tiempo.
Tienes buena madera para ser un
empresario en el futuro. Ojalá así sea. Te deseo
suerte. —La amable señora me pagó una buena
propina, la mejor hasta ese entonces, lo cual me
llenó de mucha satisfacción porque veía a un
cliente satisfecho con mi trabajo.
Aún más grande fue mi sorpresa y emoción
cuando me pidió que la acompañara hasta su
vehículo que era una lujosa camioneta. Abrió la
maletera y sacó una caja que contenía zapatillas,
ropa y unos libros de autoayuda y superación
personal.
—Toma niño. Te los regalo. Me dijo la
dama entregándome la caja. La verdad que aquel
momento fue tremendo para mí. Nunca olvidaré
ese gesto.
Esos libros de motivación y autoayuda
fueron unos regalos maravillosos porque me
sirvieron para mantenerme siempre muy positivo
frente a tantas cosas negativas que se me
presentaron en la vida, sobre todo durante mi
niñez vendiendo agua y colocando flores en el
inmenso cementerio El Ángel.
Lo ocurrido con aquella bella dama, me
demostró que hubo días en que el trabajo era
recompensado no solo con monedas, sino también
con palabras y gestos que levantaban la moral.
41. 41
Con el tiempo aprendí la gran importancia
que tiene el reconocimiento del trabajo que otros
realizan. Aprendí que ello era “Meritocracia”.
En esta etapa apareció mi madre biológica
y quiso entrevistarse conmigo a lo cual accedí pero
la calle me había hecho duro de corazón así que
solo fue para un saludo protocolar ya que no
aceptaba escuchar sus excusas. Pero me reveló que
tenía por parte de ella cuatro hermanas Rosa, Ana,
Lizbeth y Yovana a quienes posteriormente fui
conociendo y su historia era también parecida a la
mía a lo cual quede aún más consternado ante tal
situación.
“Esta etapa de vender agua y colocar flores
en el cementerio El Ángel perfeccionó mis
habilidades como relacionista y vendedor”.
CAPITULO SEXTO
EL MERCADO MERCEDARIAS
42. 42
icen que la vida está llena de círculos,
de etapas que necesitamos vencer para
lograr la satisfacción plena. A mi corta
edad, sentí que fui superando esas etapas con
mucho frenesí.
Tengo dos tíos. Mi tío Edilio y su esposa
mi tía Marta que vendía pescado en el mercado
Mercedarias ubicado en el jr. Ancash, cuadra 10 en
Barrios Altos. Un día mi tío me hizo una
propuesta: “Acompaña a tu tía en el negocio de
vender pescado”. Sin pensarlo dos veces acepté
pero con una condición: “Tempranito ayudo a
instalar a mi tía, le acomodo su carreta con los
pescados y luego me voy a atender mis negocios
en El Ángel”.
Así fue. No podía dejar El Ángel, me iba
muy bien. Además, a pesar que sabía que las
propinas de mi tía por ayudarla en la venta de
pescado eran muy buenas, necesitaba más dinero
para construir mi propia casa, mi propio espacio
dentro del corralón donde vivíamos tres familias,
cada uno en su vivienda.
Una de las familias era la constituida por
mi inolvidable tía Alicia y sus tres hijos, Genaro,
Zoraida y mi primo Carlos, el popular «Pellejo».
También estaban mi tía Marta y mi tío Edilio con
sus hijas, mis primas Nelly, Haydee y Elvira. Con
ellas viví gratos momentos viendo televisión en su
casa. Lamentablemente en la mía no había.
La tercera familia, obviamente, era la
conformada por mis padres y mis hermanos. Mi
abuela Ceferina, como ya lo dije, vivía sola pero a
veces la acompañaba su nieta mayor Nelly, y yo
por supuesto.
D
43. 43
Casualmente, mi siempre generosa abuela,
me había cedido un espacio de aproximadamente
30 metros cuadrados dentro del corralón para que
construya mi propia vivienda, la misma que
comencé a construir a mis cortos doce años de
edad. Al principio con un poco de madera y estera
pero luego con material noble. Cada día iba
mejorando lo que sería propio espacio, mi zona de
confort.
No obstante, mi vida de adolescente no
estaba exenta de palomilladas. Tenía mis amigos de
barrio con quienes me divertía, con quienes jugaba.
Pero, un día mí tío Edilio malinterpretó un suceso.
A una señora unos malandrines le habían robado
su bolso y yo me ofrecí para recuperar sus
documentos. Fui tras ellos y luego me aparecí con
los documentos y la señora me dio una propina.
Esto, mi tío lo vio como una complicidad de mi
parte con los ladronzuelos. Nada más lejano de la
realidad. Si algo me ha caracterizado siempre, es
que mi dinero fue bien obtenido, a punta de
esfuerzo.
Bueno, lo cierto es que mi famoso tío
Edilio me aconsejo que mejor me apartara del
negocio del cementerio porque había mucha gente
mala que podía contaminarme. Para ello, insistió
en que mejor me fuera a trabajar de lleno con mi
tía Marta en las afueras del Mercado Mercedarias.
Para no quedar mal con él, así lo hice, pero
el costo fue muy alto para los planes que tenía. No
podía volver a ser un simple ayudante, un
dependiente y estar solo a propinas. Mi proyecto
de vida, al parecer, ya no se veía tan prometedor.
Al poco tiempo de estar apoyando a mi tía
Marta, casi a la semana, le propuse si podía vender
44. 44
algunos productos marinos como yuyo, choros y
cangrejos que casi no competían con el fuerte de
ella que era la venta de pescado. La idea era
colocarlos a un lado de su espaciosa carreta,
diseñada especialmente para el negocio de pescado
y ofrecerlos como algo adicional. Ella aceptó y me
puse manos a la obra.
—Creo que no habrá ningún problema
muchacho— Me dijo alegrándose por mi decisión
que ella me motivaba a realizarlo.
A la mañana siguiente, muy temprano a las
cuatro de la mañana, iba con mi tía al terminal
pesquero de Ventanilla, en El Callao. Ella
compraba lo suyo y yo lo mío. La ayudaba siempre
en lo que me dijera que hiciera. De paso aprendía.
Llegábamos al mercado y acomodábamos
todo. Ya no me daba propina. El trato se rompió
desde que me permitió vender mis productos al
lado de los suyos.
—Bueno mi querido sobrino, ganarás tu
propia plata así que ya no habrá propina ¿Estás de
acuerdo? Me preguntó mientras que le sacaba filo
a los largos cuchillos con los que destazaba los
pescados.
—Trato hecho tía —Le respondí
acomodando con paciencia mis productos
marinos con los cuales iba a conquistar el mercado.
Simples yuyos, choritos y uno que otro cangrejo.
Nada más.
