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Impreso y hecho en México
Índice
Prólogo
Fausto Vallejo Figueroa 9
Sólo unas palabras
Marco Antonio Aguilar Cortés 11
Melchor Ocampo ¿criollo o mulato?
Álvaro Ochoa-Serrano 13
Los orígenes de don Melchor Ocampo
Ramón Alonso Pérez Escutia 23
Melchor Ocampo y el Colegio
de San Nicolás
Adrián Luna Flores, Eusebio Martínez Hernández 33
Pobrecitos federales, ¡ay!
¡qué lástima me dan…!
Jorge Amós Martínez Ayala 43
“El único medio moral de fundar la familia”:
Melchor Ocampo y la secularización del
vínculo matrimonial
Cecilia Adriana Bautista García 57
Don Melchor Ocampo y la Sociedad Civil ante
la invasión estadunidense
Raúl Jiménez Lescas 67
Ocampo y sus libros
Moisés Guzmán Pérez 83
La construcción del Estado liberal:
los valores políticos de Ocampo
Oriel Gómez Mendoza 95
La formación del reformador
Martín Tavira Urióstegui 105
Ocampo en el exilio (1853-1855)
José Herrera Peña 115
La figura del héroe: Melchor Ocampo en
los murales de Alfredo Zalce en Morelia
Miguel Ángel Gutiérrez López 125
Melchor Ocampo en los libros.
Las primeras biografías
Gerardo Sánchez Díaz 137
Testamento de Ocampo 145
Exhumación de los restos de Ocampo 149
Reapertura del Colegio de San Nicolás
Raúl Arreola Cortés 153
Referencias, sobre Melchor Ocampo,
tomadas de la obra: “Juárez y su México”
Ralph Roeder 191
Ocampo
Manuel Payno 219
Referencias, sobre Melchor Ocampo,
tomadas del libro: “Política mexicana
durante el régimen de Juárez”
Walter V. Scholes 231
9
Prólogo
El Gobierno del Estado de Michoacán de Ocampo se honra
en llevar el prestigiado apellido del ilósofo de la Reforma.
Melchor Ocampo fue un hombre de extensos y profundos
conocimientos, y su estructura mental representa al renacimiento
mexicano. Liberal de espíritu, sus inquietudes sociales estuvieron
al servicio de México.
Su nacimiento, según la tradicional fecha repetida y docu-
mentada por no pocos historiadores, acaece el 6 de enero del año
1814, lo que equivale a que nos encontremos durante este 2014 en
el Bicentenario de su natalicio; y ésto es una de las causas, pero no
la mayor, para conmemorarle en un constante homenaje anual, sin
dejar de recordar, para siempre, su enciclopédico pensamiento, su
vida ejemplar, y sus acciones encaminadas a resolver con sensatez
y sentido humano los graves problemas de su tiempo.
En ese contexto hemos dispuesto la edición de este libro:
MELCHOR OCAMPO. Bicentenario (1814-2014) En la obra se
dispone de varios ensayos, sobre el prócer, escritos por historiadores
contemporáneos, (a quienes mucho agradecemos su participación) y
de diversos trabajos de autoría de intelectuales de los siglos XIX y
XX sobre el Señor Ocampo, (a quienes apreciamos por su talento)
Todo ello debidamente ilustrado.
Dejamos en tus manos, amable lector, este libro en reve-
rencia al Mártir de la Reforma, quien mucha vida nos ha dejado
después de su muerte.
FAUSTO VALLEJO FIGUEROA
Gobernador Constitucional
de
Michoacán de Ocampo
Enero del 2014.
11
Sólo unas palabras
La generación de la Reforma es, sin lugar a duda, una de las
mejores que ha tenido México; y, dentro de ella, Melchor
Ocampo resulta su talento más lúcido.
El iniciador de las Leyes de Reforma en 1833, José Ma-
ría Luis Mora Lamadrid, fue aproximadamente 20 años mayor que
Melchor Ocampo, y ambos se conocieron en París; el primero esta-
ba ahí como trasterrado y, el segundo, como un estudiante viajero.
Uno de los resultados de ese encuentro fue que ninguno de
los dos se simpatizó. Estas dos inteligencias con similares ideo-
logías, pero de diversas generaciones, no motivaron en su cruce
química uniicadora cual ninguna; sin embargo, uno es el lógico
continuador del otro.
La esencia ilosóica de esas Leyes de Reforma corrió a car-
go de ambos, en la circunstancia y en los tiempos respectivos de
cada uno de ellos.Así es el destino, tanto el causal como el azaroso.
Empero, este libro está dedicado a Melchor Ocampo, a
quien describe Guillermo Prieto, “Fidel”, declarando: “Remeda-
ba yo a Ocampo con su largo cabello cayendo hacia atrás, su faz
redonda, su nariz chata, su boca grande pero expresiva, su palabra
dulcísima y sus manos elocuentes eran el complemento y la acen-
tuación de su palabra”.
Así, en esta obra encontraremos muchas respuestas a nues-
tras preguntas habituales sobre Don Melchor, a quien, entre más se
le conoce, más se le admira y más se le respeta.
Morelia, territorio de la cultura y el arte, invierno inicial del 2014.
Marco antonio aguilar cortés
13
Melchor Ocampo
¿criollo o mulato?
Álvaro ochoa-Serrano
de
El Colegio de Michoacán
A
saber por su imagen, mulato, afromexicano, sí. Nació en Pa-
teo, una hacienda cerca de Maravatío, al oriente del estado
de Michoacán. Ese Melchor Ocampo, propietario rural y
destacado político, impulsó en 1859 las Leyes de Reforma
que llevaron a consolidar las instituciones civiles del México moderno.
Respecto a su pasado, corren varias consejas. El médico antro-
pólogo Nicolás León aseguró que Ocampo había nacido en enero de
1814, “por una verdadera casualidad”, en la Ciudad de México. Susten-
tó su dicho al encontrar una partida bautismal de un niño expósito, “es-
pañol” (o sea, criollo), en la parroquia del Señor San Miguel Arcángel
que se reiere a José Telésforo Juan Nepomuceno Melchor de la Santí-
sima Trinidad.1
De ahí, que con el agregado de una misteriosa bastardía
y la adopción por parte de la dueña de Pateo, siguieron el mito diversos
autores por varios años. Que si resultado de licenciosos amores de un
abogado, que si de un clérigo insurgente de paso, etc.
Poririo Parra salió a matizar esa primera parte. En el prefa-
cio encomendado por Ángel Pola a las Obras Completas de Melchor
Ocampo, en el tomo 3 de Letras y Ciencias, el prologuista atenúa:
1 N. León. 1884: 61-62.
14
Fue [Ocampo] hijo del amor; mas no fue su proge-
nitora una cortesana sin entrañas, que abandonara en el
pórtico de una iglesia, el tierno fruto de sus deslices, des-
tinado a ser uno de los más preciosos miembros de la hu-
manidad, sino una dama virtuosa, caritativa y opulenta,
llena de afecto maternal y que infundió en su ilustre hijo
el amor al prójimo, la ardiente caridad y el desinteresado
afecto que hicieron tan benéica la vida de ambos.2
En cambio, distinta versión ofreció Fernando Iglesias Calderón,
familiar afín de la propietaria de Pateo, quien sostuvo que Ocampo no
fue hijo de la señora Tapia y Balbuena sino uno de los niños que ella
recogió en su hacienda, un ahijado. Claramente le dijo a Pola:
El hecho de recoger a un huérfano era muy co-
mún en aquellos tiempos y entre las familias acomoda-
das. En la de Tapia no era el primer caso.3
Al trazar los rasgos biográicos, Raúl Arreola Cortés, editor en
1985 de las Obras Completas de Don Melchor Ocampo, apuntó en la
primera nota del tomo primero, con letra chiquita, a pie de página: El
Lic. Ramón Alonso Pérez Escutia encontró en el archivo parroquial de
Maravatío el acta de nacimiento (sic) de un niño, hijo de indio y mulata
al que pusieron José Telésforo Melchor.4
Cabe puntualizar que el curato y partido de San Juan Bautista
Maravatío se componía de cuatro pueblos y dos barrios. La cabecera,
originalmente indígena, para la segunda mitad del siglo XVIII se hallaba
poblada en su mayoría por “españoles y demás calidades”; criollos, po-
bladores originarios tributarios, mulatos y demás castas. En las hacien-
das comprendidas dentro del curato predominaban sirvientes indios y
mulatos; nombradas eran las incas de Pateo el Chico, Pateo el Grande.5
En una de las haciendas mencionadas vio la luz José Telésforo
Melchor. He aquí la partida bautismal:
2 A. Pola. 1900-1901, III: v.
3 A. Pola. 1900-1901, I: 216, III: 674-685
4 Obras Completas de Don Melchor Ocampo. 1985, I: 129.
5 O. Mazín. 1986, pp. 98-99, 293.
15
En el año del Señor de 1810, a siete de enero yo el
B. Dn. Fernando Ruiz, teniente de cura, bauticé solem-
nemente en esta parroquia, puse óleo, crisma y por nom-
bre José Telésforo Melchor de los Reyes, a un infante
de tres días de nacido, hijo de José María Morquecho,
indio, y de María Bernarda, mulata, vecinos en Pateo.
Padrinos José Antonio de la Luz López y María Bartola
Barajas, su mujer, a quienes advertí su obligación.6
Esta evidencia (mediando la interrogante del apellido)
coincide con la descripción física de Ocampo que hiciera un prisionero
de guerra norteamericano, Corydon Donnavan. Capturado en Camargo,
al norte del país, Donnavan fue llevado a Morelia, capital del estado, a
trabajar en la imprenta del gobierno; lugar en donde permaneció desde
diciembre de 1846 a los primeros días de mayo de 1847. Escribió en su
cuaderno de aventuras:
Durante los primeros dos meses de coninamien-
to, se nos ocupó en la composición de la “Reimpresión
de Ordenanzas de la ciudad de Valladolid [Morelia]”,
durante el cual tuvimos la fortuna de que nos visitara el
gobernador de la provincia (Melchor Ocampo), quien
supervisó la publicación. Él es de los mejores hombres
de México, y fue candidato a la presidencia en las úl-
timas elecciones. Ocampo tiene alrededor de treinta y
ocho años, un poco bajo de la estatura promedio, aun-
que robusto. Su ina facción aceitunada pareciera más
oscura de lo que en realidad es, debido a la negrura de
su cabellera, de la cual caen rizos alrededor de su cara
y de sus expresivos y chispeantes ojos negros.7
6 Archivo Parroquial de San Juan Bautista Maravatío, Bautismos, vol.
16, castas 1806-1810, f. 55 fte. Ramón Alonso Pérez Escutia. 1990. Historia de
Maravatío, Michoacán. Comité Organizador de los Festejos del 450 Aniversario
de la Fundación de Maravatío, Michoacán, 1540-1990, p. 173.
7 C. Donnavan. 1847, p. 71. Subrayado nuestro AOS.
16
Ocampo había atendido clases en el Seminario de Valladolid
(Morelia, después) en 1824-1830, y estudió derecho en la Universidad
de México en 1831. Sin embargo, abandonó la carrera en 1835 para ad-
ministrar la parte de Pateo que le heredó la Señora Francisca Xaviera de
Tapia, hacienda a la cual nombró Pomoca (un anagrama de Ocampo).
En su estudio de Maravatío (c. 1837) escribió desde su universo geográ-
ico que Pateo comprendía 787 moradores, una gotita de los 10 mil 155
de la municipalidad total, aun comparado con los 2977 de la cabecera.8
Alrededor de 1841 y 1844, en cuanto a referencias étnicas y a
propósito de una acepción de “Mitote”, Melchor Ocampo en su Idio-
ticón señaló: gresca, algaraza; y, agregaba citando a Antón de Alsedo:
“era un baile de los indios; tal vez de allí viene el nombre”. Consignó en
ese tono, además, “Macuache”, indio bozal o semibárbaro; asimismo,
“Meco” (indio bárbaro./Aplícase por desprecio aun a los que no lo son./
Adj. Lo pintarrajeado de dos colores, uno de los cuales sea negro…).
Son varias las acepciones en dicha obra (sinónimo de vocabulario, dic-
cionario) a baile, danza, instrumentos musicales: balsar, balse, banda,
bandolón, canturear, convite, eniestado, eolina, gamitadera, malinche,
maturranga, zapateado, zapatear.
Vale la pena nombrar y subrayar cambujo en el Idioticón: “Apli-
cado antes al hijo de negro y mulata o mulato y negra; era la casta más
despreciada./ Cuando se aplica a las mulas o a las gallinas, signiica, de
las primeras, color obscuro uniforme, y de éstas, pellejo negro”; destaca
el hacendado de Pomoca, hombre versado del campo. Otra distinción
la menciona en un relato de la época insurgente “Aventuras” (c. 1851)
en el que un clérigo realista manifestaba “desprecio a los criollos” y
discriminación a los indios.9
Ésta de indio, única gracia que sobrevivió
al régimen colonial a lo largo de la vida independiente.
Amante de las ciencias y las artes, a Ocampo se le describía
como persona de carácter alegre, expresivos y chispeantes ojos negros.
Un ser agradable, todo un caballero; y, aunque la primera impresión
que tuvo el referido Donnavan al conocerlo, -partiendo de su extrema
8 A. Pola. 1900-1901, III: 649.
9 Obras Completas de Don Melchor Ocampo. 1985, I: 320-377, 436-442
17
amabilidad y continuas sonrisas, sería la de un buen hombre y sencillo,
uno pronto se da cuenta de sus agudas e inquisitivas miradas, las cuales
se le escapan sin querer y dejan ver -debajo de esa casi infantil manera
de ser- un exacto y agudo estudioso de la humanidad.
Otro detalle humano del biograiado saltó en la consonancia de
una vieja canción de la época, interpretada durante una tertulia. Al tenor
de la lírica:
Todo acaba, todo muere,
Nada en el mundo es eterno,
Sólo mi pena, mi inierno,
Nunca acaba; nunca, no.
El joven Ocampo le replicó a quien la entonaba –muy bien lo
hace vd. La melodía es muy grata, pero el verso muy desatinado. E hizo
segunda mano “en la sentida muerte de mi amada”:
Sueño eterno es la muerte;
Y la vida, fugaz sombra que corre veloz,
Un meteoro que luce un instante
Apagando su brillo precoz.
Todo acaba en el mundo engañoso,
Es efímero todo, mortal;
Concluyó tu existencia preciosa
Y el adiós pronunciaste eternal…10
Como están ustedes para saberlo, el antiguo seminarista fue
electo diputado por el distrito de Maravatío en 1842 y 1845. Gober-
nó Michoacán durante la guerra México-Estados Unidos (1846-1848).
Desempeñó otras responsabilidades en el senado, 1848-1850; secreta-
rio de Hacienda (1850-1852), y gobernador de nuevo en 1852. Deste-
rrado por el gobierno tirano y central, partió por el muelle al norte, en
diciembre de 1853. De su puño y letra:
10 A. Pola. 1900-1901, III: 671-672.
18
Ya me voy, pues me lleva el destino
Como la hoja que el viento arrebata,
De una patria, aunque a varios ingrata,
Bien querida de mi corazón.
Ya me voy a una tierra distante,
A un lugar donde nadie me espera,
Donde no sentirán que me muera
Ni tampoco por mi llorarán.11
El estudioso de las ciencias estuvo atento a las circunstancias
mundiales y del país. En circunstancias adversas, sobrevivió a su exilio
en Nueva Orleans, el cosmopolita afrosur de Norteamérica; puerto del
Golfo de México y puerta al comercio y la industria de los Grandes La-
gos. Sin embargo, no permaneció indiferente a la esclavitud en la tierra
de Tío Sam.
Desde el destierro, en enero de 1854 fue benefactor del Institut
D’Afrique, Societé internationale fondée pour l’abolition de la traite et
de l’esclavage. Instituto francés fundado en 1838 y cuyo objeto era con-
tribuir a la civilización y a la colonización de África para la agricultura,
el comercio, la industria, las artes, las letras y la ciencia. Contribuyó
con 300 francos.
Al igual que los nombres de los protectores y benefactores del
Instituto de África se inscribió el de Melchor Ocampo en las paredes del
ediicio de la Sociedad. Esas mismas inscripciones, destinadas a per-
petuar la memoria de los contribuyentes, serían reproducidas en todas
las regiones en las que se formó una sección correspondiente. Miem-
bros de dicho Instituto, los también mexicanos, J. Muñoz Campuzano,
Fernando N. Maldonado, Miguel María de Azcárate y el Gral. Juan N.
Almonte.12
Donnavan había registrado en su testimonio personal que
Ocampo hablaba cinco idiomas con luidez; un observador agudo de
11 Ibid., p. 672.
12 Archivo de la Diócesis de Zamora. Correspondencia del Obispo José
Antonio de la Peña. París, 23 de enero de 1854. Gentileza de Don Jorge Moreno
Méndez.
19
la naturaleza humana; y su plática corría en extremo instructiva. Su
talento político era de primera, así como su agilidad mental para re-
solver problemas. Tenía una extraordinaria conianza en sí mismo,
valiente a prueba.
Al tanto de la revolución de Ayutla, el 30 de julio de 1855 es-
cribió desde Nueva Orleans a Ponciano Arriaga (quien se hallaba en
Brownsville, Texas), preocupado por la incursión a México de aventu-
reros estadunidenses bien armados y montados que pretendían segregar
suelo mexicano y crear en él la República de la Sierra Madre.13
Cono-
cido es que Ocampo regresó a México en septiembre, vía Veracruz, y
apoyó el movimiento en contra del dictador Antonio López de Santa
Anna en ese 1855. Asimismo, ya como diputado, brevemente presidió
los debates preliminares de la Constitución en 1856.
Desempeñó la Secretaría de Relaciones Exteriores en el régi-
men del presidente Benito Juárez; y, siendo jefe de gabinete en 1859
-como ya se dijo- redactó leyes que favorecieron a la sociedad mexica-
na. Los liberales terminaron con el dominio político conservador y del
clero católico al quitar a éste el control de los cementerios y el registro
civil de nacimientos, matrimonios y defunciones. Además, salvo la in-
dígena, eliminaron las distinciones étnicas y raciales.
Retirado de la vida pública, Ocampo fue asesinado por resenti-
dos de la conserva en junio de 1861.
13 A. Pola. 1900-1901, III: 636.
20
Bibliografía
-Donnavan, Corydon. 1847. Adventures in Mexico. Cincinnati: Robin-
son & Jones.
-Mazín, Oscar. 1986. El gran Michoacán. Cuatro informes del obispa-
do de Michoacán 1759-1769. El Colegio de Michoacán. Gobierno del Estado
de Michoacán.
-León, Nicolás. 1884. Hombres ilustres y escritores michoacanos. Ga-
lería fotográica y apuntes biográicos. Morelia: Imp. del Gobierno.
-Arreola Cortés, Raúl. Obras Completas de Don Melchor Ocampo.
1985-1986. Selección de textos, prólogo y notas. Comité Editorial del Go-
bierno de Michoacán. 5 vol.
-Pola, Ángel. 1900-1901. Melchor Ocampo. Obras Completas. Méxi-
co: F. Vázquez, 3 t.
23
Los orígenes de don
Melchor Ocampo
RAmón ALOnSO PéREz EScUTIA
de la
Facultad de Historia. UMSNH
L
a mayoría de quienes se han ocupado de la vida y obra de don
Melchor Ocampo, coinciden en referir que éste vino al mundo
el 6 de enero de 1814, en terrenos de la hacienda de Pateo.
Por aquel entonces el valle de Maravatío iguraba como uno
de los escenarios de la provincia de Michoacán, en los que se libraba
con mayor intensidad la Guerra de Independencia. Desde el verano de
1813 el virrey Félix María Calleja pactó con los mineros, latifundis-
tas y comerciantes de la comarca de Zitácuaro-Maravatío-Taximaroa,
ubicar en la segunda de esas poblaciones una de las divisiones del
denominado Ejército del Norte, al mando de oiciales como Ciriaco de
Llano y Agustín de Iturbide. El propósito principal de esta fuerza sería
contrarrestar en lo posible a las cuadrillas insurgentes al mando de los
hermanos Ignacio y Ramón López Rayón, así como de Benedicto Ló-
pez Tejeda.
Uno de los aspectos hasta ahora no esclarecidos sobre el origen
y la infancia del futuro “Mártir de la Reforma”, lo constituye su proce-
dencia biológica toda vez que se desconoce quiénes fueron sus padres y
de qué manera se vinculó con doña Francisca Xaviera de Tapia, la que
por aquel entonces iguraba como principal usufructuaria de la hacienda
cerealera de Pateo, una de las más importantes del oriente michoacano.
En sus remotos orígenes la inca formó parte de las mercedes de tierras
24
de las que fue beneiciario el virrey-empresario Antonio de Mendoza,
activo promotor de la colonización de la ruta de la plata que engloba
los minerales de Guanajuato, Zacatecas y San Luis Potosí. Alrededor
de 1780 la mayor parte del latifundio de Pateo llegó a manos del ma-
trimonio formado por el capitán José Simón de Tapia y doña Lorenza
Balbuena. En 1807 sus bienes pasaron formalmente a manos de sus
hijos Francisca Xaviera, Agustín, Joaquín y Josefa.
Sin el mayor sustento documental autores como el periodista
Ángel Pola, Austasio Rulfo, Elí de Gortari y Poririo Parra, coinciden
en señalar que la señora Francisca Xaviera de Tapia fue la madre bioló-
gica de don Melchor Ocampo. Al tiempo que atribuyen la paternidad al
licenciado Ignacio Alas, el doctor Antonio María Uraga y/o, “alguno de
los muchos insurgentes que frecuentaban Pateo”, como airma displi-
centemente de Gortari. Mientras que el doctor Raúl Arreola Cortés, el
más acucioso de sus biógrafos, comparte la opinión de Fernando Igle-
sias Calderón, sobrino nieto de doña Francisca Xaviera, en el sentido
de que el señor Ocampo no nació de alguna relación de la dueña de
la hacienda del Pateo con cualquiera de esas personas. Al respecto se
argumentan las cualidades morales e intachable conducta, así como la
profunda religiosidad de la principal heredera del capitán José Simón
de Tapia.
En ese tenor, Arreola Cortés avala lo expresado por el doctor
Nicolás León, quien descubrió en la parroquia de San Miguel Arcángel
de la Ciudad de México, la partida de bautismo de un niño que supues-
tamente nació el 5 de enero de 1814, al que se dieron los nombres de
José Telésforo Juan Nepomuceno Melchor de la Santísima Trinidad,
hijo de padres no conocidos y llevado a recibir ese sacramento por la
señora María Josefa González de Tapia, radicada en la casa numero 10
de la calle de Alfaro. La tesis de Nicolás León y Arreola Cortés tiene
su punto débil al momento de explicar de qué forma llegó este infante
que vio la primera luz en la Ciudad de México a la relativamente lejana
hacienda de Pateo, en la provincia de Michoacán, tomando en conside-
ración que presuntamente la “madrina” Josefa González de Tapia, no
guardaba parentesco con los usufructuarios de esa inca.
25
En los años recientes, al indagar sobre este controvertido asunto
en el Archivo Parroquial de Maravatío, tuvimos la fortuna de toparnos
con datos sumamente interesantes para contribuir en lo posible a escla-
recer este polémico detalle. En el ramo de bautismos, concretamente
en el volumen 16 correspondiente a la castas, durante los años 1806-
1810, en la foja 55 frente, consta la siguiente partida: “En el año del
señor de 1810, a siete de enero, yo el B. Dn. Fernando Ruiz, teniente
cura, bauticé solemnemente en esta parroquia, puse óleo, crisma y por
nombre José Telésforo Melchor de los Reyes, a un infante de tres días
de nacido, hijo de José María Morquecho indio y María Bernarda, mu-
lata, vecinos en Pateo. Padrinos José Antonio de la Luz López y María
Bartola Barajas su mujer, a quienes advertí su obligación. Fernando
Ruíz. Rúbrica.”
¿Por qué no buscar primero en Maravatío, que es lo más lógi-
co y congruente, y después en otros lugares el origen de don Melchor
Ocampo? Ahora bien, procedemos a fundamentar nuestra tesis de que
la partida arriba podría corresponder, efectivamente, al “Mártir de la
Reforma”. Si el señor Ocampo hubiese nacido en enero de 1814, como
lo señala Arreola Cortés y demás biógrafos, resultaría muy difícil de
aceptar, sin poner en tela de juicio su vasta inteligencia, que apenas
a los 10 años de edad ingresara al Seminario Tridentino de Vallado-
lid de Michoacán, para cursar el bachillerato de Derecho. Resulta más
congruente pensar eso de un joven adolescente de 14 años, dando por
supuesto su nacimiento en el año de 1810.
