1. Los amantes de la Luna llena
Ella vivía en la luna desde tiempos
ancestrales.
Su misión era alimentar a un conejo
muy grande
que se veía desde la Tierra.
Cuando no trabajaba, contaba
cráteres para no aburrirse y
si algún asteroide intruso la hacía
enojar,
iba y se bañaba en el Mar de la
Serenidad.
Él era un pescador de sueños,
lanzaba su anzuelo,
pero no al mar o al río como la gente
cuerda,
lo lanzaba al cielo, todas las noches.
Lo normal era pescar estrellas,
las tomaba, bebía de su luz y luego
las soltaba de nuevo.
A veces pescaba cometas, pero era
peligroso.
Ya un par de ellos lo habían
arrastrado un buen rato,
antes que los soltara y se llevaran el
anzuelo en la cola.
Pescaba en noches sin Luna,
pues así las estrellas no lo veían al
acecho.
Sin embargo, una noche de Luna,
le dio por lanzar el anzuelo.
Pensó que alguna estrella perdida
pudiera morder el anzuelo.
Lo lanzó y el hilo dio un fuerte tirón.
Empezó a jalar y a jalar, y empezó
a separarse del suelo.
Conforme enrollaba el hilo,
subía y subía...
Había pescado a La Luna.
Ella se admiró.
- ¿Qué haces tú aquí?
En la Luna, Ella veía a la Tierra de cerca.
Le gustaba mucho el Planeta Azul.
Sabía que allí vivían seres como ella,
pero siempre había tenido miedo de brincar.
Y no sabría cómo volver a su casa.
De pronto escuchó:
- Hola.
Y lo vio.
Era un terrícola.
Y Él la vio. Pálida y hermosa.
- ¿Cómo llegaste? ¿Quién eres?
Preguntó Ella.
- Llegué con mi anzuelo. Pesco estrellas.
2. Le dijo Él.
- Yo alimento un conejo.
Y agregó Ella:
- ¿De veras sabes pescar?
¿Me enseñarías?
Yo puedo enseñarte a nadar.
- Por supuesto.
Dijo Él.
- Pero tenemos un problema.
Desde la Luna, las estrellas nos verán
y se escaparán antes que te
acerques.
Ella sonrió mirándolo con ternura,
de esa forma en que las mujeres
ven cuando todo lo tienen resuelto,
y le dijo:
- Ven, te mostraré un lugar desde
donde podemos pescar.
Y lo llevó al lado oscuro de la Luna.
Desde entonces, cada Luna llena se
encuentran.
Y se pierden en el Lado oscuro...
para pescar, por supuesto.
Para Enid Coleslaw
Por Norman E. Rivera Pazos
Diciembre, 2016