Pasó algún tiempo y no pude con mi
ambición emprendedora. Mi olfato para los
negocios me llevaron a pensar en que también
podía vender pescado. Le hice la propuesta a mi tía
y me aconsejo poner mi negocio propio de venta
de pescado al final de la recta de ambulantes.
45. 45
Contando con su asesoría, tome la decisión
de comprarme una pequeña carreta e irme a
vender lo más lejos que podía de mi tía pero en la
misma recta donde estaba ella.
Sin duda, mis catorce años y tal vez mí
buen humor y la esmerada atención que prefería a
mis clientes jugaban a mi favor. Eran mis ventajas
competitivas y comparativas que hacían que
obtuviera un mejor posicionamiento en el
mercado Mercedarias, donde trabajaba de manera
ambulatoria vendiendo pescado fresco.
Como era de esperarse, mi negocio fue
creciendo. Mi carreta reventaba de productos
marinos y mis clientes seguían en aumento. Ello
me obligó a comprar una súper carreta diseñada
para el rubro, igual y hasta mejor que la que tenía
mi tía que ya llevaba muchos años trabajando en
ese rubro.
Pero como todo no es carne, siempre hay
hueso, hubo algunos contratiempos que tuve que
solucionar rápidamente para evitar que mi negocio
se perjudicara.
Mi punto de venta estaba ubicado en la
esquina del jr. Ancash y Huánuco donde terminaba
la recta de ambulantes que estaban frente al
Mercado Mercedarias, cerca al jr. Amazonas y por
allí pululaban muchos fumones y malandrines que
se acercaban a exigirme que les regale pescado. A
veces les daba y cuando no quería darles me
buscaban pelea y tenía que enfrentarlos a
machetazo limpio.
Ante ese problema tuve que afinar mi
ingenio de emprendedor. Un día dejé de pelear con
los malandrines y les ofrecí pescado pero con la
condición de que me ayudaran a trabajar. Como
46. 46
reza el dicho: «No hay que regalar pescado, sino
enseñar a pescar». De esa manera, tuve de
empleados a quienes antes habían sido un
obstáculo en mi negocio.
—Causita, me llevo mi jurelito para darle a
mis cachorritos. Me decía «Cebra», un pobre
hombre que tenía casi todo el cuerpo tasajeado de
heridas de verduguillo fruto de su paso por la
cárcel.
—Lleva nomas —le decía— pero antes
limpia la vereda, bota la basura y lava los baldes.
Cebra agarraba presuroso la escoba y se
ponía a barrer hasta dejar limpia la zona donde
trabajábamos. Los baldes los dejaba impecables.
Luego tomaba su bolsa y se iba raudo a su casa, en
un callejón de la zona.
47. 47
“No podía volver a estar solo
como un ayudante de venta de pescado.
Un dependiente. Ello era involucionar
en el proyecto de vida que estaba diseñando
para mí, por ello tenía que tener algo propio
para continuar avanzando”.
CAPÍTULO SÉPTIMO
MI ACERCAMIENTO A DIOS
iempre me di maña para estudiar. Nunca
repetí año y acabé mis estudios secundarios
a los dieciséis. A los diecisiete comencé a
estudiar contabilidad en el instituto tecnológico
Oscar Arteta Terzi, que quedaba dentro del
colegio Alipio Ponce, Barrios Altos.
S
48. 48
Como es de imaginarse, esta etapa no fue
nada fácil: tenía que levantarme a las cuatro de la
mañana con el frio intenso que se colaba por las
paredes de mi recién construida vivienda. A esa
hora salía rumbo al pesquero para comprar mi
mercadería y venderla a tiempo récord hasta las
dos de la tarde. Luego tuve que apresurarme a mis
clases de contabilidad.
— ¡Fresco pescado caserita! ¡Compre su
rico bonito, jurel, tollo, caserita! —Ni bien
comenzaba mi faena diaria, mis caseras se juntaban
alrededor de mi carreta para decirme que las
atendiera primero.
— ¡Caserito, por favor, dame ese bonito
grande! —Gritaba una casera gorda que era una
asidua compradora.
—No se preocupe caserita, ahorita la
atiendo —Le respondía mientras cortaba
hábilmente una merluza que doña Lucha, otra de
mis clientes preferida ya había pedido por
anticipado y mi atención lo hacía interesante y
espectacular. Era todo un show cortando y
despachando los pescados.
Las aletas, las tripas y las escamas iban y
venían. En medio de ese frenesí no faltaban
algunos cortes en las manos.
Recuerdo que muchas veces no me
alcanzaba el tiempo para ir hasta mi casa y bañarme
y me iba del mercado Mercedarias al instituto
Arteta Terzi. Mis compañeros de estudio ya
conocían mi olor característico. Parecía Aquaman.
Llegaba con mis manos cortadas, llenas de heridas
y hasta cubiertas de escama.
—¡Oh, parece que ya llegó ¡Mieses! —Me
llamaban por mi apellido mis compañeros de
49. 49
estudios. Ellos exclamaban con los ojos cerrados
tratando de hacerme una broma.
—¿No sienten su olor? —Preguntaba mi
compañero Bohórquez con una sonrisa en los
labios —creo que ya llegó Aquaman— gritaba. Mis
demás compañeros como ‘Picón’ y ‘Tatán’
también festejaban la broma.
Era, efectivamente, Aquaman. No había
duda y ello tenía gracia, al punto que yo también
reía.
Pero, tanto trabajo comenzó a pasarme
factura. La salud, por muy joven que uno sea, si se
tocan los extremos, se resquebraja a veces de
manera irreversible. A ello había que agregar el
contacto directo que tenía con el hielo.
Lamentablemente no usaba guantes y esa tarea de
manipular el hielo era necesaria para conservar
fresco el pescado.
Mi edad también jugaba un papel crucial en
mi salud. Era muy fiestero, me gustaba ir a las
reuniones sociales desde muy joven, lo cual
implicaba llegar tarde a mi casa y tener que salir al
terminal temprano a comprar mis pescados. Algo
realmente insostenible.
Necesitaba un sosiego en mi vida y pensé,
siguiendo los consejos de un amigo al que
llamaban «Nuffo», que podía encontrarlo
ingresando a la iglesia Adventista.
—Mira amiguito me decía ya que era
mayor que yo, vamos donde los adventistas. Ellos
te hablaran muy bonito, te llegaran al corazón y a
la mente. Estoy seguro que van a cambiar tu vida
—Me aconsejaba mi amigo tratando de
convencerme, ya que mi vida era muy intensa por
el trabajo, los estudios y mi entorno social.
