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La mujer creada: lo femenino en el arte
                     occidental
                                           MA Teresa ALARIO




    Los estereotipos sobre la mujer con que actualmente funciona la socie-
dad del llamado mundo desarrollado, y que impregnan tanto las imágenes
cultas como las transmitidas por los mass media que nos rodean, se hacen
plenamente entendibles a la luz del estudio del proceso histórico que ha segui-
do el discurso masculino sobre el cuerpo, la psicología y la imagen de «lo
femenino».
   El discurso socialmente dominante sobre el cuerpo de la mujer, un
discurso claramente androcéntrico, ha variadorelativamente poco a lo largo
de la historia. El cambio más destacado ha sido el producido en la edad
contemporánea, cuando la biología femenina dejó de considerarse desde la
óptica de la carencia o la d¡sminución(ya que el modelo de referencia era
el cuerpo del varón)1, para ser considerado no como inferior, sino como
diferente.
    Así se pasa de considerar a la mujer como un ser «imperfecto» frente
al modelo masculino, a concebir lo femenino como diferente y opuesto a
lo masculino. Esta idea, la mujer como el negativo/complementario del
hombre, está aún hoy en la base de la concepción más extendida social-
mente de la feminidad. La oposición entre lo masculino y lo femenino
no está exenta de valoraciones (siempre a favor de lo masculino, dado el
fuerte endrocentrismo de nuestra cultura) como puede verse al analizar


    1 «Durante el Antiguo Régimen el modelo arquetípico. fisiológicamente hablando, fue
siempre el masculino: el antimodelo, el desconocido y. por tanto minusvalorado, fue el feme-
nino. La supuesta debilidad de las mujercs era la respuesta a ese «modelo» óptimo repre-
sentado por la fortaleza y fuerza de los varones.,>
    CAPFu. Rosa MA y ORTEGA, Margarita: «Textos para la historia dc las mujeres en la
Edad Moderna». p. 286. En Textos para la historia de las mujeres en España. Cátedra.
Madrid, 1994.



       Arte. Individuo y Sociedad, nY?. Servicio dc Publicacioncs.   universidad   Conspiulense. Madrid. 1995
46                                   Al.” Teresa Alano


los textos médicos del siglo pasado en que se hacen afirmaciones del tenor
de la siguiente:

                Esta polaridad se evidencia, piensa Nieto, en los sexos, uno de los
                                                                            2.
             cuales es positivo (fecundante) y el otro negativo (fecundado)

   Por otra parte la teoría de la diferencia y de la oposición entre los sexos
se convirtió en la justificación científica para establecer la necesidad natu-
ral de ámbitos socialmente separados para cada sexo: el ámbito público
para el varón y el privado para la mujer. Los estudios científico-médicos
refrendan así, la construcción de los roles de género que aún hoy son clara-
mente dominantes3.
   Al hacer hincapié en la diferencia biológica y psicológica entre hombres
y mujeres, el discurso masculino sobre la feminidad ha ido reforzando la idea
del origen natural de la diferencia de roles. Diferencia que como veranos se
intenta justificar científicamente desde el pasado siglo y en la que se basan
textos como el siguiente que, aun en 1968, justifica así el papel subalterno
de la mujer en el arte:

                 «El acto creativo es tina especie de parto y es significativo que sea
             un hecho histórico que la creatividad intelectual no se dé en las muje-
             res, cuyos productos son sus criaturas. Aun a riesgo de llevar demasia-
             do lejos el paralelismo lingtiístico, se puede afirmar que la naturaleza
             ha determinado una división del trabajo. Los hombres paren ideas,
             cuadros, composiciones literarias y musicales. organizaciones polílicas.
             inventos, nuevas estructuras materiales; mientras que las mujeres paren
             la nueva generación»4.

   Como consecuencia de esta ideología androcéntrica, como dice Bea Por-
queres, a muchas artistas no les quedó ínás remedio que «aceptar el criterio
que consideraba el genio un rasgo determinado biológicamente y que. por




