Diego Romero Pérez llega a la Avenida de Triana un viernes escoltado por antorchas rojas, engalanando la calle con su presencia soberana sobre una alfombra de lirios. Al detenerse, su mirada sumisa se convierte en un faro para su gente de Triana, mientras que la Giralda, en silencio, se levanta en puntas para verlo, percibiendo su aroma a claveles, geranios y albahaca como el de una riada que cruza el puente de barcas desde la calle Castilla.