50. 50
Con Nuffo jugaba pelota en las canchitas
cercanas al establo y a veces también en las noches
íbamos al cementerio el Ángel en toda la plazuela
ahí jugábamos con Jaime, Kivi, Cachanga, Esver y
el viejo Martin y otros, todos eran una generación
más avanzada que la mía. Más tarde, Nuffo se
convirtió en mi cuñado. Lamentablemente, la
iglesia Adventista poco contribuyó a encontrar el
tan deseado sosiego.
Mi negocio de venta de pescado y mis
estudios superiores no permitían hallar la
tranquilidad que tanto buscaba. Además,
emocionalmente me consideraba un rebelde. A
mis padres no les hacía caso. No supe digerir lo de
mi nacimiento. Para mí con quien me bastaba estar
bien era con mi abuela. A ella le debía todo. Ella
llenaba el vacío de afecto que tenía.
Obviamente estaba errado.
El resentimiento estaba haciendo nido en
mi corazón. Muy joven obtuve cosas que otros a
mi edad no lograron. Claro, me colmaba la
satisfacción de haberme hecho solo, pero eso no
era todo, faltaba algo.
Incluso, llegué a tener relaciones
sentimentales muy superficiales, muy banales, que
no me llenaban, que no colmaban mis
expectativas. En fin, situaciones difíciles para un
adolescente de 17 que vivía apresuradamente.
Un día, pasé por una esquina de mi barrio
donde había un grupo de gente que cantaba
alabanzas evangélicas al aire libre con un gran
parlante móvil, yo justo estaba yendo en ese
momento a la discoteca La Parranda, en la av. Riva
Agüero, pero al pasar por ese sitio donde estaban
alabando a Dios me gustó. Escuché a un hombre
51. 51
hablar de su vida, decía que era rebelde y que
carecía de afecto. De inmediato me identifique
con él.
Me convertí en un evangélico a carta cabal.
Leía la biblia todo el tiempo, ayunaba, hacia
vigilias, predicaba en los carros, hospitales y en
cuanto lugar pudiera. No puedo negar que a partir
de entonces comencé a ver cambios en mi vida. El
sabor agridulce que siempre sentí en mis labios
desapareció. Mi relación con mis padres cambió.
Me acerqué más a ellos y mi vida sufrió un giro
positivo. La vida nocturna y las relaciones
sentimentales superfluas las dejé a un lado.
Pero, tal cambio espiritual en mi vida
contrastaba con mi estado de salud. Sentía que mi
salud se deterioraba cada día más. Sin duda, todo
lo hecho me estaba pasando la factura al punto que
la neumonía llegó a postrarme.
Fueron tiempos terribles, muy difíciles
donde estuvo en juego mi vida. Este obstáculo
afectó mucho mi estado de ánimo. Reconocí en
esos momentos que no hay mejor capital para un
emprendedor que su salud. Felizmente mi fe y
acercamiento a Dios me ayudaron a superar esa
situación de postración que me afectó demasiado.
Tuve que dejar de trabajar en la venta de
pescado. No había duda que esa actividad era la
principal razón de mis males. El levantarme de
madrugada en medio del frio intenso y tener
contacto directo con tanta agua helada y el hielo
con el que venían cubiertos los pescados en el
terminal pesquero, fue el detonante para el
resquebrajamiento de mi salud y la principal causa
de mi alejamiento evangélico. Por aquellos días,
52. 52
renegaba mucho porque a pesar de todo lo que
hacía, mi salud no mejoraba.
Debido a esa lamentable situación tuve que
dejar el negocio en manos de mi padre. Mientras
tanto yo buscaba nuevas alternativas de ingresos
que me permitieran solventar mis gastos.
“Me convertí en un evangélico a carta cabal
y practicaba la fe en Dios intensamente
como todas las demás cosas que hacía
cuando me comprometía”.
CAPÍTULO OCTAVO
VENDEDOR DE PUERTA EN PUERTA
ésar, más conocido como «Bebe», era un
amigo que tenía experiencia en la venta
de puerta en puerta. Un día se me acercó
y me animó para incursionar en ese negocio.
C
53. 53
—Vamos Moisés, anímate, podemos
vender de casa en casa todo lo que queramos —
Me dijo muy entusiasmado.
—La verdad que no lo veo muy bueno el
negocio —Le dije mostrando cierta incredulidad.
—Nada pierdes con probar —me reiteró y
me dio una palmada en el hombro— Tienes pasta
para la venta compadre.
Sus palabras y su amplia sonrisa, realmente
lograron animarme. A tanta insistencia accedí. Lo
primero que salí a vender fue mermelada. Luego,
incursioné en la venta de frazadas, ropa, pijama,
chompas y demás productos, todo aquello que se
nos podía ocurrir vender de puerta en puerta.
La verdad es que me gustó la dinámica de
mi nuevo negocio. Me mantenía activo, en
movimiento. Obviamente, extrañaba mi negocio
de pescado y el del cementerio, pero era consiente
que el paso que había dado no tenía retorno. No
volvería más a esas actividades porque lo que había
iniciado era una nueva etapa en mi vida. Así lo
asumí.
— ¡Ay, que linda frazada! ¿Es antialérgica?
—Me preguntó un día una cliente mientras
estiraba la frazada de colores que le había ofrecido
en venta. La miraba, la estrujaba, se envolvía en
ella. Era bajita, de unos 50 años, algo gordita y lo
que me causaba gracia eran los ruleros que lucía en
su cabeza.
—Bueno, sí, es antialérgica señora, es
importada —Le respondí mirándola con una bien
estudiada sonrisa vendedora.
—Ya, la compro —Dijo mi satisfecha
clienta sacando unos soles de su cartera.
54. 54
Cerró su puerta y me retiré de la casa
guardándome los billetes en el bolsillo. Era mi
primera venta del día y así me consolidaba de
tantas ventas que tenía desde que había
comenzado este negocio.
A veces salía a vender con mi amigo Bebe,
pero más adelante nos separamos. Era muy
dormilón y no caminaba a mi ritmo. En mi plano
de ventas figuraban las avenidas Wilson, Tacna,
también estaban algunas calles de Miraflores a
pesar que allí a veces corría el riesgo de que algún
vecino llamara a Serenazgo.
La verdad que ello no me amilanaba, yo
estaba hecho para situaciones más difíciles.
Extendí mi actividad vendedora hacia
zonas de Surco, por La Bolichera. Cerca, había
unos edificios de departamentos multifamiliares a
los que comencé a visitar con mis variados
productos.
Y, como siempre, tratando de ser
innovador, dejaba productos a crédito, algo que no
era común en ese negocio porque era muy riesgoso
pero yo era muy terco, quería aprender de mi
propia experiencia.
Había gente que luego de usar la
mercadería que uno de buena fe le dejaba al
crédito, se resistía a pagar diciendo que no le había
servido o que estaba descompuesta. También
habían casos en que cuando iba a cobrar me abría
la puerta una persona que no era a quien le había
vendido y me decía que «mi cliente», ya no vivía
allí. Ni modo, eran gajes del oficio me decía,
interiormente, para darme ánimo. Pese a ello, tuve
que seguir adelante.