El apellido Ocampo ha sido un enigma que pocos se han atre-
vido a resolver en algún sentido. El historiador José C. Valadés expone
sobre el particular que en 1810 vivía en la calle del Parque del Conde de
la Ciudad de México un tal Bernabé Ocampo, marido de Ana Gómez,
la que murió en 1811, por lo que éste se mudó después al numero 21
de la calle de Mesones, donde radicaba con su hermana María Josefa
Ocampo. Arreola Cortés airma que ésta última recogió el 13 de sep-
tiembre de 1812, a un niño recién nacido abandonado por una mujer de
la que no se supo mayor cosa. Después, Bernabé y María Josefa Ocam-
po llevaron a bautizarlo, sin preguntarse si ya lo estaba, a la parroquia
26
de San Miguel con el nombre de José María Amado. Posteriormente, en
el censo de 1814, Bernabé estaba casado en segundas nupcias y vivía
en la referida casa de Mesones, en tanto que su hermana se encontraba
radicando en la calle de Alfaro numero 13 con otros familiares; pero el
niño José María Amado no se localizaba con Bernabé ni con María, ni
existe partida alguna de que hubiera muerto. Valadés se interrogaba si
el infante en cuestión fue el mismo que llegó al regazo maternal de la
señora Tapia, en la distante hacienda de Pateo en el turbulento 1814.
Si esto fuese verídico, se echaría por tierra este último año como el del
nacimiento de Ocampo y se reforzaría la autenticidad de nuestra partida
del archivo maravatiense.
Ahora bien, en un padrón que corresponde al pueblo de Marava-
tío fechado en el año de 1809, no se identiica la existencia del apellido
Ocampo, pero sí radicaban allí varias familias con el apelativo Campos.
Se remarca este último para poner énfasis sobre la gran similitud que
existe entre éste y Ocampo. Por lo que no desestimo que para el caso
especíico de don Melchor Ocampo, puede tratarse, en realidad, de su
apellido, considerando una eventual mala lectura de Campos. Un ele-
mento de sustento alrededor de esta tesis lo constituye el hecho de que
su hijo póstumo, el abogado Melchor Ocampo Manzo, nacido en 1862,
fue producto de la relación que sostuvo con Clara Campos, a la que se
identiica en el referido padrón de 1809 como una niña, siendo señala-
da como incestuosa por el presunto parentesco cercano de sus padres.
Hay que recordar que fue en su madurez cuando el abogado Ocampo
adoptó como su segundo apelativo el de Manzo, para honrar al doctor
José María Manzo Cevallos quien veló por su formación profesional en
su virtual situación de orfandad, sin que se invoque más el nombre y la
presencia de su madre.
Otra elemento a considerar es el hecho de que el apellido Ocam-
po se encuentra arraigado en la comarca de Tuzantla desde inales del
siglo XVII, además de que se tiene documentada la constante migra-
ción temporal de familias de ese punto al valle de Maravatío durante
la época colonial, para desempeñarse en labores agrícolas. Por lo tanto
cabe presumir como otra posibilidad que los padres de don Melchor
27
Ocampo hayan acudido con ese propósito a terrenos de la hacienda de
Pateo. No se desestima que la situación de guerra imperante desde el
otoño de 1810, eventualmente haya propiciado su deceso con la conse-
cuente situación de orfandad para el futuro “Filósofo de la Reforma”,
entrando así en la vida de doña Francisca Xaviera de Tapia.
¿Cómo transcurrió la infancia de don Melchor Ocampo? Pa-
radójicamente, quien fuera una personalidad amante de la paz y la li-
bertad vivió, el medio siglo que el destino le reservó, inmerso en la
violencia que acompañó al nacimiento de su país a la Independencia y
su integración como tal. No es difícil imaginar los primeros años de la
vida de aquel niño precoz. Venido al mundo quizás unos meses antes de
que don Miguel Hidalgo emprendiera la lucha insurgente, Ocampo fue
víctima de los azares de ella, perdiendo pronto a sus padres y quedando
a la deriva del destino, el cual le fue generoso y le auguró un futuro
promisorio cuando lo llevó a los humanitarios brazos de la señora Fran-
cisca Xaviera de Tapia. En Pateo la soledad de su orfandad la mitigó la
compañía de Ana María Escobar, Josefa Rulfo, Estanislao Hernández,
Clara Campos y otros pequeños como él, puestos a salvo de la crueldad
de la guerra por aquella generosa y desinteresada protectora.
La señora de Tapia no tardó en dejar entrever su predilección
por el pequeño “Melchorillo”, como se le denominaba afectuosamente.
Periódicamente la acompañaba al pueblo de Maravatío, donde la hacen-
dada de Pateo convivía largamente con los clérigos de la parroquia de
San Juan Bautista y sus parientes los Balbuena Picazo. En 1815, el niño
Telésforo Melchor contaría con 5 años y su aguda inteligencia registra-
ba ya con sorprendente claridad la realidad que le rodeaba. Vivió tem-
poradas más o menos prolongadas en Maravatío al lado de los clérigos
o en casa de los Balbuena. Compartió sus juegos infantiles con José An-
tonio, Patricio y Teresa, con los que mantendría estrecha relación toda
su vida. Allí fue testigo presencial de la brutalidad de la guerra por la
Independencia; conoció el proceder de los oiciales realistas presididos
por los sanguinarios Ciriaco del Llano y Agustín de Iturbide. Vio mu-
chos de los fusilamientos de insurgentes llevados a cabo en Maravatío
y tal vez se imaginó que el destino alguna vez le depararía esa suerte.
28
El pequeño “Melchorillo” supo de las intrigas y pleitos en los
que se enredaron los clérigos que servían en la parroquia de San Juan
Bautista de Maravatío, en los sombríos tiempos de la guerra. Conoció
desde entonces muy de cerca los avatares del medio eclesiástico, lleno
de conspiraciones, envidias, golpes bajos y otros no tanto, en la disputa
de los bienes del César descuidando los que eran de Dios. Estuvo desde
niño al tanto del funcionamiento de un clero podrido e inmerso en una
crisis irreversible que lo llevaría andando el tiempo a perder sus cente-
narios privilegios. En la madurez de su vida, “Melchorillo” contribuiría
a asestar más de algunos de los demoledores golpes que separaron para
siempre las cosas de Dios de las de los hombres. Se presume que fue
con los clérigos de ese curato con los que Ocampo adquirió los prime-
ros rudimentos de la escritura y la lectura.
Después de la señora de Tapia, admiró con especial fervor al
doctor Antonio María Uraga, en quien maliciosa y tendenciosamente
muchos han tratado de encontrar su paternidad. Conoció al brillante
clérigo, abierto partidario de la causa insurgente; estuvo al tanto del
conlicto librado por Uraga con la caterva de sacerdotes ignorantes que
tenía como auxiliares en el curato maravatiense. El padre Uraga había
participado muy de cerca en la conspiración vallisoletana de 1809. Tras
el estallido de la guerra abandonó temporalmente la administración de
su parroquia a la que había llegado tres años atrás. Anduvo en varios
lugares huyendo a la implacable persecución de la Inquisición y los
realistas. Las circunstancias políticas no le permitieron regresar sino
hasta los últimos días de 1814, precisamente cuando Ciriaco de Llano
realizaba el genocidio de la población maravatiense, con la callada e
inmoral complicidad de los clérigos que lo suplieron en su ausencia.
Con ciertos detalles, Uraga habló de los curas Portal e Imitola,
quienes también fueron de los primeros mentores del pequeño Melchor
Ocampo, a los que éste prodigó su cariño sin atender a los muchos
defectos criticados por el ilustrado y progresista párroco. En opinión
de éste, “el bachiller Antonio Hilario Portal, eclesiástico anciano, ave-
cindado muchos años atrás en este pueblo, es un buen hombre, pero
achacoso e impedido por lo mismo de emplearse en nada del ministerio.
29
No se cuenta por tanto con él, y es en razón del clérigo como si no lo
hubiera. Casi lo mismo puede decirse del sacristán mayor D. Ignacio
Imitola, cuyos extraños escrúpulos lo embarazan de celebrar, de dar la
sagrada comunión, y aun de rezar el oicio divino, si no es empleado
en él la mitad del día, aun su exactitud en mil ridículas menudencias,
que podrían llamársele farisaica si no proviniese de un buen celo; inco-
moda a los dependientes de la iglesia y exaspera a los vicarios, siendo
acaso ésta una de las causas de la diicultad de encontrarlos”. El propio
Uraga habló del bachiller Manuel Mejía, quien mucho sabía sobre el
origen de Ocampo, como capellán que fue de las haciendas de Pateo y
de Paquisihuato, pues éste “hace veces de vicario por honorario que le
pago en aquel distrito que es el más pesado de esta administración. Es
un buen y laborioso eclesiástico”. El doctor Uraga informaba a Abad y
Queipo que había acudido al curato de Celaya y la propia Valladolid en
busca de auxiliares, pero que por las circunstancias imperantes no había
sido posible conseguirlos a pesar de las ventajas que todavía ofrecía la
parroquia a su cargo.
En el ocaso de la Guerra de Independencia se radicó en el pue-
blo de Maravatío el oicial realista de origen italiano Vicente Filisola,
quien pronto se integró como prominente miembro de la sociedad local
hasta el momento de su muerte en 1850. Este personaje en diferentes
momentos tuvo largas ausencias por su participación en la política na-
cional de las primeras décadas del período independiente. Entre otros
largos viajes Filisola tuvo el de 1822-1824, cuando su amigoAgustín de
Iturbide, dueño de la hacienda de Apeo en el propio valle de Maravatío,
lo comisionó para hacer el célebre plebiscito que decidió la suerte de la
América Central. Otra ausencia más fue la que lo ocupó en la desastro-
sa campaña de Texas en 1835-1837, en la que fue segundo de Antonio
López de Santa Anna. Sin embargo, el general Filisola fue uno de los
personajes que más inluyeron en la temprana formación intelectual de
don Melchor Ocampo, al que suscitó el interés por la geografía, la esta-
dística y la mineralogía, entre otras cosas.
En el otoño de 1824 el joven Melchor Ocampo fue enviado a la
ciudad de Valladolid de Michoacán, para realizar estudios en el recién
30
restaurado Seminario Tridentino. En este plantel formó durante los si-
guientes cuatro años parte de una de las generaciones de oro que pasaron
por sus aulas, en la que iguraron además de él personajes como los fu-
turos jerarcas e ideólogos de la Iglesia católica Clemente de Jesús Mun-
guía y Pelagio Antonio Labastida y Dávalos; el abogado pro clerical Ig-
nacio Aguilar y Maracho; así como sus congéneres liberales José María
Manzo Cevallos, los hermanos Juan Bautista y Gregorio Cevallos, Juan
Manuel Olmos, Agustín Aurelio Tena, José Consuelo Serrano, Ramón
Talancón y Antonio Florentino Mercado. Los futuros políticos liberales
recibieron en aquel entonces la inluencia del carismático y controver-
tido José Trinidad Salgado, quien fue sucesivamente vicegobernador y
titular del Ejecutivo local, igurando como el más prominente defensor
del modelo organizacional federalista en Michoacán, además de líder
de la logia masónica del rito de “York”.
Aunque no lo conoció personalmente, porque falleció por los
días en los que el adolescente Melchor Ocampo realizaba el viaje a Va-
lladolid, para ingresar al Colegio Seminario, se ha presumido en irme
que los estudios botánicos y naturalistas en general que llevó a cabo don
Juan José Martínez de Lejarza, inluyeron de manera decisiva en la fa-
ceta que tuvo como cientíico aquél. Es probable que desde su estancia
en la capital del estado, Ocampo haya mostrado interés y profundizado
en el estudio de las obras tanto de Lejarza, como las de Pablo de la Lla-
ve y el prusiano Alejandro de Humboldt.
Una vez concluidos los estudios de bachillerato en Valladolid-
Morelia, la expectativa del joven Ocampo fue la de efectuar la carrera
de abogado en la Ciudad de México. Con ese propósito y orientado por
el licenciado Ignacio Alas se inscribió en la Universidad. En la prima-
vera de 1831, la víspera de su muerte, la señora Francisca Xaviera de
Tapia designó a su protegido Melchor Ocampo, como heredero uni-
versal de sus bienes, entre los que iguraba como el más importante la
hacienda de Pateo, en lo que se incluían las muchas deudas contraídas
a lo largo de casi tres siglos, principalmente por concepto de capella-
nías y otras obras pías. Alrededor de 1833 nuestro personaje se desistió
de continuar sus estudios en la capital del país, en la coyuntura del
31
movimiento reformista liberal de Valentín Gómez Farías; y para 1835
lo encontramos inmerso ya en los muchos y apremiantes asuntos de su
vasta inca de campo, al tiempo que cultivaba sus aiciones en torno de
la botánica, la geografía, la geología y otras ciencias. Aquí iniciaba la
segunda y muy importante etapa de su vida, la incursión en la investi-
gación cientíica, y la política regional y nacional.
33
Melchor Ocampo y el Colegio
de San Nicolás
AdRIán LUnA FLORES
y
EUSEbIO mARTínEz HERnándEz
del
Centro de Estudios sobre la Cultura
Nicolaita. Archivo Histórico
A
l iniciar el movimiento de Independencia, encabezada por
el ilustre Miguel Hidalgo en 1810, el Colegio de San Nico-
lás Obispo fue clausurado, como muchas otras institucio-
nes educativas en el resto del país. Esta guerra había traído
graves consecuencias al Colegio, no sólo había ocasionado su cierre e
interrumpido sus actividades académicas sino que gran parte de su pa-
trimonio se había perdido, y su ediicio había quedado prácticamente
en ruinas por la ocupación que hicieron de ella los grupos en pugna.
El cabildo a través del superintendente canónigo Francisco de Borja
Romero se había dado a la tarea de rescatar las pocas propiedades
que habían quedado. La importancia que revestía la labor del plantel
pronto fue admitida, ya que se hicieron intentos por reconstruir su edi-
icio para poder realizar su reapertura, pero las diferencias en el seno
mismo del cabildo catedralicio así como de las discrepancias con el
gobierno del Estado sobre el derecho al patronato en la administración
del Colegio complicaron su reapertura. Finalmente, en 1844 la Junta
Subdirectora de Estudios del Departamento de Michoacán solicitó al
Cabildo Eclesiástico renunciara al patronato del Colegio, mismo que
después de un estudio minucioso accedió a la petición, cediendo para
34
siempre a dicho patronato, a partir de mayo de 1845.1
La Junta de Instrucción Pública se había creado en 1831 con la
inalidad de fomentar y vigilar la instrucción pública, cuyo organismo
también tenía la función de recabar fondos para la enseñanza a partir
del 10 % del impuesto que causarían las funciones de teatro, peleas de
gallos, trucos y billares, y de un impuesto al sueldo de los empleados
públicos. De esta manera, al realizarse el acta de cesión, el patrimonio
propiedad del Colegio pasó al fondo de instrucción pública. Tras la ins-
talación de la Junta Subdirectora de Estudios del Departamento de Mi-
choacán, el 19 de febrero de 1844, retomó como una de sus funciones
sustanciales el de recaudar fondos para la reapertura y sostenimiento
del Colegio de San Nicolás.2
Este sistema era una de las prácticas que había implementado
el Cabildo Eclesiástico de otorgar préstamos hipotecarios a particulares
para obtener fondos para el sostenimiento del Colegio. Celosos de su
deber, los miembros de la Junta establecieron las bases y condiciones
generales sobre las que debían realizarse los préstamos hipotecarios de
los fondos destinados a instrucción pública. En dichas bases se pedía
claridad en las condiciones en que se realizaría el contrato, especii-
cándose el tiempo y cantidad prestada. Se determinó que el empréstito
que se otorgaría no excediera de la mitad del valor de la propiedad en
garantía y si fuese posible sólo la cuarta parte. Por su parte, los bie-
nes hipotecados quedaban a favor de los fondos de instrucción pública
mientras que los réditos obtenidos por dicho préstamo estaban destina-
dos al sostenimiento de San Nicolás.3
1 Arreola Cortés, Raúl, Historia del Colegio de San Nicolás, Morelia,
UMSNH, 1991, pp. 196-198.
2 Archivo Histórico de la Universidad Michoacana (AHUM), Fondo:
Gobierno del Estado, Sección: Instrucción Pública, Serie: Colegio de San Nicolás,
Subserie: Minutario, Caja 4, Exp. 1.
3 Bases generales a que deben arreglarse las escrituras de imposición
de los fondos destinados a la instrucción pública. AHUM, Fondo: Gobierno
del Estado, Sección: Instrucción Pública, Serie: Junta Subdirectora de Estudios,
Subserie: Capital en Depósito, Caja 4, Exp. 4, F/n.
35
El 17 de marzo de 1846, Don Melchor Ocampo, vecino del pue-
blo de Maravatío solicitó a la Junta Subdirectora de Estudios, un prés-
tamo por la cantidad de seis mil ochocientos cincuenta y cuatro pesos,
siete reales, con la inalidad de fomentar su Hacienda de Pateo. Ante
la imposibilidad de acudir personalmente a Morelia para realizar las
gestiones necesarias y establecer las condiciones del préstamo, nombró
como apoderado al licenciado Don Francisco García Anaya para que en
su nombre acordara las condiciones generales del contrato con la Jun-
ta Subdirectora, obligándose a pagar réditos del seis por ciento anual
garantizándolos con su Hacienda de Pateo, valuado en ciento veinte
mil quinientos ocho pesos, un real, ocho granos. Después de un largo
proceso de diligencias y comprobación de documentos, se autorizó y
irmó el contrato del préstamo por el Presidente de la Junta, Juan Ma-
nuel González Urueña y el Secretario Don Santos Degollado, el 24 de
octubre de ese año, previa entrega de las escrituras de dicha hacienda.
El contrato se estipuló por nueve años, y cuyos réditos fueron pagados
al Procurador Tesorero del Colegio Don Vicente Rionda.4
En el proceso de reapertura del Colegio de San Nicolás partici-
paron diversos actores: políticos, intelectuales, profesores, estudiantes
y benefactores. Entre los principales se encontraba Melchor Ocampo.
Desde los primeros años de la década de los cuarenta, había comenzado
a ocupar cargos públicos al ser electo diputado al Congreso General por
el Departamento de Michoacán, junto a los ciudadanos D. José Con-
suelo Serrano y el licenciado Juan B. Ceballos, además de los suplentes
D. Joaquín Ortiz de Ayala, D. Luis Gutiérrez Correa y D. Juan Manuel
González Urueña. Ocampo se encontraba desempeñando sus labores
legislativas al ser designado gobernador provisional del estado de Mi-
choacán tomando las riendas del gobierno el 5 de septiembre de 1846.
Con su nuevo cargo, de inmediato se involucró en los prepara-
tivos para la reapertura del antiguo Colegio junto con la Junta Subdi-
rectora de Estudios. El 14 de noviembre de 1846, fue descentralizada la
Junta Subdirectora convirtiéndose en la Junta Directora de Estudios de
Michoacán. Con este cambio la Junta adquirió mayores facultades para
4 Ídem.
36
dictaminar temáticas educativas e incluso también al gobernador se le
legó facultad para que dictara medidas que estaban fuera del alcance
de la Junta. En ese sentido, Ocampo se encargó de hacer los nuevos
nombramientos para la Junta Directora de Estudios, asimismo fue el
encargado de expedir los primeros títulos como empleados y catedráti-
cos del plantel civil que se encargarían de la educación de los jóvenes
michoacanos y de otras entidades circunvecinas. Además aprobó el re-
glamento interno y los primeros libros de textos que serían la base para
la enseñanza preparatoria y profesional.
Finalmente, Melchor Ocampo en su calidad de gobernador de
Michoacán, encabezó la ceremonia de reapertura del Colegio Primitivo
y Nacional de San Nicolás de Hidalgo, el 17 de enero de 1847. El 18 del
mismo mes empleados y profesores acudieron al palacio de gobierno a
tomar la protesta ante el gobernador. Ocampo como un liberal conno-
tado, después de haber viajado por Francia traía consigo la idea de que
sólo a través de la educación se podía incar el desarrollo del país, y en
ese sentido, proyectó al Colegio como una institución civil que debía
formar a los futuros ciudadanos y en donde se cimentaría una nueva
forma de gobierno idóneo en la construcción del Estado-nación.
La reapertura del Colegio tuvo gran relevancia en el ámbito
nacional, ya que tras veintiséis años de haberse conseguido la Inde-
pendencia de México sólo existían cinco colegios o institutos oiciales:
Puebla (1825), Jalisco (1826), Oaxaca, Estado de México y Guanajuato
(1827). Michoacán fue el sexto estado que contó con una institución
educativa de nivel superior y al igual que en los otros centros educati-
vos tuvo como prioridad formar profesionistas con un alto grado de res-
ponsabilidad social como: abogados, médicos, farmacéuticos, y otras
carreras que con el paso de los años se fueron abriendo.
Las contribuciones de Ocampo no se redujeron a sólo aprobar de-
cretos y acuerdos para el buen funcionamiento del Colegio de San Nico-
lás, sino que como un buen intelecto se dio tiempo para participar en las
mesas sinodales de las cátedras de matemáticas e idioma francés en los
actos públicos que se presenciaron en 1847. En este mismo año formó par-
te de la terna para ocupar el cargo de la regencia, del cual resultó ganador,
37
pero por diversas circunstancias no llegó a ejercerla.5
Sin embargo, quedó
abierta la posibilidad para que en el futuro la pudiera ejercer, y por ello en
1850, se le volvió a invitar para ocupar el puesto de regente.
Por otra parte, al inalizar el año escolar de 1847, Ocampo reali-
zó los preparativos para la incorporación del Instituto Médico-Quirúr-
gico (que había sido fundado por el Dr. Juan Manuel González Urueña
en 1829) a San Nicolás mediante el decreto del 9 de diciembre, para
que la enseñanza de las ciencias médicas estuviera integrada en un sólo
centro educativo.6
Uno de sus grandes anhelos era que en el Colegio se
cultivaran las ciencias exactas para fomentar el conocimiento cientíi-
co, por ello, aun después de haber dejado el cargo de gobernador estu-
vo al pendiente del desarrollo académico del plantel nicolaita, tal como
se observa en las actas de sesiones de la Junta Directora de Estudios
en donde sugirió la compra de equipo adecuado para la creación del
primer gabinete de física y química. Aparte del apoyo económico donó
un telescopio y un microscopio, para que aquellas cátedras estuvieran
bien equipadas.
No obstante a los problemas políticos, económicos y sociales
que aquejaban al país, Ocampo mantuvo irme la idea de abrir carreras
profesionales en San Nicolás que respondieran a las necesidades del
Estado. El 16 de julio de 1852, tras su segundo período de gobierno,7
aprobó un decreto para establecer la carrera de Agricultura e Ingenie-
ros Civiles, que era una de las ideas que le habían surgido producto
de sus exploraciones cientíicas observadas en varias entidades y en
su propia hacienda de Pateo. Sus ideales habían sido ampliados a tra-
vés de sus experiencias vividas en el extranjero, pero sobre todo tras
haber cursado algunos estudios de agricultura cientíica y formación
5 AHUM, Fondo: Colección de Libros, Exámenes, Sesiones y Títulos, Libro
de Registro de Actas de la Junta Directora de Estudios, sesión del 26 de agosto de
1847.
6 Bonavit, Julián, Historia del Colegio Primitivo y Nacional de San Nicolás
de Hidalgo, 4ª ed., (prólogo y 2ª parte de Raúl Arreola Cortés), Morelia, UMSNH,
1958, p. 192.
7 Aguilar Ferreira, Melesio y Bustos Aguilar, Alejandro, Los gobernadores
de Michoacán, 3ª ed., Morelia, Paldom, 2002, p. 45.
38
de mapas y por haber formado parte de la Sociedad Asiática durante
su estancia en Europa. Asimismo había observado que la agricultura,
la industria y el comercio del país se encontraban paralizados por los
efectos de las guerras internas y las intervenciones externas que reque-
rían soluciones inmediatas.8
En la carrera de Agricultura planteaba el estudio por un año de
las cátedras de matemáticas, física y química, y por dos, la de agricultu-
ra y las prácticas en una hacienda de campo. Por su parte, los Ingenieros
estarían obligados a cursar por dos años matemáticas y arquitectura, y
en uno la de física. Para ambas profesiones se les exigiría el aprendizaje
del idioma francés, mientras que para los cursantes de arquitectura de-
bían poseer la habilidad del dibujo lineal.9
Con este plan de estudios se
intentaba modernizar las labores agrícolas, en donde los egresados de-
bían aprender a cultivar la tierra en base a los conocimientos cientíicos.