     2 RieR~. Ji Matías Nielo y Serrano (1813-1902) y la Medicina Ro,nóntica. Ctiadcmos
de Investigación Histórica n.> 3. 1979. p. 285.
    3 «El hombre lucha en el ambiente externo. La mujer esuí hecha para el ahorro de ene>-
gía. para concentrarta en sí. no para dispersaría en torno: corno que en su seno se ha de lo,-
mar el hijo que prolonguc su vida, y de su seno ha de brotar el alimento de los primeros tieit-
flOS (leí nuevo ser (. .
     Oigamos otra vez la voz de Dios. insisíente ~‘ eterna: “Tu. mujer parirás: tú. hombre. tra-
bajarás”.»
     MARAÑÓN. Gregorio Mate’rniáadvfrn,intsnu>. líes ensayos sobre la ~i,lasexual. Madrid.
¡927. pp. 82-84.
     4 Frank Barron, del Institute of Personality Assesment and Rescarch de Berkeley (Cali-
fornia). Citado por Bea Porqocres en Reconstr,íir una t,’aclicirhí.
La mujer creada: lo femenino en el arte occidental                    47


tanto les excluía de cualquier pretensión artística» 5. Podríamos contestar en
palabras de Linda Nochiln que «el problema no reside en nuestra estrella,
nuestras hormonas, nuestros ciclos menstruales y nuestras cavidades inte-
riores vacias, sino en las instituciones y la educación»ó.
    Por ello no nos debe extrañar descubrir en la iconografía artística
hechos aparentemente paradógicos que constituyen verdaderos falsea-
mientos de la realidad para que ésta coincida con la explicación del mundo
que se dá desde el pensamiento androcéntrico. En este sentido puede ser
interesante comentar un retrato que Eduard Manet realiza a una pintora
que fue su única discípula oficial: (Retrato de Eva González. Eduard
Manet. 1869-1870).
   Así la ideología androcéntrica ha «construido» una naturaleza a la mujer,
en laque se inscriben los estereotipos a partir de lo que el varón deseaba/temía
en la mujer, haciendo creer a las mujeres que éstos eran los modelos a los
que podía/debía aspirar. Estos estereotipos arrancan de este modo del des-
conocimiento, e incluso el oscurantismo que define para el pensamiento
dominante la feminidad como «lo otro»7, y que pervive en el mundo en que
vivimos como escribía hace unos pocos meses la periodista Maruja Torres
en un artículo titulado «Nosotras» en que dice lo siguiente:

                «para los varones que durante milenios rigieron el mundo, las
              mujeres éramos lo otro, lo ignorado, lo distinto, lo incomprensible, algo
              que había que etiquetar y describir, ordenar y contener, explicar y con-
              trolar.»

   (Relación con las teorías Lacanianas de la otredad de la mujer y su papel
como receptora, no creadora de mensajes).
   En este marco el varón ha dictado las formas de ver y representar lo mas-
culino y lo femenino, sus realidades y aspiraciones, que han condicionado
desde el comienzo de su vida a hombres y mujeres.
   Es la época romántica cuando se fijan los modelos y estereotipos feme-
ninos más extendidos y claramente visibles en un simple recorrido por la
Historia de la Imagen Occidental.
   Así, en el siglo pasado, como dice Michelle Perrot, se generaliza un dis-
curso «escrito por hombres sobre la mujer, que pretendía ser naturalista y


   5 PORQOERES.    Sea: Reconstruir una tradición, p. 48.
   6   Citada por Sea Porqueres en Reconstruir una tradición, p. 53.
    7 La idea del extrañamiento e incluso la oposición irreconciliableentre sexos/géneros no
es difícil de encontrar en las manifestaciones de algunos inteleciuales de final de siglo pasa-
do. Así Nietzsche escribe al dramaturgo Strindberg a propósito de su obra El Padre:
    «...me he visto sorprendido extremadamente al encontrar una obra donde mi concepción
del amor, basado en el antagonismo y el odio mortal entre los dos sexos, ha sido expresada
de forma tan espléndida.»
48                                   M.a Teresa Alano


basarse en el cuerpo>~8. Las diferencias biológicasjustificaban, a la luz de las
teorías científicas del momento que la desigualdad entre hombres y mujeres
se apoyaban en una ley natural9.
    Esta autora destaca tres tipos de figuras femeninas definidas en el
siglo xix que marcarán los estereotipos de mujer y que serán fielmente
recogidos por pintores y escultores, primero, y más tarde por publicistas,
cineastas, etc.
    Analizar el cuadro La danza de la vida. realizado por Eduard Munch
a finales del siglo pasado, a la luz de estos tres tipos de t’iguras que estudia
Nl. Perrot puede ser el punto departida del pequeño estudio iconográt’ico que
pretendo realizar en esta intervención.
    El pintor noruego, con una concepción simbolista y expresionista del arte,
hace de la representación de un baile una metáfora del destino biológico de
las mujeres, tema que trata de un ínodo similar en otras pinturas y grabados
corno La mujer en tres estados (1895).
    En todas estas representaciones simbólicas de lo femenino aparecen tres
personajes que reflejan tres estadios vitales. En Cl baile de la vida las tres
mujeres destacan del resto de sus personajes por el color de sus vestidos:
blanco, rojo y negro.