55. 55
—¡Que calor! Debemos estar sobre los 30
grados. Vamos a tomar una gaseosa. Te invito. —
Me dijo Bebe un medio día de febrero en que la
canícula estaba en todo su esplendor.
Entramos a una bodega, colocamos
nuestros maletines en el suelo esperando ansiosos
las benditas gaseosas. Me quedé mirando el
escaparate, había unas latas de durazno en almíbar
que eran importadas y se me ocurrió una idea.
—¡Oiga maestro! —le dije al tendedero
que estaba con otros clientes— ¿Quién le vende
esas latas importadas de durazno? Le pregunte
intrigado. Bebe me quedó mirando algo extrañado
después de vaciar su botella de gaseosa.
—Las compro directamente de la casa
importadora. Es una empresa que tiene oficinas
por la av. Tacna —Me respondió mientras
abrazaba a su inmenso gato de angora. «Me sale
más barato y me deja más margen de ganancia»,
puntualizó.
Salí con Bebe de la bodega y mientras
pensaba, trataba de asimilar la breve pero fructífera
clase de economía que me había dado el dueño de
la bodega, el me preguntaba por qué en las bodegas
siempre hay gatos.
—No sé —Le respondí mientras miraba la
ancha avenida en donde estábamos parados. Una
idea me estaba dando vueltas en la cabeza.
—Para que casen a los ratones que
abundan en las bodegas, me dijo Bebe riéndose a
carcajadas. Él estaba en su mundo y yo en el mío
que siempre era ver solo negocios y mejoría.
—Sabes compañero —le dije muy serio a
Bebe que dejó de reírse— el bodeguero me ha
dado una idea, debemos comprar nuestra
56. 56
mercadería directamente a los importadores. Ya
no debemos ir donde los mayoristas. Ellos se
comen nuestra ganancia. Nos detuvimos en una
esquina y esperamos el carro que nos llevaría a
nuestras casas.
Mi socio era mayor que yo y si bien
salíamos muchas veces a vender juntos, había días
que él prefería quedarse en su casa. Era muy
conformista. Yo, por el contrario, quería vender lo
más que pudiera.
Y es que los márgenes de ganancia que
tenía en ese negocio, comparados con los que
obtenía antes en la venta de pescado, eran
totalmente diferentes.
Vendiendo pescado, llegaba a ganar por día
300 soles y es que mi utilidad por kilo era de un sol
y tranquilamente vendía esa cantidad de pescado
diariamente, mientras que en la venta puerta por
puerta los márgenes de ganancia no daban para
tanto. A veces, Bebe ganaba 20 soles en un día y
con eso le bastaba. Yo tenía que ganar mínimo 100
o 200 soles. Era cuestión de ambición, de ganas de
superación. Así me di cuenta que no todos
nacemos para emprendedores.
Pero en ese negocio de puerta por puerta,
se presentó un punto de quiebre. Un día, los
clientes que me debían superaron largamente a los
clientes que si me pagaban y allí fue cuando me dije
«A otra cosa mariposa». Ya no daba para tanto mi
paciencia y tenía que hacer otra cosa.
57. 57
“El bodeguero me ha dado una buena idea,
debemos comprar nuestra mercadería
directamente a los importadores y así
venderlo puerta por puerta a todas las casas
que podamos. Ya no debemos ir donde los
mayoristas .Ellos se comen toda nuestra
real ganancia”.
CAPÍTULO NOVENO
EL MUNDO DE LAS FUMIGACIONES
pesar de mis 17 años de edad, tuve la
capacidad suficiente para darme cuenta
que el costo beneficio del negocio
informal de puerta en puerta era totalmente
negativo para mis aspiraciones. Otros jóvenes
tienden a perder el tiempo en un negocio
A
58. 58
improductivo creyendo que vendrán tiempos
mejores, los cuales a veces nunca llegan y cuando
quieren reaccionar se dan con la ingrata sorpresa
que asumieron compromisos que los obligan a
continuar pese a estar perdiendo.
Siempre fui constante y si se hace algo que
no funciona, mejor es dedicarse a otra cosa, ya que
en toda mi vida tuve buenos reflejos para saber
cuándo debo dejar algo que ya no me sirve, que no
me satisface, este mundo es cambiante lo que hoy
es moda mañana no lo es, lo que es rentable en un
tiempo en otro ya no lo será. Eso es saber valorar
los tiempos y el momento preciso de ser y hacerlo,
ya que me daba cuenta que no podía estar quieto
en una sola cosa siempre buscaba más y más
cambiando de rubro y estrategia, porque siempre
me decía que no debemos desperdiciar el tiempo,
en actividades inocuas. De hacerlo, nos estamos
hipotecando al fracaso permanente y eso no es
bueno.
Es en esos días que, con ayuda de mi
hermana Marlene, comencé a buscar un empleo en
una empresa fumigadora.
—Quiero trabajar como vendedor —le
dije a mi hermana mientras caminábamos rumbo a
una empresa donde ella trabajaba de secretaria—
no quiero estar en oficina —Le recalqué que ya que
poseía conocimientos de contabilidad pero no
quería ganar un sueldo, sino que deseaba
comisionar y ganar más.
—No te preocupes, ya hable con el dueño
para que salgas a vender a la calle. Le hablé de tu
experiencia como vendedor —Mi hermana me
respondió algo incomoda ante mi insistencia.
59. 59
Tras algunas conversaciones y acuerdos
con el dueño de la empresa fumigadora quedamos
que por ser menor de edad solo podía pagarme 180
soles mensuales y el 10 % de comisión por todas
las ventas al mes. Sin duda toda una decepción. Yo
pensando en ingresar a algo distinto y formal y
recibía semejante oferta que resultó recontra
ínfima. Pero a pesar de ganar menos que los demás
trabajadores, acepté el reto y comencé a ofrecer
servicio de fumigación a diferentes negocios.
Respecto a mis estudios superiores, debo
señalar que me vi en la necesidad de trasladarme
del instituto Oscar Artera Terzi al instituto
Argentina, ubicado en la av. Alfonso Ugarte. Y ello
por la conveniencia del horario puesto que tenía
que estudiar de noche para dedicarme a la venta
del servicio de fumigación en el día. Ese fue un
acuerdo al que llegué con el dueño de la empresa
para la cual comencé a trabajar.
El servicio de fumigación es un buen
negocio en la medida que todos los comercios por
ley tienen que ser fumigados cada cierto tiempo.
Sin duda, por aquel tiempo hubo mucha demanda.
A todo ello, debía sumar mi habilidad para
relacionarme con los funcionarios o ejecutivos de
las empresas a las cuales prestaba servicio, lo cual
me permitió en poco tiempo, escalar buenos
niveles de venta.