Sin embargo, la creación de las carreras de agricultura e ingenie-
ría sólo quedaron en proyectos por falta de fondos, salvo la academia de
dibujo y pintura, siendo su catedrático Octaviano Herrera cuyo sueldo
fue pagado de los bolsillos de Melchor Ocampo. Pese a los excelentes
resultados la academia fue cerrada y su reapertura se realizó hasta 1855.
A partir de entonces tuvo una intensa actividad y se formaron muchas
generaciones de artistas.
En este mismo decreto Ocampo estableció como obligatorio el
curso de la Academia de Derecho Teórico-Práctico como requisito para
la titulación de los futuros abogados. También dispuso la asistencia de
tres horas diarias en cualquiera de las siguientes instancias: un bufete
particular, en un juzgado de primera instancia, secretario o iscal del Su-
premo Tribunal de Justicia. En caso de inasistencias se acordó suplir las
8 Arreola Cortés, Raúl, Ocampo, Morelia, Gobierno del Estado de
Michoacán/UMSNH, 1992, p. 43 y 53. Además había sido nombrado socio
correspondiente de la Compañía Lancasteriana en Michoacán desde donde había
mostrado su preocupación por el estado que guardaba la educación en la entidad.
9 Coromina, Amador, Recopilación de leyes, decretos y circulares
expedidos en el Estado de Michoacán, Tomo XIII, Morelia, Imprenta de los hijos
de I. Arango, 1886, p. 26.
39
faltas con seis meses más de práctica.10
Otros de los ramos que Ocam-
po consideraba importante para la formación de los estudiantes fue el
aprendizaje de los idiomas inglés y griego abiertos en 1852.
Por otra parte, mientras Ocampo estuvo en la Ciudad de Méxi-
co, fungió como enlace para la compra de materiales para los gabinetes
y laboratorios de física-química en el extranjero. A inales de la década
de 1850, las actividades del plantel transcurrieron de manera irregular
por las fuertes tensiones que se gestaron entre la Iglesia y el Estado por
la promulgación de la Constitución Política de 1857, que estableció
la separación de dichas instituciones. El conlicto bélico trajo como
consecuencia no sólo el triunfo de los liberales sino la pérdida de uno
de sus más grandes actores, el asesinato de Ocampo, acaecida el 3 de
junio de 1861.
Tras su muerte se acordó en la Junta de Colegio honrar la me-
moria del que había sido más que un restaurador de San Nicolás. El 8
de junio de 1861, el catedrático Cirilo González propuso una comisión
compuesta por el regente Bruno Patiño, catedráticos Luis González Gu-
tiérrez y Juan Rubio, para que se encargaran de elaborar el programa
para honrar a Ocampo. El programa fue dado a conocer al día siguiente
bajo los siguientes puntos:
1ª. El Colegio guardará luto en la forma acostum-
brada por espacio de nueve días contados desde hoy,
suspendiéndose los tres últimos las distribuciones y de-
biendo los superiores del establecimiento usar riguroso
traje negro en los mismos nueve días.
2ª. En el último día de los nueve referidos se cele-
brarán en el salón de actos honras fúnebres de la mane-
ra siguiente. A la madrugada del mismo se enarbolará
en el ediicio el pabellón a media asta, permaneciendo
así todo el día. Los balcones del frontispicio se enluta-
rán con cortinas blancas y lores de listón negras. De la
misma manera se adornarán el primer patio y el salón
de actos, colocándose en el interior de este una pira que
10 Ídem.
40
en los costados tenga escritos sonetos alusivos, a cuyo
efecto se escitará (sic) al Sr. Moreno y a otras personas
del establecimiento o extrañas a él.
3ª Se escitará (sic) al catedrático de dibujo D. Job
Carrillo para que el óleo saque una copia del retrato
del Sr. Ocampo. Si estuviere concluida esta para el día
en que deban veriicarse las honras, se colocará duran-
te él, en el balcón principal del Colegio, trasladándose
después al salón de actos para que quede allí perfecta-
mente como un recuerdo que le consagra a la memoria
del mismo Sr. Ocampo.
4ª. A las siete de la noche, reunidos todos los su-
periores del establecimiento en el local destinado para
este objeto, se dará principio con las dobles de estilo
con las campanas del Colegio, tocándose luego una
poesía fúnebre: en seguida el orador nombrado por la
Junta de Catedráticos pronunciará un discurso propio
de las circunstancias, concluido éste se tocará otra pie-
za de música; después el catedrático D. Vicente More-
no recitará una composición poética alusivo al objeto
de la solemnidad, y terminada ésta se dará in al acto
con otra pieza de música y nuevos dobles.
5ª. Para este acto se convidará con papeletos de
luto, que serán entregadas por una comisión de señores
catedráticos al Excelentísimo Señor Gobernador, au-
toridades y personas de representación, y a las demás,
por una de alumnos.
6ª. Los convidados serán introducidos por una
comisión de alumnos, salvo el caso de que asistiere el
E. S. Gobernador, pues entonces será formada aquella
de catedráticos.
7ª. Una comisión nombrada por el Sr. Regente se
encargará del ornato del interior y esterior (sic) del lo-
cal, contrate música e impresión de papeletas.
8ª. Los gastos que se eroguen en esta festividad
serán cubiertas por el señor Inspector de Instrucción
Pública, actuales catedráticos del establecimiento y de-
más personas que con tal carácter hayan pertenecido al
41
mismo, mediante las cuotas con que contribuya cada
una de ellas, y que recogerá el individuo que nombre el
señor Regente.11
La propuesta fue aprobada y fue nombrado orador el profe-
sor Luis González Gutiérrez para el acto que se realizó el 17 de junio.
El profesor González matizó como principales puntos de gratitud: la
reapertura y secularización, y el haber convertido a San Nicolás en una
trinchera de las ideas liberales. Era grande el cariño de Ocampo hacia el
plantel civil y sabía de las carencias que enfrentaban los catedráticos y
estudiantes en su proceso de enseñanza-aprendizaje, por no contar con
una biblioteca selecta, antes de morir dejó estipulado en su testamento
que su acervo bibliográico pasara al Colegio.12
Si bien algunos de los principios e ideales de Ocampo no pu-
dieron concretarse de inmediato, tampoco tuvo la oportunidad de ver
el lorecimiento del Colegio de San Nicolás que alcanzó a ines del
siglo XIX, al convertirse en uno de los centros más importantes a nivel
regional tras ampliar su oferta educativa y que parafraseando al gran
reformador fue “una verdadera universidad” y sólo faltó que otorgara
títulos profesionales.
11 AHUM, Fondo: Colección de Libros de Títulos, Exámenes y Sesiones,
Libro de registro de actas de sesiones de la Junta del Colegio de San Nicolás,
1851-1863, Caja 1, Libro 3. Sesión de 9 de junio de 1861.
12 La biblioteca de Colegio fue conformada por donaciones hechas por
particulares entre los que destacan: Teóilo García Carrasquedo, Anselmo Argueta,
Luis González Gutiérrez, entre otros. Del mismo modo se nutrió de bienes
secularizados a los templos y conventos.
43
Pobrecitos federales, ¡ay!
¡qué lástima me dan…!
El conlicto entre liberales y conservadores en la
lírica tradicional de la Tierra Caliente
JORGE AmóS mARTínEz AyALA
de la
Facultad de Historia. UMSNH
¡Pobrecitos federales!
¡Ay, qué lástima me dan!
¡Se los llevan para arriba!
¡Sabe Dios si volverán!
(Los federales, son terracalenteño)
E
staba sonando El Gusto Federal, una pieza representativa de
la Tierra Caliente del Balsas, al terminar el redoble de la tam-
borita y tocar los aros, el grupo de don Natividad Leandro “El
Palillo”, de Ajuchitlán, Guerrero, empezó a cantar:… ¡Pobre-
citos federales! ¡Ay! ¡Qué lástima me dan!... quedé sorprendido: prime-
ro porque la copla, o el “verso”, como le llaman los músicos tradicio-
nales, ya lo había escuchado antes, en un son que don Leandro Corona,
quien vivió hasta los 103 años, residente en Zicuirán, municipio de La
Huacana, Michoacán, llamaba: Los Federales; de manera coincidente
la frase melódica principal de ese son corresponde con el gusto Dime
morenita mía, que si bien habla de los deseos amorosos hacia una mu-
jer, utiliza como metáforas algunos términos militares para referirse al
encuentro amoroso como escaramuza bélica.
44
¡Quiero una guerra contigo!
Quiero una guerra de abrazos,
quiero un tiroteo de besos
y avanzarme entre tus brazos.
(Dime morenita mía, gusto terracalenteño)
Las preguntas saltan a la vista, algunas que se resuelven de ma-
nera sencilla ¿Cómo es que una misma música deine dos piezas mu-
sicales distintas en áreas vecinas de la Tierra Caliente? ¿Cómo es que
una copla se comparte en otro par de sones? Que se pueden responder
a partir de la relativa proximidad de las localidades y su pertenencia a
una misma región cultural. Otros cuestionamientos son más complejos
¿Podemos “fechar” la temporalidad probable en que se compusieron o
adaptaron las coplas? ¿Por qué el período de mediados del siglo XIX
hasta el in de la centuria fue prolijo en la creación de coplas que se
incorporaron a la tradición en la Tierra Caliente? ¿Por qué un evento
que sucedió hace más de un siglo sigue vigente en la cultura regional?
Intentaremos dar una respuesta tentativa y temporal a lo largo del texto;
sin embargo, es necesario evidenciar que las coplas utilizadas fueron
compuestas al mediar el siglo XIX, la época en que más activo política-
mente estuvo don Melchor Ocampo y que éstas transmiten información
histórica, política e ideológica de tal período, y es de nuestro interés
entender los mecanismos que la conforman y articulan.
Cuando se piensa en un género músico-literario vinculado a la
historia popular siempre llega a nuestra mente el corrido; sin embargo,
nuestra preocupación a lo largo del texto es mostrar el contenido histó-
rico de las coplas de la región y el posible uso político que se les dio en
el pasado.
En el repertorio de la Tierra Caliente podemos encontrar varias
coplas que hacen referencia a la manera en que fueron percibidos los
procesos políticos del siglo XIX, sobre todo el conlicto entre la Iglesia
y el Estado visible como la disputa entre “liberales” y “conservadores”.
Aunque el proceso de separación terminó en los años 30’s del siglo XX,
las primeras disputas por la promulgación de las Leyes de Reforma y la
45
Guerra de los Tres años fueron trascendentes y tuvieron relevancia en
la región. Muchas comunidades indígenas de la Tierra Caliente tuvie-
ron que afrontar la desamortización de los bienes de “manos muertas”,
sobre todo de las tierras de sus cofradías y la transformación del régi-
men de propiedad comunal en individual, lo que generó levantamientos
armados en la región y oposición a las medidas implementadas por el
Estado; sin embargo, la llegada de un príncipe austriaco para gobernar
al país no fue un aliciente para unirse al partido conservador.
La toma de decisiones del Estado mexicano repercute constan-
temente en la vida cotidiana de las diversas regiones geográicas que
conforman la Nación; sin embargo, la inluencia se ve acotada por las
materias de interés para el gobierno y por los espacios donde se imple-
mentan. Una decisión jurídica con intensión social puede repercutir en
el orden económico, o afectar a una región y a otra no; por ello, no todos
los procesos históricos inluyen con magnitudes o formas idénticas en el
territorio nacional. La creación de monocultivos para la exportación, la
promulgación de la ciudadanía a las castas descendientes de africanos,
los procesos de transformación de la propiedad comunal en individual,
la separación de la Iglesia del Estado y las luchas que le siguieron, a pe-
sar de ser procesos que económica, social o legalmente, se produjeron
en todo el país trascendieron, en mayor o menor medida y de manera
distinta, en cada región. Las transformaciones impulsadas por el Esta-
do tienen inluencias no previstas, sobre todo en esferas distintas a las
materias en que se toman las decisiones; por ello, sólo algunos hechos
notables dejaron su impronta en las coplas de la lírica popular que se
canta, toca y baila en la Tierra Caliente. La participación activa de los
pobladores de la región como soldados en las guerras civiles que invo-
lucraron a dos grandes bandos: liberales y conservadores, motivaron el
que las gestas populares aparecieran como temáticas en las artes tradi-
cionales de la región; pero no en otros espacios vecinos, por ejemplo en
la lírica de la pirekua indígena.
46
La copla como arma… ideológica
La copla es un discurso sintético, muestra un posicionamiento políti-
co mínimo y sin argumentos. El contexto cultural y la tradición lírica
marcan las formas poéticas; el contexto político y militar de la época
impregnan los contenidos; muchas veces se usan coplas sabidas, pero
modiicadas, o bien se crean exprofeso.
En la Tierra Caliente hay dos géneros líricos musicalmente, am-
pliamente difundidos y diferenciados: el gusto y el son; las coplas que
se cantan en los gustos generalmente son sextillas, o cuartetas octo-
sílabas que repiten dos de sus versos, las coplas usadas en los sones
generalmente son cuartetas octosílabas. No nos ocuparemos aquí de la
décima ni de la valona (glosa en décimas), que debido a su tamaño en
extensión permitían crear discursos políticos bien argumentados, aun-
que en verso.
Las coplas son independientes unas de otras; pero generalmen-
te, en la lírica de Tierra Caliente, algunas guardan una relación te-
mática (de sentido) con otras que se usan en una pieza (son o gusto)
determinado, o un grupo de piezas caracterizadas por compartir temá-
ticas; por ejemplo: sones de animales domésticos, de ganado, como
La vaquilla, El toro viejo, El toro antejuelo, El torito jalisqueño, El
becerrero, La caballada, pueden compartir algunas coplas o usar las
de un son en otro.
La copla se divide en dos grandes grupos a partir de su forma
de transmisión: la copla leída, escrita y publicada en un periódico, ge-
neralmente creada por “literatos”, dirigida a un público culto y con un
carácter pretendidamente “popular”; por el otro está la copla cantada:
producida por autores anónimos al calor del fandango y “repentinamen-
te”, transmitida de manera oral y recordada en la memoria colectiva,
siempre de carácter popular, aunque muchas de ellas fueron tomadas de
la copla culta de carácter popularizante.
La copla leída no tiene una repercusión inmediata, pues es
poco probable que el autor la viera “viva” y en acción. Aquella que
era gustada se memorizaba para “decirla” (enunciarla) en el momento
47
preciso, ya como “verso” o cantada en fandango, aunque no necesa-
riamente idéntica a lo escrito.
La copla cantada tiene una repercusión inmediata, provoca: ri-
sas, sorpresa, empatía, enojo y enfrentamiento que puede pasar de lo
verbal a lo físico, ya sea dentro de los códigos del fandango, mediante
enfrentamiento lírico entre poetas o “versadores” en los géneros esta-
blecidos para ello: La India, La Rema y La Malagueña; aunque a veces
el duelo poético podía desencadenar el duelo con armas, las heridas
corporales o la muerte.
Los géneros lírico-musicales en los que la copla es cantada sir-
ven como refuerzo rítmico mnemotécnico a la misma. La copla se adap-
ta al tiempo y ritmo de los géneros musicales; por tanto, no es enuncia-
da igual al cambiar de región.
En la Tierra Caliente del Balsas el género musical llamado son
usualmente no tiene letra y su tiempo rápido no permite la “memori-
zación”; por eso las coplas con la temática aquí referida aparecen en
géneros como El gusto, La India, La Rema y La Malagueña, estos tres
últimos con música, o frase melódicas invariantes; pero fueron, y son,
campos fértiles para la improvisación lírica. Todas tienen tiempos de ¾,
son más pausadas y permiten el canto.
En la Tierra Caliente de la antigua parroquia de Sinahua, donde
conluyen los ríos Balsas y Tepalcatepec, los sones si se cantan. Aunque
en tiempo de 6/8, se ejecutan pausados, permitiendo el baile y la creación
lírica repentina por los cantadores de “versos” (coplas) para la ocasión.
En ambas subregiones de la Tierra Caliente la música es rítmi-
ca, acompañada con instrumentos de percusión, como la tamborita o el
cacheteo en el arpa y el zapateado sobre un idiófono percutido con los
pies, llamado “tabla” (o tarima), ritmos que ayudan a la memorización
de los textos cantados.
La copla, como síntesis ideológica y arma política, podía es-
cribirse al “volapié” en sitios públicos, pegarse como libelo y no dejar
rastro de su autor a las policías y cuerpos de inteligencia de los gobier-
nos de la “usurpación” o mandados por déspotas. Cantada en teatros, en
medio de los números sueltos de canto y baile, la copla era coreada por
48
el público, de manera tal que, la pura “tonadilla”, sin letra, tenía ya in-
tensión política. La copla pintada en las paredes o pegada con engrudo
a las puertas de las instituciones o las casas de los actores políticos tenía
(y tiene) un carácter subversivo y una eicacia de “guerrilla lírica”. Su
nexo con lo “popular”, aunque fuera escrita por licenciados y bachille-
res, le daba fuerza y posibilitaba la empatía.
Al mediar el siglo XIX, el fracaso de los ejércitos formales
mexicanos frente al avance de las tropas invasoras belgas y austriacas
motivó el surgimiento de numerosas guerrillas que interactuaron con
las tropas regulares. En la región del Balsas, desde Tacámbaro hasta
Zirándaro y de Zitácuaro a Churumuco, el general Vicente Riva Palacio
coordinó los esfuerzos del ejército de oriente, de guerrilleros de la talla
de Nicolás Romero; como el general era escritor se le atribuyen dos
piezas emblemáticas: El gusto federal y Adiós mamá Carlota:
¡Viva Dios! Que es lo primero,
dijo la oicialidad:
¡Muera el príncipe extranjero!
¡Que viva la libertad!
(El gusto federal, gusto)
El general Riva Palacio publicó un periódico para difundir las
ideas de los liberales, alentar la resistencia frente a la invasión y para
dar noticias del desarrollo de la contienda, lo llamó El pito real (como
se llama al pájaro carpintero en Tierra Caliente), aprovechó que ya exis-
tía un son llamado así y muy probablemente alentó para que se compu-
sieran coplas para el son, así la lírica tradicional sirvió como medio de
comunicación de mensajes ideológicos entre la mayoría de la población
de la región, que era analfabeta:
¡Yo no soy de aquí
soy de El Carrizal!
Soy puro chinaco
no soy imperial.
(El pito real, son terracalenteño)
49
Una parte de la población sentía empatía por los ideales de la
república y adaptó letras presentes en la lírica tradicional para expresar
su identidad política:
Soy indita, soy indita americana.
Soy indita soy india republicana.
Dime si te vas conmigo
lucero de la mañana.
(La indita, son terracalenteño de los Balcones)
Muchas personas fueron reclutadas a la fuerza, mediante leva,
y llevadas a pelear en la Guerra de los Tres Años; en Los Federales, un
son que se toca en la conluencia del Tepalcatepec con el Balsas, expre-
saban así su temor y desesperanza:
¡Dicen que los federales!
¡Tienen la vida comprada!
¡La tengan o no la tenga
¡a mi no me importa nada!
(Los federales, son terracalenteño)
La copla también fue usada por los conservadores para criticar
a los liberales y, como lo hicieron los liberales, no fue compuesta “re-
pentinamente” en los fandangos, fueron creadas por intelectuales y pu-
blicadas en los periódicos para que los lectores tuvieran “armas” líricas
para su defensa.
Aunque restringida, en el ámbito local y regional, la copla can-
tada corría con mayor rapidez en el siglo XIX de boca en boca que de
lector en lector. No es de extrañar que de entre las numerosas coplas
transcritas del siglo XIX, sólo haya una en referencia al son de Los fede-
rales, en tanto que en la memoria popular se resguardan dos, mostrán-
donos que la eicacia en la preservación no siempre la tiene la escritura.
Ahora bajemos a las pruebas empíricas. El 15 de agosto de 1870,
iesta de la Asunción de la Virgen, patrona de Tlapehuala, se encontra-
ba Justo Regino tomando con Maximiano Ángel Manchi, soldado de
50
la compañía del Batallón del Señor Coronel Don Leonardo Valdés, y
estando hablando en el baile, llegó Cirilo Vázquez, vecino de Punga-
rabato preguntándole “¿Cuál era el partido que seguía y amaba?” Justo
contestó:
…que a la Federación era la que seguía y amaba
y por sólo esta razón… se incomodó y le tiró dos gol-
pes fuertes con un machete… conque venía armado a
causa de ser este invasor, un soldado religioso que se
halló en las trincheras de Cutzamala al mando del Ge-
neral Frontan… que mira con enojo a los federales… y
trataba de quitarle la vida por ser federal.
Sería interesante saber qué coplas cantaban los músicos en el
baile donde concurrían estos terracalenteños federales y religiosos,
bien podría ser algunas como esta:
Soy soldado de Huetamo
que también tomo el jerez,
con mi fusil en la mano
le he de gritar al francés:
¡Que muera Marsimiliano!
¡Viva el coronel Valdés!
(Copla suelta compilada por Mariano de Jesús Torres)
La copla era y es un medio ideológico, ya sea escrita y culta, o
cantada y popular; construye identidades sociales y representaciones
en los imaginarios mediante referentes positivos y negativos. Autores
cultos como Vicente Riva Palacio y Mariano de Jesús Torres escriben
coplas para que “el pueblo” las cante y tome partido por liberales o
conservadores; las escriben para que los partidarios de ambos bandos
las usen para zaherir el orgullo y menoscaben las identidades sociales
de los contrarios.
La copla es un recurso más, como la caricatura o el panleto,
para “sintetizar” el complejo panorama ideológico y político ante una
población analfabeta; pero en ese resumen se pierden argumentos y
51
quedan desnudos los odios y las simpatías, esquematizados en postu-
ras liberales o conservadoras. No obstante hay resquicios para que los
sectores populares “hablen” en la copla, para que traduzcan sus propias
perspectivas y sinteticen su propia mirada y propuesta política:
¿Dónde estará el cura Hidalgo?
¿Dónde estás Benito Juárez?
Fueron patriotas cabales,
no andaban peleando cargos.
Unos dicen ¡Viva! ¡Viva!
¡Yo no sé quién vivirá!
Unos que viva el Gobierno
otros que la Libertad.
(El gusto federal, son terracalenteño)
En general la voz del autor de la copla es masculina, incluso se
devela detrás de aquellos versos que tienen, en apariencia, una mirada
femenina. A la mujer no se le ve como política o militar, sino como ab-
negada madre/esposa/hermana que manda a sus “hombres” a la guerra,
a morir, mientras ella padece hambre y violencia (muchas veces sexual).
La copla permitió que el grueso de la población fuera familiari-
zándose con palabras como: Federación, Unión, Libertad, Poder Repu-
blicano; tal vez no sucedió lo mismo con sus conceptos. Era más fácil
identiicar a los “bandos”, centralistas/federalistas, monárquicos/repu-
blicanos, conservadores/liberales, Iglesia/Estado y adherise a ellos por
simpatía, pertenencia a una familia extensa con una militancia política,
por ser “paniaguados” de un rico o un político, sin tener claros cuáles
eran los principios políticos que los identiicaban:
¡Ándale chiquita rema!
Rémale para La Unión.
Soy soldado de guerrerense
que le sirvo a la Nación,
por eso cantando digo:
¡Viva la federación!
(La rema, rema)
52
Incluso no todos los actores políticos tenían una ideología só-
lida y cambiaban de bando; el ejemplo más claro es Antonio López de
Santa Anna, quien terminaba salvándose de los problemas en que lo
metía su “chaqueta” nueva mediante el autoexilio, nombre menos ver-
gonzante que el de huída:
Santana dijo en el Puerto,
Cuando ya se iba a embarcar:
-Han dicho lo que no es cierto
¡Ahí les dejo el gallo muerto,
acábenlo de pelar!
(El gusto federal, gusto)
La copla cantada tiene como apoyo mnemotécnico la música y
su ritmo. Mientras la copla escrita en un periódico depende de que el
lector decida o no enunciarla, y que se resguarde como documento en
un archivo hemerográico o particular; la copla cantada se preserva por
su “repetición” en los contextos festivos y memorizada entre los asis-
tentes. Tiene pues una doble destilación: entre el gusto contemporáneo
y el de las generaciones posteriores; su preservación en la tradición oral
muestra que el suceso enunciado fue trascendente para la población que
la creó, la canta y preserva en la memoria colectiva.
Algunos de los más destacados militares y defensores del orden
republicano y federal, se “formaron” al fragor de las batallas y proce-
dían de los estratos medios y bajos de la población; sin embargo, la
coyuntura política, sus habilidades, conocimiento del terreno y valor
los llevaron a dirigir militarmente a otros compatriotas, sus “iguales”
en lo social; por ello, no es de extrañar que Nicolás Romero, tocara la
“jaranita” y cantara cuando podía los sones de la tierra.