LA DANZA DE LA VIDA. EDUARD MUNCH

    A un lado del cuadro. en el primer plano, una muchacha joven vestida de
blanco sonríe y parece iniciar el paso hacia el centro dc la obra donde un
hombre y una mujer bailan juntos. En los planos situados más atrás, otras
mujeres también con vestidos blancos bailan con hombres, uno de los cua-
les parece a punto de devorar a su compañera. En esta figura identificamos
ínmediatameni.e a la Mujer Blanca, asociada con la virginidad en la religión
católica y al ángel de la casa en la protestante, toda esperanza e ingenuidad
ya que aún no conoce el sexo. Michelle Perrot describe cómo esta «obsesión
neurótica por la pureza» se origina a lo largo del siglo pasado y llega hasta
nosotras:


    8 PERROT, Michelle: «La nítóer en el discurso europeo del siglo XIX». Eíi Mujeres y Ibm-
bres en lafbrníación ¿leí pensamiento occidental Actas de las VII Jornadas de Investigación
lnterdisciplinaria. universidad Autónoma de Madrid. Vol. II. p. 118.
     9 «Saturados de la sensación de poder que acompaña inevitablemente a un nuevo cono-
címíento mal asimilado y parcialmente entendido, los artistas e intelectuales de la segunda
mitad del siglo xix se vieron a sí mismos encabezando la vanguardia de una nueva era de
progreso. La ciencia les había probado cítíe la desigualdad entre hombres y mujeres. como
entre razas, era una ley de naturaleza, simple e inexorable... »
     Dii KSTRA, Bram: «I(IoIos dc perversidad». La imagen cíe la ¡n~~jer en la cultura dcliii de
siglo.
Lo mujer creada: lo femenino en el arte occidental                      49




                 «El culto a la virginidad de las muchachas y lacastidad de las muje-
             res culminó en laapoteosis de lablancura: blancura del velo de las comul-
             gantes; blancura del vestido de las novias —costumbre que se extendió
             en elsiglo XIX a todos los medios sociales—; blancura del ajuar y laropa
             de casa, que los Grandes Almacenes hicieron suya, creando la Tempo-
             rada de lo Blanco» en pleno mes de enero, siempre bajo en ventas.»

    La obsesión por la pureza, como dice Perrot, se extenderá a actividades
atribuidas a la feminidad como la limpieza del hogar (lejías y detergentes
que dejan la ropa «más blanca») como símbolo del mundo sin tacha que,
desde la definición androcéntrica del mundo, se espera de ella.
    En el centro del cuadro un hombre y una mujer bailan entrelazados. Ella
lleva un traje rojo que destaca frente el negro que viste el hombre. Eviden-
tementeesta es la Mujer Roja, la mujer en edad de procrear, la mujer sexua-
da, la que despierta la pasión del hombre. El rojo es un color asociado a la
sangre (vida y muerte a la vez) y a la pasión. Esta es vista, por una parte,
como la mujer Madre, la que cumple su «misión suprema» adquiriendo así
su natural dimensión y utilidad sociallO.
    Por otra parte, yo añadiría que a esta figura de la mujer roja podríamos
atribuirle una segunda lectura en esta obra. La sexualidad de la mujer, en un
momento en que aumenta fuertemente la prostitución en las grandes ciuda-
des y las demandas de igualdad de las mujeres comienzan a elevarse aún
tímidamente, provoca unos ciertos miedos en el hombre que llevarán a la
creación del mito de la Mujer Fatal. Figura que Eduard Munch reflejó tam-
bién en obras como «Vampiresa» o s<Madonna»ll.
    Esta segunda interpretación de la mujer roja produce en la imaginación
del varón ecos de deseo y de miedo conjugados, que tiene su base en el mis-
terio, en el desconocimiento de la sexualidad femenina.
    Al otro lado del cuadro aparece representada una mujer vestida de negro.
Es esta una mujer madura, despeinada, que mira atentamente a la pareja que
baila en el centro del cuadro. Este personaje coincide nítidamente con la figu-
ra que Perrot denomina laMujer Negra, la histérica. Esta enfermedad ha tení-
do socialmente un claro componente de género (incluso en el lenguaje colo-
quial es aún mucho más fácil tachara una mujer de histérica que a un hombre),