A cada bodega o comercio se les cobraba
entre 20 a 30 soles de tal manera que tenía que
vender un promedio de 50 a 100 tiendas o bodegas
para llegar a 1000 o 2000 mil soles al mes. Pero, si
vendía a negocios medianos y grandes podía
cobrar de 100 a 1000 mil soles por local, lo que me
permitía comisionar más y ganar como estaba
60. 60
acostumbrado en mis negocios informales. Así
pensaba mientras sacaba mis cálculos contables de
ganancia.
Para entonces, en esta etapa de mi vida,
estudiaba de seis y media de la tarde hasta las diez
y media de la noche aproximadamente, mientras
que en el día, a partir de las nueve de la mañana
hasta muy cercana la hora de mis estudios, me
dedicaba a trabajar.
Recuerdo que al principio, el dueño de la
empresa designó a su jefe de ventas, un señor de
apellido Trujillo para que me enseñara las técnicas
de venta del servicio de fumigación.
Fue así que una mañana fuimos hasta el
centro comercial Chacarilla y comenzó a
explicarme algunas técnicas que yo recibía con
atención, puesto que era algo nuevo para mí.
—Mira Moisés, en este negocio no siempre
te puede ir bien. Puede ser que en toda la mañana,
en toda la tarde no llegues a concretar ninguna
venta, pero al día siguiente sí lo puedes lograr y así
sucesivamente los días siguientes —Fue lo
primero que me dijo el señor Trujillo mientras se
acariciaba el bigote en su aguzado rostro.
Obviamente, tales palabras las sentí poco
alentadoras y es que el señor Trujillo, que era un
tipo delgado, medio colorado y de buena
presencia, ya había tenido oportunidad de entrenar
antes a otros vendedores y estos le decepcionaron
puesto que no duraron ni dos días en la empresa.
—Mire señor Trujillo —le dije— le voy a
agradecer que me enseñe todo lo que sabe para
lograr vender. La verdad que nunca vendí este tipo
de servicio pero realmente quiero aprender.
61. 61
—No te preocupes muchacho, te voy a
enseñar lo que sé. —O es nada difícil— Vamos a
Chacarilla, al centro comercial, ahí te diré que me
prestes atención —Me dijo mostrándome una
sonrisa complaciente.
Salimos de la empresa, abordamos un
autobús y nos dirigimos a Chacarilla. Una vez allí,
entramos a dos comercios y él se encargó de hacer
la venta. Lamentablemente no le ligó ninguna pero
yo había captado su técnica que me pareció
interesante.
—Bueno, hoy hemos tenido mala suerte.
Volveré yo mismo solo mañana —Me dijo
acomodándose el nudo de la corbata. Obviamente
se sentía incómodo ante el fracaso pero yo quería
seguir y le pedí que me siguiera enseñando.
—La próxima venta quisiera hacerla yo —
le dije— con cierto grado de seguridad en obtener
buenos resultados.
—Bueno, si insistes, vamos, te acompaño
—Inició el camino y entramos a una tienda de
ropa. No debo negar que sentí cierto nerviosismo,
pero el enfrentar retos era lo mío.
Tras un despliegue de lenguaje corporal y
una buena capacidad de convencimiento, logré que
el administrador de la tienda aceptara el servicio.
No entraba en mi pellejo de emoción. El señor
Trujillo me dio una palmada en la espalda y me
felicitó.
—Que bien muchacho, has hecho una
buena faena, tienes aptitud para las ventas —Me lo
dijo con un rostro de profesor orgulloso de su
alumno.
En ese instante recordé mis técnicas de
venta aprendidas en la calle. Recordé cómo hacía
62. 62
para tener el mayor número de carros a mi cuidado
en el cementerio, la venta de agua, de arreglos
florales, la venta de pescado y las que hice tocando
puertas. Me convencí a mí mismo que era un
vendedor nato.
A la primera orden de compra, sumé más.
Sin duda, el dueño de la fumigadora estaba
contento con mi trabajo, le había ayudado a
engrosar su cuenta bancaria, pero no sería por
mucho tiempo, ya que nuevamente mi ambición
por tener más, afloraba, y lo que él me pagaba de
manera informal eran 180 soles, los cuales no me
alcanzaba para nada y eso que contacté con buenos
clientes, como la empresa papelera transnacional
Kimberly Clark entre otras, esa comisión no me
satisfizo, por ello, decidí hacer mi propio negocio
de fumigaciones, cumpliendo mis 18 años.
63. 63
“En ese instante que vendí mi primera
fumigación, recordé mis técnicas de venta
aprendidas en la calle. Recordé como hacía
para tener el mayor número de carros a mi
cuidado en el cementerio, también la venta
de agua, la venta de pescado y las que hice
tocando puertas. Me convencí que era
un buen vendedor”.
CAPÍTULO DÉCIMO
EMPRESARIO FORMAL DESDE
LOS 18 AÑOS
ecidí formar mi propia empresa y tuve
que alejarme de la empresa que me
recomendó mi hermana Marlene.
Como comprenderán, no fue fácil pero tampoco
imposible.
Isabel y Juana eran las trabajadoras de
confianza del dueño y a ellas les expliqué el por qué
había tomado la decisión de retirarme. Les
comenté que lo hice por buscar mi superación
personal y porque consideraba al dueño un
abusivo con mis pagos.
D
64. 64
—Pero Moisés, ¿cómo pudiste traicionar
así al jefe después de la oportunidad que te brindó?
—Me espetó Juana— No debiste salir así nomás.
Isabel no se quedó atrás. Peor ella que
sentía algo más que especial por su jefe. Ambas
quisieron enviarme en papel de regalo al infierno
pero ya era tarde, no iba a dar marcha atrás,
además, durante el tiempo que estuve en la
empresa lo hice de manera informal. El dueño
nunca me dio mi lugar a pesar que era su mejor
vendedor. Abusó de alguna manera de mi
condición de menor de edad y varias veces me
desconocía mis comisiones de clientes que yo
sacaba con tanto esfuerzo. En síntesis, mi salida
fue el resultado de la suma de muchas cosas que
iban en contra de mis intereses, por lo que
consideré legítimo mi derecho a alejarme para
formar mi propia empresa de fumigación.
Tras varias tentativas logré que mi
hermana también se saliera y me acompañara en
mi nueva aventura empresarial. Lo gracioso es que
después de un tiempo y cuando vieron que mi
negocio comenzó a tener buenos resultados –pues
ya me había comprado maquinaria especializada de
fumigación y limpieza de tanques y cisterna como
algunas motos y un auto como capital de trabajo–
Isabel y Juana, las que me habían acusado de
traidor, también se salieron de la empresa y
formaron la suya en sociedad.