Muchos de los actos de don Melchor Ocampo tuvieron reper-
cusiones insospechadas para él; sin embargo, importantes para la vida
social y cultural de los pobladores de la Tierra Caliente. La época que le
tocó vivir continúa recreándose en los fandangos, cuando los músicos
tradicionales tocan piezas como El gusto federal, Los Federales, La
plata lucida, o Dime morenita mía.
53
En la actualidad se inician apenas algunas acciones para salva-
guardar las artes tradicionales de la Tierra Caliente. Ya hay talleres que
involucran a la música y el baile; pero casi en ninguno se pone atención
a la lírica. Por inclinación individual e inluencia de la revitalización del
sistema del “son jarocho”, que incluye a la décima, algunos folcloristas
escriben ahora décimas y las “cantan” o enuncian en los “fandangos”,
o festejos esceniicados; pero no tiene temáticas políticas. No obstante,
no estamos lejos del momento en que reaparezca la lírica con temática
política en la música bailable del Occidente de México:
Y en tanto los chinacos,
que ya cantan victoria,
guardando tu memoria
sin miedo ni rencor.
Dicen, mientras el viento
tu embarcación azota:
¡Adiós mamá Carlota!
¡Adiós mi tierno amor!
(Adiós mamá carlota, canción)
54
Bibliografía
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siones artísticas en la cuenca del río Tepalcatepec, Zamora, El Colegio de
Michoacán, 2011, pp. 55-70.
57
“El único medio moral de fundar
la familia”: Melchor Ocampo y
la secularización del
vínculo matrimonial
cEcILIA AdRIAnA bAUTISTA GARcíA
Doctora en Historia por El Colegio de México, A.C.
E
l 9 de diciembre de 1859, el joven capitán de caballería, José
María Vences, oriundo de Morelia, y su novia, Francisca Mu-
ñoz Ledo, originaria de Valle de Santiago, Guanajuato, air-
maron su libre voluntad de contraer matrimonio. Con familia-
res como testigos y, teniendo Francisca el consentimiento de sus padres,
por tener 16 años de edad, se llevó a cabo este enlace que resultó ser la
primera unión ante el Registro Civil en la ciudad de Morelia.
La creación del Registro Civil representó un parteaguas en la
consolidación de los derechos individuales en nuestro país, como bien
lo entendió en su momento Melchor Ocampo, uno de los personajes
centrales de este cambio jurídico que formó parte del grupo de liberales
redactores de las Leyes de Reforma que, con la creación del Registro
Civil, instituyeron los fundamentos jurídicos seculares del matrimonio.
Se entenderá por secularización, la racionalización progresiva del poder
político, de la administración de la justicia y de la organización social
que lleva a concebir la separación de las esferas de acción de la Iglesia y
el Estado. Dicha racionalización exigió la ampliación de las facultades
del Estado, en busca un dominio exclusivo de las distintas esferas de la
vida pública.
58
Quizá el enfrentamiento Estado-Iglesia, que acompañó el surgi-
miento del Registro Civil, haya ideologizado y opacado sus objetivos y
alcances. Sin embargo, su origen debe insertarse en la reforma liberal
del Estado mexicano en el siglo XIX, como un lento y complejo proce-
so que impulsó múltiples cambios sociales, políticos y económicos; uno
de los más importantes fue la secularización del registro de los hechos y
actos vitales de las personas, tales como el nacimiento, el matrimonio,
el divorcio, la nulidad matrimonial, la defunción, entre otros.
¿Cuál fue la participación de Ocampo en la secularización del
vínculo matrimonial? Melchor Ocampo sostuvo importantes polémi-
cas con las autoridades eclesiásticas, a partir de su crítica al papel que
desempeñaba la Iglesia católica en la sociedad. Su crítica no resulta-
ba una mera posición anticlerical recalcitrante, sino formaba parte de
una racionalidad liberal que privilegiaba los derechos individuales y las
competencias del Estado, por encima de la prerrogativas eclesiásticas.
Podemos notar cuatro momentos en la discusión: la polémica en torno a
las obvenciones parroquiales en 1851; la discusión el matrimonio civil
y las obvenciones parroquiales en el Congreso Constituyente de 1856-
1857, las leyes del 11 de abril de 1857, y Ley Orgánica del Registro
Civil, de julio 1859.Através de estos momentos, puede evaluarse mejor
la participación de Ocampo en ese proceso.
I. La polémica de Ocampo en torno a
las obvenciones parroquiales
El 8 de marzo de 1851, Ocampo dirigió a la cámara de diputados una
Representación sobre reforma de arancel de obvenciones parroquiales.
En el documento, Ocampo propuso un cambio en las disposiciones vi-
gentes que establecían las obvenciones parroquiales, es decir, el pago
que los católicos debían hacer a los párrocos por sus servicios ministe-
riales: bautizos, bodas, entierros, misas, etc. El tema no era nuevo, pues
remitía a las continuas fricciones entre los párrocos y su feligresía por
el pago de estos servicios.
La falta de un arreglo, entre la República mexicana y la Santa
59
Sede, en torno Real Patronato Indiano -acuerdo entre el Estado y la
Iglesia vigente durante todo el periodo novohispano, que establecía las
prerrogativas y facultades eclesiásticas en los territorios pertenecientes
la corona española en América-, había permitido que el tema de las
obvenciones parroquiales, y otros aspectos referentes a la administra-
ción y jurisdicción eclesiástica sobre la sociedad, quedaran sin una
deinición clara en la primera mitad del siglo XIX. La Constitución
de Cádiz de 1812 y la legislación mexicana posterior al inicio de la
independencia, suprimieron una parte de los antiguos privilegios de las
corporaciones, con el ánimo de establecer un principio de igualitario
entre la población, de tal suerte que los tributos, el trabajo forzoso, los
servicios personales, etc., quedaron abolidos. Las disposiciones tra-
jeron mayor confusión en torno a los términos en los que se entendió
el pago de las obvenciones, pues en el periodo novohispano, por lo
menos hasta antes del reformismo borbónico en la segunda mitad del
siglo XVIII, el pago de los servicios parroquiales se diferenciaba, tanto
en forma de pago, como en cantidad, con base en la riqueza y el ori-
gen étnico de quien lo pagaba, siendo los pobres y las comunidades de
indios. Juan Cayetano Gómez de Portugal, obispo de Michoacán en
aquel entonces (1831-1850), realizó una revisión de los aranceles en
1832, sin establecer modiicaciones importantes. A partir de la legisla-
ción de la primera mitad del siglo XIX, varios eclesiásticos intentaron
cobrar por sus servicios a discreción, ya sea con el aumento de las
cuotas según su parecer, o estableciendo asignaciones igualitarias, sin
distinguir la pobreza del feligrés. Lo anterior había dado lugar a múl-
tiples conlictos, a partir de la resistencia de una parte de la población
a pagar. Los sectores más empobrecidos, entre los que se encontraban
algunas comunidades de indios y los trabajadores del campo, resintie-
ron particularmente esta situación.
No es casual que Ocampo, en su papel de hacendado y por su
cercanía con el medio rural, se haya percatado de esta conlictividad
que, según él mismo comenta, se daba en las cercanías de su propia
hacienda. La codicia de los eclesiásticos y su falta de compromiso con
su labor pastoral, fue el foco de una parte de sus comentarios. Varios
60
periódicos de la época publicaban las quejas de los pueblos a los ex-
cesos de algunos párrocos, que llegaban a pedir en pago por la rea-
lización de las bodas, además de sus alimentos diarios, “hasta siete
pesos y dos reales, un guajolote, una gallina, aguardiente de caña…”.
Los señalamientos que hizo en su Representación, dan cuenta de falta
de compromiso de los párrocos con la población a la que servían, sin
negar el derecho que éstos tenían a ser retribuidos por sus servicios. La
sensibilidad del entonces senador, se dejó ver en los amplios comenta-
rios sobre las condiciones sociales de los pobres del campo, enfatizan-
do los abusos del clero.
Sin embargo, la cuestión se torna compleja, toda vez que asis-
ten diversas razones a explicar las motivaciones de Ocampo en torno a
los pagos eclesiásticos. En sus comentarios subyace no sólo la crítica a
la actuación del clero, sino su propia visión de los términos en los que
debía reordenarse la relación Estado-Iglesia en la República liberal. No
propuso una separación de ambos poderes, a manera de una indepen-
dencia, como lo llegará a plantear, casi 10 años después, junto a otros
liberales con las Leyes de Reforma. La Representación proyectó una
vinculación entre ambas potestades, a partir de una reforma a la organi-
zación eclesiástica adaptada al programa liberal.
Su propuesta para remediar la situación no fue la supresión del
clero o de los servicios religiosos que prestaba, sino la sujeción admi-
nistrativa de la Iglesia al poder civil, particularmente en la parte ma-
terial. Sugirió las bondades de un clero al servicio del Estado, especie
de funcionario público, cuya retribución tocaría al gobierno civil. Una
Iglesia dedicada a su labor pastoral, lejos de las excesivas facultades
que ostentaba y de la contaminación que suponía la administración de
recursos económicos, más allá de los necesarios para la mantener el
decoro del culto, fue el ideal que Ocampo compartió con otros liberales
en esos años.
Sus comentarios tuvieron un fuerte eco y dieron lugar a la polé-
mica, a través de tres Impugnaciones dedicadas a refutar la Representa-
ción. No existe un consenso acerca de la autoría de las impugnaciones,
pues aparecieron irmadas bajo el seudónimo “Un cura de Michoacán”,
61
pero es factible la idea de que hayan sido hechura de varias manos;
entre los involucrados se cuenta a quien fuera eclesiástico de Mara-
vatío, Agustín Ramos Dueñas, conocido de Ocampo, y al obispo de
Michoacán, Clemente de Jesús Munguía. Las respuestas anatemizaron
los argumentos de Ocampo y expusieron el recuento de la legislación
de los aranceles, a la cual se defendió como materia exclusiva de las au-
toridades eclesiásticas y no del Estado. A las impugnaciones, siguieron
las Respuestas de Ocampo, cinco en distintos momentos, a las Impug-
naciones. En estos documentos, el senador pudo extenderse en amplios
temas, entre los que se destacan los límites de las facultades de los
obispos, los alcances de las prerrogativas del Estado para legislar en
materias eclesiásticas, y la necesidad de establecer aranceles eclesiás-
ticos justos que tomaran en cuenta la pobreza de los trabajadores. La
discusión terminó con la última respuesta de Ocampo el 15 de noviem-
bre de 1851. Al año siguiente sería elegido gobernador del estado de
Michoacán.
Los gobiernos civiles pudieron proyectar el tema de las obven-
ciones parroquiales como una cuestión administrativa, que se encar-
gó legislar al Ministerio de Justicia y Negocios Eclesiásticos. El 11 de
abril de 1857, el Ministerio publicó la ley sobre derechos y obvencio-
nes parroquiales, por la que suprimió el cobro por los servicios de ca-
samientos, entierros y bautismos realizados a la población pobre. De
igual manera quedaron suprimidos los pagos de obvenciones mediante
la prestación de servicios personales, tasaciones, concordias, alcancías
y hermandades.
Esto representó un paso sustancial hacia la secularización de los
vínculos sociales, que impactó la relación Estado-Sociedad-Iglesia por
dos razones: permitió transferir la tutela de los individuos de la Iglesia
al Estado y constribuyó a la consolidación de los derechos individuales.
62
II. La secularización del matrimonio y
la Epístola de Ocampo
La secularización de los hechos y actos vitales de las personas pudo
airmarse con varias leyes que lograron condensar las aspiraciones libe-
rales: la Ley Orgánica del Registro Civil, de 27 de enero de 1857, Ley
para el Establecimiento y Uso los Cementerios, del 30 de enero de ese
mismo año, y la Ley Orgánica del Registro Civil, 28 de julio de 1859.
El registro de los actos vitales de las personas y la administra-
ción estatal de los conlictos judiciales derivados de ellos, sentaron las
bases de la secularización jurídica de la sociedad. Esta secularización
fue impulsada por la creación del Registro Civil y de la legislación es-
pecíica desarrollada en decretos particulares y en la codiicación.
El cambio es sustancial, si consideramos que las nuevas dispo-
siciones establecieron que los actos y hechos vitales, registrados ante
las autoridades civiles, surtían todos sus efectos legales sin la interven-
ción de los párrocos, jueces y tribunales eclesiásticos. La jurisdicción
civil de la Iglesia a través de los párrocos y sus registros quedaba su-
primida, para dar lugar a la jurisdicción de una nueva igura: el registro
civil, cuyas facultades se hicieron más complejas conforme avanzó la
especiicidad de las causas civiles en la codiicación.
No obstante, la legislación de 1857 no estableció una ruptura
entre el matrimonio como contrato y como sacramento. Si bien el ma-
trimonio civil legalizó la unión conyugal y los actos que derivaban de
ella, como la legitimidad de los hijos, la patria potestad, el derecho
hereditario, la dote y demás acciones referentes a la administración de
la sociedad conyugal, la Ley Orgánica estipuló que el registro ante los
funcionarios del gobierno debía darse después de celebrado el matri-
monio eclesiástico, al que se le daba primacía. Así, se obligó a los con-
trayentes a mostrar la partida parroquial ante el juez del registro para
poder celebrar el contrato matrimonial.
En este primer momento, el gobierno buscó ampliar su autoridad
y crear una jurisdicción, aunque débil, propia, para el control guber-
namental del matrimonio, mediante una distinción entre el matrimonio
63
como contrato civil y como sacramento religioso. Ambos se comple-
mentaban, en su carácter civil y espiritual, a partir de una confusa inte-
racción entre autoridades.
Entre el primer y segundo momento, medió una guerra civil que
contextualizó la promulgación de las Leyes de Reforma, la separación
Estado-Iglesia y la secularización de los actos vitales de los individuos.
La Ley Orgánica del Registro Civil de 28 de julio de 1859, constó de 43
artículos y un párrafo transitorio, agrupados en cuatro capítulos: dispo-
siciones generales, actas de nacimiento, actas de matrimonio y actas de
fallecimiento, bajo el principio de que la sociedad, “para todo”, debía
“bastarse a sí misma”. A partir de ello, los poderes legalmente consti-
tuidos debían, en nombre de la sociedad, establecer los lineamientos
que, en armonía con los principios morales de la sociedad, legitima-
sen al matrimonio como un acto civil. La solemnidad y legitimidad del
contrato enfatizó el compromiso moral adquirido por los contrayentes,
“para que viviendo en la honorabilidad y en la justicia procuren de con-
suno el bien de ellos mismos y de sus hijos.”
El artículo 15 enfatizó la parte moral secular del matrimonio,
con la contribución de Melchor Ocampo en la famosa Epístola. Des-
pués de que los contrayentes airmaban su libre voluntad de aceptarse
como marido y mujer, el juez debía dar paso a la “manifestación” redac-
tada por Ocampo, redactada a manera de pequeño sermón que estipu-
laba el carácter del matrimonio civil, sus ines y el papel que cada uno
de los contrayentes debía desempeñar. Éste se reconoció como el único
medio moral para formar una familia, para “conservar la especie y ...su-
plir las imperfecciones del individuo que no puede bastarse a sí mismo
para llegar a la perfección del género humano.” La Epístola airmó los
roles sociales -expectativas- asignados a los hombres y a las mujeres,
en el matrimonio, propios del horizonte cultural de la época, del cual
no escaparon los liberales. Ello ayuda a explicar que los objetivos del
contrato civil y del sacramento estén alejados. El contrato respetó la
indisolubilidad del matrimonio que establecía el sacramento, ijando
al divorcio civil en los mismos términos que el divorcio eclesiástico,
considerado solamente como la separación de cuerpos que no autoriza
64
a los divorciados a contraer nupcias nuevamente mientras viviera el
esposo(a) de quien se separaban.
El registro garantizó un derecho civil, si bien de las minorías,
pero que complementa el principio de libertad de conciencia permitien-
do a aquéllos sectores no católicos legalizar sus uniones conyugales.
Para Ocampo, la creación de instituciones como el Registro Civil era
la posibilidad de asegurar un pensamiento independiente, lejos de las
presiones de la Iglesia, sobre las cuestiones de la patria, la libertad y el
orden, y de airmar la dignidad personal, los derechos y las garantías
individuales.
A pesar de la ruptura legal Estado-Iglesia, el gobierno liberal no
negó, como algunos autores sostienen, el carácter sacramental del ma-
trimonio, pues sólo desconoció los efectos legales de éste. Si el orden
liberal garantizaba el respeto a las conciencias de los individuos, debía
asegurar que éstos pudieran estar en posibilidad de decidir efectuar, o
no, el sacramento religioso, no sólo católico, sino del culto que profesa-
ran los contrayentes, sin que ese hecho afectara los efectos legales del
matrimonio. Este representa el legado de Ocampo a la secularización de
las instituciones sociales en nuestro país.
65
Bibliografía
Arreola Cortés, Raúl. ¿Quién se amparó en el seudónimo Un cura de
Michoacán? En Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México,
México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investiga-
ciones Históricas, v. 5, 1976, p. 63-92.
Bautista García, CeciliaA. “La cuestión religiosa en el Congreso Cons-
tituyente de 1856-1857”, en Yolanda Padilla Rangel, et.al. La Historia de
México a través de sus regiones. Nuevos acercamientos a la historiografía
regional. Siglos XIX y XX, Aguascalientes, Ags. Universidad Autónoma de
Aguascalientes, Gobierno del Estado de Aguascalientes, 2011, pp.104-126.
Dublán, Manuel y José María Lozano. Legislación mexicana ó colección
completa de las disposiciones legislativas expedidas desde la Independencia
de la República ordenada por los licenciados Manuel Dublán y José María
Lozano. Publicación digital. El Colegio de México http://lyncis.dgsca.unam.
mx/harvest/cgi-bin/DUBLANYLOZANO/muestraXML.cgi?var1=8-5060.
xml&var2=8
González, María del Refugio. El derecho civil en México, 1821-1871.
Apuntes para su estudio. México, Universidad Nacional Autónoma de Méxi-
co-Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1988.
Ocampo Melchor. Obras completas, Tomo 1, Polémicas religiosas, pró-
logo Félix Romero, México, F. Vázquez Editor, 1900.
67
Don Melchor Ocampo y la Sociedad
Civil ante la invasión estadunidense
RAúL JIménEz LEScAS
de la
División de Estudios de Posgrado.
Facultad de Historia.UMSNH.
1
846. La invasión estadunidense a México seguía avanzando,
cuando Don Melchor Ocampo fue nombrado gobernador interino
de Michoacán, tomando posesión de su cargo el 5 de septiembre
de 1846 y, electo gobernador constitucional, el 27 de noviembre
de ese mismo año, todo en medio de fuertes problemas ocasionados
por causas externas (el avance del ejército invasor) e internas, como la
luchas entre federalistas y centralistas y, el restablecimiento del federa-
lismo, bajo el Plan de la Ciudadela. El 17 de enero de 1847, reabrió el
Colegio de San Nicolás, convencido de la importancia de la educación.
Muchas fueron las facetas de Ocampo durante la invasión, como
el impulso de las resistencias de la gente común y corriente, lo que aho-
ra llamamos Sociedad Civil. Según James Scott las “resistencias” de los
subordinados es general, lo mismo en la Antigüedad que en la Actuali-
dad. Sí Michel Foucault estudió la Ingeniería del poder, James Scott…
la ingeniería de los subordinados.
Con los testimonios que reposan en diversos archivos, podemos
relexionar sobre la Resistencia Social de los michoacanos en aquellos
años difíciles de la Guerra de Conquista estadunidense y, podemos con-
cluir, que las resistencias fueron a varios niveles: con acciones civiles,
individuales, donativos de curas (Huetamo y Chilchota); guerrillas y
Batallones que integraron la Guardia Nacional. Vamos a destacar la par-
ticipación femenina y civil en las llamadas…
68
Juntas Patrióticas
Ocampo alentó las Juntas que consistían en grupos de voluntarias y
voluntarios, cuya tarea fue la acopiar recursos económicos, armas, mu-
niciones, ropa y alimentos para las tropas en el frente de batalla. La
moreliana, Dolores Alzúa de Gómez fue una activa y entusiasta promo-
tora. Según comunicado (4 de diciembre de 1846) se dio cuenta de los
recursos enviados a los soldados:
“Con el jefe que hoy conduce a San Luís Potosí
otra partida de reclutas, se remite ya al Exmo. Sr. Ge-
neral en jefe del Ejército de operaciones, los seis bultos
o fardos que contienen los efectos que por donativos
reunió la junta patriótica de señoras, que V. dignamen-
te con tal objeto. Doy a Ud. y a las demás señoras que
compusieron la expresada junta, las más expresivas
gracias a nombre del Estado, por la prontitud y eica-
cia con que procuraron desempeñar su comisión; y sin
dejar de darlas también a todas las que contribuyeron.
Dígnase V. admitir las seguridades de mi consideración
y particular aprecio.”.1
Otras doñas de Puruándiro y, vecinos de Pátzcuaro hicieron lo
propio, que fue anunciado en misiva por el gobernador Ocampo al ge-
neral Santa Anna reiere a estas actividades de las señoras:
“… el Teniente Coronel D. Tiburcio González que
conduce a esa capital otra partida de 291 reemplazos y
desertores del Ejército, remito a disposición de V. E. seis
bultos o fardos que contienen las prendas de vestuario y
otros efectos… que han proporcionado como donativo
1 OCAMPO, Melchor, Obras Completas, tomo III, Documentos políticos
y familiares 1842-1851, Morelia, Comité Editorial del Gobierno de Michoacán,
1986, p.176 (selección, prólogo y notas de Raúl Arreola Cortés). Se respeta la
redacción original. Las negritas son nuestras.
69
señoras de esta capital. También envío un baúl con hilos
y vendas hechas por otras de Puruándiro, y otro bulto con
ochenta y siete tres cuartas varas brin que proporcionaron
dos vecinos de Pátzcuaro.. (promete) 133 reemplazos y
espero que muy pronto se dará el completo, pues he reite-
rado mis órdenes a las Prefecturas. Admita V. E. con este
motivo las seguridades de mi atención y respeto….”.2
La lista fue grande: De Morelia: 2 bultos con 369 camisas y
algunos pantalones. Dos bultos con 300 pares de calzado. Un bulto con
162 vendas con cabezales e hilos. Otro bulto con solo hilos. De Puruán-
diro: un baúl con hilos y vendas y de Pátzcuaro, otro bulto… En total: 7
bultos y un baúl, acopiados por las organizaciones de la sociedad civil
michoacana.3
En 1847, era un enorme esfuerzo de la gente común y
corriente como le llamaría Eric Hobsbwan.
De los testimonios se desprende que, lo que ahora se le llama
Sociedad Civil, estuvo activa y colaborando. Al respecto de la partici-
pación de las mujeres mexicanas en la resistencia, contamos con una
carta del general Santa Anna contestando a las señoras de la capital que
apoyaron con donativos:
“Por el oicio de V. E. fecha 27 del próximo pasa-
do y lista que acompaña, me he enterado de las canti-
dades y efectos con que han contribuido varias aprecia-
bles Señoras de esa Capital, para ausiliar á este Ejercito
2 Archivo Histórico “Genaro Estrada” del Acervo Histórico Diplomático
de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México (en adelante AHGE-SRE).
1845-1847. Listas de las señoras que hicieron donativos a favor de los heridos en
Monterrey. Ofrecimientos de diversas corporaciones, colegios, etc. Para contribuir
a la defensa del país (22). Sucesos entre México y los Estados Unidos de América
relacionados con Texas y otros estados limítrofes. Guerra contra los Estados Unidos
de América. Gobierno del Estado de Michoacán. Sección 1ª. N. 274. Misiva del
gobernador Melchor Ocampo, 4 de diciembre de 1846. LE-1086-22. 2fs (88-89).
3 AHGE-SRE. Gobierno del Estado de Michoacán. Sección 1ª. Lista que…,
3 de diciembre de 1846. Isidro García de Carrasquedo. Copia que certiica. LE-
1086-22. 1 fs (90). Al inal se darán las fuentes primarias, para facilitar la lectura.
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Melchor Ocampo Bicentenario

  • 1.
  • 2.
  • 3.