    lO ~<La Madre ya no fue sólo una figura moral, sino que se convirtió en una utilidad social.
El discurso del siglo xtx sobre la mujer no fue solamente misógino y despreciativo, sino que
también ponderó los méritos de la mujer, aunque fuera de una mujer determinada.
    PERROL Michelle: Ibidem, p. 118.
    II «(...) el tratamiento de la mujer en la obra de Munch es contradictorio y se mueve entre
la admiración y la inquietud que le produce la capacidad femenina por absorver la fuerza del
hombre. (...) Munch nunca consiguió una relación satisfactoria con la mujen Todas sus expe-
rencias se tradujeron en respeto y admiración.»
    JeNsseN, Finar (1984): «Influencias literarias y filosóficas en la obra pictórica de Eduard
Munch». En Eduard Munch (1863-1944). Ministerio de Cultura. Madrid.
50                                    Ma Te,esa Ala,-io


ya que hasta entrado el siglo xix se creía que las causas de la histeria residían
en el útero. Aunque poco más tarde la histeria pasa a considerarse como una
enfermedad cerebral o psíquica. se sigue considerando que la debilidad propia
de la biología femenina sigue haciendo a la mujer más propensa a las enl’er-
medades nervtosas, sin que se manejen otros factores sociales o culturales.
    La insatisfacción sexual, la debilidad y los cambios que se producen en el
cuerpo femenino en la menopausia se veían como principales factores dc ries-
go de la histeria. Esta figura representa para el discurso masculino lo más
tncomprensible y oscuro, asociada a esa cavidad uterina, que diferencia a la
mujer y la hace más débil que el hombre, pero que a la vez es su razón de ser
Pero ¿qué razón de ser puede tener para el discurso masculino esta figura
femenina cuando deja de ser promesa de reproducción y de deseo? La som-
bra de la bruja, de la solterona o de la«suegra» como estereotipos más o menos
presentes en todas las culturas occidentales, se cierne sobre la mujer madura.
Porque el hecho mismo de existir cuestiona la explicación última que el dis-
curso masculino se ha venido haciendo de lo femenino: una imagen que sólo
tiene sentido en función de sus necesidades y su concepción del mundo.
    A pesar de las transformaciones que se han producido a lo largo de nues-
tro siglo en las formas de vida y pensamiento en que se han cuestionado la
mayor parte de estos planteamientos, se ha producido la igualdad formal de
la mujer, y ésta se ha incorporado al mundo público, los estereotipos que aca-
bamos de describir pueden verse áun en:
    1. Paloma. Picasso. 1956.
        La mujer blanca.
    2. El niño en la cuna. Bertbe Morisotl2.
        Una de las versiones de la mujer roja.
    3. Madre. Mandy Havers. 1977.
          .que se mantiene en el siglo actual.
    4. Madonna. Eduard Munch.
        La otra versión que reitera este pintor.
    5. Gran desnudo americano. Tom Wesselmman. 1970.
          .Y que se mantiene hasta hoy.
    6. Pinturas Negras. Goya.
        Goya representó a la Mujer Negra, a la bruja. que estaba ya en el acer-
        bo popular.
    ‘7. Duane Hanson. Mujer con carro de la compra. 1969.
        Figura poco usual en el arte actual, pero que cuando aparece, como
        este caso, asocia a una fase del proceso vital de la mujer el desequili-


     2   «Dentro del arte femenino existen, sin lugar a dudas, innumerables ejemplos cíe obras
que, lejos de representar tina impugnación implícita o explícita de la opresión Femenina, glo-
rifican su subalteridad.»
     BAkTRA, Eh: Erida Kahlo. Adule,: ideología, arle, p. 58.
La mujer creada: la femenino en el arte occidental                 sí
      brio psíquico y el abandonofísico, abriendo la caja de Pandora de todos
      los miedos que están latentes en nuestra civilización.
      Pero en el siglo xx la mujer introduce de un modo consciente «otra
      mirada» en el arte. Un tema puede servirnos de ejemplo de lo que supo-
      ne el caínbio de óptica: los cuerpos desnudos de mujer representados
      por una mujer en el siglo xx.
   8. Autorretrato con collar de ámbar. Paula Modersob-Becker.
      Como dice Alba Ibero podemos ver en esta obra un «personal trata-
      miento del cuerno femenino, muy distinto de la impersonal factura aca-
      démica o de erotismo implícito. Desde la cotidianidad y espontaneí-
      dad que emana de su propio cuerpo sexuado, los desnudos de
      Modershon-Becker respiran sencillez y frescura (...) una mirada de
      mujer que no ve el cuerpo femenino como mero objeto sexual del cual
      puede apropiarse el artista para recrearlo y constituye una aportación
      icónica que rompe con las estereotipadas imágenes que, multiplicadas
      hasta la saciedad, han educado nuestra mirada desde lo masculino»13.