El primer local que ocupó mi empresa
recientemente creada estuvo ubicado en el jr.
Costa Verde, Playa Rímac, Callao, al costado del
aeropuerto. En realidad era la casa de una amiga
(Liz Cornejo), que conocí en la empresa de
fumigación. Le solicité que me cediera un
65. 65
ambiente y ella habló con su mamá al respecto. Su
madre accedió, pero me puso una condición, que
le tarrajeara y pintara toda su casa. No hubo
contrato de alquiler de por medio ni nada que se le
pareciera.
Por esos años trabajé con mi amiga Mónica
Aguilar, ella era de mi promoción del Artera Terzi
y también con una amiga llamada Filomena Yapo,
del instituto Argentina. A ellas sumé a dos amigos
de mi barrio de Ancieta Alta, de El Agustino. Al
poco tiempo comenzaron los problemas con el
local. La madre de mi amiga Liz me comenzó a
condicionar. O le pagaba un alquiler o
simplemente me tenía que ir. Es decir, el tarrajeo y
la pintada de la casa no fueron suficiente. Quedaba
claro que se aprovecharon de mi necesidad.
— ¡Oiga señora! Pero ¿por qué me pide
que me vaya?, si tal como acordamos le he
tarrajeado y pintado su casa, esa fue la condición
para que me quede, me parece injusto lo que me
ha hecho —Le reclame a la doña, pero fue en
vano.
—No joven, ya pasó mucho tiempo y yo
quiero alquilar el espacio a otra persona. Por favor
comprenda.
Ante tal situación, me mudé al jr. Ancash
2240, El Agustino, donde había nacido. Quiero
acotar que al negocio de fumigación, me dedicaba
a tiempo completo, ya que estos servicios muchas
veces se realizaban hasta de amanecida y yo era
gerente, vendedor y hasta operario todo el tiempo
por ello casi no iba a mi casa a dormir. Ahí, todas
las familias ya se habían dividido cada una su
terreno y yo había perdido mi casita dentro del
corralón ya que lo habían desarmado todo y para
66. 66
pesar mío; la demolición fue autorizada por mi
querida abuela.
Ante tal injusticia, me resentí con ella hasta
el día de su muerte y desde ahí nunca más dejé que
me llamen «Moshe».
Retomando el tema del local para mi
negocio, mis padres ya tenían lotizado su terreno,
por ello, me pidieron que a cambio de darme un
espacio para establecerme con mi empresa, les
construyera la mitad del primer piso y la otra mitad
me la cedían. «Trato hecho», les dije y les construí
su casa con material noble. La otra mitad que me
habían cedido, también lo acondicioné bien, ya que
necesitaba algo acogedor y agradable para los que
me visitaban en búsqueda de mis servicios.
Pero, ¡oh ironía de la vida! Después de un
tiempo –igual que en el Callao– mis padres
también me comenzaron a presionar para que les
pagara alquiler. Ante tamaña incomodidad, opté
por retirarme nuevamente a buscar otro local.
La siguiente estación fue el jr. Mármol 572
en San Juan de Lurigancho. Era también la casa de
mi excompañera de trabajo (Juana). Con ella tuve
una relación más que amical. Era siete años mayor
que yo y no puedo negar que su madurez y
experiencia me atraían mucho. Al punto que con
ella tuve dos hijos: Josué y Moisés.
Ella me pidió, al igual que las otras
personas que me habían dado un lugar en sus casas
para mis empresas, que le construyera la mitad de
su segundo piso ya que estaba recientemente
techado para que me pudiera establecer. Por
tercera vez accedí a ese tipo de tratos y por tercera
vez, volví a salir por “las patas de los caballos”.
67. 67
Frente a lo que consideré un exceso de
tozudez de mi parte, al insistir en tratos totalmente
informales en la búsqueda de lugares donde
establecer mi empresa es que salgo a buscar locales
para alquilar pero esta vez con contratos. Ya no
quería trabajar en locales que aparentemente me
ofrecían de buena fe pero del que luego me
echaban sin valorar la inversión que había hecho
en ellos. Y lo peor de todo, es que quienes
actuaban así conmigo eran personas muy cercanas
y eso dolió más.
Lamentablemente, de los jirones Costa
Verde, en El Callao, Ancash en El Agustino y
Mármol en San Juan de Lurigancho, guardo
buenos y malos recuerdos, todo por ser confiado
y no interponer siempre un contrato de alquiler
donde se refleje los derechos y deberes de las
partes involucradas. Esa fue una lección que
aprendí de manera muy dura: “papelito manda”.
Repuesto ya de las amargas experiencias,
llego un día a la cuadra 19 de la av. Militar en Lince
y encuentro un local apropiado, un local
exclusivamente comercial.
—Este local me gusta —pensé mientras
observaba el inmueble desde la vereda del frente.
Me lo imaginé de inmediato con todo mi
mobiliario instalado, mi letrero y mi personal
atendiendo al público. Sin duda, me pareció
excelente.
Para esto, también me había decidido en
contratar personal de afuera. Ya no quería
involucrar a familiares o a los amigos. Pensé en
darle un giro más formal y profesional a mi
negocio.
68. 68
Hice una convocatoria a través del
periódico y de todos los muchachos y muchachas
que asistieron al examen personal, tres se quedaron
conmigo. Fueron tres mujeres: Catherine
Guerrero –muy joven ella– llegó a ser mi pareja,
luego que me separara de mi anterior compromiso.
También fueron contratadas Martha Pozo
y Victoria Chávez, de mucha experiencia en
administración y contabilidad, respectivamente.
Luego, se sumaría al grupo Carmen Torres.
Debo admitir que estas personas fueron las
cuatro columnas sobre las que reposó gran parte
del éxito de mis negocios. Fueron ellas quienes me
apoyaron denodadamente a consolidar cualquier
meta u objetivo comercial que me propuse realizar
en ese momento.
Aparte, se encontraban mi hermana
Marlene y mi prima Elvira, quienes me
acompañaron –casi– desde el principio de mi
actividad empresarial.
Retomando un poco a mis años aurorales,
es que si algo caracterizó mis primeros pasos como
empresario, fue la forma cómo priorizaba mis
gastos.
Nunca me dejé ganar por la vanidad, por el
derroche del dinero. Por el contrario, lo invertía en
lo que iba a necesitar para el desarrollo de mi
negocio.
Sin duda, esa parte de mi personalidad fue
moldeada por las enseñanzas de mi abuela, quien
me inculcó el ahorro y la inversión en cosas útiles
para la vida.