  • 4. Marco Antonio Aguilar Cortés Secretario de Cultura Paula Cristina Silva Torres Secretario Técnico María Catalina Patricia Díaz Vega Delegado Administrativo Raúl Olmos Torres Director de Promoción y Fomento Cultural Argelia Martínez Gutiérrez Director de Vinculación e Integración Cultural Fernando López Alanís Director de Formación y Educación Jaime Bravo Déctor Director de Producción Artística y Desarrollo Cultural Héctor García Moreno Director de Patrimonio, Protección y Conservación de Monumentos y Sitios Históricos Bismarck Izquierdo Rodríguez Secretario Particular Héctor Borges Palacios Jefe del Departamento de Literatura y Fomento a la Lectura GOBIERNO DEL ESTADO DE MICHOACÁN DE OCAMPO Fausto Vallejo Figueroa Gobernador Constitucional de Michoacán Fidel Calderón Torreblanca Presidente de la Mesa Directiva del Congreso del Estado de Michoacán Juan Antonio Magaña de la mora Presidente del Supremo Tribunal de Justicia del Estado de Michoacán
  • 5. MELCHOR OCAMPO 1814 ◆ 2014 Gobierno del Estado de Michoacán Secretaría de Cultura BICENTENARIO
  • 6. Melchor Ocampo Primera edición, 2014 dr © Secretaría de Cultura de Michoacán Secretaría de Cultura de Michoacán Isidro Huarte 545, Col. Cuauhtémoc, C.P. 58020, Morelia, Michoacán Tels. (443) 322-89-00, 322-89-03, 322-89-42 www.cultura.michoacan.gob.mx Coordinación Editorial: Marco Antonio Aguilar Cortés Eréndrira Herrejón Rentería Paula Cristina Silva Torres Corrección de estilo: Miguel Ángel Toledo Pineda Fotografía: Irena Medina Sapovalova Diseño de portada y calibración de imágenes: David López Cabrera Diseño editorial y formación: Jorge Arriola Padilla ISBN Volumen: 978-607-8201-60-0 Impreso y hecho en México
  • 7. Índice Prólogo Fausto Vallejo Figueroa 9 Sólo unas palabras Marco Antonio Aguilar Cortés 11 Melchor Ocampo ¿criollo o mulato? Álvaro Ochoa-Serrano 13 Los orígenes de don Melchor Ocampo Ramón Alonso Pérez Escutia 23 Melchor Ocampo y el Colegio de San Nicolás Adrián Luna Flores, Eusebio Martínez Hernández 33 Pobrecitos federales, ¡ay! ¡qué lástima me dan…! Jorge Amós Martínez Ayala 43 “El único medio moral de fundar la familia”: Melchor Ocampo y la secularización del vínculo matrimonial Cecilia Adriana Bautista García 57 Don Melchor Ocampo y la Sociedad Civil ante la invasión estadunidense Raúl Jiménez Lescas 67 Ocampo y sus libros Moisés Guzmán Pérez 83 La construcción del Estado liberal: los valores políticos de Ocampo Oriel Gómez Mendoza 95 La formación del reformador Martín Tavira Urióstegui 105
  • 8. Ocampo en el exilio (1853-1855) José Herrera Peña 115 La figura del héroe: Melchor Ocampo en los murales de Alfredo Zalce en Morelia Miguel Ángel Gutiérrez López 125 Melchor Ocampo en los libros. Las primeras biografías Gerardo Sánchez Díaz 137 Testamento de Ocampo 145 Exhumación de los restos de Ocampo 149 Reapertura del Colegio de San Nicolás Raúl Arreola Cortés 153 Referencias, sobre Melchor Ocampo, tomadas de la obra: “Juárez y su México” Ralph Roeder 191 Ocampo Manuel Payno 219 Referencias, sobre Melchor Ocampo, tomadas del libro: “Política mexicana durante el régimen de Juárez” Walter V. Scholes 231
  • 9. 9 Prólogo El Gobierno del Estado de Michoacán de Ocampo se honra en llevar el prestigiado apellido del ilósofo de la Reforma. Melchor Ocampo fue un hombre de extensos y profundos conocimientos, y su estructura mental representa al renacimiento mexicano. Liberal de espíritu, sus inquietudes sociales estuvieron al servicio de México. Su nacimiento, según la tradicional fecha repetida y docu- mentada por no pocos historiadores, acaece el 6 de enero del año 1814, lo que equivale a que nos encontremos durante este 2014 en el Bicentenario de su natalicio; y ésto es una de las causas, pero no la mayor, para conmemorarle en un constante homenaje anual, sin dejar de recordar, para siempre, su enciclopédico pensamiento, su vida ejemplar, y sus acciones encaminadas a resolver con sensatez y sentido humano los graves problemas de su tiempo. En ese contexto hemos dispuesto la edición de este libro: MELCHOR OCAMPO. Bicentenario (1814-2014) En la obra se dispone de varios ensayos, sobre el prócer, escritos por historiadores contemporáneos, (a quienes mucho agradecemos su participación) y de diversos trabajos de autoría de intelectuales de los siglos XIX y XX sobre el Señor Ocampo, (a quienes apreciamos por su talento) Todo ello debidamente ilustrado. Dejamos en tus manos, amable lector, este libro en reve- rencia al Mártir de la Reforma, quien mucha vida nos ha dejado después de su muerte. FAUSTO VALLEJO FIGUEROA Gobernador Constitucional de Michoacán de Ocampo Enero del 2014.
  • 10.
  • 11. 11 Sólo unas palabras La generación de la Reforma es, sin lugar a duda, una de las mejores que ha tenido México; y, dentro de ella, Melchor Ocampo resulta su talento más lúcido. El iniciador de las Leyes de Reforma en 1833, José Ma- ría Luis Mora Lamadrid, fue aproximadamente 20 años mayor que Melchor Ocampo, y ambos se conocieron en París; el primero esta- ba ahí como trasterrado y, el segundo, como un estudiante viajero. Uno de los resultados de ese encuentro fue que ninguno de los dos se simpatizó. Estas dos inteligencias con similares ideo- logías, pero de diversas generaciones, no motivaron en su cruce química uniicadora cual ninguna; sin embargo, uno es el lógico continuador del otro. La esencia ilosóica de esas Leyes de Reforma corrió a car- go de ambos, en la circunstancia y en los tiempos respectivos de cada uno de ellos.Así es el destino, tanto el causal como el azaroso. Empero, este libro está dedicado a Melchor Ocampo, a quien describe Guillermo Prieto, “Fidel”, declarando: “Remeda- ba yo a Ocampo con su largo cabello cayendo hacia atrás, su faz redonda, su nariz chata, su boca grande pero expresiva, su palabra dulcísima y sus manos elocuentes eran el complemento y la acen- tuación de su palabra”. Así, en esta obra encontraremos muchas respuestas a nues- tras preguntas habituales sobre Don Melchor, a quien, entre más se le conoce, más se le admira y más se le respeta. Morelia, territorio de la cultura y el arte, invierno inicial del 2014. Marco antonio aguilar cortés
  • 12.
  • 13. 13 Melchor Ocampo ¿criollo o mulato? Álvaro ochoa-Serrano de El Colegio de Michoacán A saber por su imagen, mulato, afromexicano, sí. Nació en Pa- teo, una hacienda cerca de Maravatío, al oriente del estado de Michoacán. Ese Melchor Ocampo, propietario rural y destacado político, impulsó en 1859 las Leyes de Reforma que llevaron a consolidar las instituciones civiles del México moderno. Respecto a su pasado, corren varias consejas. El médico antro- pólogo Nicolás León aseguró que Ocampo había nacido en enero de 1814, “por una verdadera casualidad”, en la Ciudad de México. Susten- tó su dicho al encontrar una partida bautismal de un niño expósito, “es- pañol” (o sea, criollo), en la parroquia del Señor San Miguel Arcángel que se reiere a José Telésforo Juan Nepomuceno Melchor de la Santí- sima Trinidad.1 De ahí, que con el agregado de una misteriosa bastardía y la adopción por parte de la dueña de Pateo, siguieron el mito diversos autores por varios años. Que si resultado de licenciosos amores de un abogado, que si de un clérigo insurgente de paso, etc. Poririo Parra salió a matizar esa primera parte. En el prefa- cio encomendado por Ángel Pola a las Obras Completas de Melchor Ocampo, en el tomo 3 de Letras y Ciencias, el prologuista atenúa: 1 N. León. 1884: 61-62.
  • 14. 14 Fue [Ocampo] hijo del amor; mas no fue su proge- nitora una cortesana sin entrañas, que abandonara en el pórtico de una iglesia, el tierno fruto de sus deslices, des- tinado a ser uno de los más preciosos miembros de la hu- manidad, sino una dama virtuosa, caritativa y opulenta, llena de afecto maternal y que infundió en su ilustre hijo el amor al prójimo, la ardiente caridad y el desinteresado afecto que hicieron tan benéica la vida de ambos.2 En cambio, distinta versión ofreció Fernando Iglesias Calderón, familiar afín de la propietaria de Pateo, quien sostuvo que Ocampo no fue hijo de la señora Tapia y Balbuena sino uno de los niños que ella recogió en su hacienda, un ahijado. Claramente le dijo a Pola: El hecho de recoger a un huérfano era muy co- mún en aquellos tiempos y entre las familias acomoda- das. En la de Tapia no era el primer caso.3 Al trazar los rasgos biográicos, Raúl Arreola Cortés, editor en 1985 de las Obras Completas de Don Melchor Ocampo, apuntó en la primera nota del tomo primero, con letra chiquita, a pie de página: El Lic. Ramón Alonso Pérez Escutia encontró en el archivo parroquial de Maravatío el acta de nacimiento (sic) de un niño, hijo de indio y mulata al que pusieron José Telésforo Melchor.4 Cabe puntualizar que el curato y partido de San Juan Bautista Maravatío se componía de cuatro pueblos y dos barrios. La cabecera, originalmente indígena, para la segunda mitad del siglo XVIII se hallaba poblada en su mayoría por “españoles y demás calidades”; criollos, po- bladores originarios tributarios, mulatos y demás castas. En las hacien- das comprendidas dentro del curato predominaban sirvientes indios y mulatos; nombradas eran las incas de Pateo el Chico, Pateo el Grande.5 En una de las haciendas mencionadas vio la luz José Telésforo Melchor. He aquí la partida bautismal: 2 A. Pola. 1900-1901, III: v. 3 A. Pola. 1900-1901, I: 216, III: 674-685 4 Obras Completas de Don Melchor Ocampo. 1985, I: 129. 5 O. Mazín. 1986, pp. 98-99, 293.
  • 15. 15 En el año del Señor de 1810, a siete de enero yo el B. Dn. Fernando Ruiz, teniente de cura, bauticé solem- nemente en esta parroquia, puse óleo, crisma y por nom- bre José Telésforo Melchor de los Reyes, a un infante de tres días de nacido, hijo de José María Morquecho, indio, y de María Bernarda, mulata, vecinos en Pateo. Padrinos José Antonio de la Luz López y María Bartola Barajas, su mujer, a quienes advertí su obligación.6 Esta evidencia (mediando la interrogante del apellido) coincide con la descripción física de Ocampo que hiciera un prisionero de guerra norteamericano, Corydon Donnavan. Capturado en Camargo, al norte del país, Donnavan fue llevado a Morelia, capital del estado, a trabajar en la imprenta del gobierno; lugar en donde permaneció desde diciembre de 1846 a los primeros días de mayo de 1847. Escribió en su cuaderno de aventuras: Durante los primeros dos meses de coninamien- to, se nos ocupó en la composición de la “Reimpresión de Ordenanzas de la ciudad de Valladolid [Morelia]”, durante el cual tuvimos la fortuna de que nos visitara el gobernador de la provincia (Melchor Ocampo), quien supervisó la publicación. Él es de los mejores hombres de México, y fue candidato a la presidencia en las úl- timas elecciones. Ocampo tiene alrededor de treinta y ocho años, un poco bajo de la estatura promedio, aun- que robusto. Su ina facción aceitunada pareciera más oscura de lo que en realidad es, debido a la negrura de su cabellera, de la cual caen rizos alrededor de su cara y de sus expresivos y chispeantes ojos negros.7 6 Archivo Parroquial de San Juan Bautista Maravatío, Bautismos, vol. 16, castas 1806-1810, f. 55 fte. Ramón Alonso Pérez Escutia. 1990. Historia de Maravatío, Michoacán. Comité Organizador de los Festejos del 450 Aniversario de la Fundación de Maravatío, Michoacán, 1540-1990, p. 173. 7 C. Donnavan. 1847, p. 71. Subrayado nuestro AOS.
  • 16. 16 Ocampo había atendido clases en el Seminario de Valladolid (Morelia, después) en 1824-1830, y estudió derecho en la Universidad de México en 1831. Sin embargo, abandonó la carrera en 1835 para ad- ministrar la parte de Pateo que le heredó la Señora Francisca Xaviera de Tapia, hacienda a la cual nombró Pomoca (un anagrama de Ocampo). En su estudio de Maravatío (c. 1837) escribió desde su universo geográ- ico que Pateo comprendía 787 moradores, una gotita de los 10 mil 155 de la municipalidad total, aun comparado con los 2977 de la cabecera.8 Alrededor de 1841 y 1844, en cuanto a referencias étnicas y a propósito de una acepción de “Mitote”, Melchor Ocampo en su Idio- ticón señaló: gresca, algaraza; y, agregaba citando a Antón de Alsedo: “era un baile de los indios; tal vez de allí viene el nombre”. Consignó en ese tono, además, “Macuache”, indio bozal o semibárbaro; asimismo, “Meco” (indio bárbaro./Aplícase por desprecio aun a los que no lo son./ Adj. Lo pintarrajeado de dos colores, uno de los cuales sea negro…). Son varias las acepciones en dicha obra (sinónimo de vocabulario, dic- cionario) a baile, danza, instrumentos musicales: balsar, balse, banda, bandolón, canturear, convite, eniestado, eolina, gamitadera, malinche, maturranga, zapateado, zapatear. Vale la pena nombrar y subrayar cambujo en el Idioticón: “Apli- cado antes al hijo de negro y mulata o mulato y negra; era la casta más despreciada./ Cuando se aplica a las mulas o a las gallinas, signiica, de las primeras, color obscuro uniforme, y de éstas, pellejo negro”; destaca el hacendado de Pomoca, hombre versado del campo. Otra distinción la menciona en un relato de la época insurgente “Aventuras” (c. 1851) en el que un clérigo realista manifestaba “desprecio a los criollos” y discriminación a los indios.9 Ésta de indio, única gracia que sobrevivió al régimen colonial a lo largo de la vida independiente. Amante de las ciencias y las artes, a Ocampo se le describía como persona de carácter alegre, expresivos y chispeantes ojos negros. Un ser agradable, todo un caballero; y, aunque la primera impresión que tuvo el referido Donnavan al conocerlo, -partiendo de su extrema 8 A. Pola. 1900-1901, III: 649. 9 Obras Completas de Don Melchor Ocampo. 1985, I: 320-377, 436-442
  • 17. 17 amabilidad y continuas sonrisas, sería la de un buen hombre y sencillo, uno pronto se da cuenta de sus agudas e inquisitivas miradas, las cuales se le escapan sin querer y dejan ver -debajo de esa casi infantil manera de ser- un exacto y agudo estudioso de la humanidad. Otro detalle humano del biograiado saltó en la consonancia de una vieja canción de la época, interpretada durante una tertulia. Al tenor de la lírica: Todo acaba, todo muere, Nada en el mundo es eterno, Sólo mi pena, mi inierno, Nunca acaba; nunca, no. El joven Ocampo le replicó a quien la entonaba –muy bien lo hace vd. La melodía es muy grata, pero el verso muy desatinado. E hizo segunda mano “en la sentida muerte de mi amada”: Sueño eterno es la muerte; Y la vida, fugaz sombra que corre veloz, Un meteoro que luce un instante Apagando su brillo precoz. Todo acaba en el mundo engañoso, Es efímero todo, mortal; Concluyó tu existencia preciosa Y el adiós pronunciaste eternal…10 Como están ustedes para saberlo, el antiguo seminarista fue electo diputado por el distrito de Maravatío en 1842 y 1845. Gober- nó Michoacán durante la guerra México-Estados Unidos (1846-1848). Desempeñó otras responsabilidades en el senado, 1848-1850; secreta- rio de Hacienda (1850-1852), y gobernador de nuevo en 1852. Deste- rrado por el gobierno tirano y central, partió por el muelle al norte, en diciembre de 1853. De su puño y letra: 10 A. Pola. 1900-1901, III: 671-672.
  • 18. 18 Ya me voy, pues me lleva el destino Como la hoja que el viento arrebata, De una patria, aunque a varios ingrata, Bien querida de mi corazón. Ya me voy a una tierra distante, A un lugar donde nadie me espera, Donde no sentirán que me muera Ni tampoco por mi llorarán.11 El estudioso de las ciencias estuvo atento a las circunstancias mundiales y del país. En circunstancias adversas, sobrevivió a su exilio en Nueva Orleans, el cosmopolita afrosur de Norteamérica; puerto del Golfo de México y puerta al comercio y la industria de los Grandes La- gos. Sin embargo, no permaneció indiferente a la esclavitud en la tierra de Tío Sam. Desde el destierro, en enero de 1854 fue benefactor del Institut D’Afrique, Societé internationale fondée pour l’abolition de la traite et de l’esclavage. Instituto francés fundado en 1838 y cuyo objeto era con- tribuir a la civilización y a la colonización de África para la agricultura, el comercio, la industria, las artes, las letras y la ciencia. Contribuyó con 300 francos. Al igual que los nombres de los protectores y benefactores del Instituto de África se inscribió el de Melchor Ocampo en las paredes del ediicio de la Sociedad. Esas mismas inscripciones, destinadas a per- petuar la memoria de los contribuyentes, serían reproducidas en todas las regiones en las que se formó una sección correspondiente. Miem- bros de dicho Instituto, los también mexicanos, J. Muñoz Campuzano, Fernando N. Maldonado, Miguel María de Azcárate y el Gral. Juan N. Almonte.12 Donnavan había registrado en su testimonio personal que Ocampo hablaba cinco idiomas con luidez; un observador agudo de 11 Ibid., p. 672. 12 Archivo de la Diócesis de Zamora. Correspondencia del Obispo José Antonio de la Peña. París, 23 de enero de 1854. Gentileza de Don Jorge Moreno Méndez.
  • 19. 19 la naturaleza humana; y su plática corría en extremo instructiva. Su talento político era de primera, así como su agilidad mental para re- solver problemas. Tenía una extraordinaria conianza en sí mismo, valiente a prueba. Al tanto de la revolución de Ayutla, el 30 de julio de 1855 es- cribió desde Nueva Orleans a Ponciano Arriaga (quien se hallaba en Brownsville, Texas), preocupado por la incursión a México de aventu- reros estadunidenses bien armados y montados que pretendían segregar suelo mexicano y crear en él la República de la Sierra Madre.13 Cono- cido es que Ocampo regresó a México en septiembre, vía Veracruz, y apoyó el movimiento en contra del dictador Antonio López de Santa Anna en ese 1855. Asimismo, ya como diputado, brevemente presidió los debates preliminares de la Constitución en 1856. Desempeñó la Secretaría de Relaciones Exteriores en el régi- men del presidente Benito Juárez; y, siendo jefe de gabinete en 1859 -como ya se dijo- redactó leyes que favorecieron a la sociedad mexica- na. Los liberales terminaron con el dominio político conservador y del clero católico al quitar a éste el control de los cementerios y el registro civil de nacimientos, matrimonios y defunciones. Además, salvo la in- dígena, eliminaron las distinciones étnicas y raciales. Retirado de la vida pública, Ocampo fue asesinado por resenti- dos de la conserva en junio de 1861. 13 A. Pola. 1900-1901, III: 636.
  • 20. 20 Bibliografía -Donnavan, Corydon. 1847. Adventures in Mexico. Cincinnati: Robin- son & Jones. -Mazín, Oscar. 1986. El gran Michoacán. Cuatro informes del obispa- do de Michoacán 1759-1769. El Colegio de Michoacán. Gobierno del Estado de Michoacán. -León, Nicolás. 1884. Hombres ilustres y escritores michoacanos. Ga- lería fotográica y apuntes biográicos. Morelia: Imp. del Gobierno. -Arreola Cortés, Raúl. Obras Completas de Don Melchor Ocampo. 1985-1986. Selección de textos, prólogo y notas. Comité Editorial del Go- bierno de Michoacán. 5 vol. -Pola, Ángel. 1900-1901. Melchor Ocampo. Obras Completas. Méxi- co: F. Vázquez, 3 t.
  • 21.
  • 22.
  • 23. 23 Los orígenes de don Melchor Ocampo RAmón ALOnSO PéREz EScUTIA de la Facultad de Historia. UMSNH L a mayoría de quienes se han ocupado de la vida y obra de don Melchor Ocampo, coinciden en referir que éste vino al mundo el 6 de enero de 1814, en terrenos de la hacienda de Pateo. Por aquel entonces el valle de Maravatío iguraba como uno de los escenarios de la provincia de Michoacán, en los que se libraba con mayor intensidad la Guerra de Independencia. Desde el verano de 1813 el virrey Félix María Calleja pactó con los mineros, latifundis- tas y comerciantes de la comarca de Zitácuaro-Maravatío-Taximaroa, ubicar en la segunda de esas poblaciones una de las divisiones del denominado Ejército del Norte, al mando de oiciales como Ciriaco de Llano y Agustín de Iturbide. El propósito principal de esta fuerza sería contrarrestar en lo posible a las cuadrillas insurgentes al mando de los hermanos Ignacio y Ramón López Rayón, así como de Benedicto Ló- pez Tejeda. Uno de los aspectos hasta ahora no esclarecidos sobre el origen y la infancia del futuro “Mártir de la Reforma”, lo constituye su proce- dencia biológica toda vez que se desconoce quiénes fueron sus padres y de qué manera se vinculó con doña Francisca Xaviera de Tapia, la que por aquel entonces iguraba como principal usufructuaria de la hacienda cerealera de Pateo, una de las más importantes del oriente michoacano. En sus remotos orígenes la inca formó parte de las mercedes de tierras
  • 24. 24 de las que fue beneiciario el virrey-empresario Antonio de Mendoza, activo promotor de la colonización de la ruta de la plata que engloba los minerales de Guanajuato, Zacatecas y San Luis Potosí. Alrededor de 1780 la mayor parte del latifundio de Pateo llegó a manos del ma- trimonio formado por el capitán José Simón de Tapia y doña Lorenza Balbuena. En 1807 sus bienes pasaron formalmente a manos de sus hijos Francisca Xaviera, Agustín, Joaquín y Josefa. Sin el mayor sustento documental autores como el periodista Ángel Pola, Austasio Rulfo, Elí de Gortari y Poririo Parra, coinciden en señalar que la señora Francisca Xaviera de Tapia fue la madre bioló- gica de don Melchor Ocampo. Al tiempo que atribuyen la paternidad al licenciado Ignacio Alas, el doctor Antonio María Uraga y/o, “alguno de los muchos insurgentes que frecuentaban Pateo”, como airma displi- centemente de Gortari. Mientras que el doctor Raúl Arreola Cortés, el más acucioso de sus biógrafos, comparte la opinión de Fernando Igle- sias Calderón, sobrino nieto de doña Francisca Xaviera, en el sentido de que el señor Ocampo no nació de alguna relación de la dueña de la hacienda del Pateo con cualquiera de esas personas. Al respecto se argumentan las cualidades morales e intachable conducta, así como la profunda religiosidad de la principal heredera del capitán José Simón de Tapia. En ese tenor, Arreola Cortés avala lo expresado por el doctor Nicolás León, quien descubrió en la parroquia de San Miguel Arcángel de la Ciudad de México, la partida de bautismo de un niño que supues- tamente nació el 5 de enero de 1814, al que se dieron los nombres de José Telésforo Juan Nepomuceno Melchor de la Santísima Trinidad, hijo de padres no conocidos y llevado a recibir ese sacramento por la señora María Josefa González de Tapia, radicada en la casa numero 10 de la calle de Alfaro. La tesis de Nicolás León y Arreola Cortés tiene su punto débil al momento de explicar de qué forma llegó este infante que vio la primera luz en la Ciudad de México a la relativamente lejana hacienda de Pateo, en la provincia de Michoacán, tomando en conside- ración que presuntamente la “madrina” Josefa González de Tapia, no guardaba parentesco con los usufructuarios de esa inca.