   13 IBERo,   Alba: «Pintoras expresionistas: Cuatro perfiles de mujer». en Duoda. n.0 3,
PP. 25-26.

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Lo femenino en el arte

  • 1. La mujer creada: lo femenino en el arte occidental MA Teresa ALARIO Los estereotipos sobre la mujer con que actualmente funciona la socie- dad del llamado mundo desarrollado, y que impregnan tanto las imágenes cultas como las transmitidas por los mass media que nos rodean, se hacen plenamente entendibles a la luz del estudio del proceso histórico que ha segui- do el discurso masculino sobre el cuerpo, la psicología y la imagen de «lo femenino». El discurso socialmente dominante sobre el cuerpo de la mujer, un discurso claramente androcéntrico, ha variadorelativamente poco a lo largo de la historia. El cambio más destacado ha sido el producido en la edad contemporánea, cuando la biología femenina dejó de considerarse desde la óptica de la carencia o la d¡sminución(ya que el modelo de referencia era el cuerpo del varón)1, para ser considerado no como inferior, sino como diferente. Así se pasa de considerar a la mujer como un ser «imperfecto» frente al modelo masculino, a concebir lo femenino como diferente y opuesto a lo masculino. Esta idea, la mujer como el negativo/complementario del hombre, está aún hoy en la base de la concepción más extendida social- mente de la feminidad. La oposición entre lo masculino y lo femenino no está exenta de valoraciones (siempre a favor de lo masculino, dado el fuerte endrocentrismo de nuestra cultura) como puede verse al analizar 1 «Durante el Antiguo Régimen el modelo arquetípico. fisiológicamente hablando, fue siempre el masculino: el antimodelo, el desconocido y. por tanto minusvalorado, fue el feme- nino. La supuesta debilidad de las mujercs era la respuesta a ese «modelo» óptimo repre- sentado por la fortaleza y fuerza de los varones.,> CAPFu. Rosa MA y ORTEGA, Margarita: «Textos para la historia dc las mujeres en la Edad Moderna». p. 286. En Textos para la historia de las mujeres en España. Cátedra. Madrid, 1994. Arte. Individuo y Sociedad, nY?. Servicio dc Publicacioncs. universidad Conspiulense. Madrid. 1995
  • 2. 46 Al.” Teresa Alano los textos médicos del siglo pasado en que se hacen afirmaciones del tenor de la siguiente: Esta polaridad se evidencia, piensa Nieto, en los sexos, uno de los 2. cuales es positivo (fecundante) y el otro negativo (fecundado) Por otra parte la teoría de la diferencia y de la oposición entre los sexos se convirtió en la justificación científica para establecer la necesidad natu- ral de ámbitos socialmente separados para cada sexo: el ámbito público para el varón y el privado para la mujer. Los estudios científico-médicos refrendan así, la construcción de los roles de género que aún hoy son clara- mente dominantes3. Al hacer hincapié en la diferencia biológica y psicológica entre hombres y mujeres, el discurso masculino sobre la feminidad ha ido reforzando la idea del origen natural de la diferencia de roles. Diferencia que como veranos se intenta justificar científicamente desde el pasado siglo y en la que se basan textos como el siguiente que, aun en 1968, justifica así el papel subalterno de la mujer en el arte: «El acto creativo es tina especie de parto y es significativo que sea un hecho histórico que la creatividad intelectual no se dé en las muje- res, cuyos productos son sus criaturas. Aun a riesgo de llevar demasia- do lejos el paralelismo lingtiístico, se puede afirmar que la naturaleza ha determinado una división del trabajo. Los hombres paren ideas, cuadros, composiciones literarias y musicales. organizaciones polílicas. inventos, nuevas estructuras materiales; mientras que las mujeres paren la nueva generación»4. Como consecuencia de esta ideología androcéntrica, como dice Bea Por- queres, a muchas artistas no les quedó ínás remedio que «aceptar el criterio que consideraba el genio un rasgo determinado biológicamente y que. por 2 RieR~. Ji Matías Nielo y Serrano (1813-1902) y la Medicina Ro,nóntica. Ctiadcmos de Investigación Histórica n.> 3. 1979. p. 285. 3 «El hombre lucha en el ambiente externo. La mujer esuí hecha para el ahorro de ene>- gía. para concentrarta en sí. no para dispersaría en torno: corno que en su seno se ha de lo,- mar el hijo que prolonguc su vida, y de su seno ha de brotar el alimento de los primeros tieit- flOS (leí nuevo ser (. . Oigamos otra vez la voz de Dios. insisíente ~‘ eterna: “Tu. mujer parirás: tú. hombre. tra- bajarás”.» MARAÑÓN. Gregorio Mate’rniáadvfrn,intsnu>. líes ensayos sobre la ~i,lasexual. Madrid. ¡927. pp. 82-84. 4 Frank Barron, del Institute of Personality Assesment and Rescarch de Berkeley (Cali- fornia). Citado por Bea Porqocres en Reconstr,íir una t,’aclicirhí.