Por esta razón, cuando formé mi empresa,
lo primero que hice fue comprar mis primeras
máquinas fumigadoras. Recuerdo una en especial
69. 69
que me vendió el señor Navia, un técnico
especialista en máquinas para fumigación. Lo que
me vendió fue un termonebulizador en 1500
dólares y recuerdo también, que con la misma
emoción con la que abrí las latas para comprar mí
bicicleta y mi guitarra, así también abrí mi pequeña
caja fuerte de metal para sacar el dinero con el cual
pagarle.
Mi pequeña caja fuerte me servía para
guardar todo lo que ganaba. Era una caja de metal
con llave donde ahorraba todo lo que se podía.
El termonebulizador que compré, fue mi
primera máquina costosa que adquirí. Era una
máquina de segunda mano, viejita pero de suma
utilidad para mi empresa. Poco tiempo después,
adquirí otras máquinas de uso motorizado y
manual que eran más económicas.
No se imaginan lo contento que me sentía
aquellos días con la compra de mis primeras
herramientas de trabajo, las cuales me permitieron
ofrecer calidad en los servicios de fumigación.
Podía ofrecerles a mis clientes servicios
especializados como el de pulverización,
atomización y nebulización.
Igualmente, fui comprando máquinas para
la limpieza de tanques y cisternas. Adquirí bombas
de agua, mangueras, es decir, me fui equipando
poco a poco. Cada que podía adquiría más
implementos que me servían para mejorar la
calidad de mi empresa.
Pero, había otra necesidad que cubrir y esa
era la de un medio de transporte. Mientras tanto,
me movilizaba con mis operarios en taxi o micro.
Hasta que, luego de seis meses de iniciada mis
actividades como empresario de fumigación, pude
70. 70
comprar mi primera moto. No sabía manejarla
pero tuve que aprender, no había otra alternativa.
Ante el requerimiento de un cliente, salía
en mi moto, con mi ayudante sentado detrás de mí
cargando las herramientas que íbamos a necesitar
para realizar el trabajo.
Parecíamos equilibristas. Mi ayudante
llevaba una maquina pulverizadora a motor en la
espalda, como una mochila, y la máquina de humo
en la rodilla y yo manejaba.
Cuando se trataba de brindar el servicio de
limpieza de cisternas, cargábamos con baldes
donde colocábamos mangueras y en una mano
llevábamos las escobas y en la otra mano la bomba
succionadora de agua. Todo un espectáculo.
Teníamos que ahorrar y ello, nos valió varios
accidentes hasta que después de seis meses compré
una camioneta usada marca Nissan, este fue mi
primer vehículo y estaba emocionado, aunque a
veces me daba dolores de cabeza porque se
malograba, pero igual servía.
Esta etapa de mi vida fue algo gitana. Pasé
por diferentes locales y distritos, hasta que llegué a
Lince.
Como ya lo reseñe líneas arriba, en Lince
tuve la oportunidad de acceder a un local ideal,
bien ubicado al lado de la Municipalidad.
Asimismo, tuve la suerte de trabajar con personal
calificado, quienes me ayudaron a consolidar mi
empresa. Posteriormente, compré más motos que
le sirvieron a mis vendedores para trasladarse y
conseguir más clientes.
Desde un principio, mi empresa fue
formal. Tenía su RUC, entregábamos facturas, así
como certificados de fumigación debidamente
71. 71
autorizados por las municipalidades y el Ministerio
de Salud. Nuestra contabilidad estaba al día y
pagaba todos mis impuestos, ya que esto hace
posible crecer y hacer un buen curriculum ante las
entidades financieras que son fundamentales para
que una empresa tenga proyecciones a largo plazo.
—Buenos días, ¿se encuentra el
representante legal de la empresa? —Una mañana
muy temprano nos visitó un señor de estatura
media, serio, pero amable. Vestía un terno azul
noche que le daba cierto toque de elegancia.
—Mi nombre es Aníbal Ramírez, soy
inspector del ministerio de Salud. Tengo
entendido que han solicitado una autorización y
vine a constatar si la empresa cumple con los
requisitos de ley —Dijo el funcionario, mientras
observaba el local de arriba abajo. Sacó unos
papeles de un maletín de cuero y pidió permiso
para iniciar su trabajo.
Luego de una hora, aproximadamente, el
señor Ramírez terminó de inspeccionar mi local y
se retiró. Dejó sobre un escritorio la fotocopia de
un formulario que había llenado a mano.
Después de unos días, nos notificaron del
Ministerio de Salud, puesto que la inspección había
resultado positiva. Más formales no podíamos ser.
Bueno, a mis motos y mi vieja camioneta
Nissan que estaban identificadas con mi empresa,
sumé un carro Volkswagen, que le compré a un
policía retirado. Este vehículo era de mi uso
personal, pero también compré una camioneta
station wagon, marca Toyota Caldina, súper
moderna y elegante, la mejor adquisición y forma
parte de toda una anécdota.
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Un día se me dio por viajar a Tacna para
comprarme una moto grande. Llevaba 1500
dólares en mi bolsillo y me enrumbé hacia la
Ciudad Heroica donde me habían dicho que haría
una buena adquisición en la zona franca. Recuerdo
que me fui con un mecánico joven, lo llamaban
«pistolita», debido a que tuvo un accidente y los
dedos de su mano quedaron como una pistola. Él
también me ayudaba en la empresa con el
mantenimiento de mis motos y fumigando algunas
veces.
Llegamos y comenzamos a buscar la tan
deseada moto. Pero, lo que captó mi atención,
fueron los autos, sobre todo una camioneta Toyota
station wagon de la cual me quedé prendado, pero
lo malo es que costaba 3500 dólares, más del doble
del dinero que había llevado.
— ¿Qué hacemos? —Le pregunté a mi
compañero de viaje— Quiero esa camioneta pero
cuesta el doble.
Llamé a Lima pero era imposible que me
transfirieran la suma que necesitaba y solo me
pasaron 500 dólares que tenían en la cuenta. Me
mandaron por courier certificados y facturas en
blanco que les había solicitado. Luego, se me
ocurrió una idea fantástica.
—Ya sé, vamos a trabajar aquí en Tacna —
Le dije a mi amigo, el mecánico que me quedó
mirando asombrado— Ya tengo los certificados y
facturas en blanco, así que aquí, haremos plata.
Así lo hice, compré una mochila de
fumigación de segunda y comencé a trabajar.
Entraba a diferentes locales comerciales, les
ofrecía el servicio, me aceptaban, les daba su
certificado y me pagaban. Admitiré que aquí,
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desarrollé el talento de convencer con mis palabras
al cliente que no sabía si quien le estaba fumigando
era el Ministerio de Salud, la Municipalidad o una
empresa privada ya que cada vez que ingresaba a
los locales lo hacía con tal convicción y
vehemencia, que no salía hasta que me acepten el
servicio de fumigación para lo cual indicaba a mi
operario «pistolita» que fumigara ya que este
andaba conmigo con una mochila de fumigación
en la espalda lo tenía vestido con un mameluco
blanco y con una máscara de protección. Así
estuvimos casi dos semanas, ahorrando al máximo,
al punto que durante dos noches dormimos en el
parque y descansábamos para desayunar y
almorzar. Fuimos a comprar y yo tenía que reunir,
si o si, esos 3500 dólares.