  • 25. 25 En los años recientes, al indagar sobre este controvertido asunto en el Archivo Parroquial de Maravatío, tuvimos la fortuna de toparnos con datos sumamente interesantes para contribuir en lo posible a escla- recer este polémico detalle. En el ramo de bautismos, concretamente en el volumen 16 correspondiente a la castas, durante los años 1806- 1810, en la foja 55 frente, consta la siguiente partida: “En el año del señor de 1810, a siete de enero, yo el B. Dn. Fernando Ruiz, teniente cura, bauticé solemnemente en esta parroquia, puse óleo, crisma y por nombre José Telésforo Melchor de los Reyes, a un infante de tres días de nacido, hijo de José María Morquecho indio y María Bernarda, mu- lata, vecinos en Pateo. Padrinos José Antonio de la Luz López y María Bartola Barajas su mujer, a quienes advertí su obligación. Fernando Ruíz. Rúbrica.” ¿Por qué no buscar primero en Maravatío, que es lo más lógi- co y congruente, y después en otros lugares el origen de don Melchor Ocampo? Ahora bien, procedemos a fundamentar nuestra tesis de que la partida arriba podría corresponder, efectivamente, al “Mártir de la Reforma”. Si el señor Ocampo hubiese nacido en enero de 1814, como lo señala Arreola Cortés y demás biógrafos, resultaría muy difícil de aceptar, sin poner en tela de juicio su vasta inteligencia, que apenas a los 10 años de edad ingresara al Seminario Tridentino de Vallado- lid de Michoacán, para cursar el bachillerato de Derecho. Resulta más congruente pensar eso de un joven adolescente de 14 años, dando por supuesto su nacimiento en el año de 1810. El apellido Ocampo ha sido un enigma que pocos se han atre- vido a resolver en algún sentido. El historiador José C. Valadés expone sobre el particular que en 1810 vivía en la calle del Parque del Conde de la Ciudad de México un tal Bernabé Ocampo, marido de Ana Gómez, la que murió en 1811, por lo que éste se mudó después al numero 21 de la calle de Mesones, donde radicaba con su hermana María Josefa Ocampo. Arreola Cortés airma que ésta última recogió el 13 de sep- tiembre de 1812, a un niño recién nacido abandonado por una mujer de la que no se supo mayor cosa. Después, Bernabé y María Josefa Ocam- po llevaron a bautizarlo, sin preguntarse si ya lo estaba, a la parroquia
  • 26. 26 de San Miguel con el nombre de José María Amado. Posteriormente, en el censo de 1814, Bernabé estaba casado en segundas nupcias y vivía en la referida casa de Mesones, en tanto que su hermana se encontraba radicando en la calle de Alfaro numero 13 con otros familiares; pero el niño José María Amado no se localizaba con Bernabé ni con María, ni existe partida alguna de que hubiera muerto. Valadés se interrogaba si el infante en cuestión fue el mismo que llegó al regazo maternal de la señora Tapia, en la distante hacienda de Pateo en el turbulento 1814. Si esto fuese verídico, se echaría por tierra este último año como el del nacimiento de Ocampo y se reforzaría la autenticidad de nuestra partida del archivo maravatiense. Ahora bien, en un padrón que corresponde al pueblo de Marava- tío fechado en el año de 1809, no se identiica la existencia del apellido Ocampo, pero sí radicaban allí varias familias con el apelativo Campos. Se remarca este último para poner énfasis sobre la gran similitud que existe entre éste y Ocampo. Por lo que no desestimo que para el caso especíico de don Melchor Ocampo, puede tratarse, en realidad, de su apellido, considerando una eventual mala lectura de Campos. Un ele- mento de sustento alrededor de esta tesis lo constituye el hecho de que su hijo póstumo, el abogado Melchor Ocampo Manzo, nacido en 1862, fue producto de la relación que sostuvo con Clara Campos, a la que se identiica en el referido padrón de 1809 como una niña, siendo señala- da como incestuosa por el presunto parentesco cercano de sus padres. Hay que recordar que fue en su madurez cuando el abogado Ocampo adoptó como su segundo apelativo el de Manzo, para honrar al doctor José María Manzo Cevallos quien veló por su formación profesional en su virtual situación de orfandad, sin que se invoque más el nombre y la presencia de su madre. Otra elemento a considerar es el hecho de que el apellido Ocam- po se encuentra arraigado en la comarca de Tuzantla desde inales del siglo XVII, además de que se tiene documentada la constante migra- ción temporal de familias de ese punto al valle de Maravatío durante la época colonial, para desempeñarse en labores agrícolas. Por lo tanto cabe presumir como otra posibilidad que los padres de don Melchor
  • 27. 27 Ocampo hayan acudido con ese propósito a terrenos de la hacienda de Pateo. No se desestima que la situación de guerra imperante desde el otoño de 1810, eventualmente haya propiciado su deceso con la conse- cuente situación de orfandad para el futuro “Filósofo de la Reforma”, entrando así en la vida de doña Francisca Xaviera de Tapia. ¿Cómo transcurrió la infancia de don Melchor Ocampo? Pa- radójicamente, quien fuera una personalidad amante de la paz y la li- bertad vivió, el medio siglo que el destino le reservó, inmerso en la violencia que acompañó al nacimiento de su país a la Independencia y su integración como tal. No es difícil imaginar los primeros años de la vida de aquel niño precoz. Venido al mundo quizás unos meses antes de que don Miguel Hidalgo emprendiera la lucha insurgente, Ocampo fue víctima de los azares de ella, perdiendo pronto a sus padres y quedando a la deriva del destino, el cual le fue generoso y le auguró un futuro promisorio cuando lo llevó a los humanitarios brazos de la señora Fran- cisca Xaviera de Tapia. En Pateo la soledad de su orfandad la mitigó la compañía de Ana María Escobar, Josefa Rulfo, Estanislao Hernández, Clara Campos y otros pequeños como él, puestos a salvo de la crueldad de la guerra por aquella generosa y desinteresada protectora. La señora de Tapia no tardó en dejar entrever su predilección por el pequeño “Melchorillo”, como se le denominaba afectuosamente. Periódicamente la acompañaba al pueblo de Maravatío, donde la hacen- dada de Pateo convivía largamente con los clérigos de la parroquia de San Juan Bautista y sus parientes los Balbuena Picazo. En 1815, el niño Telésforo Melchor contaría con 5 años y su aguda inteligencia registra- ba ya con sorprendente claridad la realidad que le rodeaba. Vivió tem- poradas más o menos prolongadas en Maravatío al lado de los clérigos o en casa de los Balbuena. Compartió sus juegos infantiles con José An- tonio, Patricio y Teresa, con los que mantendría estrecha relación toda su vida. Allí fue testigo presencial de la brutalidad de la guerra por la Independencia; conoció el proceder de los oiciales realistas presididos por los sanguinarios Ciriaco del Llano y Agustín de Iturbide. Vio mu- chos de los fusilamientos de insurgentes llevados a cabo en Maravatío y tal vez se imaginó que el destino alguna vez le depararía esa suerte.
  • 28. 28 El pequeño “Melchorillo” supo de las intrigas y pleitos en los que se enredaron los clérigos que servían en la parroquia de San Juan Bautista de Maravatío, en los sombríos tiempos de la guerra. Conoció desde entonces muy de cerca los avatares del medio eclesiástico, lleno de conspiraciones, envidias, golpes bajos y otros no tanto, en la disputa de los bienes del César descuidando los que eran de Dios. Estuvo desde niño al tanto del funcionamiento de un clero podrido e inmerso en una crisis irreversible que lo llevaría andando el tiempo a perder sus cente- narios privilegios. En la madurez de su vida, “Melchorillo” contribuiría a asestar más de algunos de los demoledores golpes que separaron para siempre las cosas de Dios de las de los hombres. Se presume que fue con los clérigos de ese curato con los que Ocampo adquirió los prime- ros rudimentos de la escritura y la lectura. Después de la señora de Tapia, admiró con especial fervor al doctor Antonio María Uraga, en quien maliciosa y tendenciosamente muchos han tratado de encontrar su paternidad. Conoció al brillante clérigo, abierto partidario de la causa insurgente; estuvo al tanto del conlicto librado por Uraga con la caterva de sacerdotes ignorantes que tenía como auxiliares en el curato maravatiense. El padre Uraga había participado muy de cerca en la conspiración vallisoletana de 1809. Tras el estallido de la guerra abandonó temporalmente la administración de su parroquia a la que había llegado tres años atrás. Anduvo en varios lugares huyendo a la implacable persecución de la Inquisición y los realistas. Las circunstancias políticas no le permitieron regresar sino hasta los últimos días de 1814, precisamente cuando Ciriaco de Llano realizaba el genocidio de la población maravatiense, con la callada e inmoral complicidad de los clérigos que lo suplieron en su ausencia. Con ciertos detalles, Uraga habló de los curas Portal e Imitola, quienes también fueron de los primeros mentores del pequeño Melchor Ocampo, a los que éste prodigó su cariño sin atender a los muchos defectos criticados por el ilustrado y progresista párroco. En opinión de éste, “el bachiller Antonio Hilario Portal, eclesiástico anciano, ave- cindado muchos años atrás en este pueblo, es un buen hombre, pero achacoso e impedido por lo mismo de emplearse en nada del ministerio.
  • 29. 29 No se cuenta por tanto con él, y es en razón del clérigo como si no lo hubiera. Casi lo mismo puede decirse del sacristán mayor D. Ignacio Imitola, cuyos extraños escrúpulos lo embarazan de celebrar, de dar la sagrada comunión, y aun de rezar el oicio divino, si no es empleado en él la mitad del día, aun su exactitud en mil ridículas menudencias, que podrían llamársele farisaica si no proviniese de un buen celo; inco- moda a los dependientes de la iglesia y exaspera a los vicarios, siendo acaso ésta una de las causas de la diicultad de encontrarlos”. El propio Uraga habló del bachiller Manuel Mejía, quien mucho sabía sobre el origen de Ocampo, como capellán que fue de las haciendas de Pateo y de Paquisihuato, pues éste “hace veces de vicario por honorario que le pago en aquel distrito que es el más pesado de esta administración. Es un buen y laborioso eclesiástico”. El doctor Uraga informaba a Abad y Queipo que había acudido al curato de Celaya y la propia Valladolid en busca de auxiliares, pero que por las circunstancias imperantes no había sido posible conseguirlos a pesar de las ventajas que todavía ofrecía la parroquia a su cargo. En el ocaso de la Guerra de Independencia se radicó en el pue- blo de Maravatío el oicial realista de origen italiano Vicente Filisola, quien pronto se integró como prominente miembro de la sociedad local hasta el momento de su muerte en 1850. Este personaje en diferentes momentos tuvo largas ausencias por su participación en la política na- cional de las primeras décadas del período independiente. Entre otros largos viajes Filisola tuvo el de 1822-1824, cuando su amigoAgustín de Iturbide, dueño de la hacienda de Apeo en el propio valle de Maravatío, lo comisionó para hacer el célebre plebiscito que decidió la suerte de la América Central. Otra ausencia más fue la que lo ocupó en la desastro- sa campaña de Texas en 1835-1837, en la que fue segundo de Antonio López de Santa Anna. Sin embargo, el general Filisola fue uno de los personajes que más inluyeron en la temprana formación intelectual de don Melchor Ocampo, al que suscitó el interés por la geografía, la esta- dística y la mineralogía, entre otras cosas. En el otoño de 1824 el joven Melchor Ocampo fue enviado a la ciudad de Valladolid de Michoacán, para realizar estudios en el recién
  • 30. 30 restaurado Seminario Tridentino. En este plantel formó durante los si- guientes cuatro años parte de una de las generaciones de oro que pasaron por sus aulas, en la que iguraron además de él personajes como los fu- turos jerarcas e ideólogos de la Iglesia católica Clemente de Jesús Mun- guía y Pelagio Antonio Labastida y Dávalos; el abogado pro clerical Ig- nacio Aguilar y Maracho; así como sus congéneres liberales José María Manzo Cevallos, los hermanos Juan Bautista y Gregorio Cevallos, Juan Manuel Olmos, Agustín Aurelio Tena, José Consuelo Serrano, Ramón Talancón y Antonio Florentino Mercado. Los futuros políticos liberales recibieron en aquel entonces la inluencia del carismático y controver- tido José Trinidad Salgado, quien fue sucesivamente vicegobernador y titular del Ejecutivo local, igurando como el más prominente defensor del modelo organizacional federalista en Michoacán, además de líder de la logia masónica del rito de “York”. Aunque no lo conoció personalmente, porque falleció por los días en los que el adolescente Melchor Ocampo realizaba el viaje a Va- lladolid, para ingresar al Colegio Seminario, se ha presumido en irme que los estudios botánicos y naturalistas en general que llevó a cabo don Juan José Martínez de Lejarza, inluyeron de manera decisiva en la fa- ceta que tuvo como cientíico aquél. Es probable que desde su estancia en la capital del estado, Ocampo haya mostrado interés y profundizado en el estudio de las obras tanto de Lejarza, como las de Pablo de la Lla- ve y el prusiano Alejandro de Humboldt. Una vez concluidos los estudios de bachillerato en Valladolid- Morelia, la expectativa del joven Ocampo fue la de efectuar la carrera de abogado en la Ciudad de México. Con ese propósito y orientado por el licenciado Ignacio Alas se inscribió en la Universidad. En la prima- vera de 1831, la víspera de su muerte, la señora Francisca Xaviera de Tapia designó a su protegido Melchor Ocampo, como heredero uni- versal de sus bienes, entre los que iguraba como el más importante la hacienda de Pateo, en lo que se incluían las muchas deudas contraídas a lo largo de casi tres siglos, principalmente por concepto de capella- nías y otras obras pías. Alrededor de 1833 nuestro personaje se desistió de continuar sus estudios en la capital del país, en la coyuntura del
  • 31. 31 movimiento reformista liberal de Valentín Gómez Farías; y para 1835 lo encontramos inmerso ya en los muchos y apremiantes asuntos de su vasta inca de campo, al tiempo que cultivaba sus aiciones en torno de la botánica, la geografía, la geología y otras ciencias. Aquí iniciaba la segunda y muy importante etapa de su vida, la incursión en la investi- gación cientíica, y la política regional y nacional.
  • 32.
  • 33. 33 Melchor Ocampo y el Colegio de San Nicolás AdRIán LUnA FLORES y EUSEbIO mARTínEz HERnándEz del Centro de Estudios sobre la Cultura Nicolaita. Archivo Histórico A l iniciar el movimiento de Independencia, encabezada por el ilustre Miguel Hidalgo en 1810, el Colegio de San Nico- lás Obispo fue clausurado, como muchas otras institucio- nes educativas en el resto del país. Esta guerra había traído graves consecuencias al Colegio, no sólo había ocasionado su cierre e interrumpido sus actividades académicas sino que gran parte de su pa- trimonio se había perdido, y su ediicio había quedado prácticamente en ruinas por la ocupación que hicieron de ella los grupos en pugna. El cabildo a través del superintendente canónigo Francisco de Borja Romero se había dado a la tarea de rescatar las pocas propiedades que habían quedado. La importancia que revestía la labor del plantel pronto fue admitida, ya que se hicieron intentos por reconstruir su edi- icio para poder realizar su reapertura, pero las diferencias en el seno mismo del cabildo catedralicio así como de las discrepancias con el gobierno del Estado sobre el derecho al patronato en la administración del Colegio complicaron su reapertura. Finalmente, en 1844 la Junta Subdirectora de Estudios del Departamento de Michoacán solicitó al Cabildo Eclesiástico renunciara al patronato del Colegio, mismo que después de un estudio minucioso accedió a la petición, cediendo para
  • 34. 34 siempre a dicho patronato, a partir de mayo de 1845.1 La Junta de Instrucción Pública se había creado en 1831 con la inalidad de fomentar y vigilar la instrucción pública, cuyo organismo también tenía la función de recabar fondos para la enseñanza a partir del 10 % del impuesto que causarían las funciones de teatro, peleas de gallos, trucos y billares, y de un impuesto al sueldo de los empleados públicos. De esta manera, al realizarse el acta de cesión, el patrimonio propiedad del Colegio pasó al fondo de instrucción pública. Tras la ins- talación de la Junta Subdirectora de Estudios del Departamento de Mi- choacán, el 19 de febrero de 1844, retomó como una de sus funciones sustanciales el de recaudar fondos para la reapertura y sostenimiento del Colegio de San Nicolás.2 Este sistema era una de las prácticas que había implementado el Cabildo Eclesiástico de otorgar préstamos hipotecarios a particulares para obtener fondos para el sostenimiento del Colegio. Celosos de su deber, los miembros de la Junta establecieron las bases y condiciones generales sobre las que debían realizarse los préstamos hipotecarios de los fondos destinados a instrucción pública. En dichas bases se pedía claridad en las condiciones en que se realizaría el contrato, especii- cándose el tiempo y cantidad prestada. Se determinó que el empréstito que se otorgaría no excediera de la mitad del valor de la propiedad en garantía y si fuese posible sólo la cuarta parte. Por su parte, los bie- nes hipotecados quedaban a favor de los fondos de instrucción pública mientras que los réditos obtenidos por dicho préstamo estaban destina- dos al sostenimiento de San Nicolás.3 1 Arreola Cortés, Raúl, Historia del Colegio de San Nicolás, Morelia, UMSNH, 1991, pp. 196-198. 2 Archivo Histórico de la Universidad Michoacana (AHUM), Fondo: Gobierno del Estado, Sección: Instrucción Pública, Serie: Colegio de San Nicolás, Subserie: Minutario, Caja 4, Exp. 1. 3 Bases generales a que deben arreglarse las escrituras de imposición de los fondos destinados a la instrucción pública. AHUM, Fondo: Gobierno del Estado, Sección: Instrucción Pública, Serie: Junta Subdirectora de Estudios, Subserie: Capital en Depósito, Caja 4, Exp. 4, F/n.
  • 35. 35 El 17 de marzo de 1846, Don Melchor Ocampo, vecino del pue- blo de Maravatío solicitó a la Junta Subdirectora de Estudios, un prés- tamo por la cantidad de seis mil ochocientos cincuenta y cuatro pesos, siete reales, con la inalidad de fomentar su Hacienda de Pateo. Ante la imposibilidad de acudir personalmente a Morelia para realizar las gestiones necesarias y establecer las condiciones del préstamo, nombró como apoderado al licenciado Don Francisco García Anaya para que en su nombre acordara las condiciones generales del contrato con la Jun- ta Subdirectora, obligándose a pagar réditos del seis por ciento anual garantizándolos con su Hacienda de Pateo, valuado en ciento veinte mil quinientos ocho pesos, un real, ocho granos. Después de un largo proceso de diligencias y comprobación de documentos, se autorizó y irmó el contrato del préstamo por el Presidente de la Junta, Juan Ma- nuel González Urueña y el Secretario Don Santos Degollado, el 24 de octubre de ese año, previa entrega de las escrituras de dicha hacienda. El contrato se estipuló por nueve años, y cuyos réditos fueron pagados al Procurador Tesorero del Colegio Don Vicente Rionda.4 En el proceso de reapertura del Colegio de San Nicolás partici- paron diversos actores: políticos, intelectuales, profesores, estudiantes y benefactores. Entre los principales se encontraba Melchor Ocampo. Desde los primeros años de la década de los cuarenta, había comenzado a ocupar cargos públicos al ser electo diputado al Congreso General por el Departamento de Michoacán, junto a los ciudadanos D. José Con- suelo Serrano y el licenciado Juan B. Ceballos, además de los suplentes D. Joaquín Ortiz de Ayala, D. Luis Gutiérrez Correa y D. Juan Manuel González Urueña. Ocampo se encontraba desempeñando sus labores legislativas al ser designado gobernador provisional del estado de Mi- choacán tomando las riendas del gobierno el 5 de septiembre de 1846. Con su nuevo cargo, de inmediato se involucró en los prepara- tivos para la reapertura del antiguo Colegio junto con la Junta Subdi- rectora de Estudios. El 14 de noviembre de 1846, fue descentralizada la Junta Subdirectora convirtiéndose en la Junta Directora de Estudios de Michoacán. Con este cambio la Junta adquirió mayores facultades para 4 Ídem.
  • 36. 36 dictaminar temáticas educativas e incluso también al gobernador se le legó facultad para que dictara medidas que estaban fuera del alcance de la Junta. En ese sentido, Ocampo se encargó de hacer los nuevos nombramientos para la Junta Directora de Estudios, asimismo fue el encargado de expedir los primeros títulos como empleados y catedráti- cos del plantel civil que se encargarían de la educación de los jóvenes michoacanos y de otras entidades circunvecinas. Además aprobó el re- glamento interno y los primeros libros de textos que serían la base para la enseñanza preparatoria y profesional. Finalmente, Melchor Ocampo en su calidad de gobernador de Michoacán, encabezó la ceremonia de reapertura del Colegio Primitivo y Nacional de San Nicolás de Hidalgo, el 17 de enero de 1847. El 18 del mismo mes empleados y profesores acudieron al palacio de gobierno a tomar la protesta ante el gobernador. Ocampo como un liberal conno- tado, después de haber viajado por Francia traía consigo la idea de que sólo a través de la educación se podía incar el desarrollo del país, y en ese sentido, proyectó al Colegio como una institución civil que debía formar a los futuros ciudadanos y en donde se cimentaría una nueva forma de gobierno idóneo en la construcción del Estado-nación. La reapertura del Colegio tuvo gran relevancia en el ámbito nacional, ya que tras veintiséis años de haberse conseguido la Inde- pendencia de México sólo existían cinco colegios o institutos oiciales: Puebla (1825), Jalisco (1826), Oaxaca, Estado de México y Guanajuato (1827). Michoacán fue el sexto estado que contó con una institución educativa de nivel superior y al igual que en los otros centros educati- vos tuvo como prioridad formar profesionistas con un alto grado de res- ponsabilidad social como: abogados, médicos, farmacéuticos, y otras carreras que con el paso de los años se fueron abriendo. Las contribuciones de Ocampo no se redujeron a sólo aprobar de- cretos y acuerdos para el buen funcionamiento del Colegio de San Nico- lás, sino que como un buen intelecto se dio tiempo para participar en las mesas sinodales de las cátedras de matemáticas e idioma francés en los actos públicos que se presenciaron en 1847. En este mismo año formó par- te de la terna para ocupar el cargo de la regencia, del cual resultó ganador,
  • 37. 37 pero por diversas circunstancias no llegó a ejercerla.5 Sin embargo, quedó abierta la posibilidad para que en el futuro la pudiera ejercer, y por ello en 1850, se le volvió a invitar para ocupar el puesto de regente. Por otra parte, al inalizar el año escolar de 1847, Ocampo reali- zó los preparativos para la incorporación del Instituto Médico-Quirúr- gico (que había sido fundado por el Dr. Juan Manuel González Urueña en 1829) a San Nicolás mediante el decreto del 9 de diciembre, para que la enseñanza de las ciencias médicas estuviera integrada en un sólo centro educativo.6 Uno de sus grandes anhelos era que en el Colegio se cultivaran las ciencias exactas para fomentar el conocimiento cientíi- co, por ello, aun después de haber dejado el cargo de gobernador estu- vo al pendiente del desarrollo académico del plantel nicolaita, tal como se observa en las actas de sesiones de la Junta Directora de Estudios en donde sugirió la compra de equipo adecuado para la creación del primer gabinete de física y química. Aparte del apoyo económico donó un telescopio y un microscopio, para que aquellas cátedras estuvieran bien equipadas. No obstante a los problemas políticos, económicos y sociales que aquejaban al país, Ocampo mantuvo irme la idea de abrir carreras profesionales en San Nicolás que respondieran a las necesidades del Estado. El 16 de julio de 1852, tras su segundo período de gobierno,7 aprobó un decreto para establecer la carrera de Agricultura e Ingenie- ros Civiles, que era una de las ideas que le habían surgido producto de sus exploraciones cientíicas observadas en varias entidades y en su propia hacienda de Pateo. Sus ideales habían sido ampliados a tra- vés de sus experiencias vividas en el extranjero, pero sobre todo tras haber cursado algunos estudios de agricultura cientíica y formación 5 AHUM, Fondo: Colección de Libros, Exámenes, Sesiones y Títulos, Libro de Registro de Actas de la Junta Directora de Estudios, sesión del 26 de agosto de 1847. 6 Bonavit, Julián, Historia del Colegio Primitivo y Nacional de San Nicolás de Hidalgo, 4ª ed., (prólogo y 2ª parte de Raúl Arreola Cortés), Morelia, UMSNH, 1958, p. 192. 7 Aguilar Ferreira, Melesio y Bustos Aguilar, Alejandro, Los gobernadores de Michoacán, 3ª ed., Morelia, Paldom, 2002, p. 45.