  • 3. La mujer creada: lo femenino en el arte occidental 47 tanto les excluía de cualquier pretensión artística» 5. Podríamos contestar en palabras de Linda Nochiln que «el problema no reside en nuestra estrella, nuestras hormonas, nuestros ciclos menstruales y nuestras cavidades inte- riores vacias, sino en las instituciones y la educación»ó. Por ello no nos debe extrañar descubrir en la iconografía artística hechos aparentemente paradógicos que constituyen verdaderos falsea- mientos de la realidad para que ésta coincida con la explicación del mundo que se dá desde el pensamiento androcéntrico. En este sentido puede ser interesante comentar un retrato que Eduard Manet realiza a una pintora que fue su única discípula oficial: (Retrato de Eva González. Eduard Manet. 1869-1870). Así la ideología androcéntrica ha «construido» una naturaleza a la mujer, en laque se inscriben los estereotipos a partir de lo que el varón deseaba/temía en la mujer, haciendo creer a las mujeres que éstos eran los modelos a los que podía/debía aspirar. Estos estereotipos arrancan de este modo del des- conocimiento, e incluso el oscurantismo que define para el pensamiento dominante la feminidad como «lo otro»7, y que pervive en el mundo en que vivimos como escribía hace unos pocos meses la periodista Maruja Torres en un artículo titulado «Nosotras» en que dice lo siguiente: «para los varones que durante milenios rigieron el mundo, las mujeres éramos lo otro, lo ignorado, lo distinto, lo incomprensible, algo que había que etiquetar y describir, ordenar y contener, explicar y con- trolar.» (Relación con las teorías Lacanianas de la otredad de la mujer y su papel como receptora, no creadora de mensajes). En este marco el varón ha dictado las formas de ver y representar lo mas- culino y lo femenino, sus realidades y aspiraciones, que han condicionado desde el comienzo de su vida a hombres y mujeres. Es la época romántica cuando se fijan los modelos y estereotipos feme- ninos más extendidos y claramente visibles en un simple recorrido por la Historia de la Imagen Occidental. Así, en el siglo pasado, como dice Michelle Perrot, se generaliza un dis- curso «escrito por hombres sobre la mujer, que pretendía ser naturalista y 5 PORQOERES. Sea: Reconstruir una tradición, p. 48. 6 Citada por Sea Porqueres en Reconstruir una tradición, p. 53. 7 La idea del extrañamiento e incluso la oposición irreconciliableentre sexos/géneros no es difícil de encontrar en las manifestaciones de algunos inteleciuales de final de siglo pasa- do. Así Nietzsche escribe al dramaturgo Strindberg a propósito de su obra El Padre: «...me he visto sorprendido extremadamente al encontrar una obra donde mi concepción del amor, basado en el antagonismo y el odio mortal entre los dos sexos, ha sido expresada de forma tan espléndida.»
  • 4. 48 M.a Teresa Alano basarse en el cuerpo>~8. Las diferencias biológicasjustificaban, a la luz de las teorías científicas del momento que la desigualdad entre hombres y mujeres se apoyaban en una ley natural9. Esta autora destaca tres tipos de figuras femeninas definidas en el siglo xix que marcarán los estereotipos de mujer y que serán fielmente recogidos por pintores y escultores, primero, y más tarde por publicistas, cineastas, etc. Analizar el cuadro La danza de la vida. realizado por Eduard Munch a finales del siglo pasado, a la luz de estos tres tipos de t’iguras que estudia Nl. Perrot puede ser el punto departida del pequeño estudio iconográt’ico que pretendo realizar en esta intervención. El pintor noruego, con una concepción simbolista y expresionista del arte, hace de la representación de un baile una metáfora del destino biológico de las mujeres, tema que trata de un ínodo similar en otras pinturas y grabados corno La mujer en tres estados (1895). En todas estas representaciones simbólicas de lo femenino aparecen