Hasta que logré mi objetivo y regresamos
a la zona franca para comprar la camioneta. Pero
allí surgió otro problema. Ni mi amigo y yo
teníamos experiencia en viajes largos en carretera
y tampoco teníamos plata suficiente para costear el
combustible. Estábamos ‘fritos’. Lo bueno –
dentro de todo– es que ya no dormíamos en el
parque, sino que ahora lo hacíamos en el carro
recientemente comprado.
—Hola muchacho. Estás demacrado —
me dijo el administrador del restaurante, una
mañana que comíamos— te he visto dormir en el
parque con tu amigo ¿Algún problema?
—No, nada —le respondí— solo quiero
un par de tostadas con un huevo frito y una taza
de café —Agregué, mientras me acomodaba en
una mesa y esperaba a mi amigo el mecánico que
había entrado al baño.
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No sé por qué pero una corazonada me
empujaba a contarle mi problema a ese individuo,
al que por el tiempo que llevábamos en Tacna, casi
me era familiar.
—Sabe amigo, realmente sí tenemos un
problema —Nada tenía que perder al contárselo.
Tal vez sí mucho que ganar. De pronto conocía a
alguien que nos podía ayudar.
—A verlo dicho antes muchacho. Que
falta de confianza. Yo los puedo llevar manejando
tu auto —Lanzó una carcajada dirigiéndose al
mostrador.
Mi compañero de ruta y yo devoramos
nuestro frugal desayuno y quedamos en que
nuestro amigo el administrador del restaurante nos
llevaría a Lima, manejando el auto recién
comprado y el problema de la gasolina se
solucionaba llevando pasajeros. Así de simple.
—Pero tu servicio te lo pago en Lima ¿Esta
bien? —Le aclaré.
—No hay problema —Me dijo
mirándome con un gesto de misericordia.
Una vez en Lima, le pagué a mi amigo de
Tacna y más aún, se quedó trabajando conmigo
casi seis meses. Le había gustado mi carácter
intrépido, emprendedor y habíamos hecho
química. Yo le llamaba «el ingeniero», tenía buena
presencia y me acompañaba a cerrar mis contratos.
Yo era el vendedor y él era el ingeniero, el que
ponía la nota de seriedad al trato. Estrategias de
venta le llaman.
Hasta que el ingeniero quiso hacer lo
mismo, poner su empresa de fumigación pero le
fue mal. Zapatero a tus zapatos como dice el refrán
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y tuvo que regresarse a Tacna a continuar con su
negocio de administrador de restaurante.
Mientras tanto, mi negocio siguió
expandiéndose. Del local que tenía en Jr. Militar,
pase a Jr. Pumacahua, también en Lince. Ese local
era más grande y espacioso y me dio la
oportunidad de consolidar mi segunda empresa
que era de venta y recarga de extintores, ya que
también estaba participando y apoyando a los
bomberos que son para mí los verdaderos héroes
y mártires que tiene el Perú. Por ello, implementé
mi negocio de extintores y también un tercer rubro
de servicios de limpieza y mantenimiento.
Sin duda, el éxito me acompañaba. Un día
la Municipalidad de Lince nos contrató y se
convirtió en la primera empresa del sector público
con la que empezamos a trabajar. Luego, vendrían
otras que nos demostrarían que el Estado es un
buen cliente y que por lo mismo debe apoyar a las
MYPE y PYME teniéndolas como sus principales
proveedoras.
Volviendo a la Municipalidad de Lince,
recuerdo que el trabajo que nos encargó fue hacer
una campaña de fumigación y desratización del
parque Ramón Castilla, un parque bonito y grande,
pero estaba invadido por una plaga de ratas.
La campaña que hicimos fue hasta materia
de un informe en los noticieros. El canal 4,
América Televisión, nos entrevistó y transmitió en
vivo nuestro trabajo. Publicidad gratis que nos
posicionó como líderes en el rubro de fumigación.
Yo figuré como joven empresario líder. Eso fue
motivo para que varias empresas dedicadas al
rubro de premiaciones me enviaran cartas de
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invitación para reconocer y exaltar mi liderazgo
empresarial a mi corta edad.
Para entonces, mis empresas, tanto de
fumigación como de extintores, de servicio de
limpieza y mantenimiento, estaban consolidadas.
Teníamos una buena cartera de clientes, personal
calificado, contadores, publicidad en las páginas
amarillas, había comprado también una combi o
camioneta de carga panel exclusivo para el rubro
de fumigación a la que le puse el logo de la
empresa, así también adquirí mi más preciada
movilidad que fue un carro grande Peugeot bóxer
que lo puse de exclusivo uso para el rubro de
extintores con su logo grande y se convirtió luego
en un laboratorio móvil de recarga de extintores.
En fin, estábamos por esos años en que nos
mudamos a Pumacahua, en la cresta de la ola.
Pero, como dicen, la felicidad no es
completa. Siempre hay algo que falta y en mi caso
faltaba tener mis locales propios. Quise dejar de
pagar alquileres. Frente a esta situación, me animo
a proponerles a mis padres, que me vendan el
terreno donde había estado en un inicio y sobre el
cual, ya había realizado algunas construcciones. Me
refiero a El Agustino.
Una vez adquirido el inmueble, terminé de
construir y establecí mi negocio de extintores.
Luego, compro un local en la calle Bernardo
Alcedo, en Lince, donde ubico el negocio de
fumigación y limpieza.
Este local tenía problemas con los vecinos
que se quejaban con la municipalidad por los
olores de los insecticidas, por lo que tuve que dejar
solo el rubro de limpieza y adquirir otro local en el
distrito de El Agustino, en la av. Placido Jiménez a
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3 cuadras de mi local de extintores, realizando
también la construcción y arreglos, colocando
letreros identificando a las empresas con su rubro
sacando todos los permisos y licencias
correspondientes ya que ahora todo lo hacía con
documentos y de forma reglamentaria,
consolidando así, mis tres empresas iniciales con
su personal calificado, clientes fidelizados, papeles
en regla y sobre todo con sus locales propios. Para
aquel entonces ya había pasado diez años de tener
empresa y de llevar mi carrera empresarial exitosa.
Fue ahí, cuando siento el interés de estudiar
derecho. Había culminado mis estudios de
contabilidad y ahora quería seguir leyes.
Mi ingreso a la universidad Inca Garcilaso
de la Vega, para estudiar derecho, representó el
inicio de una nueva etapa en mi vida.