  • 38. 38 de mapas y por haber formado parte de la Sociedad Asiática durante su estancia en Europa. Asimismo había observado que la agricultura, la industria y el comercio del país se encontraban paralizados por los efectos de las guerras internas y las intervenciones externas que reque- rían soluciones inmediatas.8 En la carrera de Agricultura planteaba el estudio por un año de las cátedras de matemáticas, física y química, y por dos, la de agricultu- ra y las prácticas en una hacienda de campo. Por su parte, los Ingenieros estarían obligados a cursar por dos años matemáticas y arquitectura, y en uno la de física. Para ambas profesiones se les exigiría el aprendizaje del idioma francés, mientras que para los cursantes de arquitectura de- bían poseer la habilidad del dibujo lineal.9 Con este plan de estudios se intentaba modernizar las labores agrícolas, en donde los egresados de- bían aprender a cultivar la tierra en base a los conocimientos cientíicos. Sin embargo, la creación de las carreras de agricultura e ingenie- ría sólo quedaron en proyectos por falta de fondos, salvo la academia de dibujo y pintura, siendo su catedrático Octaviano Herrera cuyo sueldo fue pagado de los bolsillos de Melchor Ocampo. Pese a los excelentes resultados la academia fue cerrada y su reapertura se realizó hasta 1855. A partir de entonces tuvo una intensa actividad y se formaron muchas generaciones de artistas. En este mismo decreto Ocampo estableció como obligatorio el curso de la Academia de Derecho Teórico-Práctico como requisito para la titulación de los futuros abogados. También dispuso la asistencia de tres horas diarias en cualquiera de las siguientes instancias: un bufete particular, en un juzgado de primera instancia, secretario o iscal del Su- premo Tribunal de Justicia. En caso de inasistencias se acordó suplir las 8 Arreola Cortés, Raúl, Ocampo, Morelia, Gobierno del Estado de Michoacán/UMSNH, 1992, p. 43 y 53. Además había sido nombrado socio correspondiente de la Compañía Lancasteriana en Michoacán desde donde había mostrado su preocupación por el estado que guardaba la educación en la entidad. 9 Coromina, Amador, Recopilación de leyes, decretos y circulares expedidos en el Estado de Michoacán, Tomo XIII, Morelia, Imprenta de los hijos de I. Arango, 1886, p. 26.
  • 39. 39 faltas con seis meses más de práctica.10 Otros de los ramos que Ocam- po consideraba importante para la formación de los estudiantes fue el aprendizaje de los idiomas inglés y griego abiertos en 1852. Por otra parte, mientras Ocampo estuvo en la Ciudad de Méxi- co, fungió como enlace para la compra de materiales para los gabinetes y laboratorios de física-química en el extranjero. A inales de la década de 1850, las actividades del plantel transcurrieron de manera irregular por las fuertes tensiones que se gestaron entre la Iglesia y el Estado por la promulgación de la Constitución Política de 1857, que estableció la separación de dichas instituciones. El conlicto bélico trajo como consecuencia no sólo el triunfo de los liberales sino la pérdida de uno de sus más grandes actores, el asesinato de Ocampo, acaecida el 3 de junio de 1861. Tras su muerte se acordó en la Junta de Colegio honrar la me- moria del que había sido más que un restaurador de San Nicolás. El 8 de junio de 1861, el catedrático Cirilo González propuso una comisión compuesta por el regente Bruno Patiño, catedráticos Luis González Gu- tiérrez y Juan Rubio, para que se encargaran de elaborar el programa para honrar a Ocampo. El programa fue dado a conocer al día siguiente bajo los siguientes puntos: 1ª. El Colegio guardará luto en la forma acostum- brada por espacio de nueve días contados desde hoy, suspendiéndose los tres últimos las distribuciones y de- biendo los superiores del establecimiento usar riguroso traje negro en los mismos nueve días. 2ª. En el último día de los nueve referidos se cele- brarán en el salón de actos honras fúnebres de la mane- ra siguiente. A la madrugada del mismo se enarbolará en el ediicio el pabellón a media asta, permaneciendo así todo el día. Los balcones del frontispicio se enluta- rán con cortinas blancas y lores de listón negras. De la misma manera se adornarán el primer patio y el salón de actos, colocándose en el interior de este una pira que 10 Ídem.
  • 40. 40 en los costados tenga escritos sonetos alusivos, a cuyo efecto se escitará (sic) al Sr. Moreno y a otras personas del establecimiento o extrañas a él. 3ª Se escitará (sic) al catedrático de dibujo D. Job Carrillo para que el óleo saque una copia del retrato del Sr. Ocampo. Si estuviere concluida esta para el día en que deban veriicarse las honras, se colocará duran- te él, en el balcón principal del Colegio, trasladándose después al salón de actos para que quede allí perfecta- mente como un recuerdo que le consagra a la memoria del mismo Sr. Ocampo. 4ª. A las siete de la noche, reunidos todos los su- periores del establecimiento en el local destinado para este objeto, se dará principio con las dobles de estilo con las campanas del Colegio, tocándose luego una poesía fúnebre: en seguida el orador nombrado por la Junta de Catedráticos pronunciará un discurso propio de las circunstancias, concluido éste se tocará otra pie- za de música; después el catedrático D. Vicente More- no recitará una composición poética alusivo al objeto de la solemnidad, y terminada ésta se dará in al acto con otra pieza de música y nuevos dobles. 5ª. Para este acto se convidará con papeletos de luto, que serán entregadas por una comisión de señores catedráticos al Excelentísimo Señor Gobernador, au- toridades y personas de representación, y a las demás, por una de alumnos. 6ª. Los convidados serán introducidos por una comisión de alumnos, salvo el caso de que asistiere el E. S. Gobernador, pues entonces será formada aquella de catedráticos. 7ª. Una comisión nombrada por el Sr. Regente se encargará del ornato del interior y esterior (sic) del lo- cal, contrate música e impresión de papeletas. 8ª. Los gastos que se eroguen en esta festividad serán cubiertas por el señor Inspector de Instrucción Pública, actuales catedráticos del establecimiento y de- más personas que con tal carácter hayan pertenecido al
  • 41. 41 mismo, mediante las cuotas con que contribuya cada una de ellas, y que recogerá el individuo que nombre el señor Regente.11 La propuesta fue aprobada y fue nombrado orador el profe- sor Luis González Gutiérrez para el acto que se realizó el 17 de junio. El profesor González matizó como principales puntos de gratitud: la reapertura y secularización, y el haber convertido a San Nicolás en una trinchera de las ideas liberales. Era grande el cariño de Ocampo hacia el plantel civil y sabía de las carencias que enfrentaban los catedráticos y estudiantes en su proceso de enseñanza-aprendizaje, por no contar con una biblioteca selecta, antes de morir dejó estipulado en su testamento que su acervo bibliográico pasara al Colegio.12 Si bien algunos de los principios e ideales de Ocampo no pu- dieron concretarse de inmediato, tampoco tuvo la oportunidad de ver el lorecimiento del Colegio de San Nicolás que alcanzó a ines del siglo XIX, al convertirse en uno de los centros más importantes a nivel regional tras ampliar su oferta educativa y que parafraseando al gran reformador fue “una verdadera universidad” y sólo faltó que otorgara títulos profesionales. 11 AHUM, Fondo: Colección de Libros de Títulos, Exámenes y Sesiones, Libro de registro de actas de sesiones de la Junta del Colegio de San Nicolás, 1851-1863, Caja 1, Libro 3. Sesión de 9 de junio de 1861. 12 La biblioteca de Colegio fue conformada por donaciones hechas por particulares entre los que destacan: Teóilo García Carrasquedo, Anselmo Argueta, Luis González Gutiérrez, entre otros. Del mismo modo se nutrió de bienes secularizados a los templos y conventos.
  • 42.
  • 43. 43 Pobrecitos federales, ¡ay! ¡qué lástima me dan…! El conlicto entre liberales y conservadores en la lírica tradicional de la Tierra Caliente JORGE AmóS mARTínEz AyALA de la Facultad de Historia. UMSNH ¡Pobrecitos federales! ¡Ay, qué lástima me dan! ¡Se los llevan para arriba! ¡Sabe Dios si volverán! (Los federales, son terracalenteño) E staba sonando El Gusto Federal, una pieza representativa de la Tierra Caliente del Balsas, al terminar el redoble de la tam- borita y tocar los aros, el grupo de don Natividad Leandro “El Palillo”, de Ajuchitlán, Guerrero, empezó a cantar:… ¡Pobre- citos federales! ¡Ay! ¡Qué lástima me dan!... quedé sorprendido: prime- ro porque la copla, o el “verso”, como le llaman los músicos tradicio- nales, ya lo había escuchado antes, en un son que don Leandro Corona, quien vivió hasta los 103 años, residente en Zicuirán, municipio de La Huacana, Michoacán, llamaba: Los Federales; de manera coincidente la frase melódica principal de ese son corresponde con el gusto Dime morenita mía, que si bien habla de los deseos amorosos hacia una mu- jer, utiliza como metáforas algunos términos militares para referirse al encuentro amoroso como escaramuza bélica.
  • 44. 44 ¡Quiero una guerra contigo! Quiero una guerra de abrazos, quiero un tiroteo de besos y avanzarme entre tus brazos. (Dime morenita mía, gusto terracalenteño) Las preguntas saltan a la vista, algunas que se resuelven de ma- nera sencilla ¿Cómo es que una misma música deine dos piezas mu- sicales distintas en áreas vecinas de la Tierra Caliente? ¿Cómo es que una copla se comparte en otro par de sones? Que se pueden responder a partir de la relativa proximidad de las localidades y su pertenencia a una misma región cultural. Otros cuestionamientos son más complejos ¿Podemos “fechar” la temporalidad probable en que se compusieron o adaptaron las coplas? ¿Por qué el período de mediados del siglo XIX hasta el in de la centuria fue prolijo en la creación de coplas que se incorporaron a la tradición en la Tierra Caliente? ¿Por qué un evento que sucedió hace más de un siglo sigue vigente en la cultura regional? Intentaremos dar una respuesta tentativa y temporal a lo largo del texto; sin embargo, es necesario evidenciar que las coplas utilizadas fueron compuestas al mediar el siglo XIX, la época en que más activo política- mente estuvo don Melchor Ocampo y que éstas transmiten información histórica, política e ideológica de tal período, y es de nuestro interés entender los mecanismos que la conforman y articulan. Cuando se piensa en un género músico-literario vinculado a la historia popular siempre llega a nuestra mente el corrido; sin embargo, nuestra preocupación a lo largo del texto es mostrar el contenido histó- rico de las coplas de la región y el posible uso político que se les dio en el pasado. En el repertorio de la Tierra Caliente podemos encontrar varias coplas que hacen referencia a la manera en que fueron percibidos los procesos políticos del siglo XIX, sobre todo el conlicto entre la Iglesia y el Estado visible como la disputa entre “liberales” y “conservadores”. Aunque el proceso de separación terminó en los años 30’s del siglo XX, las primeras disputas por la promulgación de las Leyes de Reforma y la
  • 45. 45 Guerra de los Tres años fueron trascendentes y tuvieron relevancia en la región. Muchas comunidades indígenas de la Tierra Caliente tuvie- ron que afrontar la desamortización de los bienes de “manos muertas”, sobre todo de las tierras de sus cofradías y la transformación del régi- men de propiedad comunal en individual, lo que generó levantamientos armados en la región y oposición a las medidas implementadas por el Estado; sin embargo, la llegada de un príncipe austriaco para gobernar al país no fue un aliciente para unirse al partido conservador. La toma de decisiones del Estado mexicano repercute constan- temente en la vida cotidiana de las diversas regiones geográicas que conforman la Nación; sin embargo, la inluencia se ve acotada por las materias de interés para el gobierno y por los espacios donde se imple- mentan. Una decisión jurídica con intensión social puede repercutir en el orden económico, o afectar a una región y a otra no; por ello, no todos los procesos históricos inluyen con magnitudes o formas idénticas en el territorio nacional. La creación de monocultivos para la exportación, la promulgación de la ciudadanía a las castas descendientes de africanos, los procesos de transformación de la propiedad comunal en individual, la separación de la Iglesia del Estado y las luchas que le siguieron, a pe- sar de ser procesos que económica, social o legalmente, se produjeron en todo el país trascendieron, en mayor o menor medida y de manera distinta, en cada región. Las transformaciones impulsadas por el Esta- do tienen inluencias no previstas, sobre todo en esferas distintas a las materias en que se toman las decisiones; por ello, sólo algunos hechos notables dejaron su impronta en las coplas de la lírica popular que se canta, toca y baila en la Tierra Caliente. La participación activa de los pobladores de la región como soldados en las guerras civiles que invo- lucraron a dos grandes bandos: liberales y conservadores, motivaron el que las gestas populares aparecieran como temáticas en las artes tradi- cionales de la región; pero no en otros espacios vecinos, por ejemplo en la lírica de la pirekua indígena.
  • 46. 46 La copla como arma… ideológica La copla es un discurso sintético, muestra un posicionamiento políti- co mínimo y sin argumentos. El contexto cultural y la tradición lírica marcan las formas poéticas; el contexto político y militar de la época impregnan los contenidos; muchas veces se usan coplas sabidas, pero modiicadas, o bien se crean exprofeso. En la Tierra Caliente hay dos géneros líricos musicalmente, am- pliamente difundidos y diferenciados: el gusto y el son; las coplas que se cantan en los gustos generalmente son sextillas, o cuartetas octo- sílabas que repiten dos de sus versos, las coplas usadas en los sones generalmente son cuartetas octosílabas. No nos ocuparemos aquí de la décima ni de la valona (glosa en décimas), que debido a su tamaño en extensión permitían crear discursos políticos bien argumentados, aun- que en verso. Las coplas son independientes unas de otras; pero generalmen- te, en la lírica de Tierra Caliente, algunas guardan una relación te- mática (de sentido) con otras que se usan en una pieza (son o gusto) determinado, o un grupo de piezas caracterizadas por compartir temá- ticas; por ejemplo: sones de animales domésticos, de ganado, como La vaquilla, El toro viejo, El toro antejuelo, El torito jalisqueño, El becerrero, La caballada, pueden compartir algunas coplas o usar las de un son en otro. La copla se divide en dos grandes grupos a partir de su forma de transmisión: la copla leída, escrita y publicada en un periódico, ge- neralmente creada por “literatos”, dirigida a un público culto y con un carácter pretendidamente “popular”; por el otro está la copla cantada: producida por autores anónimos al calor del fandango y “repentinamen- te”, transmitida de manera oral y recordada en la memoria colectiva, siempre de carácter popular, aunque muchas de ellas fueron tomadas de la copla culta de carácter popularizante. La copla leída no tiene una repercusión inmediata, pues es poco probable que el autor la viera “viva” y en acción. Aquella que era gustada se memorizaba para “decirla” (enunciarla) en el momento
  • 47. 47 preciso, ya como “verso” o cantada en fandango, aunque no necesa- riamente idéntica a lo escrito. La copla cantada tiene una repercusión inmediata, provoca: ri- sas, sorpresa, empatía, enojo y enfrentamiento que puede pasar de lo verbal a lo físico, ya sea dentro de los códigos del fandango, mediante enfrentamiento lírico entre poetas o “versadores” en los géneros esta- blecidos para ello: La India, La Rema y La Malagueña; aunque a veces el duelo poético podía desencadenar el duelo con armas, las heridas corporales o la muerte. Los géneros lírico-musicales en los que la copla es cantada sir- ven como refuerzo rítmico mnemotécnico a la misma. La copla se adap- ta al tiempo y ritmo de los géneros musicales; por tanto, no es enuncia- da igual al cambiar de región. En la Tierra Caliente del Balsas el género musical llamado son usualmente no tiene letra y su tiempo rápido no permite la “memori- zación”; por eso las coplas con la temática aquí referida aparecen en géneros como El gusto, La India, La Rema y La Malagueña, estos tres últimos con música, o frase melódicas invariantes; pero fueron, y son, campos fértiles para la improvisación lírica. Todas tienen tiempos de ¾, son más pausadas y permiten el canto. En la Tierra Caliente de la antigua parroquia de Sinahua, donde conluyen los ríos Balsas y Tepalcatepec, los sones si se cantan. Aunque en tiempo de 6/8, se ejecutan pausados, permitiendo el baile y la creación lírica repentina por los cantadores de “versos” (coplas) para la ocasión. En ambas subregiones de la Tierra Caliente la música es rítmi- ca, acompañada con instrumentos de percusión, como la tamborita o el cacheteo en el arpa y el zapateado sobre un idiófono percutido con los pies, llamado “tabla” (o tarima), ritmos que ayudan a la memorización de los textos cantados. La copla, como síntesis ideológica y arma política, podía es- cribirse al “volapié” en sitios públicos, pegarse como libelo y no dejar rastro de su autor a las policías y cuerpos de inteligencia de los gobier- nos de la “usurpación” o mandados por déspotas. Cantada en teatros, en medio de los números sueltos de canto y baile, la copla era coreada por
  • 48. 48 el público, de manera tal que, la pura “tonadilla”, sin letra, tenía ya in- tensión política. La copla pintada en las paredes o pegada con engrudo a las puertas de las instituciones o las casas de los actores políticos tenía (y tiene) un carácter subversivo y una eicacia de “guerrilla lírica”. Su nexo con lo “popular”, aunque fuera escrita por licenciados y bachille- res, le daba fuerza y posibilitaba la empatía. Al mediar el siglo XIX, el fracaso de los ejércitos formales mexicanos frente al avance de las tropas invasoras belgas y austriacas motivó el surgimiento de numerosas guerrillas que interactuaron con las tropas regulares. En la región del Balsas, desde Tacámbaro hasta Zirándaro y de Zitácuaro a Churumuco, el general Vicente Riva Palacio coordinó los esfuerzos del ejército de oriente, de guerrilleros de la talla de Nicolás Romero; como el general era escritor se le atribuyen dos piezas emblemáticas: El gusto federal y Adiós mamá Carlota: ¡Viva Dios! Que es lo primero, dijo la oicialidad: ¡Muera el príncipe extranjero! ¡Que viva la libertad! (El gusto federal, gusto) El general Riva Palacio publicó un periódico para difundir las ideas de los liberales, alentar la resistencia frente a la invasión y para dar noticias del desarrollo de la contienda, lo llamó El pito real (como se llama al pájaro carpintero en Tierra Caliente), aprovechó que ya exis- tía un son llamado así y muy probablemente alentó para que se compu- sieran coplas para el son, así la lírica tradicional sirvió como medio de comunicación de mensajes ideológicos entre la mayoría de la población de la región, que era analfabeta: ¡Yo no soy de aquí soy de El Carrizal! Soy puro chinaco no soy imperial. (El pito real, son terracalenteño)
  • 49. 49 Una parte de la población sentía empatía por los ideales de la república y adaptó letras presentes en la lírica tradicional para expresar su identidad política: Soy indita, soy indita americana. Soy indita soy india republicana. Dime si te vas conmigo lucero de la mañana. (La indita, son terracalenteño de los Balcones) Muchas personas fueron reclutadas a la fuerza, mediante leva, y llevadas a pelear en la Guerra de los Tres Años; en Los Federales, un son que se toca en la conluencia del Tepalcatepec con el Balsas, expre- saban así su temor y desesperanza: ¡Dicen que los federales! ¡Tienen la vida comprada! ¡La tengan o no la tenga ¡a mi no me importa nada! (Los federales, son terracalenteño) La copla también fue usada por los conservadores para criticar a los liberales y, como lo hicieron los liberales, no fue compuesta “re- pentinamente” en los fandangos, fueron creadas por intelectuales y pu- blicadas en los periódicos para que los lectores tuvieran “armas” líricas para su defensa. Aunque restringida, en el ámbito local y regional, la copla can- tada corría con mayor rapidez en el siglo XIX de boca en boca que de lector en lector. No es de extrañar que de entre las numerosas coplas transcritas del siglo XIX, sólo haya una en referencia al son de Los fede- rales, en tanto que en la memoria popular se resguardan dos, mostrán- donos que la eicacia en la preservación no siempre la tiene la escritura. Ahora bajemos a las pruebas empíricas. El 15 de agosto de 1870, iesta de la Asunción de la Virgen, patrona de Tlapehuala, se encontra- ba Justo Regino tomando con Maximiano Ángel Manchi, soldado de
  • 50. 50 la compañía del Batallón del Señor Coronel Don Leonardo Valdés, y estando hablando en el baile, llegó Cirilo Vázquez, vecino de Punga- rabato preguntándole “¿Cuál era el partido que seguía y amaba?” Justo contestó: …que a la Federación era la que seguía y amaba y por sólo esta razón… se incomodó y le tiró dos gol- pes fuertes con un machete… conque venía armado a causa de ser este invasor, un soldado religioso que se halló en las trincheras de Cutzamala al mando del Ge- neral Frontan… que mira con enojo a los federales… y trataba de quitarle la vida por ser federal. Sería interesante saber qué coplas cantaban los músicos en el baile donde concurrían estos terracalenteños federales y religiosos, bien podría ser algunas como esta: Soy soldado de Huetamo que también tomo el jerez, con mi fusil en la mano le he de gritar al francés: ¡Que muera Marsimiliano! ¡Viva el coronel Valdés! (Copla suelta compilada por Mariano de Jesús Torres) La copla era y es un medio ideológico, ya sea escrita y culta, o cantada y popular; construye identidades sociales y representaciones en los imaginarios mediante referentes positivos y negativos. Autores cultos como Vicente Riva Palacio y Mariano de Jesús Torres escriben coplas para que “el pueblo” las cante y tome partido por liberales o conservadores; las escriben para que los partidarios de ambos bandos las usen para zaherir el orgullo y menoscaben las identidades sociales de los contrarios. La copla es un recurso más, como la caricatura o el panleto, para “sintetizar” el complejo panorama ideológico y político ante una población analfabeta; pero en ese resumen se pierden argumentos y
  • 51. 51 quedan desnudos los odios y las simpatías, esquematizados en postu- ras liberales o conservadoras. No obstante hay resquicios para que los sectores populares “hablen” en la copla, para que traduzcan sus propias perspectivas y sinteticen su propia mirada y propuesta política: ¿Dónde estará el cura Hidalgo? ¿Dónde estás Benito Juárez? Fueron patriotas cabales, no andaban peleando cargos. Unos dicen ¡Viva! ¡Viva! ¡Yo no sé quién vivirá! Unos que viva el Gobierno otros que la Libertad. (El gusto federal, son terracalenteño) En general la voz del autor de la copla es masculina, incluso se devela detrás de aquellos versos que tienen, en apariencia, una mirada femenina. A la mujer no se le ve como política o militar, sino como ab- negada madre/esposa/hermana que manda a sus “hombres” a la guerra, a morir, mientras ella padece hambre y violencia (muchas veces sexual). La copla permitió que el grueso de la población fuera familiari- zándose con palabras como: Federación, Unión, Libertad, Poder Repu- blicano; tal vez no sucedió lo mismo con sus conceptos. Era más fácil identiicar a los “bandos”, centralistas/federalistas, monárquicos/repu- blicanos, conservadores/liberales, Iglesia/Estado y adherise a ellos por simpatía, pertenencia a una familia extensa con una militancia política, por ser “paniaguados” de un rico o un político, sin tener claros cuáles eran los principios políticos que los identiicaban: ¡Ándale chiquita rema! Rémale para La Unión. Soy soldado de guerrerense que le sirvo a la Nación, por eso cantando digo: ¡Viva la federación! (La rema, rema)
  • 52. 52 Incluso no todos los actores políticos tenían una ideología só- lida y cambiaban de bando; el ejemplo más claro es Antonio López de Santa Anna, quien terminaba salvándose de los problemas en que lo metía su “chaqueta” nueva mediante el autoexilio, nombre menos ver- gonzante que el de huída: Santana dijo en el Puerto, Cuando ya se iba a embarcar: -Han dicho lo que no es cierto ¡Ahí les dejo el gallo muerto, acábenlo de pelar! (El gusto federal, gusto) La copla cantada tiene como apoyo mnemotécnico la música y su ritmo. Mientras la copla escrita en un periódico depende de que el lector decida o no enunciarla, y que se resguarde como documento en un archivo hemerográico o particular; la copla cantada se preserva por su “repetición” en los contextos festivos y memorizada entre los asis- tentes. Tiene pues una doble destilación: entre el gusto contemporáneo y el de las generaciones posteriores; su preservación en la tradición oral muestra que el suceso enunciado fue trascendente para la población que la creó, la canta y preserva en la memoria colectiva. Algunos de los más destacados militares y defensores del orden republicano y federal, se “formaron” al fragor de las batallas y proce- dían de los estratos medios y bajos de la población; sin embargo, la coyuntura política, sus habilidades, conocimiento del terreno y valor los llevaron a dirigir militarmente a otros compatriotas, sus “iguales” en lo social; por ello, no es de extrañar que Nicolás Romero, tocara la “jaranita” y cantara cuando podía los sones de la tierra. Muchos de los actos de don Melchor Ocampo tuvieron reper- cusiones insospechadas para él; sin embargo, importantes para la vida social y cultural de los pobladores de la Tierra Caliente. La época que le tocó vivir continúa recreándose en los fandangos, cuando los músicos tradicionales tocan piezas como El gusto federal, Los Federales, La plata lucida, o Dime morenita mía.