tres personajes que reflejan tres estadios vitales. En Cl baile de la vida las tres mujeres destacan del resto de sus personajes por el color de sus vestidos: blanco, rojo y negro. LA DANZA DE LA VIDA. EDUARD MUNCH A un lado del cuadro. en el primer plano, una muchacha joven vestida de blanco sonríe y parece iniciar el paso hacia el centro dc la obra donde un hombre y una mujer bailan juntos. En los planos situados más atrás, otras mujeres también con vestidos blancos bailan con hombres, uno de los cua- les parece a punto de devorar a su compañera. En esta figura identificamos ínmediatameni.e a la Mujer Blanca, asociada con la virginidad en la religión católica y al ángel de la casa en la protestante, toda esperanza e ingenuidad ya que aún no conoce el sexo. Michelle Perrot describe cómo esta «obsesión neurótica por la pureza» se origina a lo largo del siglo pasado y llega hasta nosotras: 8 PERROT, Michelle: «La nítóer en el discurso europeo del siglo XIX». Eíi Mujeres y Ibm- bres en lafbrníación ¿leí pensamiento occidental Actas de las VII Jornadas de Investigación lnterdisciplinaria. universidad Autónoma de Madrid. Vol. II. p. 118. 9 «Saturados de la sensación de poder que acompaña inevitablemente a un nuevo cono- címíento mal asimilado y parcialmente entendido, los artistas e intelectuales de la segunda mitad del siglo xix se vieron a sí mismos encabezando la vanguardia de una nueva era de progreso. La ciencia les había probado cítíe la desigualdad entre hombres y mujeres. como entre razas, era una ley de naturaleza, simple e inexorable... » Dii KSTRA, Bram: «I(IoIos dc perversidad». La imagen cíe la ¡n~~jer en la cultura dcliii de siglo.
  • 5. Lo mujer creada: lo femenino en el arte occidental 49 «El culto a la virginidad de las muchachas y lacastidad de las muje- res culminó en laapoteosis de lablancura: blancura del velo de las comul- gantes; blancura del vestido de las novias —costumbre que se extendió en elsiglo XIX a todos los medios sociales—; blancura del ajuar y laropa de casa, que los Grandes Almacenes hicieron suya, creando la Tempo- rada de lo Blanco» en pleno mes de enero, siempre bajo en ventas.» La obsesión por la pureza, como dice Perrot, se extenderá a actividades atribuidas a la feminidad como la limpieza del hogar (lejías y detergentes que dejan la ropa «más blanca») como símbolo del mundo sin tacha que, desde la definición androcéntrica del mundo, se espera de ella. En el centro del cuadro un hombre y una mujer bailan entrelazados. Ella lleva un traje rojo que destaca frente el negro que viste el hombre. Eviden- tementeesta es la Mujer Roja, la mujer en edad de procrear, la mujer sexua- da, la que despierta la pasión del hombre. El rojo es un color asociado a la sangre (vida y muerte a la vez) y a la pasión. Esta es vista, por una parte, como la mujer Madre, la que cumple su «misión suprema» adquiriendo así su natural dimensión y utilidad sociallO. Por otra parte, yo añadiría que a esta figura de la mujer roja podríamos atribuirle una segunda lectura en esta obra. La sexualidad de la mujer, en un momento en que aumenta fuertemente la prostitución en las grandes ciuda- des y las demandas de igualdad de las mujeres comienzan a elevarse aún tímidamente, provoca unos ciertos miedos en el hombre que llevarán a la creación del mito de la Mujer Fatal. Figura que Eduard Munch reflejó tam- bién en obras como «Vampiresa» o s<Madonna»ll. Esta segunda interpretación de la mujer roja produce en la imaginación del varón ecos de deseo y de miedo conjugados, que tiene su base en el mis- terio, en el desconocimiento de la sexualidad femenina. Al otro lado del cuadro aparece representada una mujer vestida de negro. Es esta una mujer madura, despeinada, que mira atentamente a la pareja que baila en el centro del cuadro. Este personaje coincide nítidamente con la figu- ra que Perrot denomina laMujer Negra, la histérica. Esta enfermedad ha tení- do socialmente un claro componente de género (incluso en el lenguaje colo- quial es aún mucho más fácil tachara una mujer de histérica que a un hombre), lO ~<La Madre ya no fue sólo una figura moral, sino que se convirtió en una utilidad social. El discurso del siglo xtx sobre la mujer no fue solamente misógino y despreciativo, sino que también ponderó los méritos de la mujer, aunque fuera de una mujer determinada. PERROL Michelle: Ibidem, p. 118. II «(...) el tratamiento de la mujer en la obra de Munch es contradictorio y se mueve entre la admiración y la inquietud que le produce la capacidad femenina por absorver la fuerza del hombre. (...) Munch nunca consiguió una relación satisfactoria con la mujen Todas sus expe- rencias se tradujeron en respeto y admiración.» JeNsseN, Finar (1984): «Influencias literarias y filosóficas en la obra pictórica de Eduard Munch». En Eduard Munch (1863-1944). Ministerio de Cultura. Madrid.