  • 53. 53 En la actualidad se inician apenas algunas acciones para salva- guardar las artes tradicionales de la Tierra Caliente. Ya hay talleres que involucran a la música y el baile; pero casi en ninguno se pone atención a la lírica. Por inclinación individual e inluencia de la revitalización del sistema del “son jarocho”, que incluye a la décima, algunos folcloristas escriben ahora décimas y las “cantan” o enuncian en los “fandangos”, o festejos esceniicados; pero no tiene temáticas políticas. No obstante, no estamos lejos del momento en que reaparezca la lírica con temática política en la música bailable del Occidente de México: Y en tanto los chinacos, que ya cantan victoria, guardando tu memoria sin miedo ni rencor. Dicen, mientras el viento tu embarcación azota: ¡Adiós mamá Carlota! ¡Adiós mi tierno amor! (Adiós mamá carlota, canción)
  • 54. 54 Bibliografía Dimas Huacuz, Néstor, Temas y textos del canto p’urhépecha, Zamora, El Colegio de Michoacán/IMC, 1995. Frenk, Margit (coordinadora), Cancionero folclórico de México, 5 To- mos, México, El Colegio de México, 1975-1985. González, Raúl Eduardo, Cancionero tradicional de la Tierra Caliente de Michoacán, “Canciones líricas bailables”, Vol. I, Morelia, UMSNH/CO- NACULTA, 2009. González, Raúl Eduardo, El valonal de la Tierra Caliente, Morelia, Ji- tanjáfora/Red Utopía, 2009. Mendoza, Vicente T, Glosas y décimas de México, México, FCE, 1996. Ochoa Serrano, Álvaro y Herón Pérez Martínez, Cancionero michoaca- no 1830-1940, Zamora, El Colegio de Michoacán, 2000. Parra Santaolaya, Estéfano, Tierra Caliente. Cuentos, leyendas, fábu- las, cantares y poesía, 3ª ed., México, edición del autor, 1992. Sánchez, Rosa Virginia, “La lírica de los sones del Occidente. Caracte- rísticas generales”, en Barragán, Esteban et al., Temples de la tierra. Expre- siones artísticas en la cuenca del río Tepalcatepec, Zamora, El Colegio de Michoacán, 2011, pp. 55-70.
  • 55.
  • 56.
  • 57. 57 “El único medio moral de fundar la familia”: Melchor Ocampo y la secularización del vínculo matrimonial cEcILIA AdRIAnA bAUTISTA GARcíA Doctora en Historia por El Colegio de México, A.C. E l 9 de diciembre de 1859, el joven capitán de caballería, José María Vences, oriundo de Morelia, y su novia, Francisca Mu- ñoz Ledo, originaria de Valle de Santiago, Guanajuato, air- maron su libre voluntad de contraer matrimonio. Con familia- res como testigos y, teniendo Francisca el consentimiento de sus padres, por tener 16 años de edad, se llevó a cabo este enlace que resultó ser la primera unión ante el Registro Civil en la ciudad de Morelia. La creación del Registro Civil representó un parteaguas en la consolidación de los derechos individuales en nuestro país, como bien lo entendió en su momento Melchor Ocampo, uno de los personajes centrales de este cambio jurídico que formó parte del grupo de liberales redactores de las Leyes de Reforma que, con la creación del Registro Civil, instituyeron los fundamentos jurídicos seculares del matrimonio. Se entenderá por secularización, la racionalización progresiva del poder político, de la administración de la justicia y de la organización social que lleva a concebir la separación de las esferas de acción de la Iglesia y el Estado. Dicha racionalización exigió la ampliación de las facultades del Estado, en busca un dominio exclusivo de las distintas esferas de la vida pública.
  • 58. 58 Quizá el enfrentamiento Estado-Iglesia, que acompañó el surgi- miento del Registro Civil, haya ideologizado y opacado sus objetivos y alcances. Sin embargo, su origen debe insertarse en la reforma liberal del Estado mexicano en el siglo XIX, como un lento y complejo proce- so que impulsó múltiples cambios sociales, políticos y económicos; uno de los más importantes fue la secularización del registro de los hechos y actos vitales de las personas, tales como el nacimiento, el matrimonio, el divorcio, la nulidad matrimonial, la defunción, entre otros. ¿Cuál fue la participación de Ocampo en la secularización del vínculo matrimonial? Melchor Ocampo sostuvo importantes polémi- cas con las autoridades eclesiásticas, a partir de su crítica al papel que desempeñaba la Iglesia católica en la sociedad. Su crítica no resulta- ba una mera posición anticlerical recalcitrante, sino formaba parte de una racionalidad liberal que privilegiaba los derechos individuales y las competencias del Estado, por encima de la prerrogativas eclesiásticas. Podemos notar cuatro momentos en la discusión: la polémica en torno a las obvenciones parroquiales en 1851; la discusión el matrimonio civil y las obvenciones parroquiales en el Congreso Constituyente de 1856- 1857, las leyes del 11 de abril de 1857, y Ley Orgánica del Registro Civil, de julio 1859.Através de estos momentos, puede evaluarse mejor la participación de Ocampo en ese proceso. I. La polémica de Ocampo en torno a las obvenciones parroquiales El 8 de marzo de 1851, Ocampo dirigió a la cámara de diputados una Representación sobre reforma de arancel de obvenciones parroquiales. En el documento, Ocampo propuso un cambio en las disposiciones vi- gentes que establecían las obvenciones parroquiales, es decir, el pago que los católicos debían hacer a los párrocos por sus servicios ministe- riales: bautizos, bodas, entierros, misas, etc. El tema no era nuevo, pues remitía a las continuas fricciones entre los párrocos y su feligresía por el pago de estos servicios. La falta de un arreglo, entre la República mexicana y la Santa
  • 59. 59 Sede, en torno Real Patronato Indiano -acuerdo entre el Estado y la Iglesia vigente durante todo el periodo novohispano, que establecía las prerrogativas y facultades eclesiásticas en los territorios pertenecientes la corona española en América-, había permitido que el tema de las obvenciones parroquiales, y otros aspectos referentes a la administra- ción y jurisdicción eclesiástica sobre la sociedad, quedaran sin una deinición clara en la primera mitad del siglo XIX. La Constitución de Cádiz de 1812 y la legislación mexicana posterior al inicio de la independencia, suprimieron una parte de los antiguos privilegios de las corporaciones, con el ánimo de establecer un principio de igualitario entre la población, de tal suerte que los tributos, el trabajo forzoso, los servicios personales, etc., quedaron abolidos. Las disposiciones tra- jeron mayor confusión en torno a los términos en los que se entendió el pago de las obvenciones, pues en el periodo novohispano, por lo menos hasta antes del reformismo borbónico en la segunda mitad del siglo XVIII, el pago de los servicios parroquiales se diferenciaba, tanto en forma de pago, como en cantidad, con base en la riqueza y el ori- gen étnico de quien lo pagaba, siendo los pobres y las comunidades de indios. Juan Cayetano Gómez de Portugal, obispo de Michoacán en aquel entonces (1831-1850), realizó una revisión de los aranceles en 1832, sin establecer modiicaciones importantes. A partir de la legisla- ción de la primera mitad del siglo XIX, varios eclesiásticos intentaron cobrar por sus servicios a discreción, ya sea con el aumento de las cuotas según su parecer, o estableciendo asignaciones igualitarias, sin distinguir la pobreza del feligrés. Lo anterior había dado lugar a múl- tiples conlictos, a partir de la resistencia de una parte de la población a pagar. Los sectores más empobrecidos, entre los que se encontraban algunas comunidades de indios y los trabajadores del campo, resintie- ron particularmente esta situación. No es casual que Ocampo, en su papel de hacendado y por su cercanía con el medio rural, se haya percatado de esta conlictividad que, según él mismo comenta, se daba en las cercanías de su propia hacienda. La codicia de los eclesiásticos y su falta de compromiso con su labor pastoral, fue el foco de una parte de sus comentarios. Varios
  • 60. 60 periódicos de la época publicaban las quejas de los pueblos a los ex- cesos de algunos párrocos, que llegaban a pedir en pago por la rea- lización de las bodas, además de sus alimentos diarios, “hasta siete pesos y dos reales, un guajolote, una gallina, aguardiente de caña…”. Los señalamientos que hizo en su Representación, dan cuenta de falta de compromiso de los párrocos con la población a la que servían, sin negar el derecho que éstos tenían a ser retribuidos por sus servicios. La sensibilidad del entonces senador, se dejó ver en los amplios comenta- rios sobre las condiciones sociales de los pobres del campo, enfatizan- do los abusos del clero. Sin embargo, la cuestión se torna compleja, toda vez que asis- ten diversas razones a explicar las motivaciones de Ocampo en torno a los pagos eclesiásticos. En sus comentarios subyace no sólo la crítica a la actuación del clero, sino su propia visión de los términos en los que debía reordenarse la relación Estado-Iglesia en la República liberal. No propuso una separación de ambos poderes, a manera de una indepen- dencia, como lo llegará a plantear, casi 10 años después, junto a otros liberales con las Leyes de Reforma. La Representación proyectó una vinculación entre ambas potestades, a partir de una reforma a la organi- zación eclesiástica adaptada al programa liberal. Su propuesta para remediar la situación no fue la supresión del clero o de los servicios religiosos que prestaba, sino la sujeción admi- nistrativa de la Iglesia al poder civil, particularmente en la parte ma- terial. Sugirió las bondades de un clero al servicio del Estado, especie de funcionario público, cuya retribución tocaría al gobierno civil. Una Iglesia dedicada a su labor pastoral, lejos de las excesivas facultades que ostentaba y de la contaminación que suponía la administración de recursos económicos, más allá de los necesarios para la mantener el decoro del culto, fue el ideal que Ocampo compartió con otros liberales en esos años. Sus comentarios tuvieron un fuerte eco y dieron lugar a la polé- mica, a través de tres Impugnaciones dedicadas a refutar la Representa- ción. No existe un consenso acerca de la autoría de las impugnaciones, pues aparecieron irmadas bajo el seudónimo “Un cura de Michoacán”,
  • 61. 61 pero es factible la idea de que hayan sido hechura de varias manos; entre los involucrados se cuenta a quien fuera eclesiástico de Mara- vatío, Agustín Ramos Dueñas, conocido de Ocampo, y al obispo de Michoacán, Clemente de Jesús Munguía. Las respuestas anatemizaron los argumentos de Ocampo y expusieron el recuento de la legislación de los aranceles, a la cual se defendió como materia exclusiva de las au- toridades eclesiásticas y no del Estado. A las impugnaciones, siguieron las Respuestas de Ocampo, cinco en distintos momentos, a las Impug- naciones. En estos documentos, el senador pudo extenderse en amplios temas, entre los que se destacan los límites de las facultades de los obispos, los alcances de las prerrogativas del Estado para legislar en materias eclesiásticas, y la necesidad de establecer aranceles eclesiás- ticos justos que tomaran en cuenta la pobreza de los trabajadores. La discusión terminó con la última respuesta de Ocampo el 15 de noviem- bre de 1851. Al año siguiente sería elegido gobernador del estado de Michoacán. Los gobiernos civiles pudieron proyectar el tema de las obven- ciones parroquiales como una cuestión administrativa, que se encar- gó legislar al Ministerio de Justicia y Negocios Eclesiásticos. El 11 de abril de 1857, el Ministerio publicó la ley sobre derechos y obvencio- nes parroquiales, por la que suprimió el cobro por los servicios de ca- samientos, entierros y bautismos realizados a la población pobre. De igual manera quedaron suprimidos los pagos de obvenciones mediante la prestación de servicios personales, tasaciones, concordias, alcancías y hermandades. Esto representó un paso sustancial hacia la secularización de los vínculos sociales, que impactó la relación Estado-Sociedad-Iglesia por dos razones: permitió transferir la tutela de los individuos de la Iglesia al Estado y constribuyó a la consolidación de los derechos individuales.
  • 62. 62 II. La secularización del matrimonio y la Epístola de Ocampo La secularización de los hechos y actos vitales de las personas pudo airmarse con varias leyes que lograron condensar las aspiraciones libe- rales: la Ley Orgánica del Registro Civil, de 27 de enero de 1857, Ley para el Establecimiento y Uso los Cementerios, del 30 de enero de ese mismo año, y la Ley Orgánica del Registro Civil, 28 de julio de 1859. El registro de los actos vitales de las personas y la administra- ción estatal de los conlictos judiciales derivados de ellos, sentaron las bases de la secularización jurídica de la sociedad. Esta secularización fue impulsada por la creación del Registro Civil y de la legislación es- pecíica desarrollada en decretos particulares y en la codiicación. El cambio es sustancial, si consideramos que las nuevas dispo- siciones establecieron que los actos y hechos vitales, registrados ante las autoridades civiles, surtían todos sus efectos legales sin la interven- ción de los párrocos, jueces y tribunales eclesiásticos. La jurisdicción civil de la Iglesia a través de los párrocos y sus registros quedaba su- primida, para dar lugar a la jurisdicción de una nueva igura: el registro civil, cuyas facultades se hicieron más complejas conforme avanzó la especiicidad de las causas civiles en la codiicación. No obstante, la legislación de 1857 no estableció una ruptura entre el matrimonio como contrato y como sacramento. Si bien el ma- trimonio civil legalizó la unión conyugal y los actos que derivaban de ella, como la legitimidad de los hijos, la patria potestad, el derecho hereditario, la dote y demás acciones referentes a la administración de la sociedad conyugal, la Ley Orgánica estipuló que el registro ante los funcionarios del gobierno debía darse después de celebrado el matri- monio eclesiástico, al que se le daba primacía. Así, se obligó a los con- trayentes a mostrar la partida parroquial ante el juez del registro para poder celebrar el contrato matrimonial. En este primer momento, el gobierno buscó ampliar su autoridad y crear una jurisdicción, aunque débil, propia, para el control guber- namental del matrimonio, mediante una distinción entre el matrimonio
  • 63. 63 como contrato civil y como sacramento religioso. Ambos se comple- mentaban, en su carácter civil y espiritual, a partir de una confusa inte- racción entre autoridades. Entre el primer y segundo momento, medió una guerra civil que contextualizó la promulgación de las Leyes de Reforma, la separación Estado-Iglesia y la secularización de los actos vitales de los individuos. La Ley Orgánica del Registro Civil de 28 de julio de 1859, constó de 43 artículos y un párrafo transitorio, agrupados en cuatro capítulos: dispo- siciones generales, actas de nacimiento, actas de matrimonio y actas de fallecimiento, bajo el principio de que la sociedad, “para todo”, debía “bastarse a sí misma”. A partir de ello, los poderes legalmente consti- tuidos debían, en nombre de la sociedad, establecer los lineamientos que, en armonía con los principios morales de la sociedad, legitima- sen al matrimonio como un acto civil. La solemnidad y legitimidad del contrato enfatizó el compromiso moral adquirido por los contrayentes, “para que viviendo en la honorabilidad y en la justicia procuren de con- suno el bien de ellos mismos y de sus hijos.” El artículo 15 enfatizó la parte moral secular del matrimonio, con la contribución de Melchor Ocampo en la famosa Epístola. Des- pués de que los contrayentes airmaban su libre voluntad de aceptarse como marido y mujer, el juez debía dar paso a la “manifestación” redac- tada por Ocampo, redactada a manera de pequeño sermón que estipu- laba el carácter del matrimonio civil, sus ines y el papel que cada uno de los contrayentes debía desempeñar. Éste se reconoció como el único medio moral para formar una familia, para “conservar la especie y ...su- plir las imperfecciones del individuo que no puede bastarse a sí mismo para llegar a la perfección del género humano.” La Epístola airmó los roles sociales -expectativas- asignados a los hombres y a las mujeres, en el matrimonio, propios del horizonte cultural de la época, del cual no escaparon los liberales. Ello ayuda a explicar que los objetivos del contrato civil y del sacramento estén alejados. El contrato respetó la indisolubilidad del matrimonio que establecía el sacramento, ijando al divorcio civil en los mismos términos que el divorcio eclesiástico, considerado solamente como la separación de cuerpos que no autoriza
  • 64. 64 a los divorciados a contraer nupcias nuevamente mientras viviera el esposo(a) de quien se separaban. El registro garantizó un derecho civil, si bien de las minorías, pero que complementa el principio de libertad de conciencia permitien- do a aquéllos sectores no católicos legalizar sus uniones conyugales. Para Ocampo, la creación de instituciones como el Registro Civil era la posibilidad de asegurar un pensamiento independiente, lejos de las presiones de la Iglesia, sobre las cuestiones de la patria, la libertad y el orden, y de airmar la dignidad personal, los derechos y las garantías individuales. A pesar de la ruptura legal Estado-Iglesia, el gobierno liberal no negó, como algunos autores sostienen, el carácter sacramental del ma- trimonio, pues sólo desconoció los efectos legales de éste. Si el orden liberal garantizaba el respeto a las conciencias de los individuos, debía asegurar que éstos pudieran estar en posibilidad de decidir efectuar, o no, el sacramento religioso, no sólo católico, sino del culto que profesa- ran los contrayentes, sin que ese hecho afectara los efectos legales del matrimonio. Este representa el legado de Ocampo a la secularización de las instituciones sociales en nuestro país.
  • 65. 65 Bibliografía Arreola Cortés, Raúl. ¿Quién se amparó en el seudónimo Un cura de Michoacán? En Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investiga- ciones Históricas, v. 5, 1976, p. 63-92. Bautista García, CeciliaA. “La cuestión religiosa en el Congreso Cons- tituyente de 1856-1857”, en Yolanda Padilla Rangel, et.al. La Historia de México a través de sus regiones. Nuevos acercamientos a la historiografía regional. Siglos XIX y XX, Aguascalientes, Ags. Universidad Autónoma de Aguascalientes, Gobierno del Estado de Aguascalientes, 2011, pp.104-126. Dublán, Manuel y José María Lozano. Legislación mexicana ó colección completa de las disposiciones legislativas expedidas desde la Independencia de la República ordenada por los licenciados Manuel Dublán y José María Lozano. Publicación digital. El Colegio de México http://lyncis.dgsca.unam. mx/harvest/cgi-bin/DUBLANYLOZANO/muestraXML.cgi?var1=8-5060. xml&var2=8 González, María del Refugio. El derecho civil en México, 1821-1871. Apuntes para su estudio. México, Universidad Nacional Autónoma de Méxi- co-Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1988. Ocampo Melchor. Obras completas, Tomo 1, Polémicas religiosas, pró- logo Félix Romero, México, F. Vázquez Editor, 1900.
  • 66.
  • 67. 67 Don Melchor Ocampo y la Sociedad Civil ante la invasión estadunidense RAúL JIménEz LEScAS de la División de Estudios de Posgrado. Facultad de Historia.UMSNH. 1 846. La invasión estadunidense a México seguía avanzando, cuando Don Melchor Ocampo fue nombrado gobernador interino de Michoacán, tomando posesión de su cargo el 5 de septiembre de 1846 y, electo gobernador constitucional, el 27 de noviembre de ese mismo año, todo en medio de fuertes problemas ocasionados por causas externas (el avance del ejército invasor) e internas, como la luchas entre federalistas y centralistas y, el restablecimiento del federa- lismo, bajo el Plan de la Ciudadela. El 17 de enero de 1847, reabrió el Colegio de San Nicolás, convencido de la importancia de la educación. Muchas fueron las facetas de Ocampo durante la invasión, como el impulso de las resistencias de la gente común y corriente, lo que aho- ra llamamos Sociedad Civil. Según James Scott las “resistencias” de los subordinados es general, lo mismo en la Antigüedad que en la Actuali- dad. Sí Michel Foucault estudió la Ingeniería del poder, James Scott… la ingeniería de los subordinados. Con los testimonios que reposan en diversos archivos, podemos relexionar sobre la Resistencia Social de los michoacanos en aquellos años difíciles de la Guerra de Conquista estadunidense y, podemos con- cluir, que las resistencias fueron a varios niveles: con acciones civiles, individuales, donativos de curas (Huetamo y Chilchota); guerrillas y Batallones que integraron la Guardia Nacional. Vamos a destacar la par- ticipación femenina y civil en las llamadas…
  • 68. 68 Juntas Patrióticas Ocampo alentó las Juntas que consistían en grupos de voluntarias y voluntarios, cuya tarea fue la acopiar recursos económicos, armas, mu- niciones, ropa y alimentos para las tropas en el frente de batalla. La moreliana, Dolores Alzúa de Gómez fue una activa y entusiasta promo- tora. Según comunicado (4 de diciembre de 1846) se dio cuenta de los recursos enviados a los soldados: “Con el jefe que hoy conduce a San Luís Potosí otra partida de reclutas, se remite ya al Exmo. Sr. Ge- neral en jefe del Ejército de operaciones, los seis bultos o fardos que contienen los efectos que por donativos reunió la junta patriótica de señoras, que V. dignamen- te con tal objeto. Doy a Ud. y a las demás señoras que compusieron la expresada junta, las más expresivas gracias a nombre del Estado, por la prontitud y eica- cia con que procuraron desempeñar su comisión; y sin dejar de darlas también a todas las que contribuyeron. Dígnase V. admitir las seguridades de mi consideración y particular aprecio.”.1 Otras doñas de Puruándiro y, vecinos de Pátzcuaro hicieron lo propio, que fue anunciado en misiva por el gobernador Ocampo al ge- neral Santa Anna reiere a estas actividades de las señoras: “… el Teniente Coronel D. Tiburcio González que conduce a esa capital otra partida de 291 reemplazos y desertores del Ejército, remito a disposición de V. E. seis bultos o fardos que contienen las prendas de vestuario y otros efectos… que han proporcionado como donativo 1 OCAMPO, Melchor, Obras Completas, tomo III, Documentos políticos y familiares 1842-1851, Morelia, Comité Editorial del Gobierno de Michoacán, 1986, p.176 (selección, prólogo y notas de Raúl Arreola Cortés). Se respeta la redacción original. Las negritas son nuestras.
  • 69. 69 señoras de esta capital. También envío un baúl con hilos y vendas hechas por otras de Puruándiro, y otro bulto con ochenta y siete tres cuartas varas brin que proporcionaron dos vecinos de Pátzcuaro.. (promete) 133 reemplazos y espero que muy pronto se dará el completo, pues he reite- rado mis órdenes a las Prefecturas. Admita V. E. con este motivo las seguridades de mi atención y respeto….”.2 La lista fue grande: De Morelia: 2 bultos con 369 camisas y algunos pantalones. Dos bultos con 300 pares de calzado. Un bulto con 162 vendas con cabezales e hilos. Otro bulto con solo hilos. De Puruán- diro: un baúl con hilos y vendas y de Pátzcuaro, otro bulto… En total: 7 bultos y un baúl, acopiados por las organizaciones de la sociedad civil michoacana.3 En 1847, era un enorme esfuerzo de la gente común y corriente como le llamaría Eric Hobsbwan. De los testimonios se desprende que, lo que ahora se le llama Sociedad Civil, estuvo activa y colaborando. Al respecto de la partici- pación de las mujeres mexicanas en la resistencia, contamos con una carta del general Santa Anna contestando a las señoras de la capital que apoyaron con donativos: “Por el oicio de V. E. fecha 27 del próximo pasa- do y lista que acompaña, me he enterado de las canti- dades y efectos con que han contribuido varias aprecia- bles Señoras de esa Capital, para ausiliar á este Ejercito 2 Archivo Histórico “Genaro Estrada” del Acervo Histórico Diplomático de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México (en adelante AHGE-SRE). 1845-1847. Listas de las señoras que hicieron donativos a favor de los heridos en Monterrey. Ofrecimientos de diversas corporaciones, colegios, etc. Para contribuir a la defensa del país (22). Sucesos entre México y los Estados Unidos de América relacionados con Texas y otros estados limítrofes. Guerra contra los Estados Unidos de América. Gobierno del Estado de Michoacán. Sección 1ª. N. 274. Misiva del gobernador Melchor Ocampo, 4 de diciembre de 1846. LE-1086-22. 2fs (88-89). 3 AHGE-SRE. Gobierno del Estado de Michoacán. Sección 1ª. Lista que…, 3 de diciembre de 1846. Isidro García de Carrasquedo. Copia que certiica. LE- 1086-22. 1 fs (90). Al inal se darán las fuentes primarias, para facilitar la lectura.