  • 6. 50 Ma Te,esa Ala,-io ya que hasta entrado el siglo xix se creía que las causas de la histeria residían en el útero. Aunque poco más tarde la histeria pasa a considerarse como una enfermedad cerebral o psíquica. se sigue considerando que la debilidad propia de la biología femenina sigue haciendo a la mujer más propensa a las enl’er- medades nervtosas, sin que se manejen otros factores sociales o culturales. La insatisfacción sexual, la debilidad y los cambios que se producen en el cuerpo femenino en la menopausia se veían como principales factores dc ries- go de la histeria. Esta figura representa para el discurso masculino lo más tncomprensible y oscuro, asociada a esa cavidad uterina, que diferencia a la mujer y la hace más débil que el hombre, pero que a la vez es su razón de ser Pero ¿qué razón de ser puede tener para el discurso masculino esta figura femenina cuando deja de ser promesa de reproducción y de deseo? La som- bra de la bruja, de la solterona o de la«suegra» como estereotipos más o menos presentes en todas las culturas occidentales, se cierne sobre la mujer madura. Porque el hecho mismo de existir cuestiona la explicación última que el dis- curso masculino se ha venido haciendo de lo femenino: una imagen que sólo tiene sentido en función de sus necesidades y su concepción del mundo. A pesar de las transformaciones que se han producido a lo largo de nues- tro siglo en las formas de vida y pensamiento en que se han cuestionado la mayor parte de estos planteamientos, se ha producido la igualdad formal de la mujer, y ésta se ha incorporado al mundo público, los estereotipos que aca- bamos de describir pueden verse áun en: 1. Paloma. Picasso. 1956. La mujer blanca. 2. El niño en la cuna. Bertbe Morisotl2. Una de las versiones de la mujer roja. 3. Madre. Mandy Havers. 1977. .que se mantiene en el siglo actual. 4. Madonna. Eduard Munch. La otra versión que reitera este pintor. 5. Gran desnudo americano. Tom Wesselmman. 1970. .Y que se mantiene hasta hoy. 6. Pinturas Negras. Goya. Goya representó a la Mujer Negra, a la bruja. que estaba ya en el acer- bo popular. ‘7. Duane Hanson. Mujer con carro de la compra. 1969. Figura poco usual en el arte actual, pero que cuando aparece, como este caso, asocia a una fase del proceso vital de la mujer el desequili- 2 «Dentro del arte femenino existen, sin lugar a dudas, innumerables ejemplos cíe obras que, lejos de representar tina impugnación implícita o explícita de la opresión Femenina, glo- rifican su subalteridad.» BAkTRA, Eh: Erida Kahlo. Adule,: ideología, arle, p. 58.
  • 7. La mujer creada: la femenino en el arte occidental sí brio psíquico y el abandonofísico, abriendo la caja de Pandora de todos los miedos que están latentes en nuestra civilización. Pero en el siglo xx la mujer introduce de un modo consciente «otra mirada» en el arte. Un tema puede servirnos de ejemplo de lo que supo- ne el caínbio de óptica: los cuerpos desnudos de mujer representados por una mujer en el siglo xx. 8. Autorretrato con collar de ámbar. Paula Modersob-Becker. Como dice Alba Ibero podemos ver en esta obra un «personal trata- miento del cuerno femenino, muy distinto de la impersonal factura aca- démica o de erotismo implícito. Desde la cotidianidad y espontaneí- dad que emana de su propio cuerpo sexuado, los desnudos de Modershon-Becker respiran sencillez y frescura (...) una mirada de mujer que no ve el cuerpo femenino como mero objeto sexual del cual puede apropiarse el artista para recrearlo y constituye una aportación icónica que rompe con las estereotipadas imágenes que, multiplicadas hasta la saciedad, han educado nuestra mirada desde lo masculino»13. 13 IBERo, Alba: «Pintoras expresionistas: Cuatro perfiles de mujer». en Duoda. n.0 3, PP. 25-26.